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Historias del Principio Divino y de la Biblia
Introducción
¿Cómo es Dios?
Dar y recibir
¿Por qué Dios creó el mundo?
Las tres bendiciones de Dios
¿Cómo crecemos?
El mundo espiritual
La caída de Adán y Eva
Caín y Abel
La familia de Noé
La familia de Abraham
Esaú y Jacob
José y sus hermanos
Moisés es sacado de las aguas del Nilo
El primer intento de Moisés de liberar al pueblo de Israel
Dios llama de nuevo a Moisés
Moisés ante el faraón
El paso del mar Rojo
Los diez mandamientos
La falta de fe de los israelitas
Moisés golpea la roca dos veces
Josué conquista la tierra de Canaán
La misión de Jesús
Un ángel se aparece a María
El nacimiento de Jesús
La misión de Juan el Bautista
Las tres tentaciones de Jesús en le desierto
Jesús anuncia la venida del reino de los cielos
El corazón del Padre Celestial
La misión de los 12 apóstoles y los 72 discípulos
Jesús es rechazado y perseguido por todos
El monte de la transfiguración
El último viaje de Jesús a Jerusalén
Judas conspira con los sacerdotes para matar a Jesús
La última cena con sus apóstoles
La oración en el huerto de Getsemaní
Jesús es condenado a muerte
La crucifixión de Jesús
La resurrección
Pentecostés
La segunda venida del Mesías



                                          1
Introducción
           Somos muy afortunados de vivir en este tiempo. Vivimos en una nueva era de esperanza y amor. Estamos
viviendo en el mismo tiempo que nuestros Verdaderos Padres. Ellos nos enseñan cosas maravillosas sobre el Padre
Celestial y su corazón.
           ¡Con cuánto amor y ilusión creó Dios todo el universo, especialmente a nosotros que somos sus hijos amados!
           ¡Cuánto sufrió el Padre Celestial cuando Adán y Eva le desobedecieron y se volvieron malos, dando lugar a este
mundo de egoísmo y guerras, en el que todos los hombres son infelices!
           ¡Cuántos esfuerzos ha hecho Dios desde entonces para salvarnos, mandando a hombres buenos como Noé,
Abraham, Jacob, Moisés, como sus mensajeros!
           Cuando por fin pudo mandar al Mesías, a su amado hijo Jesús, ¡qué pena tan grande sintió el Padre Celestial al
ver que la gente no creyó en él y lo clavaron en la cruz!
           ¡Cuánta esperanza y alegría siente Dios ahora que nuestros Verdaderos Padres han logrado la victoria sobre el
mal y están construyendo un nuevo mundo del verdadero amor!
            ¿Sabéis cuánto ha tenido que sufrir Abonim para descubrir todas estas cosas? Nosotros debemos estarle muy
agradecidos porque nos ha dado lo más valioso del mundo, el poder conocer el corazón del Padre Celestial y poder así
unirnos a él de corazón.
           Estas cosas tan importantes que Abonim nos ha enseñado están en el Principio Divino. Por eso tenemos que
estudiarlo con mucha atención y una vez que lo sepamos bien enseñárselo a los demás para que todos conozcan y
amen al Padre Celestial y así consolar su corazón.

                                                 ¿Cómo es Dios?
           Sabemos que existe el Padre Celestial, pero ¿podemos verle? No, no podemos verle con los ojos, pero sí
sentirlo en nuestro corazón. Podemos ver a nuestro padre y madre, y además podemos sentir que nos quieren porque
nos dan besos, nos cuidan y nos protegen. Pero, aunque dejemos de verlos porque estén de viaje, seguiremos sintiendo su
amor en nuestro corazón. De igual manera, el Padre Celestial nos ama y nos cuida mucho, y aunque no podamos verlo,
podemos llegar a sentirlo en nuestro corazón.
           Pero, si Dios es invisible, ¿de qué manera podríamos saber cómo es? ¿Verdad que cuando dibujáis ponéis en
el dibujo las cosas y los colores que más os gustan? Primero tenéis ideas bonitas o os imagináis cosas hermosas y luego
las pintáis. Así expresáis en el dibujo todas la cosas que tenéis dentro de vosotros.
           Igual hizo Dios al crear el universo. Dios, como un artista, expresó todo lo que tenía dentro en su obra, la creación.
Así que aunque no podamos ver a Dios, observando las maravillas de la naturaleza, los hombres, los animales, las plantas
y las estrellas, podemos hacernos una idea de cómo es Dios. ¡Qué cosas tan preciosas ha hecho Dios, el azul del cielo, la
belleza de las flores, la inmensidad del mar!
           Dios expresó su forma de ser en todas las cosas. Así que todos los seres son un reflejo de Dios, son
semejante a Dios. Nosotros, los seres humanos, somos los más semejantes a Dios, porque él nos creó como sus hijos
amados. Nos parecemos a Dios, como los hijos se parecen a sus padres.
           Todos tenemos una mente y un cuerpo. La mente no se ve, es invisible, pero eso no quiere decir que no exista.
Podemos sentir en nuestro corazón el cariño de nuestros seres queridos. A veces estamos contentos y otras veces tristes.
Tenemos inteligencia. Y por eso estudiamos y aprendemos muchas cosas. ¿Os habéis dado cuenta de lo inteligente y
sensibles que son los hombres? Gracias a la imaginación y las ideas que se le han ocurrido a los inventores y artistas, se
han construido aviones y naves espaciales, rascacielos y puentes inmensos, o muchas obras de arte preciosas, etc.
También todos tenemos un cuerpo, y éste si que lo vemos, unos más alto y otros más bajos, rubios o morenos, pero todos
muy parecidos, con ojos, nariz, boca, brazos y piernas.
           Los animales también tienen una mente. Sin duda habéis observado como los perros vienen cuando los llamáis
por su nombre y mueven la cola cuando están contentos. Los pajaritos construyen con mucho esmero el nido para sus
polluelos y, luego, los alimentan y los defienden. Podemos ver que los animales también tienen sentimientos y son
inteligentes. Es porque tienen una mente invisible, distinta de la nuestra, que se llama mente animal. También tienen un
cuerpo, que aún siendo muy distintos unos de otros así mismo tienen ojos, boca y patas.
           Y las plantas, ¿pensáis que porque están ahí quietas y parece que no se mueven ni sienten? Os equivocáis, ellas
también sienten. Sienten alegría cuando alguien las cuida y las riega con cariño. Las plantas tienen una mente vegetal que
les hace sentir el calor del sol por la mañana cuando sus flores se despiertan y abren sus pétalos. Sienten así mismo la
frescura de la lluvia y la mano de un niño cuando las acarician. También tienen un cuerpo visible compuesto de raíces,
tallos, hojas y flores.
           Las piedras y minerales están compuestas de átomos y partículas. Son cosas tan pequeñas que no se pueden
ver ni con un microscopio. Pero se sabe que los átomos se componen de partículas que giran unas alrededor de otras,
igual que los planetas giran alrededor del sol. Esto es porque tienen algo invisible que hace que se muevan así, una especie
de mente mineral.
           ¿Os habéis dado cuenta cómo todas las cosas de la creación tienen una mente invisible y un cuerpo visible?
Pues bien, Dios es así también. El Padre Celestial tiene un corazón amante, por eso desea tener a alguien a quién
querer, y siente alegría y a veces tristeza. Dios es muy inteligente, es un gran inventor, porque ha sido capaz de inventar y
                                                              2
crear cosas maravillosas que funcionan tan bien. Dios es un gran artista, porque ha creado pájaros y flores con colores tan
bonitos.
           Pero, ¿cómo es el cuerpo de Dios? Dios no tiene un cuerpo como nosotros, con piernas y brazos. Dios está en
todas las partes y puede oír y ver todo lo que decimos y hacemos. Así que el cuerpo de Dios es como una fuerza, una
energía que está en todas las partes, como el calor y la luz del sol, o el viento y el aire.
           Pero, Dios quiere vivir es en nuestro corazón. Allí es donde el Padre Celestial quiere hablarnos y darnos amor.
Así que en cierta manera nosotros somos como el cuerpo de Dios. Dios quiere acariciar a los animales, oler las flores y
sentir la brisa del mar a través de nuestros sentidos. Dios quiere amar a toda la creación por medio de nosotros.
           Aún hay algo más que podemos descubrir de Dios observando a la creación. ¿Os habéis dado cuenta que todo
existe en parejas? Hay hombres y mujeres, es decir, padres y madres, niños y niñas. Todos los animales son machos y
hembras. En las flores hay también una parte masculina y femenina.
           Por esta razón pueden nacer los niños, los huevos y las semillas. ¿Sabéis por qué esto es así? Porque Dios
también es masculino y femenino. Dios es como un padre y una madre. Aunque llamamos a Dios, Padre Celestial, esto
no significa que sea sólo padre.
           Dios a veces, cuando es severo y nos dice que tenemos que portarnos bien, nos quiere como un padre, y otras
veces nos abraza y consuela como una madre. Dios es el padre y la madre de todos los hombres. El Padre Celestial tiene
un corazón grandísimo lleno de amor por todos sus hijos e hijas. Todo lo ha creado para darnos alegría y felicidad. Dios sólo
quiere nuestro bien y sufre cuando nos hacemos daño unos a otros y nos portamos mal. El Padre Celestial siempre nos
ama, incluso cuando nos apartamos de él. Su amor es eterno e incambiable.

                                                     Dar y recibir
           Dios ha creado muchos seres y cosas, los hombres y las mujeres, peces, pájaros, arboles, hierba, la tierra, el sol y
los planetas. ¿Existen cada una de estas cosas aisladas, separadas sin ninguna relación entre sí? No, Dios ha creado
cada ser para que se relacione con otro, para que dé algo a los demás y a cambio reciba algo del otro. Sin una relación
de dar y recibir nada podría existir ni multiplicarse.
           Fijáos en la naturaleza, si no hubiera aire no podríamos respirar y nos moriríamos. Si cuidamos un manzano,
regándolo y echándole abono, luego el árbol agradecido nos dará unas sabrosas manzanas. Las flores ofrecen a las abejas
su dulce néctar, a cambio las abejas les llevan el polen de otras flores pegados a sus patas que fertilizan las flores para que
produzcan sus frutos y semillas. Los árboles purifican el aire absorbiendo el gas carbónico y desprendiendo oxígeno, que es
lo que los hombres y animales necesitan para respirar. Las plantas se alimentan de la tierra a través de las raíces, los
animales se comen las plantas, pero cuando se mueren su cuerpo se descompone y sirve de alimento a las plantas.
           El agua de la lluvia, descendiendo de las montañas, forma arroyos y ríos que riegan a los árboles y plantas, y dan
de beber a los animales. Los ríos van a parar al mar, allí el calor del sol hace que el agua se evapore y forme las nubes, que
volverán de nuevo a la tierra para producir la lluvia. La tierra da vueltas alrededor del sol. Os imagináis que un día la tierra
se negara a seguir dando vueltas y quisiera irse sola por el espacio. ¿Qué ocurriría? Pues que todo lo que hay en la tierra
se moriría, porque sin el calor y la luz del sol nada puede vivir. ¿Os dais cuenta como Dios ha hecho la naturaleza? Cada
cosa existe para que vivan las demás.
           Dios también nos ha hecho para que vivamos los unos para los otros, para que nos necesitemos mutuamente.
Pues, siempre tenemos algo que dar a los demás y algo que recibir de ellos. Cuando nacemos y somos un bebé,
necesitamos el cariño y cuidado de nuestros padres. Sin ellos no podríamos sobrevivir. Ya que nuestros padres nos aman y
se sacrifican por nosotros, debemos obedecerlos y quererlos. Y cuando se hacen abuelos y necesitan nuestra ayuda,
debemos cuidarlos con el mismo cariño que ellos nos cuidaron a nosotros.
           El marido y la esposa se deben querer y ayudar mutuamente, así serán felices. Si son egoístas y se pelean
harán desgraciados a sus hijos. Los hermanos y hermanas no deben tampoco ser egoístas y pelearse, sino ayudarse los
unos a los otros y quererse mucho, así sus padres y toda la familia será feliz. En la escuela, el profesor debe enseñar y
educar a los alumnos como si fueran sus hijos, y los estudiantes deben respetar y prestar mucha atención a los
profesores. Los compañeros de clase también no deben pegarse entre sí, ni burlarse de los que son feos o torpes, sino
ayudarse unos a otros, así todos estarán contentos en la escuela.
           ¿Qué es mejor, que des algo a los demás o sólo querer que te den cosas a ti? Imagináos que tenéis diez amigos.
Si siempre estáis pidiéndoles cosas y pegándoles, nadie querrá ser vuestro amigo y al final os quedaréis solo. Pero, si por el
contrario, siempre estáis regalándoles cosas, ayudándoles y queriéndoles, entonces todos desearán seguir siendo vuestro
amigo y en vez de diez cada vez tendréis más amigos. Por ello, debemos ser generosos y desprendidos. Al final
seremos los más felices porque todos querrán ser nuestro amigo. Los que son egoístas, los que quieren todo para ellos y se
pelean con los demás, al final serán los más desgraciados porque nadie los querrá y se quedaran solos.
           Dios al crearnos invirtió todo su ser en nosotros, pensó en darnos todo lo que tenía y hacernos felices. El corazón
de Dios sólo desear dar y dar amor a sus hijos. Por esto, no deberíamos ser egoístas, sino ser semejantes a Dios,
querernos y ayudarnos unos a otros. Así toda la humanidad sería como una gran familia y no habría guerras, ni niños que
pasaran hambre, ni se maltrataría a los animales. Todos viviríamos felices y en armonía, y nuestro Padre Celestial sería el
más feliz de todos.

                                     ¿Por qué Dios creó el mundo?
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Hace miles de millones de años aún no había hombres, ni animales, ni casas, ni árboles, ni nada, sólo un inmenso
vacío. ¿Podéis imaginároslo? Dios estaba completamente solo.
           El Padre Celestial se sentía solo, tenía necesidad de tener a alguien con quién hablar, alguien con quién compartir
todo su amor. Imagináos que tenéis todos los juguetes que os gustan, pero nadie con quién jugar. Al principio puede que os
haga ilusión, pero después poco a poco os iréis poniendo tristes y necesitaréis un amigo o un hermano con quién jugar.
           Lo mismo le ocurría al Padre Celestial y por ello pensó:
            — ¡Oh, cómo me gustaría tener a alguien con quién compartir mi corazón! Puedo tener todo lo que quiera,
pero si no puedo expresar mi corazón a nadie, ¿qué sentido tiene la vida?
           — ¡Oh, cuánto desearía tener a un ser semejante a mí! — murmuraba para sí el Padre Celestial — Alguien con
quién poder vivir por toda la eternidad. Hablar juntos, trabajar juntos, reírse juntos, bailar juntos, descansar juntos. ¡Oh, qué
maravilloso sería!
           — Crearé a mi hijo y a mi hija — siguió pensando en voz alta el Padre Celestial — Plantaré mi amor en ellos y
crecerán llegando a ser cada vez más semejante a mí. Cuando maduren y sus corazones estén llenos de mi amor les
daré mi bendición y formaran un hermosa familia. Haré que puedan tener niños y se conviertan en padres. Así podrán amar
a sus hijos como yo les amaré a ellos. Seré como un abuelo para sus hijos, a los que abrazaré y amaré a través de ellos.
           — Mi amor vivirá en medio de ellos y todo el universo se sentirá atraído hacia mis hijos — decía Dios cada
vez más entusiasmado — Toda la creación deseará bailar y cantar con ellos y seguirles a donde quieran que vayan. Mis
nietos también crecerán y llegarán a ser padres. Habrá familias ideales por todas las partes y mi amor estará con ellos para
siempre. ¡Si, éste es mi sueño y mi ideal! Solamente pensar en ello me hace sentir feliz.
           A partir de entonces el Padre Celestial estuvo muy ocupado. Trabajó muchísimo en idear la creación, que sería un
lugar maravilloso donde sus hijos pudieran vivir.
           — Crearé un universo grandioso — planeaba Dios — El firmamento estará lleno de estrellas que brillaran por la
noche junto con la luna. De día estará el sol que dará luz y calor. Poblaré la tierra de diferentes animales, plantas, flores y
frutos de muchas formas y colores, para que nunca se cansen de admirarlos. Habrá montañas gigantescas y valles por
cuyas praderas verdes correrán ríos de agua cristalina donde irán a beber los animales. Todos los ríos irán al mar y allí se
unirán en un fuerte abrazo. Debajo de las aguas del mar también habrá plantas y todo tipo de peces, grandes y pequeños.
           El Padre Celestial pensó en crear muchas cosas que agradaran a sus hijos. Incluso antes de crearlos, siempre
que pensaba en ellos su corazón rebozaba de alegría. Dios era como un padre y una madre que preparan las mejores
cosas para su bebé antes de su nacimiento.
           Después de haber ideado su plan, pudo finalmente empezar la obra de la creación. Era una tarea inmensa.
¿Podéis imaginároslo? El Padre Celestial necesitaba que alguien le ayudara. Por eso hizo primero a los ángeles y el
mundo espiritual. No, no podemos ver este lugar aún, pero es un mundo maravilloso en donde viviremos por la eternidad
después de nuestra vida en la tierra.
           — Ahora haremos el mundo físico donde nacerán mis hijos — le dijo Dios a los ángeles — Allí crecerán y
aprenderán a experimentar mi amor. Si, será una escuela del amor para ellos.
           Entonces, Dios de su energía comenzó a formar las partículas, que son las cosas más pequeñas. Al juntarse
éstas se formaron los átomos. Al unirse los átomos se formaron las moléculas que constituyen todos los minerales. Luego
Dios con los minerales formó todos los cuerpos celestes, las estrellas, soles y planetas que componen el universo. El
Padre Celestial eligió la tierra como el lugar donde nacerían sus hijos. Allí fue donde plantó las semillas de las plantas y
animales.
           El Padre Celestial trabajó sin descanso durante millones de años hasta que todo estuvo listo. Incluso para Dios,
esta tarea no fue fácil. ¡El Padre Celestial invirtió toda su energía, todo su corazón y amor hasta que no le quedaba ya
nada que dar!
           ¿No creéis que el Padre Celestial debió sentirse tremendamente cansado? Sin embargo, el Padre Celestial se
decía a sí mismo — No descansaré hasta que todo esté preparado para mis hijos.
           Cuando por fin todo estuvo listo, Dios reunió a los ángeles y les dijo — Ahora crearé al hombre y la mujer. Los
crearé a mi imagen y semejanza, y serán mis hijos.
           Hasta ese momento, Dios había creado a los ángeles, que sólo eran espíritus, y a los animales y plantas, que no
tenían un espíritu eterno. Pero ahora crearía al hombre y la mujer, con un espíritu eterno y cuerpo físico. Con su
cuerpos podrían relacionarse con el mundo físico, con sus espíritus se comunicarían con el mundo espiritual. Así que serían
los seres más completos, los reyes del universo. Y sobre todo podrían sentir el corazón del Padre Celestial, su amor y
ternura, y tener una relación con Dios como la de un padre y un hijo.
           Entonces, una vez más, el Padre Celestial derramó todo su corazón en la creación de sus preciosos hijos. Cuando
el Padre Celestial vio a sus hijos, sintió tanta alegría y amor que, por mucho que nos lo imaginemos, nos quedaremos
cortos. ¡Qué feliz estaba el Padre celestial! Se sentía tan emocionado que quería reír y llorar a la vez de alegría.
           Cuando pensáis en vuestros padres, sentís que os quieren mucho. Pues el Padre Celestial aún os quiere más,
porque el amor que nos dan nuestros padres vienen de Dios. Nosotros también podemos darle amor para que sea feliz y no
se sienta sólo. Podemos decirle — Padre Celestial, te queremos mucho y queremos hacerte feliz — Entonces sentiremos
como nos abraza y nos rodea con su amor. El Padre Celestial siempre está esperando a que tratemos de
relacionarnos con él.
           Todos los ángeles y toda la creación se alegraron junto con Dios en aquel día tan señalado.


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Las tres bendiciones de Dios
           Cuando el Padre Celestial creó a Adán y Eva, era el ser más feliz del mundo. Su corazón rebozaba de alegría y
felicidad. Dios tenía puestas todas sus ilusiones y esperanzas en ellos. Toda la creación la había hecho para ellos. Adán y
Eva eran el primer hijo e hija de Dios. Ellos iban a ser los primeros padres de todos los hombres. ¿Cuál era el plan que Dios
tenía para ellos? ¿Qué era lo que Dios esperaba de ellos?
           La Biblia nos cuenta que el Padre Celestial les bendijo diciéndoles — ¡Creced y multiplicáos, y dominad la
tierra! — ¿Qué significan estas bendiciones de Dios? Vamos a verlo ahora.

         La primera bendición de Dios: "Creced"

          Como cualquier ser humano, Adán y Eva primero fueron bebés, luego niños y adolescentes, hasta llegar a ser
jóvenes sanos y fuertes. Pero no sólo sus cuerpos deberían crecer, también sus espíritus deberían crecer hasta llegar a ser
un hombre y una mujer perfectos.
          Dios deseaba que aprendieran muchas cosas sobre los animales y las plantas, y que conocieran todos los
secretos del universo, pero lo más importante para el Padre Celestial era que Adán y Eva comprendieran su ideal y se
unieran a él de corazón en una relación de amor. Así Adán y Eva serían perfectos. También, dentro de ellos sus mentes
y sus cuerpos estarían unidos. Es decir, que nunca dirían mentiras ni harían nada malo hiciera sufrir a Dios. Ellos sentirían
el corazón del Padre Celestial y por eso nunca desearían hacer sufrir a Dios.
          Esta era la primera bendición de Dios; que llegaran a ser un hombre y una mujer perfectos.

         La segunda bendición de Dios: "Multiplicáos"

           Cuando Adán y Eva se hubieran convertido en jóvenes maduros y perfectos, el Padre Celestial les habría llamado
y les hubiera hablado de esta manera:
            — Hijos míos, estoy muy feliz de que ya hayáis crecido y vuestro corazón haya madurado. Ahora quiero
daros mi bendición para que seáis marido y esposa. Deseo que os améis el uno al otro con un amor puro, eterno e
incambiable. Deseo que tengáis muchos hijos e hijas y que los améis como yo os amo a vosotros. Quiero vivir con
vosotros, con vuestra familia. Seré como el abuelo de vuestros hijos y formaremos una familia feliz. Vuestros hijos
crecerán y a su vez tendrán hijos. Tendréis tantos descendientes que llenaran toda la tierra. Siempre estaremos unidos por
el amor, formando una gran familia. Juntos seremos inmensamente felices.
           Este día, en el que el Padre Celestial hubiera bendecido en santo matrimonio a Adán y Eva, sería el día más
feliz de toda Su existencia. No hubiera podido parar de bailar y cantar de alegría. No sólo Dios, sino que también los
ángeles, los pájaros y todos los animales cantarían y bailarían llenos de felicidad. La boda de Adán y Eva era la boda del
príncipe y la princesa de Dios. Después de su boda se convertirían en el rey y la reina de todo el universo.
           Esta era la segunda bendición de Dios. Crear una familia ideal, tener muchos hijos y nietos, llenar la tierra de
familias ideales y formar así una gran familia unida por el amor. Este era el ideal que Dios siempre había soñado.

         La tercera bendición de Dios: "Dominad"

          Dios quería que sus hijos fueran unos reyes. Por eso, creó este mundo tan maravilloso para nosotros, para
hacernos feliz. ¿Verdad que somos felices cuando respiramos el aire puro de las montañas, cuando nos bañamos en el
mar, o cuando oímos a los pajaritos cantar? Nosotros debemos cuidar y amar a todas las criaturas de la naturaleza. Los
animales y las plantas quieren recibir el amor de Dios a través de nosotros y devolvernos belleza y servicio.
          Dios es el inventor más inteligente del universo y el artista más grande. Así que el Padre Celestial desea que
nosotros estudiemos mucho, conozcamos todos los secretos de la naturaleza e inventemos y construyamos muchas cosas,
aviones, cohetes, coches, casas, pero siempre sin destruir la naturaleza.
          Esta era la tercera bendición de Dios; que dominemos la creación con amor y que construyamos muchas
cosas para la felicidad de todos. Este era el ideal de la creación del Padre Celestial. Si Adán y Eva hubieran realizado
estas tres bendiciones de Dios, viviríamos en un paraíso terrenal, el Reino de los Cielos en la tierra, y después de la vida
aquí en la tierra iríamos a vivir con Dios eternamente en el Reino de los Cielos en el mundo espiritual.

                                              ¿Cómo crecemos?
            ¿Cómo Dios creó todas las cosas? ¿Tenía una varita mágica y dijo — ¡que haya sol y planetas! — y ¡plas!
aparecieron de repente — ¡que haya árboles! — y ¡plos! todo estaba lleno de árboles? No, no fue como por arte de magia.
            Dios no creó a los seres ya maduros o perfectos. Dios creó la semilla de todas las cosas. Luego estas semillas
crecieron y se desarrollaron hasta formar seres maduros. Por ejemplo: Si plantáis una semilla, al cabo de varias semanas
aparece un tallo con pequeñas hojas verdes que crecerá hasta convertirse en una planta. Luego, en la primavera echará
flores y frutos. En otoño los frutos estarán ya maduros y podremos saborearlos.
            Nosotros también venimos de una semilla pequeñita que está plantada en el vientre de nuestra madre. Cuando
nacemos somos un bebé pequeño, luego un niño. Crecemos mucho y nos convertimos en jóvenes. Y luego llegamos a ser
                                                            5
personas adultas y maduras. Hay tres etapas de crecimiento; la etapa de formación o la niñez, la etapa de crecimiento o
la juventud, y la etapa de perfección o la madurez.
          Pero hay una diferencia entre nuestro crecimiento y el de las plantas y animales. Las plantas y los animales
crecen guiados por sus instintos de una manera natural, sin hacer grandes esfuerzos. Sólo tenemos que regar las plantas
de nuestro jardín para que echen muchas flores y dar de comer a los gatitos para que crezcan y se pongan muy grandes.
¿Tienen los gatos que aprender a leer y escribir, e ir a la escuela? No, se pasan todo el día jugando y tumbados tomando el
sol.
          Sin embargo, a nosotros Dios nos ha dado la responsabilidad de desarrollar nuestro carácter y espíritu. Por
esto, tenemos que estudiar y aprender muchas cosas. Cuando estamos creciendo no sabemos aún distinguir con certeza lo
bueno de lo malo. Por ello, Dios le dijo a Adán y Eva, cuando aún eran inmaduros, que no deberían comer del fruto
prohibido. La responsabilidad de ellos era tener confianza y obedecer este mandamiento de Dios. Pero ellos no
obedecieron y comieron del fruto causando así su propia desgracia y la de todos sus descendientes. Por eso, tenemos que
obedecer y tener confianza en el Padre Celestial y en nuestros padres, y seguir sus consejos haciendo sólo cosas buenas
y evitando las malas.
          ¿Por qué Dios nos ha dado esta responsabilidad? Su deseo es que comprendamos su ideal y que lleguemos a
la perfección por nuestro propio esfuerzo. El Padre Celestial quiere estar orgulloso de nosotros y desea que lleguemos a ser
incluso mejor que él.
          Dios nos ha hecho diferentes de las plantas y animales porque somos sus hijos, los reyes de la creación. Esta es
otra razón por la que tenemos la responsabilidad de estudiar, de aprender muchas cosas, de ser muy buenos y amar a
Dios, para así llegar a ser unos reyes buenos y amantes que sepan cuidar de las plantas, animales y todas las cosas de la
creación.
          El deseo más grande de Dios es que lleguemos a la perfección y libremente le amemos y nos unamos a él
de corazón. Una vez que hayamos llegado a la perfección podremos hacer todo lo que queramos. Nunca haremos algo
malo porque, sin que nadie nos lo diga, sabremos por nosotros mismos que las cosas malas hacen sufrir a Dios, a los
demás y nos hacen un daño a nosotros mismos. La perfección es vivir completamente feliz, queriendo a Dios, a
nuestros padres, a nuestro marido y esposa, a nuestros niños y a toda la gente del mundo con un amor verdadero.
El reino de la perfección es el reino de la felicidad y el amor verdadero.

                                             El mundo espiritual
           El Padre Celestial nos creó con un espíritu y un cuerpo. Con nuestros ojos podemos ver el azul del cielo, con
nuestra nariz podemos oler el perfume de las flores, con nuestros oídos escuchar el canto de los pájaros, con nuestra boca
saborear una deliciosa fruta y con nuestras manos acariciar la suave piel de un gato. Este hermoso mundo físico que nos
rodea nos es muy conocido y familiar.
           Pero aquí no podemos vivir para siempre. Nuestro cuerpo físico envejece como el de los abuelos y algún día tiene
que morirse. ¿Qué le ocurre, entonces, a nuestro espíritu? Nuestro espíritu es eterno, y, después de que nuestro cuerpo
se muere, va a vivir al mundo espiritual. El Padre Celestial, ya desde antes de la creación de este universo físico, había
creado a los ángeles y un maravilloso mundo espiritual para nosotros. Lo que pasa es que no podemos verlo con los ojos de
nuestro cuerpo físico.
           No podemos ver tampoco nuestro alma o espíritu, pero esto no quiere decir que no exista. De hecho en nuestro
espíritu están las cosas más valiosas que poseemos, nuestro corazón y amor, nuestros sentimientos y deseos, nuestra
inteligencia. Pero nuestro espíritu existe realmente y también tiene un cuerpo espiritual eterno, que no envejece ni muere.
           El mundo espiritual no se puede ver con los ojos del cuerpo físico, pero si podremos verlos con los ojos de
nuestro cuerpo espiritual. El mundo espiritual es muchísimo más bello y hermoso que este mundo físico. Allí viven
los ángeles. Allí, en vez de respirar aire, respiraremos el amor de Dios. Allí la naturaleza es maravillosa e inmensa, y con
nuestro cuerpo espiritual podremos volar y viajar, incluso a la velocidad del pensamiento.
           Fijáos bien, nuestra vida tiene tres etapas. Durante nueve meses vivimos dentro del vientre de mamá. Allí
nuestro cuerpo se va formando poco a poco. Aunque es un lugar oscuro y pequeño, estamos protegidos y alimentado por
nuestra madre. Al nacer pasamos del vientre a un mundo más grande. Cuando nacemos tenemos un cuerpo muy pequeño,
pero ya podemos respirar, comer y desenvolvernos en este nuevo mundo. Esta es la segunda etapa de nuestra vida que
dura 80 o 90 años. Durante la vida aquí en la tierra, el cuerpo y el espíritu crecen al mismo tiempo. El cuerpo es como el
árbol y el espíritu como el fruto. El Padre Celestial creó este mundo como una escuela del amor. Primero, recibimos el
amor de nuestros padres y hermanos y hermanas, así vamos aprendiendo a recibir y dar amor. Luego, nos casamos y
tenemos niños, entonces nuestra capacidad de dar amor aumenta. Así nuestro espíritu va madurando al mismo tiempo que
aprendemos a amar a los demás y experimentamos cada vez más el amor del Padre Celestial.
           Al final nos hacemos abuelos y un día abandonamos este mundo para ir a vivir con el Padre Celestial en el mundo
espiritual, nuestro hogar eterno, un mundo más grande y maravilloso que este. Así pues, la muerte no es algo triste sino
como un nuevo nacimiento o como viajar a otro país o planeta. Allí viviremos con nuestros padres y familiares que
hayan partido antes que nosotros. Esta es la tercera etapa en nuestra vida en la que, sobre todo si somos buenos,
viviremos con nuestro Padre Celestial y nuestra familia por la eternidad.
           ¿Cómo nuestro espíritu puede crecer hasta ser maduro o perfecto, mientras vivimos aquí en la tierra? Por
ejemplo, para que nuestro cuerpo crezca sano y fuerte, necesitamos el calor y la luz de sol, aire puro y comida sana. ¿Qué
pasaría si no comiéramos lo necesario? Al cabo de un tiempo nos pondríamos enfermos ¿Y si nunca nos diera el sol ni
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respirásemos aire puro? Nos ocurriría lo mismo.
            Dios es como el sol del mundo espiritual, la fuente de amor, sabiduría y vida. Por esto, nuestro espíritu, para
crecer, necesita recibir el amor de Dios, aprender los ideales de Dios y vivir en un ambiente de armonía. Son nuestros
padres los que deben darnos el amor de Dios y enseñarnos las palabras de Dios. Esto es como el calor, la luz y el aire
para el espíritu, pero también éste necesita una especie de alimentos o vitaminas. El alimento para nuestro espíritu son
las buenas obras. Dios y nuestros padres nos enseñan lo que está bien y lo que está mal. Cuando hacemos cosas buenas
nos sentimos felices y cuantas más cosas buenas hagamos más alimentamos a nuestro espíritu y más bello y
hermoso se volverá. Sin embargo, la gente que hace cosas malas envenena su espíritu, que se vuelve negro y feo.
            Por esto, el Padre Celestial quiere que aprendamos a dar y recibir amor, queriendo a nuestros padres y
hermanos, y haciendo muchas cosas buenas por los demás, para que así podamos vivir felices aquí, y luego nos preparará
un lugar maravilloso en el mundo espiritual. Sin embargo. la gente que es mala y egoísta, que siempre se están peleando
y haciendo daño a los demás, destruyen sus espíritus y después de morir van a un sitio oscuro y horrible en el mundo
espiritual.

                                            La caída de Adán y Eva
           Cuando el Padre Celestial comenzó a crear este mundo, ya había hecho antes el mundo espiritual y a los ángeles.
Igual que Dios puso muchos animales y plantas en el mundo físico para la alegría del hombre, en el mundo espiritual
puso a los ángeles para cuidar y servir a los hombres.
           Así que desde antes de la creación del mundo había muchos ángeles. Ellos ayudaron a Dios en la creación y
vieron como Dios creó todas las cosas. Por esto conocían muchos secretos de la naturaleza. Especialmente Lucifer, que
era el jefe de todos los ángeles. Era muy inteligente y hermoso. Era el ángel que Dios más amaba.
           Por fin llegó el gran día, el día en el que nacieron Adán y Eva, el hijo y la hija del Padre Celestial, los reyes de la
creación. Dios había trabajado muchísimo, había invertido todo su corazón preparándolo todo para sus hijos. De toda la
tierra Dios había escogido un lugar precioso para que sus hijos nacieran, el Jardín del Edén, por donde pasaban cuatro ríos
y estaba lleno de árboles frutales, plantas y animales de todas clases.
           ¡En aquel día, Oh, el Padre Celestial se sentía inmensamente feliz! ¡Si, lloraba de felicidad! Fue la cosa más
grande que Dios jamás había experimentado. Toda la creación y los ángeles se alegraron con él. Fue un día inolvidable.
           Los ángeles cuidaron de Adán y Eva cuando eran pequeños. Dios amaba y confiaba tanto en Lucifer que le
encargó que cuidara y educara a Adán y Eva. Su misión era la de ser como su profesor y enseñarles todos los secretos de
la creación. Adán y Eva a medida que crecían eran cada vez más hermosos y Dios los amaba cada vez más. Adán siempre
andaba corriendo detrás de los animales que se encontraba y a todos les iba poniendo un nombre. Eva disfrutaba
admirando las flores y plantas que crecían en el Jardín del Edén.
           Pero, entonces, ocurrió algo...
           Un sentimiento diferente comenzó a crecer en el corazón de Lucifer. Un sentimiento extraño y frío. Sentía
como si ya no era tan importante como antes.
            — A Dios lo único que le preocupa ahora es Adán y Eva — pensaba Lucifer — Cuando ellos crezcan serán más
importantes que yo y Dios los pondrá a cargo de toda la creación.
           Lucifer sentía como si Dios le quería menos que antes. Se sentía abandonado e inútil. Comenzó a pensar —
¿Y yo qué? He estado trabajando para Dios todo este tiempo. Adán y Eva no han hecho nada. Ellos no saben nada acerca
de la creación. ¡Son tan ignorantes! ¿Por qué Dios los ama más?
           De hecho, estaba muy celoso de que Adán y Eva fueran más amado por Dios. Sin embargo, Dios seguía
amando a Lucifer tanto como antes, pero era natural que amara más a sus hijos. Lucifer debería haber compartido la misma
alegría que Dios sentía al amar a sus hijos y haber cumplido fielmente su misión de cuidar y servir a Adán y Eva. En el
futuro podría haber recibido un amor muy grande de Dios a través de Adán y Eva, que hubiera compensado con creces la
falta de amor que sentía ahora haciéndole completamente feliz.
           Pero Lucifer no pudo ver esto. Estaba siempre pensando — ¿Cómo puedo tener el dominio sobre Adán y Eva
y sus descendientes? ¿Cómo puedo ser el rey de la creación?
           Cada vez estaba más enfadado y centrado en sí mismo. No se preocupaba de lo que le ocurriera a Adán y Eva,
no se preocupaba de Dios, ni de sus ángeles, ni de la creación. Lo único que se preocupaba era de como podría seguir
siendo el número uno, el más amado por Dios.
           Lucifer sabía que Adán y Eva muy pronto serían maduros y perfectos, y Dios les bendeciría en matrimonio,
llegando a ser marido y esposa. Entonces, se convertirían en el rey y la reina de la creación y sería muy difícil dominarlos.
Por esto pensó — Debo aprovecharme ahora que todavía son jóvenes inmaduros, antes de que lleguen a la perfección y
Dios les dé la bendición.
           El Padre Celestial estaba muy preocupado por esta situación. Lo que más le preocupaban eran sus hijos. Ellos
eran adolescentes, puros e inocentes, aún no sabían discernir entre lo bueno y lo malo con claridad, porque todavía eran
inmaduros. También estaba preocupado por Lucifer. Dios conocía sus sentimientos e intenciones y temía que pudiese
engañar a Adán y Eva.
           La Biblia dice que Dios les prohibió comer del fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. En realidad no
había el Jardín del Edén ningún árbol o fruto con ese nombre. El fruto prohibido era un símbolo del amor. Comer del fruto
significaba tener relaciones de amor prematuras o antes de tiempo. Podemos imaginarnos así lo que ocurrió.
           Un día Dios llamó a Adán y Eva, y les habló muy seriamente:
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— Hijos míos, sabéis que os quiero mucho y deseo siempre vuestro bien y felicidad. Aún sois jóvenes y debéis
crecer y madurar. Podéis hacer todo lo que queráis, pero hay algo de lo que tengo que preveniros. Hasta que llegue el
tiempo en que ya seáis maduros y recibáis mi bendición, debéis guardar la pureza y la inocencia de vuestro amor como
el tesoro más valioso y apreciado. Si os comportáis como marido y esposa antes de recibir mi bendición perderéis el
amor verdadero y moriréis espiritualmente. Especialmente, a ti Eva debo prevenirte de que no hagas caso a Lucifer si trata
de decirte lo contrario y por ninguna razón debes dejar que te coja de la mano, te acaricie o te bese.
           Adán y Eva, viendo la seriedad con Dios les habló, se estremecieron y en ese momento no se les pasó por la
cabeza desobedecer a Dios, aunque, por ser tan jóvenes e inocentes, no entendían bien el mandamiento.
           Mientras tanto, Lucifer, que seguía enseñando a Adán y Eva muchos secretos sobre la naturaleza, empezó a
querer estar más tiempo a solas con Eva. Le decía a Eva — Deja que tu hermano se vaya por ahí persiguiendo a los
animales. Tú quédate conmigo pues quiero contarte más cosas muy interesantes.
           Lucifer se sentía muy atraído hacia Eva porque ella era muy hermosa. Eva también se sintió atraída por Lucifer
porque parecía muy sabio e inteligente. Un día Lucifer le dijo a Eva — ¿Te ha dicho Dios que no debes dejar que nadie te
acaricie y que te bese? ¿Si? ¡Eso es que Dios no quiere que disfrutes del amor y seas feliz!
           Pero Eva acordándose del mandamiento de Dios lo rechazaba diciéndole que si Dios lo había prohibido sería por
algo y que había que ser obedientes. Sin embargo, después de pasar muchos días junto con Lucifer, al final, Eva se sintió
confundida, sin saber si debía obedecer el mandamiento de Dios o no. Entonces, cometió una terrible equivocación.
Se dejó seducir y engañar por Lucifer y ambos se comportaron como marido y esposa.
           Después Eva se sintió culpable por lo que había hecho y se dio cuenta que Adán era quién debería ser su marido,
y no Lucifer. Vio que Adán era aún inocente y puro, y buscó su consuelo. Y luego convenció a Adán para que se comportara
como su marido. Pero esto también era contra el mandamiento de Dios. El Padre Celestial les había dicho que debían
esperar hasta que, una vez maduros, se casaran con el permiso de Dios.
Eva logró seducir y engañar a Adán y se unieron como marido y esposa sin el permiso ni la bendición de Dios.
           ¡No sabéis lo terrible que fue esto! ¡Qué desgraciados y miserables se sentían después de perder el amor de
Dios! Se sentían temerosos y culpables, sus espíritus se oscurecieron al perder el amor de Dios y derramaron muchas
lágrimas de desconsuelo y desesperanza.
           ¿Sabéis qué pasó con Dios? ¡El Padre Celestial sintió la pena más grande que jamás halláis podido imaginar!
¡Con cuánta ilusión había preparado todas las cosas para sus hijos! ¡Con cuánto anhelo había estado esperando el día de
las bodas de sus hijos! Ellos se habrían convertido en los Verdaderos Padres de la humanidad, teniendo en sus
corazones el amor verdadero, puro y desinteresado de Dios. Este amor verdadero es el que hubieran transmitido a sus hijos
y descendientes, realizándose así el mundo ideal de Dios.
           Sin embargo, todo este ideal se perdió. Al ser engañados por Lucifer y casarse sin la bendición de Dios, se
convirtieron en unos padres falsos, con un amor egoísta, desobedientes y llenos de miedo, envidias, celos y odios. Esto es
lo que multiplicaron realizando así un mundo de odios y guerras.
           Al perder a sus queridos hijos el corazón del Padre Celestial se hizo pedazos. Dios no pudo parar de llorar.
Todas sus ilusiones e ideales se vinieron abajo. Los ángeles, animales, plantas y toda la creación lloró con Dios por esta
pérdida. El sufrimiento de Dios fue tan profundo que nadie pudo consolarle.
           Sin embargo, el Padre Celestial no perdió la esperanza. A partir de entonces, debido a que Dios tiene un amor
incondicional y eterno, su único pensamiento era como acabar con el sufrimiento de sus hijos y recuperarlos de nuevo. Dios
se determinó absolutamente a salvarles. Así durante toda la historia el Padre Celestial ha estado trabajando sin
descanso, buscando a esos Verdaderos Padres que pudieran vencer a Satán y llevar a todos los hombres hacia él. ¡Qué
feliz será nuestro Padre Celestial cuando se consiga esto!
                                                    Caín y Abel
           El mundo se había convertido en un lugar oscuro y gris desde que Adán y Eva se habían apartado de Dios.
Cuando Adán y Eva vivían con Dios todo les parecía maravilloso, el sol brillaba más intensamente y los pájaros cantaban
con más alegría. Sin embargo, ahora sus vidas eran como una pesadilla, sentían miedo y soledad, y se echaban las culpas
el uno al otro de su infelicidad.
           El Padre Celestial no podía amarles ni vivir con ellos. Dios sentía mucha pena por sus hijos e ideó un plan para
salvarles lo más pronto posible. Su plan era claro. De entre sus descendientes nacería el Mesías, un nuevo Adán, que
lograría vencer a Satán y junto con su esposa, una nueva Eva, se convertirían en los Verdaderos Padres de todos los
hombres.
           Pero antes de que pudiera ocurrir esto, la familia de Adán y Eva tenían que apartarse de Satán y prepararse para
recibir al Mesías. El corazón de Adán y Eva era una mezcla de buenos y malos sentimientos. Por ello, Dios les iba a
dar dos hijos, Caín y Abel. El mayor, Caín, sería el que representaría el lado malo y el menor, Abel, el lado bueno. El plan
de Dios era que Abel conquistara con amor el corazón de Caín y ambos se amaran mucho y juntos volvieran a Dios.
Entonces, podrían también llevar a Dios a sus padres, Adán y Eva. Así que el Padre Celestial estaba esperando
ansiosamente el día en el que pudiera recuperar a sus hijos.
           De acuerdo al plan de Dios, Adán y Eva pusieron a su primer hijo el nombre de Caín y al segundo el nombre de
Abel. Pasó el tiempo y ambos crecieron. También tuvieron más hermanos y hermanas. Caín se hizo agricultor, empezó a
trabajar la tierra y sembrarla. Abel, en cambio, se hizo pastor y cuidaba las ovejas y cabras.
           Debido a que Adán y Eva se habían apartado de Dios no pudieron enseñar a sus hijos a ser buenos y darles el
amor de Dios. Especialmente, Caín tenía un carácter odioso, siempre maltrataba a sus a sus hermanos sin ninguna razón.
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Todos le temían porque les pegaba. Sin embargo, Abel era totalmente diferente, ayudaba y cuidaba de sus hermanos.
Todos le querían. Pronto se convirtió en el favorito de la familia.
            Caín, al ser el mayor, quería que sus hermanos le obedecieran, pero ellos escuchaban más a Abel que a él. Caín
se sentía muy celoso de Abel. Caín trabajaba duramente arando y sembrando la tierra, pero como no lo hacía con buen
corazón, sus cosechas no eran buenas. Abel cuidaba su rebaño y cada primavera nacían muchos nuevos corderillos.
Parecía que todo le salía bien. Esto aumentó la envidia de Caín.
            Llegó el tiempo en el que Caín y Abel tenían que demostrar su fe y amor al Padre Celestial. Dios les pidió que le
hicieran una ofrenda. Caín debería ofrecerle frutos del campo, y Abel un cordero de su rebaño.
            Caín, que tenía un corazón resentido en contra de su hermano, cuando preparó la ofrenda no escogió los mejores
frutos, ni puso todo su corazón y fe al ofrecerlos a Dios. Por esta razón, se levantó un viento muy fuerte que tiró su ofrenda
del altar de piedra que había preparado. El Padre Celestial no pudo aceptar su ofrenda.
            Abel escogió el cordero más hermoso y puro de su rebaño para la ofrenda, puesto que pensaba que todo lo que
tenía se lo había dado Dios. Preparó el altar y la ofrenda con todo su corazón y con sumo cuidado para agradar y consolar
al Padre Celestial. Cuando Dios vio la actitud de Abel, Su corazón se llenó de alegría. ¡Por fin tenía a alguien en quién
confiar! Abel sintió esta alegría que venía de Dios y, viendo que el humo blanco del sacrificio ascendía derecho hacia el
cielo, sintió que su ofrenda había sido aceptada por Dios.
            Caín se puso furioso y más celoso que nunca de su hermano. No podía ni siquiera mirarle a la cara. Pensaba
— ¿Por qué Dios ha aceptado la ofrenda de Abel y no la mía?
            Cuando Dios lo vio así le preguntó — ¿Por qué estás enfadado? El mal te acecha como fiera que te codicia, pero
si obras bien, podrás vencerle
            Dios quería que Caín superara sus celos, que no actuara como Satán, que reconociera que su hermano era más
bueno y tratara de aprender de él. Por otro lado, Dios esperaba que Abel consolara a Caín, que le amara y le ayudara a
superar sus celos. El deseo de Dios era que Abel se ganara el corazón de Caín con amor verdadero y ambos
hermanos se unieran y juntos volvieran a Dios. Sin embargo, Abel, que se sentía muy contento, se despreocupó de su
hermano y no le ayudó. Caín, que era muy orgulloso, no pudo arrepentirse ni superar sus celos. Al final odiaba a Abel
con todo su corazón.
            Un día siguió a Abel y cuando estaban en un lugar apartado del campo, cogió una quijada y golpeó a su
hermano hasta matarle. Al ver a Abel sin vida en el suelo, corrió desesperado por el campo.
            Cuando Dios lo vio, le preguntó —¿Dónde está tu hermano?
            — ¡No lo sé! — contestó Caín — ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?
            — Caín, ¿qué has hecho? — exclamó Dios — Veo que la sangre de tu hermano tiñe la tierra. Te maldigo a vagar
por la tierra y a ser perseguido por los hombres.
            ¿Cómo podría ya vivir tranquilo con el remordimiento de lo que había hecho? El Padre Celestial lloró mucho la
muerte de Abel, pues todas sus esperanzas de salvar a toda la familia de Adán y Eva se perdieron. Adán, Eva y sus
hermanos lloraron desconsoladamente por la muerte de Abel. El único que sonreía era Satán, porque había hecho fracasar
el plan de Dios, incitando a Caín a matar a Abel. Ahora, a través de Caín dominaría a todo el mundo.
            ¿Pensáis que el Padre Celestial se dio por vencido? ¡No, eso nunca! Siguió luchando por encontrar a alguien en
quién poner sus esperanzas. Los descendientes de Caín se volvieron cada vez más malos y violentos. Sin embargo, Dios
eligió a Set, que era tranquilo y bondadoso como Abel, para escoger de entre sus descendientes a un hombre bueno y
justo. Este era Noé.
            ¿Qué lecciones podemos aprender de esta historia?
            En primer lugar, nunca debemos guardar celos ni enfado en nuestro corazón. Cuando vemos a otros que son
más buenos o mejores que nosotros, debemos ser humildes y aprender de ellos, no sentirnos envidiosos. Esta fue la actitud
de Caín y eso le hizo desgraciado. Nuestro corazón es como una maceta. Si sembramos semillas malas, nacerán ortigas y
espinos. Si pones semillas buenas, saldrán flores preciosas. Los celos nos hace tener un carácter malo. En cambio, la
humildad, el pedir perdón y la obediencia hace que seamos bellos por dentro.
            En segundo lugar, cuando somos los mejores de clase o los más inteligentes, no debemos burlarnos de los
demás y reírnos de ellos porque son más torpes. Sino, más bien, tratar de ayudarles a ser mejores, como lo que debería
haber hecho Abel con su hermano Caín.
            En tercer lugar, debemos tener la misma fe y confianza en Dios que tenía Abel. Cuando somos niños o jóvenes
debemos confiar también en nuestros padres y contarle todos nuestros problemas, pues ellos sólo quieren vuestra felicidad
y son quienes mejor pueden guiarnos al Padre Celestial.
                                                La familia de Noé
           Transcurrieron muchos años y los descendientes de Adán y Eva se hicieron cada vez más numerosos. De entre
ellos, los del linaje de Caín eran los más violentos, se mataban unos a otros y lograron dominar a todos los demás por la
fuerza. La corrupción y maldad reinaba por todas partes.
           Dios cuando miraba la tierra sentía una pena infinita. El Padre Celestial deseaba mandar al Mesías para que
salvara al mundo, pero en aquellas circunstancias tan malas no le harían caso y lo matarían. Así que Dios se decidió a
acabar con aquella sociedad perversa mandando un diluvio.
           Dios vio que Noé, un descendiente de Set, que vivía con su esposa y sus tres hijos, Sem, Cam y Jafet, era el
hombre más bueno y honrado de aquel tiempo, Un día, al salir de su casa, escuchó la voz de Dios que le decía:
           — ¡Noé, Noé! Los hombres se han vuelto demasiado malos y he decidido destruirlos junto con este mundo malo
                                                            9
que han creado. Haré venir un diluvio y todos se ahogaran, pero te he elegido a ti para que construyas un arca en lo alto de
la montaña, así que tu y tu familia y una pareja de cada especie animal se salve — Noé se quedó atónito, pero creyó
totalmente en lo que Dios le decía.
           El plan de Dios era que, salvando a Noé y su familia, ellos pudieran empezar un nuevo mundo, un nuevo
linaje bueno del cual nacería el futuro Mesías. Noé hizo exactamente lo que Dios le había mandado hacer. Junto con su
familia, después de muchos años de duro trabajo y sacrificios, lograron construir el arca.
           ¿Pensáis que fue fácil para Noé concluir su tarea? No, de ninguna manera. Cuando le contó a su esposa lo que
Dios le había dicho, ella no se lo creyó. Pensó que su marido había perdido la cabeza. Así que Noé tuvo que empezar a
construir el arca totalmente solo. Todas las mañanas, después de oír las quejas y reproches de su propia familia, partía solo
hacia la montaña para construir el arca. Su único consuelo era mirar el cielo azul y sentir en su corazón el amor del Padre
Celestial.
           Al cabo de un tiempo, su esposa y sus hijos, viendo la fe tan grande que Noé tenía en Dios, se decidieron
ayudarle a construir el arca. Noé también anunció a toda la gente que Dios iba a mandar un diluvio. Les decía que tenían
que arrepentirse y que la salvación estaba en el arca. Pero sus vecinos y la gente de su ciudad se reían y burlaban de
Noé y su familia. Todo el mundo los señalaban con el dedo gritándoles —¡Ahí van esos locos! — Incluso los niños les
tiraban piedras.
           Adán y Eva no tuvieron fe en Dios y le desobedecieron. Por esto, Dios tenía que encontrar a un hombre que
tuviera una fe muy grande a pesar de cualquier dificultad. El Padre Celestial estaba muy feliz porque Noé demostró al
construir el arca una fe incambiable a pesar de ser perseguido por todo el mundo.
           Después de terminar el arca, Noé y su familia, la llenaron de alimentos y provisiones para ellos y los animales. Por
fin, Noé y su esposa, sus tres hijos junto con sus esposas entraron y cerraron las puertas. Entonces, el cielo se oscureció y
empezó a llover. Siguió lloviendo por cuarenta días y cuarenta noches. Toda la tierra quedó inundada y en medio de
aquella gran mole de agua sólo flotaba el arca de Noé. Su fe y amor a Dios había salvado a su familia. Ellos se sentían
entonces muy agradecidos y unidos con Noé.
           Pasaron muchos días hasta que las aguas fueron asentándose. Noé primero soltó un cuervo, que revoloteó
alrededor del arca. Luego, mandó un paloma, que volvió al arca al no encontrar tierra firme. Mandó una segunda paloma
que volvió con una rama de olivo. Una tercera ya no regresó, lo cual significaba que las aguas ya había retrocedido y
podían salir del arca. Noé abrió la ventana y vio tierra firme.
           Noé salió del arca con toda su familia y los animales. Dieron gracias a Dios ofreciéndole un sacrificio. Entonces,
Dios les bendijo diciéndoles — Creced, multiplicáos y cuidad de los animales de la tierra, los pájaros del cielo y los
peces del mar. Os doy este nuevo mundo para vosotros — ¡Qué feliz se debería sentir el Padre Celestial en aquel
momento! El sol volvía a brillar en el cielo, la lluvia lo había purificado todo y un arco iris de colores muy brillante apareció
en el cielo como señal de la promesa de Dios de que no mandaría de nuevo otro diluvio. La tierra podía ser de nuevo un
Jardín del Edén.
           El deseo de Dios era que los tres hijos de Noé, junto con sus esposas se unieran de corazón a Noé y heredaran la
fe tan grande que tenía Noé en el Padre Celestial. Así toda la familia estaría unida a Dios y separada de Satán. Pero,
desgraciadamente, Satán trató de infiltrarse dentro del corazón de sus hijos y así sembrar una semilla de discordia. Al
final consiguió entrar en el corazón de Cam, el segundo hijo de Noé, echando a perder todas las esperanzas que Dios tenía
puestas en la familia de Noé.
           Noé, después de bajar del arca, trabajó duramente para plantar una viña. Cuando vino el tiempo de la cosecha
estaba tan contento que bebió mucho zumo de uva hasta que se emborrachó. Así que sin saber lo que hacía se quedó
dormido desnudo en su tienda. Cam pasó por allí y vio a su padre durmiendo desnudo. Se avergonzó de su padre y mostró
una actitud de crítica y reproche por lo que había hecho. No sólo eso, sino que llamó a sus hermanos e hizo que ellos se
avergonzaran y criticaran también a su padre. Trajeron una manta y lo taparon caminando de espaldas para no verle.
           Cuando Noé se despertó y se enteró de lo sucedido, maldijo a Cam y le dijo que sus descendientes serían
esclavos de los de sus hermanos. El Padre Celestial estaba muy triste por lo que había hecho Cam. Satán había
despertado en su corazón malos sentimientos en contra de su padre Noé; vergüenza, crítica y censura. Si Cam hubiera
recordado que toda la familia pudo salvarse gracias al sacrificio y la fe tan grande de Noé al construir el arca, hubiera tenido
un corazón lleno de agradecimiento y amor por Noé. Así no le hubiera dado importancia al hecho de que se acostara
desnudo aquel día en la tienda. Lo hubiera tapado sin decírselo a nadie. Pero Cam no actuó así, sino que incluso puso a
todos sus hermanos en contra de su padre.
           El Padre Celestial se afligió mucho, la semilla del mal y la discordia había entrado en aquella familia que
había salvado del diluvio. Estaba tan afligido como cuando Caín mató a Abel. Todas las esperanzas que tenía puesta en la
familia de Noé se vinieron abajo. Sabía que tendría que esperar mucho tiempo hasta que pudiera encontrar otra familia que
pudiera ser la semilla buena de la cual pudiera nacer el Mesías.
           La lección que podemos aprender de esta historia, es que siempre debemos unirnos de corazón con nuestros
padres, aunque ellos cometan errores, debemos estar agradecido por sus sacrificios y esfuerzos en cumplir la voluntad de
Dios. Debemos heredar la fe tan grande que ellos tienen en el Padre Celestial, así que toda nuestra familia esté unida de
corazón en el amor de Dios. Así también debemos respetar y seguir a todos hombres de gran fe y dedicación a Dios,
unirnos a ellos, heredar su fe y seguir su trabajo para Dios.

                                            La familia de Abraham

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Pasaron muchos años hasta que el Padre Celestial pudo encontrar a otro hombre bueno. Este era Abraham,
descendiente de Sem.
            Abraham vivía en Harán, en casa de su padre Teraj. Un día Dios se le apareció y le dijo:
             — Sal de la casa de tu padre y vete al país que te indicaré. Bendeciré a tu familia y descendientes, que se
convertirán en una gran nación — Abraham tuvo una confianza muy grande en Dios y partió con su esposa Sara y su
sobrino Lot, juntos con sus siervos y rebaños, hacia Canaán, la tierra prometida.
            Cuando Abraham llegó a Canaán, se encontró con una tierra maravillosa, con buenos pastos y muy fértil. Dios le
habló de nuevo una noche:
            — Mira las estrellas del cielo y cuéntalas si puedes. Así será tu descendencia. Te he traído a esta tierra para
dártela en propiedad, para ti y para tus hijos.
            Abraham le preguntó — Señor, ¿qué he de hacer para tenerla? — Entonces, Dios le dijo que le ofreciera el
sacrificio de una vaquilla, un carnero y una paloma. Debería cortar los animales en dos y quemarlos en un altar.
            El deseo de Dios era que Abraham se convirtiera en el padre de la fe, en un nuevo Noé, por eso esperaba que
pusiera todo su corazón y amor en el sacrificio. Por otro lado, Satán estaba observando expectante las acciones de
Abraham, para ver si encontraba un fallo por el cual acusarle ante Dios.
            Abraham preparó el altar y la leña para el fuego, escogió los animales y los sacrificó, cortó en dos a los más
grandes, pero se le olvidó cortar a la paloma. Los ofreció en sacrificio, pero se olvidó también de orar antes para que
Dios aceptara su ofrenda. No preparó la ofrenda con sumo cuidado y amor. Por esta razón, unas aves de rapiña, que
simbolizaban a Satán, se abalanzaron sobre los cuerpos. Abraham tuvo que espantarlas. Cuando atardecía, Abraham
estaba tan cansado que cayó en un profundo sueño.
            El Padre Celestial estaba muy triste por la mala actitud de Abraham. Dios no pudo aceptar su ofrenda debido a
que Abraham no demostró suficiente fe al hacer el sacrificio, algo tan sencillo y fácil si lo comparamos con lo que tuvo que
hacer Noé.
            Abraham se despertó presa de un gran terror y escuchó la voz de Dios que le amonestaba diciéndole — Haz de
saber que tus descendientes serán esclavos y vivirán oprimidos durante 400 años en una tierra extraña.
            Abraham se sintió muy apenado y arrepentido por su mala actitud y falta de fe hacia Dios, tanto que lloró mucho
pidiéndole perdón. El Padre Celestial, conmovido, pensó en darle otra oportunidad de demostrar su fe y amor.
            Abraham y Sara eran ya muy mayores y aún no tenía un hijo propio. Un día, unos ángeles se aparecieron y les
dijeron que iban a tener pronto un hijo. Este anuncio se hizo realidad y, por fin, tuvieron a su único hijo Isaac. ¿Podéis
imaginaros lo felices que estaban? Cuando nació organizaron una gran fiesta para celebrarlo. Para ellos, su hijo Isaac, era
la cosa más preciosa y querida del mundo, más incluso que sus propias vidas.
            Pasó el tiempo. Isaac ya era un joven muy bueno y obediente que siempre ayudaba a sus padres. Entonces, el
Padre Celestial quiso probar de nuevo la fe de Abraham. Un día le habló de esta manera:
            — Abraham, ve con tu querido hijo al monte Moria y allí ofrécemelo en sacrificio.
            — Así lo haré, mi Señor — respondió Abraham sobrecogido.
            Su corazón quedó paralizado y la angustia inundó su cuerpo.
            — ¿Sacrificar a mi amado hijo, el único que tengo? — pensaba con angustia — Dios me había prometido que mis
descendientes formarían un gran pueblo ¿cómo es posible que ahora me pida que sacrifique a mi único hijo?
            Una tormenta de sentimientos pasaron por su mente — ¡Cuánto más fácil sería ofrecer mi vida en lugar de la de
mi hijo! — Sin embargo, recordando que en su primera ofrenda hizo sufrir mucho a Dios, se determinó esta vez a
obedecer a Dios. Esa noche habló con su querida esposa Sara. Ella lloró desconsoladamente, pero apoyó a Abraham en
su decisión.
            A la mañana siguiente, Abraham partió hacia el monte Moria con su hijo. En el camino cortaron leña para el
sacrificio. El pequeño Isaac, que llevaba la leña, le preguntó a su padre — Papá ¿dónde está el carnero que vamos a
sacrificar?
            Abraham, con el corazón en un puño, le contestó — Isaac, hijo mío, sabes que tú fuisteis un maravilloso regalo de
Dios. Pues bien, ayer Dios me pidió que te entregara de nuevo a él.
            Abraham no pudo contener las lágrimas. Isaac al oír esto, le contestó — No te pongas triste, papá, si es lo que
Dios quiere, yo gustoso me ofrezco al sacrificio. Así podré ir al cielo y verlo antes — Abraham se muy sintió sorprendido
y consolado por la fe de su hijo.
            Como sabéis Dios no quería que Abraham matara a su hijo Isaac, sólo quería que demostraran su amor a Dios.
El mismo Padre Celestial estaba sorprendido por la fe de estos dos hombres. Ahora si podía decirle a Satán con orgullo —
¿Has visto que fe tienen mis hijos? — Satán esta vez tuvo que callarse a regañadientes.
            Llegaron al sitio que Dios había escogido. Abraham construyó un altar y puso la leña encima. Luego, colocó a
Isaac encima de la leña. Entonces, Abraham cogió el cuchillo y levantó la mano. En ese momento, el Padre Celestial lloró
de alegría al ver la actitud de ambos. Cuando estaba a punto de clavar el cuchillo, de repente, Abraham escuchó una voz
del cielo que decía — ¡Abraham, Abraham! ¡No hagas daño a tu hijo, porque ahora ya se que amas de todo corazón a
Dios!
            ¿Os podéis imaginar la alegría tan grande que sintieron en ese momento Abraham y su hijo Isaac? Sentían que
habían vuelto a nacer. Dios derramó un gran amor en sus corazones. Luego, Abraham vio a un carnero que estaba
atrapado por los cuernos en un zarzal. Padre e hijo ofrecieron este carnero en sacrificio en lugar de Isaac.
            Al escuchar estos relatos bíblicos, debemos comprender el corazón del Padre Celestial, sus alegrías, sus penas.
También, debemos compartir los sentimientos de los personajes, aprender de sus fallos y de sus aciertos. En este caso,
podemos aprender del amor tan grande a Dios que tuvieron este padre e hijo. Abraham, aunque en su primera ofrenda falló,
                                                            11
luego estuvo dispuesto a sacrificar lo que más quería en el mundo por amor a Dios. Isaac, a pesar de ser tan joven, se unió
completamente de corazón a su padre y estuvo dispuesto a sacrificar su vida por amor a Dios y a su padre. Así, nosotros
también, debemos aprender a no ser egoístas y sacrificar las cosas que más nos gustan por amor a Dios y a los
demás.

                                                    Esaú y Jacob
          Abraham era ya muy anciano y Isaac aún no se había casado. Deseaba que su hijo se casase con alguien de sus
parientes. Oró y Dios le dijo que mandara a un siervo a Harán, donde vivían sus familiares, y que cuando llegara al pozo, la
primera joven que le ofreciera de beber sería la esposa elegida por Dios. De esta manera, el Padre Celestial eligió a
Rebeca, hija de un sobrino de Abraham, para que fuera la esposa de Isaac. Rebeca era muy hermosa y buena. Isaac
estaba muy agradecido a Dios por haber elegido una esposa tan buena para él.
          Rebeca concibió mellizos. Pero advirtió que se peleaban dentro de su vientre. Ella, preocupada, oró a Dios. El
Padre Celestial la tranquilizó diciéndole — Tienes en tu seno dos pueblos, uno será más fuerte que el otro y el mayor
servirá al menor — Lo que Dios le quiso decir es que iba a tener dos hijos, el mayor sería más malo, como Caín, y el
menor más bueno, como Abel, y que el hermano mayor, en vez de tener celos y matar a su hermano como hizo Caín,
debería amar, servir y aprender de su hermano menor.
          Al primero que nació, lo llamaron Esaú, y era rubio y velloso. Le gustaba cazar. Tenía un carácter orgulloso y
egoísta, siempre quería ser el jefe, y no pensaba mucho en Dios, sino en comer bien y divertirse. Al segundo, lo
llamaron Jacob, y era moreno y lampiño. Tenía un carácter bondadoso y pacífico, pensaba siempre en Dios y quería
heredar la fe y el amor de su padre Isaac.
          Según la costumbre tradicional, Esaú, el mayor, tenía el derecho de la primogenitura. Que significa que cuando
Isaac fuera muy anciano bendeciría a Esaú y éste se convertiría en el jefe de la familia. Pero, Jacob sentía en su corazón
que el Padre Celestial lo había elegido a él, no a Esaú, para guiar a toda la familia y ser el padre de un pueblo que tuviera fe
y amor a Dios. Por esta razón, trató de quitarle la primogenitura a su hermano Esaú.
          Un día que Jacob estaba preparando un guiso de lentejas, volvió Esaú de cazar muy cansado y hambriento.
          — ¡Pronto! ¡Tengo mucha hambre¡ ¡Dame tu guiso! — le dijo Esaú.
          — Lo haré si a cambio tú me das la primogenitura — le contestó Jacob.
          — ¿De qué me sirve la primogenitura si lo que quiero ahora es comer? — exclamó Esaú.
          Entonces, júramelo — replicó Jacob.
          Esaú lo juró y así vendió su primogenitura por un plato de lentejas.
          Pasaron los años. Isaac era ya muy anciano y apenas podía ver. Así que un día llamó a Esaú y le dijo — Esaú,
hijo mío, soy muy viejo y a punto de morir, ve de caza y prepárame un guiso como a mí me gusta y después de comer te
daré mi bendición.
          Rebeca escuchó estas palabras. Ella también sentía que Dios quería que la bendición la recibiera Jacob, en vez
de Esaú. Así que corrió a llamar a Jacob.
          — ¡Jacob, tu padre quiere dar la bendición a tu hermano! Yo te prepararé el guiso y tu se lo llevarás a tu padre
para que te dé a ti la bendición.
          — Pero, Esaú es velludo y yo lampiño, si mi padre me toca se dará cuenta que no soy Esaú — replicó Jacob.
          — Tu has lo que te digo y tráeme dos cabritos.
          Rebeca preparó el guiso y hizo que Jacob se vistiera con las ropas de Esaú. Luego, le cubrió los brazos y los
hombros con la piel de los cabritos. Así Jacob fue a llevarle la comida a su padre.
          — ¿Quién eres? — preguntó Isaac.
          — Soy Esaú — respondió Jacob.
          — Acércate para que pueda tocarte — dijo Isaac dudando — Si, es verdad, son los brazos de Esaú. Me había
parecido por la voz que eras Jacob — Así, Isaac se creyó que Jacob era su hijo mayor, Esaú.
          Después de comer, bendijo a su hijo diciendo:
          — Qué Dios te bendiga con abundancia y prosperidad. Sé señor de tus hermanos y inclínese ante ti los
hijos de tu madre.
          Apenas salió Jacob, volvió Esaú de la caza, preparó el guiso para su padre y entró a verle.
          — Te traigo tu comida favorita, padre — le dijo.
          — ¿Quién eres tu? — le contestó sorprendido Isaac.
          — Soy Esaú, tu hijo mayor — respondió Esaú.
          — Entonces, ¿a quién acabo de dar la bendición? — se preguntó Isaac desconcertado.
          Esaú, al darse cuenta del engaño, dio un gran grito de enfado y luego le pidió a su padre que lo bendijera a él.
          — Lo siento muchísimo, Esaú, sólo puedo dar una bendición — le dijo Isaac.
          Esaú, lleno de odio contra su hermano, pensó para sí — Después de que mi padre haya fallecido, mataré a
Jacob.
          Rebeca, que conocía las intenciones de Esaú, avisó a Jacob.
          — Tu hermano te quiere matar — le dijo — Lo mejor será que te vayas a Harán y vivas con tu tío Labán por un
tiempo.
          Así pues, Jacob emprendió de inmediato su camino a Harán.
          Jacob trabajó duramente para su tío Labán en Harán durante 21 años. Formó una familia, tuvo muchos hijos y
                                                             12
consiguió mucho ganado y riquezas. Durante todo ese tiempo pensaba en sus padres y en su hermano Esaú.. Oraba a Dios
todos los días para que su hermano dejara de odiarle. Soñaba con el día en el que pudiera volver a su casa y abrazar a
Esaú. Jacob sabía que su familia era una familia especial, bendecida por Dios, que sería el origen de un gran pueblo. Los
planes del Padre Celestial eran aún más importante, pues de su linaje nacería el futuro Mesías que salvaría el mundo.
           Llegó por fin el momento de la partida. Jacob mandó un mensaje a Esaú para decirle que regresaba a casa y se
despidió de su tío Labán. Reunió a toda su familia, sirvientes, rebaños, riquezas y juntos emprendieron el camino hacia
Canaán. A mitad de camino, se enteró que su hermano había reunido 400 hombres para hacerle frente y matarle. Jacob
estaba muy preocupado y temeroso.
           Aquel día por la noche, después de que todos cruzaron el río Yabboc, se quedó solo al lado del río orando
desesperadamente a Dios. Jacob amaba mucho a Esaú. Le pedía a Dios que conmoviera su corazón para que pudiera
cambiar su actitud de odio y celos hacia él. En ese momento, apareció un ángel que trató de matarle. Jacob se
defendió luchando con todas sus fuerzas. La lucha se prolongó toda la noche. Jacob logró resistir hasta el final, a pesar que
el ángel le había roto la cadera de un golpe. Cuando al amanecer, el ángel quiso irse, Jacob lo agarró con fuerza y le dijo
que no lo soltaría hasta que le diera su bendición. El ángel lo bendijo diciéndole — Reconozco que me has vencido. A partir
de ahora te llamarás Israel, que significa "el que luchó con un ángel."
           El Padre Celestial estaba muy feliz por la victoria de Jacob. Dios había creado a los hombres para que fueran los
reyes de la creación, sin embargo, un ángel, Satán, había engañado y dominado a Adán y Eva, y luego a todos sus
descendientes. Ahora, Jacob había sido el primer hombre que lograba vencer a un ángel con la fuerza de su
determinación y fe en Dios. Así que el Padre Celestial se sentía muy orgulloso de Jacob.
           También, Jacob estaba muy contento. Ya no temía encontrarse con Esaú. Ahora tenía la plena confianza de
ganarse su corazón con amor. Jacob amaba tanto a su hermano que estaba dispuesto a darle todo lo que había ganado
trabajando duramente en Harán. Mandó a unos siervos con ovejas, cabras, camellos y riquezas para que se las
ofrecieran a Esaú como un regalo suyo. Esaú se quedó muy sorprendido y conmovido por los regalos.
           Cuando por fin se encontraron, Jacob se inclinó siete veces ante Esaú, dando ejemplo de humildad. Esaú,
entonces, corrió a su encuentro, lo abrazó y rompió a llorar. Ambos lloraron abrazados. Esaú pudo cambiar su corazón lleno
de odio y celos hacia su hermano, pudo sentir que Jacob lo amaba mucho y esto le conmovió. Pudo reconocer que Jacob
era mejor que él y se arrepintió de haber querido matarle.
           Este fue el momento más feliz del Padre Celestial desde que creó a Adán y Eva. Dios había sufrido mucho
cuando ellos cayeron y, más tarde, cuando Caín mató a Abel. Al ver a Esaú y Jacob, abrazados y llorando, el Padre
Celestial derramó lágrimas de alegría y esperanza. Por fin, tenía una familia unida de corazón, que sería la semilla de su
pueblo elegido.
           Esta fue una gran victoria para Dios. Por esta razón, Jacob tuvo 12 hijos, de donde vinieron las doce tribus de
Israel, el pueblo elegido para recibir al Mesías.

                                            José y sus hermanos
           Jacob tuvo doce hijos. De todos ellos, José, el penúltimo, era su preferido. Hizo que le confeccionaran una
túnica con todos los colores del arco iris. Los demás hermanos estaban celosos de José porque era el más amado por su
padre y, al verle con su hermosa túnica, se sintieron aún más envidiosos. Una noche, José tuvo un sueño y cuando se lo
contó a sus hermanos, éstos le odiaron todavía más.
           — He soñado — dijo — que el sol y la luna y once estrellas en el cielo se arrodillaron entre sí.
           Al oír estas palabras, los hermanos de José se enfurecieron. Dios había elegido a José para una misión muy
importante, la misión de guiar a toda la familia de Jacob, pues tenía un carácter bondadoso y una fe muy grande. José era
como Abel y junto con Benjamín, el último que aún era un niño, eran los dos hermanos más buenos de la familia.
Mientras que sus hermanos mayores eran todos como Caín, egoístas y orgullosos.
           El deseo de Dios era que sus hermanos pudieran superar sus celos y envidias y llegar a amar a José.
Viendo que José era el más amado por su padre y por Dios, deberían haberse dado cuenta que José era mejor que ellos y
que tenían que obedecerle y seguir su ejemplo. Sin embargo, por desgracia actuaron como Caín. Unos días más tarde,
llevaron a los rebaños a pastar a un sitio alejado. Los hermanos vieron acercarse de lejos a José con su túnica de colores.
           — Ésta es nuestra oportunidad — se dijeron unos a otros — vamos a matarle y tirarlo a un pozo seco.
Podríamos decirle luego a nuestro padre que una fiera salvaje lo ha devorado.
           Pero Rubén sintió pena y dijo — No le matemos, no debemos mancharnos las manos de sangre. Es mejor que lo
tiremos al pozo y lo dejemos ahí.
           Todos estuvieron de acuerdo y cuando José llegó a donde estaban sus hermanos, éstos se le echaron encima y,
quitándole la túnica, lo tiraron al pozo. Allí lo dejaron sin comida ni agua y se sentaron a almorzar.
           Al atardecer, llegó una caravana de ismaelitas cargados de especias, bálsamos y mirra. Judá sugirió que podían
vender a José como esclavo a los ismaelitas y así podrían deshacerse del hermano que tanto odiaban sin tener que
matarle.
           De esta forma, José fue vendido por veinte monedas de plata y los ismaelitas se lo llevaron a Egipto. Mientras
tanto los hermanos mataron un cabrito y empaparon la túnica de José con su sangre.
           Jacob se horrorizó cuando se la mostraron.
           — ¡Es la túnica de José! ¡A mi querido hijo lo ha matado una fiera!
           A Jacob se le rompió el corazón. Por mucho tiempo, estuvo llorando la perdida de su hijo y no había nadie que
                                                            13
pudiera consolarle.
           Cuando los ismaelitas llegaron a Egipto, vendieron a José al capitán de la guardia del faraón cuyo nombre era
Putifar. José trabajó mucho para Putifar y éste, admirado por su lealtad e inteligencia, lo nombró jefe de sus sirvientes.
           José era joven y hermoso y la esposa de Putifar se fijó en él. Intentó numerosas veces seducirle, pero José
siempre la rechazaba. Día tras día trataba de tentarle. Un día lo mando llamar a su habitación y se abalanzó sobre José,
agarrándole por la túnica. José se pudo escapar, pero no pudo evitar que ella se quedara con su túnica en sus manos.
           Al regresar Putifar a casa, su esposa le enseñó la túnica y acusó a José de haber ido a su habitación con la
intención de querer abusar de ella. Putifar, sumamente enojado, hizo que encarcelaran a José de inmediato.
           Estuvo en la cárcel más de dos años. A pesar de haber sido acusado injustamente, José nunca se quejó por su
situación ni guardó en su corazón ningún resentimiento contra nadie. Tampoco odiaba a sus hermanos por lo que hicieron
con él, sino todo lo contrario, oraba a Dios todos los días para que algún día pudiera reunirse con sus padres y hermanos.
El Padre Celestial viendo esta actitud tan maravillosa de José preparó las cosas para que muy pronto pudiera
cumplir su deseo.
           José tenía el don especial de saber interpretar los sueños y predecir el futuro. Un día, entraron en la cárcel el
copero del faraón y el panadero real. Ambos tuvieron dos sueños y José se los interpretó. Le dijo al copero que sería
perdonado y al panadero que moriría ahorcado. Y así sucedió tres días más tarde.
           Una noche, el faraón tuvo un extraño sueño; se hallaba cerca del Nilo y, de repente, siete vacas muy gordas y
saludables subieron del río y se pusieron a pastar entre los juncos. Al rato, siete vacas muy flacas también subieron del río y
parecían tan débiles que ni siquiera podían mantenerse en pie. Entonces, las vacas flacas se comieron a las gordas. El
faraón se despertó sobresaltado. Por la mañana, mandó llamar a todos los sabios y magos del reino, pero ninguno de ellos
fue capaz de interpretar su sueño.
           Entonces, el copero se acordó de José y explicó al faraón cómo en la cárcel había interpretado su sueño. El
faraón hizo que inmediatamente fueran a buscar a José.
           Tras pensarlo unos minutos, José dijo:
           — Dios me ha revelado que vuestro sueño significa que Egipto pasará siete años de abundancia y prosperidad,
pero tras ellos vendrán siete años de sequía y hambre. Por este motivo sería conveniente que en el periodo de
prosperidad se almacenara grano de trigo para poder sobrevivir en el tiempo de sequía.
           El faraón se quedó tan impresionado que decidió nombrarle primer ministro. Se quitó un anillo del dedo y se lo
puso a José; también colgó a su cuello una cadena de oro y le entregó vestidos de lino muy fino.
           — Tu gobernarás al pueblo de Egipto — declaró solemnemente — serás el más importante después de mí.
           Bajo la supervisión de José, se recogió y almacenó grano durante los siete años de prosperidad. Al llegar los siete
años de sequía, hubo grano suficiente para todos, tanto que los países vecinos venían a buscar grano a Egipto.
            El hambre también había llegado a Canaán. Jacob vio que su pueblo pasaba hambre y decidió mandar a diez
de sus hijos a Egipto para que comprasen trigo. El menor, Benjamín, se quedó en casa con él.
           Los hermanos emprendieron el camino desde Canaán a Egipto. Fueron a ver al primer ministro del país, que no
era otro que su hermano José. En su presencia, los diez hermanos, que no se dieron cuenta de quién era aquel ministro, se
arrodillaron humildemente, con las caras postradas en el suelo. José los reconoció al instante y su corazón le dio un
vuelco por la alegría que sintió al ver a sus hermanos, pero no les reveló su identidad porque quería ponerlos a prueba.
También advirtió que su amado hermano Benjamín no venía con ellos.
           Les habló con un tono severo y acusador.
           — Creo que sois espías y habéis venido a conspirar contra Egipto.
           — No es verdad, señor — protestaron — Somos los hijos de Jacob y venimos de Canaán. Somos doce hermanos,
el menor se ha quedado con nuestro padre, y el otro murió.
           José los hizo encarcelar y al tercer día los llamó a su presencia de nuevo.
           — Llevad este trigo a vuestro padre, pero debéis volver con vuestro hermano menor. Uno de vosotros se quedará
aquí como rehén, y si no volvéis, morirá.
           Los hermanos temblaban de miedo y pensaron que todo aquello era un castigo por lo que le hicieron a José. Se
sintieron culpables y se arrepintieron. Mientras hablaban entre ellos, José los escuchaba con el corazón en un puño viendo
lo asustado que estaban. Hasta ahora les había hablado a través de un interprete, así que sus hermanos no sabían que
podía entender todo cuanto decían. José los amaba mucho, pero les hacia pasar por aquella situación para que se
arrepintieran y cambiaran sus corazones.
           Entonces, José dio la orden que Simeón fuera encarcelado. Luego, ordenó que llenaran sus sacos de trigo, pero
secretamente volvió a dejar el dinero que le habían dado en su interior.
           Al llegar a Canaán, le explicaron a Jacob lo sucedido.
           — Primero perdí a José, después a Simeón — dijo Jacob — Y ahora me quieren arrebatar a Benjamín. No quiero
que os llevéis a Benjamín. Si algo le pasara me moriría de pena.
           Sin embargo, pronto el trigo se agotó y no había más remedio que volver otra vez a Egipto.
           — No podemos volver allí sin Benjamín — dijo Judá.
           Jacob se entristeció mucho, pero Judá le prometió que cuidaría de Benjamín y lo traería de vuelta a casa sano y
salvo.
           De este modo, los hermanos volvieron a ver a José y éste les invitó a comer a su casa. Al entrar José en la sala,
los hermanos se postraron ante él y le ofrecieron los regalos que llevaban. Cuando José vio a Benjamín, se emocionó tanto
que tuvo que salir de la sala para llorar. A su regreso, les ofreció lo mejor que tenía para comer y beber. Una vez
finalizada la comida, José ordenó que llenaran sus sacos de trigo y que le volvieran a meter el dinero que habían pagado.
                                                             14
También, escondió una copa de plata de su propiedad en el saco de Benjamín.
          Los hermanos emprendieron el viaje en cuanto salió el sol. Pero cuando aún no estaban muy lejos los soldados
de José los alcanzaron. Registraron los sacos de cada uno y al hallar la copa de plata en el saco de Benjamín los arrestó a
todos.
          Al llegar a casa e José, los hermanos se arrodillaron y le suplicaron que les perdonase.
          — Os podéis ir todos — les dijo José — salvo el hombre en cuyo saco ha sido hallada la copa. Éste se quedará
conmigo y será mi siervo.
          — No os quedéis con Benjamín — le imploró Judá — Si no regresa con nosotros nuestro padre se morirá de
pena, porque ya sufrió mucho cuando perdió a uno de sus hijos. Os ruego que yo mismo o cualquiera de los demás nos
quedemos en su lugar.
          José vio que esta vez estaban dispuestos a sacrificarse en lugar de su hermano Benjamín, pues no querían
hacer sufrir más a su padre. En realidad, estaban también arrepentidos en sus corazones por haber vendido a José y haber
hecho sufrir tanto a Jacob. Así que José al final les dijo:
          — Soy José, vuestro hermano, a quién vendisteis como esclavo.
          Entonces abrazó a Benjamín y lloró, y también besó a todos sus hermanos que se abrazaron a él llorando.
Luego, les dijo que fueran a avisar a Jacob y volvieran con todos sus rebaños y pertenencias para establecerse en Egipto.
          Cuando Jacob se enteró de lo sucedido se llenó de asombro y felicidad. ¡Su amado José estaba vivo! Pronto se
trasladó con toda la familia a Egipto y emprendieron allí una nueva vida.
          El Padre Celestial se sentía también inmensamente feliz al ver que la familia de Jacob estaba de nuevo reunida y
de que todos los hermanos que habían actuado mal con José pudieron arrepentirse y cambiar sus corazones.
El deseo de Dios era que la familia de Jacob se multiplicara en Egipto y se convirtieran en un gran pueblo, el pueblo
escogido de Dios, del cuál nacería el Mesías.

                             Moisés es sacado de las aguas del Nilo
           Después de que toda la familia de Jacob emigró a Egipto, allí disfrutaron de una vida próspera y se volvieron
muy numerosos. Sin embargo, cuando subió al poder un nuevo faraón que no había conocido a José, temiendo que los
israelitas pudieran llegar a dominar el país, ordenó que fueran considerados como esclavos y obligados a construir
ciudades y caminos.
           Transcurrieron 400 largos años durante los cuales los israelitas sufrieron esclavitud y penalidades. El pueblo
ansiaban que Dios les mandara un libertador que pudiera sacarlos de Egipto y llevarlos de vuelta a la tierra prometida de
Canaán. Éste precisamente era el plan de Dios. El Padre Celestial predestinó a Moisés, incluso antes de su nacimiento,
para que fuera el salvador de su pueblo. Su misión era conducirlos a Canaán y allí construir la nación elegida de Dios
preparada para recibir y proteger al Mesías que vendría en el futuro de entre sus descendientes.
           Por aquel tiempo, el faraón, tratando de evitar que los israelitas se siguieran multiplicando, ordenó que cuando
naciera un nuevo bebé, si era niño, fuera matado, y si era niña la dejaran vivir.
           Moisés nació en aquellas circunstancias, y su madre para evitar que lo mataran los soldados del faraón, hizo una
cesta de juncos y allí colocó con ternura a su bebé. Luego, la dejó flotando en el Nilo. La hermana de Moisés desde la orilla
observaba la cesta para ver lo que sucedía.
           Al poco rato, bajó a bañarse al Nilo la hija del faraón, acompañada de sirvientas. Enseguida, vio la cesta entre los
juncos e hizo que una criada se la trajese. Cuando abrió la cesta, el niño empezó a llorar y ella se enterneció.
           — !Qué niño tan hermoso! — dijo.
           En aquel momento la hermana de Moisés se acercó y se ofreció a buscar una nodriza para el bebé. A la princesa
le pareció bien y la muchacha corrió a buscar a su madre para que fuera la nodriza del niño. La princesa se encaprichó
con el niño y lo adoptó como hijo suyo. Lo llamó Moisés que significa “sacado de las aguas” y lo llevó a vivir al palacio del
faraón.

              El primer intento de Moisés de liberar al pueblo de Israel
           Moisés fue educado como un príncipe egipcio en medio de las comodidades y lujos del palacio real. Pero, su
propia madre, que era su nodriza, en secreto le enseñó las creencias y tradiciones de los israelitas. Le explicó cómo Dios
había llamado a Abraham y le había prometido que sus descendientes serían un gran pueblo. Le contó también las historias
de Isaac, Jacob y José. Le infundió la fe de sus antepasados y la convicción de ser el pueblo escogido de Dios.
           Cuando se hizo mayor, Moisés, al ver el sufrimiento de los israelitas, demostró su fe en Dios al estar dispuesto a
abandonar los placeres y lujos del palacio del faraón por ponerse del lado de su pueblo. Moisés vivió en el palacio hasta los
cuarenta años de edad.
           Un día vio cómo un capataz egipcio propinaba una salvaje paliza a un israelita. Sintió tanta pena por el sufrimiento
de aquella persona y tanta ira hacia el agresor, que le golpeó al egipcio con tanta fuerza que le causó la muerte. Luego lo
enterró en la arena para que no se supiera lo ocurrido. Entonces, se reunió con los jefes y los ancianos de los israelitas
comunicándoles que Dios le había escogido para liberar al pueblo de la esclavitud y que había llegado la hora de emprender
la vuelta a la tierra prometida de Canaán.
           Los israelitas en vez de confiar en Moisés, tuvieron miedo de él. A pesar de que vieron cómo había matado al
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agresor egipcio por defender a un israelita, no creyeron que fuera el elegido de Dios para salvarlos de la opresión egipcia.
No sólo eso, sino que incluso divulgaron el hecho de que Moisés había matado al capataz egipcio. El rumor llegó a oídos
del faraón, y éste se enfureció mucho y buscó a Moisés para matarlo.
          Así que Moisés, rechazado por los israelitas y perseguido por el faraón, no tuvo más remedio que huir de Egipto
hacia el desierto de Madián. El Padre Celestial se sintió muy apenado de que los israelitas no hubieran podido creer en
Moisés, pues por su culpa fracasó este primer intento de liberarlos de la esclavitud egipcia.
          En Madián, Moisés se casó con Séfora, una hija de un sacerdote llamado Jetró. Allí pasó otros 40 años de su
vida.

                                    Dios llama de nuevo a Moisés
           Un día, apacentando ovejas, Moisés las condujo a la montaña sagrada del Sinaí. El rebaño pastaba
tranquilamente cuando, de repente, se le apareció Dios en forma de una zarza ardiendo. Moisés se dio cuenta que el fuego
no consumía la planta. Entonces, oyó la voz de Dios que le llamaba:
           — Moisés, descálzate, puesto que el suelo que pisas es tierra santa.
           Moisés se cubrió el rostro porque no se atrevía a mirar a Dios.
           — He visto cómo mi pueblo sufre en gran manera en Egipto — dijo el Padre Celestial — quiero liberarles de ese
país tan cruel y darles su propia tierra, una tierra bendecida repleta de leche y miel. Tú. Moisés, debes volver de nuevo a
Egipto y liberar a mi pueblo.
           — Pero, ¿cómo voy a poder hacerlo? — preguntó Moisés.
           — Yo estaré contigo — le contestó Dios — Debes decir a los israelitas que soy el Dios de sus padres, el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, y que deben obedecerme. Ve a ver al faraón y pídele, en mi nombre, que
libere a los israelitas.
           — Pero, ¿qué voy a hacer si no creen que he sido enviado por Dios?
           — Moisés, ¿qué llevas en la mano?
           — Una vara.
           — Tírala al suelo.
           Moisés tiró la vara al suelo e inmediatamente ésta se convirtió en una serpiente que se retorcía en la arena.
           — Ahora cógela por la cola.
           Moisés cogió la serpiente y ésta se convirtió nuevamente en una vara.
           — Ahora, mete tu mano en tu seno — le ordenó Dios.
           Y Moisés, al sacarla, vio horrorizado que su mano se había vuelto leprosa.
           — Vuelve a meterla.
           Moisés así lo hizo, y observó que su mano volvía a estar sana.
           — Y si aún no te cree, toma agua del Nilo, derrámala en la tierra, y el agua se convertirá en sangre.
           — Pero Señor, yo no tengo el don de la palabra — insistió Moisés.
— Tu hermano Aarón, que te saldrá al encuentro, hablará por ti — contestó Dios un poco molesto por la falta de confianza
de Moisés en sí mismo — Ahora, vete y haz lo que te he dicho.
           De este modo, Moisés se fue de Madián y se dirigió a Egipto acompañado de su mujer e hijos. Por aquel
tiempo ya había muerto el faraón que quiso matar a Moisés. Aarón fue avisado por Dios de la vuelta de Moisés y salió a su
encuentro al desierto. Después de que Moisés le contara todas las cosas que Dios le había dicho, se reunieron con las
autoridades de los israelitas. Y esta vez si creyeron en Moisés, después de que éste realizara los tres milagros en su
presencia.

                                            Moisés ante el faraón
           Luego, Moisés y Aarón fueron de inmediato a ver al faraón. Le pidieron al faraón que dejara que el pueblo de
Israel saliera al desierto durante tres días para ofrecer sacrificios a su Dios. El faraón se negó y no sólo eso, sino que
ordenó que a los israelitas, que en aquellos momentos tenían que fabricar ladrillos con barro y paja, no se les proporcionara
más paja y que ellos mismos debían ir a recogerlas a los campos.
           Moisés dijo a Aarón que tirara la vara al suelo, que se convirtió en serpiente. Entonces, el faraón ordenó a sus
magos que tiraran sus varas, que también se convirtieron en serpiente. Pero la serpiente de Moisés se las tragó a todas.
Luego. Moisés hizo el milagro de la mano y el de convertir agua del Nilo en sangre. Pero aún así, el faraón se negó en
rotundo a dejar salir a los israelitas.
           Con el fin de ablandar el corazón tan duro del faraón, Dios le dio a Moisés el poder de mandar terribles plagas
sobre Egipto. Una fue una plaga de ranas, otra de moscas, otra de saltamontes, otra de peste. Cada vez que Moisés
mandaba una plaga, el faraón lo hacía venir y le imploraba que alejara la plaga de su país, prometiéndole que liberaría al
pueblo. Pero después de que pasaba la plaga, rompía su promesa y se negaba a dejarles marchar. En total fueron 10
plagas y la peor fue la última.
           El Padre Celestial habló a Moisés:
           — Voy a enviar una última plaga a Egipto, una plaga tan terrible que el faraón no tendrá más remedio que acceder
a dejar partir a mi pueblo. A media noche morirán los primogénitos de todas las familias. Desde el primogénito de la
                                                            16
familia del faraón hasta el de la familia del esclavo más pobre, incluso los primogénitos del ganado. Este día será
recordado y santificado como la Pascua. Cada familia israelita deberá matar un cordero, lo asará y se lo comerá con
hierbas amargas y pan sin levadura. Deberéis pintar los umbrales de vuestras casas con la sangre del cordero, de
modo que cuando yo pase por la noche deje intactas vuestras casa.
          Moisés reunió a los ancianos del pueblo y le explicó lo que Dios le había dicho y cómo deberían celebrar aquel
día. Así lo hicieron todos. Llegó la medianoche y, de repente, oyeron gritos y llantos. Todas la familias, excepto ellos,
sufrieron el castigo de Dios.
          El faraón, muy entristecido por la muerte de su primogénito, hizo llamar a Moisés y Aarón y les dijo:
          — ¡Cojed a vuestro pueblo e iros! ¡Marchaos cuanto antes mejor!
          Así pues, los hijos de Israel, unos 600.000 hombres, mujeres y niños, con todos sus rebaños, abandonaron
finalmente Egipto. En esta ocasión, los israelitas, al ver todos los milagros y prodigios que hizo Moisés, creyeron y se
unieron con él completamente. Pero, aún les quedaba un largo camino por delante hasta llegar a Canaán, con muchas
situaciones difíciles que pondrían a prueba su fe.

                                            El paso del mar Rojo
          El Padre Celestial condujo a su pueblo fuera de Egipto, a través del desierto, hasta llegar a orillas del mar Rojo.
De día, les guiaba por medio de una columna de humo y, de noche, por medio de una columna de fuego. De este modo,
el pueblo sabía por qué camino debía seguir.
          Cuando el faraón se dio cuenta que se habían escapado, se arrepintió de haberlos dejado salir y preparó a sus
ejércitos para ir tras ellos. Los israelitas, que habían acampado a orillas del mar Rojo, vieron aterrorizados cómo se
acercaba hacia ellos el ejercito egipcio. Muertos de miedo y demostrando muy poca confianza en Dios, fueron a quejarse
a Moisés.
          — ¡Por qué nos has sacado de nuestra confortable esclavitud para traernos a morir al desierto!
          — No temáis — les dijo Moisés — Tened confianza y veréis cómo Dios nos protegerá de nuestros enemigos.
          Entonces, siguiendo las ordenes de Dios, Moisés extendió su mano sobre las aguas del mar. Inmediatamente
empezó a soplar un viento muy fuerte y las aguas se separaron, de tal manera que apareció una franja de tierra seca que
atravesaba el mar de un lado al otro. El pueblo cruzó a la otra orilla del mar por ese paso.
          En cuanto el faraón vio lo que ocurría galopó con sus ejércitos y se internó en el mar para tratar de alcanzarles.
Pero cuando el ejercito del faraón se encontraba en medio del mar, Dios ordenó a Moisés que volviera a extender su mano.
La aguas del mar se volvieron a cerrar sobre los egipcios y todos murieron ahogados.
          Los hijos de Israel lograron llegar sanos y salvos a la otra orilla y, al darse cuenta de cómo Dios les había
protegido se pusieron a bailar y cantar recitando versos de alabanza y agradecimiento a Dios.

                                          Los diez mandamientos
           A los tres meses, llegaron al desierto de Sinaí y allí establecieron su campamento. Moisés subió a la cima del
monte Sinaí para orar a Dios. Allí permaneció 40 días orando y ayunando. Durante este tiempo, Dios se apareció a Moisés
y le dijo:
           — Soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto.
           1. No adorarás a ningún otro Dios.
           2. No harás ningún ídolo para postrarte y adorarlo.
           3. No pronunciarás el nombre de Dios en vano.
           4. Santificarás el sábado, el séptimo día de la semana.
           5. Honra a tu padre y a tu madre.
           6. No matarás.
           7. No cometerás adulterio.
           8. No robarás.
           9. No darás falso testimonio contra tu prójimo.
           10.No codiciarás las posesiones de los demás.
           Siguiendo las indicaciones del Padre Celestial, Moisés inscribió estos diez mandamientos en dos tablas de
piedra. También le dio instrucciones para construir el arca de la alianza y el tabernáculo, que era como un templo hecho
de tiendas que pudieran desmontar y transportar durante su viaje por el desierto.
           Mientras tanto, los israelitas, al ver que Moisés tardaba mucho en regresar de la cima de la montaña, fueron a ver
a Aarón y le dijeron:
           — Debes darnos un dios, pues no sabemos lo que le ha pasado a ese Moisés que nos sacó de Egipto.
           — Traedme oro — les dijo Aarón — y os daré lo que me pedís.
           Los hombres y las mujeres le llevaron todas sus joyas, las fundieron y con el oro Aarón modeló una gran
estatua de un becerro. Construyeron un altar y la gente acudía allí para ofrecerle sacrificios y para bailar y festejar a su
alrededor.
           Cuando Moisés bajaba de la montaña, con las dos tablas de piedra en las que estaban grabadas los diez
mandamientos, oyó grandes voces y música; vio el becerro de oro, el humo de los sacrificios y la gente borracha bailando
                                                            17
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Principio Divino para Niños

  • 1. Historias del Principio Divino y de la Biblia Introducción ¿Cómo es Dios? Dar y recibir ¿Por qué Dios creó el mundo? Las tres bendiciones de Dios ¿Cómo crecemos? El mundo espiritual La caída de Adán y Eva Caín y Abel La familia de Noé La familia de Abraham Esaú y Jacob José y sus hermanos Moisés es sacado de las aguas del Nilo El primer intento de Moisés de liberar al pueblo de Israel Dios llama de nuevo a Moisés Moisés ante el faraón El paso del mar Rojo Los diez mandamientos La falta de fe de los israelitas Moisés golpea la roca dos veces Josué conquista la tierra de Canaán La misión de Jesús Un ángel se aparece a María El nacimiento de Jesús La misión de Juan el Bautista Las tres tentaciones de Jesús en le desierto Jesús anuncia la venida del reino de los cielos El corazón del Padre Celestial La misión de los 12 apóstoles y los 72 discípulos Jesús es rechazado y perseguido por todos El monte de la transfiguración El último viaje de Jesús a Jerusalén Judas conspira con los sacerdotes para matar a Jesús La última cena con sus apóstoles La oración en el huerto de Getsemaní Jesús es condenado a muerte La crucifixión de Jesús La resurrección Pentecostés La segunda venida del Mesías 1
  • 2. Introducción Somos muy afortunados de vivir en este tiempo. Vivimos en una nueva era de esperanza y amor. Estamos viviendo en el mismo tiempo que nuestros Verdaderos Padres. Ellos nos enseñan cosas maravillosas sobre el Padre Celestial y su corazón. ¡Con cuánto amor y ilusión creó Dios todo el universo, especialmente a nosotros que somos sus hijos amados! ¡Cuánto sufrió el Padre Celestial cuando Adán y Eva le desobedecieron y se volvieron malos, dando lugar a este mundo de egoísmo y guerras, en el que todos los hombres son infelices! ¡Cuántos esfuerzos ha hecho Dios desde entonces para salvarnos, mandando a hombres buenos como Noé, Abraham, Jacob, Moisés, como sus mensajeros! Cuando por fin pudo mandar al Mesías, a su amado hijo Jesús, ¡qué pena tan grande sintió el Padre Celestial al ver que la gente no creyó en él y lo clavaron en la cruz! ¡Cuánta esperanza y alegría siente Dios ahora que nuestros Verdaderos Padres han logrado la victoria sobre el mal y están construyendo un nuevo mundo del verdadero amor! ¿Sabéis cuánto ha tenido que sufrir Abonim para descubrir todas estas cosas? Nosotros debemos estarle muy agradecidos porque nos ha dado lo más valioso del mundo, el poder conocer el corazón del Padre Celestial y poder así unirnos a él de corazón. Estas cosas tan importantes que Abonim nos ha enseñado están en el Principio Divino. Por eso tenemos que estudiarlo con mucha atención y una vez que lo sepamos bien enseñárselo a los demás para que todos conozcan y amen al Padre Celestial y así consolar su corazón. ¿Cómo es Dios? Sabemos que existe el Padre Celestial, pero ¿podemos verle? No, no podemos verle con los ojos, pero sí sentirlo en nuestro corazón. Podemos ver a nuestro padre y madre, y además podemos sentir que nos quieren porque nos dan besos, nos cuidan y nos protegen. Pero, aunque dejemos de verlos porque estén de viaje, seguiremos sintiendo su amor en nuestro corazón. De igual manera, el Padre Celestial nos ama y nos cuida mucho, y aunque no podamos verlo, podemos llegar a sentirlo en nuestro corazón. Pero, si Dios es invisible, ¿de qué manera podríamos saber cómo es? ¿Verdad que cuando dibujáis ponéis en el dibujo las cosas y los colores que más os gustan? Primero tenéis ideas bonitas o os imagináis cosas hermosas y luego las pintáis. Así expresáis en el dibujo todas la cosas que tenéis dentro de vosotros. Igual hizo Dios al crear el universo. Dios, como un artista, expresó todo lo que tenía dentro en su obra, la creación. Así que aunque no podamos ver a Dios, observando las maravillas de la naturaleza, los hombres, los animales, las plantas y las estrellas, podemos hacernos una idea de cómo es Dios. ¡Qué cosas tan preciosas ha hecho Dios, el azul del cielo, la belleza de las flores, la inmensidad del mar! Dios expresó su forma de ser en todas las cosas. Así que todos los seres son un reflejo de Dios, son semejante a Dios. Nosotros, los seres humanos, somos los más semejantes a Dios, porque él nos creó como sus hijos amados. Nos parecemos a Dios, como los hijos se parecen a sus padres. Todos tenemos una mente y un cuerpo. La mente no se ve, es invisible, pero eso no quiere decir que no exista. Podemos sentir en nuestro corazón el cariño de nuestros seres queridos. A veces estamos contentos y otras veces tristes. Tenemos inteligencia. Y por eso estudiamos y aprendemos muchas cosas. ¿Os habéis dado cuenta de lo inteligente y sensibles que son los hombres? Gracias a la imaginación y las ideas que se le han ocurrido a los inventores y artistas, se han construido aviones y naves espaciales, rascacielos y puentes inmensos, o muchas obras de arte preciosas, etc. También todos tenemos un cuerpo, y éste si que lo vemos, unos más alto y otros más bajos, rubios o morenos, pero todos muy parecidos, con ojos, nariz, boca, brazos y piernas. Los animales también tienen una mente. Sin duda habéis observado como los perros vienen cuando los llamáis por su nombre y mueven la cola cuando están contentos. Los pajaritos construyen con mucho esmero el nido para sus polluelos y, luego, los alimentan y los defienden. Podemos ver que los animales también tienen sentimientos y son inteligentes. Es porque tienen una mente invisible, distinta de la nuestra, que se llama mente animal. También tienen un cuerpo, que aún siendo muy distintos unos de otros así mismo tienen ojos, boca y patas. Y las plantas, ¿pensáis que porque están ahí quietas y parece que no se mueven ni sienten? Os equivocáis, ellas también sienten. Sienten alegría cuando alguien las cuida y las riega con cariño. Las plantas tienen una mente vegetal que les hace sentir el calor del sol por la mañana cuando sus flores se despiertan y abren sus pétalos. Sienten así mismo la frescura de la lluvia y la mano de un niño cuando las acarician. También tienen un cuerpo visible compuesto de raíces, tallos, hojas y flores. Las piedras y minerales están compuestas de átomos y partículas. Son cosas tan pequeñas que no se pueden ver ni con un microscopio. Pero se sabe que los átomos se componen de partículas que giran unas alrededor de otras, igual que los planetas giran alrededor del sol. Esto es porque tienen algo invisible que hace que se muevan así, una especie de mente mineral. ¿Os habéis dado cuenta cómo todas las cosas de la creación tienen una mente invisible y un cuerpo visible? Pues bien, Dios es así también. El Padre Celestial tiene un corazón amante, por eso desea tener a alguien a quién querer, y siente alegría y a veces tristeza. Dios es muy inteligente, es un gran inventor, porque ha sido capaz de inventar y 2
  • 3. crear cosas maravillosas que funcionan tan bien. Dios es un gran artista, porque ha creado pájaros y flores con colores tan bonitos. Pero, ¿cómo es el cuerpo de Dios? Dios no tiene un cuerpo como nosotros, con piernas y brazos. Dios está en todas las partes y puede oír y ver todo lo que decimos y hacemos. Así que el cuerpo de Dios es como una fuerza, una energía que está en todas las partes, como el calor y la luz del sol, o el viento y el aire. Pero, Dios quiere vivir es en nuestro corazón. Allí es donde el Padre Celestial quiere hablarnos y darnos amor. Así que en cierta manera nosotros somos como el cuerpo de Dios. Dios quiere acariciar a los animales, oler las flores y sentir la brisa del mar a través de nuestros sentidos. Dios quiere amar a toda la creación por medio de nosotros. Aún hay algo más que podemos descubrir de Dios observando a la creación. ¿Os habéis dado cuenta que todo existe en parejas? Hay hombres y mujeres, es decir, padres y madres, niños y niñas. Todos los animales son machos y hembras. En las flores hay también una parte masculina y femenina. Por esta razón pueden nacer los niños, los huevos y las semillas. ¿Sabéis por qué esto es así? Porque Dios también es masculino y femenino. Dios es como un padre y una madre. Aunque llamamos a Dios, Padre Celestial, esto no significa que sea sólo padre. Dios a veces, cuando es severo y nos dice que tenemos que portarnos bien, nos quiere como un padre, y otras veces nos abraza y consuela como una madre. Dios es el padre y la madre de todos los hombres. El Padre Celestial tiene un corazón grandísimo lleno de amor por todos sus hijos e hijas. Todo lo ha creado para darnos alegría y felicidad. Dios sólo quiere nuestro bien y sufre cuando nos hacemos daño unos a otros y nos portamos mal. El Padre Celestial siempre nos ama, incluso cuando nos apartamos de él. Su amor es eterno e incambiable. Dar y recibir Dios ha creado muchos seres y cosas, los hombres y las mujeres, peces, pájaros, arboles, hierba, la tierra, el sol y los planetas. ¿Existen cada una de estas cosas aisladas, separadas sin ninguna relación entre sí? No, Dios ha creado cada ser para que se relacione con otro, para que dé algo a los demás y a cambio reciba algo del otro. Sin una relación de dar y recibir nada podría existir ni multiplicarse. Fijáos en la naturaleza, si no hubiera aire no podríamos respirar y nos moriríamos. Si cuidamos un manzano, regándolo y echándole abono, luego el árbol agradecido nos dará unas sabrosas manzanas. Las flores ofrecen a las abejas su dulce néctar, a cambio las abejas les llevan el polen de otras flores pegados a sus patas que fertilizan las flores para que produzcan sus frutos y semillas. Los árboles purifican el aire absorbiendo el gas carbónico y desprendiendo oxígeno, que es lo que los hombres y animales necesitan para respirar. Las plantas se alimentan de la tierra a través de las raíces, los animales se comen las plantas, pero cuando se mueren su cuerpo se descompone y sirve de alimento a las plantas. El agua de la lluvia, descendiendo de las montañas, forma arroyos y ríos que riegan a los árboles y plantas, y dan de beber a los animales. Los ríos van a parar al mar, allí el calor del sol hace que el agua se evapore y forme las nubes, que volverán de nuevo a la tierra para producir la lluvia. La tierra da vueltas alrededor del sol. Os imagináis que un día la tierra se negara a seguir dando vueltas y quisiera irse sola por el espacio. ¿Qué ocurriría? Pues que todo lo que hay en la tierra se moriría, porque sin el calor y la luz del sol nada puede vivir. ¿Os dais cuenta como Dios ha hecho la naturaleza? Cada cosa existe para que vivan las demás. Dios también nos ha hecho para que vivamos los unos para los otros, para que nos necesitemos mutuamente. Pues, siempre tenemos algo que dar a los demás y algo que recibir de ellos. Cuando nacemos y somos un bebé, necesitamos el cariño y cuidado de nuestros padres. Sin ellos no podríamos sobrevivir. Ya que nuestros padres nos aman y se sacrifican por nosotros, debemos obedecerlos y quererlos. Y cuando se hacen abuelos y necesitan nuestra ayuda, debemos cuidarlos con el mismo cariño que ellos nos cuidaron a nosotros. El marido y la esposa se deben querer y ayudar mutuamente, así serán felices. Si son egoístas y se pelean harán desgraciados a sus hijos. Los hermanos y hermanas no deben tampoco ser egoístas y pelearse, sino ayudarse los unos a los otros y quererse mucho, así sus padres y toda la familia será feliz. En la escuela, el profesor debe enseñar y educar a los alumnos como si fueran sus hijos, y los estudiantes deben respetar y prestar mucha atención a los profesores. Los compañeros de clase también no deben pegarse entre sí, ni burlarse de los que son feos o torpes, sino ayudarse unos a otros, así todos estarán contentos en la escuela. ¿Qué es mejor, que des algo a los demás o sólo querer que te den cosas a ti? Imagináos que tenéis diez amigos. Si siempre estáis pidiéndoles cosas y pegándoles, nadie querrá ser vuestro amigo y al final os quedaréis solo. Pero, si por el contrario, siempre estáis regalándoles cosas, ayudándoles y queriéndoles, entonces todos desearán seguir siendo vuestro amigo y en vez de diez cada vez tendréis más amigos. Por ello, debemos ser generosos y desprendidos. Al final seremos los más felices porque todos querrán ser nuestro amigo. Los que son egoístas, los que quieren todo para ellos y se pelean con los demás, al final serán los más desgraciados porque nadie los querrá y se quedaran solos. Dios al crearnos invirtió todo su ser en nosotros, pensó en darnos todo lo que tenía y hacernos felices. El corazón de Dios sólo desear dar y dar amor a sus hijos. Por esto, no deberíamos ser egoístas, sino ser semejantes a Dios, querernos y ayudarnos unos a otros. Así toda la humanidad sería como una gran familia y no habría guerras, ni niños que pasaran hambre, ni se maltrataría a los animales. Todos viviríamos felices y en armonía, y nuestro Padre Celestial sería el más feliz de todos. ¿Por qué Dios creó el mundo? 3
  • 4. Hace miles de millones de años aún no había hombres, ni animales, ni casas, ni árboles, ni nada, sólo un inmenso vacío. ¿Podéis imaginároslo? Dios estaba completamente solo. El Padre Celestial se sentía solo, tenía necesidad de tener a alguien con quién hablar, alguien con quién compartir todo su amor. Imagináos que tenéis todos los juguetes que os gustan, pero nadie con quién jugar. Al principio puede que os haga ilusión, pero después poco a poco os iréis poniendo tristes y necesitaréis un amigo o un hermano con quién jugar. Lo mismo le ocurría al Padre Celestial y por ello pensó: — ¡Oh, cómo me gustaría tener a alguien con quién compartir mi corazón! Puedo tener todo lo que quiera, pero si no puedo expresar mi corazón a nadie, ¿qué sentido tiene la vida? — ¡Oh, cuánto desearía tener a un ser semejante a mí! — murmuraba para sí el Padre Celestial — Alguien con quién poder vivir por toda la eternidad. Hablar juntos, trabajar juntos, reírse juntos, bailar juntos, descansar juntos. ¡Oh, qué maravilloso sería! — Crearé a mi hijo y a mi hija — siguió pensando en voz alta el Padre Celestial — Plantaré mi amor en ellos y crecerán llegando a ser cada vez más semejante a mí. Cuando maduren y sus corazones estén llenos de mi amor les daré mi bendición y formaran un hermosa familia. Haré que puedan tener niños y se conviertan en padres. Así podrán amar a sus hijos como yo les amaré a ellos. Seré como un abuelo para sus hijos, a los que abrazaré y amaré a través de ellos. — Mi amor vivirá en medio de ellos y todo el universo se sentirá atraído hacia mis hijos — decía Dios cada vez más entusiasmado — Toda la creación deseará bailar y cantar con ellos y seguirles a donde quieran que vayan. Mis nietos también crecerán y llegarán a ser padres. Habrá familias ideales por todas las partes y mi amor estará con ellos para siempre. ¡Si, éste es mi sueño y mi ideal! Solamente pensar en ello me hace sentir feliz. A partir de entonces el Padre Celestial estuvo muy ocupado. Trabajó muchísimo en idear la creación, que sería un lugar maravilloso donde sus hijos pudieran vivir. — Crearé un universo grandioso — planeaba Dios — El firmamento estará lleno de estrellas que brillaran por la noche junto con la luna. De día estará el sol que dará luz y calor. Poblaré la tierra de diferentes animales, plantas, flores y frutos de muchas formas y colores, para que nunca se cansen de admirarlos. Habrá montañas gigantescas y valles por cuyas praderas verdes correrán ríos de agua cristalina donde irán a beber los animales. Todos los ríos irán al mar y allí se unirán en un fuerte abrazo. Debajo de las aguas del mar también habrá plantas y todo tipo de peces, grandes y pequeños. El Padre Celestial pensó en crear muchas cosas que agradaran a sus hijos. Incluso antes de crearlos, siempre que pensaba en ellos su corazón rebozaba de alegría. Dios era como un padre y una madre que preparan las mejores cosas para su bebé antes de su nacimiento. Después de haber ideado su plan, pudo finalmente empezar la obra de la creación. Era una tarea inmensa. ¿Podéis imaginároslo? El Padre Celestial necesitaba que alguien le ayudara. Por eso hizo primero a los ángeles y el mundo espiritual. No, no podemos ver este lugar aún, pero es un mundo maravilloso en donde viviremos por la eternidad después de nuestra vida en la tierra. — Ahora haremos el mundo físico donde nacerán mis hijos — le dijo Dios a los ángeles — Allí crecerán y aprenderán a experimentar mi amor. Si, será una escuela del amor para ellos. Entonces, Dios de su energía comenzó a formar las partículas, que son las cosas más pequeñas. Al juntarse éstas se formaron los átomos. Al unirse los átomos se formaron las moléculas que constituyen todos los minerales. Luego Dios con los minerales formó todos los cuerpos celestes, las estrellas, soles y planetas que componen el universo. El Padre Celestial eligió la tierra como el lugar donde nacerían sus hijos. Allí fue donde plantó las semillas de las plantas y animales. El Padre Celestial trabajó sin descanso durante millones de años hasta que todo estuvo listo. Incluso para Dios, esta tarea no fue fácil. ¡El Padre Celestial invirtió toda su energía, todo su corazón y amor hasta que no le quedaba ya nada que dar! ¿No creéis que el Padre Celestial debió sentirse tremendamente cansado? Sin embargo, el Padre Celestial se decía a sí mismo — No descansaré hasta que todo esté preparado para mis hijos. Cuando por fin todo estuvo listo, Dios reunió a los ángeles y les dijo — Ahora crearé al hombre y la mujer. Los crearé a mi imagen y semejanza, y serán mis hijos. Hasta ese momento, Dios había creado a los ángeles, que sólo eran espíritus, y a los animales y plantas, que no tenían un espíritu eterno. Pero ahora crearía al hombre y la mujer, con un espíritu eterno y cuerpo físico. Con su cuerpos podrían relacionarse con el mundo físico, con sus espíritus se comunicarían con el mundo espiritual. Así que serían los seres más completos, los reyes del universo. Y sobre todo podrían sentir el corazón del Padre Celestial, su amor y ternura, y tener una relación con Dios como la de un padre y un hijo. Entonces, una vez más, el Padre Celestial derramó todo su corazón en la creación de sus preciosos hijos. Cuando el Padre Celestial vio a sus hijos, sintió tanta alegría y amor que, por mucho que nos lo imaginemos, nos quedaremos cortos. ¡Qué feliz estaba el Padre celestial! Se sentía tan emocionado que quería reír y llorar a la vez de alegría. Cuando pensáis en vuestros padres, sentís que os quieren mucho. Pues el Padre Celestial aún os quiere más, porque el amor que nos dan nuestros padres vienen de Dios. Nosotros también podemos darle amor para que sea feliz y no se sienta sólo. Podemos decirle — Padre Celestial, te queremos mucho y queremos hacerte feliz — Entonces sentiremos como nos abraza y nos rodea con su amor. El Padre Celestial siempre está esperando a que tratemos de relacionarnos con él. Todos los ángeles y toda la creación se alegraron junto con Dios en aquel día tan señalado. 4
  • 5. Las tres bendiciones de Dios Cuando el Padre Celestial creó a Adán y Eva, era el ser más feliz del mundo. Su corazón rebozaba de alegría y felicidad. Dios tenía puestas todas sus ilusiones y esperanzas en ellos. Toda la creación la había hecho para ellos. Adán y Eva eran el primer hijo e hija de Dios. Ellos iban a ser los primeros padres de todos los hombres. ¿Cuál era el plan que Dios tenía para ellos? ¿Qué era lo que Dios esperaba de ellos? La Biblia nos cuenta que el Padre Celestial les bendijo diciéndoles — ¡Creced y multiplicáos, y dominad la tierra! — ¿Qué significan estas bendiciones de Dios? Vamos a verlo ahora. La primera bendición de Dios: "Creced" Como cualquier ser humano, Adán y Eva primero fueron bebés, luego niños y adolescentes, hasta llegar a ser jóvenes sanos y fuertes. Pero no sólo sus cuerpos deberían crecer, también sus espíritus deberían crecer hasta llegar a ser un hombre y una mujer perfectos. Dios deseaba que aprendieran muchas cosas sobre los animales y las plantas, y que conocieran todos los secretos del universo, pero lo más importante para el Padre Celestial era que Adán y Eva comprendieran su ideal y se unieran a él de corazón en una relación de amor. Así Adán y Eva serían perfectos. También, dentro de ellos sus mentes y sus cuerpos estarían unidos. Es decir, que nunca dirían mentiras ni harían nada malo hiciera sufrir a Dios. Ellos sentirían el corazón del Padre Celestial y por eso nunca desearían hacer sufrir a Dios. Esta era la primera bendición de Dios; que llegaran a ser un hombre y una mujer perfectos. La segunda bendición de Dios: "Multiplicáos" Cuando Adán y Eva se hubieran convertido en jóvenes maduros y perfectos, el Padre Celestial les habría llamado y les hubiera hablado de esta manera: — Hijos míos, estoy muy feliz de que ya hayáis crecido y vuestro corazón haya madurado. Ahora quiero daros mi bendición para que seáis marido y esposa. Deseo que os améis el uno al otro con un amor puro, eterno e incambiable. Deseo que tengáis muchos hijos e hijas y que los améis como yo os amo a vosotros. Quiero vivir con vosotros, con vuestra familia. Seré como el abuelo de vuestros hijos y formaremos una familia feliz. Vuestros hijos crecerán y a su vez tendrán hijos. Tendréis tantos descendientes que llenaran toda la tierra. Siempre estaremos unidos por el amor, formando una gran familia. Juntos seremos inmensamente felices. Este día, en el que el Padre Celestial hubiera bendecido en santo matrimonio a Adán y Eva, sería el día más feliz de toda Su existencia. No hubiera podido parar de bailar y cantar de alegría. No sólo Dios, sino que también los ángeles, los pájaros y todos los animales cantarían y bailarían llenos de felicidad. La boda de Adán y Eva era la boda del príncipe y la princesa de Dios. Después de su boda se convertirían en el rey y la reina de todo el universo. Esta era la segunda bendición de Dios. Crear una familia ideal, tener muchos hijos y nietos, llenar la tierra de familias ideales y formar así una gran familia unida por el amor. Este era el ideal que Dios siempre había soñado. La tercera bendición de Dios: "Dominad" Dios quería que sus hijos fueran unos reyes. Por eso, creó este mundo tan maravilloso para nosotros, para hacernos feliz. ¿Verdad que somos felices cuando respiramos el aire puro de las montañas, cuando nos bañamos en el mar, o cuando oímos a los pajaritos cantar? Nosotros debemos cuidar y amar a todas las criaturas de la naturaleza. Los animales y las plantas quieren recibir el amor de Dios a través de nosotros y devolvernos belleza y servicio. Dios es el inventor más inteligente del universo y el artista más grande. Así que el Padre Celestial desea que nosotros estudiemos mucho, conozcamos todos los secretos de la naturaleza e inventemos y construyamos muchas cosas, aviones, cohetes, coches, casas, pero siempre sin destruir la naturaleza. Esta era la tercera bendición de Dios; que dominemos la creación con amor y que construyamos muchas cosas para la felicidad de todos. Este era el ideal de la creación del Padre Celestial. Si Adán y Eva hubieran realizado estas tres bendiciones de Dios, viviríamos en un paraíso terrenal, el Reino de los Cielos en la tierra, y después de la vida aquí en la tierra iríamos a vivir con Dios eternamente en el Reino de los Cielos en el mundo espiritual. ¿Cómo crecemos? ¿Cómo Dios creó todas las cosas? ¿Tenía una varita mágica y dijo — ¡que haya sol y planetas! — y ¡plas! aparecieron de repente — ¡que haya árboles! — y ¡plos! todo estaba lleno de árboles? No, no fue como por arte de magia. Dios no creó a los seres ya maduros o perfectos. Dios creó la semilla de todas las cosas. Luego estas semillas crecieron y se desarrollaron hasta formar seres maduros. Por ejemplo: Si plantáis una semilla, al cabo de varias semanas aparece un tallo con pequeñas hojas verdes que crecerá hasta convertirse en una planta. Luego, en la primavera echará flores y frutos. En otoño los frutos estarán ya maduros y podremos saborearlos. Nosotros también venimos de una semilla pequeñita que está plantada en el vientre de nuestra madre. Cuando nacemos somos un bebé pequeño, luego un niño. Crecemos mucho y nos convertimos en jóvenes. Y luego llegamos a ser 5
  • 6. personas adultas y maduras. Hay tres etapas de crecimiento; la etapa de formación o la niñez, la etapa de crecimiento o la juventud, y la etapa de perfección o la madurez. Pero hay una diferencia entre nuestro crecimiento y el de las plantas y animales. Las plantas y los animales crecen guiados por sus instintos de una manera natural, sin hacer grandes esfuerzos. Sólo tenemos que regar las plantas de nuestro jardín para que echen muchas flores y dar de comer a los gatitos para que crezcan y se pongan muy grandes. ¿Tienen los gatos que aprender a leer y escribir, e ir a la escuela? No, se pasan todo el día jugando y tumbados tomando el sol. Sin embargo, a nosotros Dios nos ha dado la responsabilidad de desarrollar nuestro carácter y espíritu. Por esto, tenemos que estudiar y aprender muchas cosas. Cuando estamos creciendo no sabemos aún distinguir con certeza lo bueno de lo malo. Por ello, Dios le dijo a Adán y Eva, cuando aún eran inmaduros, que no deberían comer del fruto prohibido. La responsabilidad de ellos era tener confianza y obedecer este mandamiento de Dios. Pero ellos no obedecieron y comieron del fruto causando así su propia desgracia y la de todos sus descendientes. Por eso, tenemos que obedecer y tener confianza en el Padre Celestial y en nuestros padres, y seguir sus consejos haciendo sólo cosas buenas y evitando las malas. ¿Por qué Dios nos ha dado esta responsabilidad? Su deseo es que comprendamos su ideal y que lleguemos a la perfección por nuestro propio esfuerzo. El Padre Celestial quiere estar orgulloso de nosotros y desea que lleguemos a ser incluso mejor que él. Dios nos ha hecho diferentes de las plantas y animales porque somos sus hijos, los reyes de la creación. Esta es otra razón por la que tenemos la responsabilidad de estudiar, de aprender muchas cosas, de ser muy buenos y amar a Dios, para así llegar a ser unos reyes buenos y amantes que sepan cuidar de las plantas, animales y todas las cosas de la creación. El deseo más grande de Dios es que lleguemos a la perfección y libremente le amemos y nos unamos a él de corazón. Una vez que hayamos llegado a la perfección podremos hacer todo lo que queramos. Nunca haremos algo malo porque, sin que nadie nos lo diga, sabremos por nosotros mismos que las cosas malas hacen sufrir a Dios, a los demás y nos hacen un daño a nosotros mismos. La perfección es vivir completamente feliz, queriendo a Dios, a nuestros padres, a nuestro marido y esposa, a nuestros niños y a toda la gente del mundo con un amor verdadero. El reino de la perfección es el reino de la felicidad y el amor verdadero. El mundo espiritual El Padre Celestial nos creó con un espíritu y un cuerpo. Con nuestros ojos podemos ver el azul del cielo, con nuestra nariz podemos oler el perfume de las flores, con nuestros oídos escuchar el canto de los pájaros, con nuestra boca saborear una deliciosa fruta y con nuestras manos acariciar la suave piel de un gato. Este hermoso mundo físico que nos rodea nos es muy conocido y familiar. Pero aquí no podemos vivir para siempre. Nuestro cuerpo físico envejece como el de los abuelos y algún día tiene que morirse. ¿Qué le ocurre, entonces, a nuestro espíritu? Nuestro espíritu es eterno, y, después de que nuestro cuerpo se muere, va a vivir al mundo espiritual. El Padre Celestial, ya desde antes de la creación de este universo físico, había creado a los ángeles y un maravilloso mundo espiritual para nosotros. Lo que pasa es que no podemos verlo con los ojos de nuestro cuerpo físico. No podemos ver tampoco nuestro alma o espíritu, pero esto no quiere decir que no exista. De hecho en nuestro espíritu están las cosas más valiosas que poseemos, nuestro corazón y amor, nuestros sentimientos y deseos, nuestra inteligencia. Pero nuestro espíritu existe realmente y también tiene un cuerpo espiritual eterno, que no envejece ni muere. El mundo espiritual no se puede ver con los ojos del cuerpo físico, pero si podremos verlos con los ojos de nuestro cuerpo espiritual. El mundo espiritual es muchísimo más bello y hermoso que este mundo físico. Allí viven los ángeles. Allí, en vez de respirar aire, respiraremos el amor de Dios. Allí la naturaleza es maravillosa e inmensa, y con nuestro cuerpo espiritual podremos volar y viajar, incluso a la velocidad del pensamiento. Fijáos bien, nuestra vida tiene tres etapas. Durante nueve meses vivimos dentro del vientre de mamá. Allí nuestro cuerpo se va formando poco a poco. Aunque es un lugar oscuro y pequeño, estamos protegidos y alimentado por nuestra madre. Al nacer pasamos del vientre a un mundo más grande. Cuando nacemos tenemos un cuerpo muy pequeño, pero ya podemos respirar, comer y desenvolvernos en este nuevo mundo. Esta es la segunda etapa de nuestra vida que dura 80 o 90 años. Durante la vida aquí en la tierra, el cuerpo y el espíritu crecen al mismo tiempo. El cuerpo es como el árbol y el espíritu como el fruto. El Padre Celestial creó este mundo como una escuela del amor. Primero, recibimos el amor de nuestros padres y hermanos y hermanas, así vamos aprendiendo a recibir y dar amor. Luego, nos casamos y tenemos niños, entonces nuestra capacidad de dar amor aumenta. Así nuestro espíritu va madurando al mismo tiempo que aprendemos a amar a los demás y experimentamos cada vez más el amor del Padre Celestial. Al final nos hacemos abuelos y un día abandonamos este mundo para ir a vivir con el Padre Celestial en el mundo espiritual, nuestro hogar eterno, un mundo más grande y maravilloso que este. Así pues, la muerte no es algo triste sino como un nuevo nacimiento o como viajar a otro país o planeta. Allí viviremos con nuestros padres y familiares que hayan partido antes que nosotros. Esta es la tercera etapa en nuestra vida en la que, sobre todo si somos buenos, viviremos con nuestro Padre Celestial y nuestra familia por la eternidad. ¿Cómo nuestro espíritu puede crecer hasta ser maduro o perfecto, mientras vivimos aquí en la tierra? Por ejemplo, para que nuestro cuerpo crezca sano y fuerte, necesitamos el calor y la luz de sol, aire puro y comida sana. ¿Qué pasaría si no comiéramos lo necesario? Al cabo de un tiempo nos pondríamos enfermos ¿Y si nunca nos diera el sol ni 6
  • 7. respirásemos aire puro? Nos ocurriría lo mismo. Dios es como el sol del mundo espiritual, la fuente de amor, sabiduría y vida. Por esto, nuestro espíritu, para crecer, necesita recibir el amor de Dios, aprender los ideales de Dios y vivir en un ambiente de armonía. Son nuestros padres los que deben darnos el amor de Dios y enseñarnos las palabras de Dios. Esto es como el calor, la luz y el aire para el espíritu, pero también éste necesita una especie de alimentos o vitaminas. El alimento para nuestro espíritu son las buenas obras. Dios y nuestros padres nos enseñan lo que está bien y lo que está mal. Cuando hacemos cosas buenas nos sentimos felices y cuantas más cosas buenas hagamos más alimentamos a nuestro espíritu y más bello y hermoso se volverá. Sin embargo, la gente que hace cosas malas envenena su espíritu, que se vuelve negro y feo. Por esto, el Padre Celestial quiere que aprendamos a dar y recibir amor, queriendo a nuestros padres y hermanos, y haciendo muchas cosas buenas por los demás, para que así podamos vivir felices aquí, y luego nos preparará un lugar maravilloso en el mundo espiritual. Sin embargo. la gente que es mala y egoísta, que siempre se están peleando y haciendo daño a los demás, destruyen sus espíritus y después de morir van a un sitio oscuro y horrible en el mundo espiritual. La caída de Adán y Eva Cuando el Padre Celestial comenzó a crear este mundo, ya había hecho antes el mundo espiritual y a los ángeles. Igual que Dios puso muchos animales y plantas en el mundo físico para la alegría del hombre, en el mundo espiritual puso a los ángeles para cuidar y servir a los hombres. Así que desde antes de la creación del mundo había muchos ángeles. Ellos ayudaron a Dios en la creación y vieron como Dios creó todas las cosas. Por esto conocían muchos secretos de la naturaleza. Especialmente Lucifer, que era el jefe de todos los ángeles. Era muy inteligente y hermoso. Era el ángel que Dios más amaba. Por fin llegó el gran día, el día en el que nacieron Adán y Eva, el hijo y la hija del Padre Celestial, los reyes de la creación. Dios había trabajado muchísimo, había invertido todo su corazón preparándolo todo para sus hijos. De toda la tierra Dios había escogido un lugar precioso para que sus hijos nacieran, el Jardín del Edén, por donde pasaban cuatro ríos y estaba lleno de árboles frutales, plantas y animales de todas clases. ¡En aquel día, Oh, el Padre Celestial se sentía inmensamente feliz! ¡Si, lloraba de felicidad! Fue la cosa más grande que Dios jamás había experimentado. Toda la creación y los ángeles se alegraron con él. Fue un día inolvidable. Los ángeles cuidaron de Adán y Eva cuando eran pequeños. Dios amaba y confiaba tanto en Lucifer que le encargó que cuidara y educara a Adán y Eva. Su misión era la de ser como su profesor y enseñarles todos los secretos de la creación. Adán y Eva a medida que crecían eran cada vez más hermosos y Dios los amaba cada vez más. Adán siempre andaba corriendo detrás de los animales que se encontraba y a todos les iba poniendo un nombre. Eva disfrutaba admirando las flores y plantas que crecían en el Jardín del Edén. Pero, entonces, ocurrió algo... Un sentimiento diferente comenzó a crecer en el corazón de Lucifer. Un sentimiento extraño y frío. Sentía como si ya no era tan importante como antes. — A Dios lo único que le preocupa ahora es Adán y Eva — pensaba Lucifer — Cuando ellos crezcan serán más importantes que yo y Dios los pondrá a cargo de toda la creación. Lucifer sentía como si Dios le quería menos que antes. Se sentía abandonado e inútil. Comenzó a pensar — ¿Y yo qué? He estado trabajando para Dios todo este tiempo. Adán y Eva no han hecho nada. Ellos no saben nada acerca de la creación. ¡Son tan ignorantes! ¿Por qué Dios los ama más? De hecho, estaba muy celoso de que Adán y Eva fueran más amado por Dios. Sin embargo, Dios seguía amando a Lucifer tanto como antes, pero era natural que amara más a sus hijos. Lucifer debería haber compartido la misma alegría que Dios sentía al amar a sus hijos y haber cumplido fielmente su misión de cuidar y servir a Adán y Eva. En el futuro podría haber recibido un amor muy grande de Dios a través de Adán y Eva, que hubiera compensado con creces la falta de amor que sentía ahora haciéndole completamente feliz. Pero Lucifer no pudo ver esto. Estaba siempre pensando — ¿Cómo puedo tener el dominio sobre Adán y Eva y sus descendientes? ¿Cómo puedo ser el rey de la creación? Cada vez estaba más enfadado y centrado en sí mismo. No se preocupaba de lo que le ocurriera a Adán y Eva, no se preocupaba de Dios, ni de sus ángeles, ni de la creación. Lo único que se preocupaba era de como podría seguir siendo el número uno, el más amado por Dios. Lucifer sabía que Adán y Eva muy pronto serían maduros y perfectos, y Dios les bendeciría en matrimonio, llegando a ser marido y esposa. Entonces, se convertirían en el rey y la reina de la creación y sería muy difícil dominarlos. Por esto pensó — Debo aprovecharme ahora que todavía son jóvenes inmaduros, antes de que lleguen a la perfección y Dios les dé la bendición. El Padre Celestial estaba muy preocupado por esta situación. Lo que más le preocupaban eran sus hijos. Ellos eran adolescentes, puros e inocentes, aún no sabían discernir entre lo bueno y lo malo con claridad, porque todavía eran inmaduros. También estaba preocupado por Lucifer. Dios conocía sus sentimientos e intenciones y temía que pudiese engañar a Adán y Eva. La Biblia dice que Dios les prohibió comer del fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. En realidad no había el Jardín del Edén ningún árbol o fruto con ese nombre. El fruto prohibido era un símbolo del amor. Comer del fruto significaba tener relaciones de amor prematuras o antes de tiempo. Podemos imaginarnos así lo que ocurrió. Un día Dios llamó a Adán y Eva, y les habló muy seriamente: 7
  • 8. — Hijos míos, sabéis que os quiero mucho y deseo siempre vuestro bien y felicidad. Aún sois jóvenes y debéis crecer y madurar. Podéis hacer todo lo que queráis, pero hay algo de lo que tengo que preveniros. Hasta que llegue el tiempo en que ya seáis maduros y recibáis mi bendición, debéis guardar la pureza y la inocencia de vuestro amor como el tesoro más valioso y apreciado. Si os comportáis como marido y esposa antes de recibir mi bendición perderéis el amor verdadero y moriréis espiritualmente. Especialmente, a ti Eva debo prevenirte de que no hagas caso a Lucifer si trata de decirte lo contrario y por ninguna razón debes dejar que te coja de la mano, te acaricie o te bese. Adán y Eva, viendo la seriedad con Dios les habló, se estremecieron y en ese momento no se les pasó por la cabeza desobedecer a Dios, aunque, por ser tan jóvenes e inocentes, no entendían bien el mandamiento. Mientras tanto, Lucifer, que seguía enseñando a Adán y Eva muchos secretos sobre la naturaleza, empezó a querer estar más tiempo a solas con Eva. Le decía a Eva — Deja que tu hermano se vaya por ahí persiguiendo a los animales. Tú quédate conmigo pues quiero contarte más cosas muy interesantes. Lucifer se sentía muy atraído hacia Eva porque ella era muy hermosa. Eva también se sintió atraída por Lucifer porque parecía muy sabio e inteligente. Un día Lucifer le dijo a Eva — ¿Te ha dicho Dios que no debes dejar que nadie te acaricie y que te bese? ¿Si? ¡Eso es que Dios no quiere que disfrutes del amor y seas feliz! Pero Eva acordándose del mandamiento de Dios lo rechazaba diciéndole que si Dios lo había prohibido sería por algo y que había que ser obedientes. Sin embargo, después de pasar muchos días junto con Lucifer, al final, Eva se sintió confundida, sin saber si debía obedecer el mandamiento de Dios o no. Entonces, cometió una terrible equivocación. Se dejó seducir y engañar por Lucifer y ambos se comportaron como marido y esposa. Después Eva se sintió culpable por lo que había hecho y se dio cuenta que Adán era quién debería ser su marido, y no Lucifer. Vio que Adán era aún inocente y puro, y buscó su consuelo. Y luego convenció a Adán para que se comportara como su marido. Pero esto también era contra el mandamiento de Dios. El Padre Celestial les había dicho que debían esperar hasta que, una vez maduros, se casaran con el permiso de Dios. Eva logró seducir y engañar a Adán y se unieron como marido y esposa sin el permiso ni la bendición de Dios. ¡No sabéis lo terrible que fue esto! ¡Qué desgraciados y miserables se sentían después de perder el amor de Dios! Se sentían temerosos y culpables, sus espíritus se oscurecieron al perder el amor de Dios y derramaron muchas lágrimas de desconsuelo y desesperanza. ¿Sabéis qué pasó con Dios? ¡El Padre Celestial sintió la pena más grande que jamás halláis podido imaginar! ¡Con cuánta ilusión había preparado todas las cosas para sus hijos! ¡Con cuánto anhelo había estado esperando el día de las bodas de sus hijos! Ellos se habrían convertido en los Verdaderos Padres de la humanidad, teniendo en sus corazones el amor verdadero, puro y desinteresado de Dios. Este amor verdadero es el que hubieran transmitido a sus hijos y descendientes, realizándose así el mundo ideal de Dios. Sin embargo, todo este ideal se perdió. Al ser engañados por Lucifer y casarse sin la bendición de Dios, se convirtieron en unos padres falsos, con un amor egoísta, desobedientes y llenos de miedo, envidias, celos y odios. Esto es lo que multiplicaron realizando así un mundo de odios y guerras. Al perder a sus queridos hijos el corazón del Padre Celestial se hizo pedazos. Dios no pudo parar de llorar. Todas sus ilusiones e ideales se vinieron abajo. Los ángeles, animales, plantas y toda la creación lloró con Dios por esta pérdida. El sufrimiento de Dios fue tan profundo que nadie pudo consolarle. Sin embargo, el Padre Celestial no perdió la esperanza. A partir de entonces, debido a que Dios tiene un amor incondicional y eterno, su único pensamiento era como acabar con el sufrimiento de sus hijos y recuperarlos de nuevo. Dios se determinó absolutamente a salvarles. Así durante toda la historia el Padre Celestial ha estado trabajando sin descanso, buscando a esos Verdaderos Padres que pudieran vencer a Satán y llevar a todos los hombres hacia él. ¡Qué feliz será nuestro Padre Celestial cuando se consiga esto! Caín y Abel El mundo se había convertido en un lugar oscuro y gris desde que Adán y Eva se habían apartado de Dios. Cuando Adán y Eva vivían con Dios todo les parecía maravilloso, el sol brillaba más intensamente y los pájaros cantaban con más alegría. Sin embargo, ahora sus vidas eran como una pesadilla, sentían miedo y soledad, y se echaban las culpas el uno al otro de su infelicidad. El Padre Celestial no podía amarles ni vivir con ellos. Dios sentía mucha pena por sus hijos e ideó un plan para salvarles lo más pronto posible. Su plan era claro. De entre sus descendientes nacería el Mesías, un nuevo Adán, que lograría vencer a Satán y junto con su esposa, una nueva Eva, se convertirían en los Verdaderos Padres de todos los hombres. Pero antes de que pudiera ocurrir esto, la familia de Adán y Eva tenían que apartarse de Satán y prepararse para recibir al Mesías. El corazón de Adán y Eva era una mezcla de buenos y malos sentimientos. Por ello, Dios les iba a dar dos hijos, Caín y Abel. El mayor, Caín, sería el que representaría el lado malo y el menor, Abel, el lado bueno. El plan de Dios era que Abel conquistara con amor el corazón de Caín y ambos se amaran mucho y juntos volvieran a Dios. Entonces, podrían también llevar a Dios a sus padres, Adán y Eva. Así que el Padre Celestial estaba esperando ansiosamente el día en el que pudiera recuperar a sus hijos. De acuerdo al plan de Dios, Adán y Eva pusieron a su primer hijo el nombre de Caín y al segundo el nombre de Abel. Pasó el tiempo y ambos crecieron. También tuvieron más hermanos y hermanas. Caín se hizo agricultor, empezó a trabajar la tierra y sembrarla. Abel, en cambio, se hizo pastor y cuidaba las ovejas y cabras. Debido a que Adán y Eva se habían apartado de Dios no pudieron enseñar a sus hijos a ser buenos y darles el amor de Dios. Especialmente, Caín tenía un carácter odioso, siempre maltrataba a sus a sus hermanos sin ninguna razón. 8
  • 9. Todos le temían porque les pegaba. Sin embargo, Abel era totalmente diferente, ayudaba y cuidaba de sus hermanos. Todos le querían. Pronto se convirtió en el favorito de la familia. Caín, al ser el mayor, quería que sus hermanos le obedecieran, pero ellos escuchaban más a Abel que a él. Caín se sentía muy celoso de Abel. Caín trabajaba duramente arando y sembrando la tierra, pero como no lo hacía con buen corazón, sus cosechas no eran buenas. Abel cuidaba su rebaño y cada primavera nacían muchos nuevos corderillos. Parecía que todo le salía bien. Esto aumentó la envidia de Caín. Llegó el tiempo en el que Caín y Abel tenían que demostrar su fe y amor al Padre Celestial. Dios les pidió que le hicieran una ofrenda. Caín debería ofrecerle frutos del campo, y Abel un cordero de su rebaño. Caín, que tenía un corazón resentido en contra de su hermano, cuando preparó la ofrenda no escogió los mejores frutos, ni puso todo su corazón y fe al ofrecerlos a Dios. Por esta razón, se levantó un viento muy fuerte que tiró su ofrenda del altar de piedra que había preparado. El Padre Celestial no pudo aceptar su ofrenda. Abel escogió el cordero más hermoso y puro de su rebaño para la ofrenda, puesto que pensaba que todo lo que tenía se lo había dado Dios. Preparó el altar y la ofrenda con todo su corazón y con sumo cuidado para agradar y consolar al Padre Celestial. Cuando Dios vio la actitud de Abel, Su corazón se llenó de alegría. ¡Por fin tenía a alguien en quién confiar! Abel sintió esta alegría que venía de Dios y, viendo que el humo blanco del sacrificio ascendía derecho hacia el cielo, sintió que su ofrenda había sido aceptada por Dios. Caín se puso furioso y más celoso que nunca de su hermano. No podía ni siquiera mirarle a la cara. Pensaba — ¿Por qué Dios ha aceptado la ofrenda de Abel y no la mía? Cuando Dios lo vio así le preguntó — ¿Por qué estás enfadado? El mal te acecha como fiera que te codicia, pero si obras bien, podrás vencerle Dios quería que Caín superara sus celos, que no actuara como Satán, que reconociera que su hermano era más bueno y tratara de aprender de él. Por otro lado, Dios esperaba que Abel consolara a Caín, que le amara y le ayudara a superar sus celos. El deseo de Dios era que Abel se ganara el corazón de Caín con amor verdadero y ambos hermanos se unieran y juntos volvieran a Dios. Sin embargo, Abel, que se sentía muy contento, se despreocupó de su hermano y no le ayudó. Caín, que era muy orgulloso, no pudo arrepentirse ni superar sus celos. Al final odiaba a Abel con todo su corazón. Un día siguió a Abel y cuando estaban en un lugar apartado del campo, cogió una quijada y golpeó a su hermano hasta matarle. Al ver a Abel sin vida en el suelo, corrió desesperado por el campo. Cuando Dios lo vio, le preguntó —¿Dónde está tu hermano? — ¡No lo sé! — contestó Caín — ¿Soy acaso el guardián de mi hermano? — Caín, ¿qué has hecho? — exclamó Dios — Veo que la sangre de tu hermano tiñe la tierra. Te maldigo a vagar por la tierra y a ser perseguido por los hombres. ¿Cómo podría ya vivir tranquilo con el remordimiento de lo que había hecho? El Padre Celestial lloró mucho la muerte de Abel, pues todas sus esperanzas de salvar a toda la familia de Adán y Eva se perdieron. Adán, Eva y sus hermanos lloraron desconsoladamente por la muerte de Abel. El único que sonreía era Satán, porque había hecho fracasar el plan de Dios, incitando a Caín a matar a Abel. Ahora, a través de Caín dominaría a todo el mundo. ¿Pensáis que el Padre Celestial se dio por vencido? ¡No, eso nunca! Siguió luchando por encontrar a alguien en quién poner sus esperanzas. Los descendientes de Caín se volvieron cada vez más malos y violentos. Sin embargo, Dios eligió a Set, que era tranquilo y bondadoso como Abel, para escoger de entre sus descendientes a un hombre bueno y justo. Este era Noé. ¿Qué lecciones podemos aprender de esta historia? En primer lugar, nunca debemos guardar celos ni enfado en nuestro corazón. Cuando vemos a otros que son más buenos o mejores que nosotros, debemos ser humildes y aprender de ellos, no sentirnos envidiosos. Esta fue la actitud de Caín y eso le hizo desgraciado. Nuestro corazón es como una maceta. Si sembramos semillas malas, nacerán ortigas y espinos. Si pones semillas buenas, saldrán flores preciosas. Los celos nos hace tener un carácter malo. En cambio, la humildad, el pedir perdón y la obediencia hace que seamos bellos por dentro. En segundo lugar, cuando somos los mejores de clase o los más inteligentes, no debemos burlarnos de los demás y reírnos de ellos porque son más torpes. Sino, más bien, tratar de ayudarles a ser mejores, como lo que debería haber hecho Abel con su hermano Caín. En tercer lugar, debemos tener la misma fe y confianza en Dios que tenía Abel. Cuando somos niños o jóvenes debemos confiar también en nuestros padres y contarle todos nuestros problemas, pues ellos sólo quieren vuestra felicidad y son quienes mejor pueden guiarnos al Padre Celestial. La familia de Noé Transcurrieron muchos años y los descendientes de Adán y Eva se hicieron cada vez más numerosos. De entre ellos, los del linaje de Caín eran los más violentos, se mataban unos a otros y lograron dominar a todos los demás por la fuerza. La corrupción y maldad reinaba por todas partes. Dios cuando miraba la tierra sentía una pena infinita. El Padre Celestial deseaba mandar al Mesías para que salvara al mundo, pero en aquellas circunstancias tan malas no le harían caso y lo matarían. Así que Dios se decidió a acabar con aquella sociedad perversa mandando un diluvio. Dios vio que Noé, un descendiente de Set, que vivía con su esposa y sus tres hijos, Sem, Cam y Jafet, era el hombre más bueno y honrado de aquel tiempo, Un día, al salir de su casa, escuchó la voz de Dios que le decía: — ¡Noé, Noé! Los hombres se han vuelto demasiado malos y he decidido destruirlos junto con este mundo malo 9
  • 10. que han creado. Haré venir un diluvio y todos se ahogaran, pero te he elegido a ti para que construyas un arca en lo alto de la montaña, así que tu y tu familia y una pareja de cada especie animal se salve — Noé se quedó atónito, pero creyó totalmente en lo que Dios le decía. El plan de Dios era que, salvando a Noé y su familia, ellos pudieran empezar un nuevo mundo, un nuevo linaje bueno del cual nacería el futuro Mesías. Noé hizo exactamente lo que Dios le había mandado hacer. Junto con su familia, después de muchos años de duro trabajo y sacrificios, lograron construir el arca. ¿Pensáis que fue fácil para Noé concluir su tarea? No, de ninguna manera. Cuando le contó a su esposa lo que Dios le había dicho, ella no se lo creyó. Pensó que su marido había perdido la cabeza. Así que Noé tuvo que empezar a construir el arca totalmente solo. Todas las mañanas, después de oír las quejas y reproches de su propia familia, partía solo hacia la montaña para construir el arca. Su único consuelo era mirar el cielo azul y sentir en su corazón el amor del Padre Celestial. Al cabo de un tiempo, su esposa y sus hijos, viendo la fe tan grande que Noé tenía en Dios, se decidieron ayudarle a construir el arca. Noé también anunció a toda la gente que Dios iba a mandar un diluvio. Les decía que tenían que arrepentirse y que la salvación estaba en el arca. Pero sus vecinos y la gente de su ciudad se reían y burlaban de Noé y su familia. Todo el mundo los señalaban con el dedo gritándoles —¡Ahí van esos locos! — Incluso los niños les tiraban piedras. Adán y Eva no tuvieron fe en Dios y le desobedecieron. Por esto, Dios tenía que encontrar a un hombre que tuviera una fe muy grande a pesar de cualquier dificultad. El Padre Celestial estaba muy feliz porque Noé demostró al construir el arca una fe incambiable a pesar de ser perseguido por todo el mundo. Después de terminar el arca, Noé y su familia, la llenaron de alimentos y provisiones para ellos y los animales. Por fin, Noé y su esposa, sus tres hijos junto con sus esposas entraron y cerraron las puertas. Entonces, el cielo se oscureció y empezó a llover. Siguió lloviendo por cuarenta días y cuarenta noches. Toda la tierra quedó inundada y en medio de aquella gran mole de agua sólo flotaba el arca de Noé. Su fe y amor a Dios había salvado a su familia. Ellos se sentían entonces muy agradecidos y unidos con Noé. Pasaron muchos días hasta que las aguas fueron asentándose. Noé primero soltó un cuervo, que revoloteó alrededor del arca. Luego, mandó un paloma, que volvió al arca al no encontrar tierra firme. Mandó una segunda paloma que volvió con una rama de olivo. Una tercera ya no regresó, lo cual significaba que las aguas ya había retrocedido y podían salir del arca. Noé abrió la ventana y vio tierra firme. Noé salió del arca con toda su familia y los animales. Dieron gracias a Dios ofreciéndole un sacrificio. Entonces, Dios les bendijo diciéndoles — Creced, multiplicáos y cuidad de los animales de la tierra, los pájaros del cielo y los peces del mar. Os doy este nuevo mundo para vosotros — ¡Qué feliz se debería sentir el Padre Celestial en aquel momento! El sol volvía a brillar en el cielo, la lluvia lo había purificado todo y un arco iris de colores muy brillante apareció en el cielo como señal de la promesa de Dios de que no mandaría de nuevo otro diluvio. La tierra podía ser de nuevo un Jardín del Edén. El deseo de Dios era que los tres hijos de Noé, junto con sus esposas se unieran de corazón a Noé y heredaran la fe tan grande que tenía Noé en el Padre Celestial. Así toda la familia estaría unida a Dios y separada de Satán. Pero, desgraciadamente, Satán trató de infiltrarse dentro del corazón de sus hijos y así sembrar una semilla de discordia. Al final consiguió entrar en el corazón de Cam, el segundo hijo de Noé, echando a perder todas las esperanzas que Dios tenía puestas en la familia de Noé. Noé, después de bajar del arca, trabajó duramente para plantar una viña. Cuando vino el tiempo de la cosecha estaba tan contento que bebió mucho zumo de uva hasta que se emborrachó. Así que sin saber lo que hacía se quedó dormido desnudo en su tienda. Cam pasó por allí y vio a su padre durmiendo desnudo. Se avergonzó de su padre y mostró una actitud de crítica y reproche por lo que había hecho. No sólo eso, sino que llamó a sus hermanos e hizo que ellos se avergonzaran y criticaran también a su padre. Trajeron una manta y lo taparon caminando de espaldas para no verle. Cuando Noé se despertó y se enteró de lo sucedido, maldijo a Cam y le dijo que sus descendientes serían esclavos de los de sus hermanos. El Padre Celestial estaba muy triste por lo que había hecho Cam. Satán había despertado en su corazón malos sentimientos en contra de su padre Noé; vergüenza, crítica y censura. Si Cam hubiera recordado que toda la familia pudo salvarse gracias al sacrificio y la fe tan grande de Noé al construir el arca, hubiera tenido un corazón lleno de agradecimiento y amor por Noé. Así no le hubiera dado importancia al hecho de que se acostara desnudo aquel día en la tienda. Lo hubiera tapado sin decírselo a nadie. Pero Cam no actuó así, sino que incluso puso a todos sus hermanos en contra de su padre. El Padre Celestial se afligió mucho, la semilla del mal y la discordia había entrado en aquella familia que había salvado del diluvio. Estaba tan afligido como cuando Caín mató a Abel. Todas las esperanzas que tenía puesta en la familia de Noé se vinieron abajo. Sabía que tendría que esperar mucho tiempo hasta que pudiera encontrar otra familia que pudiera ser la semilla buena de la cual pudiera nacer el Mesías. La lección que podemos aprender de esta historia, es que siempre debemos unirnos de corazón con nuestros padres, aunque ellos cometan errores, debemos estar agradecido por sus sacrificios y esfuerzos en cumplir la voluntad de Dios. Debemos heredar la fe tan grande que ellos tienen en el Padre Celestial, así que toda nuestra familia esté unida de corazón en el amor de Dios. Así también debemos respetar y seguir a todos hombres de gran fe y dedicación a Dios, unirnos a ellos, heredar su fe y seguir su trabajo para Dios. La familia de Abraham 10
  • 11. Pasaron muchos años hasta que el Padre Celestial pudo encontrar a otro hombre bueno. Este era Abraham, descendiente de Sem. Abraham vivía en Harán, en casa de su padre Teraj. Un día Dios se le apareció y le dijo: — Sal de la casa de tu padre y vete al país que te indicaré. Bendeciré a tu familia y descendientes, que se convertirán en una gran nación — Abraham tuvo una confianza muy grande en Dios y partió con su esposa Sara y su sobrino Lot, juntos con sus siervos y rebaños, hacia Canaán, la tierra prometida. Cuando Abraham llegó a Canaán, se encontró con una tierra maravillosa, con buenos pastos y muy fértil. Dios le habló de nuevo una noche: — Mira las estrellas del cielo y cuéntalas si puedes. Así será tu descendencia. Te he traído a esta tierra para dártela en propiedad, para ti y para tus hijos. Abraham le preguntó — Señor, ¿qué he de hacer para tenerla? — Entonces, Dios le dijo que le ofreciera el sacrificio de una vaquilla, un carnero y una paloma. Debería cortar los animales en dos y quemarlos en un altar. El deseo de Dios era que Abraham se convirtiera en el padre de la fe, en un nuevo Noé, por eso esperaba que pusiera todo su corazón y amor en el sacrificio. Por otro lado, Satán estaba observando expectante las acciones de Abraham, para ver si encontraba un fallo por el cual acusarle ante Dios. Abraham preparó el altar y la leña para el fuego, escogió los animales y los sacrificó, cortó en dos a los más grandes, pero se le olvidó cortar a la paloma. Los ofreció en sacrificio, pero se olvidó también de orar antes para que Dios aceptara su ofrenda. No preparó la ofrenda con sumo cuidado y amor. Por esta razón, unas aves de rapiña, que simbolizaban a Satán, se abalanzaron sobre los cuerpos. Abraham tuvo que espantarlas. Cuando atardecía, Abraham estaba tan cansado que cayó en un profundo sueño. El Padre Celestial estaba muy triste por la mala actitud de Abraham. Dios no pudo aceptar su ofrenda debido a que Abraham no demostró suficiente fe al hacer el sacrificio, algo tan sencillo y fácil si lo comparamos con lo que tuvo que hacer Noé. Abraham se despertó presa de un gran terror y escuchó la voz de Dios que le amonestaba diciéndole — Haz de saber que tus descendientes serán esclavos y vivirán oprimidos durante 400 años en una tierra extraña. Abraham se sintió muy apenado y arrepentido por su mala actitud y falta de fe hacia Dios, tanto que lloró mucho pidiéndole perdón. El Padre Celestial, conmovido, pensó en darle otra oportunidad de demostrar su fe y amor. Abraham y Sara eran ya muy mayores y aún no tenía un hijo propio. Un día, unos ángeles se aparecieron y les dijeron que iban a tener pronto un hijo. Este anuncio se hizo realidad y, por fin, tuvieron a su único hijo Isaac. ¿Podéis imaginaros lo felices que estaban? Cuando nació organizaron una gran fiesta para celebrarlo. Para ellos, su hijo Isaac, era la cosa más preciosa y querida del mundo, más incluso que sus propias vidas. Pasó el tiempo. Isaac ya era un joven muy bueno y obediente que siempre ayudaba a sus padres. Entonces, el Padre Celestial quiso probar de nuevo la fe de Abraham. Un día le habló de esta manera: — Abraham, ve con tu querido hijo al monte Moria y allí ofrécemelo en sacrificio. — Así lo haré, mi Señor — respondió Abraham sobrecogido. Su corazón quedó paralizado y la angustia inundó su cuerpo. — ¿Sacrificar a mi amado hijo, el único que tengo? — pensaba con angustia — Dios me había prometido que mis descendientes formarían un gran pueblo ¿cómo es posible que ahora me pida que sacrifique a mi único hijo? Una tormenta de sentimientos pasaron por su mente — ¡Cuánto más fácil sería ofrecer mi vida en lugar de la de mi hijo! — Sin embargo, recordando que en su primera ofrenda hizo sufrir mucho a Dios, se determinó esta vez a obedecer a Dios. Esa noche habló con su querida esposa Sara. Ella lloró desconsoladamente, pero apoyó a Abraham en su decisión. A la mañana siguiente, Abraham partió hacia el monte Moria con su hijo. En el camino cortaron leña para el sacrificio. El pequeño Isaac, que llevaba la leña, le preguntó a su padre — Papá ¿dónde está el carnero que vamos a sacrificar? Abraham, con el corazón en un puño, le contestó — Isaac, hijo mío, sabes que tú fuisteis un maravilloso regalo de Dios. Pues bien, ayer Dios me pidió que te entregara de nuevo a él. Abraham no pudo contener las lágrimas. Isaac al oír esto, le contestó — No te pongas triste, papá, si es lo que Dios quiere, yo gustoso me ofrezco al sacrificio. Así podré ir al cielo y verlo antes — Abraham se muy sintió sorprendido y consolado por la fe de su hijo. Como sabéis Dios no quería que Abraham matara a su hijo Isaac, sólo quería que demostraran su amor a Dios. El mismo Padre Celestial estaba sorprendido por la fe de estos dos hombres. Ahora si podía decirle a Satán con orgullo — ¿Has visto que fe tienen mis hijos? — Satán esta vez tuvo que callarse a regañadientes. Llegaron al sitio que Dios había escogido. Abraham construyó un altar y puso la leña encima. Luego, colocó a Isaac encima de la leña. Entonces, Abraham cogió el cuchillo y levantó la mano. En ese momento, el Padre Celestial lloró de alegría al ver la actitud de ambos. Cuando estaba a punto de clavar el cuchillo, de repente, Abraham escuchó una voz del cielo que decía — ¡Abraham, Abraham! ¡No hagas daño a tu hijo, porque ahora ya se que amas de todo corazón a Dios! ¿Os podéis imaginar la alegría tan grande que sintieron en ese momento Abraham y su hijo Isaac? Sentían que habían vuelto a nacer. Dios derramó un gran amor en sus corazones. Luego, Abraham vio a un carnero que estaba atrapado por los cuernos en un zarzal. Padre e hijo ofrecieron este carnero en sacrificio en lugar de Isaac. Al escuchar estos relatos bíblicos, debemos comprender el corazón del Padre Celestial, sus alegrías, sus penas. También, debemos compartir los sentimientos de los personajes, aprender de sus fallos y de sus aciertos. En este caso, podemos aprender del amor tan grande a Dios que tuvieron este padre e hijo. Abraham, aunque en su primera ofrenda falló, 11
  • 12. luego estuvo dispuesto a sacrificar lo que más quería en el mundo por amor a Dios. Isaac, a pesar de ser tan joven, se unió completamente de corazón a su padre y estuvo dispuesto a sacrificar su vida por amor a Dios y a su padre. Así, nosotros también, debemos aprender a no ser egoístas y sacrificar las cosas que más nos gustan por amor a Dios y a los demás. Esaú y Jacob Abraham era ya muy anciano y Isaac aún no se había casado. Deseaba que su hijo se casase con alguien de sus parientes. Oró y Dios le dijo que mandara a un siervo a Harán, donde vivían sus familiares, y que cuando llegara al pozo, la primera joven que le ofreciera de beber sería la esposa elegida por Dios. De esta manera, el Padre Celestial eligió a Rebeca, hija de un sobrino de Abraham, para que fuera la esposa de Isaac. Rebeca era muy hermosa y buena. Isaac estaba muy agradecido a Dios por haber elegido una esposa tan buena para él. Rebeca concibió mellizos. Pero advirtió que se peleaban dentro de su vientre. Ella, preocupada, oró a Dios. El Padre Celestial la tranquilizó diciéndole — Tienes en tu seno dos pueblos, uno será más fuerte que el otro y el mayor servirá al menor — Lo que Dios le quiso decir es que iba a tener dos hijos, el mayor sería más malo, como Caín, y el menor más bueno, como Abel, y que el hermano mayor, en vez de tener celos y matar a su hermano como hizo Caín, debería amar, servir y aprender de su hermano menor. Al primero que nació, lo llamaron Esaú, y era rubio y velloso. Le gustaba cazar. Tenía un carácter orgulloso y egoísta, siempre quería ser el jefe, y no pensaba mucho en Dios, sino en comer bien y divertirse. Al segundo, lo llamaron Jacob, y era moreno y lampiño. Tenía un carácter bondadoso y pacífico, pensaba siempre en Dios y quería heredar la fe y el amor de su padre Isaac. Según la costumbre tradicional, Esaú, el mayor, tenía el derecho de la primogenitura. Que significa que cuando Isaac fuera muy anciano bendeciría a Esaú y éste se convertiría en el jefe de la familia. Pero, Jacob sentía en su corazón que el Padre Celestial lo había elegido a él, no a Esaú, para guiar a toda la familia y ser el padre de un pueblo que tuviera fe y amor a Dios. Por esta razón, trató de quitarle la primogenitura a su hermano Esaú. Un día que Jacob estaba preparando un guiso de lentejas, volvió Esaú de cazar muy cansado y hambriento. — ¡Pronto! ¡Tengo mucha hambre¡ ¡Dame tu guiso! — le dijo Esaú. — Lo haré si a cambio tú me das la primogenitura — le contestó Jacob. — ¿De qué me sirve la primogenitura si lo que quiero ahora es comer? — exclamó Esaú. Entonces, júramelo — replicó Jacob. Esaú lo juró y así vendió su primogenitura por un plato de lentejas. Pasaron los años. Isaac era ya muy anciano y apenas podía ver. Así que un día llamó a Esaú y le dijo — Esaú, hijo mío, soy muy viejo y a punto de morir, ve de caza y prepárame un guiso como a mí me gusta y después de comer te daré mi bendición. Rebeca escuchó estas palabras. Ella también sentía que Dios quería que la bendición la recibiera Jacob, en vez de Esaú. Así que corrió a llamar a Jacob. — ¡Jacob, tu padre quiere dar la bendición a tu hermano! Yo te prepararé el guiso y tu se lo llevarás a tu padre para que te dé a ti la bendición. — Pero, Esaú es velludo y yo lampiño, si mi padre me toca se dará cuenta que no soy Esaú — replicó Jacob. — Tu has lo que te digo y tráeme dos cabritos. Rebeca preparó el guiso y hizo que Jacob se vistiera con las ropas de Esaú. Luego, le cubrió los brazos y los hombros con la piel de los cabritos. Así Jacob fue a llevarle la comida a su padre. — ¿Quién eres? — preguntó Isaac. — Soy Esaú — respondió Jacob. — Acércate para que pueda tocarte — dijo Isaac dudando — Si, es verdad, son los brazos de Esaú. Me había parecido por la voz que eras Jacob — Así, Isaac se creyó que Jacob era su hijo mayor, Esaú. Después de comer, bendijo a su hijo diciendo: — Qué Dios te bendiga con abundancia y prosperidad. Sé señor de tus hermanos y inclínese ante ti los hijos de tu madre. Apenas salió Jacob, volvió Esaú de la caza, preparó el guiso para su padre y entró a verle. — Te traigo tu comida favorita, padre — le dijo. — ¿Quién eres tu? — le contestó sorprendido Isaac. — Soy Esaú, tu hijo mayor — respondió Esaú. — Entonces, ¿a quién acabo de dar la bendición? — se preguntó Isaac desconcertado. Esaú, al darse cuenta del engaño, dio un gran grito de enfado y luego le pidió a su padre que lo bendijera a él. — Lo siento muchísimo, Esaú, sólo puedo dar una bendición — le dijo Isaac. Esaú, lleno de odio contra su hermano, pensó para sí — Después de que mi padre haya fallecido, mataré a Jacob. Rebeca, que conocía las intenciones de Esaú, avisó a Jacob. — Tu hermano te quiere matar — le dijo — Lo mejor será que te vayas a Harán y vivas con tu tío Labán por un tiempo. Así pues, Jacob emprendió de inmediato su camino a Harán. Jacob trabajó duramente para su tío Labán en Harán durante 21 años. Formó una familia, tuvo muchos hijos y 12
  • 13. consiguió mucho ganado y riquezas. Durante todo ese tiempo pensaba en sus padres y en su hermano Esaú.. Oraba a Dios todos los días para que su hermano dejara de odiarle. Soñaba con el día en el que pudiera volver a su casa y abrazar a Esaú. Jacob sabía que su familia era una familia especial, bendecida por Dios, que sería el origen de un gran pueblo. Los planes del Padre Celestial eran aún más importante, pues de su linaje nacería el futuro Mesías que salvaría el mundo. Llegó por fin el momento de la partida. Jacob mandó un mensaje a Esaú para decirle que regresaba a casa y se despidió de su tío Labán. Reunió a toda su familia, sirvientes, rebaños, riquezas y juntos emprendieron el camino hacia Canaán. A mitad de camino, se enteró que su hermano había reunido 400 hombres para hacerle frente y matarle. Jacob estaba muy preocupado y temeroso. Aquel día por la noche, después de que todos cruzaron el río Yabboc, se quedó solo al lado del río orando desesperadamente a Dios. Jacob amaba mucho a Esaú. Le pedía a Dios que conmoviera su corazón para que pudiera cambiar su actitud de odio y celos hacia él. En ese momento, apareció un ángel que trató de matarle. Jacob se defendió luchando con todas sus fuerzas. La lucha se prolongó toda la noche. Jacob logró resistir hasta el final, a pesar que el ángel le había roto la cadera de un golpe. Cuando al amanecer, el ángel quiso irse, Jacob lo agarró con fuerza y le dijo que no lo soltaría hasta que le diera su bendición. El ángel lo bendijo diciéndole — Reconozco que me has vencido. A partir de ahora te llamarás Israel, que significa "el que luchó con un ángel." El Padre Celestial estaba muy feliz por la victoria de Jacob. Dios había creado a los hombres para que fueran los reyes de la creación, sin embargo, un ángel, Satán, había engañado y dominado a Adán y Eva, y luego a todos sus descendientes. Ahora, Jacob había sido el primer hombre que lograba vencer a un ángel con la fuerza de su determinación y fe en Dios. Así que el Padre Celestial se sentía muy orgulloso de Jacob. También, Jacob estaba muy contento. Ya no temía encontrarse con Esaú. Ahora tenía la plena confianza de ganarse su corazón con amor. Jacob amaba tanto a su hermano que estaba dispuesto a darle todo lo que había ganado trabajando duramente en Harán. Mandó a unos siervos con ovejas, cabras, camellos y riquezas para que se las ofrecieran a Esaú como un regalo suyo. Esaú se quedó muy sorprendido y conmovido por los regalos. Cuando por fin se encontraron, Jacob se inclinó siete veces ante Esaú, dando ejemplo de humildad. Esaú, entonces, corrió a su encuentro, lo abrazó y rompió a llorar. Ambos lloraron abrazados. Esaú pudo cambiar su corazón lleno de odio y celos hacia su hermano, pudo sentir que Jacob lo amaba mucho y esto le conmovió. Pudo reconocer que Jacob era mejor que él y se arrepintió de haber querido matarle. Este fue el momento más feliz del Padre Celestial desde que creó a Adán y Eva. Dios había sufrido mucho cuando ellos cayeron y, más tarde, cuando Caín mató a Abel. Al ver a Esaú y Jacob, abrazados y llorando, el Padre Celestial derramó lágrimas de alegría y esperanza. Por fin, tenía una familia unida de corazón, que sería la semilla de su pueblo elegido. Esta fue una gran victoria para Dios. Por esta razón, Jacob tuvo 12 hijos, de donde vinieron las doce tribus de Israel, el pueblo elegido para recibir al Mesías. José y sus hermanos Jacob tuvo doce hijos. De todos ellos, José, el penúltimo, era su preferido. Hizo que le confeccionaran una túnica con todos los colores del arco iris. Los demás hermanos estaban celosos de José porque era el más amado por su padre y, al verle con su hermosa túnica, se sintieron aún más envidiosos. Una noche, José tuvo un sueño y cuando se lo contó a sus hermanos, éstos le odiaron todavía más. — He soñado — dijo — que el sol y la luna y once estrellas en el cielo se arrodillaron entre sí. Al oír estas palabras, los hermanos de José se enfurecieron. Dios había elegido a José para una misión muy importante, la misión de guiar a toda la familia de Jacob, pues tenía un carácter bondadoso y una fe muy grande. José era como Abel y junto con Benjamín, el último que aún era un niño, eran los dos hermanos más buenos de la familia. Mientras que sus hermanos mayores eran todos como Caín, egoístas y orgullosos. El deseo de Dios era que sus hermanos pudieran superar sus celos y envidias y llegar a amar a José. Viendo que José era el más amado por su padre y por Dios, deberían haberse dado cuenta que José era mejor que ellos y que tenían que obedecerle y seguir su ejemplo. Sin embargo, por desgracia actuaron como Caín. Unos días más tarde, llevaron a los rebaños a pastar a un sitio alejado. Los hermanos vieron acercarse de lejos a José con su túnica de colores. — Ésta es nuestra oportunidad — se dijeron unos a otros — vamos a matarle y tirarlo a un pozo seco. Podríamos decirle luego a nuestro padre que una fiera salvaje lo ha devorado. Pero Rubén sintió pena y dijo — No le matemos, no debemos mancharnos las manos de sangre. Es mejor que lo tiremos al pozo y lo dejemos ahí. Todos estuvieron de acuerdo y cuando José llegó a donde estaban sus hermanos, éstos se le echaron encima y, quitándole la túnica, lo tiraron al pozo. Allí lo dejaron sin comida ni agua y se sentaron a almorzar. Al atardecer, llegó una caravana de ismaelitas cargados de especias, bálsamos y mirra. Judá sugirió que podían vender a José como esclavo a los ismaelitas y así podrían deshacerse del hermano que tanto odiaban sin tener que matarle. De esta forma, José fue vendido por veinte monedas de plata y los ismaelitas se lo llevaron a Egipto. Mientras tanto los hermanos mataron un cabrito y empaparon la túnica de José con su sangre. Jacob se horrorizó cuando se la mostraron. — ¡Es la túnica de José! ¡A mi querido hijo lo ha matado una fiera! A Jacob se le rompió el corazón. Por mucho tiempo, estuvo llorando la perdida de su hijo y no había nadie que 13
  • 14. pudiera consolarle. Cuando los ismaelitas llegaron a Egipto, vendieron a José al capitán de la guardia del faraón cuyo nombre era Putifar. José trabajó mucho para Putifar y éste, admirado por su lealtad e inteligencia, lo nombró jefe de sus sirvientes. José era joven y hermoso y la esposa de Putifar se fijó en él. Intentó numerosas veces seducirle, pero José siempre la rechazaba. Día tras día trataba de tentarle. Un día lo mando llamar a su habitación y se abalanzó sobre José, agarrándole por la túnica. José se pudo escapar, pero no pudo evitar que ella se quedara con su túnica en sus manos. Al regresar Putifar a casa, su esposa le enseñó la túnica y acusó a José de haber ido a su habitación con la intención de querer abusar de ella. Putifar, sumamente enojado, hizo que encarcelaran a José de inmediato. Estuvo en la cárcel más de dos años. A pesar de haber sido acusado injustamente, José nunca se quejó por su situación ni guardó en su corazón ningún resentimiento contra nadie. Tampoco odiaba a sus hermanos por lo que hicieron con él, sino todo lo contrario, oraba a Dios todos los días para que algún día pudiera reunirse con sus padres y hermanos. El Padre Celestial viendo esta actitud tan maravillosa de José preparó las cosas para que muy pronto pudiera cumplir su deseo. José tenía el don especial de saber interpretar los sueños y predecir el futuro. Un día, entraron en la cárcel el copero del faraón y el panadero real. Ambos tuvieron dos sueños y José se los interpretó. Le dijo al copero que sería perdonado y al panadero que moriría ahorcado. Y así sucedió tres días más tarde. Una noche, el faraón tuvo un extraño sueño; se hallaba cerca del Nilo y, de repente, siete vacas muy gordas y saludables subieron del río y se pusieron a pastar entre los juncos. Al rato, siete vacas muy flacas también subieron del río y parecían tan débiles que ni siquiera podían mantenerse en pie. Entonces, las vacas flacas se comieron a las gordas. El faraón se despertó sobresaltado. Por la mañana, mandó llamar a todos los sabios y magos del reino, pero ninguno de ellos fue capaz de interpretar su sueño. Entonces, el copero se acordó de José y explicó al faraón cómo en la cárcel había interpretado su sueño. El faraón hizo que inmediatamente fueran a buscar a José. Tras pensarlo unos minutos, José dijo: — Dios me ha revelado que vuestro sueño significa que Egipto pasará siete años de abundancia y prosperidad, pero tras ellos vendrán siete años de sequía y hambre. Por este motivo sería conveniente que en el periodo de prosperidad se almacenara grano de trigo para poder sobrevivir en el tiempo de sequía. El faraón se quedó tan impresionado que decidió nombrarle primer ministro. Se quitó un anillo del dedo y se lo puso a José; también colgó a su cuello una cadena de oro y le entregó vestidos de lino muy fino. — Tu gobernarás al pueblo de Egipto — declaró solemnemente — serás el más importante después de mí. Bajo la supervisión de José, se recogió y almacenó grano durante los siete años de prosperidad. Al llegar los siete años de sequía, hubo grano suficiente para todos, tanto que los países vecinos venían a buscar grano a Egipto. El hambre también había llegado a Canaán. Jacob vio que su pueblo pasaba hambre y decidió mandar a diez de sus hijos a Egipto para que comprasen trigo. El menor, Benjamín, se quedó en casa con él. Los hermanos emprendieron el camino desde Canaán a Egipto. Fueron a ver al primer ministro del país, que no era otro que su hermano José. En su presencia, los diez hermanos, que no se dieron cuenta de quién era aquel ministro, se arrodillaron humildemente, con las caras postradas en el suelo. José los reconoció al instante y su corazón le dio un vuelco por la alegría que sintió al ver a sus hermanos, pero no les reveló su identidad porque quería ponerlos a prueba. También advirtió que su amado hermano Benjamín no venía con ellos. Les habló con un tono severo y acusador. — Creo que sois espías y habéis venido a conspirar contra Egipto. — No es verdad, señor — protestaron — Somos los hijos de Jacob y venimos de Canaán. Somos doce hermanos, el menor se ha quedado con nuestro padre, y el otro murió. José los hizo encarcelar y al tercer día los llamó a su presencia de nuevo. — Llevad este trigo a vuestro padre, pero debéis volver con vuestro hermano menor. Uno de vosotros se quedará aquí como rehén, y si no volvéis, morirá. Los hermanos temblaban de miedo y pensaron que todo aquello era un castigo por lo que le hicieron a José. Se sintieron culpables y se arrepintieron. Mientras hablaban entre ellos, José los escuchaba con el corazón en un puño viendo lo asustado que estaban. Hasta ahora les había hablado a través de un interprete, así que sus hermanos no sabían que podía entender todo cuanto decían. José los amaba mucho, pero les hacia pasar por aquella situación para que se arrepintieran y cambiaran sus corazones. Entonces, José dio la orden que Simeón fuera encarcelado. Luego, ordenó que llenaran sus sacos de trigo, pero secretamente volvió a dejar el dinero que le habían dado en su interior. Al llegar a Canaán, le explicaron a Jacob lo sucedido. — Primero perdí a José, después a Simeón — dijo Jacob — Y ahora me quieren arrebatar a Benjamín. No quiero que os llevéis a Benjamín. Si algo le pasara me moriría de pena. Sin embargo, pronto el trigo se agotó y no había más remedio que volver otra vez a Egipto. — No podemos volver allí sin Benjamín — dijo Judá. Jacob se entristeció mucho, pero Judá le prometió que cuidaría de Benjamín y lo traería de vuelta a casa sano y salvo. De este modo, los hermanos volvieron a ver a José y éste les invitó a comer a su casa. Al entrar José en la sala, los hermanos se postraron ante él y le ofrecieron los regalos que llevaban. Cuando José vio a Benjamín, se emocionó tanto que tuvo que salir de la sala para llorar. A su regreso, les ofreció lo mejor que tenía para comer y beber. Una vez finalizada la comida, José ordenó que llenaran sus sacos de trigo y que le volvieran a meter el dinero que habían pagado. 14
  • 15. También, escondió una copa de plata de su propiedad en el saco de Benjamín. Los hermanos emprendieron el viaje en cuanto salió el sol. Pero cuando aún no estaban muy lejos los soldados de José los alcanzaron. Registraron los sacos de cada uno y al hallar la copa de plata en el saco de Benjamín los arrestó a todos. Al llegar a casa e José, los hermanos se arrodillaron y le suplicaron que les perdonase. — Os podéis ir todos — les dijo José — salvo el hombre en cuyo saco ha sido hallada la copa. Éste se quedará conmigo y será mi siervo. — No os quedéis con Benjamín — le imploró Judá — Si no regresa con nosotros nuestro padre se morirá de pena, porque ya sufrió mucho cuando perdió a uno de sus hijos. Os ruego que yo mismo o cualquiera de los demás nos quedemos en su lugar. José vio que esta vez estaban dispuestos a sacrificarse en lugar de su hermano Benjamín, pues no querían hacer sufrir más a su padre. En realidad, estaban también arrepentidos en sus corazones por haber vendido a José y haber hecho sufrir tanto a Jacob. Así que José al final les dijo: — Soy José, vuestro hermano, a quién vendisteis como esclavo. Entonces abrazó a Benjamín y lloró, y también besó a todos sus hermanos que se abrazaron a él llorando. Luego, les dijo que fueran a avisar a Jacob y volvieran con todos sus rebaños y pertenencias para establecerse en Egipto. Cuando Jacob se enteró de lo sucedido se llenó de asombro y felicidad. ¡Su amado José estaba vivo! Pronto se trasladó con toda la familia a Egipto y emprendieron allí una nueva vida. El Padre Celestial se sentía también inmensamente feliz al ver que la familia de Jacob estaba de nuevo reunida y de que todos los hermanos que habían actuado mal con José pudieron arrepentirse y cambiar sus corazones. El deseo de Dios era que la familia de Jacob se multiplicara en Egipto y se convirtieran en un gran pueblo, el pueblo escogido de Dios, del cuál nacería el Mesías. Moisés es sacado de las aguas del Nilo Después de que toda la familia de Jacob emigró a Egipto, allí disfrutaron de una vida próspera y se volvieron muy numerosos. Sin embargo, cuando subió al poder un nuevo faraón que no había conocido a José, temiendo que los israelitas pudieran llegar a dominar el país, ordenó que fueran considerados como esclavos y obligados a construir ciudades y caminos. Transcurrieron 400 largos años durante los cuales los israelitas sufrieron esclavitud y penalidades. El pueblo ansiaban que Dios les mandara un libertador que pudiera sacarlos de Egipto y llevarlos de vuelta a la tierra prometida de Canaán. Éste precisamente era el plan de Dios. El Padre Celestial predestinó a Moisés, incluso antes de su nacimiento, para que fuera el salvador de su pueblo. Su misión era conducirlos a Canaán y allí construir la nación elegida de Dios preparada para recibir y proteger al Mesías que vendría en el futuro de entre sus descendientes. Por aquel tiempo, el faraón, tratando de evitar que los israelitas se siguieran multiplicando, ordenó que cuando naciera un nuevo bebé, si era niño, fuera matado, y si era niña la dejaran vivir. Moisés nació en aquellas circunstancias, y su madre para evitar que lo mataran los soldados del faraón, hizo una cesta de juncos y allí colocó con ternura a su bebé. Luego, la dejó flotando en el Nilo. La hermana de Moisés desde la orilla observaba la cesta para ver lo que sucedía. Al poco rato, bajó a bañarse al Nilo la hija del faraón, acompañada de sirvientas. Enseguida, vio la cesta entre los juncos e hizo que una criada se la trajese. Cuando abrió la cesta, el niño empezó a llorar y ella se enterneció. — !Qué niño tan hermoso! — dijo. En aquel momento la hermana de Moisés se acercó y se ofreció a buscar una nodriza para el bebé. A la princesa le pareció bien y la muchacha corrió a buscar a su madre para que fuera la nodriza del niño. La princesa se encaprichó con el niño y lo adoptó como hijo suyo. Lo llamó Moisés que significa “sacado de las aguas” y lo llevó a vivir al palacio del faraón. El primer intento de Moisés de liberar al pueblo de Israel Moisés fue educado como un príncipe egipcio en medio de las comodidades y lujos del palacio real. Pero, su propia madre, que era su nodriza, en secreto le enseñó las creencias y tradiciones de los israelitas. Le explicó cómo Dios había llamado a Abraham y le había prometido que sus descendientes serían un gran pueblo. Le contó también las historias de Isaac, Jacob y José. Le infundió la fe de sus antepasados y la convicción de ser el pueblo escogido de Dios. Cuando se hizo mayor, Moisés, al ver el sufrimiento de los israelitas, demostró su fe en Dios al estar dispuesto a abandonar los placeres y lujos del palacio del faraón por ponerse del lado de su pueblo. Moisés vivió en el palacio hasta los cuarenta años de edad. Un día vio cómo un capataz egipcio propinaba una salvaje paliza a un israelita. Sintió tanta pena por el sufrimiento de aquella persona y tanta ira hacia el agresor, que le golpeó al egipcio con tanta fuerza que le causó la muerte. Luego lo enterró en la arena para que no se supiera lo ocurrido. Entonces, se reunió con los jefes y los ancianos de los israelitas comunicándoles que Dios le había escogido para liberar al pueblo de la esclavitud y que había llegado la hora de emprender la vuelta a la tierra prometida de Canaán. Los israelitas en vez de confiar en Moisés, tuvieron miedo de él. A pesar de que vieron cómo había matado al 15
  • 16. agresor egipcio por defender a un israelita, no creyeron que fuera el elegido de Dios para salvarlos de la opresión egipcia. No sólo eso, sino que incluso divulgaron el hecho de que Moisés había matado al capataz egipcio. El rumor llegó a oídos del faraón, y éste se enfureció mucho y buscó a Moisés para matarlo. Así que Moisés, rechazado por los israelitas y perseguido por el faraón, no tuvo más remedio que huir de Egipto hacia el desierto de Madián. El Padre Celestial se sintió muy apenado de que los israelitas no hubieran podido creer en Moisés, pues por su culpa fracasó este primer intento de liberarlos de la esclavitud egipcia. En Madián, Moisés se casó con Séfora, una hija de un sacerdote llamado Jetró. Allí pasó otros 40 años de su vida. Dios llama de nuevo a Moisés Un día, apacentando ovejas, Moisés las condujo a la montaña sagrada del Sinaí. El rebaño pastaba tranquilamente cuando, de repente, se le apareció Dios en forma de una zarza ardiendo. Moisés se dio cuenta que el fuego no consumía la planta. Entonces, oyó la voz de Dios que le llamaba: — Moisés, descálzate, puesto que el suelo que pisas es tierra santa. Moisés se cubrió el rostro porque no se atrevía a mirar a Dios. — He visto cómo mi pueblo sufre en gran manera en Egipto — dijo el Padre Celestial — quiero liberarles de ese país tan cruel y darles su propia tierra, una tierra bendecida repleta de leche y miel. Tú. Moisés, debes volver de nuevo a Egipto y liberar a mi pueblo. — Pero, ¿cómo voy a poder hacerlo? — preguntó Moisés. — Yo estaré contigo — le contestó Dios — Debes decir a los israelitas que soy el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, y que deben obedecerme. Ve a ver al faraón y pídele, en mi nombre, que libere a los israelitas. — Pero, ¿qué voy a hacer si no creen que he sido enviado por Dios? — Moisés, ¿qué llevas en la mano? — Una vara. — Tírala al suelo. Moisés tiró la vara al suelo e inmediatamente ésta se convirtió en una serpiente que se retorcía en la arena. — Ahora cógela por la cola. Moisés cogió la serpiente y ésta se convirtió nuevamente en una vara. — Ahora, mete tu mano en tu seno — le ordenó Dios. Y Moisés, al sacarla, vio horrorizado que su mano se había vuelto leprosa. — Vuelve a meterla. Moisés así lo hizo, y observó que su mano volvía a estar sana. — Y si aún no te cree, toma agua del Nilo, derrámala en la tierra, y el agua se convertirá en sangre. — Pero Señor, yo no tengo el don de la palabra — insistió Moisés. — Tu hermano Aarón, que te saldrá al encuentro, hablará por ti — contestó Dios un poco molesto por la falta de confianza de Moisés en sí mismo — Ahora, vete y haz lo que te he dicho. De este modo, Moisés se fue de Madián y se dirigió a Egipto acompañado de su mujer e hijos. Por aquel tiempo ya había muerto el faraón que quiso matar a Moisés. Aarón fue avisado por Dios de la vuelta de Moisés y salió a su encuentro al desierto. Después de que Moisés le contara todas las cosas que Dios le había dicho, se reunieron con las autoridades de los israelitas. Y esta vez si creyeron en Moisés, después de que éste realizara los tres milagros en su presencia. Moisés ante el faraón Luego, Moisés y Aarón fueron de inmediato a ver al faraón. Le pidieron al faraón que dejara que el pueblo de Israel saliera al desierto durante tres días para ofrecer sacrificios a su Dios. El faraón se negó y no sólo eso, sino que ordenó que a los israelitas, que en aquellos momentos tenían que fabricar ladrillos con barro y paja, no se les proporcionara más paja y que ellos mismos debían ir a recogerlas a los campos. Moisés dijo a Aarón que tirara la vara al suelo, que se convirtió en serpiente. Entonces, el faraón ordenó a sus magos que tiraran sus varas, que también se convirtieron en serpiente. Pero la serpiente de Moisés se las tragó a todas. Luego. Moisés hizo el milagro de la mano y el de convertir agua del Nilo en sangre. Pero aún así, el faraón se negó en rotundo a dejar salir a los israelitas. Con el fin de ablandar el corazón tan duro del faraón, Dios le dio a Moisés el poder de mandar terribles plagas sobre Egipto. Una fue una plaga de ranas, otra de moscas, otra de saltamontes, otra de peste. Cada vez que Moisés mandaba una plaga, el faraón lo hacía venir y le imploraba que alejara la plaga de su país, prometiéndole que liberaría al pueblo. Pero después de que pasaba la plaga, rompía su promesa y se negaba a dejarles marchar. En total fueron 10 plagas y la peor fue la última. El Padre Celestial habló a Moisés: — Voy a enviar una última plaga a Egipto, una plaga tan terrible que el faraón no tendrá más remedio que acceder a dejar partir a mi pueblo. A media noche morirán los primogénitos de todas las familias. Desde el primogénito de la 16
  • 17. familia del faraón hasta el de la familia del esclavo más pobre, incluso los primogénitos del ganado. Este día será recordado y santificado como la Pascua. Cada familia israelita deberá matar un cordero, lo asará y se lo comerá con hierbas amargas y pan sin levadura. Deberéis pintar los umbrales de vuestras casas con la sangre del cordero, de modo que cuando yo pase por la noche deje intactas vuestras casa. Moisés reunió a los ancianos del pueblo y le explicó lo que Dios le había dicho y cómo deberían celebrar aquel día. Así lo hicieron todos. Llegó la medianoche y, de repente, oyeron gritos y llantos. Todas la familias, excepto ellos, sufrieron el castigo de Dios. El faraón, muy entristecido por la muerte de su primogénito, hizo llamar a Moisés y Aarón y les dijo: — ¡Cojed a vuestro pueblo e iros! ¡Marchaos cuanto antes mejor! Así pues, los hijos de Israel, unos 600.000 hombres, mujeres y niños, con todos sus rebaños, abandonaron finalmente Egipto. En esta ocasión, los israelitas, al ver todos los milagros y prodigios que hizo Moisés, creyeron y se unieron con él completamente. Pero, aún les quedaba un largo camino por delante hasta llegar a Canaán, con muchas situaciones difíciles que pondrían a prueba su fe. El paso del mar Rojo El Padre Celestial condujo a su pueblo fuera de Egipto, a través del desierto, hasta llegar a orillas del mar Rojo. De día, les guiaba por medio de una columna de humo y, de noche, por medio de una columna de fuego. De este modo, el pueblo sabía por qué camino debía seguir. Cuando el faraón se dio cuenta que se habían escapado, se arrepintió de haberlos dejado salir y preparó a sus ejércitos para ir tras ellos. Los israelitas, que habían acampado a orillas del mar Rojo, vieron aterrorizados cómo se acercaba hacia ellos el ejercito egipcio. Muertos de miedo y demostrando muy poca confianza en Dios, fueron a quejarse a Moisés. — ¡Por qué nos has sacado de nuestra confortable esclavitud para traernos a morir al desierto! — No temáis — les dijo Moisés — Tened confianza y veréis cómo Dios nos protegerá de nuestros enemigos. Entonces, siguiendo las ordenes de Dios, Moisés extendió su mano sobre las aguas del mar. Inmediatamente empezó a soplar un viento muy fuerte y las aguas se separaron, de tal manera que apareció una franja de tierra seca que atravesaba el mar de un lado al otro. El pueblo cruzó a la otra orilla del mar por ese paso. En cuanto el faraón vio lo que ocurría galopó con sus ejércitos y se internó en el mar para tratar de alcanzarles. Pero cuando el ejercito del faraón se encontraba en medio del mar, Dios ordenó a Moisés que volviera a extender su mano. La aguas del mar se volvieron a cerrar sobre los egipcios y todos murieron ahogados. Los hijos de Israel lograron llegar sanos y salvos a la otra orilla y, al darse cuenta de cómo Dios les había protegido se pusieron a bailar y cantar recitando versos de alabanza y agradecimiento a Dios. Los diez mandamientos A los tres meses, llegaron al desierto de Sinaí y allí establecieron su campamento. Moisés subió a la cima del monte Sinaí para orar a Dios. Allí permaneció 40 días orando y ayunando. Durante este tiempo, Dios se apareció a Moisés y le dijo: — Soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto. 1. No adorarás a ningún otro Dios. 2. No harás ningún ídolo para postrarte y adorarlo. 3. No pronunciarás el nombre de Dios en vano. 4. Santificarás el sábado, el séptimo día de la semana. 5. Honra a tu padre y a tu madre. 6. No matarás. 7. No cometerás adulterio. 8. No robarás. 9. No darás falso testimonio contra tu prójimo. 10.No codiciarás las posesiones de los demás. Siguiendo las indicaciones del Padre Celestial, Moisés inscribió estos diez mandamientos en dos tablas de piedra. También le dio instrucciones para construir el arca de la alianza y el tabernáculo, que era como un templo hecho de tiendas que pudieran desmontar y transportar durante su viaje por el desierto. Mientras tanto, los israelitas, al ver que Moisés tardaba mucho en regresar de la cima de la montaña, fueron a ver a Aarón y le dijeron: — Debes darnos un dios, pues no sabemos lo que le ha pasado a ese Moisés que nos sacó de Egipto. — Traedme oro — les dijo Aarón — y os daré lo que me pedís. Los hombres y las mujeres le llevaron todas sus joyas, las fundieron y con el oro Aarón modeló una gran estatua de un becerro. Construyeron un altar y la gente acudía allí para ofrecerle sacrificios y para bailar y festejar a su alrededor. Cuando Moisés bajaba de la montaña, con las dos tablas de piedra en las que estaban grabadas los diez mandamientos, oyó grandes voces y música; vio el becerro de oro, el humo de los sacrificios y la gente borracha bailando 17