1. 56 - JUEVES 23 DE OCTUBRE DE 2014
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viajes
& escapadas
Guna Yala
POR: KARINA COOPER
56 - JUEVES 23 DE OCTUBRE DE 2014
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V
oyrumboaGunaYala.Eslaprimera
ocasión que viajo en una aeronave
tan pequeña de apenas ocho per-
sonas y mi estómago lo sabe bien,
porque tengo una inquietud revoltosa. En
apariencia, se pensaría que estoy tranquila,
pero no. Este vuelo por alguna razón me
provoca algo de nervios. El despegue tipo
Indiana Jones bandeando de un lado a otro
prometía sumar puntos a nuestra aventura
guna. Mientras observo cómo la tierra se va
haciendopocoapocomásdiminuta,mimente
comienza a ponerse creativa y fatalista, sin
embargo, logro apaciguarla conversando con
mis compañeros de viaje.
Casi 20 minutos han pasado desde que
despegamos y ya estamos sobrevolando el
archipiélago de Guna Yala, paralelo a la costa,
admirando una vista panorámica impresio-
nante. De pronto, el piloto gira hacia la
derecha, traza un círculo perfecto y enfila en
picado el descenso hacia la diminuta pista de
aterrizaje de Corazón de Jesús, que termina
su rastro junto al mar.
La aeronave desciende puntual. Es poco
antes de las nueve de la mañana de un día azul
intenso, lleno de un calor arropado por la
brisa. Es mi primera vez en la
comarca indígena.
No me tardo en la pista
de aterrizaje; así que en
menos de cinco minu-
tos estoy esperando a
que un dinghy nos lleve
El azul que más me impresiona. La idéntica receta
del paraíso caribeño, pero con el aderezo de
navegar a bordo de un velero
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hacia alta mar en donde está el catamarán
VIP One, de la empresa San Blas Sailing. Me
entusiasma mucho la idea de quedarme en un
velero, no tan solo por sus comodidades, lo
que lo convierte en una embarcación de
categoría superior, sino también por ser una
manera diferente de descubrir el archipiélago
de Guna Yala, visitar las islas remotas y tener
acceso a lugares exóticos.
No conozco el VIP One, pero me seduce de
inmediato. Me invita a caminar descalza y sin
prisa. Dejo el equipaje en la habitación, una
muy cómoda, y salgo a recorrer cada rincón
del catamarán. En sí, la embarcación es más
parecida a una villa de lujo flotante que a un
velero tradicional, ostentado así cuatro ca-
binas con baño y ducha privados, un salón
interior pequeño, pero perfecto; una cocina
totalmente equipada, y una terraza donde
tomamos el desayuno preparado por la tri-
pulación francesa.
El trayecto en alta mar es simplemente
hermoso, y cuando la mente cree que ya no es
posible superar la emoción, Yoan, el capitán,
nos hace saber que hemos llegado.
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Estoy en Cayos Coco Bandero y el
tiempo parece detenerse. Este con-
junto paradisíaco de islas ubicadas
al noroeste de Isla Verde, es uno de
los anclajes más confortables de
Guna Yala. Parece un mundo apar-
te. Coco Bandero está lejos del
caos, del ruido, del apuro. Sus pla-
yas de arena blanca son adornadas
con estrellas de mar.
“Es hora de comer”, nos dice
nuestra guía. Pero esta vez es en la
isla. Allí, en una mesa sobre la
arena del cayo, nos unimos a un
grupo de españoles, franceses y
colombianos que viajan también en
catamaranes. Entre tripulantes y
turistas disfrutamos de propias re-
cetas basadas en ingredientes fres-
cos, así como de la pesca del día.
Hay una mezcla de inglés, español
y francés en la mesa. En la punta,
un capitán nos cuenta cómo es que
lleva tanto tiempo navegando.
Cerca de nuestra mesa se en-
cuentran casas hechas de bambú y
techos de hojas de palmeras, per-
tenecientes a la familia guna que
administra la isla. En sus alre-
dedores, las artesanías que tienen
para la venta se me meten por los
ojos, las wini (collares de cuentas) y
las molas de colores me seducen y
antes de darme tiempo a elegir, ya
estoy en camino hacia el velero
para zarpar a alta mar.
Lo más bello de Coco Bandero se
esconde bajo el azul turquesa de sus
aguas. Y es que a este grupo de islas
lo protege una barrera exterior de
arrecife de coral. Por lo que me
coloco las aletas, el tubo y la máscara
de snorkel y me zambullo en el mar.
Inmersa —aunque flotando boca
abajo sobre la superficie del agua—,
me siento libre; me invade una agra-
dable sensación de ingravidez, de
tranquilidad pero también de emo-
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ción. Comienzo a observar la fauna
marina y los corales; miro cómo los
peces danzan con gracia en las co-
rrientes del mar.
Me encuentro de vuelta en el VIP
One, como si no hubiera más nada
que hacer en el mundo, para esperar
el atardecer sobre la cubierta del
catamarán. La tarde transcurre tran-
quila. El tiempo parece detenerse
mientras el sol se oculta y entonces
descubro que Guna Yala, más que un
conjunto de 365 islas e islotes —una
para cada día del año —, es el lugar en
el que puedo aprender a sonreír
acompañada ante algo tan sencillo
como ver la noche caer.
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El paisaje de Guna Yala coquetea
esta mañana desde la terraza del
catamarán, en la que provoca que-
darse allí disfrutando de exquisitos
manjares. La barriga se pone llena y
el corazón contento.
El calor del sol empieza a sentirse
sobre mi piel, y nada mejor para
escapar de él que sumergirme y
nadar en mar abierto. Allí, rodeada
por turquesas aguas, observo a mi
compañero de aventuras quien se
volvió diestro practicando stand up
paddle el día anterior. Me animo a
seguirlo y descubrir junto a él nue-
vas sensaciones en el agua con este
deporte.
Esta vez la jornada se nos pasa
rápido y transcurre entre visitas a
otras islas (muchas prácticamente
sin hollar) y comidas en tierra y
mar. El regreso se concierta para el
día siguiente, lo cual me permite
disfrutar de una noche única mien-
tras observo tumbada en la cubierta
del catamarán la inmensidad del
cielo estrellado.
Al día siguiente despierto muy
temprano para tomar el vuelo y
retornar a ciudad de Panamá. Guna
Yala se me convierte en suspiros y la
observo por última vez, como si ya
la conociera desde siempre.
Es de esos lugares que no se
borran, que son una sonrisa cons-
tante y siempre te dejan con ganas
de más.
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