Este documento presenta una entrevista con Miquel Silvestre, un motociclista y escritor español que ha viajado a más de 60 países en moto de forma independiente. Ha recorrido 15.000 km a través de África en tres viajes entre 2009 y 2010, experiencias que narró en su libro "Un millón de piedras". En la entrevista, Silvestre comparte detalles sobre sus viajes a África, su estilo de viajar en solitario pero conectado a otros viajeros, los desafíos y momentos más memor
La vuelta al mundo tras la ruta de los exploradores olvidados
1. LA VUELTA AL MUNDO TRAS LA RUTA
DE LOS EXPLORADORES OLVIDADOS
MIQUEL SILVESTRE
15.000 Km. de selva, montañas y
desiertos
Miquel Silvestre ha recorrido con su moto 15.000 kilómetros de selva, sabana,
montañas y desiertos a lo largo y ancho de África. Tres viajes realizados entre
2009 y 2010, y que narra en su libro “Un millón de piedras”. Hasta la fecha este
alicantino, al que podrás seguir en www.miquelsilvestre.com, ha conducido por
sesenta países de todo el mundo, siempre en moto y en solitario.
-Has viajado por todo el continente africano, pero quieres huir de los tópicos de
atardeceres, fauna y aristócratas colonialistas. ¿Qué encontraremos en tu libro?
Un retrato real de África. Un millón de piedras es un cuadro duro sin lirismos falsos, una
fotografía sin maquillaje ni photoshop tomada a pie de carretera, una narración directa
de cómo son sus gentes, hospitales, policías, animales y regímenes políticos. Al mismo
tiempo es el relato de una transformación personal, del yo sedentario que se convierte
en un yo nómada según va tragando polvo. Pero también es un testimonio de esperanza,
de bondad, de confianza en el futuro y en la gente. Si estoy vivo es porque los ángeles
existen . Y son de carne y hueso.
-Con este viaje, ¿tenías algún objetivo o simplemente lo has hecho por la
aventura de viajar?
2. El viaje africano surge por casualidad. Mi objetivo era y es la literatura. Dejé de
trabajar para poder escribir otro libro. Pensaba en una novela. Lo de irme a Kenya fue
imprevisto. Me encargaron un reportaje sobre una ONG y una vez allí busqué una
moto para darme una vuelta. Como no alquilaban y tenía dinero de una indemnización
por un accidente, compré una BMW R80 GS, la princesa del libro, y una vez sobre ella
pensé ¡qué diablos! ¡Vamos a ver un poco de este continente! Y me fui hasta Ciudad
del Cabo, y de ahí a Maputo. La idea de la novela desapareció por completo porque
me di cuenta de que el mejor argumento posible estaba sucediendo delante de mis
ojos. La ficción se queda pálida ante la realidad africana a ras de suelo.
-¿Estuvo todo bien planificado o ibas improvisando?
No planifico nada, soy un desastre para eso. Eso me ha costado caro, como cuando
me vi sin visados en la tierra de nadie que hay entre Rusia y Kazajstán. Respecto al
viaje africano, salí sin más y aprendí geografía según iba viajando. Es que yo nunca
pensé en realizar un viaje así, salió de improviso porque me ofrecieron ir a Nairobi a
escribir un reportaje y tenía que decidir si iba o no en cuestión de días. Dije que sí,
claro, pero apenas me dio tiempo a vacunarme contra la fiebre amarilla y poco más.
Una vez sobre el terreno tuve que superar las dificultades a medida que iban
apareciendo.
-¿Por qué el título de Un millón de piedras?
Recorrer África supone hacer patinaje sobre piedras, baches, polvo y arena. Hay
millones de obstáculos que superar; sin embargo, también me refiero a otras piedras,
las que cargamos en la mochila de los miedos, pesan tanto que a veces uno nunca se
atreve a salirse del redil. Las otras piedras a las que me refiero son las que nos arrojan
los envidiosos por seguir un camino propio. El libro comienza con una estrofa de la
canción “Como el viento de poniente” del grupo pamplonés Marea. “Y decían mis
vecinos que llevaba mal camino apartado del redil. Siempre fui esa oveja negra que
supo esquivar las piedras que le tiraban a dar. Y ante más pasan los años más me
aparto del rebaño porque no sé a dónde va”. Toda mi vida he querido hacer mi propio
camino sin molestar a nadie porque nunca he creído ni al pastor ni al amo, pero eso
ha molestado a algunos cuantos que parecen estar incómodos ante alguien libre. He
tenido que aprender a esquivar piedras para seguir siendo como soy.
-Dices que en el transcurso de tu viaje has “mascado el miedo, escupido sangre
y bebido mucha cerveza”. ¿Cuándo has mascado el miedo? ¿Dónde escupiste
sangre? ¿Con qué cerveza te quedas?
Afortunadamente de los peores momentos tengo testimonios filmados y fotografiados,
de lo contrario podría pensarse que exagero. En www.exploramoto.com se pueden ver
los vídeos y el miedo que pasé en Mauritania cuando me quedé sin gasolina justo en
la zona en la que se cometieron los secuestros. Escupir sangre, cuando enfermé y
vomitaba hasta las tripas. Aunque sangre de verdad, cuando tuve un accidente en
Mossel Bay y me tuvieron que dar unos cuantos puntos de sutura. También de ese
accidente tengo una película filmada. En cuanto a la cerveza, las he probado casi
3. todas y las que más me gustan son la Tusker de Kenya y la Windhoek de Namibia;
herencia del pasado colonial alemán.
-¿Cuál es la situación más surrealista que has vivido en éste y otros viajes?
He tenido bastantes, como cuando en Bulgaria no encontraba alojamiento y acabé
durmiendo en un burdel. Mientras las prostitutas me ofrecían sus servicios yo cenaba
un kebab y miraba una serie turca en la tele. Entraron tres policías a hacer una
inspección y la madame llamó al chulo. Yo bebía una cerveza tras otra observando
toda la película sin que nadie me hiciera maldito caso. Creí que acabarían robándome
pero me decía a mí mismo que mientras no quisieran mis órganos, todo iría bien. Al
despertar en la cama de la alcahueta, una señora de sesenta años que aún tuvo valor
de ofrecérseme, todo me parecía un sueño. Esta fue una situación divertida, pero la
que no tuvo ninguna gracia fue la que viví en una gasolinera en Sudáfrica, muy cerca
de la frontera con Namibia. Sucia, tétrica, triste. Me recibió un perro ensangrentado y
un grupo de niños alcohólicos. No tenía que haberme quedado allí pero yo estaba
enfermo y no tenía fuerzas para irme. El dueño era un portugués barrigón y con un
meñique amputado. Un signo muy tenebroso. Mientras yo deliraba de fiebre y fuera
atronaba y llovía, él me contaba que estaba metido en negocios ilegales de diamantes.
Su local era un apeadero de la línea del bus que hacía Windhoek Ciudad del Cabo.
Desfilaba delante de mí una tropa irreal, fantasmagórica, sombras confusas. Y el
portugués venga a decirme que éramos hermanos, que el controlaba el negocio del
alcohol, las putas y los diamantes. Se oían gritos inhumanos en la noche y yo
vomitaba cada dos por tres. Esa noche creí estar soñando. No podía ser real. Pero
solo era fiebre.
-¿Algún momento impagable e irrepetible?
Muchos. Todos los momentos son impagables. Todos son únicos. He tenido
muchísimos momentos de felicidad o de tranquilo éxtasis. El problema es que a veces
no nos damos cuenta de valorarlos. Eso me recuerda a un noruego que viajaba en
bicicleta a quien conocí en Siria. Estábamos tomando una cena magnífica en el hotel
Zenobia frente a las ruinas de Palmira cuando me miro y me confeso de pronto. “A
veces tengo que decirme a mí mismo, “Frank, haz el favor de ser consciente de que
ahora mismo estás en pleno desierto tomando una cerveza frente a un templo milenario.
Has llegado hasta aquí por tus propios medios. No dejes que este momento pase sin
darte cuenta de lo maravilloso que es”
4. .
-De todas las personas que has conocido en tu viaje seguro que hay alguna te
haya marcado más.
Muchísimas personas en mis viajes. De eso se trata, de conocer gente, de hacer
amigos. Supongo que una de las que más me ha marcado fue Rydall, un transportista
sudafricano, un blanco trabajador y humilde, que fue el único que me auxilió cuando
tuve un accidente y estaba sangrando en la carretera. Él se ocupó de mí, me llevó a
un hospital después de conducir durante cinco horas. Sin él, estaba perdido en tierra
hostil. Hoy es un gran amigo que ha venido a verme a España. Pero estos ángeles
generosos son muy abundantes. Le debo la vida a muchos desconocidos.
-De todos los “hoteluchos” en los que has estado, ¿cuál es el peor de todos, en
el que te has sentido como en el mismísimo infierno?
Uno en los suburbios de Lusaka, Zambia. Un auténtico agujero, sucio, lleno de putas,
ladrones y cucarachas. Se me había roto la moto y no encontré nada mejor donde
dormir. Deprimido, solo, triste y sin moto, aquella noche pensé que todo el viaje había
sido un error, que aquello era demasiado. Pero al día siguiente salió el sol, me supe
vivo y muy feliz de estar sobre este lugar maravilloso llamado Tierra. Nada es tan
terrible como para abdicar. Nos quejamos por tantas tonterías que a veces me
avergüenzo de ser occidental.
SESENTA PAÍSES EN MOTO Y EN SOLITARIO
5. -¿Por qué viajas en moto? ¿Qué te aporta este medio que no haría un coche o
el hacerlo en transporte público?
Viajando en moto eres ágil y libre. Si te gusta un desierto, te paras, te bajas y gritas
si te da la gana. Si un lugar no te gusta, aceleras y te vas. Por supuesto que es
arriesgado y estás muy expuesto, pero yo no concibo otro modo de viajar. No me
gusta el avión, no encuentro divertido caer de pronto y por sorpresa en una realidad
diferente, quedar zambullido cinco días en ella y luego desaparecer. Me gusta llegar
poco a poco, que los paisajes vayan cambiando a mi paso y que el llegar no me
sienta extranjero. En Nueva York, Jerusalén o Samarcanda no me he sentido
extraño porque esas ciudades eran mías, las había conquistado paso a paso,
kilómetro a kilómetro.
-¿Siempre viajas solo?
Digamos que parto solo y mantengo mi libertad a ultranza. Viajando solo se decide
cuando salir y cuando parar, donde comer y donde dormir, y la relación con los
habitantes locales es mucho más fluida que yendo en grupo. Pero no soy un
solitario. El camino es un gran club social que nunca cierra. He coincidido con
muchos viajeros y he hecho bastantes amigos. He conocido mochileros en todos los
países. A algunos los he llevado de paquete durante largos tramos, como a Marc,
un joven holandés al que llevé desde Antakia, en Turquía, a Homs, en Siria. El
chaval alucinaba. O a Chloe, una francesa que conocí en un barco que nos sacaba
de Israel y con la que recorrí Chipre. He adelantado a cientos de ciclistas, una raza
especial de viajeros, y siempre me paro a charlar con ellos. Y cuando me encuentro
con otro motorista, es como si reconociéramos a otro miembro de la tribu. Los
australianos Pascal y Arja a quienes conocí en Estambul y a los que luego visité en
Suiza, donde ahora viven. Recientemente me han devuelto la visita en Madrid. Los
franceses Sam y Silvan, con quienes crucé Uzbekistán y el mar Caspio. El inglés
Dave Clark, a quien encontré en Budapest. He tenido muchísimos compañeros
ocasionales, aunque el mejor es el español Miguel Ángel Anta con quien recorrí
Oriente Medio y que ahora debe andar por Camboya.
-¿Se necesita alguna preparación especial, porque supongo que físicamente
tiene que cansar bastante?
Físicamente viajar en moto es cansado, claro. Llueve, sopla el viento, hace frío o
calor, pero no es necesaria una preparación especial. Yo hago bastante deporte de
por sí y no dejo de hacerlo cuando viajo. Salgo a correr 40 minutos cada mañana y
lo hago en selvas, desiertos, junglas, o ciudades. A los africanos les sorprende
bastante ver a un blanco corriendo sin que nadie lo persiga.
-¿Desde cuándo estás realizando este tipo de aventuras?
Montar en moto es siempre una aventura, aunque sea para ir a trabajar. Monto en
moto desde los 8 años, cuando mi padre, motero él, me regaló una Montesa Cota
25, una motocicleta infantil donde aprendieron los grandes. Viajar en moto por
España, desde los 20 años. Mi novia vivía en Valencia y yo en Madrid y mi único
vehículo era una Yamaha XT350. Pero viajes fuera de España entendidos como
travesías de más de 10.000 kms, desde el 15 de abril de 2008, que es cuando dejé
mi trabajo y me largué a Italia en moto.
-¿Qué llevas de equipaje, ya que supongo que será bien reducido?
Una de las cosas más mágicas del viaje en moto es lo rápido que se aprende a
renunciar a lo accesorio, a lo superfluo. Toda mi impedimenta cabe en tres maletas
y en ellas entra todo lo que necesito para vivir meses o años. Soy como un caracol
que lleva a cuestas su casa. Siempre digo que yo solo necesito un enchufe para
cargar las baterías del portátil, el teléfono y las cámaras de video y foto. Pues hasta
eso lo puedo hacer con un transformador que conecto a la corriente de la moto. En
cuanto al techo, no tengo inconveniente en dormir en mi tienda de campaña.
-¿Alguna cosa imprescindible para tus viajes?
El kit de supervivencia es repelente antimosquitos, navaja suiza y tapones para los
oídos.
6. -¿Tu próximo reto en moto?
Salir de Nueva York, recorrer Asia Pacífico de Japón a Oceanía y regresar hasta
terminar en Finisterre. Iré siguiendo las huellas inéditas de los exploradores
españoles de aquella región, que fueron muchos y casi nadie se acuerda de ellos.
Bucear en el pasado de nuestros exploradores olvidados es algo que ya he
realizado en otras zonas, como cuando perseguí los fantasmas del Capitán de
Cuellar en Irlanda, de Ruy González de Clavijo en Uzbekistán, de Fernando de
Aranda en Siria o de Adolfo Rivadeneyra en Irak.
lunes 11 de abril de 2011