La reina Isabel II asumió el trono español tras la muerte de su padre Fernando VII en 1833, pero su reinado estuvo marcado por la inestabilidad política y las tensiones entre liberales y partidarios del absolutismo. A pesar de los intentos de modernización, las debilidades personales de Isabel II y la influencia de la corte impidieron la consolidación de un modelo liberal en España, lo que llevó al país a una posición desfavorable respecto a otras potencias europeas a finales del siglo XIX.
2. A la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833, su esposa, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias asumió la Regencia con el apoyo de los liberales y, en nombre de su hija y futura reina, Isabel II. El conflicto con su cuñado, Carlos María Isidro de Borbón, que aspiraba al trono en virtud de una pretendida vigencia de la Ley Sálica (ya derogada por Carlos IV y el propio Fernando VII) llevaron al país a la Primera Guerra Carlista. Al alcanzar la mayoría de edad por resolución de las Cortes Generales ante el fracaso de la Regencia de Espartero en 1843, se sucedieron varios periodos caracterizados por un intento modernizador de España que se vio contenido, sin embargo, por las tensiones internas de los llamados "liberales", la presión que siguieron ejerciendo los partidarios del absolutismo más o menos moderado, los gobiernos totalmente influidos por el estamento militar y el fracaso final ante las dificultades económicas y la decadencia de la Unión Liberal que llevaron a España a la experiencia del Sexenio Democrático. La personalidad de la Reina Isabel, con un carácter aniñado, sin dotes para el gobierno y presionada en todo momento por la Corte, especialmente por su propia madre y los generales Narváez, Espartero y O'Donnell, impidió que el debido tránsito del Antiguo Régimen a un modelo liberal culminase, por lo que España llegó al último tercio del siglo XIX en condiciones claramente desfavorables respecto a otras potencias europeas.