La reina Isabel II asumió el trono español tras la muerte de su padre Fernando VII en 1833, pero su reinado estuvo marcado por la inestabilidad política y las tensiones entre liberales y partidarios del absolutismo. A pesar de los intentos de modernización, las debilidades personales de Isabel II y la influencia de la corte impidieron la consolidación de un modelo liberal en España, lo que llevó al país a una posición desfavorable respecto a otras potencias europeas a finales del siglo XIX.