1. Realidades Alternas
La semana estaba a punto de terminar, aunque los candorosos rayos del sol
daban inicio a un monótono y patético jueves. La mañana era como la
mañana del miércoles y como la del martes; los niños corriendo a la escuela
agarrados de la mano de sus padres, el señor de los tamales oaxaqueños
promocionando su alimento con la misma grabación de todos los días, el
estresante embotellamiento vial sobre circuito y el mismo bullicio de gente
que transitaba por la banqueta.
- ¡Maldición! ¡De nuevo tarde! Ahora sí me van a descontar, carajo.-
Jaime llevaba tres días seguidos llegando 20 minutos tarde a la oficina
y era muy posible ver la sanción a ello en su próximo recibo de nómina.
Salió de su departamento como alma que lleva el diablo.
- ¡Llámame en la tarde para saber si vamos a salir a comer!-le gritó su
mujer desde el cuarto de baño con la secadora de pelo en una mano y
el peine en la otra, apurada también por el reloj.
Por fortuna, la estación del metro no se encontraba muy lejos de la casa de
Jaime, si acaso, unas dos cuadras. El servicio era bastante rápido, seguro y
amable. Al bajar las escaleras se encontraba un atlético y galante policía
recibiendo a los usuarios con una gran sonrisa y un cordial saludo.
- ¡Buenos días caballero! ¡Buenos días señorita! Que tengan un excelente
viaje. No duden en jalar la palanca que se encuentra dentro de cada
vagón cuando deseen la asistencia de la cafetería.
En las taquillas, las cajeras estaban más que listas para atenderte. Las cosas
triviales y apantallantes como hablar por teléfono y vender boletos al mismo
tiempo, sólo podían ser realidad en su imaginación.
- Un boleto, por favor.-pidió Jaime con la respiración agitada.
- ¡Claro señor! Aquí tiene.-respondió la cajera con una bella sonrisa.
- ¡Gracias!
- ¡Gracias a usted por su preferencia! Vuelva pronto.
La gente esperaba tranquilamente el tren en los vagones mientras deleitaba
su oído con buena música, desde obras clásicas de Mozart hasta relajantes
piezas de New Age, y disfrutaba de exquisitos aromas impregnados en el
ambiente. Los convoys no tardaban más allá de tres minutos en trasladarse
de una estación a otra y siempre había varios asientos libres, esperando al
siguiente interesado en ocuparlo.
Al arrivar el metro en la estación, las personas se movían a los lados de la
puerta para dejar salir a los que así necesitaban y luego, poder entrar los que
así quisieran. Un hombre elegantemente vestido, sacó de su maletín un
portadiscos. Lo abrió para mostrar su contenido.
- ¡Buenos días pasajeros! El día de hoy les traigo de regalo un disco
formato mp3 con los éxitos de Juan Gabriel y, el príncipe de la canción,
2. José José. Más de 150 temas para amenizar su viaje. Grandes
composiciones como gavilán o paloma, te sigo amando, inocente
pobre amiga, el triste, amar y querer, el noa noa, la diferencia, volcán,
entre otras sin costo alguno, sólo levante la mano y enseguida iré hasta
su lugar para entregárselo. El bonito obsequio para el jefe o la jefa
totalmente gratis, únicamente alce su mano.
Después de pensarlo unos minutos, Jaime creyó que el vendedor tenía razón
y alzó su mano.
- Deme uno por favor.
- Si joven, en seguida. Haber mire, aquí está. ¿Le puedo ayudar en algo
más?
- No, estoy bien. Gracias.
- De nada. En la siguiente parada, va ingresar al tren otra compañera que
ofrece bolsitas de pasas cubiertas con chocolate…por si gusta
esperarse…
- ¡Ah que lástima! Eso será imposible, ya llegué a mi destino, pero
muchas gracias por la invitación, quizás en otro momento la acepte.
- Muy bien, lo estaremos esperando. Que tenga un magnífico día.
- Gracias, Adiós
- Hasta luego.
A través de las bocinas del tranvía una suave y dulce voz femenina anunció la
llegada: “Estimados pasajeros, hemos llegado a San Lázaro. Por favor, no
olviden asegurarse de no dejar nada olvidado. Gracias por viajar en la ciudad
con el trasporte colectivo Metro.”
Las puertas se abrieron. Jaime salió junto con otras dos personas. La presión
por llegar a tiempo fue aliviada en una pequeña parte, cuando miró al reloj
digital de los andenes.
- Lo bueno de todo esto, es que el metro es súper rapidísimo y no hay
mucha gente en él.-dijo.
La mañana era como la mañana del miércoles y como la del martes, Jaime
subió las mismas escaleras de siempre y entró al edificio de todo los días.
Luego de dejar su portafolio en el escritorio, continuó escribiendo la historia
del mundo en que todo era al revés.