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UNIVERSIDAD YACAMBÚ 
VICERRECTORADO ACADÉMICO 
PASATIEMPO 
Alumno: Carlos Arturo Acevedo Hernández 
C.I: 8.656.322 
Correo electrónico: Solrac506@hotmail.com 
Octubre, 2014.
EL AJEDREZ ¿ciencia, arte, deporte, pasatiempo? 
Deliciosas aquellas polémicas encuadradas en el marco de una de las 
primeras lecciones de cada asignatura, sobre si ésta era arte o ciencia. En el 
encuentro, unas veces vencía aquél, otras éste, y no pocas la cosa quedaba 
en "match" nulo, no porque se concluyese que no era ninguna de las dos 
cosas, lo que hubieses puesta al catedrático en posición difícil, sino porque 
se afirmaba que era ambas. 
El ajedrez pude ser enfocado desde este punto de vista. Pero la cosa 
se complica más. A las dos esferas, ciencia y arte, que se empleaban para 
hacer juegos malabares, se añade una tercera, deporte, y tal vez una cuarta, 
pasatiempo, lo que provocará la caída de todas hacia el pavimento de la 
perplejidad. 
La ciencia explica las relaciones de causa a efecto. Si alguien se da 
un golpe mortal, la ciencia médica le indicará que tal causa tiene como efecto 
la obligación ineludible de morirse. El arte dicta las normas a que hay que 
ajustarse para alcanzar un determinado bien. Por ejemplo, si queremos 
pintar una habitación, nos asesoramos de un pintor de primera medalla. 
El deporte está definido por la Academia como recreación, 
pasatiempo, placer, diversión por lo común al aire libre. Sobre esta definición 
volveré más tarde. El ajedrez pude entrar en cualquiera de estas nociones 
(salvando lo de aire libre y sustituyéndolo por atmósfera de velada de boxeo 
o incendio en selva tropical) y aun en alguna más que nos diera. 
La creación artística es en ajedrez tan posible como en pintura, 
música, entre otras.
A lo largo de la partida viva, en los problemas, en los finales y 
composiciones llamados artísticos tiene amplio campo donde manifestarse. 
El conjunto de la partida o del problema ha de ser un todo armónico. Puede 
que la reacción de que se trate tenga errores que disminuyan su valor, pero 
que no anularán su calificación genérica. Pasa como un sello de correos con 
un pico roto. Está deteriorado y vale menos, pero no deja de ser sello. 
Toda percepción de belleza requiere alguna preparación. La de la 
naturaleza es la más fácil de captar. A todos gusta la Costa Brava o la vista 
de la Alhambra. En cambio, para darse cuenta de los atractivos de las negras 
llamadas del platillo hay que nacer con ellas. 
Comprender la belleza del ajedrez es aún más complicado. A mí me 
recuerda las exhibiciones de los primeros ensayos del cine en relieve. Al 
sacar la localidad daban con ésta a cada espectador unas gafas con 
armadura de cartón (el precio de la butaca no era excesivo) y por cristales 
unos papeles de celofán uno rojo y otro verde. Durante el espectáculo, con 
las gafas caladas la ilusión era en muchos momentos perfecta. En cambio, 
sin ellas no se lograba ver más que imágenes duplicadas y borrosas que a 
los pocos minutos producían dolor de cabeza. No pretendo insinuar con esto 
que para percibir la belleza del ajedrez hayan de ponerse los espectadores 
ignorantes unas gafas más o menos complicadas. Lo que es necesario llevar 
son ciertos conocimientos, ya que sin ellos no se podrán captar más que 
movimientos sin orden ni concierto. La opinión del observador que carezca 
de ellos, no sólo será adversa, sino además despectiva por esa saludable 
reacción humana contra aquello que no se comprende. Un sordo no es la 
persona adecuada para saber si han llamado a la puerta.
El que no nos caiga la Lotería en la vida no debe hacernos afirmar que 
no toca a nadie (aunque desahoga mucho). El constipado encuentra siempre 
la comida insípida. 
Quede, pues, en clara que el ajedrez es arte, aunque para aquellos 
que no estén en condiciones de percibirlo sea un arte súper futurista, e 
inapreciable. Dada la definición de deporte antes transcrita, está bien 
clasificado el ajedrez en los periódicos que, sabiamente, se ocupan de él. 
Ahora que con ello no hemos avanzado mucho, pues en el concepto 
académico entrarían igualmente los toros, el observar hormigueros o al ir a 
un mitin. 
La masa entiende por deporte, poco más o menos, un ejercicio 
saludable, que desarrolla nuestra fuerza o habilidad, y añaden si son 
partidarios de él, que prepara a los individuos para actuar mejor en las 
demás empresas humanas. El vivir actual hace tan frecuente el empleo de la 
fuerza que el deporte tiene justificaciones inconfesables: poder tomar el 
metro, no guardar cola para adquirir cualquier cosa, etc. El ajedrez, en este 
sentido, no tiene apenas qué hacer. Acaso un ajedrecista habituado al 
análisis de posiciones complicadas podría indicar qué colocación es la más 
oportuna para no morir estrujado por los animosos viajeros, pero en el 
combate práctico no lograría éxitos apreciables. Mas la vida, según aseguran 
muchos, tiene aún algunos, aunque pocos, sectores en los que la inteligencia 
sirve para algo. Y como preparación par ala lucha en esos círculos de 
relaciones el ajedrez puede ser como un deporte intelectual.
Si hacemos sinónimos pasatiempo y pierde tiempo, el número de 
seres que lo considerarían como "eso" sería astronómico. En primer lugar, 
todas las casadas con aficionados al ajedrez, y después todos lo que no son 
éstos. 
Por todo lo expuesto, las felices conclusiones a las que llego son: 1º El 
ajedrez es Ciencia. 2º El ajedrez es Arte. 3º El ajedrez es Deporte. 4º Su 
práctica no produce mayor perturbación que la de otra especialización 
cualquiera. 
A tales afirmaciones sólo se oponen: 1º Los hombres de Ciencia. 2º 
Los artistas. 3º Los deportistas. 4º Los especialistas. Es natural que yo 
asegure que no debemos hacer caso a todos estos actos, pues, de lo 
contrario, habría que escribir que el ajedrez es un ¡qué sé yo!, y esto es muy 
duro para un tratadista de la materia. Quedamos, simplemente, en que se le 
puede llamar de distintas maneras, como el Bogavante (bomarus vulgaris), 
que se le denomina como ustedes no saben, Lubigante, Lovigante, 
Extragante, Abacanto, Langosta francesa y Loccaucántaro y, no obstante, 
siempre es el mismo "bicho". 
Carlos Acevedo

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Pasatiempo

  • 1. UNIVERSIDAD YACAMBÚ VICERRECTORADO ACADÉMICO PASATIEMPO Alumno: Carlos Arturo Acevedo Hernández C.I: 8.656.322 Correo electrónico: Solrac506@hotmail.com Octubre, 2014.
  • 2. EL AJEDREZ ¿ciencia, arte, deporte, pasatiempo? Deliciosas aquellas polémicas encuadradas en el marco de una de las primeras lecciones de cada asignatura, sobre si ésta era arte o ciencia. En el encuentro, unas veces vencía aquél, otras éste, y no pocas la cosa quedaba en "match" nulo, no porque se concluyese que no era ninguna de las dos cosas, lo que hubieses puesta al catedrático en posición difícil, sino porque se afirmaba que era ambas. El ajedrez pude ser enfocado desde este punto de vista. Pero la cosa se complica más. A las dos esferas, ciencia y arte, que se empleaban para hacer juegos malabares, se añade una tercera, deporte, y tal vez una cuarta, pasatiempo, lo que provocará la caída de todas hacia el pavimento de la perplejidad. La ciencia explica las relaciones de causa a efecto. Si alguien se da un golpe mortal, la ciencia médica le indicará que tal causa tiene como efecto la obligación ineludible de morirse. El arte dicta las normas a que hay que ajustarse para alcanzar un determinado bien. Por ejemplo, si queremos pintar una habitación, nos asesoramos de un pintor de primera medalla. El deporte está definido por la Academia como recreación, pasatiempo, placer, diversión por lo común al aire libre. Sobre esta definición volveré más tarde. El ajedrez pude entrar en cualquiera de estas nociones (salvando lo de aire libre y sustituyéndolo por atmósfera de velada de boxeo o incendio en selva tropical) y aun en alguna más que nos diera. La creación artística es en ajedrez tan posible como en pintura, música, entre otras.
  • 3. A lo largo de la partida viva, en los problemas, en los finales y composiciones llamados artísticos tiene amplio campo donde manifestarse. El conjunto de la partida o del problema ha de ser un todo armónico. Puede que la reacción de que se trate tenga errores que disminuyan su valor, pero que no anularán su calificación genérica. Pasa como un sello de correos con un pico roto. Está deteriorado y vale menos, pero no deja de ser sello. Toda percepción de belleza requiere alguna preparación. La de la naturaleza es la más fácil de captar. A todos gusta la Costa Brava o la vista de la Alhambra. En cambio, para darse cuenta de los atractivos de las negras llamadas del platillo hay que nacer con ellas. Comprender la belleza del ajedrez es aún más complicado. A mí me recuerda las exhibiciones de los primeros ensayos del cine en relieve. Al sacar la localidad daban con ésta a cada espectador unas gafas con armadura de cartón (el precio de la butaca no era excesivo) y por cristales unos papeles de celofán uno rojo y otro verde. Durante el espectáculo, con las gafas caladas la ilusión era en muchos momentos perfecta. En cambio, sin ellas no se lograba ver más que imágenes duplicadas y borrosas que a los pocos minutos producían dolor de cabeza. No pretendo insinuar con esto que para percibir la belleza del ajedrez hayan de ponerse los espectadores ignorantes unas gafas más o menos complicadas. Lo que es necesario llevar son ciertos conocimientos, ya que sin ellos no se podrán captar más que movimientos sin orden ni concierto. La opinión del observador que carezca de ellos, no sólo será adversa, sino además despectiva por esa saludable reacción humana contra aquello que no se comprende. Un sordo no es la persona adecuada para saber si han llamado a la puerta.
  • 4. El que no nos caiga la Lotería en la vida no debe hacernos afirmar que no toca a nadie (aunque desahoga mucho). El constipado encuentra siempre la comida insípida. Quede, pues, en clara que el ajedrez es arte, aunque para aquellos que no estén en condiciones de percibirlo sea un arte súper futurista, e inapreciable. Dada la definición de deporte antes transcrita, está bien clasificado el ajedrez en los periódicos que, sabiamente, se ocupan de él. Ahora que con ello no hemos avanzado mucho, pues en el concepto académico entrarían igualmente los toros, el observar hormigueros o al ir a un mitin. La masa entiende por deporte, poco más o menos, un ejercicio saludable, que desarrolla nuestra fuerza o habilidad, y añaden si son partidarios de él, que prepara a los individuos para actuar mejor en las demás empresas humanas. El vivir actual hace tan frecuente el empleo de la fuerza que el deporte tiene justificaciones inconfesables: poder tomar el metro, no guardar cola para adquirir cualquier cosa, etc. El ajedrez, en este sentido, no tiene apenas qué hacer. Acaso un ajedrecista habituado al análisis de posiciones complicadas podría indicar qué colocación es la más oportuna para no morir estrujado por los animosos viajeros, pero en el combate práctico no lograría éxitos apreciables. Mas la vida, según aseguran muchos, tiene aún algunos, aunque pocos, sectores en los que la inteligencia sirve para algo. Y como preparación par ala lucha en esos círculos de relaciones el ajedrez puede ser como un deporte intelectual.
  • 5. Si hacemos sinónimos pasatiempo y pierde tiempo, el número de seres que lo considerarían como "eso" sería astronómico. En primer lugar, todas las casadas con aficionados al ajedrez, y después todos lo que no son éstos. Por todo lo expuesto, las felices conclusiones a las que llego son: 1º El ajedrez es Ciencia. 2º El ajedrez es Arte. 3º El ajedrez es Deporte. 4º Su práctica no produce mayor perturbación que la de otra especialización cualquiera. A tales afirmaciones sólo se oponen: 1º Los hombres de Ciencia. 2º Los artistas. 3º Los deportistas. 4º Los especialistas. Es natural que yo asegure que no debemos hacer caso a todos estos actos, pues, de lo contrario, habría que escribir que el ajedrez es un ¡qué sé yo!, y esto es muy duro para un tratadista de la materia. Quedamos, simplemente, en que se le puede llamar de distintas maneras, como el Bogavante (bomarus vulgaris), que se le denomina como ustedes no saben, Lubigante, Lovigante, Extragante, Abacanto, Langosta francesa y Loccaucántaro y, no obstante, siempre es el mismo "bicho". Carlos Acevedo