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La contribución de Keynes (autor: Axel Kicillof)
John Maynard Keynes (1883 – 1946).
* Nació en Cambridge Inglaterra. Hijo de John Neville Keynes, profesor de economía de la
Universidad de Cambridge.
* Cursó sus estudios secundarios en el aristocrático Eton College. Se graduó en luego
matemáticas en el King´s College. Allí conoció a Alfred Marshall quien lo apadrinó y guió sus
intereses hacia la economía. Marshall costeó parte de sus estudios.
* Durante sus estudios en Cambridge perteneció al Grupo Bloombury, conformado por escritores y
artistas como Virginia Wolf y Lytton Strachey. Llegó también a ser presidente del Cambridge
University Liberal Club.
* De 1905 a 1908 trabajó en la Oficina de Asuntos Indios y, a su regreso, se convirtió en profesor
en la cátedra de economía de Cambridge, fundada por Marshall. En 1913 publicó La moneda india y
las finanzas, en base a sus experiencias en Asia.
* Desde 1912 se desempeñó como editor en jefe del Economic Journal.
* En 1915, ya iniciada la Primera Guerra Mundial, dejó la docencia e ingresó al Tesoro británico.
Se convirtió además en asesor económico del Primer Ministro británico Lloyd George en la
conferencia de Versalles, puesto al que renunció por sus desacuerdos con la orientación del Tratado
de Paz, que perjudicaba a los perdedores.
* En 1919 publicó Las consecuencias económicas de la paz, polémico libro con el que obtuvo un
gran renombre internacional.
* En 1921 publicó Tratado sobre probabilidad, en 1923 Breve tratado sobre la reforma monetaria y
en 1930 Tratado sobre el dinero, una extensa obra de teoría monetaria de inspiración wickselliana.
* Cosechó una enorme fortuna a través de las especulaciones bursátiles y dedicó una parte de su
riqueza al fomento de las artes y a procurarse una valiosísima colección de libros antiguos.
* La Teoría general de la ocupación el interés y el dinero (1936), publicada en pleno tránsito de la
Gran Depresión, lo convirtió en el economista probablemente más influyente del siglo XX y dio inicio
a la llamada revolución keynesiana.
* Sufrió su primera afección cardiaca grave en 1937, a partir de entonces su salud se hizo
sumamente frágil.
* En 1942 fue nombrado Baron Keynes de Tilton e ingresó a la Cámara de los Lores.
* Al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1944, presidió la delegación británica en la
Conferencia de Bretton Woods donde presentó el Plan Keynes, que no logró imponerse por
completo debido a la oposición de Estados Unidos.
* Murió de un ataque cardíaco en 1946.
La época de Keynes
En los últimos años de la década de 1870 la economía mundial entró en una prolongada etapa de
estancamiento que se extendió por una década y media. Una vez superada la fue bautizada con el
nombre de “Gran Depresión”, sin embargo, se abrió paso un período de acelerado crecimiento
económico interrumpido únicamente por el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Este
período fue conocido como la Belle Époque. Desde el punto de vista político, la inusitada
prosperidad económica, estuvo acompañada por una época de paz sin precedentes. El capitalismo
moderno pudo entonces expandirse hasta abarcar zonas que habían permanecido marginadas
como Rusia, Suecia y los Países Bajos, en Europa, y Canadá y Japón, fuera de ella.
Algunos autores han sostenido que durante este período tuvo lugar una “segunda revolución
industrial”, vinculada a la difusión de un conjunto de importantes inventos e innovaciones que
contribuyeron a modificar radicalmente las formas técnicas de la producción. En el plano de las
fuentes energéticas, el carbón fue dejando lugar al petróleo, en el de las comunicaciones se
extendió rápidamente el tendido telefónico, en el transporte, si bien las redes ferroviarias continuaron
creciendo, el cambio vino de la mano de la aparición de los automóviles, las motocicletas y las
bicicletas. Junto a los barcos de larga distancia se ponían en servicio los primeros aviones. En la
esfera del entretenimiento, irrumpió el cinematógrafo y en la industria química, por último,
aparecieron las novedosas aplicaciones de los derivados del carbón.
Con la mayor consolidación del mercado mundial irrumpieron en las ramas más dinámicas las
modalidades propias de la producción en masa, revolucionando la organización de la industria
donde se generalizaron los intentos de aplicar criterios “científicos” a la organización a empresas de
cada vez mayor envergadura.
Estas transformaciones basadas en la sostenida expansión de la producción dieron lugar, por un
lado, a una enorme absorción de mano de obra por parte de la industria, el comercio y los servicios,
lo que llevó a un crecimiento explosivo de la población trabajadora. Por el otro, su grado de
organización cada vez más elevado permitió a los obreros obtener algunas mejoras –que
ciertamente no alcanzaron a todas las secciones de la fuerza de trabajo- y dio origen, por otra parte,
en algunos países avanzados a los partidos políticos de masas apoyados en la clase trabajadora
que se convirtieron en poderosas herramientas electorales.
Los cambios afectaron fuertemente el balance de poder. Es la época en que el liderazgo industrial
británico comenzó a ser cuestionado: ya en 1913 la producción industrial de las cuatro principales
potencias se repartía en un 46% para los Estados Unidos, un 23,5% para Alemania, un 19,5% el
Reino Unido y un 11% Francia (Hobsbawm 1998: 59). Gran Bretaña, no obstante, conservaba un
amplio predominio en el mercado de capitales y la City de Londres era entonces, más que nunca, el
corazón financiero del capitalismo mundial. Este predominio se apoyó también en el aceitado
funcionamiento del patrón oro, un sistema monetario que conservaba la estabilidad de las
cotizaciones de las distintas monedas nacionales convertibles por el metal.
En el terreno de la teoría económica, la escuela marginalista en la versión marshalliana alcanzó un
casi absoluto predominio, con ayuda de los marginalistas de la segunda generación distribuidos en
las principales potencias.
El final de esta época de paz política y de excepcional prosperidad económica no pudo haber
llegado de una forma más abrupta. El estallido de la Primera Guerra Mundial dio inicio a la que
Hobsbawm llamó, con acierto, “la era de las catástrofes”. El mundo no se había recuperado aun del
trauma de la guerra cuando el 29 de octubre de 1929 el crack bursátil en Wall Street, conocido en
adelante como “jueves negro”, se convirtió en la fecha de referencia para el inicio de la más
prolongada depresión de la historia del capitalismo. En los ocho años que van desde 1930 a 1938, la
tasa de desempleo en Estados Unidos promedió el 26%, en Alemania el 22% y en Reino Unido el
15% (Eichengreen and Hatton 1988).En rigor, la recuperación de la producción y el empleo llegaría
mucho después, y en no gratas circunstancias: el rearme para la Segunda Guerra Mundial que
estalló en 1939 que se cobraría más de 60 millones de muertes fue una de las principales fuentes
para la reactivación industrial. Aunque la mayor cercanía histórica nos exime de una exposición más
detallada, no puede dejar de mencionarse en este sintético racconto de los hechos más importantes
de esta etapa a la Revolución Rusa de 1917, que cambió la fisonomía de la política mundial tal como
se la había conocido hasta entonces.
La época en la que Keynes (1883-1946) desarrolla su producción teórica está plagada de
novedades en el terreno de los debates económicos. Dos de ellos deben ser mencionados: el
debate monetario asociado con la caída del patrón oro, por un lado, y el problema de la
desocupación masiva y prolongada, por el otro.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial el comercio internacional sufrió una notable interrupción
ante la cual casi todos los países debieron abandonar la convertibilidad con el oro. En Inglaterra, al
término del conflicto, se inició una fuerte controversia acerca de la conveniencia de retornar al oro,
en la que Keynes tuvo una muy activa participación. La inflación de la primera posguerra contribuyó
también a que la teoría ortodoxa del dinero fuera cuestionada. Al problema de la inflación se le
agrega pronto la discusión sobre las causas de la deflación y de la desocupación. En Gran Bretaña
la década de 1920 viene a anticipar, hasta cierto punto, las consecuencias pronto que tendría a
escala planetaria la crisis de 1930. En el período de entreguerras, con la Gran Depresión de por
medio, una considerable cantidad de economistas hizo pública su disconformidad con la teoría
tradicional cuyo sistema teórico que fue incapaz de dar cuenta de las causas tanto de la inflación
como de la deflación y el desempleo. Keynes formó parte de este amplio movimiento; con su Teoría
general de la ocupación el interés y el dinero consiguió plasmar esta ruptura de manera definitiva.
Bibliografía citada
DE VROEY, M. (2004) The History of Macroeconomics Viewed Against the Background of the
Marshall-Walras Divide. Journal of Economic Literature, 220.
EICHENGREEN, B. & HATTON, T. (1988) Interwar Unemployment in International Perspective.
Institute for Research on Labor and Employment Working Paper Series.
HARROD, R. F. (1951) La vida de John Maynard Keynes, México DF, Fondo de Cultura Económica.
HOBSBAWM, E. (1998) La era del imperio, 1875-1914, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori.
KEYNES, J. M. ([1926] 1949) Alfredo Marshall. En MARSHALL, A. (Ed.) Obras escogidas. México
DF, Fondo de Cultura Económica.
KICILLOF, A. (2007) Fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias teóricas de Lord
Keynes, Buenos Aires, EUDEBA.
MARSHALL, A. (1887) The Theory of Business Profits. The Quarterly Journal of Economics, 1.
----- (1893) On rent. The Economic Journal, 3, 74 - 90.
----- ([1890] 1948) Principios de economía. Un tratado introductorio, Madrid, M. Aguilar.
PATINKIN, D. ([1956] 1959) Dinero, Interés y Precio, Madrid, Aguilar.
PIGOU, A. C. (1927) Wage Policy and Unemployment. The Economic Journal, XXXVII.
SKIDELSKY, R. (1994) John Maynard Keynes. The economist as saviour 1920-1937, Londres,
Macmillan.
WALRAS, L. ([1874] 1987) Elementos de economía política pura, Madrid, Alianza Universidad.
Introducción: la trayectoria intelectual de Keynes y su vinculación con la historia.
Antes de iniciar con este apartado es conveniente hacer una aclaración: en la primera clase se hizo
hincapié en la importancia de la vinculación entre el desarrollo de las teorías económicas -y, más en
general, entre la evolución de las ideas en todos los campos disciplinares- y las transformaciones
que atraviesa la sociedad en cada etapa histórica. Cuando se estudia cada una de las
contribuciones a la economía se encuentra que estos dos planos no sólo interactúan entre sí, sino
que ambos se encuentran también condicionados por la biografía, es decir, por las circunstancias de
la vida personal de cada uno de los autores. Mientras algunos enfoques, a la hora de dar cuenta de
la génesis y la difusión de estas teorías, le confieren mayor importancia a los aspectos biográficos,
otros, a su turno, tienden a enfatizar el papel desempeñado por el contexto histórico y otros, por fin,
subrayan especialmente la relación existe entre las nuevas ideas y el pensamiento anterior,
haciendo como si las teorías progresaran autónomamente en busca de la verdad, movidas por su
propio impulso, un impulso ajeno tanto a quienes las conciben como a las circunstancias que
motivan su parición.
El caso de Keynes constituye una muestra particularmente elocuente del modo en que estos tres
planos interactúan para dar lugar a la producción científica ya que, por un lado, Keynes, a lo largo de
su vida madura, consiguió siempre destacarse por sus intentos de proporcionar explicaciones
novedosas para comprender los acontecimientos históricos inéditos que le tocó atestiguar. Por otro
lado, a diferencia de otros muchos autores que suelen ocultar sus propios cambios de opinión, como
si fueran vergonzantes defecciones, Keynes dejó siempre expresa constancia de sus avances y
mudanzas, empleando alunas veces para tal efecto los excepcionales prefacios de sus obras más
importantes. Sobre la base de estas evidencias, es posible reconstruir y hasta fechar el derrotero
seguido por su cambiante trayectoria intelectual, pues pueden identificarse los momentos en los que
se producen los saltos, los quiebres y las alteraciones de rumbo.
Como sabemos, Keynes se había formado en Cambridge bajo la tutela de Alfred Marshall. Expresó
frecuentemente la enorme admiración que le merecía su maestro y, cuando Marshall abandonó la
enseñanza para dedicarse exclusivamente a la investigación, se convirtió en uno de los herederos
de su cátedra universitaria -impartía un curso sobre la teoría del valor y la distribución incluida en el
Libro V de Los principios de economía. Puede decirse que era ya, a temprana edad, uno de los más
importantes economistas marshallianos. Su campo de especialización fue la economía monetaria, a
la que dedicó tres de sus libros: Indian Currency and Finance (1913), Tract on Monetary Reform
(1923) y Treatise on Money (1930).
Sin embargo, no debe olvidarse que prácticamente toda su vida madura trascurrió durante la que
Hobsbawm bautizó como "la era de las catástrofes". Fuera de otras muchas cualidades admirables,
Keynes contaba indudablemente con un extraordinario sentido de la oportunidad. A los 33 años
renunció aparatosamente a su cargo de asesor económico del Primer Ministro en la delegación
británica para la conferencia que sesionaba en París, reunión en la que se discutía, una vez
terminada la Primera Guerra, la letra definitiva del tratado de paz. Poco después de abandonar la
representación británica, Keynes publicó las Consecuencias económicas de la paz, un polémico
texto -que le valió la dura acusación de ser un agente "pro-alemán"-. Con este libro logró llamar la
atención en toda Europa. Se oponía entonces a la imposición de duras cargas económicas, las
llamadas "reparaciones", a la Alemania derrotada.
Según su opinión, se había impuesto allí la posición impulsada por Francia que intentaba a toda
costa y "hasta donde fue posible, parar el reloj y deshacer lo que desde 1870 se había logrado en el
progreso de Alemania" . Las advertencias de Keynes resultaron ser proféticas, a punto tal que se le
atribuye haber vaticinado, por un lado, la hiperinflación alemana y, por el otro, haberse anticipado al
surgimiento del nazismo, ya que su libro contenía advertencias de alto calibre: "[l]a política de reducir
a Alemania a la servidumbre durante una generación, de envilecer la vida de millones de seres
humanos y de privar a toda una nación de felicidad, sería odiosa y detestable, aunque fuera posible,
aunque nos enriqueciera a nosotros, aunque no sembrara la decadencia de toda la vida civilizada de
Europa. Algunos la predican en nombre de la justicia. En los grandes acontecimientos de la historia
del hombre, en el desarrollo del destino complejo de las naciones, la justicia no es tan elemental. Y
si lo fuera, las naciones no están autorizadas por la religión ni por la moral natural a castigar en los
hijos de sus enemigos los crímenes de sus padres o de sus jefes".
Así como se convirtió en un verdadero protagonista de la discusión originada por el proceso de
reconstrucción europea en la primera posguerra, hizo también escuchar sus opiniones en 1923 con
su Breve tratado sobre la reforma monetaria, en el que se enfrentó a las interpretaciones
convencionales acerca de las causas de la inflación, continuando luego con estas investigaciones,
aunque en un plano más teórico y todavía más apartado de la visión convencional, en su ambicioso
Tratado sobre el dinero (1930). Keynes se ubicó nuevamente en el centro de la escena,
convirtiéndose en uno de los más autorizados partidarios del abandono definitivo del patrón oro por
parte de Inglaterra -la convertibilidad se había suspendido durante la primera guerra-, cuestionando
duramente el intento de retornar a la vieja paridad en 1925. Nuevamente la historia le dio la razón:
cuando llegó la Gran Depresión, el viejo sistema monetario basado en el oro finalmente colapsó,
muriendo ahora de muerte natural.
Por tanto, cuando sobrevinieron los procesos inflacionarios -un hecho inédito en la historia
económica-, las novedosas ideas de Keynes sobre su origen, enfrentadas a las de la ortodoxia,
alcanzaron un lugar destacado. No es raro, entonces, que en 1936, en pleno desarrollo de la "crisis
del 30", Keynes nuevamente intentara presentar una teoría novedosa encaminada a comprender
otro acontecimiento económico que, por su profundidad y duración, carecía de precedentes
históricos. El libro a través del cual dio a conocer sus ideas acerca de las causas y remedios para la
depresión se llamó Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (en adelante La teoría
general).
Hay dos aspectos importantes de esta trayectoria teórica que, aun sin profundizar demasiado, deben
ser destacados. El primero de ellos es que si bien Keynes inició su camino ocupando un destacado
lugar en la escuela ortodoxa, cuando sus escritos se someten a examen puede apreciarse cómo, a
medida que se ve obligado a responder a los inéditos desafíos teóricos con los que le toca
enfrentarse (la inflación extrema, la deflación prolongada, la profunda crisis y la duradera recesión),
su pensamiento se va desembarazando paulatinamente de los resabios de la teoría marshalliana,
casi por obligación, ya que la vieja teoría oficial era incompetente a la hora de dar cuenta de estas
nuevas circunstancias económicas. Sin embargo, sólo con la publicación de La teoría general queda
consuma la ruptura definitiva con la tradición anterior. El Prefacio de su obra cumbre comienza
diciendo que "si la economía ortodoxia está en desgracia, la razón debe buscarse […] en la falta de
claridad y generalidad de sus premisas" y admite luego que "la redacción de este libro ha sido, para
el autor […] un forcejeo para huir de la tiranía de las formas de expresión y pensamiento habituales
[…]. La dificultad reside no en las ideas nuevas, sino en rehuir las viejas que entran rondando hasta
el último pliegue del entendimiento de quienes se han educado en ellas, como la mayoría de
nosotros".
Un segundo aspecto que distingue a Keynes de buena parte de los críticos de la ortodoxia, se
vincula con su elaborada concepción acerca de la naturaleza y de las causas de las grandes
transformaciones históricas ocurridas a principios del siglo XX. No sólo puede afirmarse que estos
cambios ocurridos en la esfera económica condicionaron sus ideas, sino que, lo que es más
importante aún, es que Keynes era absolutamente consciente de ello. En La teoría general pero
también en numerosas obras anteriores sostuvo que alrededor de 1914 había comenzado una
nueva etapa en la historia del capitalismo, una etapa que en muchos aspectos difería de la que
había dado lugar al surgimiento y auge de la teoría económica dominante. Escribe en 1925:
[L]a mitad de la sabiduría de cuaderno de caligrafía de nuestros estadistas se basa en supuestos
que fueron ciertos, o parcialmente ciertos, en su momento, pero que ahora son cada vez menos
ciertos a medida que pasan los días. Tenemos que descubrir una nueva sabiduría para una nueva
época. Y entretanto debemos, si hemos de hacer algo bueno, debemos parecer heterodoxos,
molestos, peligrosos y desobedientes para con los que nos han engendrado.
En pocas palabras: más allá de las críticas teóricas que Keynes habría de realizar a la teoría
tradicional, sus reclamos se dirigían hacia un punto, si se quiere, aun más general y básico: los
supuestos y premisas sobre los que se había erigido el edificio teórico de la ortodoxia, simplemente,
debido a las profundas transformaciones históricas que habían tenido lugar al comienzo del siglo XX,
ya no se correspondían con la nueva realidad económica. El veredicto es lapidario: la teoría
económica oficial es anacrónica.
Aunque no podemos dedicarnos aquí a reconstruir en detalle la caracterización propuesta por
Keynes para esa nueva etapa, sin embargo, conviene señalar tres de sus puntos salientes, referidos
a los cambios ocurridos en la fisonomía de clase "empresaria", en las potencias de la clase
trabajadora y en el funcionamiento del sistema monetario mundial.
Keynes observa que, como consecuencia de una gigantesca concentración de los capitales que
dirigen las distintas ramas de la producción, se produce una separación entre la propiedad de las
empresas y su gestión. A diferencia del empresario de tipo "antiguo" en cuya persona se reunían la
figura del dueño y del "gerente", debido al enorme tamaño de las firmas, esas dos funciones ya no
pueden ser representadas por un único individuo: por un lado, se encuentran la "clase empresaria"
conformada por los capitalistas en activo que conocen y dirigen en la práctica los negocios; y por el
otro, está la "clase de los rentistas", compuesta mayormente por los miles de pequeños
"inversionistas" que no son propietarios de una empresa entera sino de una determinada porción
más o menos grande, más o menos pequeña, de acciones que se compran y venden en la Bolsa y
que los eximen de todas las tareas vinculadas a la administración, pero que al tiempo los dejan
sumidos en la más completa de las ignorancias sobre los verdaderos movimientos de las empresas.
Las consecuencias de este cambio en la composición de la clase capitalista son fabulosas, y
repercuten en un plano muy concreto: a partir de esta separación, se modifica de manera sustancial
la forma en la que los inversionistas deciden y realizan sus inversiones. Lo que ocurre es que las
inversiones, aun cuando se apliquen a la compra de instalaciones y equipos duraderos, se
transforman en riqueza "líquida", ya que los títulos de propiedad -las acciones- pueden ser
rápidamente vendidas en los "mercados organizados de inversiones", es decir, en la bolsa de
valores. Los inversionistas -a diferencia del empresario del siglo XIX, "casado" con sus empresas-
comienzan a tomar sus decisiones de inversión día a día, utilizando criterios que poco tienen que ver
con la rentabilidad real esperada en el largo plazo de cada negocio. Las operaciones bursátiles con
las acciones están sometidas a pautas especulativas, ya que lo que importa al comprador es
fundamentalmente si la cotización de los títulos ascenderá o se reducirá, movimiento que poco tiene
que ver con el desempeño económico de las empresas. Esta es la nueva realidad con respecto a las
decisiones de inversión y, sin embargo, como hemos visto, el mercado de capital del sistema
marshalliano describía el comportamiento de la inversión de un modo completamente distinto (según
la voluntad de ahorrar y la productividad del capital). De lo dicho se desprende que era necesario
escribir una teoría de la inversión que refleje estos cambios.
En segundo lugar, y también como resultado de la concentración del capital, la clase obrera había
alcanzado un grado mucho más elevado de organización. "Los sindicatos -sostiene Keynes- son
suficientemente fuertes para interferir en el libre juego de la oferta y la demanda, y la opinión pública,
aunque a regañadientes y con algo más que la sospecha de que los sindicatos se están volviendo
peligrosos, les apoya en su principal contienda. Nuevamente se presenta en este terreno una
incompatibilidad entre los hechos y la teoría convencional, porque el mercado de trabajo
marshalliano se basaba en una determinación puramente individual de la curva de oferta, una
descripción según la cual las organizaciones obreras eran solamente una traba circunstancial, pero
nunca la norma que gobernaba el comportamiento del salario y el empleo.
Por otra parte, según se mostró, así como en el mercado de trabajo el nivel de empleo de equilibrio
significaba la plena ocupación de los obreros, el sistema marginalista en la versión de Marshall
había convertido a la ley de Say en otro de sus pilares fundamentales que describía una tendencia
automática hacia el uso completo de todos los recursos disponibles. Keynes, en cambio, afirma que
este dogma constituye un grave impedimento para la teoría económica:
"Nuestras ideas sobre economía, inculcadas en nosotros por la educación, el ambiente y la tradición,
están empapadas, tanto si somos conscientes de ello como si no, de presupuestos teóricos que sólo
son adecuadamente aplicables a una sociedad que esté en equilibrio, con todos sus recursos
productivos empleados. Mucha gente está intentando solucionar el problema del desempleo con una
teoría que se basa en el supuesto de que no hay desempleo."
En tercer lugar, otro de los puntos flacos de la ortodoxia se ubica, indudablemente, en el plano de la
teoría monetaria. Ya en 1923, Keynes advertía que "[l]a mayoría de los tratados académicos sobre
teoría monetaria se han basado tan firmemente, hasta hace poco, en el supuesto de un régimen de
patrón oro, que es necesario adaptarlos al presente régimen de patrones de papel mutuamente
inconvertibles". El derrumbe de la convertibilidad de todas las monedas por el oro en las que se
basaba el comercio y el sistema financiero internacional no sólo exigía una profunda discusión
acerca de la fisonomía del nuevo régimen monetario, sino que debía realizarse también un cambio
en la teoría misma que había convertido al patrón oro en una de sus premisas.
Como puede verse, el cuestionamiento de Keynes a la ortodoxia y, en particular, a su teoría
monetaria, al mercado de capital, al mercado de trabajo y a la ley de Say tiene un fundamento,
además de teórico, histórico. Para Keynes el mundo había cambiado definitivamente
desvaneciéndose así las premisas sobre las que se apoyaba la teoría ortodoxa. Sentencia entonces
que el desprestigio de los economistas está ligado a su obstinada ceguera en relación a estas
transformaciones.
La "teoría clásica" según Keynes
Es preciso realizar una aclaración que en apariencia es puramente terminológica pero que en
realidad está cargada de un hondo contenido teórico. Keynes se propone escapar de las viejas y
anacrónicas teorías pero, ¿a qué economistas puntualmente va dirigida su crítica? En La teoría
general utiliza diversas palabras para designar a sus adversarios: "ortodoxia", "teoría tradicional" y
también, en especial, "teoría clásica" o se refiere, simplemente a "los economistas clásicos".
Sabemos que Keynes se opone, antes que nada, a Marshall, su maestro. Puede decirse entonces
que esta última denominación, "clásicos" es, como mínimo, curiosa ya que en este curso (siguiendo
la costumbre general) hemos considerado principalmente a Adam Smith y David Ricardo líderes de
la "escuela clásica", de manera que conviene esclarecer esta denominación. Dejemos hablar al
propio Keynes:
«Los economistas clásicos» fue una denominación inventada por Marx para referirse a Ricardo,
James Mill y sus predecesores, es decir, para los fundadores de la teoría que culminó en Ricardo.
Me he acostumbrado quizá cometiendo un solecismo, a incluir en la «escuela clásica» a los
continuadores de Ricardo, es decir, aquellos que adoptaron y perfeccionaron la teoría económica
ricardiana, incluyendo (por ejemplo) a J. S. Mill, Marshall, Edgeworth y el profesor Pigou .
Empleando los términos que hemos manejado a lo largo de este curso, podemos decodificar esta
explicación. Keynes llama "clásicos" a un grupo de economistas compuesto tanto por los clásicos
como por los marginalistas marshallianos. El problema que se esconde detrás de esta denominación
radica es que, para nosotros, en rigor, el sistema clásico y el sistema marginalista difieren entre sí y
forman parte de dos tradiciones distintas -en especial en lo que respecta a la teoría del valor y la
distribución- lo que nos fuerza a reaccionar negativamente ante la unificación de ambas escuelas
que intenta realizar Keynes cuando utiliza un solo nombre "economía clásica" para referirse a las
dos tomadas en conjunto. Sin embargo, el pasaje que acabamos de citar contiene una de las claves
para comprender cuáles son los motivos que justifican la peculiar "suma" de dos escuelas distintas.
Apoyándose en el punto de vista de Marshall, Keynes alega que la escuela marginalista, lejos de
haberse apartado de las ideas de Ricardo, no hizo más que "adoptarlas" y "perfeccionarlas". Así,
clásicos y marginalistas conformarían, en lo esencial, un solo grupo. En el Prefacio que Keynes
preparó para la primera edición alemana de La teoría general se agregan más indicios que abonan
esta interpretación:
Alfred Marshall, cuyos Principios de economía fueron la base de la formación de todos los
economistas ingleses contemporáneos, debió esforzarse particularmente para enfatizar la
continuidad de su pensamiento con el de Ricardo. […] En mi propio pensamiento y desarrollo por
tanto, este libro representa una reacción, una transición que me lleva afuera de la tradición inglesa
clásica (u ortodoxa). El énfasis que pongo en las siguientes páginas sobre los puntos de divergencia
con la doctrina recibida ha sido visto en algunos reductos de Inglaterra como inconvenientemente
controversiales. Pero ¿cómo puede alguien educado como un católico en la economía inglesa,
siendo incluso un sacerdote de esa Fe, evitar algún énfasis controversial, cuando recién se ha
convertido en un protestante?
Desde la perspectiva adoptada en este curso, no obstante, esta unificación resulta, como mínimo,
problemática. Antes de continuar estamos obligados a objetarla. En primer lugar, un análisis riguroso
de la teoría de Ricardo nos ha llevado a cuestionar la interpretación ortodoxa a través de la cual,
primero J. S. Mill y luego Marshall, acallaron y "neutralizaron" buena parte de los aportes esenciales
de la teoría ricardiana del valor y la distribución. A contramano de esta peculiar lectura que parece
destinada a apropiarse de la figura de Ricardo en provecho propio, puede afirmarse que en el
terreno de la explicación del precio, el salario y la ganancia, Marshall se distanció considerablemente
de las teorías ricardianas. No obstante, la ortodoxia forjada por el propio Marshall sostiene lo
contrario -al presentarse como una continuación de la teoría ricardiana- y fue esa la línea que logró
imponerse por doquier. Aquí, por otra parte, no nos interesa entrar en la discusión acerca de cuál de
las lecturas de Ricardo es la más adecuada, sino que estos comentarios pretenden zanjar una
cuestión eminentemente práctica: ¿cuál es el contenido de la teoría clásica, ortodoxa o tradicional
que Keynes rechaza con su intervención? Sin conocer el objeto de su crítica poco puede hacerse
para comprender la naturaleza de su aporte.
Por lo dicho, la teoría del valor correspondiente a la teoría clásica de Keynes no es otra que es la
teoría de los costos de producción, teoría formulada inicialmente por J. S. Mill -quien se la atribuía a
Ricardo-, adoptada y adaptada luego por la pluma de Marshall, quien la convirtió en una teoría del
valor, según la cual el precio normal está determinado por los costos marginales de producción.
Claramente, ésta no es la teoría del valor de Ricardo, pero hay que reconocer que tampoco coincide
con la teoría de la utilidad de los primeros marginalistas. De hecho, la posición que adopta Keynes
en el debate entre Marshall y los primeros marginalistas está completamente inclinada a favor de su
maestro: "[l]a estéril controversia producida por la oscuridad de Ricardo y su repercusión sobre
Jevons -dice Keynes-, acerca de los papeles que representan la demanda y el costo de producción
en la determinación del valor quedó definitivamente esclarecida. Después del análisis de Marshall,
no quedó nada por decir". Es así que cuando Keynes se refiere a la teoría clásica del valor está
apuntando al sistema marshalliano, donde cree ver una síntesis entre las ideas de Ricardo y las
teorías de los primeros marginalistas.
En lo que respecta a la teoría de la distribución, la teoría clásica de Keynes, se apoya nuevamente
en las explicaciones ofrecidas por Marshall acerca de la determinación de la tasa de interés y del
salario; reposa por tanto en el mercado de capital y el mercado de trabajo, tal como se estudiaron en
la clase anterior. Es por eso que cada vez que Keynes se refiere a la teoría clásica del valor y la
teoría clásica de la distribución conviene realizar una traducción que contribuye a limpiar el término
de innecesarias ambigüedades, reemplazando teoría clásica por teoría marginalista en la versión
marshalliana, incluyendo así, dentro del grupo de los clásicos a Ricardo, pero en la versión que se
obtiene cuando se lo estudia utilizando los anteojos provistos por Marshall.
Pese a estos laberintos terminológicos, lo cierto es que la elección del "adversario" que realiza
Keynes es ciertamente adecuada porque, indudablemente, si su propósito era atacar a la ortodoxia
dominante de su tiempo, estaba obligado a dirigir sus dardos hacia la figura teórica entonces
predominante, y ese papel lo desempeñaba Marshall quien se consideraba a sí mismo,
declaradamente, un seguidor de Ricardo. Por eso Keynes toma a Marshall como la expresión más
acabada de la teoría tradicional, escuela dentro de la que decide incluir a toda la tradición inglesa,
desde los tiempos de Ricardo. A este conjunto de economistas lo denomina teoría clásica. Por eso
que al examinar La teoría general conviene dejar de lado las diferencias que hemos marcado entre
las teorías del valor y la distribución de Ricardo y las de Marshall o, más bien, conviene por un
momento fundirlas en una sola, tal como hace Marshall, para comprender a quién se estaba
enfrentando Keynes.
Estas aclaraciones, no obstante, atañen fundamentalmente a las teorías del valor y de la
distribución. Más arriba hemos demostrado que, en cambio, existe un hilo conductor que permite
establecer una continuidad mucho más definida entre los clásicos y los marginalistas cuando se
estudia el terreno de la teoría monetaria así como las diversas explicaciones acerca de las causas
del desempleo. Aquí, al menos hasta cierto punto, estamos autorizados a poner a ambas escuelas
-clásica y marginalista- en, por así decir, una misma bolsa, sin por eso tergiversar demasiado sus
ideas principales. Como se dijo en la clase anterior, tanto los clásicos como los marginalistas
disponen en realidad de dos teorías del dinero casi idénticas. Una primera versión de la teoría del
dinero se expone bajo el supuesto de que el dinero es una mercancía cualquiera (en general el oro)
cuyo valor se convierte en algo fijo para poder emplearla como una "medida invariable del valor".
Ambas escuelas coinciden también en el abandono ulterior de esta explicación, para adoptar la
teoría cuantitativa del dinero, una teoría en la que el dinero, lejos de ser una mercancía con valor
propio se convierte en un simple "medio de cambio" cuyo valor viene dado sólo por la cantidad de
billetes arrojados a la circulación por la autoridad monetaria y por el sistema bancario. El dinero, en
ambas versiones, es considerado un simple "vehículo" o "medio" que no introduce ninguna
diferencia sustancial en la determinación de las variables "reales": precio, salario y ganancia. Esta
noción compartida sobre la naturaleza del dinero es la que condujo tanto a los clásicos como a los
marginalistas a concordar también, como se vio, en la adhesión incondicional a la ley de Say, según
la cual es imposible que se registre un exceso de demanda generalizado ya que, by decree "la oferta
crea su propia demanda". Este es un verdadero talón de Aquiles de la ortodoxia: : "[a]unque la
doctrina en sí [la ley de Say, AK] ha permanecido al margen de toda duda para los economistas
ortodoxos hasta nuestros días, su completo fracaso en lo que atañe a la posibilidad de predicción
científica ha dañado enormemente, a través del tiempo, el prestigio de sus defensores" .
Por lo dicho, para facilitar la exposición y no enlodarla con aclaraciones a cada paso, utilizaremos en
adelante el nombre "teoría clásica" en el sentido en el que Keynes lo emplea.
que al examinar La teoría general conviene dejar de lado las diferencias que hemos marcado entre
las teorías del valor y la distribución de Ricardo y las de Marshall o, más bien, conviene por un
momento fundirlas en una sola, tal como hace Marshall, para comprender a quién se estaba
enfrentando Keynes.
Estas aclaraciones, no obstante, atañen fundamentalmente a las teorías del valor y de la
distribución. Más arriba hemos demostrado que, en cambio, existe un hilo conductor que permite
establecer una continuidad mucho más definida entre los clásicos y los marginalistas cuando se
estudia el terreno de la teoría monetaria así como las diversas explicaciones acerca de las causas
del desempleo. Aquí, al menos hasta cierto punto, estamos autorizados a poner a ambas escuelas
-clásica y marginalista- en, por así decir, una misma bolsa, sin por eso tergiversar demasiado sus
ideas principales. Como se dijo en la clase anterior, tanto los clásicos como los marginalistas
disponen en realidad de dos teorías del dinero casi idénticas. Una primera versión de la teoría del
dinero se expone bajo el supuesto de que el dinero es una mercancía cualquiera (en general el oro)
cuyo valor se convierte en algo fijo para poder emplearla como una "medida invariable del valor".
Ambas escuelas coinciden también en el abandono ulterior de esta explicación, para adoptar la
teoría cuantitativa del dinero, una teoría en la que el dinero, lejos de ser una mercancía con valor
propio se convierte en un simple "medio de cambio" cuyo valor viene dado sólo por la cantidad de
billetes arrojados a la circulación por la autoridad monetaria y por el sistema bancario. El dinero, en
ambas versiones, es considerado un simple "vehículo" o "medio" que no introduce ninguna
diferencia sustancial en la determinación de las variables "reales": precio, salario y ganancia. Esta
noción compartida sobre la naturaleza del dinero es la que condujo tanto a los clásicos como a los
marginalistas a concordar también, como se vio, en la adhesión incondicional a la ley de Say, según
la cual es imposible que se registre un exceso de demanda generalizado ya que, by decree "la oferta
crea su propia demanda". Este es un verdadero talón de Aquiles de la ortodoxia: : "[a]unque la
doctrina en sí [la ley de Say, AK] ha permanecido al margen de toda duda para los economistas
ortodoxos hasta nuestros días, su completo fracaso en lo que atañe a la posibilidad de predicción
científica ha dañado enormemente, a través del tiempo, el prestigio de sus defensores" .
Por lo dicho, para facilitar la exposición y no enlodarla con aclaraciones a cada paso, utilizaremos en
adelante el nombre "teoría clásica" en el sentido en el que Keynes lo emplea.

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Introd a keynes

  • 1. La contribución de Keynes (autor: Axel Kicillof) John Maynard Keynes (1883 – 1946). * Nació en Cambridge Inglaterra. Hijo de John Neville Keynes, profesor de economía de la Universidad de Cambridge. * Cursó sus estudios secundarios en el aristocrático Eton College. Se graduó en luego matemáticas en el King´s College. Allí conoció a Alfred Marshall quien lo apadrinó y guió sus intereses hacia la economía. Marshall costeó parte de sus estudios. * Durante sus estudios en Cambridge perteneció al Grupo Bloombury, conformado por escritores y artistas como Virginia Wolf y Lytton Strachey. Llegó también a ser presidente del Cambridge University Liberal Club. * De 1905 a 1908 trabajó en la Oficina de Asuntos Indios y, a su regreso, se convirtió en profesor en la cátedra de economía de Cambridge, fundada por Marshall. En 1913 publicó La moneda india y las finanzas, en base a sus experiencias en Asia. * Desde 1912 se desempeñó como editor en jefe del Economic Journal. * En 1915, ya iniciada la Primera Guerra Mundial, dejó la docencia e ingresó al Tesoro británico. Se convirtió además en asesor económico del Primer Ministro británico Lloyd George en la conferencia de Versalles, puesto al que renunció por sus desacuerdos con la orientación del Tratado de Paz, que perjudicaba a los perdedores. * En 1919 publicó Las consecuencias económicas de la paz, polémico libro con el que obtuvo un gran renombre internacional. * En 1921 publicó Tratado sobre probabilidad, en 1923 Breve tratado sobre la reforma monetaria y en 1930 Tratado sobre el dinero, una extensa obra de teoría monetaria de inspiración wickselliana. * Cosechó una enorme fortuna a través de las especulaciones bursátiles y dedicó una parte de su riqueza al fomento de las artes y a procurarse una valiosísima colección de libros antiguos. * La Teoría general de la ocupación el interés y el dinero (1936), publicada en pleno tránsito de la Gran Depresión, lo convirtió en el economista probablemente más influyente del siglo XX y dio inicio a la llamada revolución keynesiana. * Sufrió su primera afección cardiaca grave en 1937, a partir de entonces su salud se hizo sumamente frágil. * En 1942 fue nombrado Baron Keynes de Tilton e ingresó a la Cámara de los Lores. * Al término de la Segunda Guerra Mundial, en 1944, presidió la delegación británica en la Conferencia de Bretton Woods donde presentó el Plan Keynes, que no logró imponerse por completo debido a la oposición de Estados Unidos. * Murió de un ataque cardíaco en 1946. La época de Keynes En los últimos años de la década de 1870 la economía mundial entró en una prolongada etapa de estancamiento que se extendió por una década y media. Una vez superada la fue bautizada con el nombre de “Gran Depresión”, sin embargo, se abrió paso un período de acelerado crecimiento económico interrumpido únicamente por el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. Este período fue conocido como la Belle Époque. Desde el punto de vista político, la inusitada
  • 2. prosperidad económica, estuvo acompañada por una época de paz sin precedentes. El capitalismo moderno pudo entonces expandirse hasta abarcar zonas que habían permanecido marginadas como Rusia, Suecia y los Países Bajos, en Europa, y Canadá y Japón, fuera de ella. Algunos autores han sostenido que durante este período tuvo lugar una “segunda revolución industrial”, vinculada a la difusión de un conjunto de importantes inventos e innovaciones que contribuyeron a modificar radicalmente las formas técnicas de la producción. En el plano de las fuentes energéticas, el carbón fue dejando lugar al petróleo, en el de las comunicaciones se extendió rápidamente el tendido telefónico, en el transporte, si bien las redes ferroviarias continuaron creciendo, el cambio vino de la mano de la aparición de los automóviles, las motocicletas y las bicicletas. Junto a los barcos de larga distancia se ponían en servicio los primeros aviones. En la esfera del entretenimiento, irrumpió el cinematógrafo y en la industria química, por último, aparecieron las novedosas aplicaciones de los derivados del carbón. Con la mayor consolidación del mercado mundial irrumpieron en las ramas más dinámicas las modalidades propias de la producción en masa, revolucionando la organización de la industria donde se generalizaron los intentos de aplicar criterios “científicos” a la organización a empresas de cada vez mayor envergadura. Estas transformaciones basadas en la sostenida expansión de la producción dieron lugar, por un lado, a una enorme absorción de mano de obra por parte de la industria, el comercio y los servicios, lo que llevó a un crecimiento explosivo de la población trabajadora. Por el otro, su grado de organización cada vez más elevado permitió a los obreros obtener algunas mejoras –que ciertamente no alcanzaron a todas las secciones de la fuerza de trabajo- y dio origen, por otra parte, en algunos países avanzados a los partidos políticos de masas apoyados en la clase trabajadora que se convirtieron en poderosas herramientas electorales. Los cambios afectaron fuertemente el balance de poder. Es la época en que el liderazgo industrial británico comenzó a ser cuestionado: ya en 1913 la producción industrial de las cuatro principales potencias se repartía en un 46% para los Estados Unidos, un 23,5% para Alemania, un 19,5% el Reino Unido y un 11% Francia (Hobsbawm 1998: 59). Gran Bretaña, no obstante, conservaba un amplio predominio en el mercado de capitales y la City de Londres era entonces, más que nunca, el corazón financiero del capitalismo mundial. Este predominio se apoyó también en el aceitado funcionamiento del patrón oro, un sistema monetario que conservaba la estabilidad de las cotizaciones de las distintas monedas nacionales convertibles por el metal. En el terreno de la teoría económica, la escuela marginalista en la versión marshalliana alcanzó un casi absoluto predominio, con ayuda de los marginalistas de la segunda generación distribuidos en las principales potencias. El final de esta época de paz política y de excepcional prosperidad económica no pudo haber llegado de una forma más abrupta. El estallido de la Primera Guerra Mundial dio inicio a la que Hobsbawm llamó, con acierto, “la era de las catástrofes”. El mundo no se había recuperado aun del trauma de la guerra cuando el 29 de octubre de 1929 el crack bursátil en Wall Street, conocido en adelante como “jueves negro”, se convirtió en la fecha de referencia para el inicio de la más prolongada depresión de la historia del capitalismo. En los ocho años que van desde 1930 a 1938, la tasa de desempleo en Estados Unidos promedió el 26%, en Alemania el 22% y en Reino Unido el 15% (Eichengreen and Hatton 1988).En rigor, la recuperación de la producción y el empleo llegaría mucho después, y en no gratas circunstancias: el rearme para la Segunda Guerra Mundial que estalló en 1939 que se cobraría más de 60 millones de muertes fue una de las principales fuentes para la reactivación industrial. Aunque la mayor cercanía histórica nos exime de una exposición más detallada, no puede dejar de mencionarse en este sintético racconto de los hechos más importantes de esta etapa a la Revolución Rusa de 1917, que cambió la fisonomía de la política mundial tal como se la había conocido hasta entonces. La época en la que Keynes (1883-1946) desarrolla su producción teórica está plagada de novedades en el terreno de los debates económicos. Dos de ellos deben ser mencionados: el debate monetario asociado con la caída del patrón oro, por un lado, y el problema de la desocupación masiva y prolongada, por el otro.
  • 3. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial el comercio internacional sufrió una notable interrupción ante la cual casi todos los países debieron abandonar la convertibilidad con el oro. En Inglaterra, al término del conflicto, se inició una fuerte controversia acerca de la conveniencia de retornar al oro, en la que Keynes tuvo una muy activa participación. La inflación de la primera posguerra contribuyó también a que la teoría ortodoxa del dinero fuera cuestionada. Al problema de la inflación se le agrega pronto la discusión sobre las causas de la deflación y de la desocupación. En Gran Bretaña la década de 1920 viene a anticipar, hasta cierto punto, las consecuencias pronto que tendría a escala planetaria la crisis de 1930. En el período de entreguerras, con la Gran Depresión de por medio, una considerable cantidad de economistas hizo pública su disconformidad con la teoría tradicional cuyo sistema teórico que fue incapaz de dar cuenta de las causas tanto de la inflación como de la deflación y el desempleo. Keynes formó parte de este amplio movimiento; con su Teoría general de la ocupación el interés y el dinero consiguió plasmar esta ruptura de manera definitiva. Bibliografía citada DE VROEY, M. (2004) The History of Macroeconomics Viewed Against the Background of the Marshall-Walras Divide. Journal of Economic Literature, 220. EICHENGREEN, B. & HATTON, T. (1988) Interwar Unemployment in International Perspective. Institute for Research on Labor and Employment Working Paper Series. HARROD, R. F. (1951) La vida de John Maynard Keynes, México DF, Fondo de Cultura Económica. HOBSBAWM, E. (1998) La era del imperio, 1875-1914, Buenos Aires, Grijalbo Mondadori. KEYNES, J. M. ([1926] 1949) Alfredo Marshall. En MARSHALL, A. (Ed.) Obras escogidas. México DF, Fondo de Cultura Económica. KICILLOF, A. (2007) Fundamentos de la Teoría General. Las consecuencias teóricas de Lord Keynes, Buenos Aires, EUDEBA. MARSHALL, A. (1887) The Theory of Business Profits. The Quarterly Journal of Economics, 1. ----- (1893) On rent. The Economic Journal, 3, 74 - 90. ----- ([1890] 1948) Principios de economía. Un tratado introductorio, Madrid, M. Aguilar. PATINKIN, D. ([1956] 1959) Dinero, Interés y Precio, Madrid, Aguilar. PIGOU, A. C. (1927) Wage Policy and Unemployment. The Economic Journal, XXXVII. SKIDELSKY, R. (1994) John Maynard Keynes. The economist as saviour 1920-1937, Londres, Macmillan. WALRAS, L. ([1874] 1987) Elementos de economía política pura, Madrid, Alianza Universidad.
  • 4. Introducción: la trayectoria intelectual de Keynes y su vinculación con la historia. Antes de iniciar con este apartado es conveniente hacer una aclaración: en la primera clase se hizo hincapié en la importancia de la vinculación entre el desarrollo de las teorías económicas -y, más en general, entre la evolución de las ideas en todos los campos disciplinares- y las transformaciones que atraviesa la sociedad en cada etapa histórica. Cuando se estudia cada una de las contribuciones a la economía se encuentra que estos dos planos no sólo interactúan entre sí, sino que ambos se encuentran también condicionados por la biografía, es decir, por las circunstancias de la vida personal de cada uno de los autores. Mientras algunos enfoques, a la hora de dar cuenta de la génesis y la difusión de estas teorías, le confieren mayor importancia a los aspectos biográficos, otros, a su turno, tienden a enfatizar el papel desempeñado por el contexto histórico y otros, por fin, subrayan especialmente la relación existe entre las nuevas ideas y el pensamiento anterior, haciendo como si las teorías progresaran autónomamente en busca de la verdad, movidas por su propio impulso, un impulso ajeno tanto a quienes las conciben como a las circunstancias que motivan su parición. El caso de Keynes constituye una muestra particularmente elocuente del modo en que estos tres planos interactúan para dar lugar a la producción científica ya que, por un lado, Keynes, a lo largo de su vida madura, consiguió siempre destacarse por sus intentos de proporcionar explicaciones novedosas para comprender los acontecimientos históricos inéditos que le tocó atestiguar. Por otro lado, a diferencia de otros muchos autores que suelen ocultar sus propios cambios de opinión, como si fueran vergonzantes defecciones, Keynes dejó siempre expresa constancia de sus avances y mudanzas, empleando alunas veces para tal efecto los excepcionales prefacios de sus obras más importantes. Sobre la base de estas evidencias, es posible reconstruir y hasta fechar el derrotero seguido por su cambiante trayectoria intelectual, pues pueden identificarse los momentos en los que se producen los saltos, los quiebres y las alteraciones de rumbo. Como sabemos, Keynes se había formado en Cambridge bajo la tutela de Alfred Marshall. Expresó frecuentemente la enorme admiración que le merecía su maestro y, cuando Marshall abandonó la enseñanza para dedicarse exclusivamente a la investigación, se convirtió en uno de los herederos de su cátedra universitaria -impartía un curso sobre la teoría del valor y la distribución incluida en el Libro V de Los principios de economía. Puede decirse que era ya, a temprana edad, uno de los más importantes economistas marshallianos. Su campo de especialización fue la economía monetaria, a la que dedicó tres de sus libros: Indian Currency and Finance (1913), Tract on Monetary Reform (1923) y Treatise on Money (1930). Sin embargo, no debe olvidarse que prácticamente toda su vida madura trascurrió durante la que Hobsbawm bautizó como "la era de las catástrofes". Fuera de otras muchas cualidades admirables, Keynes contaba indudablemente con un extraordinario sentido de la oportunidad. A los 33 años renunció aparatosamente a su cargo de asesor económico del Primer Ministro en la delegación británica para la conferencia que sesionaba en París, reunión en la que se discutía, una vez terminada la Primera Guerra, la letra definitiva del tratado de paz. Poco después de abandonar la representación británica, Keynes publicó las Consecuencias económicas de la paz, un polémico texto -que le valió la dura acusación de ser un agente "pro-alemán"-. Con este libro logró llamar la atención en toda Europa. Se oponía entonces a la imposición de duras cargas económicas, las llamadas "reparaciones", a la Alemania derrotada. Según su opinión, se había impuesto allí la posición impulsada por Francia que intentaba a toda costa y "hasta donde fue posible, parar el reloj y deshacer lo que desde 1870 se había logrado en el progreso de Alemania" . Las advertencias de Keynes resultaron ser proféticas, a punto tal que se le atribuye haber vaticinado, por un lado, la hiperinflación alemana y, por el otro, haberse anticipado al surgimiento del nazismo, ya que su libro contenía advertencias de alto calibre: "[l]a política de reducir a Alemania a la servidumbre durante una generación, de envilecer la vida de millones de seres humanos y de privar a toda una nación de felicidad, sería odiosa y detestable, aunque fuera posible, aunque nos enriqueciera a nosotros, aunque no sembrara la decadencia de toda la vida civilizada de Europa. Algunos la predican en nombre de la justicia. En los grandes acontecimientos de la historia
  • 5. del hombre, en el desarrollo del destino complejo de las naciones, la justicia no es tan elemental. Y si lo fuera, las naciones no están autorizadas por la religión ni por la moral natural a castigar en los hijos de sus enemigos los crímenes de sus padres o de sus jefes". Así como se convirtió en un verdadero protagonista de la discusión originada por el proceso de reconstrucción europea en la primera posguerra, hizo también escuchar sus opiniones en 1923 con su Breve tratado sobre la reforma monetaria, en el que se enfrentó a las interpretaciones convencionales acerca de las causas de la inflación, continuando luego con estas investigaciones, aunque en un plano más teórico y todavía más apartado de la visión convencional, en su ambicioso Tratado sobre el dinero (1930). Keynes se ubicó nuevamente en el centro de la escena, convirtiéndose en uno de los más autorizados partidarios del abandono definitivo del patrón oro por parte de Inglaterra -la convertibilidad se había suspendido durante la primera guerra-, cuestionando duramente el intento de retornar a la vieja paridad en 1925. Nuevamente la historia le dio la razón: cuando llegó la Gran Depresión, el viejo sistema monetario basado en el oro finalmente colapsó, muriendo ahora de muerte natural. Por tanto, cuando sobrevinieron los procesos inflacionarios -un hecho inédito en la historia económica-, las novedosas ideas de Keynes sobre su origen, enfrentadas a las de la ortodoxia, alcanzaron un lugar destacado. No es raro, entonces, que en 1936, en pleno desarrollo de la "crisis del 30", Keynes nuevamente intentara presentar una teoría novedosa encaminada a comprender otro acontecimiento económico que, por su profundidad y duración, carecía de precedentes históricos. El libro a través del cual dio a conocer sus ideas acerca de las causas y remedios para la depresión se llamó Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (en adelante La teoría general). Hay dos aspectos importantes de esta trayectoria teórica que, aun sin profundizar demasiado, deben ser destacados. El primero de ellos es que si bien Keynes inició su camino ocupando un destacado lugar en la escuela ortodoxa, cuando sus escritos se someten a examen puede apreciarse cómo, a medida que se ve obligado a responder a los inéditos desafíos teóricos con los que le toca enfrentarse (la inflación extrema, la deflación prolongada, la profunda crisis y la duradera recesión), su pensamiento se va desembarazando paulatinamente de los resabios de la teoría marshalliana, casi por obligación, ya que la vieja teoría oficial era incompetente a la hora de dar cuenta de estas nuevas circunstancias económicas. Sin embargo, sólo con la publicación de La teoría general queda consuma la ruptura definitiva con la tradición anterior. El Prefacio de su obra cumbre comienza diciendo que "si la economía ortodoxia está en desgracia, la razón debe buscarse […] en la falta de claridad y generalidad de sus premisas" y admite luego que "la redacción de este libro ha sido, para el autor […] un forcejeo para huir de la tiranía de las formas de expresión y pensamiento habituales […]. La dificultad reside no en las ideas nuevas, sino en rehuir las viejas que entran rondando hasta el último pliegue del entendimiento de quienes se han educado en ellas, como la mayoría de nosotros". Un segundo aspecto que distingue a Keynes de buena parte de los críticos de la ortodoxia, se vincula con su elaborada concepción acerca de la naturaleza y de las causas de las grandes transformaciones históricas ocurridas a principios del siglo XX. No sólo puede afirmarse que estos cambios ocurridos en la esfera económica condicionaron sus ideas, sino que, lo que es más importante aún, es que Keynes era absolutamente consciente de ello. En La teoría general pero también en numerosas obras anteriores sostuvo que alrededor de 1914 había comenzado una nueva etapa en la historia del capitalismo, una etapa que en muchos aspectos difería de la que había dado lugar al surgimiento y auge de la teoría económica dominante. Escribe en 1925: [L]a mitad de la sabiduría de cuaderno de caligrafía de nuestros estadistas se basa en supuestos que fueron ciertos, o parcialmente ciertos, en su momento, pero que ahora son cada vez menos ciertos a medida que pasan los días. Tenemos que descubrir una nueva sabiduría para una nueva época. Y entretanto debemos, si hemos de hacer algo bueno, debemos parecer heterodoxos, molestos, peligrosos y desobedientes para con los que nos han engendrado.
  • 6. En pocas palabras: más allá de las críticas teóricas que Keynes habría de realizar a la teoría tradicional, sus reclamos se dirigían hacia un punto, si se quiere, aun más general y básico: los supuestos y premisas sobre los que se había erigido el edificio teórico de la ortodoxia, simplemente, debido a las profundas transformaciones históricas que habían tenido lugar al comienzo del siglo XX, ya no se correspondían con la nueva realidad económica. El veredicto es lapidario: la teoría económica oficial es anacrónica. Aunque no podemos dedicarnos aquí a reconstruir en detalle la caracterización propuesta por Keynes para esa nueva etapa, sin embargo, conviene señalar tres de sus puntos salientes, referidos a los cambios ocurridos en la fisonomía de clase "empresaria", en las potencias de la clase trabajadora y en el funcionamiento del sistema monetario mundial. Keynes observa que, como consecuencia de una gigantesca concentración de los capitales que dirigen las distintas ramas de la producción, se produce una separación entre la propiedad de las empresas y su gestión. A diferencia del empresario de tipo "antiguo" en cuya persona se reunían la figura del dueño y del "gerente", debido al enorme tamaño de las firmas, esas dos funciones ya no pueden ser representadas por un único individuo: por un lado, se encuentran la "clase empresaria" conformada por los capitalistas en activo que conocen y dirigen en la práctica los negocios; y por el otro, está la "clase de los rentistas", compuesta mayormente por los miles de pequeños "inversionistas" que no son propietarios de una empresa entera sino de una determinada porción más o menos grande, más o menos pequeña, de acciones que se compran y venden en la Bolsa y que los eximen de todas las tareas vinculadas a la administración, pero que al tiempo los dejan sumidos en la más completa de las ignorancias sobre los verdaderos movimientos de las empresas. Las consecuencias de este cambio en la composición de la clase capitalista son fabulosas, y repercuten en un plano muy concreto: a partir de esta separación, se modifica de manera sustancial la forma en la que los inversionistas deciden y realizan sus inversiones. Lo que ocurre es que las inversiones, aun cuando se apliquen a la compra de instalaciones y equipos duraderos, se transforman en riqueza "líquida", ya que los títulos de propiedad -las acciones- pueden ser rápidamente vendidas en los "mercados organizados de inversiones", es decir, en la bolsa de valores. Los inversionistas -a diferencia del empresario del siglo XIX, "casado" con sus empresas- comienzan a tomar sus decisiones de inversión día a día, utilizando criterios que poco tienen que ver con la rentabilidad real esperada en el largo plazo de cada negocio. Las operaciones bursátiles con las acciones están sometidas a pautas especulativas, ya que lo que importa al comprador es fundamentalmente si la cotización de los títulos ascenderá o se reducirá, movimiento que poco tiene que ver con el desempeño económico de las empresas. Esta es la nueva realidad con respecto a las decisiones de inversión y, sin embargo, como hemos visto, el mercado de capital del sistema marshalliano describía el comportamiento de la inversión de un modo completamente distinto (según la voluntad de ahorrar y la productividad del capital). De lo dicho se desprende que era necesario escribir una teoría de la inversión que refleje estos cambios. En segundo lugar, y también como resultado de la concentración del capital, la clase obrera había alcanzado un grado mucho más elevado de organización. "Los sindicatos -sostiene Keynes- son suficientemente fuertes para interferir en el libre juego de la oferta y la demanda, y la opinión pública, aunque a regañadientes y con algo más que la sospecha de que los sindicatos se están volviendo peligrosos, les apoya en su principal contienda. Nuevamente se presenta en este terreno una incompatibilidad entre los hechos y la teoría convencional, porque el mercado de trabajo marshalliano se basaba en una determinación puramente individual de la curva de oferta, una descripción según la cual las organizaciones obreras eran solamente una traba circunstancial, pero nunca la norma que gobernaba el comportamiento del salario y el empleo. Por otra parte, según se mostró, así como en el mercado de trabajo el nivel de empleo de equilibrio significaba la plena ocupación de los obreros, el sistema marginalista en la versión de Marshall había convertido a la ley de Say en otro de sus pilares fundamentales que describía una tendencia automática hacia el uso completo de todos los recursos disponibles. Keynes, en cambio, afirma que este dogma constituye un grave impedimento para la teoría económica:
  • 7. "Nuestras ideas sobre economía, inculcadas en nosotros por la educación, el ambiente y la tradición, están empapadas, tanto si somos conscientes de ello como si no, de presupuestos teóricos que sólo son adecuadamente aplicables a una sociedad que esté en equilibrio, con todos sus recursos productivos empleados. Mucha gente está intentando solucionar el problema del desempleo con una teoría que se basa en el supuesto de que no hay desempleo." En tercer lugar, otro de los puntos flacos de la ortodoxia se ubica, indudablemente, en el plano de la teoría monetaria. Ya en 1923, Keynes advertía que "[l]a mayoría de los tratados académicos sobre teoría monetaria se han basado tan firmemente, hasta hace poco, en el supuesto de un régimen de patrón oro, que es necesario adaptarlos al presente régimen de patrones de papel mutuamente inconvertibles". El derrumbe de la convertibilidad de todas las monedas por el oro en las que se basaba el comercio y el sistema financiero internacional no sólo exigía una profunda discusión acerca de la fisonomía del nuevo régimen monetario, sino que debía realizarse también un cambio en la teoría misma que había convertido al patrón oro en una de sus premisas. Como puede verse, el cuestionamiento de Keynes a la ortodoxia y, en particular, a su teoría monetaria, al mercado de capital, al mercado de trabajo y a la ley de Say tiene un fundamento, además de teórico, histórico. Para Keynes el mundo había cambiado definitivamente desvaneciéndose así las premisas sobre las que se apoyaba la teoría ortodoxa. Sentencia entonces que el desprestigio de los economistas está ligado a su obstinada ceguera en relación a estas transformaciones. La "teoría clásica" según Keynes Es preciso realizar una aclaración que en apariencia es puramente terminológica pero que en realidad está cargada de un hondo contenido teórico. Keynes se propone escapar de las viejas y anacrónicas teorías pero, ¿a qué economistas puntualmente va dirigida su crítica? En La teoría general utiliza diversas palabras para designar a sus adversarios: "ortodoxia", "teoría tradicional" y también, en especial, "teoría clásica" o se refiere, simplemente a "los economistas clásicos". Sabemos que Keynes se opone, antes que nada, a Marshall, su maestro. Puede decirse entonces que esta última denominación, "clásicos" es, como mínimo, curiosa ya que en este curso (siguiendo la costumbre general) hemos considerado principalmente a Adam Smith y David Ricardo líderes de la "escuela clásica", de manera que conviene esclarecer esta denominación. Dejemos hablar al propio Keynes: «Los economistas clásicos» fue una denominación inventada por Marx para referirse a Ricardo, James Mill y sus predecesores, es decir, para los fundadores de la teoría que culminó en Ricardo. Me he acostumbrado quizá cometiendo un solecismo, a incluir en la «escuela clásica» a los continuadores de Ricardo, es decir, aquellos que adoptaron y perfeccionaron la teoría económica ricardiana, incluyendo (por ejemplo) a J. S. Mill, Marshall, Edgeworth y el profesor Pigou . Empleando los términos que hemos manejado a lo largo de este curso, podemos decodificar esta explicación. Keynes llama "clásicos" a un grupo de economistas compuesto tanto por los clásicos como por los marginalistas marshallianos. El problema que se esconde detrás de esta denominación radica es que, para nosotros, en rigor, el sistema clásico y el sistema marginalista difieren entre sí y forman parte de dos tradiciones distintas -en especial en lo que respecta a la teoría del valor y la distribución- lo que nos fuerza a reaccionar negativamente ante la unificación de ambas escuelas que intenta realizar Keynes cuando utiliza un solo nombre "economía clásica" para referirse a las dos tomadas en conjunto. Sin embargo, el pasaje que acabamos de citar contiene una de las claves para comprender cuáles son los motivos que justifican la peculiar "suma" de dos escuelas distintas. Apoyándose en el punto de vista de Marshall, Keynes alega que la escuela marginalista, lejos de haberse apartado de las ideas de Ricardo, no hizo más que "adoptarlas" y "perfeccionarlas". Así, clásicos y marginalistas conformarían, en lo esencial, un solo grupo. En el Prefacio que Keynes preparó para la primera edición alemana de La teoría general se agregan más indicios que abonan esta interpretación:
  • 8. Alfred Marshall, cuyos Principios de economía fueron la base de la formación de todos los economistas ingleses contemporáneos, debió esforzarse particularmente para enfatizar la continuidad de su pensamiento con el de Ricardo. […] En mi propio pensamiento y desarrollo por tanto, este libro representa una reacción, una transición que me lleva afuera de la tradición inglesa clásica (u ortodoxa). El énfasis que pongo en las siguientes páginas sobre los puntos de divergencia con la doctrina recibida ha sido visto en algunos reductos de Inglaterra como inconvenientemente controversiales. Pero ¿cómo puede alguien educado como un católico en la economía inglesa, siendo incluso un sacerdote de esa Fe, evitar algún énfasis controversial, cuando recién se ha convertido en un protestante? Desde la perspectiva adoptada en este curso, no obstante, esta unificación resulta, como mínimo, problemática. Antes de continuar estamos obligados a objetarla. En primer lugar, un análisis riguroso de la teoría de Ricardo nos ha llevado a cuestionar la interpretación ortodoxa a través de la cual, primero J. S. Mill y luego Marshall, acallaron y "neutralizaron" buena parte de los aportes esenciales de la teoría ricardiana del valor y la distribución. A contramano de esta peculiar lectura que parece destinada a apropiarse de la figura de Ricardo en provecho propio, puede afirmarse que en el terreno de la explicación del precio, el salario y la ganancia, Marshall se distanció considerablemente de las teorías ricardianas. No obstante, la ortodoxia forjada por el propio Marshall sostiene lo contrario -al presentarse como una continuación de la teoría ricardiana- y fue esa la línea que logró imponerse por doquier. Aquí, por otra parte, no nos interesa entrar en la discusión acerca de cuál de las lecturas de Ricardo es la más adecuada, sino que estos comentarios pretenden zanjar una cuestión eminentemente práctica: ¿cuál es el contenido de la teoría clásica, ortodoxa o tradicional que Keynes rechaza con su intervención? Sin conocer el objeto de su crítica poco puede hacerse para comprender la naturaleza de su aporte. Por lo dicho, la teoría del valor correspondiente a la teoría clásica de Keynes no es otra que es la teoría de los costos de producción, teoría formulada inicialmente por J. S. Mill -quien se la atribuía a Ricardo-, adoptada y adaptada luego por la pluma de Marshall, quien la convirtió en una teoría del valor, según la cual el precio normal está determinado por los costos marginales de producción. Claramente, ésta no es la teoría del valor de Ricardo, pero hay que reconocer que tampoco coincide con la teoría de la utilidad de los primeros marginalistas. De hecho, la posición que adopta Keynes en el debate entre Marshall y los primeros marginalistas está completamente inclinada a favor de su maestro: "[l]a estéril controversia producida por la oscuridad de Ricardo y su repercusión sobre Jevons -dice Keynes-, acerca de los papeles que representan la demanda y el costo de producción en la determinación del valor quedó definitivamente esclarecida. Después del análisis de Marshall, no quedó nada por decir". Es así que cuando Keynes se refiere a la teoría clásica del valor está apuntando al sistema marshalliano, donde cree ver una síntesis entre las ideas de Ricardo y las teorías de los primeros marginalistas. En lo que respecta a la teoría de la distribución, la teoría clásica de Keynes, se apoya nuevamente en las explicaciones ofrecidas por Marshall acerca de la determinación de la tasa de interés y del salario; reposa por tanto en el mercado de capital y el mercado de trabajo, tal como se estudiaron en la clase anterior. Es por eso que cada vez que Keynes se refiere a la teoría clásica del valor y la teoría clásica de la distribución conviene realizar una traducción que contribuye a limpiar el término de innecesarias ambigüedades, reemplazando teoría clásica por teoría marginalista en la versión marshalliana, incluyendo así, dentro del grupo de los clásicos a Ricardo, pero en la versión que se obtiene cuando se lo estudia utilizando los anteojos provistos por Marshall. Pese a estos laberintos terminológicos, lo cierto es que la elección del "adversario" que realiza Keynes es ciertamente adecuada porque, indudablemente, si su propósito era atacar a la ortodoxia dominante de su tiempo, estaba obligado a dirigir sus dardos hacia la figura teórica entonces predominante, y ese papel lo desempeñaba Marshall quien se consideraba a sí mismo, declaradamente, un seguidor de Ricardo. Por eso Keynes toma a Marshall como la expresión más acabada de la teoría tradicional, escuela dentro de la que decide incluir a toda la tradición inglesa, desde los tiempos de Ricardo. A este conjunto de economistas lo denomina teoría clásica. Por eso
  • 9. que al examinar La teoría general conviene dejar de lado las diferencias que hemos marcado entre las teorías del valor y la distribución de Ricardo y las de Marshall o, más bien, conviene por un momento fundirlas en una sola, tal como hace Marshall, para comprender a quién se estaba enfrentando Keynes. Estas aclaraciones, no obstante, atañen fundamentalmente a las teorías del valor y de la distribución. Más arriba hemos demostrado que, en cambio, existe un hilo conductor que permite establecer una continuidad mucho más definida entre los clásicos y los marginalistas cuando se estudia el terreno de la teoría monetaria así como las diversas explicaciones acerca de las causas del desempleo. Aquí, al menos hasta cierto punto, estamos autorizados a poner a ambas escuelas -clásica y marginalista- en, por así decir, una misma bolsa, sin por eso tergiversar demasiado sus ideas principales. Como se dijo en la clase anterior, tanto los clásicos como los marginalistas disponen en realidad de dos teorías del dinero casi idénticas. Una primera versión de la teoría del dinero se expone bajo el supuesto de que el dinero es una mercancía cualquiera (en general el oro) cuyo valor se convierte en algo fijo para poder emplearla como una "medida invariable del valor". Ambas escuelas coinciden también en el abandono ulterior de esta explicación, para adoptar la teoría cuantitativa del dinero, una teoría en la que el dinero, lejos de ser una mercancía con valor propio se convierte en un simple "medio de cambio" cuyo valor viene dado sólo por la cantidad de billetes arrojados a la circulación por la autoridad monetaria y por el sistema bancario. El dinero, en ambas versiones, es considerado un simple "vehículo" o "medio" que no introduce ninguna diferencia sustancial en la determinación de las variables "reales": precio, salario y ganancia. Esta noción compartida sobre la naturaleza del dinero es la que condujo tanto a los clásicos como a los marginalistas a concordar también, como se vio, en la adhesión incondicional a la ley de Say, según la cual es imposible que se registre un exceso de demanda generalizado ya que, by decree "la oferta crea su propia demanda". Este es un verdadero talón de Aquiles de la ortodoxia: : "[a]unque la doctrina en sí [la ley de Say, AK] ha permanecido al margen de toda duda para los economistas ortodoxos hasta nuestros días, su completo fracaso en lo que atañe a la posibilidad de predicción científica ha dañado enormemente, a través del tiempo, el prestigio de sus defensores" . Por lo dicho, para facilitar la exposición y no enlodarla con aclaraciones a cada paso, utilizaremos en adelante el nombre "teoría clásica" en el sentido en el que Keynes lo emplea.
  • 10. que al examinar La teoría general conviene dejar de lado las diferencias que hemos marcado entre las teorías del valor y la distribución de Ricardo y las de Marshall o, más bien, conviene por un momento fundirlas en una sola, tal como hace Marshall, para comprender a quién se estaba enfrentando Keynes. Estas aclaraciones, no obstante, atañen fundamentalmente a las teorías del valor y de la distribución. Más arriba hemos demostrado que, en cambio, existe un hilo conductor que permite establecer una continuidad mucho más definida entre los clásicos y los marginalistas cuando se estudia el terreno de la teoría monetaria así como las diversas explicaciones acerca de las causas del desempleo. Aquí, al menos hasta cierto punto, estamos autorizados a poner a ambas escuelas -clásica y marginalista- en, por así decir, una misma bolsa, sin por eso tergiversar demasiado sus ideas principales. Como se dijo en la clase anterior, tanto los clásicos como los marginalistas disponen en realidad de dos teorías del dinero casi idénticas. Una primera versión de la teoría del dinero se expone bajo el supuesto de que el dinero es una mercancía cualquiera (en general el oro) cuyo valor se convierte en algo fijo para poder emplearla como una "medida invariable del valor". Ambas escuelas coinciden también en el abandono ulterior de esta explicación, para adoptar la teoría cuantitativa del dinero, una teoría en la que el dinero, lejos de ser una mercancía con valor propio se convierte en un simple "medio de cambio" cuyo valor viene dado sólo por la cantidad de billetes arrojados a la circulación por la autoridad monetaria y por el sistema bancario. El dinero, en ambas versiones, es considerado un simple "vehículo" o "medio" que no introduce ninguna diferencia sustancial en la determinación de las variables "reales": precio, salario y ganancia. Esta noción compartida sobre la naturaleza del dinero es la que condujo tanto a los clásicos como a los marginalistas a concordar también, como se vio, en la adhesión incondicional a la ley de Say, según la cual es imposible que se registre un exceso de demanda generalizado ya que, by decree "la oferta crea su propia demanda". Este es un verdadero talón de Aquiles de la ortodoxia: : "[a]unque la doctrina en sí [la ley de Say, AK] ha permanecido al margen de toda duda para los economistas ortodoxos hasta nuestros días, su completo fracaso en lo que atañe a la posibilidad de predicción científica ha dañado enormemente, a través del tiempo, el prestigio de sus defensores" . Por lo dicho, para facilitar la exposición y no enlodarla con aclaraciones a cada paso, utilizaremos en adelante el nombre "teoría clásica" en el sentido en el que Keynes lo emplea.