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La piedra y el fuego
Los primeros hombres que empezaron a utilizar elementos que encontraban en la naturaleza sin alterarlos, luego
aprendieron a trabajar elementos como las piedras y madera, pero sin hacer mayor cosa que un cambio de diseño.
Los primeros fenómenos de cambio se observaron en la naturaleza, donde un rayo podía incendiar un bosque y
reducirlo a un montón de cenizas y la carne que conseguían se estropeaba, entre otros fenómenos que ocurrían.
Todos estos cambios que ocurrían en los elementos naturales son parte del estudio de la Química.
El primer fenómeno que el hombre utilizó como beneficio deliberadamente fue cuando se dio el “descubrimiento del
fuego”. Mediante este descubrimiento el hombre con la utilización de madera u otro material combustible se
produjera precisamente el fuego que tuvo diversas aplicaciones en distintos procesos como la cocción de los
alimentos.
Todos estos acontecimientos son pertenecientes a la llamada Edad de Piedra, donde el hombre utilizaba materiales
que se encontraban en cualquier lugar como la madera y la piedra.
El inicio de la nueva era se dio 8000 años a. de C en el Oriente Medio, donde comenzó la domesticación de los
animales y la agricultura, con una mejoría notable en el trabajo de la piedra y el nacimiento de la alfarería; esto fue
la nueva edad de Piedra. Hacia el año 4000 a. de C. se dio la expansión de esta cultura hacia el oeste de Europa. Y en
las tierras donde se había originado todo este proceso de avance ya se estaban trabajando unos nuevos materiales,
los metales.
Los metales
Se presume que los primeros metales que se encontraron fueron el cobre y el oro en forma de pepitas ya que estos
son los únicos que se hallan libres en la naturaleza. Sus primeras aplicaciones fueron ornamentales y posteriormente
se descubrió la ventaja de su maleabilidad que sirvió para su posterior aplicación en muchos más aspectos. El cobre
era escaso en estado puro, pero posteriormente se hizo más abundante cuando se descubrió que podía obtenerse a
partirde unas piedras azuladas, las cuales debían ser sometidas al calor del fuego de leña, aproximadamente unos
4.000 años a. de C. probablemente en Sinaí, o en la zona montañosa situada al este de Sumeria.
El cobre fue lo suficientemente abundante para que su empleo en la confección de herramientas. En el tercer
milenio a. de C. se descubrió unavariedad de cobre más dura, obtenida al calentar juntos minerales de cobre y de
estaño, el bronce; seguramente por accidente.
Más tarde en la Edad del Bronce, se descubrióun metal aún más duro: el hierro. El cual era escaso ya que las únicas
fuentes de hierro eran los trozos de meteoritos,naturalmente muy escasos. Además, no se conocía ningún
procedimiento para extraer hierro de las piedras, se requería un calor más intenso para su fundición, y el fuego de
leña no era suficiente para este fin y se utilizó el fuego de carbón vegetal, más intenso, pero que sóloarde en
condiciones de buena ventilación.
En el oriente deAsia Menor, aproximadamente 1.500 años a. de C. Loshititas, fueron losprimeros en utilizar
corrientemente el hierro en la confección de herramientas. Posteriormente se descubrió que al dejar que una
cantidad suficiente de carbónvegetal formara una aleación con ese metal se obtenía el acero, el cual poseía una
dureza superior a la del mejor bronce.
Las artes químicas habíanalcanzado un gran desarrollo en Egipto, donde los sacerdotes estaban muy interesados en
los métodos deembalsamado y conservación del cuerpo humano después de la muerte. Losegipcios no sólo eran
expertos metalúrgicos, sino que sabían preparar pigmentosminerales y jugos e infusiones vegetales.
De acuerdo con cierta teoría, la palabra khemeia deriva del nombre que los egipciosdaban a su propio país: Kham.
(Este nombre se usa también en la Biblia, donde, enla versión del rey Jacobo, se transforma en Ham.) Por
consiguiente, khemeia puedeser «el arte egipcio».Una segunda teoría, algo más apoyada en la actualidad, hace
derivar khemeia delgriego khumos, que significa el jugo de una planta; de manera que khemeia sería«el arte de
extraer jugos». El mencionado jugo podría ser sustituido por metal, desuerte que la palabra vendría a significar el
«arte de la metalurgia».Pero, sea cual sea su origen, khemeia es el antecedente de nuestro vocablo«química».
3. Grecia: los elementos
Hacia el año 600 a. de C, el sutil e inteligente pueblo griego dirigía su atención hacia
la naturaleza del Universo y la estructura de los materiales que lo componían. Los
eruditos griegos o «filósofos» (amantes de la sabiduría) estaban más interesados en
el «por qué» de las cosas que en la tecnología y las profesiones manuales. En
resumen, fueron los primeros que -según nuestras noticias- se enfrentaron con lo
que ahora llamamos teoría química.
El primer teórico fue Tales (aproximadamente 640-546 a. de C). Quizá existieron
griegos anteriores a Tales, e incluso otros hombres anteriores a los griegos, capaces
de meditar correcta y profundamente sobre el significado de los cambios en la
naturaleza de la materia, pero ni sus nombres ni su pensamiento han llegado hasta
nosotros.
2 Las artes químicas también se desarrollaron en India y China. Sin embargo, la línea del progreso intelectual en
química arranca de Egipto, por lo cual voy a limitar mi exposición a esta línea.
Tales fue un filósofo griego nacido en Mileto (Jonia), región situada en el Egeo, la
costa oeste de lo que ahora es Turquía. Tales debió de plantearse la siguiente
cuestión: si una sustancia puede transformarse en otra, como un trozo de mineral
azulado puede transformarse en cobre rojo, ¿cuál es la naturaleza de la sustancia?
¿Es de piedra o de cobre? ¿O quizá es de ambas cosas a la vez? ¿Puede cualquier
sustancia transformarse en otra mediante un determinado número de pasos, de tal
manera que todas las sustancias no serían sino diferentes aspectos de una materia
básica?
Figura 2. La cosmología alquimista incorporó los «cuatro elementos» de Aristóteles
junto con las equivalencias terrestres y celestes, haciendo corresponder los mismos
símbolos a los planetas y a 105 metales. Este grabado es original de Robert Fludd
(1574-1637), que dio la espalda al espíritu científico de su época y se lanzó a la
búsqueda de lo oculto.
Para Tales la respuesta a la última cuestión era afirmativa, porque de esta manera
podía introducirse en el Universo un orden y una simplicidad básica. Quedaba
entonces por decidir cuál era esa materia básica o elemento3.
Tales decidió que este elemento era el agua. De todas las sustancias, el agua es la
que parece encontrarse en mayor cantidad. El agua rodea a la Tierra; impregna la
atmósfera en forma de vapor; corre a través de los continentes, y la vida es
imposible sin ella. La Tierra, según Tales, era un disco plano cubierto por la
semiesfera celeste y flotando en un océano infinito.
La tesis de Tales sobre la existencia de un elemento a partir del cual se formaron
todas las sustancias encontró mucha aceptación entre los filósofos posteriores. No
así, sin embargo, el que este elemento tuviera que ser el agua.
En el siglo siguiente a Tales, el pensamiento astronómico llegó poco a poco a la
conclusión de que el cielo que rodea a la Tierra no es una semiesfera, sino una
esfera completa. La Tierra, también esférica, estaba suspendida en el centro de la
cavidad formada por la esfera celeste.
Figura 2a. Robert Fludd
3 «Elemento» es un vocablo latino de origen incierto. Los griegos no lo utilizaron, pero es tan importante en la
química moderna que no hay manera de evitar su empleo, incluso al referirse a Grecia.
Los griegos no aceptaban la noción de vacío y por tanto no creían que en el espacio
que hay entre la Tierra y el distante cielo pudiera no haber nada. Y como en la parte
de este espacio que el hombre conocía había aire, parecía razonable suponer que
también lo hubiese en el resto.
Tal pudo haber sido el razonamiento que llevó a Anaxímenes, también de Mileto, a
la conclusión, hacia el 570 a. de C, de que el aire era el elemento constituyente del
Universo. Postuló que el aire se comprimía al acercarse hacia el centro, formando
así las sustancias más densas, como el agua y la tierra (figura 2).
Por otra parte, el filósofo Heráclito (aproximadamente 540-475 a. de C), de la
vecina ciudad de Éfeso, tomó un camino diferente. Si el cambio es lo que
caracteriza al Universo, hay que buscar un elemento en el que el cambio sea lo más
notable. Esta sustancia, para él, debería ser el fuego, en continua mutación,
siempre diferente a sí mismo. La fogosidad, el ardor, presidían todos los cambios4.
En la época de Anaxímenes los persas invadieron las costas jónicas. Tras el fracaso
de un intento de resistencia, el dominio persa se volvió más opresivo, y la tradición
científica entró en decadencia; pero antes de derrumbarse, los emigrantes jonios
trasladaron esta tradición más al oeste.
Pitágoras de Samos (aproximadamente 582-497 a. de C.), natural de una isla no
perteneciente a Jonian, abandonó Samos en el 529 a. de C. para trasladarse al sur
de Italia, donde se dedicó a la enseñanza, dejando tras de sí un influyente cuerpo
de doctrina.
Empédocles (aproximadamente 490-430 a. de C), nacido en Sicilia, fue un
destacado discípulo de Pitágoras, que también trabajó en torno al problema de cuál
es el elemento a partir del que se formó el Universo. Las teorías propuestas por sus
predecesores de la escuela jónica lo pusieron en un compromiso, porque no veía de
qué manera iba decidirse por una u otra.
4 Resulta fácil sonreír ante estas incipientes teorías, pero en realidad las ideas legadas por Grecia eran bastante
profundas. Probemos a sustituir los términos «aire», «agua», «tierra» y «fuego» por los muy similares de «gas»,
«líquido» «sólido» y «energía». Los gases pueden volverse líquidos al enfriarse, y sólidos si el enfriamiento
continúa. La situación es muy semejante a la imaginada por Anaxímenes. Y la idea que Heráclito tenía sobre el
fuego resulta muy parecida a la que ahora se tiene sobre la energía; agente y consecuencia de las reacciones
químicas.
Pero, ¿por qué un solo elemento? ¿Y si fueran cuatro? Podían ser el fuego de
Heráclito, el aire de Anaxímenes, el agua de Tales y la tierra, que añadió el propio
Empédocles.
Aristóteles (384-322 a. de C), el más influyente de los filósofos griegos, aceptó esta
doctrina de los cuatro elementos. No consideró que los elementos fuesen las
mismas sustancias que les daban nombre. Es decir, no pensaba que el agua que
podemos tocar y sentir fuese realmente el elemento «agua»; simplemente es la
sustancia real más estrechamente relacionada con dicho elemento.
Aristóteles concibió los elementos como combinaciones de dos pares de propiedades
opuestas: frío y calor, humedad y sequedad. Las propiedades opuestas no podían
combinarse entre sí. De este modo se forman cuatro posibles parejas distintas, cada
una de las cuales dará origen a un elemento: calor y sequedad originan el fuego;
calor y humedad, el aire; frío y sequedad, la tierra; frío y humedad, el agua.
Sobre este esquema avanzó todavía un paso más al afirmar que cada elemento
tiene una serie de propiedades específicas que le son innatas. Así, es propio de la
tierra el caer, mientras que en la naturaleza del fuego está el elevarse. Sin
embargo, los cuerpos celestes presentaban características que parecían diferentes
de las de las sustancias de la Tierra. En lugar de elevarse o caer, estos cuerpos
daban la impresión de girar en círculos inalterables alrededor de la Tierra.
Aristóteles supuso que los cielos deberían estar formados por un quinto elemento,
que llamó «éter» (término que proviene de una palabra que significa
«resplandecer», ya que lo más característico de los cuerpos celestes es su
luminosidad). Como los cielos no parecían cambiar nunca, Aristóteles consideró al
éter como perfecto, eterno e incorruptible, lo que lo hacía muy distinto de los cuatro
elementos imperfectos de la tierra.
Esta teoría de los cuatro elementos impulsó el pensamiento de los hombres durante
dos mil años. Si bien ahora está ya muerta, al menos en lo que a la ciencia se
refiere, todavía pervive en el lenguaje corriente. Por ejemplo, hablamos de la «furia
de los elementos» cuando queremos expresar que el viento (aire) y las nubes
(agua) se manifiestan violentamente por efecto de la tormenta. En cuanto al
«quinto elemento» (éter), se vio transformado por la lengua latina en la
quintaesencia, y cuando hablamos de la «quintaesencia» de algo, queriendo indicar
que se encuentra en el estado más puro y concentrado posible, estamos en realidad
invocando la perfección aristotélica.
4. Grecia: los átomos
Otro importante tema de discusión encontró un amplio desarrollo entre los filósofos
griegos: el debate sobre la divisibilidad de la materia. Los trozos de una piedra
partida en dos, incluso reducida a polvo, siguen siendo piedra, y cada uno de los
fragmentos resultantes puede volver a dividirse. Estas divisiones y subdivisiones
¿pueden continuar indefinidamente?
El jonio Leucipo (aproximadamente 450 a. de C.) parece que fue el primero en
poner en tela de juicio la suposición aparentemente natural que afirma que
cualquier trozo de materia, por muy pequeño que sea, siempre puede dividirse en
otros trozos aún más pequeños. Leucipo mantenía que finalmente una de las
partículas obtenidas podía ser tan pequeña que ya no pudiera seguir dividiéndose.
Su discípulo Demócrito (aproximadamente 470-380 a. de C.), afincado en Abdera,
ciudad al norte del Egeo, continuó en esta línea de pensamiento. Llamó átomos, que
significa «indivisible», a las partículas que habían alcanzado el menor tamaño
posible. Esta doctrina, que defiende que la materia está formada por pequeñas
partículas y que no es indefinidamente divisible, se llama atomismo.
Demócrito supuso que los átomos de cada elemento eran diferentes en tamaño y
forma, y que eran estas diferencias las que conferían a los elementos sus distintas
propiedades. Las sustancias reales, que podemos ver y tocar, están compuestas de
mezclas de átomos de diferentes elementos, y una sustancia puede transformarse
en otra alterando la naturaleza de la mezcla.
Todo esto tiene para nosotros un indudable aire de modernidad, pero no debe
olvidarse que Demócrito no apeló a la experimentación para corroborar sus
afirmaciones. (Los filósofos griegos no hacían experimentos, sino que llegaban a sus
conclusiones argumentando a partir de los «primeros principios».)
Para muchos filósofos, y especialmente para Aristóteles, la idea de una partícula de
materia no divisible en otras menores resultaba paradójica, y no la aceptaron. Por
eso la teoría atomista se hizo impopular y apenas se volvió a tener en cuenta hasta
dos mil años después de Demócrito.
Sin embargo, el atomismo nunca murió del todo. Epicuro (342-270 a. de C.) lo
incorporó a su línea de pensamiento, y el epicureismo se granjeó muchos
seguidores en los siglos siguientes. Uno de ellos fue el poeta romano Tito Lucrecio
Caro (95-55 a. de C), conocido simplemente por Lucrecio. Expuso la teoría atomista
de Demócrito y Epicuro en un largo poema titulado De Rerum Natura («Sobre la
naturaleza de las cosas»). Muchos lo consideran el mejor poema didáctico jamás
escrito.
En cualquier caso, mientras que los trabajos de Demócrito y Epicuro perecieron,
quedando apenas unas pocas citas sueltas, el poema de Lucrecio sobrevivió íntegro,
preservando los hallazgos del atomismo hasta nuestros días, en que los nuevos
métodos científicos se incorporan a la lucha y la conducen a la vic

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La evolución del uso del fuego y la piedra

  • 1. La piedra y el fuego Los primeros hombres que empezaron a utilizar elementos que encontraban en la naturaleza sin alterarlos, luego aprendieron a trabajar elementos como las piedras y madera, pero sin hacer mayor cosa que un cambio de diseño. Los primeros fenómenos de cambio se observaron en la naturaleza, donde un rayo podía incendiar un bosque y reducirlo a un montón de cenizas y la carne que conseguían se estropeaba, entre otros fenómenos que ocurrían. Todos estos cambios que ocurrían en los elementos naturales son parte del estudio de la Química. El primer fenómeno que el hombre utilizó como beneficio deliberadamente fue cuando se dio el “descubrimiento del fuego”. Mediante este descubrimiento el hombre con la utilización de madera u otro material combustible se produjera precisamente el fuego que tuvo diversas aplicaciones en distintos procesos como la cocción de los alimentos. Todos estos acontecimientos son pertenecientes a la llamada Edad de Piedra, donde el hombre utilizaba materiales que se encontraban en cualquier lugar como la madera y la piedra. El inicio de la nueva era se dio 8000 años a. de C en el Oriente Medio, donde comenzó la domesticación de los animales y la agricultura, con una mejoría notable en el trabajo de la piedra y el nacimiento de la alfarería; esto fue la nueva edad de Piedra. Hacia el año 4000 a. de C. se dio la expansión de esta cultura hacia el oeste de Europa. Y en las tierras donde se había originado todo este proceso de avance ya se estaban trabajando unos nuevos materiales, los metales. Los metales Se presume que los primeros metales que se encontraron fueron el cobre y el oro en forma de pepitas ya que estos son los únicos que se hallan libres en la naturaleza. Sus primeras aplicaciones fueron ornamentales y posteriormente se descubrió la ventaja de su maleabilidad que sirvió para su posterior aplicación en muchos más aspectos. El cobre era escaso en estado puro, pero posteriormente se hizo más abundante cuando se descubrió que podía obtenerse a partirde unas piedras azuladas, las cuales debían ser sometidas al calor del fuego de leña, aproximadamente unos 4.000 años a. de C. probablemente en Sinaí, o en la zona montañosa situada al este de Sumeria. El cobre fue lo suficientemente abundante para que su empleo en la confección de herramientas. En el tercer milenio a. de C. se descubrió unavariedad de cobre más dura, obtenida al calentar juntos minerales de cobre y de estaño, el bronce; seguramente por accidente. Más tarde en la Edad del Bronce, se descubrióun metal aún más duro: el hierro. El cual era escaso ya que las únicas fuentes de hierro eran los trozos de meteoritos,naturalmente muy escasos. Además, no se conocía ningún procedimiento para extraer hierro de las piedras, se requería un calor más intenso para su fundición, y el fuego de leña no era suficiente para este fin y se utilizó el fuego de carbón vegetal, más intenso, pero que sóloarde en condiciones de buena ventilación. En el oriente deAsia Menor, aproximadamente 1.500 años a. de C. Loshititas, fueron losprimeros en utilizar corrientemente el hierro en la confección de herramientas. Posteriormente se descubrió que al dejar que una cantidad suficiente de carbónvegetal formara una aleación con ese metal se obtenía el acero, el cual poseía una dureza superior a la del mejor bronce. Las artes químicas habíanalcanzado un gran desarrollo en Egipto, donde los sacerdotes estaban muy interesados en los métodos deembalsamado y conservación del cuerpo humano después de la muerte. Losegipcios no sólo eran expertos metalúrgicos, sino que sabían preparar pigmentosminerales y jugos e infusiones vegetales. De acuerdo con cierta teoría, la palabra khemeia deriva del nombre que los egipciosdaban a su propio país: Kham. (Este nombre se usa también en la Biblia, donde, enla versión del rey Jacobo, se transforma en Ham.) Por consiguiente, khemeia puedeser «el arte egipcio».Una segunda teoría, algo más apoyada en la actualidad, hace derivar khemeia delgriego khumos, que significa el jugo de una planta; de manera que khemeia sería«el arte de extraer jugos». El mencionado jugo podría ser sustituido por metal, desuerte que la palabra vendría a significar el «arte de la metalurgia».Pero, sea cual sea su origen, khemeia es el antecedente de nuestro vocablo«química». 3. Grecia: los elementos Hacia el año 600 a. de C, el sutil e inteligente pueblo griego dirigía su atención hacia la naturaleza del Universo y la estructura de los materiales que lo componían. Los eruditos griegos o «filósofos» (amantes de la sabiduría) estaban más interesados en el «por qué» de las cosas que en la tecnología y las profesiones manuales. En resumen, fueron los primeros que -según nuestras noticias- se enfrentaron con lo que ahora llamamos teoría química. El primer teórico fue Tales (aproximadamente 640-546 a. de C). Quizá existieron
  • 2. griegos anteriores a Tales, e incluso otros hombres anteriores a los griegos, capaces de meditar correcta y profundamente sobre el significado de los cambios en la naturaleza de la materia, pero ni sus nombres ni su pensamiento han llegado hasta nosotros. 2 Las artes químicas también se desarrollaron en India y China. Sin embargo, la línea del progreso intelectual en química arranca de Egipto, por lo cual voy a limitar mi exposición a esta línea. Tales fue un filósofo griego nacido en Mileto (Jonia), región situada en el Egeo, la costa oeste de lo que ahora es Turquía. Tales debió de plantearse la siguiente cuestión: si una sustancia puede transformarse en otra, como un trozo de mineral azulado puede transformarse en cobre rojo, ¿cuál es la naturaleza de la sustancia? ¿Es de piedra o de cobre? ¿O quizá es de ambas cosas a la vez? ¿Puede cualquier sustancia transformarse en otra mediante un determinado número de pasos, de tal manera que todas las sustancias no serían sino diferentes aspectos de una materia básica? Figura 2. La cosmología alquimista incorporó los «cuatro elementos» de Aristóteles junto con las equivalencias terrestres y celestes, haciendo corresponder los mismos símbolos a los planetas y a 105 metales. Este grabado es original de Robert Fludd (1574-1637), que dio la espalda al espíritu científico de su época y se lanzó a la búsqueda de lo oculto. Para Tales la respuesta a la última cuestión era afirmativa, porque de esta manera podía introducirse en el Universo un orden y una simplicidad básica. Quedaba entonces por decidir cuál era esa materia básica o elemento3. Tales decidió que este elemento era el agua. De todas las sustancias, el agua es la que parece encontrarse en mayor cantidad. El agua rodea a la Tierra; impregna la atmósfera en forma de vapor; corre a través de los continentes, y la vida es imposible sin ella. La Tierra, según Tales, era un disco plano cubierto por la semiesfera celeste y flotando en un océano infinito. La tesis de Tales sobre la existencia de un elemento a partir del cual se formaron todas las sustancias encontró mucha aceptación entre los filósofos posteriores. No así, sin embargo, el que este elemento tuviera que ser el agua. En el siglo siguiente a Tales, el pensamiento astronómico llegó poco a poco a la conclusión de que el cielo que rodea a la Tierra no es una semiesfera, sino una esfera completa. La Tierra, también esférica, estaba suspendida en el centro de la cavidad formada por la esfera celeste. Figura 2a. Robert Fludd 3 «Elemento» es un vocablo latino de origen incierto. Los griegos no lo utilizaron, pero es tan importante en la química moderna que no hay manera de evitar su empleo, incluso al referirse a Grecia. Los griegos no aceptaban la noción de vacío y por tanto no creían que en el espacio que hay entre la Tierra y el distante cielo pudiera no haber nada. Y como en la parte de este espacio que el hombre conocía había aire, parecía razonable suponer que también lo hubiese en el resto. Tal pudo haber sido el razonamiento que llevó a Anaxímenes, también de Mileto, a la conclusión, hacia el 570 a. de C, de que el aire era el elemento constituyente del Universo. Postuló que el aire se comprimía al acercarse hacia el centro, formando así las sustancias más densas, como el agua y la tierra (figura 2). Por otra parte, el filósofo Heráclito (aproximadamente 540-475 a. de C), de la vecina ciudad de Éfeso, tomó un camino diferente. Si el cambio es lo que caracteriza al Universo, hay que buscar un elemento en el que el cambio sea lo más notable. Esta sustancia, para él, debería ser el fuego, en continua mutación, siempre diferente a sí mismo. La fogosidad, el ardor, presidían todos los cambios4. En la época de Anaxímenes los persas invadieron las costas jónicas. Tras el fracaso de un intento de resistencia, el dominio persa se volvió más opresivo, y la tradición científica entró en decadencia; pero antes de derrumbarse, los emigrantes jonios trasladaron esta tradición más al oeste. Pitágoras de Samos (aproximadamente 582-497 a. de C.), natural de una isla no perteneciente a Jonian, abandonó Samos en el 529 a. de C. para trasladarse al sur de Italia, donde se dedicó a la enseñanza, dejando tras de sí un influyente cuerpo
  • 3. de doctrina. Empédocles (aproximadamente 490-430 a. de C), nacido en Sicilia, fue un destacado discípulo de Pitágoras, que también trabajó en torno al problema de cuál es el elemento a partir del que se formó el Universo. Las teorías propuestas por sus predecesores de la escuela jónica lo pusieron en un compromiso, porque no veía de qué manera iba decidirse por una u otra. 4 Resulta fácil sonreír ante estas incipientes teorías, pero en realidad las ideas legadas por Grecia eran bastante profundas. Probemos a sustituir los términos «aire», «agua», «tierra» y «fuego» por los muy similares de «gas», «líquido» «sólido» y «energía». Los gases pueden volverse líquidos al enfriarse, y sólidos si el enfriamiento continúa. La situación es muy semejante a la imaginada por Anaxímenes. Y la idea que Heráclito tenía sobre el fuego resulta muy parecida a la que ahora se tiene sobre la energía; agente y consecuencia de las reacciones químicas. Pero, ¿por qué un solo elemento? ¿Y si fueran cuatro? Podían ser el fuego de Heráclito, el aire de Anaxímenes, el agua de Tales y la tierra, que añadió el propio Empédocles. Aristóteles (384-322 a. de C), el más influyente de los filósofos griegos, aceptó esta doctrina de los cuatro elementos. No consideró que los elementos fuesen las mismas sustancias que les daban nombre. Es decir, no pensaba que el agua que podemos tocar y sentir fuese realmente el elemento «agua»; simplemente es la sustancia real más estrechamente relacionada con dicho elemento. Aristóteles concibió los elementos como combinaciones de dos pares de propiedades opuestas: frío y calor, humedad y sequedad. Las propiedades opuestas no podían combinarse entre sí. De este modo se forman cuatro posibles parejas distintas, cada una de las cuales dará origen a un elemento: calor y sequedad originan el fuego; calor y humedad, el aire; frío y sequedad, la tierra; frío y humedad, el agua. Sobre este esquema avanzó todavía un paso más al afirmar que cada elemento tiene una serie de propiedades específicas que le son innatas. Así, es propio de la tierra el caer, mientras que en la naturaleza del fuego está el elevarse. Sin embargo, los cuerpos celestes presentaban características que parecían diferentes de las de las sustancias de la Tierra. En lugar de elevarse o caer, estos cuerpos daban la impresión de girar en círculos inalterables alrededor de la Tierra. Aristóteles supuso que los cielos deberían estar formados por un quinto elemento, que llamó «éter» (término que proviene de una palabra que significa «resplandecer», ya que lo más característico de los cuerpos celestes es su luminosidad). Como los cielos no parecían cambiar nunca, Aristóteles consideró al éter como perfecto, eterno e incorruptible, lo que lo hacía muy distinto de los cuatro elementos imperfectos de la tierra. Esta teoría de los cuatro elementos impulsó el pensamiento de los hombres durante dos mil años. Si bien ahora está ya muerta, al menos en lo que a la ciencia se refiere, todavía pervive en el lenguaje corriente. Por ejemplo, hablamos de la «furia de los elementos» cuando queremos expresar que el viento (aire) y las nubes (agua) se manifiestan violentamente por efecto de la tormenta. En cuanto al «quinto elemento» (éter), se vio transformado por la lengua latina en la quintaesencia, y cuando hablamos de la «quintaesencia» de algo, queriendo indicar que se encuentra en el estado más puro y concentrado posible, estamos en realidad invocando la perfección aristotélica. 4. Grecia: los átomos Otro importante tema de discusión encontró un amplio desarrollo entre los filósofos griegos: el debate sobre la divisibilidad de la materia. Los trozos de una piedra partida en dos, incluso reducida a polvo, siguen siendo piedra, y cada uno de los fragmentos resultantes puede volver a dividirse. Estas divisiones y subdivisiones ¿pueden continuar indefinidamente? El jonio Leucipo (aproximadamente 450 a. de C.) parece que fue el primero en poner en tela de juicio la suposición aparentemente natural que afirma que cualquier trozo de materia, por muy pequeño que sea, siempre puede dividirse en otros trozos aún más pequeños. Leucipo mantenía que finalmente una de las partículas obtenidas podía ser tan pequeña que ya no pudiera seguir dividiéndose.
  • 4. Su discípulo Demócrito (aproximadamente 470-380 a. de C.), afincado en Abdera, ciudad al norte del Egeo, continuó en esta línea de pensamiento. Llamó átomos, que significa «indivisible», a las partículas que habían alcanzado el menor tamaño posible. Esta doctrina, que defiende que la materia está formada por pequeñas partículas y que no es indefinidamente divisible, se llama atomismo. Demócrito supuso que los átomos de cada elemento eran diferentes en tamaño y forma, y que eran estas diferencias las que conferían a los elementos sus distintas propiedades. Las sustancias reales, que podemos ver y tocar, están compuestas de mezclas de átomos de diferentes elementos, y una sustancia puede transformarse en otra alterando la naturaleza de la mezcla. Todo esto tiene para nosotros un indudable aire de modernidad, pero no debe olvidarse que Demócrito no apeló a la experimentación para corroborar sus afirmaciones. (Los filósofos griegos no hacían experimentos, sino que llegaban a sus conclusiones argumentando a partir de los «primeros principios».) Para muchos filósofos, y especialmente para Aristóteles, la idea de una partícula de materia no divisible en otras menores resultaba paradójica, y no la aceptaron. Por eso la teoría atomista se hizo impopular y apenas se volvió a tener en cuenta hasta dos mil años después de Demócrito. Sin embargo, el atomismo nunca murió del todo. Epicuro (342-270 a. de C.) lo incorporó a su línea de pensamiento, y el epicureismo se granjeó muchos seguidores en los siglos siguientes. Uno de ellos fue el poeta romano Tito Lucrecio Caro (95-55 a. de C), conocido simplemente por Lucrecio. Expuso la teoría atomista de Demócrito y Epicuro en un largo poema titulado De Rerum Natura («Sobre la naturaleza de las cosas»). Muchos lo consideran el mejor poema didáctico jamás escrito. En cualquier caso, mientras que los trabajos de Demócrito y Epicuro perecieron, quedando apenas unas pocas citas sueltas, el poema de Lucrecio sobrevivió íntegro, preservando los hallazgos del atomismo hasta nuestros días, en que los nuevos métodos científicos se incorporan a la lucha y la conducen a la vic