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Conversión y Reconciliación
Año Santo
A nuestros hermanos en la fe, miembros de
la Iglesia de Cristo, y a todos los
hombres de buena voluntad
Introducción
Los Obispos del Paraguay hemos acogido con gozo la proclamación
del Año Santo hecha por el Papa Pablo VI. Por esto, al igual que en
toda la Iglesia Universal, también en nuestro país a nivel Diocesano
y Nacional ya están llevándose a las practicas actividades, reflexiones,
y búsquedas para que todos los cristianos vivan intensamente este
"tiempo de gracia" del Año Santo que culminará con las grandes
celebraciones jubilares en Roma en 1975, y que para nosotros llevará
a su plenitud nuestro Año de Reflexión Eclesial.
Como Pastores y Servidores hemos pensado dirigirnos a todos
aquellos que tratan de vivir su fe cristiana; a todos los de buena
voluntad que en su vida buscan al verdadero Dios, aún sin conocerlo;
a los que buscan de un modo u otro el bien de nuestro Pueblo, aunque
no lleguen a reconocer que la fuente más pura del amor al prójimo es Cristo.
¿QUE ES EL AÑO SANTO?
En la vida humana celebramos acontecimientos y aniversarios
especiales como son los 15 años, las bodas de plata y oro
matrimoniales. Inclusive los cristianos tenemos durante el año
litúrgico, tiempos especiales como son el Adviento, Cuaresma, o
Pascua, porque son los momentos fuertes de la vida de la Iglesia.
Así también en la Iglesia Universal, desde hace muchos siglos se
celebra cada 25 años el Año Santo como un año de gracia, como una
ocasión de especial acercamiento a Dios y de mayor y más auténtico
amor a los hermanos.
Igualmente encontramos las raíces de esta práctica cristiana ya en el
Antiguo Testamento: "declararéis santo el año 50 y proclamaréis en
la tierra la liberación para todos los habitantes…y sera un año de
jubileo" (Lev. 25, 10ss). Con esto el Pueblo de Dios era invitado a
celebrar cada 50 años un año de gracia.
¿QUE QUIERE SER ESTE AÑO SANTO?
En este Año Santo más que nunca nuestra generación debe acudir
con solicitud al llamado de Cristo, el Señor crucificado y resusitado.
El Papa, fundamento visible de nuestra unidad eclesial, nos asigna
dos objetivos:
La RENOVACIÓN y la RECONCILIACIÓN CON DIOS y DE LOS
HERMANOS ENTRE SÍ.
Es pues esta la ocasión para aceptar y vivir más plenamente el mensaje
del Evangelio en nuestra vida.
Así el sentido de este Año Santo no puede consistir en una mera
repetición de slogans, ni en una estrategia más, fundada sobre intentos
humanos, sino que es un llamado al Evangelio "la fuerza de Dios que
viene a salvar a todo el que cree" (Rom. 1,16).
Esta es una hora singular para conversión, es la hora de un
compromiso más pleno con el Evangelio de Cristo, de cada uno de
nosotros y de todo nuestro pueblo.
LA IGLESIA EN EL PARAGUAY DEBE VIVIR ESTA HORA
Esta es la hora de la Iglesia en el Paraguay, de una Iglesia que quiere
ser como indica Medellín: "auténticamente pobre, misionera y
pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente
comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los
hombres" (Medellín - Juventud 3.2,2a).
¿Por qué insistimos tanto en que ésta tiene que ser la hora de nuestra
Iglesia?
Vivimos en un momento particularmente grande, difícil y
providencial. Nunca como ahora se ha mirado y cuestionado a la
Iglesia y se espera de ella su aporte propio; y la misma Iglesia se
pregunta en la sinceridad del Espíritu, ¿qué puede dar al hombre
paraguayo?
La respuesta es una sola: Jesucristo, pues "En ningún otro se encuentra
la salvación, ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro
nombre por el cual podamos ser salvados" (Hechos 4,12).
Esto exige que cada cristiano y cada comunidad busque con seriedad
el encuentro vivo y personal con El. Nos damos cuenta que con
frecuencia no hemos asimilado profundamente a Jesucristo, porque
conocemos y vivimos superficialmente el Evangelio y amenudo
hacemos un "divorcio entre la fe y la vida diaria" (G. S. 43).
Esta es la hora en que nuestro pueblo y sobre todo los jóvenes esperan
de la Iglesia una respuesta a sus legítimas aspiraciones de liberación
integral; o ella la da por la fecundidad transformadora del Evangelio
o ellos la intentan por otros caminos. Por eso nuestra Iglesia siente la
urgencia de ofrecerla en Cristo, de ayudar al hombre de nuestra tierra
a vivir plenamente el Evangelio.
Este es hoy el mayor desafío que se nos presenta.
El Año Santo es el tiempo oportuno para descubrir que el Camino de
la liberación verdadera es Cristo; El es quien conduce a la entrega y
sacrificio por los demás en el Espíritu transformador de las
Bienaventuranzas; hacernos realmente pobres, humildes,
misericordiosos, sinceros y rectos de corazón; y teniendo hambre y
sed de justicia, servir a Cristo en los hermanos.
Solamente así nuestra Iglesia será fiel a su Señor y a los hombres.
No podemos reducir el Evangelio a una simple declaración de los
derechos humanos, ni a una violenta reclamación contra la injusticia
de los poderosos.
Tampoco puede reducirse a una abstracta proclamación de los
misterios divinos sin ninguna relación con la situación concreta del
hombre. No se puede dividir arbitrariamente promoción humana,
anuncio del mensaje cristiano y sacramentalización.
La misión de la Iglesia es, pues, una sola: liberar integralmente al
hombre en Cristo, así como la "vocación suprema del hombre es una
sola, es decir, divina" (G.S. 22).
Es una exigencia a la conversión total, porque el Reino de Dios ha
entrado por Cristo en la historia. Es fundamental corresponder al
"ofrecimiento salvador de Dios para todos los hombres" (Tito 2,11).
Hermanos: todos somos responsables de esta renovación evangélica
según el carisma propio de cada miembro del Pueblo de Dios.
HACIA UN NUEVO ROSTRO DE IGLESIA POBRE, JOVEN Y RECONCILIADA
Nuestra Iglesia quiere ser pobre, porque la pobreza evangélica será
fuente de su fecundidad. Ella debe contar con la fuerza del Espíritu y
no puede poner toda su confianza en los recursos materiales, en los
poderes temporales, ni siquiera en las posibilidades humanas de sus
miembros (Cfr. 1, Cor 1, 27ss).
La pobreza bien entendida define el rostro propio de una Iglesia que
quiere liberarse de ataduras y, consciente de sus limitaciones, apoyarse
en el Espíritu Santo, Espíritu de Cristo el Señor.
Sólo una Iglesia verdaderamente pobre puede experimentar la sed de
Dios y la alegría del servicio. "Como Cristo realizó la obra de la
redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está
destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos
de la salvación a los hombres" (L. G. 8).
Nuestra Iglesia quiere ser verdaderamente joven. Hay un hecho
particularmente llamativo: los jóvenes constituyen la mayoría de
nuestar población. Los jóvenes no solamente son esperanza de nuestra
patria, sino también la porción más preciosa de nuestra Iglesia, que,
"en la juventud, ve la constante renovación de la vida de la Humanidad
y descubre en ella un signo de sí misma" (Medellín Juventud, 2).
Esto nos obliga a orientar hacia la juventud nuestros mejores esfuerzos
pastorales.
Tenemos una viva esperanza que nuestra generación, al ser iluminada
por el Evangelio, construirá un mundo más humano, más consciente
de las exigencias del amor y de la justicia; que sea una generación
abierta a las conquistas del progreso y capaz de asumir la lucha y el
sacrificio que implica el ser cristianos coherentes en nuestra sociedad.
Nuestra renovación pedirá a cada uno aquella disponibilidad al cambio
que dará a nuestra Iglesia un rostro verdaderamente joven.
Nuestra Iglesia tendrá un nuevo rostro cuando a más de estar decidida
a ser pobre y joven, busque reconciliarse en la efectiva unidad de sus miembros.
Es Cristo que nos hace hermanos, porque nos hace hijos de Dios;
"pues en El tenemos acceso unos y otros al Padre en un mismo
Espíritu" (Ef. 2,18). No hay fraternidad sólida y verdadera sino
sintiéndonos hijos "del Padre de nuestro Señor Jesucristo de quien
procede toda familia tanto en los cielos como en la tierra" (Ef. 3, 14-15).
Sin Dios cualquier intento de fraternidad o de humanismo permanece
vacilante, multilado y trunco y termina siempre volviéndose contra el hombre.
Una verdadera reconciliación obliga a que con sinceridad
reconozcamos nuestros pecados, nuestras flaquezas, nuestras
limitaciones; nos lleva a sentir como San Pablo: "la conciencia en
verdad no me remuerde, pero tampoco por eso quedo
absuelto: mi juez es el Señor" (1 Cor. 4, 4).
Hay tantas cosas que nos dividen aún y que brotan de nuestro corazón:
egoísmos, envidias, odios, injusticias, discriminaciones, injusta
distribución de los bienes y riquezas, fanatismo, opresión,
persecuciones y venganza, torturas, miedo, infidelidades, sobornos,
omisiones de las propias responsabilidades.
Por eso reconciliarnos significa también saber perdonar y pedir
perdón; significará reparación, restitución e instauración de nuevas
relaciones de justicia social. El Papa nos propone como meta de
nuestra reconciliación la formación de una auténtica conciencia social
que vaya rompiendo de a poco las barreras siempre crecientes del egoísmo.
Para eso es indispensable que vayamos formando comunidades
cristianas donde cada uno se sienta insertado como miembros vivos
con sus propios carismas y en solidaridad con los demás.
LLAMADOS CONCRETOS
Nuestro llamado es en primer lugar un llamado a la UNIDAD. Cristo
rogó al Padre que los que creen en El sean perfectos en la unidad: "Que
sean una sola cosa en nosotros para que el mundo crea" (Jn. 17, 21).
- Unidad en nuestra Iglesia y con todos los cristianos, en la
aceptación mutua, en la búsqueda de la verdad por el diálogo
y en la coherencia en nuestra vida.
- Unidad en la familia: en un amor sincero, fiel, constante y responsable.
- Unidad en el Pueblo paraguayo:
• en la superación de los odios e intereses de grupo,
• en el respeto y libertad de las opiniones diversas,
• en la integración de todos para la realización del bien
común, pues con frecuencia "Consciente o
inconscientemente, identificamos nuestro amor
propio con el amor a la Patria; y nuestros intereses
personales con los intereses de la Patria; razón por
la que no sabemos o no queremos sacrificar, llegando
el caso, nuestras miras particulares en aras del bien
colectivo (Juan Sinforiano Bogarín, carta pastoral
sobre la pacificación del país, 18-II-49).
El Papa dirigiéndose a todos aquellos que por razón de un cargo
pueden y deben constribuir a la instauración de un orden más justo,
insiste en que procuren solucionar problemas tan vitales como el de
"la vivienda, de la que muchos carecen, el de la escuela, el de asistencia
social y sanitaria, sin olvidar tampoco la promoción y salvaguardia
de la honestidad de las costumbres públicas, y que las autoridades
competentes consideren la posibilidad de otorgar, según su propia
prudencia, un indulto que sirva de testimonio, de clemencia y equidad,
en favor sobre todo de aquellos encarcelados que hayan dado prueba
de rehabilitación moral y civil, o que han sido víctimas de situaciones
de desorden político y social" (Bula Papal del 23. V. 74).
A este llamado del Papa en su última Bula, con toda humildad y
franqueza nos unimos también nosotros, los Obispos, y de manera
especial, pedimos a los Responsables de nuestro País una
consideración peculiar en favor de los presos políticos para que
dispongan la revision de sus situaciones e inclusive su definitiva
liberación. Estamos seguros que de este acto de justicia y buena
voluntad brotarán frutos de Paz y reconciliación duraderas.
Todos los hombres de buena voluntad y de nuestro país, de manera
particular los cristianos, tenemos que empeñarnos en una efectiva
lucha en todos los sectores de nuestra vida pública y privada, contra
toda clase de degeneración que amenaza en su raíz los valores
humanos y cristianos; degeneraciones tales como: la corrupciones
administrativas, tráfico de drogas; contrabando; pornografía; prostitución; trata de
blancas.
Nuestro llamado concreto va también a los Sacerdotes, a los Religiosos
y Religiosas para que intensifiquen el espíritu de oración, fuente
fecunda para un compromiso responsable hacia los hermanos.
Hacemos un llamado también a todos los que están sufriendo corporal
y espiritualmente para que como miembros del Cuerpo Místico de
Cristo cooperen con los propios sufrimientos para que este Año Santo
sea verdaderamente un año de Gracia para toda nuestra Iglesia.
Cada cual según su específica vocación ha de colaborar.
Como se expresa el Papa Pablo IV en la Buda de la proclamación del
Año Santo: "No serán necesarias obras grandiosas, en muchos casos
será suficiente hacer obras pequeñas, o microrealizaciones, como hoy
se suele decir, las cuales están muy en consonancia con la caridad evangélica".
Esta RENOVACIÓN Y RECONCILIACIÓN no serán en primer lugar
el resultado de nuestros esfuerzos y de nuestra fatiga. Será en el fondo
un acontecimiento espiritual, es decir una renovación en el Espíritu,
un nuevo Pentecostés. El Espíritu Santo no se deja organizar,
planificar, forzar según nuestros cálculos en su venida. Pero no
olvidemos que nadie orará en vano por la venida del Espíritu, la
oración humilde precede y acompaña toda renovación cristiana.
La visión del Cenáculo, "donde todos ellos perseveraban en la oración
con un mismo espíritu en la compañía de la Madre Jesús y de sus
hermanos" (Hech. 1,14), nos recuerda que ese Espíritu puede
transformar a hombres ignorantes y cobardes en apóstoles y mártires,
los verdaderos renovadores del mundo.
DISPOSICIONES ACERCA DE LA INDULGENCIA DEL AÑO SANTO
El Sumo Pontífice ha concedido el don de la indulgencia como premio
y confirmación del espíritu de reconciliación y de renovación propias
de este Año Santo. Esta indulgencia puede lucrarse en todas las
Diócesis de nuestro país hasta el día en que el Año Santo sea
inaugurado solemnemente en Roma, a saber, en la Navidad de
Diciembre próximo.
De acuerdo a las atribuciones conferidas a las Conferencias
Episcopales, y sin perjuicio de otras disposiciones diocesanas al
respecto, establecemos que los fieles debidamente dispuestos, que se
acercan a los Sacramentos de la Confesión y de la Comisión y rezan
por las intenciones del Sumo Pontífice y de la Conferencia Episcopal,
con una oración escogida libremente, pueden lucrar:
1) Indulgencia Plenaria en los días del Novenario, la Festividad
y la Octava de la Virgen de Caacupé, con tal que acudan en
piadosa peregrinación hasta su Santuario y participen en una
solemne celebración comunitaria, o al menos recen algunasoraciones.
2) Indulgencia Plenaria en los días de las fiestas patronales en
las parroquias (en la víspera y en el día), los domingos y
fiestas de guardar; los días de visitas pastorales de los
Obispos, y aquellos días que a juicio del párroco son de
especial importancia en la vida parroquial, con tal que
formando grupos (de familias, alumnos de escuelas, de
personas dedicadas a los mismos oficios o funciones, o
miembros de piadosas asociaciones) visiten la Iglesia Catedral
u otros lugares sagrados designados por el Obispo, y
permanezcan allí por un cierto tiempo haciendo meditación
y concluyendo con el rezo del Padre Nuestro y del Credo, y
con la invocación a la Santísima Virgen.
3) Indulgencia Plenaria cuando, impedidos por enfermedad u
otra causa grave, se unan espiritualmente a una piadosa
peregrinación, ofreciendo sus oraciones y dolores a Dios.
Recordemos, finalmente, hermanos, que este don de la Indulgencia
que significa la remisión de la pena temporal merecida por nuestros
pecados, debemos recibirlos como un signo de aceptación y de
confirmación de lo que el Santo Padre nos pide en este Año Santo:
una conversión personal y comunitaria efectiva, caracterizada por la
reconciliación con Dios y con los hermanos.
Que en este AÑO SANTO, bajo la guía y la ayuda de NUESTRA
SEÑORA DE CAACUPÉ, la Virgen María, podamos juntos dar a
nuestra Iglesia un rostro nuevo, que refleje la imagen de Cristo, su Señor.
Asunción, 5 de Julio de 1974
Por mandato de la Asamblea Plenaria
+ Demetrio Aquino
Obispo de Caacupé y Secretario de Asamblea

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Conversión y reconciliación. 5 de julio de 1974

  • 1. Conversión y Reconciliación Año Santo A nuestros hermanos en la fe, miembros de la Iglesia de Cristo, y a todos los hombres de buena voluntad Introducción Los Obispos del Paraguay hemos acogido con gozo la proclamación del Año Santo hecha por el Papa Pablo VI. Por esto, al igual que en toda la Iglesia Universal, también en nuestro país a nivel Diocesano y Nacional ya están llevándose a las practicas actividades, reflexiones, y búsquedas para que todos los cristianos vivan intensamente este "tiempo de gracia" del Año Santo que culminará con las grandes celebraciones jubilares en Roma en 1975, y que para nosotros llevará a su plenitud nuestro Año de Reflexión Eclesial. Como Pastores y Servidores hemos pensado dirigirnos a todos aquellos que tratan de vivir su fe cristiana; a todos los de buena voluntad que en su vida buscan al verdadero Dios, aún sin conocerlo; a los que buscan de un modo u otro el bien de nuestro Pueblo, aunque no lleguen a reconocer que la fuente más pura del amor al prójimo es Cristo. ¿QUE ES EL AÑO SANTO? En la vida humana celebramos acontecimientos y aniversarios especiales como son los 15 años, las bodas de plata y oro matrimoniales. Inclusive los cristianos tenemos durante el año litúrgico, tiempos especiales como son el Adviento, Cuaresma, o Pascua, porque son los momentos fuertes de la vida de la Iglesia. Así también en la Iglesia Universal, desde hace muchos siglos se celebra cada 25 años el Año Santo como un año de gracia, como una ocasión de especial acercamiento a Dios y de mayor y más auténtico amor a los hermanos. Igualmente encontramos las raíces de esta práctica cristiana ya en el Antiguo Testamento: "declararéis santo el año 50 y proclamaréis en la tierra la liberación para todos los habitantes…y sera un año de jubileo" (Lev. 25, 10ss). Con esto el Pueblo de Dios era invitado a celebrar cada 50 años un año de gracia. ¿QUE QUIERE SER ESTE AÑO SANTO? En este Año Santo más que nunca nuestra generación debe acudir con solicitud al llamado de Cristo, el Señor crucificado y resusitado.
  • 2. El Papa, fundamento visible de nuestra unidad eclesial, nos asigna dos objetivos: La RENOVACIÓN y la RECONCILIACIÓN CON DIOS y DE LOS HERMANOS ENTRE SÍ. Es pues esta la ocasión para aceptar y vivir más plenamente el mensaje del Evangelio en nuestra vida. Así el sentido de este Año Santo no puede consistir en una mera repetición de slogans, ni en una estrategia más, fundada sobre intentos humanos, sino que es un llamado al Evangelio "la fuerza de Dios que viene a salvar a todo el que cree" (Rom. 1,16). Esta es una hora singular para conversión, es la hora de un compromiso más pleno con el Evangelio de Cristo, de cada uno de nosotros y de todo nuestro pueblo. LA IGLESIA EN EL PARAGUAY DEBE VIVIR ESTA HORA Esta es la hora de la Iglesia en el Paraguay, de una Iglesia que quiere ser como indica Medellín: "auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres" (Medellín - Juventud 3.2,2a). ¿Por qué insistimos tanto en que ésta tiene que ser la hora de nuestra Iglesia? Vivimos en un momento particularmente grande, difícil y providencial. Nunca como ahora se ha mirado y cuestionado a la Iglesia y se espera de ella su aporte propio; y la misma Iglesia se pregunta en la sinceridad del Espíritu, ¿qué puede dar al hombre paraguayo? La respuesta es una sola: Jesucristo, pues "En ningún otro se encuentra la salvación, ya que no se ha dado a los hombres sobre la tierra otro nombre por el cual podamos ser salvados" (Hechos 4,12). Esto exige que cada cristiano y cada comunidad busque con seriedad el encuentro vivo y personal con El. Nos damos cuenta que con frecuencia no hemos asimilado profundamente a Jesucristo, porque conocemos y vivimos superficialmente el Evangelio y amenudo hacemos un "divorcio entre la fe y la vida diaria" (G. S. 43). Esta es la hora en que nuestro pueblo y sobre todo los jóvenes esperan de la Iglesia una respuesta a sus legítimas aspiraciones de liberación integral; o ella la da por la fecundidad transformadora del Evangelio o ellos la intentan por otros caminos. Por eso nuestra Iglesia siente la urgencia de ofrecerla en Cristo, de ayudar al hombre de nuestra tierra a vivir plenamente el Evangelio.
  • 3. Este es hoy el mayor desafío que se nos presenta. El Año Santo es el tiempo oportuno para descubrir que el Camino de la liberación verdadera es Cristo; El es quien conduce a la entrega y sacrificio por los demás en el Espíritu transformador de las Bienaventuranzas; hacernos realmente pobres, humildes, misericordiosos, sinceros y rectos de corazón; y teniendo hambre y sed de justicia, servir a Cristo en los hermanos. Solamente así nuestra Iglesia será fiel a su Señor y a los hombres. No podemos reducir el Evangelio a una simple declaración de los derechos humanos, ni a una violenta reclamación contra la injusticia de los poderosos. Tampoco puede reducirse a una abstracta proclamación de los misterios divinos sin ninguna relación con la situación concreta del hombre. No se puede dividir arbitrariamente promoción humana, anuncio del mensaje cristiano y sacramentalización. La misión de la Iglesia es, pues, una sola: liberar integralmente al hombre en Cristo, así como la "vocación suprema del hombre es una sola, es decir, divina" (G.S. 22). Es una exigencia a la conversión total, porque el Reino de Dios ha entrado por Cristo en la historia. Es fundamental corresponder al "ofrecimiento salvador de Dios para todos los hombres" (Tito 2,11). Hermanos: todos somos responsables de esta renovación evangélica según el carisma propio de cada miembro del Pueblo de Dios. HACIA UN NUEVO ROSTRO DE IGLESIA POBRE, JOVEN Y RECONCILIADA Nuestra Iglesia quiere ser pobre, porque la pobreza evangélica será fuente de su fecundidad. Ella debe contar con la fuerza del Espíritu y no puede poner toda su confianza en los recursos materiales, en los poderes temporales, ni siquiera en las posibilidades humanas de sus miembros (Cfr. 1, Cor 1, 27ss). La pobreza bien entendida define el rostro propio de una Iglesia que quiere liberarse de ataduras y, consciente de sus limitaciones, apoyarse en el Espíritu Santo, Espíritu de Cristo el Señor. Sólo una Iglesia verdaderamente pobre puede experimentar la sed de Dios y la alegría del servicio. "Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres" (L. G. 8).
  • 4. Nuestra Iglesia quiere ser verdaderamente joven. Hay un hecho particularmente llamativo: los jóvenes constituyen la mayoría de nuestar población. Los jóvenes no solamente son esperanza de nuestra patria, sino también la porción más preciosa de nuestra Iglesia, que, "en la juventud, ve la constante renovación de la vida de la Humanidad y descubre en ella un signo de sí misma" (Medellín Juventud, 2). Esto nos obliga a orientar hacia la juventud nuestros mejores esfuerzos pastorales. Tenemos una viva esperanza que nuestra generación, al ser iluminada por el Evangelio, construirá un mundo más humano, más consciente de las exigencias del amor y de la justicia; que sea una generación abierta a las conquistas del progreso y capaz de asumir la lucha y el sacrificio que implica el ser cristianos coherentes en nuestra sociedad. Nuestra renovación pedirá a cada uno aquella disponibilidad al cambio que dará a nuestra Iglesia un rostro verdaderamente joven. Nuestra Iglesia tendrá un nuevo rostro cuando a más de estar decidida a ser pobre y joven, busque reconciliarse en la efectiva unidad de sus miembros. Es Cristo que nos hace hermanos, porque nos hace hijos de Dios; "pues en El tenemos acceso unos y otros al Padre en un mismo Espíritu" (Ef. 2,18). No hay fraternidad sólida y verdadera sino sintiéndonos hijos "del Padre de nuestro Señor Jesucristo de quien procede toda familia tanto en los cielos como en la tierra" (Ef. 3, 14-15). Sin Dios cualquier intento de fraternidad o de humanismo permanece vacilante, multilado y trunco y termina siempre volviéndose contra el hombre. Una verdadera reconciliación obliga a que con sinceridad reconozcamos nuestros pecados, nuestras flaquezas, nuestras limitaciones; nos lleva a sentir como San Pablo: "la conciencia en verdad no me remuerde, pero tampoco por eso quedo absuelto: mi juez es el Señor" (1 Cor. 4, 4). Hay tantas cosas que nos dividen aún y que brotan de nuestro corazón: egoísmos, envidias, odios, injusticias, discriminaciones, injusta distribución de los bienes y riquezas, fanatismo, opresión, persecuciones y venganza, torturas, miedo, infidelidades, sobornos, omisiones de las propias responsabilidades. Por eso reconciliarnos significa también saber perdonar y pedir perdón; significará reparación, restitución e instauración de nuevas relaciones de justicia social. El Papa nos propone como meta de nuestra reconciliación la formación de una auténtica conciencia social que vaya rompiendo de a poco las barreras siempre crecientes del egoísmo. Para eso es indispensable que vayamos formando comunidades
  • 5. cristianas donde cada uno se sienta insertado como miembros vivos con sus propios carismas y en solidaridad con los demás. LLAMADOS CONCRETOS Nuestro llamado es en primer lugar un llamado a la UNIDAD. Cristo rogó al Padre que los que creen en El sean perfectos en la unidad: "Que sean una sola cosa en nosotros para que el mundo crea" (Jn. 17, 21). - Unidad en nuestra Iglesia y con todos los cristianos, en la aceptación mutua, en la búsqueda de la verdad por el diálogo y en la coherencia en nuestra vida. - Unidad en la familia: en un amor sincero, fiel, constante y responsable. - Unidad en el Pueblo paraguayo: • en la superación de los odios e intereses de grupo, • en el respeto y libertad de las opiniones diversas, • en la integración de todos para la realización del bien común, pues con frecuencia "Consciente o inconscientemente, identificamos nuestro amor propio con el amor a la Patria; y nuestros intereses personales con los intereses de la Patria; razón por la que no sabemos o no queremos sacrificar, llegando el caso, nuestras miras particulares en aras del bien colectivo (Juan Sinforiano Bogarín, carta pastoral sobre la pacificación del país, 18-II-49). El Papa dirigiéndose a todos aquellos que por razón de un cargo pueden y deben constribuir a la instauración de un orden más justo, insiste en que procuren solucionar problemas tan vitales como el de "la vivienda, de la que muchos carecen, el de la escuela, el de asistencia social y sanitaria, sin olvidar tampoco la promoción y salvaguardia de la honestidad de las costumbres públicas, y que las autoridades competentes consideren la posibilidad de otorgar, según su propia prudencia, un indulto que sirva de testimonio, de clemencia y equidad, en favor sobre todo de aquellos encarcelados que hayan dado prueba de rehabilitación moral y civil, o que han sido víctimas de situaciones de desorden político y social" (Bula Papal del 23. V. 74). A este llamado del Papa en su última Bula, con toda humildad y franqueza nos unimos también nosotros, los Obispos, y de manera especial, pedimos a los Responsables de nuestro País una consideración peculiar en favor de los presos políticos para que dispongan la revision de sus situaciones e inclusive su definitiva liberación. Estamos seguros que de este acto de justicia y buena voluntad brotarán frutos de Paz y reconciliación duraderas. Todos los hombres de buena voluntad y de nuestro país, de manera particular los cristianos, tenemos que empeñarnos en una efectiva
  • 6. lucha en todos los sectores de nuestra vida pública y privada, contra toda clase de degeneración que amenaza en su raíz los valores humanos y cristianos; degeneraciones tales como: la corrupciones administrativas, tráfico de drogas; contrabando; pornografía; prostitución; trata de blancas. Nuestro llamado concreto va también a los Sacerdotes, a los Religiosos y Religiosas para que intensifiquen el espíritu de oración, fuente fecunda para un compromiso responsable hacia los hermanos. Hacemos un llamado también a todos los que están sufriendo corporal y espiritualmente para que como miembros del Cuerpo Místico de Cristo cooperen con los propios sufrimientos para que este Año Santo sea verdaderamente un año de Gracia para toda nuestra Iglesia. Cada cual según su específica vocación ha de colaborar. Como se expresa el Papa Pablo IV en la Buda de la proclamación del Año Santo: "No serán necesarias obras grandiosas, en muchos casos será suficiente hacer obras pequeñas, o microrealizaciones, como hoy se suele decir, las cuales están muy en consonancia con la caridad evangélica". Esta RENOVACIÓN Y RECONCILIACIÓN no serán en primer lugar el resultado de nuestros esfuerzos y de nuestra fatiga. Será en el fondo un acontecimiento espiritual, es decir una renovación en el Espíritu, un nuevo Pentecostés. El Espíritu Santo no se deja organizar, planificar, forzar según nuestros cálculos en su venida. Pero no olvidemos que nadie orará en vano por la venida del Espíritu, la oración humilde precede y acompaña toda renovación cristiana. La visión del Cenáculo, "donde todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu en la compañía de la Madre Jesús y de sus hermanos" (Hech. 1,14), nos recuerda que ese Espíritu puede transformar a hombres ignorantes y cobardes en apóstoles y mártires, los verdaderos renovadores del mundo. DISPOSICIONES ACERCA DE LA INDULGENCIA DEL AÑO SANTO El Sumo Pontífice ha concedido el don de la indulgencia como premio y confirmación del espíritu de reconciliación y de renovación propias de este Año Santo. Esta indulgencia puede lucrarse en todas las Diócesis de nuestro país hasta el día en que el Año Santo sea inaugurado solemnemente en Roma, a saber, en la Navidad de Diciembre próximo. De acuerdo a las atribuciones conferidas a las Conferencias Episcopales, y sin perjuicio de otras disposiciones diocesanas al respecto, establecemos que los fieles debidamente dispuestos, que se acercan a los Sacramentos de la Confesión y de la Comisión y rezan por las intenciones del Sumo Pontífice y de la Conferencia Episcopal, con una oración escogida libremente, pueden lucrar:
  • 7. 1) Indulgencia Plenaria en los días del Novenario, la Festividad y la Octava de la Virgen de Caacupé, con tal que acudan en piadosa peregrinación hasta su Santuario y participen en una solemne celebración comunitaria, o al menos recen algunasoraciones. 2) Indulgencia Plenaria en los días de las fiestas patronales en las parroquias (en la víspera y en el día), los domingos y fiestas de guardar; los días de visitas pastorales de los Obispos, y aquellos días que a juicio del párroco son de especial importancia en la vida parroquial, con tal que formando grupos (de familias, alumnos de escuelas, de personas dedicadas a los mismos oficios o funciones, o miembros de piadosas asociaciones) visiten la Iglesia Catedral u otros lugares sagrados designados por el Obispo, y permanezcan allí por un cierto tiempo haciendo meditación y concluyendo con el rezo del Padre Nuestro y del Credo, y con la invocación a la Santísima Virgen. 3) Indulgencia Plenaria cuando, impedidos por enfermedad u otra causa grave, se unan espiritualmente a una piadosa peregrinación, ofreciendo sus oraciones y dolores a Dios. Recordemos, finalmente, hermanos, que este don de la Indulgencia que significa la remisión de la pena temporal merecida por nuestros pecados, debemos recibirlos como un signo de aceptación y de confirmación de lo que el Santo Padre nos pide en este Año Santo: una conversión personal y comunitaria efectiva, caracterizada por la reconciliación con Dios y con los hermanos. Que en este AÑO SANTO, bajo la guía y la ayuda de NUESTRA SEÑORA DE CAACUPÉ, la Virgen María, podamos juntos dar a nuestra Iglesia un rostro nuevo, que refleje la imagen de Cristo, su Señor. Asunción, 5 de Julio de 1974 Por mandato de la Asamblea Plenaria + Demetrio Aquino Obispo de Caacupé y Secretario de Asamblea