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Los tres caballitos
1. LOS TRES CABALLITOS
• Había una vez tres caballitos que vivían al aire libre cerca del
bosque. A menudo se sentían inquietos porque por allí solía
pasar un toro malvado y peligroso que amenazaba con
comérselos.
2. Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno
construyera una casa para estar más protegidos.
El caballito más pequeño, que era muy vago, decidió que su casa sería de
paja. Durante unas horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un santiamén,
construyó su nuevo hogar. Satisfecho, se fue a jugar.
– ¡Ya no le temo al toro feroz! – le dijo a sus hermanos.
3. • El caballito mediano era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco tenía
muchas ganas de trabajar. Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar
seguro, así que se internó en el bosque y acarreó todos los troncos que pudo para
construir las paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy
contento, se fue a charlar con otros animales.
• – ¡Qué bien! Yo tampoco le temo ya al toro feroz – comentó a todos aquellos con
los que se iba encontrando.
4. El mayor de los hermanos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas. Quería hacer una casa
confortable pero sobre todo indestructible, así que fue a la ciudad, compró ladrillos y cemento, y
comenzó a construir su nueva vivienda. Día tras día, el caballito se afanó en hacer la mejor casa posible.
Sus hermanos no entendían para qué se tomaba tantas molestias.
• – ¡Mira a nuestro hermano! – le decía el caballito pequeño al mediano – Se pasa el día trabajando en
vez de venir a jugar con nosotros.
– Pues sí ¡vaya tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo hacerla en un periquete… Nuestras casas
han quedado fenomenal y son tan válidas como la suya.
El caballito mayor, les escuchó.
– Bueno, cuando venga el toro veremos quién ha sido el más responsable y listo de los tres – les dijo a
modo de advertencia.
5. • Tardó varias semanas y le
resultó un trabajo agotador, pero
sin duda el esfuerzo mereció la
pena. Cuando la casa de ladrillo
estuvo terminada, el mayor de
los hermanos se sintió orgulloso
y se sentó a contemplarla
mientras tomaba una
refrescante limonada.
– ¡Qué bien ha quedado mi casa!
Ni un huracán podrá con ella.
6. • Cada caballito se fue a vivir a su
propio hogar. Todo parecía
tranquilo hasta que una mañana, el
más pequeño que estaba jugando
en un charco de barro, vio
aparecer entre los arbustos al
temible toro. El pobre caballito
empezó a correr y se refugió en su
recién estrenada casita de paja.
Cerró la puerta y respiró aliviado.
Pero desde dentro oyó que el toro
gritaba:
• – ¡golpeare y golpeare y la casa
derribaré!
7. Como el caballito no le abrió, el toro
golpeo con fuerza y derrumbó la casa
de paja sin mucho esfuerzo. El
caballito corrió todo lo rápido que
pudo hasta la casa del segundo
hermano.
De nuevo el toro más enfurecido y
hambriento les advirtió:
“¡Golpeare y golpeare esta casa
también derribaré!”
8. El toro golpeo con más fuerza que la
vez anterior, hasta que las paredes de
la casita de madera no resistieron y
cayeron. Los dos caballitos a duras
penas lograron escapar y llegar a la
casa de ladrillos que había construido
el tercer hermano.
El caballo estaba realmente enfadado
y decidido a comerse a los tres
caballitos, así que sin siquiera
advertirles comenzó a soplar tan
fuerte como pudo. Golpeo y golpeo
hasta quedarse sin fuerzas, pero la
casita de ladrillos era muy resistente,
por lo que sus esfuerzos eran en vano.
9. Sin intención de rendirse, se le ocurrió
trepar por las paredes y colarse por la
chimenea. -“Menuda sorpresa le daré
a los caballito”, – pensó.
Una vez en el techo se dejó caer por la
chimenea, sin saber que los caballitos
habían colocado un caldero de agua
hirviendo para cocinar un rico guiso
de maíz. El toro lanzó un gruñido de
dolor que se oyó en todo el bosque,
salió corriendo de allí y nunca más
regresó.
10. Los caballitos agradecieron a
su hermano por el trabajo
duro que había realizado. Este
los regañó por haber sido tan
perezosos, pero ya habían
aprendido la lección así que se
dedicaron a celebrar el
triunfo. Y así fue como
vivieron felices por siempre,
cada uno en su propia casita
de ladrillos.