1. Leer sin leer
Juan Carlos Ortega
El periódico, 22/09/2018
Se han puesto de moda las aplicaciones en el móvil y en la 'tablet' para
escuchar libros sin necesidad de ir leyéndolos. Todos hemos visto en la
tele el anuncio de un chico dentro de una bañera. Lleva auriculares y está
escuchando un libro que, por la ridícula expresión de su rostro, le está
emocionando un montón. También aparece una señora tocándose un poco
mientras oye una novela erótica. En fin, ya saben de lo que les hablo.
No estoy en contra de los libros oídos. Es una solución magnífica para los
ciegos. Incluso me parece bien para los que tenemos la fortuna de ser
videntes, porque leer, reconozcámoslo, es un engorro. De hecho, no sé
cómo ustedes han podido soportar el esfuerzo mental de haber leído ya el
párrafo y medio que llevo escrito. Sin duda sus cerebros son prodigiosos y
poseen una altísima capacidad de sacrificio.
Tener que fijar la vista en un papel mucho rato es una tortura y yo les
compadezco. Pero a estas aplicaciones sonoras les encuentro una pega:
tardas mucho tiempo en terminarte un libro. Eso de estar con los
auriculares puestos tantas horas también es un engorro. Es incómodo
para los oídos. Así que propongo facilitar las cosas todavía más.
Sugiero que los libros, a partir de ahora, puedan ser bebidos. 'Guerra y
paz' soluble. Te traen a casa un sobre con unos polvitos, los disuelves en
agua y te lo bebes. Y es como si te hubieras leído el súper novelón de
Tolstói. He aclarado que el sobre te lo traen a casa porque entiendo que ir
a una tienda a buscar algo es un trabajo inasumible hoy día.
Los libros bebibles también podrían ser anunciados en televisión. En vez
del chico dentro de la bañera, podríamos ver al mismo joven en una
cafetería, con idéntica cara de tonto emocionado, mientras se bebe en una
copa una novela llena de sensibilidad y buenos sentimientos. ¡Y qué decir
de la señora tocándose! Con la mano izquierda se lee la novela erótica y
con la otra se toca el pecho derecho. Sería una imagen publicitariamente
preciosa.
Aunque, ahora que lo pienso, beber también puede ser un trabajo enorme
para algunas personas, y puedo llegar a entenderlas. Tragar un líquido
requiere un esfuerzo en el que interviene la lengua, la garganta, la mano
(para sujetar el vaso) y la labor callada pero necesaria del estómago.
Vayamos, pues, más allá y dejemos de lado los libros bebibles. Hagámoslos
respirables. Un dosificador conectado en un enchufe, como esos de los
mosquitos, que fuera lanzando al aire el aroma del libro que quieras
leerte. Así, tú, en tu casa, solo tienes que respirar y listo. Ya puedes
tocarte los pechos y emocionarte como un idiota mientras no haces nada.