Decisiones Empresariales: El equilibrio entre lo que se quiere, lo que se deb...
La búsqueda de la verdad
1. ¿QUI VERITAS EST?
¿Qué es la Verdad? –le preguntó Poncio Pilatos a JesúsLo cierto es que la verdad –como tal- no existe. Existe un sinnúmero de versiones subjetivas de la misma, las cuales, se
encuentran condicionadas por el punto de vista de cada observador y de cómo este la interprete. Incluso, en la teoría
general de la relatividad, Einstein describe que hasta una constante universal como es la velocidad de la luz, puede ser
medida obteniendo lecturas diferentes de la misma, dependiendo del sistema de referencias (coordenadas) del
observador.
Establecemos verdades para que el mundo tenga coherencia ante nuestros ojos. Nuestro cerebro lo realiza
automáticamente, sin nuestro consentimiento o intervención, de manera fisiológica y evolutiva, sistemáticamente ante
cada bit de información que ingresa por nuestros sentidos. La invención de la ciencia es una muestra de ello: la física
establece “leyes” que –en realidad- son teorías que explican hechos medibles y que permiten efectuar predicciones de
comportamientos futuros, pero mañana, podría surgir una nueva teoría -más sofisticada- que explique los mismos
hechos y que también permita efectuar predicciones verificables para corroborar la teoría. Incluso la materia –tal como
la conocemos- no existe: nuestra vista, nuestro tacto y nuestro cerebro nos dicen que entramos en contacto con algo
clasificado como “materia”, que en realidad se corresponde a la interacción de tres fuerzas (fuerza nuclear fuerte, fuerza
nuclear débil y electromagnetismo) con algo que denominamos ”átomos” y que están compuestos -casi exclusivamentepor… espacio vacío!
Entonces ¿Qué es la verdad? ¿Podemos reconocerla? ¿Puede ella entrar, como criterio, en el nuestro pensar, en la vida
del individuo y en la de la comunidad? Podemos sortear estas incongruencias si abordamos la respuesta desde la
perspectiva de la religión o desde la perspectiva del corazón ¿Cómo sé si estoy enamorado? Pues porque lo siento: mi
corazón me lo dice y esa es suficiente verdad para mí –podría ser la respuesta- y, así y todo, nada ni nadie te garantiza
que estés en lo cierto (excepto Dios, pero esa respuesta merece un tratamiento más profundo).
Entonces ¿Cómo puede ser que todo el mundo esté empeñado en tenerla? ¿Cómo puede ser que todo el mundo la
tenga y que, a su vez, todas sean diferentes? ¿Por qué todo el mundo toma la parte de la verdad que más le conviene y
la que más se ajusta a su (propio) sistema de auto-justificaciones? ¿Cómo puede ser que siempre sea “el otro” el que
está equivocado?
Para que el mundo tenga sentido, tendemos sistemáticamente a rotular, clasificar, etiquetar a personas, hechos o cosas:
Fulano o Mengano es de tal o cual manera, tal hecho es por tal cosa y así proseguimos con cada bit ingresado. Lo peor,
es que tomamos decisiones que podrían cambiar nuestras vidas (o afectar la de otros) basados en prejuicios o en
aspectos emocionales o –en general- en lo que consideramos “nuestra verdad”.
Ante tales razonamientos, no puede menos que embargarnos un profundo sentimiento de recogimiento y humildad. No
obstante ello, en mi vida, no me he topado con muchos Gandhis, ni Teresas de Calcuta (ni tampoco yo creo que lo sea).
En vez de ello, constato un cada vez más pronunciado recrudecimiento del individualismo, la pedantería, la soberbia y la
prepotencia (siempre es “el otro”, nunca uno mismo). Esto se lo atribuyo a los “anticuerpos” (cual si tuviera un sistema
inmunológico) de nuestro sistema de auto-justificaciones, el cual, para defenderse de los ataques provocados al ego,
repele la racionalidad con más dosis de irracionalidad (pero que encajan perfectamente con “nuestra” racionalidad).
¿Por qué la gente tiene cada vez el corazón más duro? ¿Por qué nos vamos volviendo cada vez más insensibles al dolor,
al sufrimiento o al padecimiento del otro? ¿Sacamos “callos” en el corazón? ¿Por qué tratamos de acallar esa “vocecita”
interior “tan molesta”? Por algo Jesús en la Biblia denominó a “el de abajo” como El Príncipe de la Mentira y El Príncipe
de este Mundo: su mejor truco es hacernos creer que no existe y así, alejarnos de La Verdad.
2. Yo defino a La Verdad como esa “vocecita” que suena muy dentro tuyo y que te habla muy bajito –casi susurrando- No
puedo decirte cómo diferenciar cuándo esa vocecita es la de “El de Arriba” o cuándo es la de “el de abajo”. Sí te puedo
dar una pista de lo que a mí me funciona: la de “el de abajo” suena primero y más fuerte, casi como un acto reflejo:
ergo, desconfía de la primera respuesta que venga a tu mente. En cambio, la de “El de Arriba” tienes que buscarla muy
dentro tuyo, en lo profundo de tu ser. Es como si fuera una conexión de wi-fi con una señal muy, pero muy débil y esto
es debido al “ruido” de este mundo.
Gracias por dejarme compartir estas reflexiones.
Saludos cordiales.