1. El castillo de John.
Era un día cálido, un 8 de julio de 2010, el cielo estaba azul y despejado. John se acercó.
Tocó el viejo hierro oxidado de las espadas y le entró un escalofrío. Caminó alrededor del
patio de armas, de repente, sintió algo, como si alguien estuviera a su lado, llamándolo.
Una sensación extraña, como una presencia que duró apenas tres milésimas de segundo.
Entró en la sala del rey, donde todo estaba tal y como lo dejaron. Todo estaba en su sitio,
bien colocado. El fuego estaba apagado, pero se desprendía un intenso olor a hollín.
Cuando se encontraba allí estaba a gusto, como si todavía la chimenea siguiera encendida,
una sensación cálida, de comodidad; claro, si estaba en el salón del rey. Pero lo más
extraño era que todo quedó igual tras la última batalla de los reinos de Arteloth. Salió y
entró en las mazmorras, no estaba seguro de que allí no hubiera nadie, olía a cabra, lo cual
le producía cierto disgusto. De pronto, una cabra salió, se pegó un susto de muerte, pero la
cabra no lo arrolló. En las afueras, todavía estaba la torre de asalto, las escaleras estaban
apoyadas, piedras de catapultas, las catapultas... John se imaginaba cómo sería la batalla,
podía sentir los gritos de dolor, el fragor de la batalla... De pronto tuvo una pequeña
visión; veía cómo los médicos retiraban a los caídos... cómo morían más... Esta era la
fortaleza de Surpier, su lugar preferido. En él podía imaginarse cualquier cosa, como ser
un guerrero veterano... Era el lugar perfecto. Todas las tardes iba a la misma hora y cada
día se inventaba una nueva historia... Finalmente volvió a casa, cenó y se acostó.
Fin.