El cuento describe a un hombre llamado Lord Northam que vive aterrorizado en Londres. Un joven llamado Williams se hace amigo suyo y descubre que Northam proviene de una antigua familia que habita un castillo en Yorkshire del que se cuentan historias extrañas. Northam revela que exploró ocultismos buscando respuestas a sus sueños y recuerdos de otras vidas, lo que le llevó a una locura del terror.
2. Antes de empezar…
Coja esta vela, querido
lector, y adéntrese con
nosotros en los cuentos
de fantasmas…
3. Índice
Cuentos:
El descendiente……….......................
7
El funeral de John Mortonson.............27
Una noche terrible………………….36
El gato negro……………………… 54
La mano fantasma……………….... 83
El alma y la sombra….……..…...… 91
La noche de difuntos……….………103
Biografías:
H.P. Lovecraft…………………..………. 22
Ambrose Bierce…………………….……33
Anton Chejov…………………………….53
Edgar Allan Poe…………………….….. 80
Joseph Sheridan Le Fanu………….…… 88
Charles Dickens………………………... 97
Glosario………………………….………108
Fichas bibliográficas……………………...115
4. Prólogo
Los cuentos de terror, también conocidos como cuentos “de horror” o
“de miedo”, son composiciones literarias breves, que utilizan la fantasía
para lograr su principal objetivo, que puede ser desde provocar el
escalofrío, la inquietud o el desasosiego hasta, como su nombre indica,
el “terror” en el lector.
“La historia del cuento de miedo es la historia de un instante fugaz que
va desde que la razón abre la puerta de lo oculto hasta que lo oculto
empieza a manifestarse dentro de la razón”. - RAFAEL LLOPIS.
No nos es ajeno que, desde los tiempos más remotos de la humanidad,
el hombre ha utilizado la existencia de seres fantásticos para, en ciertos
casos, dar explicación a algunos fenómenos o simplemente como una
consecuencia de sus fantasías más profundas.
5. Prólogo
Existen diferentes tipos de seres fantásticos, los “buenos” y los
“malos”, y es en los “malos” donde surgen los cuentos de terror.
Hubo un tiempo en que la mayor parte de la población creía en ellos
y el terror que les generaban acabó teniendo dimensiones alarmantes
pero en la actualidad, debido al uso que se hace de la ciencia, la gente
tiende a creer menos en estos seres fantasmales y esto nos lleva a
contemplar los cuentos de terror sólo como un pasatiempo que llega a
crear emociones inquietantes en el lector.
En esta antología se presenta una selección variada de cuentos de
terror que incluye renombrados escritores como H. P. Lovecraft.
Esperando con ello transportar a aquel lector a quien llegue este
archivo, a otros mundos, a una dimensión desconocida tal vez, que le
recibirá como siempre ha hecho… con las manos abiertas… mientras
él cierra los ojos…
6. Prólogo
Ahora tome asiento, querido lector, deje posada la vela encendida, apague
todas las luces, y disfrute de los cuentos que ahora se le ofrecen...
8. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Al consignar sobre lo que el doctor me dice en mi lecho de muerte, mi
más espantoso temor es que el hombre esté equivocado. Supongo que
me enterrarán la semana que viene; pero…
En Londres hay un hombre que grita cuando tañen las campanas de la
iglesia. Vive solo ton su gato listado en Gray’s Inn, y la gente le considera
un loco inofensivo. Su habitación está llena de libros insulsos y pueriles, y
hora tras hora trata de abstraerse en sus débiles páginas. Todo lo que
quiere en esta vida es no pensar. Por alguna razón, el pensar le resulta
espantoso, y huye como de la peste de cuanto pueda excitar la
imaginación. Es muy flaco, y gris, y está lleno de arrugas; pero hay quien
afirma que no es tan viejo corno aparenta.
8
9. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
El miedo ha clavado en él sus garras espantosas, y el menor ruido le hace
sobresaltarse con los ojos muy abiertos y la frente perlada de sudor. Los
amigos y compañeros le rehúyen porque no quiere contestar a sus
preguntas. Los que le conocieron en otro tiempo como erudito y esteta
dicen que da lástima verle ahora. Ha dejado de frecuentarles hace años, y
nadie sabe con seguridad si ha abandonado el país, o meramente ha
desaparecido en algún callejón oscuro. Hace ya una década que se instaló
en Gray’s Inn, y no ha querido decir de dónde había venido, hasta la
noche en que el joven Williams compró el Necronomicon.
Williams era un soñador, y sólo tenía veintitrés años; y cuando se mudó a
la casa antigua, percibió en el hombre arrugado y gris de la habitación
vecina algo extraño, un soplo de viento cósmico.
9
10. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Le obligó a admitir su amistad cuando los viejos amigos no se atrevieron
a imponerle la suya, y se maravilló ante el espanto que dominaba a aquel
hombre lúgubre y demacrado que observaba y escuchaba. Porque nadie
podía dudar que anduviera siempre vigilando y escuchando.
Vigilaba y escuchaba con la mente más que con la vista y el oído, y
pugnaba a cada instante por ahogar alguna cosa en su incesante lectura de
alegres e insípidas novelas. Y cuando las campanas de la iglesia
empezaban a tañer, se tapaba los oídos y gritaba, y el gato gris que vivía
con él maullaba al unísono, hasta que se apagaba reverberando el último
tañido. Pero por mucho que Williams lo intentaba, no conseguía que su
vecino le hablase de nada profundo u oculto.
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11. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
El anciano no vivía de acuerdo con su aspecto y su conducta, sino que
fingía una sonrisa y un tono ligero, y parloteaba febril y frenético sobre
alegres trivialidades; su voz se elevaba y se embrollaba a cada instante,
hasta que acababa en un falsete aflautado e incoherente. Sus
intrascendentes observaciones delataban con claridad que sus
conocimientos eran profundos y serios; y a Williams no le sorprendió
oírle contar que había estado en Harrow y en Oxford. Más tarde
descubrió que era nada menos que lord Northam, de cuyo antiguo
castillo hereditario en la costa de Yorkshire tantas historias extrañas se
contaban; pero cuando Williams quiso hacerle hablar de su castillo y de
su supuesto origen romano, él negó que hubiese nada fuera de lo normal
en él.
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12. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Incluso dejó escapar una destemplada risita cuando salió a relucir el tema
de un supuesto segundo nivel de criptas excavadas en la roca viva del
precipicio que mira ceñudo al Mar del Norte.
Así andaban las cosas, hasta la noche en que Williams regresó a casa
con el Necronomicon, del árabe loco Abdul Alhazred. Conocía la
existencia de este libro desde los dieciséis años, en que su incipiente
pasión por lo insólito le impulsó a hacerle extrañas preguntas a un viejo y
encorvado librero de Chandos Street; y siempre se había preguntado por
qué los hombres palidecían cada vez que hablaban de dicho libro.
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13. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
El viejo librero le había contado que sólo se sabía que hubieran
sobrevivido cinco ejemplares a los consternados decretos de los
sacerdotes y legisladores, y que todos ellos los guardaban bajo llave, con
temeroso cuidado, los conservadores que se habían atrevido a iniciar la
lectura de sus odiosos y negros caracteres. Pero ahora, al fin, no sólo
había descubierto un ejemplar accesible, sino que lo había hecho suyo
por un precio risible. Lo había encontrado en la tienda de un judío en el
barrio mísero de Clare Market, donde solía comprar cosas extrañas; y
casi le pareció que el viejo y nudoso levita sonreía por debajo de la
maraña de su barba en el momento de su gran descubrimiento. La
voluminosa cubierta de piel con cierre de latón era llamativamente
visible, y su precio absurdamente bajo.
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14. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Una simple mirada a su título bastó para sumirle en el delirio, y algunos
de los diagramas insertos en el texto redactado en un latín vago
despertaron los recuerdos más tensos e inquietantes en su cerebro.
Comprendió que era absolutamente necesario llevarse a casa el pesado
volumen y empezar a descifrarlo; y salió de la librería con tanta
precipitación, que el viejo judío dejó escapar una turbadora risita al verle
salir. Pero una vez en su habitación, descubrió que la letra ennegrecida y
el estilo degradado eran excesivos para sus conocimientos lingüísticos, y
fue a ver, no muy convencido, al extrañamente asustado amigo para
pedirle ayuda en aquel latín deformado y medieval. Encontró a lord
Northam diciéndole tonterías a su gato listado, y al entrar el joven se
sobresaltó.
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15. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Se estremeció violentamente al ver el libro, y se desmayé cuando
Williams le leyó el título. Al recobrar el conocimiento, le contó su
historia; ‘le habló de su fantástica locura con murmullos frenéticos, no
fuese que su amigo tardara en quemar el libro y esparcir sus cenizas.
Sin duda hubo algún error al principio, susurró lord Northam; pero nada
habría ocurrido si no hubiese ido él demasiado lejos en sus
exploraciones. Era el décimo-noveno barón de una estirpe cuyos
principios se remontaban de forma inquietante al pasado…
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16. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
…A un pasado increíblemente lejano, si había que hacer caso a la vaga
tradición, ya que ciertas historias familiares situaban sus orígenes en los
tiempos presajones, en que cierto Luneus Gabinius Capito, tribuno
militar de la Tercera Legión Augusta, entonces acantonada en Lindus, la
Britania romana, había sido depuesto sumariamente de su mando por
participar en determinados ritos que no guardaban relación con ninguna
de las religiones conocidas; Gabinius, decían los rumores, había acudido
a la caverna del acantilado donde se reunían gentes extrañas y hacían el
Signo Antiguo por las noches; gentes extrañas a quienes los britanos no
conocían — ni miraban sino con temor—, supervivientes de un gran país
de Occidente que se había hundido, dejando sólo las islas con sus
megalitos y sus círculos y santuarios, de los que el más grande era
Stonehenge.
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17. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
No se sabía cuánto había de cierto, naturalmente, en la leyenda que
atribuía a Gabinius la construcción de una fortaleza inexpugnable sobre
una cueva prohibida y la fundación de una estirpe que ni pictos, ni
sajones, ni daneses, ni normandos fueron capaces de exterminar; o en la
tácita suposición de que de dicha estirpe nació el intrépido compañero y
lugarteniente del Príncipe Negro, a quien Eduardo III dio el título de
barón de Northam. No se tenía certeza sobre estas cosas; sin embargo, se
hablaba de ellas a menudo; y en verdad, la torre del homenaje de
Northam se parecía de manera alarmante al muro de Adriano.
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18. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
De pequeño, lord Northam había tenido extraños sueños, cada vez que
dormía en las partes más antiguas del castillo, y había adquirido el hábito
de contemplar retrospectivamente, a través de su memoria, escenarios
brumosos y pautas e impresiones ajenas por completo a sus experiencias
vigiles se convirtió en un soñador a quien la vida resultaba insulsa y poco
satisfactoria; en un explorador de extrañas regiones y relaciones en otro
tiempo familiares, pero que no se encontraban en ninguna de las
regiones visibles de la Tierra.
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19. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Dominado por la impresión de que nuestro mundo tangible es sólo un
átomo de un tejido inmenso y siniestro, y que desconocidas potencias
presionan y penetran la esfera de lo conocido en cada punto, Northam,
durante su juventud y en la primera etapa de su madurez, apuré, una tras
otra, las fuentes de la religión formal y el misterio de lo oculto. En
ninguna parte, sin embargo, pudo encontrar satisfacción y contento; y al
comenzar a envejecer, los achaques y las limitaciones de la vida se fueron
volviendo cada vez más enloquecedoras para él.
Durante los años noventa se interesó por el satanismo, y siempre devoró
con avidez cualquier doctrina o teoría que pareciera prometerle la huida
de las cerradas perspectivas de la ciencia y de las leyes tediosamente
invariables de la Naturaleza.
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20. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Absorbía con entusiasmo libros como el relato quimérico de Ignatius
Donnelly sobre la Atlántida, y una docena de oscuros precursores de
Charles Fort le cautivaron con sus extravagancias. Recorrió leguas para
seguir la pista de un relato sobre un pueblo furtivo de anormales
prodigiosos, y una de las veces fue al desierto de Arabia en busca de la
Ciudad Sin Nombre, de la que había oído hablar vagamente, y que
ningún hombre había contemplado. Allí sintió nacer en su interior la fe
tentadora de que existía un acceso fácil a dicha ciudad, y de que si uno lo
encontraba, se le abrirían libremente las profundidades exteriores cuyos
ecos vibraban tan oscuramente en el fondo de su memoria.
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21. El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Puede que estuviera en el mundo visible; o quizá estaba sólo en su mente
y en su alma. Tal vez guardaba él, dentro de su cerebro, aquel vínculo
misterioso que le despertaría a las vidas anteriores y futuras de olvidadas
dimensiones; que le uniría a los astros, y a las infinitudes y eternidades
que se encuentran más allá de todos ellos…
Fin
21
22. .
El descendiente (The Descendant) es un relato de
terror del escritor norteamericano H.P. Lovecraft,
escrito en 1927 y publicado póstumamente en
la colección de cuentos de terror de
1944: Marginalia. El descendiente es un cuento
inconcluso, olvidado, prácticamente inédito, que
quedó aplastado por la inmensa popularidad de
los Mitos de Cthulhu, relegado -al igual que en
1944- a gastados volúmenes marginales sobre
historias inconclusas que poco tienen que ver con
el Lovecraft que el gran público conoce, o cree
conocer.
El descendiente
H.P. Lovecraft (1890-1937)
Fuente:
[http://elespejogotico.blogspot.c
om.es]
22
23. .
Howard Phillips Lovecraft nació el 20 de agosto de 1890 en Providence,
EUA. Era el hijo único de Winfield Scott Lovecraft y de Sarah Susan
Phillips Lovecraft . Su padre murió el 19 de julio de 1898. Con la muerte
de su padre, su educación recayó sobre su madre, sus dos tías y en
especial en su abuelo materno, un importante empresario llamado
Whipple Van Buren Phillips. Lovecraft fue un niño prodigio: recitaba
poesía a los dos años, leía a los tres y empezó a escribir a los seis o siete
años de edad. Uno de los géneros que más le apasionó en su infancia fue
el de las novelas policíacas. A los quince creó su primera obra, La bestia
en la cueva. A los 16 escribía una columna de astronomía para el
"Providence Tribune“. No asistió al colegio hasta los ocho años y tuvo que
dejarlo después de un año.
El descendiente
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23
24. .
Durante su absentismo escolar, leía con voracidad. Adquirió
conocimientos de química y astronomía, llegando incluso a escribir en
algunas revistas científicas. En 1904, fallece su abuelo materno. La mala
gestión de las propiedades y del dinero familiar dejó a su familia en tan
malas condiciones económicas que se vieron obligados a mudarse. En
1908, antes de su graduación, sufrió un colapso nervioso y no recibió su
diploma. Este fracaso en su educación fue una fuente de desilusión y
vergüenza hasta el final de sus días. Desde 1908 hasta 1913,
principalmente trató la poesía. Edward F. Daas, presidente de la UAPA,
invitó a Lovecraft a unirse a la revista Argosy en 1914. Un tiempo después,
se convirtió en presidente de la UAPA, e incluso llegó a ser presidente de
la NAPA. En 1917, a petición de algunos amigos, volvió a la ficción con
historias como La tumba y Dagon.
El descendiente
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24
25. .
En 1921 tuvo lugar la muerte de su madre, que le supuso una fuerte
conmoción. La muerte de su madre y la pérdida de la riqueza familiar en
1921, le llevaron a abandonar la idea de llevar una vida dedicada a la
escritura, obligándolo a trabajar en pequeños encargos, que en la mayoría
de las situaciones consistirían en retocar escritos de otros autores.
Unas semanas después de la muerte de su madre, Lovecraft conoció a
Sonia Greene. Se casaron en 1924, y se mudaron a Nueva York. Sonia
perdió su tienda y su salud comenzó a empeorar. Lovecraft no pudo
encontrar un trabajo, por lo que su esposa se mudó a Cleveland para
buscar empleo y Lovecraft se quedó en el barrio Red Hook de Brooklyn.
En 1926, Sonia y Lovecraft, todavía viviendo de forma separada,
acordaron un divorcio amigable.
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26. .
De vuelta a Providence el 17 de abril de 1927, convivió con sus tías
durante los años siguientes. Allí es en donde se ve superado por la
sensación de fracaso que lo rodea, abandonándose a la soledad y la
frustración. En estos años escribe la gran mayoría de sus obras más
conocidas, como La llamada de Cthulhu en 1926, En las montañas de la
locura en 1931 o El caso de Charles Dexter Ward. A pesar del duro
trabajo y de sus esfuerzos como escritor, su pobreza aumentó. En 1932, su
tía, la señora Clark, murió, y se vio obligado a mudarse a una pequeña y
exigua habitación de alquiler con su otra tía, la señora Gamwell en 1933. A
finales de febrero de 1937, cuando contaba con 46 años, ingresó en el
hospital Jane Brown Memorial, de Providence. Allí murió a primeras
horas de la mañana del 15 de marzo de 1937. Fue enterrado tres días
después en el panteón de su abuelo Phillips, el cementerio de Swan Point.
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27. 2
El funeral de John
Mortonson
de
Ambrose Bierce
(1842-1914)
28. John Mortonson se murió: su obituario había sido leído y él había
dejado la escena. El cuerpo descansaba en un fino ataúd de mahogany
con una placa de cristal empotrada. Todos los ajustes para el funeral
habían sido tan bien digitados que sin duda, si el difunto los hubiera
sabido, de seguro que los hubiera aprobado. El rostro, como se podía ver
a través del cristal, no tenía semblante de desagrado: perfilaba una tenue
sonrisa, como si la muerte no le hubiera resultado dolorosa, no estando
distorsionado más allá del poder reparador del funebrero. A las dos de la
tarde los amigos fueron citados para rendir su último tributo de respeto a
aquel quien no había tenido mayor necesidad de amigos y de respeto.
Los miembros de su familia fueron pasando cada varios minutos a la
capilla y lloraron sobre los restos plácidos bajo el cristal.
El funeral de John Mortonson
Ambrose Bierce (1842-1914)
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29. Esto no fue bueno; no fue bueno para John Mortonson; pero en
presencia de la muerte la razón y la filosofía permanecen mudas.
A medida que las horas iban pasando, los amigos iban llegando y
ofrecían consuelo a los parientes dolidos, quienes, como las
circunstancias de la ocasión requerían, estaban solemnemente sentados
alrededor de la habitación con un importante conocimiento de su
importancia en la pompa fúnebre. Luego vino el ministro, y en tal oscura
presencia las más mínimas luces se eclipsaron. Su entrada fue seguida por
la de la viuda, cuyas lamentaciones llenaron la estancia.
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30. Ella se acercó a la capilla y luego de inclinar su rostro contra el frío cristal
por un momento, fue gentilmente conducida hacia un asiento cercano al
de su hija. Lúgubremente y en tono bajo, el hombre de Dios comenzó su
elogio de la muerte, y su dolorosa voz, mezclada con los sollozos cuya
intención era para estimular al auditorio, pareció como el sonido del mar
sombrío. El deprimente día se oscureció a medida que él hablaba; una
cortina de nubes acechó el cielo y un par de gotas de lluvia se hicieron
audibles. Pareció como si la naturaleza entera estuviera llorando por John
Mortonson.
Cuando el ministro hubo terminado su elogio con una oración, se cantó
un himno y los portadores del féretro tomaron su lugar detrás del mismo.
El funeral de John Mortonson
Ambrose Bierce (1842-1914)
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31. Cuando las últimas notas del himno tocaron a su fin la viuda corrió hasta
el ataúd, cayendo sobre el mismo y llorando histéricamente.
Gradualmente fue cediendo a la disuasión y a comportarse; y el ministro
trataba de alejar su vista de la muerte bajo el cristal. Ella extendió sus
brazos y con un grito cayó insensible.
.
Los dolientes se acercaron al ataúd, los amigos los siguieron, y cuando el
reloj sobre el mantel solemnemente daba las tres, todos miraron
fijamente sobre el rostro del difunto John Mortonson.
Ellos retrocedieron, débilmente. Un hombre, tratando en su terror de
escapar de la desagradable visión, tropezó contra el ataúd tan
pesadamente como para golpeando uno de sus delicados soportes.
El funeral de John Mortonson
Ambrose Bierce (1842-1914)
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32. El ataúd cayó al piso, el cristal estalló en miles de pedazos por el golpe.
Desde la abertura del cristal salió el gato de John Mortonson, que
perezosamente brincó al piso, sentándose, limpiando tranquilamente su
criminal hocico con la pata delantera, para retirarse con dignidad de la
estancia.
Fin
El funeral de John Mortonson
Ambrose Bierce (1842-1914)
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33. Ambrose Bierce es, sin dudas, uno de
los grandes autores del género gótico. Fue
dueño de un humor ácido y punzante, y de un
magistral manejo de la ironía. Sus
contemporáneos, tal vez motivados por la
fervorosa vehemencia del poeta, lo
bautizaron El Amargo Bierce (bitter Bierce).
Sus relatos breves de horror lo sitúan como uno
de los herederos más prolíficos de Poe, y como
uno de los maestros de Lovecraft; quien tomó
muchos elementos de la narrativa
de Bierce para la elaboración de los Mitos de
Cthulhu.
El funeral de John Mortonson
Ambrose Bierce (1842-1914)
Fuente:
[http://elespejogotico.blogspot.c
om.es]
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34. Escritor satírico y periodista estadounidense, nacido en Meigs County
(Ohio). Prestó sus servicios en el ejército de la Unión durante la Guerra
Civil estadounidense (1861-1865) y dirigió una expedición militar al oeste.
Bierce se estableció en San Francisco, donde escribió breves e ingeniosos
artículos políticos y una columna para el periódico News-Letter. Alrededor
de 1868 se convirtió en su editor. En 1872 se trasladó a Londres. Bajo el
seudónimo de Dod Grile, escribió corrosivos artículos y relatos para las
revistas Fun y Figaro, que posteriormente se publicaron en la recopilación
titulada Telarañas de una calavera vacía (1874). Bierce regresó a San
Francisco en 1877. Allí continuó colaborando con el Argonaut, fue editor
del Wasp y escribió una columna para el Sunday Examiner, propiedad de
William Randolph Hearst.
El funeral de John Mortonson
Ambrose Bierce (1842-1914)
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35. En su estilo sobresale un ingenio y una fascinación por el horror y la
muerte y su dominio del relato hizo que se le comparara en ocasiones con
los escritores estadounidenses Edgar Allan Poe y Bret Harte. Entre 1899 y
1913 trabajó para Hearst en Washington, D.C., y se dedicó a revisar sus
propias obras. En 1913 viajó a México donde participó en la Revolución
Mexicana y nunca más se supo de él. Sus Obras completas se publicaron
en 12 volúmenes (1909-1912) e incluyen el Diccionario del diablo, titulado
originalmente Diccionario del cínico (1906).
El funeral de John Mortonson
Ambrose Bierce (1842-1914)
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37. Palideciendo, Iván Ivanovitch Panihidin empezó la historia con emoción:
-Densa niebla cubría el pueblo, cuando, en la Noche Vieja de 1883
regresaba a casa. Pasando la velada con un amigo, nos entretuvimos en
una sesión espiritualista. Las callejuelas que tenía que atravesar estaban
negras y había que andar casi a tientas. Entonces vivía en Moscú, en un
barrio muy apartado. El camino era largo; los pensamientos confusos;
tenía el corazón oprimido...
"¡Declina tu existencia!... ¡Arrepiéntete!", había dicho el espíritu de
Spinoza, que habíamos consultado.
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Una noche terrible.
Anton Chejov (1860-1904)
38. Al pedirle que me dijera algo más, no sólo repitió la misma sentencia,
sino que agregó: "Esta noche".
No creo en el espiritismo, pero las ideas y hasta las alusiones a la muerte
me impresionan profundamente. No se puede prescindir ni retrasar la
muerte; pero, a pesar de todo, es una idea que nuestra naturaleza repele.
Entonces, al encontrarme en medio de las tinieblas, mientras la lluvia caía
sin cesar y el viento aullaba lastimeramente, cuando en el contorno no se
veía un ser vivo, no se oía una voz humana, mi alma estaba dominada por
un terror incomprensible. Yo, hombre sin supersticiones, corría a toda
prisa temiendo mirar hacia atrás. Tenía miedo de que al volver la cara, la
muerte se me apareciera bajo la forma de un fantasma.
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Una noche terrible.
Anton Chejov (1860-1904)
39. Panihidin suspiró y, bebiendo un trago de agua, continuó:
-Aquel miedo infundado, pero irreprimible, no me abandonaba. Subí los
cuatro pisos de mi casa y abrí la puerta de mi cuarto. Mi modesta
habitación estaba oscura. El viento gemía en la chimenea; como si se
quejara por quedarse fuera.
Si he de creer en las palabras de Spinoza, la muerte vendrá esta noche
acompañada de este gemido...¡brr!... ¡Qué horror!... Encendí un fósforo.
El viento aumentó, convirtiéndose el gemido en aullido furioso; los
postigos retemblaban como si alguien los golpease.
39
Una noche terrible.
Anton Chejov (1860-1904)
40. "Desgraciados los que carecen de un hogar en una noche como ésta",
pensé.
No pude proseguir mis pensamientos. A la llama amarilla del fósforo que
alumbraba el cuarto, un espectáculo inverosímil y horroroso se presentó
ante mí... Fue lástima que una ráfaga de viento no alcanzara a mi fósforo;
así me hubiera evitado ver lo que me erizó los cabellos... Grité, di un paso
hacia la puerta y, loco de terror, de espanto y de desesperación, cerré los
ojos.
En medio del cuarto había un ataúd.
40
Una noche terrible.
Anton Chejov (1860-1904)
41. Aunque el fósforo ardió poco tiempo, el aspecto del ataúd quedó grabado
en mí. Era de brocado rosa, con cruz de galón dorado sobre la tapa. El
brocado, las asas y los pies de bronce indicaban que el difunto había sido
rico; a juzgar pro el tamaño y el color del ataúd, el muerto debía ser una
joven de alta estatura.
Sin razonar ni detenerme, salí como loco y me eché escaleras abajo. En el
pasillo y en la escalera todo era oscuridad; los pies se me enredaban en el
abrigo. No comprendo cómo no me caí y me rompí los huesos. En la
calle, me apoyé en un farol e intenté tranquilizarme. Mi corazón latía; la
garganta esta seca. No me hubiera asombrado encontrar en mi cuarto un
ladrón, un perro rabioso, un incendio...
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Una noche terrible.
Anton Chejov (1860-1904)
42. No me hubiera asombrado que el techo se hubiese hundido, que el piso se
hubiese desplomado... Todo esto es natural y concebible. Pero, ¿cómo fue
a parar a mi cuarto un ataúd? Un ataúd caro, destinado evidentemente a
una joven rica. ¿Cómo había ido a parar a la pobre morada de un
empleado insignificante? ¿estará vacío, o habrá dentro un cadáver? ¿Y
quién será la desgraciada que me hizo tan terrible visita? ¡Misterio!
O es un milagro, o un crimen. Perdía la cabeza en conjeturas. En mi
ausencia, la puerta estaba siempre cerrada, y el lugar donde escondía la
llave sólo lo sabían mis mejores amigos; pero ellos no iban a meter un
ataúd en mi cuarto. Se podía presumir que el fabricante lo llevase allí por
equivocación; pero, en tal caso, no se hubiera ido sin cobrar el importe, o
por lo menos un anticipo.
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Una noche terrible.
Anton Chejov (1860-1904)
43. Los espíritus me han profetizado la muerte. ¿Me habrán proporcionado
acaso el ataúd?
No creía, y sigo no creyendo, en el espiritismo; pero semejante
coincidencia era capaz de desconcertar a cualquiera. Es imposible. Soy un
miedoso, un chiquillo. Habrá sido una alucinación. Al volver a casa, estaba
tan sugestionado que creí ver lo que no existía. ¡Claro! ¿Qué otra cosa
puede ser?
La lluvia me empapaba; el viento me sacudía el gorro y me arremolinaba
el abrigo. Estaba chorreando... Sentía frío... No podía quedarme allí. Pero
¿adónde ir? ¿Volver a casa y encontrarme otra vez frente al ataúd?
43
Una noche terrible.
Anton Chejov (1860-1904)
44. No podía ni pensarlo; me hubiera vuelto loco al ver otra vez aquel ataúd,
que probablemente contenía un cadáver. Decidí ir a pasar la noche a casa
de un amigo.
Panihidin, secándose la frente bañada de sudor frío, suspiró y siguió el
relato:
-Mi amigo no estaba en casa. Después de llamar varias veces, me convencí
de que estaba ausente. Busqué la llave detrás de la viga, abrí la puerta y
entré. Me apresuré a quitarme el abrigo mojado, lo arrojé al suelo y me
dejé caer desplomado en el sofá. Las tinieblas eran completas; el viento
rugía más fuertemente; en la torre del Kremlin sonó el toque de las dos.
Saqué los fósforos y encendí uno. Pero la luz no me tranquilizó.
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Anton Chejov (1860-1904)
45. Al contrario: lo que vi me llenó de horror. Vacilé un momento y huí como
loco de aquel lugar... En la habitación de mi amigo vi un ataúd...¡De doble
tamaño que el otro!
El color marrón le proporcionaba un aspecto más lúgubre... ¿Por qué se
encontraba allí? No cabía duda: era una alucinación... Era imposible que
en todas las habitaciones hubiese ataúdes. Evidentemente, adonde quiera
que fuese, por todas partes llevaría conmigo la terrible visión de la última
morada.
Por lo visto, sufría una enfermedad nerviosa, a causa de la sesión espiritista
y de las palabras de Spinoza.
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Anton Chejov (1860-1904)
46. "Me vuelvo loco", pensaba, aturdido, sujetándome la cabeza. "¡Dios mío!"
"¿Cómo remediarlo?“
Sentía vértigos... Las piernas se me doblaban; llovía a cántaros; estaba
calado hasta los huesos, sin gorra y sin abrigo. Imposible volver a
buscarlos; estaba seguro de que todo aquello era una alucinación. Y, sin
embargo, el terror me aprisionaba, tenía la cara inundada de sudor frío, los
pelos de punta...
Me volvía loco y me arriesgaba a pillar una pulmonía. Por suerte, recordé
que, en la misma calle, vivía un médico conocido mío, que precisamente
había asistido también a la sesión espiritista. Me dirigí a su casa; entonces
aún era soltero y habitaba en el quinto piso de una casa grande.
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47. Mis nervios hubieron de soportar todavía otra sacudida... Al subir la
escalera oí un ruido atroz; alguien bajaba corriendo, cerrando
violentamente las puertas y gritando con todas sus fuerzas: "¡Socorro,
socorro! ¡Portero!“
Momentos después veía aparecer una figura oscura que bajaba casi
rodando las escaleras.
-¡Pagostof!-exclamé, al reconocer a mi amigo el médico-¿Es usted? ¿Qué
le ocurre?
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48. Pagastof, parándose, me agarró la mano convulsivamente; estaba lívido,
respiraba con dificultad, le temblaba el cuerpo, los ojos se le extraviaban,
desmesuradamente abiertos...
-¿Es usted, Panihidin? – me preguntó con voz ronca-. ¿Es verdaderamente
usted? Está usted pálido como un muerto... ¡Dios mío! ¿No es una
alucinación?
¡Me da usted miedo!...
-Pero, ¿qué le pasa? ¿Qué ocurre? -pregunté lívido.
-¡Amigo mío! ¡Gracias a Dios que es usted realmente! ¡Qué contento estoy
de verle!
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Anton Chejov (1860-1904)
49. La maldita sesión espiritista me ha trastornado los nervios. Imagínese usted
que se me ha aparecido en mi cuarto al volver. ¡Un ataúd!
No lo puedo creer , y le pedí que lo repitiera.
-¡Un ataúd, un ataúd de veras! –dijo el médico creyendo extenuado en la
escalera-. No soy cobarde; pero el diablo mismo se asustaría
encontrándose un ataúd en su cuarto, después de una sesión espiritista...
Entonces, balbuceando y tartamudeando, conté al médico los ataúdes que
había visto yo también. Por unos momentos nos quedamos mudos,
mirándonos fijamente. Después para convencernos de que todo aquello
no era un sueño, empezamos a pellizcarnos.
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50. -Nos duelen los pellizcos a los dos- dijo finalmente el médico-; lo cual
quiere decir que no soñamos y que los ataúdes, el mío y los de usted, no
son fenómenos ópticos, sino que existen realmente. ¿Qué vamos a hacer?
Pasamos una hora entre conjeturas y suposiciones; estábamos helados, y,
por fin, resolvimos dominar el terror y entrar en el cuarto del médico.
Prevenimos al portero, que subió con nosotros. Al entrar, encendimos una
vela y vimos un ataúd de brocado blanco con flores y borlas doradas. El
portero se persignó devotamente.
-Vamos ahora a averiguar- dijo el médico temblando – si el ataúd está vacío
u ocupado.
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51. Después de mucho vacilar, el médico se acercó y, rechinando los dientes
de miedo, levantó la tapa. Echamos una mirada y vimos que... el ataúd
estaba vacío. No había cadáver; pero sí una carta que decía: "Querido
amigo: sabrás que el negocio de mi suegro va de capa caída; tiene muchas
deudas. Uno de estos días vendrán a embargarle, y esto nos arruinará y
deshonrará. Hemos decidido esconder lo de más valor, y como la fortuna
de mi suegro consiste en ataúdes (es el de más fama en nuestro pueblo),
procuramos poner a salvo los mejores. Confío en que tú, como buen
amigo, me ayudarás a defender la honra y fortuna, y por ello te envío un
ataúd, rogándote que lo guardes hasta que pase el peligro. Necesitamos la
ayuda de amigos y conocidos. No me niegues este favor.
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52. El ataúd sólo quedará en tu casa una semana. A todos los que se
consideran amigos míos les he mandado muebles como éste, contando
con su nobleza y generosidad. Tu amigo Tchelustin.“
Después de aquella noche, tuve que ponerme a tratamiento de mis nervios
durante tres semanas. Nuestro amigo, el yerno del fabricante de ataúdes,
salvó fortuna y honra. Ahora tiene un funeraria y vende panteones; pero su
negocio no prospera, y por las noches, al volver a casa, temo encontrarme
junto a mi cama un catafalco o un panteón.
Fin
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53. Una noche terrible (Nedobraia Noch) -también
conocido en español como: Una noche de miedo, es
un relato de terror del escritor ruso Anton Chejov,
escrito en 1884 y publicado en 1886. Chejov explora
aquí la posibilidad de un horror surgido por
equivocación. Una noche terrible no es un cuento
sencillo, de hecho, el mismo Chejov anotó su deseo
de que no apareciera publicado en sus obras
completas debido su carácter experimental. Virginia
Woolf, siempre atenta a los matices de sus colegas
rusos, observó cierta dualidad dostoievskiana en este
relato, una bipolaridad narrativa que sostiene la
tensión, felizmente, en los límites del género fantástico.
Fuente:
[http://elespejogotico.blogspot.c
om.es]
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55. Ni espero ni quiero que se dé crédito a la historia más extraordinaria, y, sin
embargo, más familiar, que voy a referir.
Tratándose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio
testimonio, yo habría de estar realmente loco si así lo creyera. No obstante, no estoy
loco, y, con toda seguridad, no sueño. Pero mañana puedo morir y quisiera aliviar
hoy mi espíritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, clara, concretamente y
sin comentarios, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus
consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no
trataré de esclarecerlos.
En lo personal, casi no me han producido otro sentimiento que el de horror; pero a
muchas personas les parecerán menos terribles que vulgares. Tal vez más tarde haya
una inteligencia que reduzca mi fantasma al estado de lugar común.
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Edgar Alan Poe (1809 - 1849)
56. Alguna inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía,
encontrará tan sólo en las circunstancias que relato con terror una serie normal de
causas y de efectos naturalísimos.
La docilidad y humanidad de mi carácter sorprendieron desde mi infancia. Tan
notable era la ternura de mi corazón, que había hecho de mí el juguete de mis
amigos. Sentía una auténtica pasión por los animales, y mis padres me permitieron
poseer una gran variedad de favoritos.
Casi todo el tiempo lo pasaba con ellos, y nunca me consideraba tan feliz como
cuando les daba de comer o los acariciaba. Con los años aumentó esta particularidad
de mi carácter, y cuando fui un hombre hice de ella una de mis principales fuentes
de gozo. Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no requieren la
explicación de la naturaleza o intensidad de los gozos que eso puede producir.
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Edgar Alan Poe (1809 - 1849)
57. En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo
que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de
comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natural.
Me casé joven. Tuve la suerte de descubrir en mi mujer una disposición semejante a
la mía. Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos favoritos domésticos, no
perdió ocasión alguna de proporcionármelos de la especie más agradable. Tuvimos
pájaros, un pez de color de oro, un magnífico perro, conejos, un mono pequeño y
un gato.
Era este último animal muy fuerte y bello, completamente negro y de una sagacidad
maravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo supersticiosa, hablando de su
inteligencia, aludía frecuentemente a la antigua creencia popular que consideraba a
todos los gatos negros como brujas disimuladas.
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58. No quiere esto decir que hablara siempre en serio sobre este particular, y lo
consigno sencillamente porque lo recuerdo.
.
Plutón—llamábase así el gato—era mi predilecto amigo. Sólo yo le daba de comer, y
adondequiera que fuese me seguía por la casa. Incluso me costaba trabajo impedirle
que me siguiera por la calle.
.
Nuestra amistad subsistió así algunos años, durante los cuales mi carácter y mi
temperamento—me sonroja confesarlo—, por causa del demonio de la
intemperancia, sufrió una alteración radicalmente funesta.
Día en día me hice más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos
ajenos. Empleé con mi mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la afligí incluso con
violencias personales. Naturalmente, mi pobre favorito debió de notar el cambio de
mi carácter. No solamente no les hacía caso alguno, sino que los maltrataba.
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59. .
Sin embargo, por lo que se refiere a Plutón, aún despertaba en mí la consideración
suficiente para no pegarle. En cambio, no sentía ningún escrúpulo en maltratar a los
conejos, al mono e incluso al perro, cuando, por casualidad o afecto, se cruzaban en
mi camino. Pero iba secuestrándome mi mal, porque, ¿qué mal admite una
comparación con el alcohol? Andando el tiempo, el mismo Plutón, que envejecía y,
naturalmente se hacía un poco huraño, comenzó a conocer los efectos de mi
perverso carácter.
Una noche, en ocasión de regresar a casa completamente ebrio, de vuelta de uno de
mis frecuentes escondrijos del barrio, me pareció que el gato evitaba mi presencia.
Lo cogí, pero él, horrorizado por mi violenta actitud, me hizo en la mano, con los
dientes, una leve herida. De mí se apoderó repentinamente un furor demoníaco. En
aquel instante dejé de conocerme.
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60. .
Pareció como si, de pronto, mi alma original hubiese abandonado mi cuerpo, y una
ruindad demoníaca, saturada de ginebra, se filtró en cada una de las fibras de mi ser.
Del bolsillo de mi chaleco saqué un cortaplumas, lo abrí, cogí al pobre animal por la
garganta y, deliberadamente, le vacié un ojo... Me cubre el rubor, me abrasa, me
estremezco al escribir esta abominable atrocidad.
Cuando, al amanecer, hube recuperado la razón, cuando se hubieron disipado los
vapores de mi crápula nocturna, experimenté un sentimiento mitad horror, mitad
remordimiento, por el crimen que había cometido. Pero, todo lo más, era un débil y
equívoco sentimiento, y el alma no sufrió sus acometidas. Volví a sumirme en los
excesos, y no tardé en ahogar en el vino todo recuerdo de mi acción.
Curó entre tanto el gato lentamente. La órbita del ojo perdido presentaba, es cierto,
un aspecto espantoso.
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61. .
Pero después, con el tiempo, no pareció que se daba cuenta de ello. Según su
costumbre, iba y venía por la casa; pero, como debí suponerlo, en cuanto veía que
me aproximaba a él, huía aterrorizado. Me quedaba aún lo bastante de mi antiguo
corazón para que me afligiera aquella manifiesta antipatía en una criatura que tanto
me había amado anteriormente. Pero este sentimiento no tardó en ser desalojado
por la irritación. Como para mi caída final e irrevocable, brotó entonces
el espíritu de perversidad, espíritu del que la filosofía no se cuida ni poco ni
mucho.
.
No obstante, tan seguro como que existe mi alma, creo que la perversidad es uno de
los primitivos impulsos del corazón humano, una de esas indivisibles primeras
facultades o sentimientos que dirigen el carácter del hombre... ¿Quién no se ha
sorprendido numerosas veces cometiendo una acción necia o vil, por la única razón
de que sabía que no debía cometerla? ¿No tenemos una constante inclinación, pese
a lo excelente de nuestro juicio, a violar lo que es la ley, simplemente porque
comprendemos que es la Ley? 61
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62. .
Digo que este espíritu de perversidad hubo de producir mi ruina completa. El vivo
e insondable deseo del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia
naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar y
últimamente a llevar a efecto el suplicio que había infligido al inofensivo animal. Una
mañana, a sangre fría, ceñí un nudo corredizo en torno a su cuello y lo ahorqué de la
rama de un árbol. Lo ahorqué con mis ojos llenos de lágrimas, con el corazón
desbordante del más amargo remordimiento. Lo ahorqué porque sabía que él me
había amado, y porque reconocía que no me había dado motivo alguno para
encolerizarme con él. Lo ahorqué porque sabía que al hacerlo cometía un pecado,
un pecado mortal que comprometía a mi alma inmortal, hasta el punto de colocarla,
si esto fuera posible, lejos incluso de la misericordia infinita del muy terrible y
misericordioso Dios.
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63. .
En la noche siguiente al día en que fue cometida una acción tan cruel, me despertó
del sueño el grito de: "¡Fuego!" Ardían las cortinas de mi lecho. La casa era una gran
hoguera. No sin grandes dificultades, mi mujer, un criado y yo logramos escapar del
incendio. La destrucción fue total. Quedé arruinado, y me entregué desde entonces
a la desesperación.
No intento establecer relación alguna entre causa y efecto con respecto a la atrocidad
y el desastre. Estoy por encima de tal debilidad. Pero me limito a dar cuenta de una
cadena de hechos y no quiero omitir el menor eslabón.
Visité las ruinas el día siguiente al del incendio. Excepto una, todas las paredes se
habían derrumbado. Esta sola excepción la constituía un delgado tabique interior,
situado casi en la mitad de la casa, contra el que se apoyaba la cabecera de mi lecho.
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64. .
Allí la fábrica había resistido en gran parte a la acción del fuego, hecho que atribuí a
haber sido renovada recientemente. En torno a aquella pared se congregaba la
multitud, y numerosas personas examinaban una parte del muro con atención viva y
minuciosa. Excitaron mi curiosidad las palabras: "extraño", "singular", y otras
expresiones parecidas. Me acerqué y vi, a modo de un bajorrelieve esculpido sobre
la blanca superficie, la figura de un gigantesco gato. La imagen estaba copiada con
una exactitud realmente maravillosa. Rodeaba el cuello del animal una cuerda.
Apenas hube visto esta aparición—porque yo no podía considerar aquello más que
como una aparición—, mi asombro y mi terror fueron extraordinarios. Por fin vino
en mi amparo la reflexión. Recordaba que el gato había sido ahorcado en un jardín
contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jardín fue invadido inmediatamente por
la muchedumbre, y el animal debió de ser descolgado por alguien del árbol y
arrojado a mi cuarto por una ventana abierta.
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65. .
Indudablemente se hizo esto con el fin de despertarme. El derrumbamiento de las
restantes paredes había comprimido a la víctima de mi crueldad en el yeso
recientemente extendido. La cal del muro, en combinación con las llamas y el
amoníaco del cadáver, produjo la imagen tal como yo la veía.
Aunque prontamente satisfice así a mi razón, ya que no por completo mi conciencia,
no dejó, sin embargo, de grabar en mi imaginación una huella profunda el
sorprendente caso que acabo de dar cuenta. Durante algunos meses no pude
liberarme del fantasma del gato, y en todo este tiempo nació en mi alma una especie
de sentimiento que se parecía, aunque no lo era, al remordimiento. Llegué incluso a
lamentar la pérdida del animal y a buscar en torno mío, en los miserables tugurios
que a la sazón frecuentaba, otro favorito de la misma especie y de facciones
parecidas que pudiera sustituirle.
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66. .
Hallábame sentado una noche, medio aturdido, en un bodegón infame, cuando
atrajo repentinamente mi atención un objeto negro que yacía en lo alto de uno de
los inmensos barriles de ginebra o ron que componían el mobiliario más importante
de la sala. Hacía ya algunos momentos que miraba a lo alto del tonel, y me
sorprendió no haber advertido el objeto colocado encima. Me acerqué a él y lo
toqué. Era un gato negro, enorme, tan corpulento como Plutón, al que se parecía en
todo menos en un pormenor: Plutón no tenía un solo pelo blanco en todo el
cuerpo, pero éste tenía una señal ancha y blanca aunque de forma indefinida, que le
cubría casi toda la región del pecho.
Apenas puse en él mi mano, se levantó repentinamente, ronroneando con fuerza, se
restregó contra mi mano y pareció contento de mi atención. Era pues, el animal que
yo buscaba. Me apresuré a proponer al dueño su adquisición, pero éste no tuvo
interés alguno por el animal. Ni le conocía ni le había visto hasta entonces.
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Continué acariciándole, y cuando me disponía a regresar a mi casa, el animal se
mostró dispuesto a seguirme. Se lo permití, e inclinándome de cuando en cuando,
caminamos hacia mi casa acariciándole. Cuando llego a ella se encontró como si
fuera la suya, y se convirtió rápidamente en el mejor amigo de mi mujer.
Por mi parte, no tardó en formarse en mí una antipatía hacia él. Era, pues,
precisamente, lo contrario de lo que yo había esperado. No sé cómo ni por qué
sucedió esto, pero su evidente ternura me enojaba y casi me fatigaba.
Paulatinamente, estos sentimientos de disgusto y fastidio acrecentaron hasta
convertirse en la amargura del odio. Yo evitaba su presencia. Una especie de
vergüenza, y el recuerdo de mi primera crueldad, me impidieron que lo maltratara.
Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de tratarle con violencia; pero
gradual, insensiblemente, llegué a sentir por él un horror indecible, y a eludir en
silencio, como si huyera de la peste, su odiosa presencia.
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Sin duda, lo que aumentó mi odio por el animal fue el descubrimiento que hice a la
mañana del siguiente día de haberlo llevado a casa. Como Plutón, también él había
sido privado de uno de sus ojos. Sin embargo, esta circunstancia contribuyó a
hacerle más grato a mi mujer, que, como he dicho ya, poseía grandemente la ternura
de sentimientos que fue en otro tiempo mi rasgo característico y el frecuente
manantial de mis placeres más sencillos y puros.
Sin embargo, el cariño que el gato me demostraba parecía crecer en razón directa de
mi odio hacia él. Con una tenacidad imposible de hacer comprender al lector, seguía
constantemente mis pasos. En cuanto me sentaba, acurrucábase bajo mi silla, o
saltaba sobre mis rodillas, cubriéndome con sus caricias espantosas. Si me levantaba
para andar, metíase entre mis piernas y casi me derribaba, o bien, clavando sus largas
y agudas garras en mi ropa, trepaba por ellas hasta mi pecho.
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En esos instantes, aun cuando hubiera querido matarle de un golpe, me lo impedía
en parte el recuerdo de mi primer crimen; pero, sobre todo, me apresuro a
confesarlo, el verdadero terror del animal.
Este terror no era positivamente el de un mal físico, y, no obstante, me sería muy
difícil definirlo de otro modo. Casi me avergüenza confesarlo. Aun en esta celda de
malhechor, casi me avergüenza confesar que el horror y el pánico que me inspiraba
el animal habíanse acrecentado a causa de una de las fantasías más perfectas que es
posible imaginar.
Mi mujer, no pocas veces, había llamado mi atención con respecto al carácter de la
mancha blanca de que he hablado y que constituía la única diferencia perceptible
entre el animal extraño y aquel que había matado yo. Recordará, sin duda, el lector
que esta señal, aunque grande, tuvo primitivamente una forma indefinida.
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Pero lenta, gradualmente, por fases imperceptibles y que mi razón se esforzó
durante largo tiempo en considerar como imaginaria, había concluido adquiriendo
una nitidez rigurosa de contornos.
En ese momento era la imagen de un objeto que me hace temblar nombrarlo. Era,
sobre todo, lo que me hacía mirarle como a un monstruo de horror y repugnancia,
y lo que, si me hubiera atrevido, me hubiese impulsado a librarme de él. Era ahora,
digo, la imagen de una cosa abominable y siniestra: la imagen ¡de la horca! ¡Oh
lúgubre y terrible máquina, máquina de espanto y crimen, de muerte y agonía!
Yo era entonces, en verdad, un miserable, más allá de la miseria posible de la
Humanidad. Una bestia bruta, cuyo hermano fue aniquilado por mí con desprecio,
una bestia bruta engendraba en mí en mí, hombre formado a imagen del Altísimo,
tan grande e intolerable infortunio.
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¡Ay! Ni de día ni de noche conocía yo la paz del descanso. Ni un solo instante,
durante el día, dejábame el animal. Y de noche, a cada momento, cuando salía de
mis sueños lleno de indefinible angustia, era tan sólo para sentir el aliento tibio de la
cosa sobre mi rostro y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que yo no
podía separar de mí y que parecía eternamente posada en mi corazón.
Bajo tales tormentos sucumbió lo poco que había de bueno en mí. Infames
pensamientos convirtiéronse en mis íntimos; los más sombríos, los más infames de
todos los pensamientos. La tristeza de mi humor de costumbre se acrecentó hasta
hacerme aborrecer a todas las cosas y a la Humanidad entera. Mi mujer, sin
embargo, no se quejaba nunca ¡Ay! Era mi paño de lágrimas de siempre. La mas
paciente víctima de las repentinas, frecuentes e indomables expansiones de una furia
a la que ciertamente me abandoné desde entonces.
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Para un quehacer doméstico, me acompañó un día al sótano de un viejo edificio en
el que nos obligara a vivir nuestra pobreza. Por los agudos peldaños de la escalera
me seguía el gato, y, habiéndome hecho tropezar la cabeza, me exasperó hasta la
locura. Apoderándome de un hacha y olvidando en mi furor el espanto pueril que
había detenido hasta entonces mi mano, dirigí un golpe al animal, que hubiera sido
mortal si le hubiera alcanzado como quería. Pero la mano de mi mujer detuvo el
golpe. Una rabia más que diabólica me produjo esta intervención. Liberé mi brazo
del obstáculo que lo detenía y le hundí a ella el hacha en el cráneo. Mi mujer cayó
muerta instantáneamente, sin exhalar siquiera un gemido.
Realizado el horrible asesinato, inmediata y resueltamente procuré esconder el
cuerpo. Me di cuenta de que no podía hacerlo desaparecer de la casa, ni de día ni
de noche, sin correr el riesgo de que se enteraran los vecinos.
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Asaltaron mi mente varios proyectos. Pensé por un instante en fragmentar el cadáver
y arrojar al suelo los pedazos. Resolví después cavar una fosa en el piso de la cueva.
Luego pensé arrojarlo al pozo del jardín. Cambien la idea y decidí embalarlo en un
cajón, como una mercancía, en la forma de costumbre, y encargar a un mandadero
que se lo llevase de casa. Pero, por último, me detuve ante un proyecto que
consideré el mas factible. Me decidí a emparedarlo en el sótano, como se dice que
hacían en la Edad Media los monjes con sus víctimas.
La cueva parecía estar construida a propósito para semejante proyecto. Los muros
no estaban levantados con el cuidado de costumbre y no hacía mucho tiempo había
sido cubierto en toda su extensión por una capa de yeso que no dejó endurecer la
humedad.
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Por otra parte, había un saliente en uno de los muros, producido por una chimenea
artificial o especie de hogar que quedó luego tapado y dispuesto de la misma forma
que el resto del sótano. No dudé que me sería fácil quitar los ladrillos de aquel sitio,
colocar el cadáver y emparedarlo del mismo modo, de forma que ninguna mirada
pudiese descubrir nada sospechoso.
No me engañó mi cálculo. Ayudado por una palanca, separé sin dificultad los
ladrillos, y, habiendo luego aplicado cuidadosamente el cuerpo contra la pared
interior, lo sostuve en esta postura hasta poder establecer sin gran esfuerzo toda la
fábrica a su estado primitivo. Con todas las precauciones imaginables, me preocupé
una argamasa de cal y arena, preparé una capa que no podía distinguirse de la
primitiva y cubrí escrupulosamente con ella el nuevo tabique.
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Cuando terminé, vi que todo había resultado perfecto. La pared no presentaba la
más leve señal de arreglo. Con el mayor cuidado barrí el suelo y recogí los
escombros, miré triunfalmente en torno mío y me dije: "Por lo menos, aquí, mi
trabajo no ha sido infructuoso".
.
Mi primera idea, entonces, fue buscar al animal que fue causante de tan tremenda
desgracia, porque, al fin, había resuelto matarlo. Si en aquel momento hubiera
podido encontrarle, nada hubiese evitado su destino. Pero parecía que el artificioso
animal, ante la violencia de mi cólera, habíase alarmado y procuraba no presentarse
ante mí, desafiando mi mal humor. Imposible describir o imaginar la intensa, la
apacible sensación de alivio que trajo a mi corazón la ausencia de la detestable
criatura. En toda la noche se presentó, y ésta fue la primera que gocé desde su
entrada en la casa, durmiendo tranquila y profundamente.
.
Sí; dormí con el peso de aquel asesinato en mi alma.
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Transcurrieron el segundo y el tercer día. Mi verdugo no vino, sin embargo. Como
un hombre libre, respiré una vez más. En su terror, el monstruo había abandonado
para siempre aquellos lugares. Ya no volvería a verle nunca: Mi dicha era infinita.
Me inquietaba muy poco la criminalidad de mi tenebrosa acción. Inicióse una
especie de sumario que apuró poco las averiguaciones. También se dispuso un
reconocimiento, pero, naturalmente, nada podía descubrirse. Yo daba por asegurada
mi felicidad futura.
Al cuarto día después de haberse cometido el asesinato, se presentó inopinadamente
en mi casa un grupo de agentes de Policía y procedió de nuevo a una rigurosa
investigación del local. Sin embargo, confiado en lo impenetrable del escondite, no
experimenté ninguna turbación.
Los agentes quisieron que les acompañase en sus pesquisas…
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Fue explorado hasta el último rincón. Por tercera o cuarta vez bajaron por último a
la cueva. No me altere lo más mínimo. Como el de un hombre que reposa en la
inocencia, mi corazón latía pacíficamente. Recorrí el sótano de punta a punta, cruce
los brazos sobre mi pecho y me paseé indiferente de un lado a otro. Plenamente
satisfecha, la Policía se disponía a abandonar la casa. Era demasiado intenso el júbilo
de mi corazón para que pudiera reprimirlo. Sentía la viva necesidad de decir una
palabra, una palabra tan sólo a modo de triunfo, y hacer doblemente evidente su
convicción con respecto a mi inocencia.
.
—Señores—dije, por último, cuando los agentes subían la escalera—, es para mí una
gran satisfacción habrá desvanecido sus sospechas. Deseo a todos ustedes una buena
salud y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, señores, tienen ustedes aquí
una casa construida—apenas sabía lo que hablaba, en mi furioso deseo de decir algo
con aire deliberado—. Puedo asegurar que ésta es una casa excelentemente
construida. Estos muros...¿Se van ustedes, señores?
77
El Gato Negro
Edgar Alan Poe (1809 - 1849)
78. .
Estos muros están construidos con una gran solidez.
Entonces, por una fanfarronada frenética, golpeé con fuerza, con un bastón que
tenía en la mano en ese momento, precisamente sobre la pared del tabique tras el
cual yacía la esposa de mi corazón.
¡Ah! Que por lo menos Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio.
Apenas húbose hundido en el silencio el eco de mis golpes, me respondió una voz
desde el fondo de la tumba. Era primero una queja, velada y encontrada como el
sollozo de un niño. Después, en seguida, se hinchó en un prolongado, sonoro y
continuo, completamente anormal e inhumano, un alarido, un aullido, mitad
horror, mitad triunfo, como solamente puede brotar del infierno, horrible armonía
que surgiera al unísono de las gargantas de los condenados en sus torturas y de
los demonios que gozaban en la condenación.
78
El Gato Negro
Edgar Alan Poe (1809 - 1849)
79. .
Sería una locura expresaros mis sentimientos. Me sentí desfallecer y,
tambaleándome, caí contra la pared opuesta. Durante un instante detuviéronse en
los escalones los agentes. El terror los había dejado atónitos. Un momento después,
doce brazos robustos atacaron la pared, que cayó a tierra de un golpe. El cadáver,
muy desfigurado ya y cubierto de sangre coagulada, apareció, rígido, a los ojos de los
circundantes.
Sobre su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y llameando el único ojo, se posaba el
odioso animal cuya astucia me llevó al asesinato y cuya reveladora voz me entregaba
al verdugo. Yo había emparedado al monstruo en la tumba.
Fin
79
El Gato Negro
Edgar Alan Poe (1809 - 1849)
80. En este relato de terror, Edgar Allan Poe vuelve a hurgar
en los brumosos corredores del remordimiento. Claro que,
las formas que Poe imagina sobre el remordimiento son, al
menos en este caso, dudosas. Sin embargo hay algunas
constantes que se repiten: el odio hacia quien no nos ha
hecho ningún mal, y el Ojo, al igual que con el latido de
aquel Corazón Delator, aquí también un Ojo será el móvil
que desencadene el Horror. Sólo Edgar Allan Poe puede
imaginar a un personaje carcomido por el remordimiento al
haber mutilado el ojo de su mascota favorita; y luego hacer
que el mismo canalla descanse plácidamente después de
haber asesinado a su esposa, emparedándola entre los muros
del sótano. Aquí no latirá un corazón en busca de venganza,
sino el débil y quejumbroso maullido de un gato negro.
80
Fuente:
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El Gato Negro
Edgar Alan Poe (1809 - 1849)
81. Nacido el 19 de enero de 1809, en Boston, hijo de Elizabeth y David Poe, actores
de teatro, fue forjando su carácter a través de varios factores importantes que
influyeron en su desarrollo intelectual: la herencia de sus padres tuberculosos
significó, tal vez, la salud debilitada y la poca resistencia al alcohol que padeció
durante su vida, la época que los Estados Unidos atravesaba y los cambios sociales
que le tocaron vivir, la guerra entre el Sur y el Norte, la esclavitud, las leyendas de
horror y misterio que los negros contaban, el hecho de que desde muy pequeño se
quedara huérfano y el saber que vivía de la caridad, los problemas que siempre
tuvo con su protector (John Allan) ,su desarrollo como ciudadano sureño (estado
de Virginia), su estancia en Escocia y Londres. Todos ellos fueron cuestiones
fundamentales que establecieron los cimientos de lo que sería el trabajo de Poe.
Durante su adolescencia ya empezaba a escribir poemas con los que enamoró a
una larga lista de jovencitas, su mayor influencia fue Byron aunque leía todo lo que
estaba a su alcance.
81
El Gato Negro
Edgar Alan Poe (1809 - 1849)
82. Su vida universitaria fue rebelde y libertina, a pesar de que siempre estuvo en jaque
por el poco apoyo económico que recibía por parte de su protector, también en esta
época es cuando el poeta empieza a beber. Lo curioso es que unas cuantas copas
bastaban para desquiciarlo; no tenía gran resistencia. Después de su paso por la
universidad, Poe rompe relaciones con su protector y sale de su hogar hacia Boston;
la miseria y el hambre lo acompañaron y no tuvo más remedio que enrolarse en el
ejercito, situación que duró dos años, por lo que tuvo que volver a recurrir a John
Allan en busca de ayuda, la cual le fue concedida a cambio de que aceptara un cargo
en una Academia Militar, pero a los pocos meses fue despedido por negligencia en
el deber, hecho que marcó el rompimiento definitivo del poeta con su protector
(por esos entonces, recientemente viudo). Con la posterior muerte de John Allan, el
poeta pierde toda esperanza de que su trabajo literario se realizara en condiciones
económicas favorables. Cansado del ultraísmo que él mismo había traído de España,
intenta fundar un nuevo tipo de regionalismo, enraizado en una perspectiva
metafísica de la realidad.
82
El Gato Negro
Edgar Alan Poe (1809 - 1849)
84. “Se salvó de milagro” comentaban los doctores que lo atendieron. Camilo sufrió
un grave accidente automovilístico. Volvió a tener conciencia varios días después.
Lentamente las sensaciones y los sentidos regresaron a él. Lo primero que
escuchó fue la conversación de dos mujeres que hablaban cerca de él; dos
enfermeras.
- ¡Pobre hombre! ¡Bueno! Dentro de todo tuvo suerte; pero cuando se entere que…
- ¡No siguas! - la interrumpió la otra Enfermera - Creo que está despierto.
- - ¿Dónde estoy? - murmuró Camilo - ¿Porqué no veo?
- Está en un Hospital - le contestó una de las enfermeras - Usted sufrió un
accidente.
-No puede ver porqué le aplicaron injertos de piel en la cara; en unos días le sacan
el
vendaje y entonces podrá ver, sus ojos están bien. A primera hora de la mañana
viene el Doctor, él le va a informar más sobre su estado. Ahora trate de
descansar.
84
La mano fantasma
JOSHEP SHERIDAN LE FANU (1814 – 1873)
85. - - Son las ocho de la noche. Ahora trate de descansar.
Escuchó los pasos de las enfermeras alejándose, después que se habría la puerta, y
seguidamente la cerraban con cuidado.
No podía ver ni moverse, y al estar bajo los efectos de calmantes, dormía y se
despertaba a intervalos. En uno de los momentos en que había despertado, sintió
que una mano le aferraba el brazo derecho. Le pareció que era una mano bastante
pequeña; la de una enfermera, supuso.
- ¿Quién está ahí? - preguntó Camilo. Enseguida, sintió como la mano le soltaba.
No le respondieron. Después de unos segundos sintió nuevamente el contacto
de aquellos dedos fríos y pequeños, rozando su brazo derecho; acariciándolo desde
el codo hasta su mano.
85
La mano fantasma
JOSHEP SHERIDAN LE FANU (1814 – 1873)
86. Luego sintió que le rascaban el brazo, como haciéndole cosquillas.
Intentó apartar el brazo pero no podía moverlo, estaba paralizado.
Comenzó a sentir cada vez más terror: no sabía quién estaba a su lado, o qué
estaba a su lado; jugando con su brazo derecho. Finalmente se desvaneció. Volvió
en si al escuchar la voz de un hombre que intentaba despertarlo.
- ¡Camilo! Bien, veo que ya despertó. Soy el Doctor González. Bien, eh…le
quería informar que, debido a sus lesiones…
- ¿Quién estaba aquí? - le preguntó Camilo - Había alguien, me agarraba el brazo
derecho.
- Usted estuvo solo, aquí no había nadie, las enfermeras no se quedan en las
habitaciones.
86
La mano fantasma
JOSHEP SHERIDAN LE FANU (1814 – 1873)
87. Usted debió sonarlo, nadie le tomó el brazo…
- ¡Le digo que aquí había alguien! Estaba jugando con mi brazo derecho.
- Camilo; eso es imposible: Le amputamos todo el brazo derecho el mismo día
del accidente.
Fin
87
La mano fantasma
JOSHEP SHERIDAN LE FANU (1814 – 1873)
88. Joseph Thomas Sheridan Le Fanu fue
un escritor irlandés de cuentos y novelasde misterio. Sus
historias de fantasmas representan uno de los primeros
ejemplos del género de horror en su forma moderna, en la
cual, como en su relato Schalken el pintor, no siempre
triunfa la virtud ni se ofrece una explicación sencilla de los
fenómenos sobrenaturales. Las intrigas de Le Fanu, de gran
intensidad, están perfectamente construidas. Su especialidad
consistía en la recreación de «atmósferas» y «efectos» más
que en el mero susto, con frecuencia dentro de un formato
de misterio. La lectura de novelas comoCarmilla sobre una
mujer vampiro, de trama muy efectiva, influyó
poderosamente en Bram Stoker para su Drácula.
88
Fuente:
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La mano fantasma
JOSHEP SHERIDAN LE FANU (1814 – 1873)
89. Novelista y periodista irlandés. Nació en Dublín, en el seno de una familia de
ascendencia hugonote, entre cuyos miembros figuraba el dramaturgo Richard
Brinsley Sheridan. Le Fanu fue educado por su padre, un sacerdote, y por diversos
tutores privados, y completó su formación en el Trinity College de Dublín.
Comenzó entonces a colaborar con la revista de la Universidad de Dublín y en
1837 pasó a formar parte de su plantilla de trabajadores fijos, para convertirse más
tarde en su editor y propietario. Le Fanu transformó una publicación estudiantil en
una revista de importancia europea. En 1839 fue aceptado para ejercer la abogacía,
pero prefirió dedicarse al periodismo y el negocio de los medios de comunicación.
Compró The Warden, el Evening Packet y el Dublin Evening Mail, fusionando las
tres publicaciones en Evening Mail. Tras la muerte de su esposa, en 1858, se retiró
de la sociedad y se convirtió en el "Príncipe invisible". A partir de ese momento
empezó a escribir novelas y relatos de misterio e intriga que se inscriben en la
tradición gótica.
89
La mano fantasma
JOSHEP SHERIDAN LE FANU (1814 – 1873)
90. Entre sus novelas destacan La casa junto al camposanto (1863) y Tío
Silas (1864), la apasionante historia de una muchacha amenazada por su siniestro
guardián. En 1872 publicó cinco relatos bajo el título de En un espejo a oscuras. Si
bien su fama se resintió con el paso del tiempo, su figura ha renacido recientemente
con la aparición de nuevas ediciones y adaptaciones escénicas de su obra,
mereciendo así el reconocimiento por su aportación a los géneros del relato de
terror y el thriller psicológico. Su influencia es notoria en la obra de otro escritor
irlandés, Bram Stoker, cuya famosa novela Drácula está en deuda con un relato de
Le Fanu.
90
La mano fantasma
JOSHEP SHERIDAN LE FANU (1814 – 1873)
91. 6
EL ALMA Y LA
SOMBRA
De
CHARLES DICKENS
(1812 – 1870)
92. El hombre caminaba sin rumbo bajo una llovizna pertinaz y totalmente ajeno al
universo que lo rodeaba. La oscuridad era total, sólo de vez en cuando algún
relámpago iluminaba los charcos y marcaba el contorno de los árboles que se
mecían al ritmo quejoso del viento.
Entonces la noche pareció llenarse de espectros y quién sabe de qué ocultos
fantasmas. A lo lejos titilaba una estrellita de luz, luego otra, después otra más y
poco a poco se fueron uniendo entre sí como un rosario luminoso en la oscuridad
infinita de la noche.
Era una ciudad que se asomaba lentamente, expectante, con curiosidad. La
lluvia caía de forma displicente, vacía, sin ganas. La línea de luces se estiraba cada
vez más, anunciando la cercanía del pueblo que parecía envuelto en un abrigo de
nubes cada vez más negras.
92
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
93. Caminaba como un autómata, se sentía desconcertado, no percibía nada de su
cuerpo, ni frío ni calor, ni siquiera sentía el viento ni el suelo embarrado bajo sus
pies, era como si levitara hacia ninguna parte. Cuando por fin llegó al primer foco
de luz pudo ver su propio cuerpo. Al hacerlo se estremeció, estaba descalzo,
llevaba puesta una túnica blanca y larga hecha jirones y totalmente embarrada. Era
inútil, cuanto más se observaba menos se reconocía.
¡¡Por Dios!! - murmuró, -¿quien soy?, ¿donde estoy? tal vez perdí la memoria o
sufrí un accidente...
Cuando llegó a un centro poblado de luces vio acercarse a dos mujeres
con paraguas que conversaban animosamente. Se acercó a ellas y les preguntó que
lugar era éste pero no le contestaron, ni siquiera lo miraron prosiguiendo su
camino.
93
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
94. Pensó que tal vez se habían asustado por su presencia sucia y harapienta. Intentó
hacer lo mismo con un señor que venía de frente pero también lo ignoró.
Desorientado se acercó a un escaparate de exhibición de ropas e intentó mirarse
en un que había entre dos maniquíes desnudos, pero... ¡no se reflejaba!, aunque sí
lo hacía todo el entorno de la calle...¡pero él no!
.
Se detuvo un instante tratando de comprender su situación pero le pesaba la
cabeza y no podía clarificar sus pensamientos. Aterrado comenzó a... ¿correr?,
¿volar?, ¿levitar? ...nunca supo cuan lejos ni cuanto tiempo lo hizo, aunque no
sentía cansancio. Finalmente se detuvo en una plaza, se sentó en un banco solitario
debajo de un farol, debía tranquilizarse, tenía que pensar, razonar sobre lo que le
estaba sucediendo o se volvería loco, ¡si es que ya no lo estaba! Entonces se llenó
de preguntas sin respuestas: quien soy, de donde vengo, soy un espíritu o tal vez
como dicen algunos espiritistas, un alma que dejó su cuerpo terrenal pero que aún
no se enteró y vaga resistiéndose a morir definitivamente.
94
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
95. Mientras piensa, baja la vista y mira sus harapos y alrededor de su cuerpo. Recién
entonces se da cuenta de que no da sombra, el banco y los otros objetos de
alrededor sí, ¡pero él no! Se acercó más a la luz y comenzó a girar y mover los
brazos como aspas, pero nada, ni una sola sombra, parece que la luz del farol lo
traspasa ignorando su cuerpo empapado. Estuvo un tiempo perplejo con la mente
en blanco, tal vez para escapar de su situación. Lo vuelve a la realidad la lluvia que
arrecia nuevamente. Por el brillo espejado de la calle desierta ve aproximarse a
gran velocidad una mancha negra, aunque no alcanza todavía a definir su forma.
De pronto se detiene y recién parece reparar en él. Lo estudia un momento como
tratando de reconocerlo, luego comienza a acercarse, por un momento el terror lo
paraliza al comprender que es su propia sombra que lo está buscando, entonces
solo atina a escapar pero es demasiado tarde, la mancha se le tira encima, lo
envuelve como un manto negro y ruedan en un abrazo interminable entre cuerpo y
alma, materia y espíritu, luces y sombras...
95
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
96. Al otro día, el único diario del pueblo, destaca en primera página la noticia
que....“anoche, tirado en la plaza encontraron el cuerpo de un PAI embanca que
murió y fue enterrado hace ya mas de dos meses en el cementerio local. La policía
encontró su tumba abierta y lo que mas llamó la atención de lo investigadores es
que el cadáver a pesar del tiempo que estuvo enterrado aún no estaba en estado de
descomposición...”
Fin
96
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
97. Charles Dickens (1812-1870) es más conocido por
sus novelas de clásicos como Oliver Twist, David
Copperfield e Historia de dos ciudades que por sus
historias de fantasmas. La más famosa de éstas es, por
supuesto, Cuento de Navidad (1843), sobre el viejo y
miserable Ebenezer Scrooge, quien se volverá
finalmente más benévolo, gracias a la visita de tres
fantasmas en Nochebuena. A diferencia de su más
obras largas, las historias de fantasmas de Dickens, a
menudo escritas con bastante rapidez - más limitado
en su estilo, poseen menos detalles dramáticos—. Se
publicaron con frecuencia sus historias de fantasmas
en los hogares.
97
Fuente:
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EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
98. Dickens siempre consideró sus historias de fantasmas como narraciones adecuadas
para el período de Navidad. Todos sabemos que un gran éxito - e inolvidable – fue
A Christmas Carol. Su otra historia de fantasmas más destacada fue "El hombre
perseguido que negocia con El Fantasma" (1848), es una fascinante pieza. En este
cuento, un fantasma concede el don de olvidar todos los agravios del pasado, y los
afectados a encontrar su pérdida de memoria les hace inhumano, sin límites a los
demás y sin capacidad de perdonar. Dickens siempre estaba dispuesto a animar a
otros escritores a producir cuentos de lo sobrenatural para la temporada de
navidad. Habitual de Dickens era la historia de fantasmas desprovista de todo
humor y cualquier gran concentración en el razonamiento moral, eran escritos para
la época navideña de 1865 y 1866 . En "El juicio por asesinato", el espíritu de un
hombre asesinado se aparece a uno de los miembros del jurado para asegurarse de
que el asesino sea castigado.
98
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
99. En "El hombre de la señal“ un trabajador ferroviario en una estación desolada
sigue viendo una advertencia fantasma de lo de los accidentes mortales que están a
punto de ocurrir en la línea. Dickens había tenido siempre una gran fascinación
por lo sobrenatural, a pesar de que tenía cierto escepticismo. Algunos de sus
cuentos en realidad ridiculizan lo paranormal. Por ejemplo, en "El Abogado y el
fantasma", una historia que corre a través de The Pickwick Papers (1836-1837), a
un fantasma se le pregunta por qué persiste en aparecerse en un lugar que lo
deprime cuando puede ir a otro más cómodo, con mejor clima . Y en "La Casa
Embrujada" (1859), un hombre que recibe mensajes de los espíritus se envía
homilías mal escritos. Y en "golpes“ bien probados, las visitas increíbles se
remontan a las resacas y la acidez estomacal. Sin embargo, a pesar de este toque de
cinismo, Dickens afirmó haber visto a su madre muerta y amada hermana, María,
en una visión una noche y que era algo más que un sueño.
99
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
100. También escribió acerca de otra aparición, la de su padre (que por entonces aún
vivía) de pie junto a la cama, por la mañana temprano. Cuando acercó su mano
para tocar el hombro de su padre, la aparición se desvaneció. Dickens publicó sus
"Cuatro historias de fantasmas" en 1861, y uno de ellos era la historia de un artista
que pintaba el retrato de una niña muerta después de haber visto su fantasma.
Dickens recibió una carta de un pintor que afirmó que el incidente le había
ocurrido en realidad a él. Entonces el escritor publicó la propia historia del
hombre en el siguiente número de su revista. En las cartas que Dickens escribió
posteriormente a sus conocidos, dejaba claro que él creía que la historia del pintor
era cierta. En "El viajero no comercial" (1860), Dickens escribió que las historias
espeluznantes relacionadas con él en la infancia, y asimismo por su niñera, habían
tenido un efecto duradero en él. Algunos críticos han reconocido una relación
directa entre la obra posterior de Dickens y las historias contadas por la enfermera.
100
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
101. El propio Dickens afirmó también que estos cuentos “adquirían un aire de
autenticación que afectada a sus facultades digestivas.”
A pesar de las reservas de Dickens acerca de la existencia real de los fantasmas, no
hay duda de que a la hora de contar una historia real, el fantasma bueno -
especialmente las centradas en torno a un ambiente navideño de nieve - eran sin
duda magníficas, sabía cómo entretener y asustar a sus lectores.
Sí, Dickens fue un famoso novelista inglés y uno de los más conocidos de la
literatura universal, que supo manejar con maestría el género narrativo, el humor,
el sentimiento trágico de la vida, la ironía, con una aguda y álgida crítica social así
como las descripciones de gentes y lugares, tanto reales como imaginarios. Pasó su
infancia en Londres y en Kent, lugares descriptos frecuentemente en sus obras.
Abandonó la escuela y se vio obligado a trabajar desde muy pequeño, al ser
encarcelado su padre por deudas.
101
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
102. La mayor parte de su formación la hizo como autodidacta, y su novela "David
Copperfield" (1850) es en parte autobiográfica y trasunta sus sentimientos al
respecto. A partir de 1827 comenzó a prepararse para trabajar como reportero, en
una publicación de un tío, The Mirror of Parliament, y para el periódico Liberal
The Morning Chronicle. Aprendió taquigrafía y, poco a poco, consiguió ganarse la
vida con lo que escribía; empezó redactando crónicas de tribunales para acceder,
más tarde, a un puesto de periodista parlamentario y, finalmente, bajo el
seudónimo de Boz, publicó una serie de artículos inspirados en la vida cotidiana
de Londres (Esbozos por Boz). La publicación por entregas de prácticamente
todas sus novelas creó una relación especial con su público, sobre el cual llegó a
ejercer una importante influencia, y en sus novelas se pronunció de manera más o
menos directa sobre los asuntos de su tiempo. Su vida familiar fue azarosa, con
varios fracasos matrimoniales y muchos hijos. Murió el 9 de junio de 1870 y sus
restos fueron sepultados en la abadía de Westminster.
102
EL ALMA Y LA SOMBRA
CHARLES DICKENS (1812 – 1870)
104. Me cuesta mucho hablar sobre esta historia porque se me ponen los pelos de
punta. Es una historia real como la vida misma y desde entonces yo no rechazo
ningún suceso paranormal. Esta experiencia me hizo ver que realmente existe algo
sobrenatural en nuestro mundo.
Mientras que en EEUU se celebra halloween, aquí en España se celebra la
noche de los Santos. En esta noche tan especial es tradición para muchos acercarse
al cementerio para poner flores a los seres difuntos.
Yo me encontraba con mi hermana y nuestros amigos y decidimos
acercarnos hasta el cementerio para ver el panorama. Resultó que en el cementerio
no había nadie ya que las personas solían ir a las ocho y ya eran pasadas las diez.
Nos adentramos y entre tanto gato merodeando y el simple hecho de que
estaba en un cementerio, me empezó a entrar el pánico y le pedí a mi hermana
que saliéramos fuera, y eso fue lo que hicimos.
104
La Noche de Difuntos
Edgar Allan Poe (1809 - 1849)
105. Una vez fuera mis amigos se sentaron en el muro salvo una amiga y yo que nos
quedamos de frente mirando hacia dentro del cementerio. Mientras mis amigos
hablaban, yo con el pánico todavía en el cuerpo, no dejaba de mirar para adentro
aterrorizada (cuando esto ocurrió tenía yo 13 años).
De repente, en un segundo nada más, vi algo espeluznante y a la vez ilógico: la
silueta de una mujer anciana de cintura para arriba flotando, detrás le seguía unas
piernas también flotando, luego un brazo con un carro de la compra y por último,
el segundo brazo llevando a un perro con una correa. Todo esto como una especie
de masa de humo blanco. Me puse a gritar no se si del susto o del terror y mi
amiga chilló también. Yo pensé que ella había visto lo mismo que yo, pero no, ella
solo chilló del susto.
105
La Noche de Difuntos
Edgar Allan Poe (1809 - 1849)
106. Les conté a mis amigos lo que había visto y me calmaron diciéndome que habría
sido una alucinación simplemente porque tenia miedo. Fuera lo que fuera pedí
que nos fuéramos de allí. Según nos marchábamos, nos encontramos allí mismo
sentados en una ermita a dos chicos que iban con mi hermana a clase. Me vieron
que estaba inquieta y nerviosa y me preguntaron que a ver que me pasaba. Nada
más decirles : es que he visto... me interrumpieron para decirme: ¿has visto esto y
esto? y me dijeron exactamente lo mismo que yo había visto. Todos nosotros nos
quedamos boquiabiertos sin saber que decir. Nos contaron que en otra ocasión
ellos también lo vieron y que no habíamos sido los únicos. Esto ya no se si será
cierto o no, pero nos dijeron que había una leyenda que decía que una mujer en su
casa se fue a hacer una tortilla y cuando tenía la sartén en el fuego se dio cuenta de
que no tenia huevos, así que cogió el carro para aprovechar a comprar más cosas y
salió de casa con su perro sin acordarse de quitar la sartén del fuego.
106
La Noche de Difuntos
Edgar Allan Poe (1809 - 1849)
107. Cuando volvía para su casa vio por la ventana que todo estaba ardiendo y corrió
con la mala suerte de que la cogió un camión y la separara por la mitad en dos
partes. Nos fuimos de allí pitando. Escalofriante.
Cada vez que paso por al lado del cementerio me acuerdo y procuro no mirar
hacia el interior. Desde entonces mis amigos y yo no hemos vuelto a hablar del
tema ya que era evidente que lo que yo había visto era tan real como cierto.
Fin
107
La Noche de Difuntos
Edgar Allan Poe (1809 - 1849)
109. Glosario
Ensayista: persona que hace o escribe varios ensayos.
Exposición: dar a conocer sobre un tema a un auditorio o público.
Promoción: es la manera de exponer algún producto u objeto.
Concentración: poner mucha atención a algo.
Examinar: hacer una revisión cautelosa.
Hipnotizado: producir la hipnosis (a algún hombre o animal).
Publico: personas o auditorio.
Político: persona dedicada a la política de gobierno.
Juramento: decir algo que prometes y cumplir con ello por siempre.
Pasado: acción que ya se ha realizado
Cinematográfico: Arte e industria de hacer películas por medio del cinematógrafo
Cosecha: Conjunto de productos de la recolección
Crítica: Arte de juzgar y evaluar las cosas
Primitivas: De los orígenes o primeros tiempos de alguna cosa
110. Glosario
Metáfora Figura consistente en usar una palabra o frase por otra, estableciendo entre ellas
un símil no expresado
Bruja: Persona que practica la brujería
Neblina: Niebla espesa y baja.
Humanidad: Conjunto formado por todos los seres humanos
Escandinavo: De Escandinavia o relativo a esta región del norte de Europa.
Paciente: de una oración pasiva.
Invariable: Que no cambia o no puede cambiar.
Exhausto: Se aplica a la persona o animal que están agotados o muy cansados, débiles o
sin fuerzas.
Desfallecer: Perder las fuerzas||Abatirse, perder el ánimo||Desmayarse.
Absoluto: Que excluye toda relación o comparación||Ilimitado, sin restricción||
Completo, total.
Indescriptible: Que es tan grande e impresionante que no se puede describir.
111. Glosario
Copiosamente: Nutridamente, abundantemente, cuantiosamente, numerosamente.
Estremecer: Conmover, hacer temblar algo o a alguien||Causar sobresalto o temor algo
extraordinario o imprevisto.
Resoplar: Echar ruidosamente el aire por la boca o la nariz.
Exaltado: Que se exalta o excita con facilidad, extremo en su actos y opiniones.
Artefacto: Artificio, máquina, aparato||Cualquier tipo de carga explosiva.
Desgarrador: Que provoca sufrimiento y horror.
Desolado: Despoblado, sin vida|| Triste, afligido, desconsolado.
Lúgubre: Triste, funesto, melancólico, tétrico.
Despojar: Privar a uno de lo que tiene, en general violentamente||Quitar los adornos y
accesorios de algo||Desposeerse voluntariamente de una cosa.
Estrellado: Que tiene forma de estrella||Que tiene muchas estrellas.
Ebrio: Que tiene sus capacidades físicas o mentales mermadas por causa de un excesivo
consumo de bebidas alcohólicas.
Estruendoso: Ruidoso, que causa estruendo.
112. Glosario
Contundente: Evidente o tan convincente que no admite discusión||Que produce
contusión.
Adyacente: Contiguo, situado en las inmediaciones o proximidades de otra cosa.
Macabro: Relacionado con la muerte y con las sensaciones de horror y rechazo que esta
suele provocar.
Verdugo: Persona que ejecuta las penas de muerte u otros castigos corporales||Gorro de
lana que cubre la cabeza y el cuello, dejando descubiertos los ojos, la nariz y la boca ||
Moldura convexa de perfil semicircular||Persona muy cruel.
Vislumbra: ver un objeto confusamente por la distancia
Analfabeto: que no sabe leer ni escribir
Analfabetismo: falta de instrucción elemental en un país
Trascendental: de mucha importancia o gravedad
Transitorios: pasajero o de manera temporal
Raer: raspar un instrumento una superficie cortante
Fisiológico: de la fisiología o relativo a ella
113. Glosario
Inerte: falta de vida o movilidad inútil
Fonógrafo: aparato que registra y reproduce vibraciones
Grafía: signo o conjunto de signos con que se representa una palabra
Sectores: parte de una clase o de una colectividad
Conceptos: es la definición de alguna frase
Hábitos: acciones que hemos realizado diariamente
Aspiraciones: son pensamientos que en un futuro se realizarán
Implacable: severo o situación inflexible.
Ensayista: persona que hace o escribe varios ensayos.
Exposición: dar a conocer sobre un tema a un auditorio o público.
Promoción: es la manera de exponer algún producto u objeto.
Concentración: poner mucha atención a algo.
Examinar: hacer una revisión cautelosa.
Hipnotizado: producir la hipnosis (a algún hombre o animal).
114. Glosario
Publico: personas o auditorio.
Político: persona dedicada a la política de gobierno.
Juramento: decir algo que prometes y cumplir con ello por siempre.
Pasado: acción que ya se ha realizado
Rechazo: Retroceso de un cuerpo en su curso o movimiento debido a la resistencia
ejercida por otro
Paranormal: Se aplica al fenómeno que no tiene explicación científica por no ajustarse a
as leyes de la naturaleza
Experiencia: Conocimiento de algo o habilidad para ello que se adquiere al haberlo
realizado, sentido o vivido una o más veces
Difuntos: Se aplica a la persona que ha muerto
Merodeando: Apartarse algunos soldados del cuerpo en que marchan, en busca de lo que
puedan coger o robar
Pánico: Miedo o temor intenso, especialmente el que sobrecoge a una colectividad ante
un peligro
Espeluznante: Que causa terror o miedo muy intenso
116. Ficha Bibliográfica
Cuento: El descendiente
Autor: H. P. Lovecraft
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Fecha de consulta: 9 de abril de 2013
Ficha Bibliográfica
Cuento: El funeral de John Mortonson
Autor: Ambrose Bierce
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Fecha de consulta: 9 de abril de 2013
Ficha Bibliográfica
Cuento: El gato negro
Autor: Edgar Allan Poe
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Fecha de consulta: 9 de abril de 2013
Ficha Bibliográfica
Cuento: Una noche terrible
Autor: Anton Chejov
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Fecha de consulta: 9 de abril de 2013
117. Ficha Bibliográfica
Cuento: La mano fantasma
Autor: Joseph Sheridan Le Fanu
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Fecha de consulta: 9 de abril de 2013
Ficha Bibliográfica
Cuento: El alma y la sombra
Autor: Charles Dickens
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Fecha de consulta: 9 de abril de 2013
Ficha Bibliográfica
Cuento: La noche de difuntos
Autor: Edgar Allan Poe
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Fecha de consulta: 9 de abril de 2013