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Tenía 7 años cuando mi hermana Charo y mi
cuñado Maxi me llevaron al Parque de la
Taconera, alquilaron una bicicleta “de chica”
y me enseñaron a no caerme de ella.
Desde ese momento no hice otra cosa que
dar la tabarra a mis padres, así que un buen
día me compraron la bicicleta más bonita
que he visto en mi vida. Era una máquina
roja, marca Orbea, y tenía una redecilla de
colores en el guardabarros trasero para
evitar que las faldas rozaran con los radios
de la rueda.
A partir de entonces, en lugar de piernas sólo
tuve pedales para andar por Pamplona.
Corría como un desesperado por las calles
del barrio -que pronto se me hizo pequeño-,
descubriendo que mi pueblo iba más allá de
la calle Mayor. Me apuntaba a hacer todo
tipo de recados y, cuando mi madre dejó de
apiadarse de mí, tuve que aprender otra
cosa: subir la bici hasta el tercer piso de mi
casa.
La fui transformando en una bicicleta “de
carreras”: le quité la redecilla, desapareció
el guardabarros delantero y después el
trasero. Luego fue el farol. También le
cambié el sillín por otro más viejo de cuero
marrón… ya tenía un bólido sin perifollos que
no servían para correr más.
A los 9 años participé con ella en una carrera
del colegio y, como no podía ser de otra
manera, gané.
Me dieron una navaja y una moneda de 5
“duros”. Las 25 pesetas se las quedó la
Consuelo, mi madre, y la navaja se perdió
durante un día de campo en la Playa de
Oricáin.
Años después, cuando ya la usaba mi
sobrino Joaquín, se la robaron. Todavía hoy
sigo mirando las bicicletas Orbea por si
encuentro la mía.
En las fiestas del colegio de Santa María
Real programaron una carrera ciclista y
pensé que en lugar de correrla con mi
Orbea, podía pedir a Maxi que me dejara la
suya que estaba olvidada en el desván de mi
casa en la calle Mayor. Me dijo que sí. Se
trataba de una bicicleta con la que mi cuñado
había participado en carreras en su época de
aficionado al principio de la década de los
50. Tenía un solo plato de 48 dientes y 4 ó 5
coronas.
No perdí el tiempo. En Ciclos Noain le
dieron un repaso y sin saber para qué
servían los cambios, me fui para la línea de
salida. Estaba como un flan, acudí a mi
hermana Charo y para animarme me dio una
receta que, según ella, tomaba Maxi antes
de cada carrera: un azucarillo impregnado en
coñac. Salimos un montón de chavales para
dar 12 giros a un circuito urbano por los
alrededores del colegio.
En cada vuelta quedaban eliminados dos
corredores. Yo, por si acaso, me escapé en
la primera junto con un compañero de clase,
Enrique Sanz, y al llegar a meta me ganó.
Estoy seguro de que esprinté con el piñón
grande, ¡es que nadie me enseñaba nada!
¡Ah! Me dieron un trofeo y un sobre con 100
pesetas. Esta bicicleta la considero mía,
porque Maxi nunca me prohibió andar con
ella y hasta un día la vendí a mi primo Juan
Carlos por 500 pesetas.
Tenía catorce años y mi padre apareció en
casa con una bicicleta “de carreras” que
había comprado para mí en Tafalla a un
ciclista aficionado. Tenía dos platos y unas
pocas coronas, con un sillín de cuero negro
con pintas de tiburón. Las manetas de los
cambios estaban situadas en la parte
superior de la barra inclinada y, un poco más
abajo, llevaba un portabotellín con un cierre
de muelle. El color marrón no era lo más
agraciado que tenía, pero en eso me he
fijado ahora. Si no recuerdo mal, no tenía
marca.
Hubo un momento en el que el ciclismo fue
tomado en serio por mi cuadrilla de amigos y
Antonio y yo mandábamos en el pelotón. Sin
embargo, las tentaciones eran muchas y la
bicicleta fue dejando paso a otros deportes y
actividades propias de la edad.
Con esta bicicleta mi cuñado Maxi dio las
vueltas que cuento en el capítulo siguiente.
En el pueblo de Echauri se le rompió la
horquilla delantera y decidió que era hora de
comprarse una nueva. No tengo noticias de
su paradero; las últimas me decían que
estuvo en el trastero de mi sobrino Joaquín.
Allá por el año 1976, mi cuñado Maxi cambió
de trabajo y tenía los fines de semana fiesta.
Los viernes por la tarde dábamos una vuelta
en bicicleta y, como nos gustó, ampliamos la
actividad a los domingos. Maxi circulaba con
la Anónima y yo lo hacía con otra que Martín,
primo de mi mujer, Mª Carmen, había
guardado en nuestro trastero. Nos
enteramos de que había un club en
Pamplona (Unión Ciclista Navarra – U.C.N.)
que programaba salidas en bicicleta todos
los domingos y que a esa actividad la
llamaban cicloturismo.
En una fiesta de cumpleaños coincidí con
Angel Mari Goñi, amigo de la agasajada y,
entre bocadillos, pastelillos y tarta, hablamos
de nuestra afición al ciclismo; ambos
teníamos la idea de acudir a U.C.N. para
hacernos cicloturistas. En el año 1977, sin
haber vuelto a hablar desde el cumpleaños
de Ana Mari, nos encontramos en las
escaleras del club dispuestos a hacernos
socios. Él se había comprado una bicicleta
de la casa Zeus en Ciclos Larequi que
“estaba muy bien”. ¿Para qué iba a buscar
más si, además, no entendía del asunto?
Dicho y hecho, me enteré de donde estaba
Ciclos Larequi y… bicicleta amarilla, marca
Zeus para el chico de 28 años.
Esto ya era otra cosa, ¿qué puedo contar?
Mi nueva bicicleta era una maravilla. Era
nueva, reluciente, color amarillo con las
puntas cromadas, dos platos para
profesionales (53/44), seis coronas (13/22) y
ruedas de aluminio para tubular. El grupo
Zeus era una preciosidad: los platos y las
manetas de los frenos estaban taladrados
para eliminar peso.
Las bielas también eran huecas, una
apuesta segura para que se rompieran. Por
entonces las palancas de los cambios se
llevaban en la barra inclinada, aunque algún
adelantado a la época comenzara a llevarlas
en las terminaciones del manillar. Las
fundas de los frenos iban por encima de los
“cuernos”, haciendo dos arcos al más puro
estilo ciclista antiguo. El repuesto del tubular
no se llevaba alrededor del pecho. Eso
pertenece a otra época anterior.
Yo lo doblaba lo mejor que podía y, envuelto
en unas hojas de periódico, lo ataba con una
correa de cuero a la parte inferior del sillín.
El mundillo ciclista era muy activo y
continuamente andaba modificando mi
maravillosa bicicleta, dejándola aún más
maravillosa. Cambio de ruedas: fuera las de
tubular -que son problemáticas con los
pinchazos- y bienvenidas sean las de
cubierta. No tienen la finura de las otras en
el rodar por la carretera pero las averías son
muy fáciles de reparar. Por cierto, ¿has visto
la nueva bicicleta de aluminio Alan?
¿Alan? Hasta entonces solamente había un
Alan en mi vida y se apellidaba Ladd. ¿Sería
el mismo? ¡No! Esta era una bicicleta con un
diseño innovador y fabricada totalmente en
aluminio. Las ganicas se apoderaron de mí
y comenzaron su labor de minarme el
cerebro: “Creo que la bici amarilla me está
un poco pequeña”; “Mi cuñado José Luis
quiere comprármela”; “El caso es que el
precio está muy bien…” ¡Eureka! Todo
cuadra. Me fui al pequeño club de Gerardo
Maquírriain y le encargué una de la talla 55.
¡Oye! Bonita, con el grupo Campagnolo.
Esta bicicleta fue testigo y protagonista de
dos hechos que marcaron su destino.
Cuando Miguel Marín acudía a la cita
semanal del club en la Plaza de la Virgen de
la O, tuvo un accidente con una furgoneta.
Miguel murió el domingo siguiente.
Precisamente ese mismo día yo circulaba
con un grupo de compañeros por la Barranca
y nos caímos. Emilio Calvo se fue al suelo
delante de mí y la rueda delantera de mi
bicicleta chocó contra su pecho.
Seguramente le habría roto alguna costilla
pero no lo puedo asegurar; hay que tener en
cuenta que Emilio, además de tener la piel
de cuero, es de hierro. Pues bien, la bici
Alan se resintió de la caída y se rompió. El
amigo Maquírriain se enteró de todo aquello
y me llamó a casa. Ahora no me acuerdo si
la arregló o me cambió el cuadro.
He dicho que esta bicicleta fue testigo y
protagonista de dos hechos, así que todavía
falta el segundo. Seguro que no adivinan
qué le ocurrió, ¿no?
¡La vendí! Sí, la vendí sin el menor de los
remordimientos a mi cuñado Roberto.
Un verano acordamos nuestras vacaciones
en Covarrubias y el primer día, bajando una
cuesta después de Mecerreyes, camino de
Cuevas, Roberto se cayó en una curva
contra unas rocas. Se acabaron nuestras
vacaciones y muchas de sus ganas de andar
en bicicleta. Ahora está colgada en el
desván de la casa de Covarrubias, llena de
polvo y con alguna cosa rota. Si no fuera
porque no tengo sitio, la recuperaba y la
dejaba digna de una exposición.
El otro día fui a visitarla y la encontré muy
flaquita. El diseño innovador de cuando era
joven se había quedado anticuado. Ya no se
llevan sus líneas delgadas. Ahora lo que se
estila son las gordas. Sí, como lo oyen.
Lógicamente no me podía quedar sin
bicicleta, y como en Pamplona circulaban
unas que me llamaban la atención, encargué
a Javier González una máquina a medida
marca Xabigo. Yo no la quería con el diseño
de la barra del sillín al pedalier partida, pero
sí que fuera algo más corta de lo normal.
Las características que recuerdo de esta
bicicleta son que era bastante pesada.
Llevaba los cables, tanto del freno trasero
como del cambio de platos, por el interior del
cuadro, lo que resultaba un pequeño
problema a la hora de cambiar sirgas y
demás.
Me encapriché de tener una bicicleta en
color negro y con las letras XABIGO en
amarillo. Según me dijo Javier, compró la
pintura necesaria solamente para mi bicicleta
pero, a la semana siguiente, Carlos
Amatriain tenía su bicicleta pintada
exactamente igual a la mía. Esto debió de
quedar grabado negativamente en algún
lugar de mi mente porque, al poco tiempo,
decidí pintarla de color azul metalizado.
Creo recordar que, con la colaboración de
Roberto Tejada, la vendí a un vecino del
barrio de Iturrama y que éste sufrió un serio
accidente automovilístico al poco tiempo de
adquirirla, quedándose tetrapléjico.
Repasando los comentarios que acabo de
escribir, tengo la sensación de que no
guardo un buen recuerdo de esta bicicleta.
Pero escarbando en mi memoria, es todo lo
contrario porque me acoplaba muy bien a su
estructura. Además, por primera vez desde
que comencé a andar con bicicletas “de
carrera”, no llevaba las fundas de los frenos
por encima del manillar –tal y como cuento
en la página 3-, dejando de tener esa
apariencia de corredor en blanco y negro.
Con esta bicicleta siempre aprovechaba para
poner al pelotón en “fila de a uno” en la
carretera de Urroz a Campanas, justo antes
del cruce de Monreal. El firme estaba
destrozado y la bici lo aguantaba muy bien.
Argente, al llegar a ese punto, me
preguntaba “si iba a atacar en la París-
Roubaix”.
¿Pasamos a otra cosa?
En la década de los 80 llegó a Pamplona,
desde Venezuela, Honorato Albero. Abrió
una tienda de bicicletas en el Barrio de San
Juan, perdón, inauguró la Boutique del
Ciclista. Por entonces mi hijo Adrián andaba
en bici bastante bien y, más que otra cosa,
por cabezonería mía, quería comprarle una a
medida. De la primera conversación que
tuve con Honorato no guardo un buen
recuerdo. Me pareció un sabihondo con la
única idea de venderme una bicicleta a toda
costa, dejando de lado que le viniera bien o
mal
a Adrián; aunque siempre con la perspectiva
de que, en un futuro, se podría modificar y
adaptarla al chaval. Me puse un poco terco
y debió de entender que algo sabía del
asunto, cambiando el tono y mensaje de su
discurso.
Ya andaba en trámites para la venta de mi
bicicleta Xabigo y decidí comprar en la
boutique una nueva máquina de la marca
Vitus. Como la antigua Alan, también era de
aluminio y, en algunos aspectos, la
recordaba. El día que la estrené, U.C.N.
tenía programada una marcha cicloturista a
Puente la Reina. En la cuesta de Ciriza
tenía la sensación de que iba montado en
una pluma. Este repecho, que no hay
persona a la que no se le atragante, lo subí
como si yo fuera un gran campeón -efecto
placebo-. En esa época tenía una pareja de
amigos con los que salía casi a diario, eran
mi sobrino Josemi y Carlos Argente. En
Puente hicimos la guerra por nuestra cuenta
y decidimos regresar a Pamplona por
Campanas, desviándonos por Urroz.
A la altura de Otano nos descargó una
tormenta que, como todas las tormentas, era
la “perfecta”.
Allí estuvimos un buen rato y, por si alguien
no se ha dado cuenta, bautizando a mi Vitus
en el día del estreno.
Josemi se compró otra bicicleta exactamente
igual a la mía, bueno exacta no porque
siempre nos dejaba atrás y no creo que mi
sobrino fuera mucho mejor que nosotros, así
que tengo que sospechar que su bicicleta
tenía truco.
Fue una época en la que los tres andábamos
de una manera muy presentable y que se
terminó cuando Josemi se cayó en Beruete,
rompiéndose una cadera. Más tarde decidió
dedicarse al atletismo recorriendo todos los
pueblos de Navarra disputando la mayoría
de las carreras populares que se
organizaban. Al tiempo también dejó esta
actividad pues, como me contaba en las
celebraciones familiares, cada vez que tenía
que ponerse un traje con corbata, se
encontraba en el espejo con un señor que se
parecía mucho a Abel Antón.
No señor, no, esta bicicleta no ha sido
vendida. La tengo todavía pero
transformada en una fixie. Después de
tenerla medio olvidada durante muchos
años, el amigo Ignacio Uriz me metió en la
cabeza una de esas ideas que solamente
entendemos los que amamos este deporte y,
con unos ligeros retoques, ha quedado
convertida en una bicicleta de ciudad. Es
plateada y elegante, con su manillar plano y
cierto aire distinguido que le da el recuerdo
de quien, hace veintitantos años, subía la
cuesta de Ciriza como si fuera una pluma.
A finales de los 80 aparecieron las primeras
noticias sobre unas bicicletas que llamaban
de montaña (MTB, BTT). Fui a Ciclos Goñi
preguntando sobre el asunto y no tenían ni
idea de lo que hablaba. Me respondieron
que vendían motorettas pero MTB…
Con Fermín Larequi siempre he tenido una
buena relación aunque, dejando de lado
alguna compra que otra, no he vuelto a ser
un cliente asiduo desde la adquisición de la
bicicleta Zeus. Un día de esos que lo
dedicas a oler a taller, Fermín me enseñó
una bicicleta muy extraña de la marca
Peugeot y me invitó a que diera una vuelta
por el barrio de Orvina. Me pareció muy
rara. Era la primera bicicleta de montaña
que veía en mi vida.
Al tiempo, Honorato preparó una excursión
por el Monte Aralar en bicicleta de montaña.
Recuerdo que fuimos en furgoneta hasta el
santuario por la pista de cemento. En el
grupo, entre otros, estaba el difunto Mateo al
que no le gustó mucho la experiencia. A mí,
en cambio, me pareció interesante. La
marcha consistió en circular por prados de
hierba abundante, muy verde -“Green, green
grass of Saint Michael…”- y, desde las
antenas de Aralar, bajar por una senda hasta
el alto de Madoz. Después comimos en la
Venta de Muguiro. Bueno, al grano,
enseguida Carlos Argente y yo encargamos
sendas bicicletas. A mí me tocó la Fosforito
y a Carlos una de color rojo. Aquellas
máquinas no tenían nada que ver con las
bicicletas actuales. Básicamente eran unos
cuadros a los que se les incorporaba unos
cambios con unos desarrollos muy cortos y
que, con ruedas muy gordas de tacos,
servían para ir al monte con una bicicleta a la
espalda. Carlos tenía una especial
inclinación a meterse por todos los zarzales
de los alrededores de Pamplona. Nos sirvió
para, sin dejar de lado la bicicleta de
carretera, huir de los automóviles que a mí
ya me habían dado unos cuantos disgustos y
andaba con mucha precaución por el asfalto.
Aquellos “tanques” rápidamente dejaron su
sitio a unos bólidos modernos de color gris
con una bandera norteamericana en un
rincón del cuadro y que, según ponía en otro,
estaba hecho de composite. Carlos y yo
decidimos actualizar nuestra cuadra ciclista y
nos hicimos con sendas bicicletas de
composite. Eran una verdadera maravilla -
esto me suena-. Enseguida cambié las
cubiertas de tacos por otras lisas y aquello
servía tanto para volar por la carretera como
para subir en menos que canta un gallo a la
cima de la Higa de Monreal. Lo malo fue
que, al poco tiempo, se rajó el cuadro.
Honorato, en menos que cantó otro gallo, me
lo cambió por otro igual y, como era igual, se
volvió a romper como el anterior. Honorato
debió de pensar que no era cuestión de ir
cambiando de cuadro cada semana por lo
que, definitivamente, me facilitó otro de
acero cromado. Resultó una bicicleta muy
cómoda y que a mi hija Verónica le
encantaba.
Tengo la impresión de que le ocurría lo
mismo que a mí con mi antigua Orbea:
descubrió que Pamplona se extendía más
allá de su casa y se daba unas vueltas que
hacen que comprenda a mi padre cuando un
día me vio en Noain y por poco me…
Este capítulo lo voy a cerrar contando que
una tarde fui a Ciclos Larequi y quedé
encaprichado de una bicicleta “de chica” muy
similar a mi Orbea, era de la marca Bianchi y
de color negro. A Verónica le gustaba para ir
a la Universidad y poco más. Luego cuento
cual fue su destino.
En el año 1998, los responsables del banco
en el que trabajaba pensaron, sin mucho
acierto, que yo era la persona adecuada
para nombrarme director de la sucursal del
barrio de Iturrama. Justo a 50 metros de
distancia de mi nueva oficina había un
establecimiento de bicicletas con un letrero
en el que ponía “Ciclos Martín”. El dueño,
Teo, era cliente nuestro y, como no tenía
mucha relación comercial con el banco,
decidí hacerle una visita que resultó muy
fructífera… para él, porque le compré una
bicicleta blanca con letras rojas de la marca
Rossin. Tenía un diseño muy fino ya que las
soldaduras en el aluminio del cuadro no se
apreciaban a la vista. Esta cuestión resultó
un inconveniente al poco de comprarla, pues
el cuadro se rompió. Se desplazaron desde
la fábrica de Italia unos señores muy
interesados en el hecho y me propusieron
facilitarme un nuevo cuadro con soldaduras
más recias y a la vista o compensarme
económicamente. Me decidí por la primera
opción. El tiempo me ha dado la razón pues
todavía ando con esta bici, si bien la tengo
como reserva o segunda opción para los
días de lluvia.
Los elementos con los que vestí a la
máquina no fueron todos nuevos. Alguno de
ellos los heredó de la Vitus y la tija del sillín
me la regaló mi amigo Juanjo. En
contraposición, sus primitivas ruedas Hellium
fueron sustituidas por otras Eurus. Creo
recordar que con esta bicicleta empezó la
costumbre de cambiar -o simplemente dar-
entre nuestra grupetta las piezas y
elementos nuevos o los que ya no utilizamos
y están en perfecto estado.
Es normal que la bicicleta de uno u otro
compañero lleve unos pedales, unos ejes,
una tija, unas cubiertas, un sillín, etcétera
que han sido anteriormente de alguno de
nosotros. Con los años que tiene, sigue
siendo muy presumida y, como le gustan
mucho las revistas de moda, ha pasado dos
veces por el taller de pintura para que no se
le noten las marcas del tiempo. Como he
dicho un poco más arriba, esta bicicleta la
compré en Ciclos Martín, en Lucy para que
nos vayamos entendiendo. Pues bien, en
cuanto se enteró el Sr. Albero dejó de
hablarme como si de una novia despechada
se tratara. Parece ser que cuando eres
cliente de una casa, lo eres para toda la vida
y no vale que hayas comprado varias
bicicletas, ropa deportiva, repuestos y haber
ido a tomar cervezas con el dueño del
negocio. Una traición no se perdona y se
castiga con la indiferencia. ¡Qué le vamos a
hacer, Honorato! Perdona, no te… volveré a
comprar, nunca, nada más.
Tengo que explicar el destino de la bicicleta
de acero cromado y de “la bici de chica”
negra Bianchi, como he escrito en la página
9: Ambas me las compró Enrique Guerrero,
cliente del banco de Iturrama. Al buen
hombre le gustaron y se las llevó para el
chalet que tenía en Cizur y así poder hacer
ejercicio tanto él como su esposa.
Es fácil imaginar que me encontraba sin
bicicleta de monte y con dinero en el bolsillo
por lo que la solución al problema fue muy
sencilla: Tenía que comprarme una bici de
MTB.
Acudí a mi nueva tienda, la de Lucy, y, a la
vista de los catálogos y los consejos de mi
mentora, decidí que mi nueva montura sería
una bicicleta marca GT, de color azul claro y
negro; algo parecido a los maillots que el
equipo profesional de ciclismo Leopard lleva
en la actualidad. No tengo ninguna queja de
ella, era muy bonita y fiable, pero el tiempo y
la modernidad jugaron en su contra ya que
no tenía frenos de disco. Esto fue su
perdición. Propuse a Lucy la compra de otra
bicicleta GT, modelo Zaskar, con frenos de
disco, dando la anterior a cambio y
desembolsando la diferencia, cuestión que
aceptó Lucy a la primera. Según me
comentó, necesitaba una bici de sustitución
para facilitar a los clientes que se quedaban
sin montura por algún motivo. En más de
una ocasión la he visto circular por la
carretera, es inconfundible.
La nueva GT Zaskar también sigue conmigo,
me ha acompañado durante estos años tanto
por carretera como por caminos. Con ella he
ido varias veces a Santiago de Compostela,
Canal de Castilla, Travesía Madrid-Burgos...
y nunca me ha dejado tirado en el campo por
culpa de cualquier avería.
Dejemos las pistas de tierra y volvamos al
asfalto. A principios de los años 2000 el
carbono se estaba imponiendo y los nuevos
cuadros se fabricaban con este material a
costa de los de acero y aluminio. Una tarde
de 2004 fui con Juanjo a Oyarzun y, en una
tienda que ya no existe, vi una bicicleta Look,
modelo 585, que, para mi gusto, sobresalía
de todas las demás. Hasta cierto punto tenía
una fisonomía clásica, con un ligerísimo
slooping -inclinación de la barra horizontal
que va de la dirección a la tija del sillín- y el
el barniz dejaba transparentar el color
típicamente negro del carbono. La suerte
estaba echada, después de darle vueltas a la
cabeza, decidí encargar a Lucy el cuadro
que tanto me gustó y vestirlo “a la carta”:
Componentes Shimano salvo el “movimiento
central”, de la marca FSA con platos de
50/34 dientes. Me costó mucho tiempo
adaptarme a unos platos tan pequeños
porque, quitando aquella primera bicicleta de
mi cuñado Maxi, todas las demás habían
llevado un plato grande de 53 dientes y el
pequeño había oscilado entre: 39 en la
Rossin, 42 en la Vitus, Xabigo y Alan, llevándose el
récord la Zeus que calzaba un 44. Las otras, lo
siento, no me acuerdo, hace tanto tiempo…
Como digo, por culpa de la adaptación a los
nuevos tiempos, la bicicleta Rossin blanca se
resistió a quedarse colgada del techo y plantó seria
oposición a su nueva compañera de trastero, la
Look negra. El resultado del combate ha sido
vencedora “a los puntos” la bici Look.
Voy a dejar de lado a la Negra y más adelante la
retomaré para contar como se encuentra
actualmente.
Fue sin darme cuenta, poco a poco dejé de
frecuentar a Ciclos Martín y empecé a visitar
la tienda de Pedalier. Estaba cerca de mi
casa, en la calle Gayarre, y las bicicletas de
montaña que exponía en el escaparate
estaban varios escalones por encima de lo
que veía en otros establecimientos de
Pamplona. Llevé la GT Zaskar varias veces
a repararla; mientras, el gusanillo del gusto
por tener algo de lo que allí veía se me fue
metiendo en la cabeza.
A finales de 2009, en mi visita anual al
Servicio de Dermatología del Hospital de
Navarra, el Dr. Yanguas detectó un lunar que
no le gustó y decidió operarme para
analizarlo. Resultó benigno. ¡Qué alegría!
Tenía que darme un premio por semejante
noticia. Mikel, de Pedalier, me dijo que en la
fábrica de Cannondale había disponible para
el 24 de febrero de 2010 una bici del modelo
Scalpel 3 y yo me jubilaba en el banco el día
1 de marzo. Si os dais cuenta todo coincide
para bien, las noticias y las fechas. Me la
compré, en realidad ya le había echado el
ojo en una tienda de bicicletas en Sevilla al
iniciar La Ruta de la Plata y me deslumbró.
Durante todo este tiempo, mi Cannondale-
Scalpel 3 ha sido la bicicleta más rara -no
tiene más que un brazo en su horquilla
delantera- y amable que he tenido en mi
vida. Bueno, en durísima pugna con mi
primera bici, la Orbea.
Como se puede entender por la lectura de
estos últimos párrafos, la relación con
Pedalier-Mikel ha sido fluida y la MTB ha
dado pie para que las bicicletas de carretera
también las atienda en su taller. Las dos de
asfalto que tengo activas las he ido
actualizando. En especial, la Look ha sufrido
un cambio espectacular: he sustituído el
grupo -ahora lleva el modelo Sram-Red- y
está calzada con un par de ruedas de
carbono marca Zipp -modelo 303 en la
delantera y 404 en la trasera-. Todos los
elementos que han sobrado los ha heredado
la Rossin. No se ha quejado, está contenta.
Estoy llegando al final de la narración de
todas las bicicletas que he tenido en mi vida,
ya sólo falta contar qué es lo que ha ocurrido
hace unas semanas. No voy a entrar en
muchos detalles. Por una serie de
circunstancias personales, Juanjo me
propuso un cambio de bicicletas: él se queda
con mi Scalpel y yo recibo su Flash.
Digamos que tienen un cierto parecido,
puesto que ambas son cannondales y las
dos tienen suspensión delantera lefty. La
diferencia está en la parte trasera: la Scalpel
tiene suspensión doble y la Flash es rígida.
Una es de aluminio y la otra de carbono.
Esto es todo. Lo que empezó con una idea
de contar las bicicletas que he tenido en mi
vida, ha dado como resultado unos cuantos
folios adornados con una pocas anécdotas
de lo que sucedió alrededor de cada una de
ellas. El ciclismo es un deporte muy dado a
contar “batallitas”. Espero que haya sabido
resistir esta tentación y que os guste.
Un abrazo a todos los que leáis estas
páginas.
Para terminar, quiero relacionar una serie de
ciclistas que, por algún motivo, han quedado
grabados en mi mente. No están
necesariamente por orden cronológico
aunque, a grandes rasgos, lo intentaré:
Máximo Garde
José Miguel Chasco
Carlos Echeverría
Vicente Iturat
Guillermo Timoner
Miguel Poblet
Antón Barrutia
Jacinto y José Urrestarazu
Luis Otaño
José Antonio Musitu
Antonio Beltrán
Salvador Botella
Franz De Mulder
Fernando Manzaneque
Rudy Altig
Tom Simpson
José Pérez Francés
Federico M. Bahamontes
Julio Jiménez
Angelino Soler
François Mahé
Jan Janssen
Jacques Anquetil
Joseph Groussard
Van der Vleuten
Francesco Moser
Luis Ocaña
José Manuel Fuente
Miguel Acha
Giuseppe Saronni
Adri Van der Poel
Pedro Delgado
Miguel Induráin
Frank Vandenbroucke
Franco Ballerini
Johan Musseeuw
Paolo Bettini
Alejandro Valverde
Alberto Contador
Joaquín Rodríguez
Fabian Cancellara
Mi vida en bicicleta: recuerdos de pedales y aventuras

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Mi vida en bicicleta: recuerdos de pedales y aventuras

  • 1.
  • 2.
  • 3. Tenía 7 años cuando mi hermana Charo y mi cuñado Maxi me llevaron al Parque de la Taconera, alquilaron una bicicleta “de chica” y me enseñaron a no caerme de ella. Desde ese momento no hice otra cosa que dar la tabarra a mis padres, así que un buen día me compraron la bicicleta más bonita que he visto en mi vida. Era una máquina roja, marca Orbea, y tenía una redecilla de colores en el guardabarros trasero para evitar que las faldas rozaran con los radios de la rueda.
  • 4. A partir de entonces, en lugar de piernas sólo tuve pedales para andar por Pamplona. Corría como un desesperado por las calles del barrio -que pronto se me hizo pequeño-, descubriendo que mi pueblo iba más allá de la calle Mayor. Me apuntaba a hacer todo tipo de recados y, cuando mi madre dejó de apiadarse de mí, tuve que aprender otra cosa: subir la bici hasta el tercer piso de mi casa. La fui transformando en una bicicleta “de carreras”: le quité la redecilla, desapareció
  • 5. el guardabarros delantero y después el trasero. Luego fue el farol. También le cambié el sillín por otro más viejo de cuero marrón… ya tenía un bólido sin perifollos que no servían para correr más. A los 9 años participé con ella en una carrera del colegio y, como no podía ser de otra manera, gané. Me dieron una navaja y una moneda de 5 “duros”. Las 25 pesetas se las quedó la Consuelo, mi madre, y la navaja se perdió
  • 6. durante un día de campo en la Playa de Oricáin. Años después, cuando ya la usaba mi sobrino Joaquín, se la robaron. Todavía hoy sigo mirando las bicicletas Orbea por si encuentro la mía.
  • 7.
  • 8. En las fiestas del colegio de Santa María Real programaron una carrera ciclista y pensé que en lugar de correrla con mi Orbea, podía pedir a Maxi que me dejara la suya que estaba olvidada en el desván de mi casa en la calle Mayor. Me dijo que sí. Se trataba de una bicicleta con la que mi cuñado había participado en carreras en su época de aficionado al principio de la década de los 50. Tenía un solo plato de 48 dientes y 4 ó 5 coronas. No perdí el tiempo. En Ciclos Noain le dieron un repaso y sin saber para qué
  • 9. servían los cambios, me fui para la línea de salida. Estaba como un flan, acudí a mi hermana Charo y para animarme me dio una receta que, según ella, tomaba Maxi antes de cada carrera: un azucarillo impregnado en coñac. Salimos un montón de chavales para dar 12 giros a un circuito urbano por los alrededores del colegio. En cada vuelta quedaban eliminados dos corredores. Yo, por si acaso, me escapé en la primera junto con un compañero de clase, Enrique Sanz, y al llegar a meta me ganó.
  • 10. Estoy seguro de que esprinté con el piñón grande, ¡es que nadie me enseñaba nada! ¡Ah! Me dieron un trofeo y un sobre con 100 pesetas. Esta bicicleta la considero mía, porque Maxi nunca me prohibió andar con ella y hasta un día la vendí a mi primo Juan Carlos por 500 pesetas.
  • 11.
  • 12. Tenía catorce años y mi padre apareció en casa con una bicicleta “de carreras” que había comprado para mí en Tafalla a un ciclista aficionado. Tenía dos platos y unas pocas coronas, con un sillín de cuero negro con pintas de tiburón. Las manetas de los cambios estaban situadas en la parte superior de la barra inclinada y, un poco más abajo, llevaba un portabotellín con un cierre de muelle. El color marrón no era lo más agraciado que tenía, pero en eso me he fijado ahora. Si no recuerdo mal, no tenía marca.
  • 13. Hubo un momento en el que el ciclismo fue tomado en serio por mi cuadrilla de amigos y Antonio y yo mandábamos en el pelotón. Sin embargo, las tentaciones eran muchas y la bicicleta fue dejando paso a otros deportes y actividades propias de la edad. Con esta bicicleta mi cuñado Maxi dio las vueltas que cuento en el capítulo siguiente. En el pueblo de Echauri se le rompió la horquilla delantera y decidió que era hora de comprarse una nueva. No tengo noticias de su paradero; las últimas me decían que estuvo en el trastero de mi sobrino Joaquín.
  • 14.
  • 15. Allá por el año 1976, mi cuñado Maxi cambió de trabajo y tenía los fines de semana fiesta. Los viernes por la tarde dábamos una vuelta en bicicleta y, como nos gustó, ampliamos la actividad a los domingos. Maxi circulaba con la Anónima y yo lo hacía con otra que Martín, primo de mi mujer, Mª Carmen, había guardado en nuestro trastero. Nos enteramos de que había un club en Pamplona (Unión Ciclista Navarra – U.C.N.) que programaba salidas en bicicleta todos los domingos y que a esa actividad la llamaban cicloturismo.
  • 16. En una fiesta de cumpleaños coincidí con Angel Mari Goñi, amigo de la agasajada y, entre bocadillos, pastelillos y tarta, hablamos de nuestra afición al ciclismo; ambos teníamos la idea de acudir a U.C.N. para hacernos cicloturistas. En el año 1977, sin haber vuelto a hablar desde el cumpleaños de Ana Mari, nos encontramos en las escaleras del club dispuestos a hacernos socios. Él se había comprado una bicicleta de la casa Zeus en Ciclos Larequi que “estaba muy bien”. ¿Para qué iba a buscar más si, además, no entendía del asunto?
  • 17. Dicho y hecho, me enteré de donde estaba Ciclos Larequi y… bicicleta amarilla, marca Zeus para el chico de 28 años. Esto ya era otra cosa, ¿qué puedo contar? Mi nueva bicicleta era una maravilla. Era nueva, reluciente, color amarillo con las puntas cromadas, dos platos para profesionales (53/44), seis coronas (13/22) y ruedas de aluminio para tubular. El grupo Zeus era una preciosidad: los platos y las manetas de los frenos estaban taladrados para eliminar peso.
  • 18. Las bielas también eran huecas, una apuesta segura para que se rompieran. Por entonces las palancas de los cambios se llevaban en la barra inclinada, aunque algún adelantado a la época comenzara a llevarlas en las terminaciones del manillar. Las fundas de los frenos iban por encima de los “cuernos”, haciendo dos arcos al más puro estilo ciclista antiguo. El repuesto del tubular no se llevaba alrededor del pecho. Eso pertenece a otra época anterior.
  • 19. Yo lo doblaba lo mejor que podía y, envuelto en unas hojas de periódico, lo ataba con una correa de cuero a la parte inferior del sillín. El mundillo ciclista era muy activo y continuamente andaba modificando mi maravillosa bicicleta, dejándola aún más maravillosa. Cambio de ruedas: fuera las de tubular -que son problemáticas con los pinchazos- y bienvenidas sean las de cubierta. No tienen la finura de las otras en el rodar por la carretera pero las averías son muy fáciles de reparar. Por cierto, ¿has visto la nueva bicicleta de aluminio Alan?
  • 20.
  • 21. ¿Alan? Hasta entonces solamente había un Alan en mi vida y se apellidaba Ladd. ¿Sería el mismo? ¡No! Esta era una bicicleta con un diseño innovador y fabricada totalmente en aluminio. Las ganicas se apoderaron de mí y comenzaron su labor de minarme el cerebro: “Creo que la bici amarilla me está un poco pequeña”; “Mi cuñado José Luis quiere comprármela”; “El caso es que el precio está muy bien…” ¡Eureka! Todo cuadra. Me fui al pequeño club de Gerardo Maquírriain y le encargué una de la talla 55. ¡Oye! Bonita, con el grupo Campagnolo.
  • 22. Esta bicicleta fue testigo y protagonista de dos hechos que marcaron su destino. Cuando Miguel Marín acudía a la cita semanal del club en la Plaza de la Virgen de la O, tuvo un accidente con una furgoneta. Miguel murió el domingo siguiente. Precisamente ese mismo día yo circulaba con un grupo de compañeros por la Barranca y nos caímos. Emilio Calvo se fue al suelo delante de mí y la rueda delantera de mi bicicleta chocó contra su pecho.
  • 23. Seguramente le habría roto alguna costilla pero no lo puedo asegurar; hay que tener en cuenta que Emilio, además de tener la piel de cuero, es de hierro. Pues bien, la bici Alan se resintió de la caída y se rompió. El amigo Maquírriain se enteró de todo aquello y me llamó a casa. Ahora no me acuerdo si la arregló o me cambió el cuadro. He dicho que esta bicicleta fue testigo y protagonista de dos hechos, así que todavía falta el segundo. Seguro que no adivinan qué le ocurrió, ¿no?
  • 24. ¡La vendí! Sí, la vendí sin el menor de los remordimientos a mi cuñado Roberto. Un verano acordamos nuestras vacaciones en Covarrubias y el primer día, bajando una cuesta después de Mecerreyes, camino de Cuevas, Roberto se cayó en una curva contra unas rocas. Se acabaron nuestras vacaciones y muchas de sus ganas de andar en bicicleta. Ahora está colgada en el desván de la casa de Covarrubias, llena de polvo y con alguna cosa rota. Si no fuera porque no tengo sitio, la recuperaba y la dejaba digna de una exposición.
  • 25. El otro día fui a visitarla y la encontré muy flaquita. El diseño innovador de cuando era joven se había quedado anticuado. Ya no se llevan sus líneas delgadas. Ahora lo que se estila son las gordas. Sí, como lo oyen.
  • 26.
  • 27. Lógicamente no me podía quedar sin bicicleta, y como en Pamplona circulaban unas que me llamaban la atención, encargué a Javier González una máquina a medida marca Xabigo. Yo no la quería con el diseño de la barra del sillín al pedalier partida, pero sí que fuera algo más corta de lo normal. Las características que recuerdo de esta bicicleta son que era bastante pesada. Llevaba los cables, tanto del freno trasero como del cambio de platos, por el interior del cuadro, lo que resultaba un pequeño problema a la hora de cambiar sirgas y
  • 28. demás. Me encapriché de tener una bicicleta en color negro y con las letras XABIGO en amarillo. Según me dijo Javier, compró la pintura necesaria solamente para mi bicicleta pero, a la semana siguiente, Carlos Amatriain tenía su bicicleta pintada exactamente igual a la mía. Esto debió de quedar grabado negativamente en algún lugar de mi mente porque, al poco tiempo, decidí pintarla de color azul metalizado. Creo recordar que, con la colaboración de
  • 29. Roberto Tejada, la vendí a un vecino del barrio de Iturrama y que éste sufrió un serio accidente automovilístico al poco tiempo de adquirirla, quedándose tetrapléjico. Repasando los comentarios que acabo de escribir, tengo la sensación de que no guardo un buen recuerdo de esta bicicleta. Pero escarbando en mi memoria, es todo lo contrario porque me acoplaba muy bien a su estructura. Además, por primera vez desde que comencé a andar con bicicletas “de carrera”, no llevaba las fundas de los frenos por encima del manillar –tal y como cuento
  • 30. en la página 3-, dejando de tener esa apariencia de corredor en blanco y negro. Con esta bicicleta siempre aprovechaba para poner al pelotón en “fila de a uno” en la carretera de Urroz a Campanas, justo antes del cruce de Monreal. El firme estaba destrozado y la bici lo aguantaba muy bien. Argente, al llegar a ese punto, me preguntaba “si iba a atacar en la París- Roubaix”. ¿Pasamos a otra cosa?
  • 31.
  • 32. En la década de los 80 llegó a Pamplona, desde Venezuela, Honorato Albero. Abrió una tienda de bicicletas en el Barrio de San Juan, perdón, inauguró la Boutique del Ciclista. Por entonces mi hijo Adrián andaba en bici bastante bien y, más que otra cosa, por cabezonería mía, quería comprarle una a medida. De la primera conversación que tuve con Honorato no guardo un buen recuerdo. Me pareció un sabihondo con la única idea de venderme una bicicleta a toda costa, dejando de lado que le viniera bien o mal
  • 33. a Adrián; aunque siempre con la perspectiva de que, en un futuro, se podría modificar y adaptarla al chaval. Me puse un poco terco y debió de entender que algo sabía del asunto, cambiando el tono y mensaje de su discurso. Ya andaba en trámites para la venta de mi bicicleta Xabigo y decidí comprar en la boutique una nueva máquina de la marca Vitus. Como la antigua Alan, también era de aluminio y, en algunos aspectos, la recordaba. El día que la estrené, U.C.N.
  • 34. tenía programada una marcha cicloturista a Puente la Reina. En la cuesta de Ciriza tenía la sensación de que iba montado en una pluma. Este repecho, que no hay persona a la que no se le atragante, lo subí como si yo fuera un gran campeón -efecto placebo-. En esa época tenía una pareja de amigos con los que salía casi a diario, eran mi sobrino Josemi y Carlos Argente. En Puente hicimos la guerra por nuestra cuenta y decidimos regresar a Pamplona por Campanas, desviándonos por Urroz.
  • 35. A la altura de Otano nos descargó una tormenta que, como todas las tormentas, era la “perfecta”. Allí estuvimos un buen rato y, por si alguien no se ha dado cuenta, bautizando a mi Vitus en el día del estreno. Josemi se compró otra bicicleta exactamente igual a la mía, bueno exacta no porque siempre nos dejaba atrás y no creo que mi sobrino fuera mucho mejor que nosotros, así que tengo que sospechar que su bicicleta tenía truco.
  • 36. Fue una época en la que los tres andábamos de una manera muy presentable y que se terminó cuando Josemi se cayó en Beruete, rompiéndose una cadera. Más tarde decidió dedicarse al atletismo recorriendo todos los pueblos de Navarra disputando la mayoría de las carreras populares que se organizaban. Al tiempo también dejó esta actividad pues, como me contaba en las celebraciones familiares, cada vez que tenía que ponerse un traje con corbata, se encontraba en el espejo con un señor que se parecía mucho a Abel Antón.
  • 37. No señor, no, esta bicicleta no ha sido vendida. La tengo todavía pero transformada en una fixie. Después de tenerla medio olvidada durante muchos años, el amigo Ignacio Uriz me metió en la cabeza una de esas ideas que solamente entendemos los que amamos este deporte y, con unos ligeros retoques, ha quedado convertida en una bicicleta de ciudad. Es plateada y elegante, con su manillar plano y cierto aire distinguido que le da el recuerdo de quien, hace veintitantos años, subía la cuesta de Ciriza como si fuera una pluma.
  • 38.
  • 39. A finales de los 80 aparecieron las primeras noticias sobre unas bicicletas que llamaban de montaña (MTB, BTT). Fui a Ciclos Goñi preguntando sobre el asunto y no tenían ni idea de lo que hablaba. Me respondieron que vendían motorettas pero MTB… Con Fermín Larequi siempre he tenido una buena relación aunque, dejando de lado alguna compra que otra, no he vuelto a ser un cliente asiduo desde la adquisición de la bicicleta Zeus. Un día de esos que lo dedicas a oler a taller, Fermín me enseñó una bicicleta muy extraña de la marca
  • 40. Peugeot y me invitó a que diera una vuelta por el barrio de Orvina. Me pareció muy rara. Era la primera bicicleta de montaña que veía en mi vida. Al tiempo, Honorato preparó una excursión por el Monte Aralar en bicicleta de montaña. Recuerdo que fuimos en furgoneta hasta el santuario por la pista de cemento. En el grupo, entre otros, estaba el difunto Mateo al que no le gustó mucho la experiencia. A mí, en cambio, me pareció interesante. La marcha consistió en circular por prados de
  • 41. hierba abundante, muy verde -“Green, green grass of Saint Michael…”- y, desde las antenas de Aralar, bajar por una senda hasta el alto de Madoz. Después comimos en la Venta de Muguiro. Bueno, al grano, enseguida Carlos Argente y yo encargamos sendas bicicletas. A mí me tocó la Fosforito y a Carlos una de color rojo. Aquellas máquinas no tenían nada que ver con las bicicletas actuales. Básicamente eran unos cuadros a los que se les incorporaba unos cambios con unos desarrollos muy cortos y
  • 42. que, con ruedas muy gordas de tacos, servían para ir al monte con una bicicleta a la espalda. Carlos tenía una especial inclinación a meterse por todos los zarzales de los alrededores de Pamplona. Nos sirvió para, sin dejar de lado la bicicleta de carretera, huir de los automóviles que a mí ya me habían dado unos cuantos disgustos y andaba con mucha precaución por el asfalto.
  • 43.
  • 44. Aquellos “tanques” rápidamente dejaron su sitio a unos bólidos modernos de color gris con una bandera norteamericana en un rincón del cuadro y que, según ponía en otro, estaba hecho de composite. Carlos y yo decidimos actualizar nuestra cuadra ciclista y nos hicimos con sendas bicicletas de composite. Eran una verdadera maravilla - esto me suena-. Enseguida cambié las cubiertas de tacos por otras lisas y aquello servía tanto para volar por la carretera como para subir en menos que canta un gallo a la
  • 45. cima de la Higa de Monreal. Lo malo fue que, al poco tiempo, se rajó el cuadro. Honorato, en menos que cantó otro gallo, me lo cambió por otro igual y, como era igual, se volvió a romper como el anterior. Honorato debió de pensar que no era cuestión de ir cambiando de cuadro cada semana por lo que, definitivamente, me facilitó otro de acero cromado. Resultó una bicicleta muy cómoda y que a mi hija Verónica le encantaba. Tengo la impresión de que le ocurría lo mismo que a mí con mi antigua Orbea:
  • 46. descubrió que Pamplona se extendía más allá de su casa y se daba unas vueltas que hacen que comprenda a mi padre cuando un día me vio en Noain y por poco me… Este capítulo lo voy a cerrar contando que una tarde fui a Ciclos Larequi y quedé encaprichado de una bicicleta “de chica” muy similar a mi Orbea, era de la marca Bianchi y de color negro. A Verónica le gustaba para ir a la Universidad y poco más. Luego cuento cual fue su destino.
  • 47.
  • 48. En el año 1998, los responsables del banco en el que trabajaba pensaron, sin mucho acierto, que yo era la persona adecuada para nombrarme director de la sucursal del barrio de Iturrama. Justo a 50 metros de distancia de mi nueva oficina había un establecimiento de bicicletas con un letrero en el que ponía “Ciclos Martín”. El dueño, Teo, era cliente nuestro y, como no tenía mucha relación comercial con el banco, decidí hacerle una visita que resultó muy fructífera… para él, porque le compré una bicicleta blanca con letras rojas de la marca
  • 49. Rossin. Tenía un diseño muy fino ya que las soldaduras en el aluminio del cuadro no se apreciaban a la vista. Esta cuestión resultó un inconveniente al poco de comprarla, pues el cuadro se rompió. Se desplazaron desde la fábrica de Italia unos señores muy interesados en el hecho y me propusieron facilitarme un nuevo cuadro con soldaduras más recias y a la vista o compensarme económicamente. Me decidí por la primera opción. El tiempo me ha dado la razón pues todavía ando con esta bici, si bien la tengo
  • 50. como reserva o segunda opción para los días de lluvia. Los elementos con los que vestí a la máquina no fueron todos nuevos. Alguno de ellos los heredó de la Vitus y la tija del sillín me la regaló mi amigo Juanjo. En contraposición, sus primitivas ruedas Hellium fueron sustituidas por otras Eurus. Creo recordar que con esta bicicleta empezó la costumbre de cambiar -o simplemente dar- entre nuestra grupetta las piezas y elementos nuevos o los que ya no utilizamos y están en perfecto estado.
  • 51. Es normal que la bicicleta de uno u otro compañero lleve unos pedales, unos ejes, una tija, unas cubiertas, un sillín, etcétera que han sido anteriormente de alguno de nosotros. Con los años que tiene, sigue siendo muy presumida y, como le gustan mucho las revistas de moda, ha pasado dos veces por el taller de pintura para que no se le noten las marcas del tiempo. Como he dicho un poco más arriba, esta bicicleta la compré en Ciclos Martín, en Lucy para que nos vayamos entendiendo. Pues bien, en cuanto se enteró el Sr. Albero dejó de
  • 52. hablarme como si de una novia despechada se tratara. Parece ser que cuando eres cliente de una casa, lo eres para toda la vida y no vale que hayas comprado varias bicicletas, ropa deportiva, repuestos y haber ido a tomar cervezas con el dueño del negocio. Una traición no se perdona y se castiga con la indiferencia. ¡Qué le vamos a hacer, Honorato! Perdona, no te… volveré a comprar, nunca, nada más.
  • 53.
  • 54. Tengo que explicar el destino de la bicicleta de acero cromado y de “la bici de chica” negra Bianchi, como he escrito en la página 9: Ambas me las compró Enrique Guerrero, cliente del banco de Iturrama. Al buen hombre le gustaron y se las llevó para el chalet que tenía en Cizur y así poder hacer ejercicio tanto él como su esposa. Es fácil imaginar que me encontraba sin bicicleta de monte y con dinero en el bolsillo por lo que la solución al problema fue muy sencilla: Tenía que comprarme una bici de MTB.
  • 55. Acudí a mi nueva tienda, la de Lucy, y, a la vista de los catálogos y los consejos de mi mentora, decidí que mi nueva montura sería una bicicleta marca GT, de color azul claro y negro; algo parecido a los maillots que el equipo profesional de ciclismo Leopard lleva en la actualidad. No tengo ninguna queja de ella, era muy bonita y fiable, pero el tiempo y la modernidad jugaron en su contra ya que no tenía frenos de disco. Esto fue su perdición. Propuse a Lucy la compra de otra bicicleta GT, modelo Zaskar, con frenos de
  • 56. disco, dando la anterior a cambio y desembolsando la diferencia, cuestión que aceptó Lucy a la primera. Según me comentó, necesitaba una bici de sustitución para facilitar a los clientes que se quedaban sin montura por algún motivo. En más de una ocasión la he visto circular por la carretera, es inconfundible. La nueva GT Zaskar también sigue conmigo, me ha acompañado durante estos años tanto por carretera como por caminos. Con ella he ido varias veces a Santiago de Compostela, Canal de Castilla, Travesía Madrid-Burgos...
  • 57. y nunca me ha dejado tirado en el campo por culpa de cualquier avería.
  • 58.
  • 59. Dejemos las pistas de tierra y volvamos al asfalto. A principios de los años 2000 el carbono se estaba imponiendo y los nuevos cuadros se fabricaban con este material a costa de los de acero y aluminio. Una tarde de 2004 fui con Juanjo a Oyarzun y, en una tienda que ya no existe, vi una bicicleta Look, modelo 585, que, para mi gusto, sobresalía de todas las demás. Hasta cierto punto tenía una fisonomía clásica, con un ligerísimo slooping -inclinación de la barra horizontal que va de la dirección a la tija del sillín- y el
  • 60. el barniz dejaba transparentar el color típicamente negro del carbono. La suerte estaba echada, después de darle vueltas a la cabeza, decidí encargar a Lucy el cuadro que tanto me gustó y vestirlo “a la carta”: Componentes Shimano salvo el “movimiento central”, de la marca FSA con platos de 50/34 dientes. Me costó mucho tiempo adaptarme a unos platos tan pequeños porque, quitando aquella primera bicicleta de mi cuñado Maxi, todas las demás habían llevado un plato grande de 53 dientes y el pequeño había oscilado entre: 39 en la
  • 61. Rossin, 42 en la Vitus, Xabigo y Alan, llevándose el récord la Zeus que calzaba un 44. Las otras, lo siento, no me acuerdo, hace tanto tiempo… Como digo, por culpa de la adaptación a los nuevos tiempos, la bicicleta Rossin blanca se resistió a quedarse colgada del techo y plantó seria oposición a su nueva compañera de trastero, la Look negra. El resultado del combate ha sido vencedora “a los puntos” la bici Look. Voy a dejar de lado a la Negra y más adelante la retomaré para contar como se encuentra actualmente.
  • 62.
  • 63. Fue sin darme cuenta, poco a poco dejé de frecuentar a Ciclos Martín y empecé a visitar la tienda de Pedalier. Estaba cerca de mi casa, en la calle Gayarre, y las bicicletas de montaña que exponía en el escaparate estaban varios escalones por encima de lo que veía en otros establecimientos de Pamplona. Llevé la GT Zaskar varias veces a repararla; mientras, el gusanillo del gusto por tener algo de lo que allí veía se me fue metiendo en la cabeza. A finales de 2009, en mi visita anual al Servicio de Dermatología del Hospital de
  • 64. Navarra, el Dr. Yanguas detectó un lunar que no le gustó y decidió operarme para analizarlo. Resultó benigno. ¡Qué alegría! Tenía que darme un premio por semejante noticia. Mikel, de Pedalier, me dijo que en la fábrica de Cannondale había disponible para el 24 de febrero de 2010 una bici del modelo Scalpel 3 y yo me jubilaba en el banco el día 1 de marzo. Si os dais cuenta todo coincide para bien, las noticias y las fechas. Me la compré, en realidad ya le había echado el ojo en una tienda de bicicletas en Sevilla al iniciar La Ruta de la Plata y me deslumbró.
  • 65. Durante todo este tiempo, mi Cannondale- Scalpel 3 ha sido la bicicleta más rara -no tiene más que un brazo en su horquilla delantera- y amable que he tenido en mi vida. Bueno, en durísima pugna con mi primera bici, la Orbea. Como se puede entender por la lectura de estos últimos párrafos, la relación con Pedalier-Mikel ha sido fluida y la MTB ha dado pie para que las bicicletas de carretera también las atienda en su taller. Las dos de asfalto que tengo activas las he ido
  • 66. actualizando. En especial, la Look ha sufrido un cambio espectacular: he sustituído el grupo -ahora lleva el modelo Sram-Red- y está calzada con un par de ruedas de carbono marca Zipp -modelo 303 en la delantera y 404 en la trasera-. Todos los elementos que han sobrado los ha heredado la Rossin. No se ha quejado, está contenta. Estoy llegando al final de la narración de todas las bicicletas que he tenido en mi vida, ya sólo falta contar qué es lo que ha ocurrido hace unas semanas. No voy a entrar en muchos detalles. Por una serie de
  • 67. circunstancias personales, Juanjo me propuso un cambio de bicicletas: él se queda con mi Scalpel y yo recibo su Flash. Digamos que tienen un cierto parecido, puesto que ambas son cannondales y las dos tienen suspensión delantera lefty. La diferencia está en la parte trasera: la Scalpel tiene suspensión doble y la Flash es rígida. Una es de aluminio y la otra de carbono. Esto es todo. Lo que empezó con una idea de contar las bicicletas que he tenido en mi vida, ha dado como resultado unos cuantos folios adornados con una pocas anécdotas
  • 68. de lo que sucedió alrededor de cada una de ellas. El ciclismo es un deporte muy dado a contar “batallitas”. Espero que haya sabido resistir esta tentación y que os guste. Un abrazo a todos los que leáis estas páginas. Para terminar, quiero relacionar una serie de ciclistas que, por algún motivo, han quedado grabados en mi mente. No están necesariamente por orden cronológico aunque, a grandes rasgos, lo intentaré:
  • 69. Máximo Garde José Miguel Chasco Carlos Echeverría Vicente Iturat Guillermo Timoner Miguel Poblet Antón Barrutia Jacinto y José Urrestarazu Luis Otaño José Antonio Musitu Antonio Beltrán
  • 70. Salvador Botella Franz De Mulder Fernando Manzaneque Rudy Altig Tom Simpson José Pérez Francés Federico M. Bahamontes Julio Jiménez Angelino Soler François Mahé Jan Janssen
  • 71. Jacques Anquetil Joseph Groussard Van der Vleuten Francesco Moser Luis Ocaña José Manuel Fuente Miguel Acha Giuseppe Saronni Adri Van der Poel Pedro Delgado Miguel Induráin
  • 72. Frank Vandenbroucke Franco Ballerini Johan Musseeuw Paolo Bettini Alejandro Valverde Alberto Contador Joaquín Rodríguez Fabian Cancellara