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Ramatís                                      La Vida Más Allá de la Sepultura




                 La Vida Más Allá
                  de la Sepultura

    Ramatís y Atanagildo
    Psicografiada por:   Dr. Hercilio Maes




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Ramatís                                                                               La Vida Más Allá de la Sepultura




    EDITORIAL KIER S. A.
    Av. Santa Fe 1260 - Buenos Aires
    Título original de! portugués A VIDA ALEM DA SEPULTURA
    1a edición argentina. Editorial Kier, S.A. Buenos Aires 1966
    2a edición argentina. Editorial Kier, S A. Buenos Aires 1971
    Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 © 1971, by Editorial Kier, S.A. Buenos Aires
    Impreso en Argentina - Printed in Argentina
    Tapa BALDESSARI
    LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA


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Ramatís                           La Vida Más Allá de la Sepultura




          A mi esposa Lola, a mis hijos Zelia, Mauro y Yara,
          cuyos sentimientos sellaron nuestra comunión
          espiritual en esta existencia, ayudándome a
          realizar esta sencilla tarea en el seno del
          hogar amigo, saturado de paz benefactora.




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Ramatís                                                                     La Vida Más Allá de la Sepultura


    EXPLICACIONES

    Estimado lector:

     Cumplo con la tarea inicial de aclararos lo concerniente a la confección de este libro, que difiere
un poco de las obras anteriormente dictadas por Ramatís, ya sea por el motivo de relacionarse
particularmente con la vida de los espíritus desencarnados, del mundo astral, o por el hecho de
intervenir otro espíritu, que también se encuentra perfectamente encuadrado en el plano general de la
obra.
     Ese espíritu se llama Atanagildo, y conforme a la promesa hecha anteriormente por el propio
Ramatís, no sólo participó en esta obra, relatando minuciosamente los fenómenos ocurridos durante
su desencarnación, en su última existencia física, en Brasil, sino que también se colocó a nuestra
disposición, a fin de responder a todas las preguntas útiles que tuvieran relación con su vida en el
Más Allá.
     Mientras tanto, Ramatís es el idealizador y coordinador v también el responsable de este libro.
Hace tiempo que le habíamos pedido que nos dictase algún trabajo descriptivo, sobre los fenómenos
que generalmente se verifican al producirse la llamada desencarnación de los terrestres, y asimismo
nos relatase algunos acontecimientos peculiares a la vida de los espíritus en el mundo astral.
     Aunque ya existan muchas obras de este género, recibidas por sensitivos de excelente capacidad
mediúmnica y elevado criterio moral, conviene recordar que cada espíritu significa siempre un mundo
de pruebas completamente diferente al de otro ser espiritual, por ese motivo, juzgué de interés e
importancia que a través de mi sencilla mediumnidad se pudiese conocer algún aspecto más sobre
este asunto.
     Al principio pensábamos que Ramatís nos relataría las impresiones y acontecimientos que
acompañaron la desencarnación, de su última existencia en la Indochina; mientras tanto, más ade-
lante, comprendimos que eso era impropio y de poco provecho para nosotros, por tratarse de un
espíritu que no vive habitual-mente en colonia alguna que esté situada en el astral de Brasil, y porque
su proceso desencarnatorio, ocurrido hace casi mil años, en Oriente, no nos ofrecería un asunto
apropiado a nuestras costumbres y reflexiones occidentales.
     Ramatís actúa al mismo tiempo en varios sectores del ambiente astral, y su desapego a las
ideologías o agrupaciones aislacionistas, religiosas o filosóficas, no sólo lo coloca en el seno de los
más variados movimientos ascensionales de los espíritus desencarnados, sino que aun le favorece el
contacto afectivo que realiza, durante sus actividades espirituales, con el planeta Marte. Considera
inoportuna la idea de rememorar los detalles de su lejana desencarnación, ocurrida en la Indochina, a
la vez que no reviste situaciones dogmáticas o dignas de mención para nuestras indagaciones. Se
excusó de esa tarea, pero nos prometió presentarnos oportunamente a otro espíritu amigo,
desencarnado en Brasil, para que nos describiera lo que deseáramos y que fuera también bastante
capacitado para narrarnos algunos acontecimientos importantes registrados en su morada astral.
     Ramatís, mientras tanto, nos propuso la cooperación máxima en la obra, a la vez que asumiría la
responsabilidad por los comentarios que le fuesen solicitados con referencia al asunto expuesto por la
otra entidad. Pasado un tiempo, se nos presentó la oportunidad y recibimos la visita de Atanagildo,
espíritu íntimamente ligado al grupo dirigido por Ramatís, del cual fue su discípulo algunas veces,
principalmente en Grecia, en donde también vivieron algunos de los hermanos que actualmente han
cooperado en la revisión y divulgación de estas obras.
     En su última encarnación, Atanagildo habitó en Brasil en una región que prefiere guardar en el
anonimato, a fin de evitar cualquier indiscreción alrededor de su familia terrena.
     Conforme el lector podrá observar, el texto de esta obra fue elaborado en la misma forma de las
obras anteriores, es decir que los asuntos se desdoblan por efecto de la secuencia de las propias
preguntas. La forma arbitraria de formular preguntas rápidas, después de una duda o por el interés
de ampliar la respuesta anterior, aunque favorezca al lector, nos perjudica con respecto a la
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organización clara de los capítulos, pues la mayor partes de las preguntas provoca el retorno a los
asuntos ya enfocados, obligando al espíritu manifestante a dar nuevas explicaciones. Ese sistema,
que adoptamos para nuestras tareas espirituales y también para la composición de estas obras, fue
aprobado por el espíritu de Ramatís, que consideró el sistema de preguntas y respuestas como el
medio más accesible a los lectores y, a su vez, causa menos cansancio en la prosecución de la
lectura.
      Después que Ramatís nos dice cuál es el asunto principal de la obra que nos va a dictar,
organizamos un cuestionario de las preguntas que nos parecen de mayor importancia, dentro del
tema general; después preparamos las preguntas que deben dar comienzo a los capítulos previstos
en la obra, las cuales se completan gradualmente con nuevas preguntas destinadas a aclarar las
dudas, las que son hechas intercaladamente al espíritu comunicante. Mientras tanto, la mayoría de
las preguntas accesorias son hechas por el propio médium, que ya está habituado a ese proceso
familiar e interesante, en donde los comunicantes no sólo le responden a las preguntas previamente
preparadas, sino que aun le aclaran las dudas que probablemente podrán tener los lectores de la
obra. De ahí que inspiran al médium para que haga las preguntas suplementarias, así quedan
disipadas las dudas planteadas.
      Atanagildo, al iniciar esta obra con la narración de su última desencarnación terrena, nos
favoreció muchísimo, pues la descripción de su muerte nos dio motivos para que le formulásemos
interesantes preguntas a Él y a Ramatís. Creemos que en esta obra el lector conseguirá distinguir con
facilidad el estilo de Atanagildo, unas veces en tono de sorpresa, otras rodeado de cierto humorismo,
difiriendo en relación a la argumentación filosófica y el poder de síntesis propio de Ramatís.
      No hay que olvidar tampoco que yo no soy un médium sonambúlico sino perfectamente
consciente de lo que me pasa por el cerebro durante el trabajo de recepción mediúmnica, debiendo
vestir con la palabra el pensamiento de los comunicantes, cosa que no siempre consigo realizar con
éxito, para lograr una perfecta identificación de las personalidades, y asimismo se me escapan
ciertas sutilezas inherentes a la psicología espiritual de cada comunicante.
      En virtud de que ambos espíritus trabajan íntimamente ligados para la confección de esta obra,
innumerables veces verifiqué que algunas respuestas eran dadas por Atanagildo, a la vez que me
fluían a la mente innumerables consideraciones y comparaciones filosóficas que ampliaban y
explicaban detalladamente las respuestas, en donde se observa perfectamente la intromisión de
Ramatís, al que identificaba friccionándome a la altura del cerebelo. Luego pude comprobar mejor
que el trabajo era ejecutado en conexión de ambos espíritus, pues delante de cualquier vacilación y
demora en la respuesta de Atanagildo, característica por su exposición más descriptiva, comprobaba
la inmediata interferencia de Ramatís, que explicaba mejor el asunto a través de su forma peculiar,
con la cual ya estamos bastante familiarizados. A pesar de eso, las respuestas de Ramatís quedaban
siempre como si fueran de Atanagildo, a quien cabía el mérito de todo. Ese fenómeno constituyó para
mí un beneficioso aprendizaje, porque pude comprobar la rapidez y la seguridad del raciocinio de
Ramatís, al comparar sus respuestas con el demorado y a veces dificultoso modo con que Atanagildo
llegaba a sus conclusiones. Mientras tanto, es el contenido espiritual de la obra el que realmente
debe ser considerado de mayor importancia para el lector. Debe agradecer la preocupación por parte
de los espíritus comunicantes al transmitirle un mensaje de aclaraciones, esperanza y advertencia
cristiana, ayudándonos para que nos preparemos un destino mejor después de nuestra
desencarnación.
      Atanagildo es afecto a la misma índole universalista de su mentor y amigo. Se ligó a Ramatís
desde mucho antes del éxodo de los hebreos en Egipto, habiéndolo acompañado en varias exis-
tencias y aprendiendo de Él los conocimientos y la técnica espiritual de servicio en el Más Allá. En su
última encarnación, en Brasil, era devoto a los trabajos espiritualistas, había participado en algunos
movimientos esotéricos y espiritistas, en donde exponía siempre la trayectoria de su espíritu y la
dedicación al socorro del prójimo, pero sin dejarse dominar por exclusivismos o segregaciones
asociativas. Se reveló siempre como una criatura jubilosa y en el esfuerzo por servir en los
experimentos y doctrinas ajenos a todos los que trabajaban devotamente para el bien del espíritu
humano.
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Ramatís                                                                   La Vida Más Allá de la Sepultura


     Desde los primeros contactos que tuvimos con su espíritu, se nos reveló jovial y a veces jocoso
en sus apreciaciones sobre los dogmas religiosos ya envejecidos, siendo de notar el sentido cons-
tructivo de sus respuestas, las cuales están exceptuadas de dramaticidad y recogimiento espirituales.
Además de su propensión liberal, nunca tuvo exigencias de orden personal, ni pretendió trazar
fórmulas para nuestros trabajos, evitando entorpecimientos en las indagaciones que le hicimos. Su
modo ecléctico es común a todos los discípulos, admiradores y a la mayoría de los lectores de
Ramatís, que en número de algunos millares permanecieron mayor espacio de tiempo reencarnados
en Oriente, bajo la visión protectora de la "Fraternidad del Triángulo".
     No tenemos dudas de que esa modalidad ecléctica puede sufrir censuras por parte de algunos
espiritualistas muy severos, que alegarán que la mezcla siempre sacrifica la cualidad iniciática de
cada doctrina o credo. Sin embargo, no se trata de contrariar las ideas de cada sistema doctrinario
religioso. El espíritu de esa "mezcla" supera los celos en materia de religión o de espiritualidad,
manteniéndose dentro de sus expresiones elevadas de amor, respeto y tolerancia, que en esencia
son las bases elevadas de todas las doctrinas y religiones que trabajan por el bien humano.
Indudablemente, demostraríamos una profunda falta de comprensión si censuráramos a nuestros
hermanos por el hecho de no adherirse incondicionalmente al círculo de aquello que nosotros
gustamos y amamos con exclusividad.
     Es muy probable que, en virtud de la franqueza, sin graduaciones psicológicas, con que
Atanagildo hace sus revelaciones sobre el mundo astral o que a su fantasía religiosa, pueda con-
trariar algunas concepciones restringidas del lector. Mientras tanto, es mucho mejor que Él nos relate
aquello que pueda ser negado por nosotros, que esperar las informaciones que nos ayuden a
descubrir el misterio del Más Allá de la tumba. Nos cabe alabar el esfuerzo de los espíritus
bienintencionados que intentan por todos los medios y formas describirnos el panorama astral que
habitan, deseosos que regulemos la brújula humana hacia el norte de la seguridad espiritual.
     Atanagildo recomienda, en ciertas respuestas, que aceptemos sus comunicaciones como una
consecuencia de su experiencia personal, antes que darles forma de postulados doctrinarios defini-
tivos, considerando que otros espíritus superiores pueden describirnos los mismos hechos bajo
perspectivas diferentes y más lógicas, tal vez de mayor comprensión para nuestra actual psicología.
Afirma que está desligado de toda preocupación doctrinaria y pide que lo interpreten como un simple
informante de acontecimientos vislumbrados en el Espacio, sin pretensión de abrir debates sobre
aquello que nos puede parecer inverosímil o que podemos considerar fantasías de una fértil
imaginación.
     Cuando Atanagildo se refirió a la expedición que realizó en son de aprendizaje en las regiones
del astral inferior, se hizo difícil admitir las descripciones de ciertos cuadros tenebrosos, porque
parecían contrariar toda lógica y sensatez, en el plano aun verdadero de los desencarnados. Sin
embargo, a través de mi desprendimiento espiritual, que sucede durante las noches de sueño
favorable y de poca alimentación, me fui facultando para presenciar ciertos hechos y escenas tan
horribles, que me daba la sensación de tener un cerebro excesivamente mórbido intentando plagiar
los relatos de Dante en su visita al Infierno.
     A nosotros nos cuesta creer en esas descripciones tan escalofriantes porque aún estamos
fuertemente adaptados a las fantasías de los dogmas religiosos, que a través de los siglos pasados, y
aun en la actual existencia, ejercieron y ejercen una presión esclavizante sobre nuestro raciocinio
inmaduro. Casi todos nosotros hemos vivido en contacto demorado con las instituciones sacerdotales
del pasado; confiábamos en un cielo administrado por ángeles y un infierno exclusivamente dirigido
por los diablos. Sufrimos desencantos al verificar que en el astral inferior son los hombres los que
mantienen el infierno, y lo que es peor aún, lo hicieron más patético en relación al tradicional
escenario impuesto por la religión. El acontecimiento se vuelve más grave aun para nuestras
concepciones más avanzadas, porque se termina también la vieja idea espiritualista de que después
de la muerte deberíamos vivir sumergidos en un estado íntimo de completa introspección espiritual,
gozando en un cielo o en un infierno adaptado a nuestras mentes de desencarnados. Por eso
conviene repetir lo que otros espíritus manifestaron anteriormente con mucha sabiduría: "La muerte
del cuerpo es apenas el cambio de lugar por parte del espíritu".
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Ramatís                                                                    La Vida Más Allá de la Sepultura


     Conforme ya hemos explicado, Atanagildo es un espíritu que vivió varias veces en Grecia, y no
estamos autorizados a dar detalles de su pasado, pero está influenciado por las encarnaciones
griegas, de las cuales sabemos que la más importante fue entre los años 411 y 384 antes de Cristo.
     En esa época se encontraban en ebullición los principios y tesis manifestados por Sócrates,
Platón, Diógenes, y más adelante cultivados por Antístenes, en cuya época también vivía Ramatís
bajo la figura de un conocido mentor helénico, que enseñaba entre discípulos ligados por una gran
afinidad espiritual. He aquí el por qué al lector no le han de extrañar cierto humorismo y dichos
satíricos por parte de Atanagildo, en alguna de sus respuestas, lo que podría considerarse como
cierta irrespetuosidad hacia algunos credos dogmáticos, cuando eso es aún el producto psicológico
de la vieja irreverencia de los griegos de su época, acostumbrados a ironizar a las instituciones
demasiado sensatas y dramáticas. Cuando se refiere al infierno y a los perjuicios ocasionados por la
estrechez religiosa oficial, intercalados en sus respuestas hacia ciertas conclusiones de tono
humorístico, no lo hace con finalidad graciosa y espontánea, sino para agudizar en el lector su interés
y raciocinio sobre la procedencia y el ridículo que se oculta en ciertas ideas y prácticas absolutas e
impropias, con respecto a nuestra evolución mental en el siglo XX.
     A nuestro modo de pensar, basta a veces la emisión de un concepto divertido, pero inteligente,
para que ocasione el misterioso "estallido" que elimina de nuestro cerebro el polvo dejado por los
dogmas, tradiciones y principios anacrónicos que nos asfixian y reducen la libertad de pensar.
     A consecuencia de haber recibido muchísimas cartas solicitando aclaraciones del modo en que
Ramatís se comunica y, a su vez, sobre mi desenvolvimiento mediúmnico, expongo algunos nuevos
detalles que me parecen de utilidad para el lector.
     A fin de lograr mayor éxito e influencia comunicativa con Ramatís, procuro siempre elevarme en
intensidad posible hacia una alta frecuencia vibratoria de naturaleza psíquica no común, para poder
alcanzar el plano mental o "plano búdico", como lo llaman los de Oriente, en donde la conciencia de
mi mentor actúa con toda facilidad. Consideraría una falta de sinceridad hacia el lector si le afirmara
que no recuerdo aquello que me transmitió Ramatís, pues quedo consciente en medio del torrente
inspirativo que me fluye del cerebro durante la recepción mediúmnica. El mecanismo de ese
fenómeno se produce, más o menos, de acuerdo con los conocimientos que al respecto expone
Pietro Ubaldi en su obra Las Noures, cuando ese renombrado espiritualista confiesa que escribe de
modo poco usual luego de relacionarse con una conciencia superior, la llama "Su Voz". La diferencia
particular, en este caso, es que Ramatís se me presenta con rica vestimenta indochina y se identifica
personalmente a través de su inolvidable mirar, y su fisonomía joven, llena de bondad y júbilo,
mientras que Pietro Ubaldi considera su caso como un fenómeno de "ultrafania" y alude a la
recepción de las "corrientes de los pensamientos que circundan el ambiente humano e intervienen,
activas y dinámicas, para guiar e iluminar" (Las Noures, Pág. 37, Edición Lake).
     Por otro lado, lo que sucede conmigo difiere un poco de la mediumnidad común, porque, en lugar
de sufrir una actuación impuesta por la voluntad imperiosa del comunicante, me veo inducido a
sintonizarme con la esfera mental del mismo espíritu y participar activamente del intercambio de las
ideas en situación. Entonces quedo en la modesta condición de un mensajero que, después de haber
oído las instrucciones verbales, debe transmitirlas con la pobreza de su lenguaje y la precariedad de
su entendimiento.
     El fenómeno, a través de mi mediumnidad, consigue el éxito deseado gracias a la facultad
psicométrica que algo he desarrollado y que permite mantener el cerebro en actividad simultánea y
consciente en el cerebro de mi propio periespíritu, de cuya sintonización resultan las evocaciones de
los cuadros que entreveo en el astral. De este modo, y con la ayuda de Ramatís, puedo abarcar
directamente algunos fenómenos del Más Allá, y luego, esas identificaciones me ayudan en la
psicografía y en la composición más nítida de estas obras.
     Atendiendo al consejo de Ramatís y para la mayor eficiencia de mi trabajo, evité siempre
esclavizarme a fórmulas, rituales o adaptaciones psicológicas que pudiesen ayudarse para la recep-
ción mediúmnica, ni sujetarse a las influencias o condiciones exteriores. Así consigo trabajar con
bastante éxito, pues logro armonizarme con la conciencia espiritual de Ramatís, librándome de
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Ramatís                                                                     La Vida Más Allá de la Sepultura


sugestiones ajenas. Me sirve tanto el ambiente calmo como el ruidoso; tanto el efecto sedante de la
música selectiva para el alma, como el ritmo regional de las melodías populares; recibo los mensajes
en medio de las corrientes mediúmnicas simpáticas, así como alejado de ellas, consiguiendo también
grafiar el pensamiento de mi orientador, en medio de las personas preocupadas por asuntos
comunes. Debido a ese esfuerzo hercúleo para aislarme del medio, hago propicias las condiciones
espirituales y eludo los recursos extemporáneos, así que puedo recibir a Ramatís entre las
actividades del hogar, junto a mis familiares, mientras ellos prosiguen en sus ocupaciones de rutina.
Puedo escribir durante la mañana, por la noche o la madrugada, ajeno por completo a los rigores del
invierno o del verano; en las noches de luna o las tormentosas, en días apropiados para los
fenómenos psíquicos y aun en aquellos que los más experimentados aconsejan no dedicarse.
     Me sometí a su heroica disciplina en el sentido de encontrarme siempre dispuesto para cuando la
voluntad superior me indicase el servicio a realizar; procuré superar siempre las vicisitudes naturales
de la vida humana y me sobrepuse a las complejidades sentimentales del mundo, objetivando sólo el
propósito de vibrar intensamente en espíritu, a fin de poder efectuar mejor el perfecto enlace con la
amplia conciencia de Ramatís.
     El éxito de mediumnidad, evidentemente, no puede ser fruto de un pase mágico o de una
eclosión milagrosa; exige cariñoso tratamiento, mucha disciplina, superación de las influencias del
medio y absoluta renuncia a los intereses personales. Además de la conducta moral y exigida a todo
médium bienintencionado, el estudio se revela como uno de los factores más importantes, para
alcanzar el éxito en las realizaciones mediúmnicas, así como un instrumento musical bien afinado
representa la mitad del éxito, del ejecutante.
     Al encontrarnos en un planeta tan heterogéneo como es la Tierra en la cual vivimos ligados a
tantas vicisitudes, tropelías, ruidos, decepciones, desajustes y conflictos emotivos, no se puede ,
servir bien a lo alto con sólo un progreso calculado para los momentos especiales, como nos sería
dificilísimo aliar lo "útil" de la espiritualidad con lo "agradable" de los placeres humanos. No debemos
olvidar que Jesús no se dejó condicionar por lo favorable del medio para salvar a la humanidad
terráquea, sino que se alió en espíritu a las esferas del padrón espiritual superior y ejerció su
mandato alejado de cualquier limitación exterior. El médium que se vuelve tolerante, desinteresado y
afectuoso, y también respetuoso para todas las convicciones religiosas y filosóficas de sus hermanos
terrenos, sin duda se vuelve el intermediario de mayor autoridad del planeta, como lo fue Jesús, que
dirigió sus mensajes a todos los hombres, sin distinción de creencias o modos de pensar.
     Llegando al término de estas explicaciones, que son indispensables como prólogo de esta obra,
recuerdo a los lectores que Ramatís y Atanagildo no se entregaron a un relato aventurero y sin
finalidad constructiva a través del presente trabajo, sin intentar demostrar cuánta compensación
realiza en su favor aquel que realmente sigue los pasos de Jesús, en lugar de aferrarse a las
impurezas astrales, viviendo exclusivamente en función de "puerta amplia" de las conquistas fáciles
por la ilusión de los placeres materiales.
     Pido a Jesús que inspire a todos en la lectura del trabajo que hemos efectuado, con el sentido de
contribuir con nuestra "copa de agua" para aplacar a aquellos que tienen sed de conocimientos de la
Vida del Más Allá y aumentar el ánimo y la esperanza de aquellos que se atemorizan delante de la
muerte del cuerpo y dudan de la magnanimidad de nuestro Padre Celestial. ¡Ojalá puedan estos
mensajes mediúmnicos beneficiar a los corazones abatidos por la inseguridad del día de mañana!

                                                                                          HERCILIO MAES
                                                                       Curitiba, 27 de octubre de 1957.




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Ramatís                                                                      La Vida Más Allá de la Sepultura


    PREFACIO DE RAMATÍS

    Estimados lectores.

    Paz y Amor.

     Al presentaros al hermano Atanagildo, quien desea transmitiros sus impresiones recogidas en el
tránsito común de la vida física y espiritual, con respecto al plano educativo, que es la Tierra y el
panorama que la circunda, reconocemos que otros espíritus, en forma eficiente, os transmitieron sus
experiencias realizadas en el Más Allá. Mientras tanto, os recordamos que cualquier esfuerzo nuevo y
bienintencionado en ese sentido siempre contiene lecciones de utilidad común.
     El torbellino de vida, aún ignorado por la mayoría de los habitantes de vuestro mundo, que palpita
en las esferas ocultas a la visión de los ojos del cuerpo, requiere que se divulguen las experiencias de
los espíritus desencarnados, para que sirvan de derrotero y estímulo a los que siguen en la
retaguardia. De la misma forma, es conveniente que se registren los dolores, las decepciones y las
desilusiones de las almas imprudentes, para que esos hechos sirvan de advertencia severa a los
incautos y despiertan a los que aún subestiman la pedagogía espiritual, a través de los mundos
materiales.
     Es conveniente saber que el éxito espiritual reside, por encima de todo, en el buen
aprovechamiento de las lecciones vividas en «ambas regiones, o sea en el mundo astral y en la
superficie física de la Tierra. Es obvio que ese mayor o menor aprovechamiento del espíritu varía de
acuerdo con los innumerables factores que imperan en el seno de cada alma en educación.
Consecuentemente, en cada experiencia vivida, avalada y descrita por su propio agente espiritual,
existen situaciones, enseñanzas y soluciones desconocidas, que bien podrían servir de orientación y
activación para el término del curso de nuestra ascensión espiritual.
     Considerando que después de la liberación del cuerpo carnal el alma está obligada a ir al
encuentro de sí misma y vivir el contenido de su propia conciencia inmortal, dependiendo de su modo
de vida, inmaculada o corrupta en la Tierra, con sus goces inefables o los padecimientos infernales,
creemos que los relatos mediúmnicos hechos por el hermano Atanagildo se volverán beneficiosos
para muchos lectores, que así podrán conocer mejor el fenómeno de la muerte carnal y algunos de
los hechos ocurridos en el mundo astral, a través de la experiencia personal citada por más de un
espíritu amigo.
     El espíritu verdaderamente sabio no se aparta del entrenamiento de la alta espiritualidad, porque
de ese modo consigue liberarse más rápidamente de las cadenas pesadas de la vida física y
aproximarse a las condiciones sublimes que ya son características de las humanidades felices de
planos espirituales superiores. No cambia la ventura prevista en el campo de la inspiración superior
por los encantos decepcionantes de los fenómenos digestivos y sexuales del mundo de las formas, al
igual que el buen alumno, estudioso de la espiritualidad, prefiere huir de las distracciones transitorias
que lo rodean, para conseguir la promoción definitiva en las escuelas más excelsas.
     Mientras tanto, no aludimos a la fuga deliberada del mundo material, como acostumbra hacer el
espíritu inmaduro, aislándose egocéntricamente para poder alcanzar cuanto antes las regiones
celestiales. Nos referimos a la habitual negligencia de las almas que, al descender a la Tierra, se
dejan subyugar placenteramente por las pasiones animales y terminan dominadas por las fuerzas de
la vida inferior. Entonces pasan a golpearse en la carne, como esclavos subyugados a la Ley del
Karma, sin realización alguna que los impulse más allá del límite trazado por el determinismo de la
"causa y el efecto". No realizan esfuerzos para avanzar sin el aguijón punzante del dolor, y no se
proveen de cursos apropiados para acrecentar el círculo de la sabiduría espiritual. Revolotean
atontados, cual mariposas indefensas, alrededor de las lámparas mortíferas, y se ven espiritualmente
embrutecidos sobre los tapetes lujosos, en los vehículos carísimo o en los palacios suntuosos; se
regocijan dilatando el abdomen por los excesos pantagruélicos de las mesas opíparas o aturdiéndose
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Ramatís                                                                        La Vida Más Allá de la Sepultura


con la ingestión incesante de corrosivos con rótulos dorados.
     Esas criaturas, cuando frecuentan los templos religiosos, lo hacen apresuradamente a la hora de
la ceremonia aristocrática, rodándose con agua bendita o manoseando Biblia de lujosas tapas; la
devoción les sirve de motivo para hacer admirables exposiciones de trajes elegantes, joyas y adornos
perecederos. Nos recuerdan a una hermosa bandada de pájaros policromos haciendo algazara en las
escalinatas de las basílicas suntuosas. Cuando fallecen, un cortejo fastuoso conduce sus huesos y
carnes pútridas hacia el riquísimo túmulo de mármol con puertas de bronce. Les sucede lo que a la
alegre cigarra de la fábula, cuando acaba la risa abundante y el vocerío ruidoso; la expectativa
misteriosa y la indagación dolorosa fluctúan alrededor de sus lujosos mausoleos. Mientras que, a la
distancia, el silencio es perturbado por el gemido triste del tuberculoso, por el lloro de la criatura ham-
brienta o por la queja de la vejez desamparada, que al no tener pan suficiente, techo que la cobije o
medicamento que la cure, Se transforma en terrible alegato contra las riquezas malgastadas.
Normalmente, las criaturas desinteresadas de los bienes eternos del espíritu aseguran que después
de la muerte sus variados representantes religiosos, les han de conseguir el deseado ingreso en el
País de la Felicidad, así como sus asesores les regularizarán las cuentas prosaicas del mundo
profano. Desgraciadamente bien distinta se torna la realidad cuando la sepultura recibe sus carnes
abatidas por el exceso de placeres materiales y viciadas por el confort epicúreo. El tenebroso cortejo
de sombras que los espera en el reino invisible de la visión física, acostumbra substituir el caviar de
los banquetes, por el vómito insoportable y la prodigalidad del whisky, por el valor de las llagas de las
comparsas del infortunio.
     Esos espíritus se sitúan, por Ley contenida en el Código Moral Evangelio, en la región
correspondiente a sus propios delitos, pues "a cada uno le será dado conforme a sus obras" y dentro
del libre albedrío de sembrar a voluntad, creándose, por lo tanto, determinismo de la cosecha
obligatoria.
     Es por eso que se vuelven oportunas las páginas que el hermano Atanagildo os transmite desde
el Más Allá, pues así como él os ayuda a vislumbrar algunos detalles del panorama edénico, que
sirve de modelo esplendoroso para las almas dedicadas al servicio de Jesús, también os hará
conocer algunas impresiones dolorosas de aquellos que violentan los dictámenes de la vida digna y
que son atraídos hacia las regiones dantescas, donde vive el "espíritu inmundo" y se hace patético el
"crujir de dientes".
     No dudamos que la mordacidad humana ha de querer ventilar a viva voz los esfuerzos exóticos
de algunos espíritus que, al igual que el hermano Atanagildo, desean alertar a sus hermanos, aún
prisioneros en la cárcel de la carne. El hombre común no se conforma con su trabajo prosaico de
amontonar monedas y cubrir el cuerpo con adornos rosados, sino que evita ser perturbado, para no
pensar seriamente en el asunto, temeroso de que la seguridad sobre la muerte pueda debilitarle el
espíritu de codicia, vanidad, avaricia y lujo desmedido. Ya tiene presente que esa insistencia, por
parte de los desencarnados, en advertirle sobre la responsabilidad de la vida espiritual, irá a
despertar el remordimiento ocasionado por sus insanias animales y le revelará el exacto valor de los
tesoros que la "polilla roe y la herrumbre consume".
     Loamos, pues, el esfuerzo comunicativo del hermano Atanagildo, que se resume en una
insistente invitación hacia el reino del Cristo y para la soñada ventura espiritual, demostrando, ade-
más, lo tenebrosa que es la cosecha producida por el abuso y por la tonta dilapidación de los bienes
que el Creador entrega a sus hijos para que los administren provisionalmente en el mundo de la
carne.
                                                                                                     RAMATÍS
                                                                       Curitiba, 27 de diciembre de 1957.




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Ramatís                                                                     La Vida Más Allá de la Sepultura


    PREÁMBULO

    Mis hermanos:

     A través de estas páginas deseo registrar los principales acontecimientos de mi vida, desde el
último momento de mi desencarnación hasta el ingreso en el Más Allá, en la región que gené-
ricamente conocéis como mundo astral. Sé lo difícil que se me hace daros una idea nítida y sensata
de la esfera en donde me sitúo en el presente, después que se rompieron los lazos que me ataban,
por medio del periespíritu, al organismo de la carne. Las dificultades son muchas y traban gran parte
de mis posibilidades para daros al respecto un relato fiel e irrefutable. Si os hablase de la futura
probabilidad del contacto planetario entre criaturas reencarnadas en planetas diferentes, serían me-
nores esas dificultades y también favorecidas por la naturaleza de los entendimientos, porque se
trataría de la vida en mundos que vibran en las mismas características físicas.
     Pero en mi caso y en el de otros espíritus desencarnados, que intentan describiros desde aquí el
panorama de la vida astral, todo se les vuelve dificilísimo para hacerse comprender en el ambiente
exterior de la superficie del orbe terráqueo, porque debemos usar ejemplos de "afuera" para poder
revelaros la esencia que interpenetra la forma de "adentro". Por eso debo valerme de la práctica
común de las comparaciones y simbolismos a fin de compensar la deficiencia que me es muy natural
en la preocupación de describiros mi morada invisible a los ojos humanos, que es muy diferente a la
morada terrena conocida por el hombre físico. A veces me parece que intento describir a un ciego,
el funcionamiento y la estructura completa de un piano, en la creencia de que bastaría ponerle las
manos sobre la tapa barnizada para que conozca toda la estructura del instrumento.
     Asimismo, aun a aquellos que "sienten" la realidad del mundo invisible o gozan de la videncia que
les permite observar a los espíritus en sus trajes astralinos, también se les presentan innumerables
dificultades que deforman la realidad espiritual vivida por nosotros.
     En virtud de la precariedad de las comparaciones materiales para poder configurar las formas
exactas de los espíritus en libertad, en el mundo que denomináis de "cuarta dimensión", la mayoría
de los hombres, para conceptuarlo, se ven obligados a guiarse por la fe interior, aceptando una
realidad que el intelecto aún no consigue asimilar satisfactoriamente.
     En la seguridad de que aun los acontecimientos más comunes de nuestra esfera astral son
bastante difíciles de comprender ahí, en el mundo físico, procuraré transmitiros un breve relato de mi
visión y existencia en el Más Allá, apelando a la mayor sencillez posible para objetivar el máximo
entendimiento común. No tengo la presunción de proporcionaros la visión de las cosas inéditas o de
naturaleza superior con respecto a las comunicaciones que forman parte de la extensa literatura
mediúmnica y existen en las bibliotecas espirituales de la Tierra, dictadas por otros espíritus sensatos
y sabios. Reconozco que muchas de esas exposiciones o relatos son más minuciosos y presentan
enseñanzas muy superiores a las de mis comunicaciones, trazando derroteros seguros para el
esclarecimiento educativo del lector, siempre ávido de aclaraciones sobre la naturaleza del espíritu
inmortal. Estas páginas, mientras tanto, se refieren a una experiencia personal de un desencarnado, y
os aseguro que os puede interesar bastante, porque no existen dos experiencias iguales en el mismo
género. Siempre ocurre algo nuevo para ser transmitido cerca de la experiencia personal de cada
alma que se interese en descubrir su propio misterio de "ser" y "evolucionar". Me sirvo de la opor-
tunidad fraterna que me ofrece el comprensivo espíritu de Ramatís, al colocar a su sensitivo a mi
disposición, para que recepcione mis pensamientos y tome nota de estos relatos, que pueden ser un
incentivo que lleve a nuevas indagaciones espirituales de utilidad para la vida humana. Me daría por
muy satisfecho si de mis relatos mediúmnicos pudierais extraer motivos para indagaciones justas,
que puedan solicitarse a otras entidades de mayor competencia y de mejor sentimiento espiritual.
     Encontré muy apropiado daros la descripción de mis últimos momentos vividos en la Tierra,
desde la agonía hasta el desligamiento final, para que tengáis algunas nociones aproximadas de ese
instante atemorizante y tétrico para muchas criaturas, que depende exclusivamene de nuestro modo

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Ramatís                                                                     La Vida Más Allá de la Sepultura


de vida y de la naturaleza de nuestros sentimientos, puesto de manifiesto en las relaciones con
nuestros hermanos de jornada evolutiva. Todos los que han ingresado serenamente en nuestra
esfera espiritual son los que provienen de las existencias laboriosas, afectos al servicio sacrificial y
amorosos con el prójimo, y que vivieron respetuosamente las sublimes enseñanzas de Jesús.
     De este modo, sin que me sea atribuida la función de "guía" o "mentor espiritual", no puedo dejar
de advertiros que el éxito principal del alma, en la fase de su desencarnación e ingreso en el Más
Allá, depende exactamente de la mayor o menor realización evangélica efectuada en el mundo físico.
Cuando aún nos encontramos ligados a la vida física, difícilmente comprendemos los mensajes de
alta espiritualidad que reposan en la sencillez del Evangelio, que luego reconocemos como el
verdadero Código Moral de la vida del espíritu en cualquier situación humana.
     A pesar de toda la resistencia intelectual que hacemos a las enseñanzas de Jesús, aquí
comprendemos y comprobamos que sólo la integración definitiva en el "amaos los unos a los otros" y
la práctica indiscutible del "haced a los otros lo que queréis que os hagan" es lo que nos libra
realmente de las terribles consecuencias purgativas que comúnmente ligan a los desencarnados
torturados en el mundo astral.
     Hay hombres que parten desde la Tierra hacia aquí como si fueran fieras embravecidas por las
propias pasiones, mientras que otros se despiden de vosotros a semejanza de lo que sucede con los
pajaritos, que emprenden su vuelo feliz, liberándose de su nido sin ningún atractivo particular. Para
ser feliz aquí, no basta la sabiduría, aunque ésta sea el producto de enormes esfuerzos intelectuales;
los espasmos y las angustiosas perturbaciones que acometen a los periespíritus de aquellos que aún
se torturan delante de la muerte son el resultado particular de la naturaleza y el desequilibrio de las
pasiones que fueron cultivadas por el alma en su trato con el mundo. Las pasiones humanas son
como los caballos salvajes: necesitan ser amansados y domesticados para que después nos sirvan
como fuerzas disciplinadas y de ayuda benéfica para la marcha del espíritu a través de la vida carnal.
     Y para conseguir esa importante domesticación de las pasiones salvajes, el ejercicio evangélico
es el recurso más eficiente, pues lo hace a través de la ternura, del amor y de la renuncia pregonada
por el Maestro Jesús. El periespíritu, en la hora de la desencarnación, es como la cabalgadura briosa,
de energías contenidas, que tanto se semejan a la monta dócil, disciplinada y de absoluto control por
parte de su dueño, como también se iguala al potro desenfrenado que arremete y hasta puede
arrastrar peligrosamente a su caballero despavorido.
     Los consagrados filósofos griegos, cuando preconizaban “mente sana en cuerpo sano” exponían
conceptos de excelente auxilio para el momento de la desencarnación. La serenidad y la armonía, en
la hora de la “muerte”, son estados que requieren completo equilibrio en el binomio “razón y
sentimiento”, pues aquel que “sabe qué es, de dónde viene y hacia dónde va”, también sabe lo que
necesita, lo que quiere y por qué se vuelve un espíritu venturoso. El cerebro que piensa y dirige exige
también que el corazón se purifique y obedezca.
     Ojalá que estas comunicaciones de “este lado”, aunque a muchos les parezcan un puñado de
fantasías sin sentido, logren atraer el interés de los lectores bien intencionados, que deseen liberarse
de las ilusiones inherentes a las formas provisionales de la materia y quieran centrar su visión
espiritual en el curso de la vida del Espacio, lo cual depende en sumo grado de la naturaleza y la
existencia que fuera vivida en la Tierra.

                                                                                            ATANAGILDO
                                                                         Curitiba, 1º de Enero de 1958




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Ramatís                                                                   La Vida Más Allá de la Sepultura


                                   EL CAMINO DEL MÁS ALLÁ

     Pregunta: Valiéndonos de vuestra promesa, hecha la reunión pasada, por la cual deseamos
recibir impresiones sobre vuestra desencarnación y sobre los acontecimientos que se verificaron
después del desligamiento de vuestro cuerpo físico. ¿Os será posible informarnos?
     Atanagildo: Yo había completado los veintiocho años de edad, estaba en cama acometido por
una complicación de los riñones, mientras el médico de la familia agotaba los recursos para disminuir
la cuota de urea que me envenenaba el cuerpo, causándome una terrible opresión que parecía
aplastarme el pecho. Presa de terrible angustia, que aumentaba por momentos, procuré explicar al
médico lo que sentía, ansioso de un alivio, aunque fuese por breves instantes. Al mismo tiempo me
extrañaba que a medida que bajaba mi temperatura, se pe agudizaban los sentidos; algunas veces
tenía la impresión de que era el centro consciente, absoluto, el responsable de toda la agitación que
había alrededor de mi lecho, porque captaba el más sutil murmullo de los presentes. De modo alguno
podía comprender la naturaleza del extraño fenómeno que me dominaba, pues a medida que crecía
mi facultad de oír y sentir, conjuntamente en mi alma emergía un misterioso murmullo, como si una
exquisita voz sin sonido me gritara en un tono desesperado.
     Era una terrible asociación psicológica, un algo desconocido que se imponía y me indicaba un
cercano peligro, rogándome una urgente coordinación y rápido ajuste mental. De las fibras más
íntimas de mí ser partía un violento pedido que me exigía inmediata atención, a fin de que yo apelase
a los medios necesarios para eliminar un inmediato peligro invisible. De adentro la voz del médico se
hizo oír, con inusitada vehemencia.
     -¡Rápido! El aceite alcanforado.
     Entonces, un invisible sopor ya no me dejaba actuar, y de lo íntimo de mi alma comenzaba a
surgir el impacto invasor, que comenzaba a actuar sobre mi conciencia en vigilia; después, en un
implacable crescendo, percibía en mí ser manifestarse un angustioso esfuerzo de sobrevivencia,
producido por el instinto de conservación. Intenté reunir las últimas fuerzas que se me iban, a fin de
solicitar los buenos oficios del médico y avisarle que necesitaba de su inmediata intervención.
Mientras, estaba bajo una fuerte emoción e instintivamente atemorizado oí decir:
     —No se puede hacer nada más. Confórmese, porque el señor Atanagildo ya dejó de existir.
     Mi cuerpo ya debía de estar paralizado; pero, por el choque vivísimo que recibió la mente,
comprendí perfectamente aquel aviso misterioso que antes me llegara de lo profundo del alma y que
el desesperado esfuerzo del instinto animal realizara, para que yo dirigiera el psiquismo sustentador
de las células cansadas. La comunicación del médico me heló definitivamente las entrañas, si es que
aún existía en ellas algún calor de vida animal. Aunque yo siempre había sido un devoto estudioso
del Espiritismo filosófico y científico del mundo terreno, es inútil intentar describiros el terrible
sentimiento de abandono y aflicción que me embargaba el alma en aquel momento. No temía a la
muerte, pero partía de la Tierra exactamente en el momento que más deseaba vivir, porque
principiaba a realizar proyectos que venía madurando desde la infancia y, además, estaba próximo a
constituir mi hogar, lo que también formaba parte de mi programa de actividades futuras.
     Quise abrir los ojos, pero los párpados me pesaban como plomo; realicé hercúleos esfuerzos
para efectuar algún movimiento, por débil que fuese, con la esperanza de que los presentes descu-
briesen que yo aún no había "muerto", cosa que de modo alguno podía saber, debido a mi conflicto
interior. Entonces repercutió violentamente ese esfuerzo por la red "psico-mental" y se avivaron aún
más los sentidos agudizados del alma, los cuales me trasmitían las noticias del mundo físico a través
del extraño sistema telefónico que yo ignoraba poseer. Me sentía pegado a la piel o a las carnes cada
vez más heladas, como si estuviera apoyado sobre frígidas paredes de cemento en una mañana in-
vernal. A pesar de ese extraño frío, que yo suponía recibir exclusivamente en el sistema nervioso,
podía oír todas las voces de los "vivos", sus sollozos, clamores y descontroles emotivos junto a mi
cuerpo.
     A través de ese delicadísimo sentido oculto y predominante en otro plano vibratorio, presentí
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cuando mi madre se inclinó sobre mí y le oí exclamar:
     — ¡Atanagildo, hijo mío! Tú no puedes morir, ¡eres tan joven!...
     Sentí el dolor inmenso y atroz que le corría por el alma, pero yo me encontraba ligado a la
materia rígida, sin poder transmitirle la más débil señal para aliviarla con la sedativa comunicación de
que aún me encontraba vivo. En seguida llegaron vecinos, amigos y tal vez algún curioso, pues lo
presentía y les captaba el diálogo, aunque todo me ocurría bajo extrañas condiciones comunes del
cuerpo físico. Me sentía a veces suspendido entre las márgenes limítrofes de dos mundos
misteriosamente conocidos, pero terriblemente ausentes. En ocasiones, como si el olfato se me
agudizase nuevamente, presentía el vaho del alcohol que se usaba para la jeringa hipodérmica, algo
parecido al fuerte olor del aceite alcanforado. Todo eso sucedía en el silencio grave de mi alma,
porque identificaba los cuadros exteriores, así como no conseguía comprender con exactitud lo que
me estaba sucediendo; permanecía oscilando continuamente, como si estuviera padeciendo una
mórbida pesadilla. De vez en cuando, por fuerza de esa agudeza psíquica, el fenómeno se invertía.
Entonces me veía centuplicado en todas las reflexiones espirituales, y paradójicamente me reconocía
mucho más vivo de lo que era antes de la enfermedad de que fuera víctima.
     Durante mi existencia terrena, desde la edad de 18 años, había desarrollado bastante mis
poderes mentales a través de los ejercicios de índole esotérica. Por eso, en aquella hora neurálgica
de la desencarnación, conseguía mantenerme en actitud positiva, sin dejarme esclavizar
completamente por el fenómeno de la muerte física; podía examinarlo atentamente, porque era un es-
píritu dominado por la idea de la inmortalidad. Apostado entre dos mundos tan antagónicos,
sintiéndome en el límite de la vida y de la muerte, guardaba un vago recuerdo de todo aquello que me
había ocurrido anteriormente, y, por lo tanto, ese acontecimiento me parecía algo familiar. El
raciocinio espiritual fluía con rapidez, y la íntima sensación de existir en forma independiente del
pasado o del futuro llegaba a vencer las impresiones agudísimas que a veces me acometían en
indomable torbellino de energías, que se ponían en conflicto de la intimidad de mi periespíritu.
     De pronto, otro sentimiento angustioso se me presentó y logró dominarme con inesperado temor
y violencia; fue algo apocalíptico que, a pesar de mi experiencia mental positiva y control emotivo, me
hizo estremecer ante su fuerte evidencia. Me reconocía vivo, con la plenitud de mis facultades
psíquicas. En consecuencia, no estaba muerto ni vivo o libre del cuerpo material. Sin duda alguna,
me hallaba sujeto al organismo carnal, pues esas sensaciones tan nítidas sólo podían ser
transmitidas a través de mi sistema nervioso. Mientras que el sistema nervioso estuviera cumpliendo
su admirable función de relacionarme con el ambiente exterior, yo me consideraba vivo en el mundo
físico, aunque sin poder actuar, por haber sido víctima de algún acontecimiento grave. No tuve más
ilusiones; supuse que había sido víctima de un violento ataque cataléptico, y si no me despertaba a
tiempo sería enterrado vivo. Ya imaginaba el horror del túmulo helado, los movimientos de las ratas,
la filtración de la humedad de la tierra en mi cuerpo y el olor repugnante de los cadáveres en
descomposición. Pegado a aquel fardo inerte, que ya no atendía a los llamados aflictivos de mi
dirección mental y que amenazaba no despertarse a tiempo, preveía la tétrica posibilidad de asistir
impasible a mi propio entierro.
     En seguida, una nueva y extraña impresión comenzó a inundarme el alma; primeramente se
manifestaba como un aflojamiento inesperado de aquella rigidez cadavérica; después, un reflujo
coordinado hacia adentro de mí mismo, que me dejó más inquieto y que me señalaba como culpable
de algo. Sí, no exagero, al considerar el fenómeno que me ocurría, tenía la impresión de estar
volviendo a la inversa, pues la memoria retrocedía paulatinamente a través de mi última existencia y
me llenaba de asombro por la claridad con que veía todos los pasos de mi existencia. Los
acontecimientos se desenvolvían en la tela mental de mi espíritu, a semejanza de una vivísima
proyección cinematográfica. Se trataba de un increíble fenómeno, donde eran proyectados todos los
movimientos más intensos de mi vida mental; los cuadros se superponían, retrocediendo, para
después esfumarse, como en las películas, cuando determinadas escenas son substituidas por otras
más nítidas. Yo decrecía en edad, rejuvenecía, y mis sueños fluían hacia atrás, alcanzando los
orígenes y los primeros bullicios de la mente inquieta. Me perdía en aquel ondular de cuadros
continuos y gozaba de euforia espiritual cuando veía actitudes y hechos dignos, lo que podía
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comprobar cuando actuaba con ánimo heroico e inspirado por sentimientos altruistas. Sólo entonces
pude avalar la grandeza del bien; me espantaba que una sublime sonrisa de agradecimiento, en esa
evocación interior y personal, o la minúscula dádiva que había hecho en fraternal descuido, pudiesen
despertar en mi espíritu esas alegrías tan infantiles. Me olvidaba de la situación funesta en que me
encontraba para acompañar con incontenido júbilo los pequeños sucesos proyectados en mi cerebro
etérico; identificaba la moneda donada con ternura, la palabra dicha con amor, la preocupación
sincera para resolver el problema del prójimo o el esfuerzo realizado para suavizar la maledicencia
dirigida hacia el hermano descarriado. Aun pude rever, con cierto éxtasis, algunos actos que
practicara con sacrificial renuncia, no porque perdiera en la competición del mundo material, sino
porque sabía humillarme a favor del adversario necesitado de comprensión espiritual.
     Si en aquel instante me hubiera sido dado retomar el cuerpo físico y llevarlo nuevamente al tráfico
del mundo terreno, aquellas emociones y estímulos divinos habrían ejercido tal influencia sobre mi
alma, que mis actos futuros justificarían mi canonización después de la muerte física. Pero, en
contraposición, no faltaron tampoco los actos poco delicados y las estupideces del mozo ardiendo en
deseos carnales. Sentí de pronto que las escenas se me tornaban acusadoras, refiriéndose a las
actitudes egocéntricas de la juventud avara de sus bienes materiales, aun cuando me dominaba la
voluptuosidad de poseer lo "mejor" y superar el ambiente, por la figura ridícula de la superioridad
humana. También sufrí por mi descuido espiritual de la juventud liviana: fui estigmatizado por las
escenas evocativas de los ambientes deletéreos, cuando el animal se despoja de su indumentaria, en
las sensaciones lúbricas. No era una acusación dirigida propiamente a mi naturaleza inquisidora,
cosa que felizmente nunca ocurrió conmigo, ni aun en la fase de la experiencia sexual, y que com-
probaba en aquel momento retrospectivo, en donde el alma realmente interesada en los valores
angélicos debe siempre repudiar el ambiente lodoso de la prostitución de la carne. En el cuadro de mi
mente super excitada, identificaba los momentos en que la fiera del sexo, como fuerza indomable, me
atraía hacia la orilla del charco en donde se debaten las infelices hermanas desheredadas de la
ventura doméstica.
     La proyección cinematográfica continuaba fluyendo en mi tela mental, cuando reconocía la fase
del aprendizaje escolar, y después, los holgorios de la infancia, cuyos cuadros, por ser de menor
importancia en la responsabilidad de la conciencia espiritual, tuvieron fugaz duración. Espantadísimo,
debido a la disciplina y a los éxitos de mis estudios esotéricos, pude identificar una cuna adornada de
encajes, reconociéndome en la figura de un rosado bebé, cuyas manos tiernas e inquietas eran
motivo de júbilo y agasajos por parte de dos seres que se inclinaban sobre mí. ¡Eran mis padres!
Pero lo que me dejó intrigado y confuso fue que en el seno de esa figura tan diminuta, de recién
nacido, me sentía con la conciencia algo despierta y dueña de impresiones vividas en un pasado
remoto. Me parecía realizar tremendos esfuerzos para vencer a aquel cuerpecito delicado y romper
las ligaduras de la carne, con la intención de transmitir palabras inteligentes y pensamientos maduros.
Detrás de la figura del bebé inquieto, con profundo espanto, reconocía la "otra" realidad de mí mismo.
     Atento al fenómeno de esa evocación psíquica, tal como si viviese el papel del principal actor en
un film cinematográfico, llegaba a extrañar el motivo de aquellas imágenes retroactivas que pasaban
sin interrupción, para finalizar en aquella cuna adornada, cuando "algo" en mí se obstinaba en
decirme que yo me prolongaba más allá, mucho más allá de aquella forma infantil.
     Percibí de pronto que la voluntad, bastante desarrollada con la práctica ocultista, se me agotaba
ante el esfuerzo de proseguir hacia atrás, pero estaba seguro que bajo mi desenvolvimiento mental
terminaría desprendiéndome del bebé regordete que trazaba el límite de mi última existencia, para
entonces alcanzar lo que debería "existir" mucho antes de la conciencia configurada por la
personalidad de Atanagildo. Confiado en mis propias energías mentales, a semejanza del piloto que
tiene fe absoluta en su aeronave, no temí los resultados posteriores, pues osadamente, gracias a un
esfuerzo heroico, me dejé ir más allá y logré transponer aquella cuna adornada de encajes, que
significaba la barrera de mi saber pero no el límite de mi existir. Había un mundo desconocido más
allá de aquel diminuto cuerpecito focalizado en mi retina espiritual, cuyo mundo intenté penetrar, aun-
que parecía estar maniatado por el terrible trance que suponía de orden cataléptico.
     Bajo la poderosa concentración de mi voluntad, coordiné todas mis fuerzas mentales,
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activándolas en un haz altamente energético, y decididamente, como si empuñara un poderoso
estilete, arremetí el más allá del misterioso velo que debería esconder mi prolongación espiritual. Me
entregué incondicionalmente a la extraña aventura de buscarme a mí mismo, consiguiendo desatar
los lazos frágiles que ligaban a mi memoria etérica, la figura de aquel atrayente bebé rosado.
Entonces conseguí comprobar el maravilloso poder de la voluntad al servicio del alma decidida; bajo
ese esfuerzo tenaz, perseverante y casi prodigioso, se rompió la cortina que me separaba del
pasado. Sorprendido y confuso, me sentí envuelto en un festivo sonar de campanas poderosas, al
mismo tiempo que oía el rumor de grandes clamores que provenían de cierta distancia de donde yo
me encontraba.
     Mientras los sones del bronce se perdían en el aire, me sentí envuelto por una brisa agreste,
impregnada de un perfume de lirio o de flores muy familiares, que suelen crecer a las márgenes de
los lagos o de los ríos, al mismo tiempo que vislumbré sobre mí un retazo de cielo azul blanquecino,
común en los días de invierno. Al mismo tiempo pude comprender que me encontraba suspendido en
el aire, pues fui empujado por un vigoroso balanceo, mientras forcejeaba para romper las cuerdas
que me inmovilizaban. La presión de una mano callosa que me tapaba la boca me impedía gritar,
mientras un violento dolor me hacía arder el pecho y la garganta. Me afirmé un poco en el suelo, y
súbitamente, por un impulso muy fuerte, fui arrojado a las profundas y pantanosas aguas, en donde el
perfume de los lirios se confundía con la fetidez del lodo del río. Cuando me sumergí, aún oía el
repicar de las campanas de bronce y las voces humanas de tonos festivos. Poco a poco eso se fue
perdiendo en un eco lejano, mientras mis pulmones se sofocaban con el agua sucia y fría.
     Ese rápido entreacto de la cesación de mi conciencia, al sumergirme en las aguas heladas, me
hizo perder la ilación de las imágenes que se reproducían en mi memoria periespiritual, y como si
despertase de una profunda pesadilla, me sentí nuevamente en la personalidad de Atanagildo, vivo
mental y astralmente, pero adherido a un cuerpo yerto.
     Más adelante, cuando tomé posesión de la memoria de mi última existencia, pude identificar
aquella escena ocurrida en Francia a mediados del siglo XVIII, cuando fui sorprendido en una embos-
cada por rivales que estaban celosos por el afecto que tenía hacia una determinada joven, los cuales,
después de herirme en la garganta y el pecho, me arrojaron al río Sena, por detrás de la iglesia de
Nótre Dame, justamente en la mañana que se realizaban importantes celebraciones religiosas. Por
eso, en mi trance psico-métrico de retorno al pasado, ocurrido durante la última desencarnación,
sentía revivir la sensación del agua helada en donde fui arrojado, pues la escena se reavivó
fuertemente en mi periespíritu en cuanto se conjugaron las fuerzas vitales, en efervescencias, para
evitar mi desenlace.
     Después de aquella reproducción del crimen en el Sena, cuando aún pensaba en el trágico
acontecimiento, recrudecieron dentro de mí las voces y los sollozos más ardientes: la imagen del
pasado se esfumó rápidamente y me reconocí ligado de nuevo al cuerpo yerto. No tardé en adivinar
que Cidalia, mi novia, había llegado a mi casa y se inclinaba desesperadamente sobre mi cadáver,
golpeada por el dolor de tan fatal separación. Entonces se avivó con más fuerza la terrible idea de
que había sido víctima del sueño cataléptico.
     Inmensamente sorprendido, pude notar las reminiscencias cinematográficas que habían
reproducido en mi cerebro toda la existencia transcurrida desde la cuna, y, además, revelado un
detalle de la escena ocurrida en Francia y que había durado, a lo sumo, uno o dos minutos. Era el
tiempo exacto que debió de haber invertido mi novia para llegar desde su casa hasta la mía, ni bien le
avisaron de mi supuesta muerte, pues residía a una cuadra de distancia. Luego pude comprender
mejor ese hecho, cuando estuve más poseído de mi conciencia espiritual, desligada de la materia.
     En tan corto espacio de tiempo pude revivir los principales acontecimientos de mi última
existencia, en el Brasil, y aun con- templar el último cuadro de la encarnación anterior.
     Al poco tiempo se reconfortó mi ánimo y me volví algo indiferente con respecto a la situación
grave en que me encontraba, pues había comprobado en mí mismo la inmortalidad o la sobrevivencia
indiscutible del espíritu, lo que disipó un tanto el temor de sucumbir, aun frente a la horrorosa
probabilidad de ser enterrado vivo. Gracias al poder de mi voluntad disciplinada, impuse cierta
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tranquilidad a mi psiquismo inquieto, controlando las emociones y preparándome para no perder ni un
detalle de los acontecimientos, pues allí mismo, en el límite de la "muerte", mi espíritu no perdía su
precioso tiempo e intentaba engrandecer aún más su bagaje inmortal. Obediente a los fuertes
imperativos del instinto de conservación reuní nuevamente las fuerzas dispersas e intenté provocar
un nuevo influjo de vitalidad a mi organismo inerte, a fin de despertarlo, si era posible, de su trance
cataléptico, para volver a la vida humana enriquecido y convencido espiritualmente, gracias a la
comprobación que obtuviera en la inmersión de la memoria periespiritual.
     Justo en ese instante de afluencia vital, los sentidos se me agudizaron nuevamente, haciéndome
presentir algo más grave, que me profetizaba una indomable violencia. No podía precisar la
naturaleza exacta del presentimiento, pero reconocía la procedencia, la que partía de mi alma,
poniéndome sobre aviso: una lejana tempestad se dibujaba en el horizonte de mi mente, y el instinto
de conservación arrojaba el temor hacia lo íntimo de mi espíritu. Poco a poco, identificaba el retumbar
del trueno a la distancia, mientras vivía la sensación de encontrarme ligado al crisol de energías tan
poderosas, que parecían las fuerzas de nutrición del propio Universo. La tempestad que se
acentuaba en mí no parecía venir de afuera, pero sí que emanaba lenta e implacablemente desde el
interior de mi propia alma. Acompañé el crescendo implacable y percibí, desconcertado, que era en
mí mismo, en el escenario vivo de mi morada interior, en donde la tormenta se desarrollaba y en
camino al tremendo "clímax" de violencia.
     Como si estuviera acurrucado en mí mismo, oí al tremendo trueno retumbar en las entrañas de mi
espíritu, lográndome sacudir todas las fibras de mi ser, a semejanza de una frágil vara de junco
chicoteada por el viento indomable. El choque fue poderoso y quedé sumergido en un extraño
torbellino de luces y chispas eléctricas, para desaparecer al poco rato, tragado por ese vórtice
flameante. En seguida perdí la conciencia.
     El fenómeno era realmente el temido momento de la verdadera muerte o desencarnación, común
a todos los seres cuando se rompe el último lazo entre el espíritu y el cuerpo físico, el que se
encuentra situado a la altura del cerebelo y por el cual aún se hacen los cambios de energías entre el
periespíritu sobreviviente y el cuerpo rígido. Después de ese choque violento, quedé liberado
definitivamente del cuerpo carnal y todo mi periespíritu pareció recogerse en sí mismo, bajo una
extraña modificación, dificultándome el entendimiento y la claridad psíquica y haciéndome perder la
conciencia de mí mismo.
     No sé cuánto tiempo transcurrió hasta mi despertar en el mundo astral, después que mis
despojos mortales habían sido entregados a una humilde sepultura. Recordaba que sentía aún la
temperatura algo fría y, sin embargo, mi cuerpo gozaba de una indescriptible sensación de alivio y
bienestar, habiendo desaparecido todas las angustias mentales, aunque persistía cierta fatiga y una
ansiedad expectante. Mi esfuerzo estaba centrado en el problema de reunir todos los pensamientos
dispersos, para ajustarlos en el campo de la memoria, a fin de entender lo que podía haberme
sucedido, porque aún perduraba la sensación física de haber retornado del violento choque producido
en el cráneo por un instrumento de goma dura. Ese sopor era perturbado por una extraña invitación
interior, con relación al ambiente donde yo me encontraba, llena de exceptativa y de un silencio
misterioso. Me sentía bien con respecto al estado mental, gozando de una sensación sedativa, como
si hubiera sido sometido a un lavaje purificador, cuyos residuos incómodos se hubiesen depositado
en el fondo de mi vaso mental, permaneciendo a tono con un líquido refrescante y balsámico. Tenía
que intentar hacer algún esfuerzo de memoria muy pronunciado, a fin de no mezclar la escoria
depositada en el fondo del vaso cerebral con la limpidez agradable y cristalina de la superficie.
     La sensación era de paz y confort espiritual; no tenía tendencia hacia las evocaciones dramáticas
o asuntos dolorosos, ni tampoco me encontraba posesionado por las indagaciones aflictivas, a fin de
recomponer la situación que todavía me era confusa, pues las ideas que se me asociaban poco a
poco eran de naturaleza optimista. En oposición a lo que anteriormente consideraba como una
pesadilla, en la cual había vivido la sensación de la "muerte", aquel segundo estado de mi espíritu se
parecía a un suave sueño que no deseaba interrumpir.
     Después de un breve esfuerzo, pude abrir los ojos, y, para sorpresa mía, reparé en un techo alto,

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azulado, con reflejos y polarizaciones plateadas, semejante a una cúpula refulgente, la que se
apoyaba sobre delgadas paredes impregnadas de un color azulado, con suaves tonos luminosos;
parecía que largas cortinas de seda rodeaban mi lecho blanco y confortable, dándome la impresión
de que reposaba sobre una genuina espuma de mar. Una claridad balsámica transformaba los
colores en matices refrescantes, y a veces parecía que la propia luz de la luna se filtraba por
delgados cristales de atrayente colorido liláceo. Pero no vislumbraba lámparas o instalación alguna
que pudiese identificar el origen de aquella luz tan agradable. Otras veces eran fragmentos de pétalos
de flores o una especie de confites de color carmesí rosado que se posaban sobre mí y se
desvanecían en mi frente, en las manos y en los hombros, provocándome la sensación de ser un
baño de magnetismo reconfortante que nutría al cuerpo exhausto, pero contento.
     Estaba totalmente extrañado por el ambiente en donde me había despertado, que era
completamente diferente al modesto cuarto que constituía mi aposento de enfermo resignado. Hasta
creí que había sido transportado con toda rapidez a un hospital lujoso, de instalaciones
modernísimas. Conseguí entonces distinguir algunos rostros desdibujados que me rodeaban en el
lecho; uno de ellos guardaba una notable semejanza con el de mi Madre, y logré identificarlo como un
hombre de mediana edad. Una señora anciana, sonriente y extremadamente afable, se inclinó sobre
mí y me llamó con insistencia. Pronunció mi nombre con profundo recogimiento y vehemencia,
consiguiendo sacarme una exhaustiva y balbuceante respuesta de asentimiento.
     Ella sonrió con visible satisfacción y llamó a otra persona de aspecto pálido, de ojos profundos,
vestida de blanco inmaculado, que me hizo evocar la figura de los magos de Oriente, y cuya
fisonomía era serena pero enérgica. Había cierta dulzura en sus gestos e inconfundible seguridad en
el obrar; me miró con tal firmeza, que un flujo de energía extraña y de suave calor se proyectó de su
mirar, que alcanzó mi médula, adormeciéndome poco a poco el bulbo y el sistema nervioso, como si
una poderosa sustancia gaseosa, hipnótica, se derramase por mis plexos nerviosos, provocándome
un incontrolable relajamiento de músculos.
     Luché, moví las piernas, por así decir, intentando resistirme a aquella voluntad poderosa, pero
una orden incisiva se fijó en el cerebro: ¡Duerma! Entonces se me aflojaron los músculos y fui
introduciéndome en un misterioso y dulce bienestar que se transformó en la pérdida gradual de la
conciencia, terminando en un reconfortante reposo. En un resto de conciencia final, aún pude oír la
voz cristalina de aquella señora afable, que así se expresaba:
     —¿No le había dicho, hermano Crisóstomo, que sólo el hermano Navarana podía provocarle el
reposo compensador a su nieto y evitarle la excesiva autocrítica, tan perjudicial, y la confusión
psíquica y natural producida por la desencarnación? Convengamos en que su nieto Atanagildo es
portador de una mente muy vigorosa.
     En el centelleo final de la conciencia en vigilia, logré comprenderlo todo: Crisóstomo era mi
abuelo materno, a quien sólo había conocido en la infancia. Realmente, no había ningún motivo más
para luchar o temer. Yo era un "muerto", en el exacto sentido de la palabra, o con más propiedad, ¡un
desencarnado!




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                                   PRIMERAS IMPRESIONES

     Pregunta: ¿Cuáles fueron las impresiones que tuvisteis al despertar en el Más Allá, después de
haberos sometido al sueño, por el hermano Navarana?
     Atanagildo: Al comienzo no pude comprender bien en qué ambiente me encontraba, pues no
conseguía vislumbrar nada fuera de aquel cuarto silencioso que estaba envuelto por una agradable
luminosidad y un balsámico fluido. Me sentía en un estado de profunda auscultación espiritual, pero
reconocía que me encontraba impedido para realizar cualquier esfuerzo directivo. Me hallaba
sumergido en un dulce sopor, como si fuera la figura silenciosa del peregrino que mira el horizonte
oscuro aguardando el advenimiento de la madrugada para comenzar su largo viaje, interrumpido por
la noche.
     Me mantenía en una curiosa expectativa, pero interiormente estaba seguro de que más adelante
descubriría el misterio que me rodeaba. No demoré en notar un extraño fenómeno de luces que
surgieron inesperadamente, como si innumerables cantidades de pétalos luminosos fuesen arrojados
por los faros de un vehículo distante que estuviera envuelto en una densa cerrazón. Mentalmente
despierto, observaba aquella sucesión de luces que iban desde un azul claro hasta los tonos del
zafiro, para terminar en matices de agradables violetas, que al tocarme se transformaban en un frío
balsámico. No podía precisar de dónde provenía, y a veces el fenómeno se tornaba hasta audible,
pues suponía oír algunas voces distantes, cuya pronunciación era de agradable entonación y
simpatía.
     Ya no tenía más dudas con respecto a la naturaleza y a la fuerza de aquellas luces que me
visitaban seguido, pues siempre se desvanecían en mí, después de dejarme una suave sensación de
alivio, al mismo tiempo que parecía nutrirme espiritualmente. Hubo un momento en que me sentí
como si fuera chocado, algo así, por un chorro de agua fría que cayera sobre mi periespíritu. En
seguida fui envuelto en una sensación de tedio, de pesar y después de angustia, y finalmente sentía
la sensación de haber cometido una acción mala o precipitada. En lo íntimo de mi alma permanecía
ese clamor aflictivo, provocado por una imprevista emoción de amargura, cuando un nuevo chorro de
aquellas luces azules-violetas vino a mi encuentro y disolvió milagrosamente aquella opresión,
restableciendo mis fuerzas, devolviéndome el bienestar anterior.
     Entonces agradecí en profunda oración a Jesús el inesperado alivio traído en alas de aquellos
confites luminosos y coloridos, que penetraban por mi organización periespiritual, dejándome un
delicioso alimento energético.
     Pregunta: ¿Durante esas extraordinarias emociones os encontrabais despierto y consciente de
que habíais desencarnado?
     Atanagildo: Ya había despertado del sueño hipnótico provocado por el hermano Navarana, que
actuó en compañía de mi abuelo Crisóstomo y de la hermana Natalina, aquella señora bondadosa y
afable que me atendió antes de mi inmersión en el reposo reparador. Todo aquello que recordaba por
primera vez fue en un rápido estado de vigilia astral, en donde me sentía agotado y con el cuerpo
dolorido, además de sentir un frío molesto, realmente estaba cansado de la travesía que debía de
haber hecho desde la superficie de la Tierra hasta la región donde me encontraba. El reposo era
necesario, porque la enfermedad que me había hecho desencarnar era del tipo de las que exigían
grandes cuotas de energías espirituales, que son muy necesarias para el tránsito hacia el Más Allá.
     Pregunta: ¿Podemos considerar que los mismos fenómenos y el modo de vuestra
desencarnación pueden servir de base para avalar los acontecimientos sucedidos a otros
desencarnados?
     Atanagildo: De modo alguno debéis pensar en la igualdad de sensaciones y acontecimientos para
todos aquellos que desencarnan; no hay, probablemente, una desencarnación exactamente igual a
otra. La situación en la hora de la "muerte", para cada criatura, depende fundamentalmente de su
edad sideral y de los hábitos psíquicos que haya adquirido a través de los milenios vividos en
contacto con la materia; influye en cada uno su naturaleza moral y aun el tipo de energía que
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predominan en estado de reserva en su periespíritu, las cuales varían de conformidad con los climas
o regiones de la Tierra o de otros planetas en donde el espíritu haya reencarnado. Mientras tanto,
existen ciertos hechos y acontecimientos que son comunes a casi todos los casos de desencarnación
y que hacen parte del proceso de desligamiento del cuerpo, como ser la recordación inmediata y
regresiva de toda la existencia que se acaba, la agudización de los sentidos en los primeros
momentos de la agonía, la suposición de tratarse de un sueño o pesadilla, y también el choque
interior, que se verifica con el rompimiento del cordón que une a la vida carnal. Fuera de tales
fenómenos y el tiempo de su duración, la desencarnación varía de espíritu a espíritu, difiriendo
también los demás acontecimientos que suceden al despertar en el Más Allá de la sepultura.
     Pregunta: ¿Cuál es el origen de las luces de colores que se deshacían junto a vuestro
periespíritu?
     Atanagildo: Durante mi última reencarnación pude mantenerme en un cierto nivel espiritual
equilibrado, conforme ya os dije, gracias al desenvolvimiento de la voluntad, que había empleado
satisfactoriamente bajo la inspiración al servicio de Jesús. Aunque no fuese portador de credenciales
santificantes, siempre fui compasivo, pacífico y tolerante; me esforcé por vivir alejado de las
sensaciones pervertidas, de las conversaciones licenciosas o de las anécdotas indecentes, que son
comunes a la mayoría de los humanos. Los ejercicios esotéricos, las prácticas elevadas y las
reflexiones superiores, a que me sometía frecuentemente, me sublimaban la carga de magnetismo
super excitante en el metabolismo del sexo. Indagué deliberadamente en la lectura filosófica de alta
estirpe espiritual, y buscaba vivir de manera sensata, midiendo mis pensamientos y controlando mis
palabras. Era comunicativo y alegre, desechaba los prejuicios y era afable con todos; nunca me
rebelaba delante de los acontecimientos desagradables de la existencia humana, aunque yo también
fui provocado en el transcurso del sufrimiento y en lo más íntimo del ser. Tampoco me interesaban las
glorias políticas ni me afligía por la ambición de poseer tesoros que "la polilla roe y la herrumbre
consume".
     Desde la infancia sentía una inexplicable ansiedad por saber lo que yo era, de dónde venía y
hacia dónde iba. Comprendía que ese conocimiento era de capital importancia para mi vida y que
todo lo demás era de insignificante valor. Bajo esa íntima e incesante preocupación, conseguía ser
feliz con muy poca cosa, porque eran raras las seducciones del mundo que conseguían despertarme
interés o alentar el deseo de poseer riquezas. Me agradaba emplear una parte de mis haberes en
favor de los desheredados y socorrer a los pobres de mi suburbio. Cuando me ponía a solucionar los
problemas ajenos, nunca lo hacía por interés alguno; beneficiaba al prójimo sin la más remota idea de
querer ganarme con ello los favores del cielo. De modo alguno vivía con la fanática preocupación de
"hacer caridad" a fin de cumplir con un deber espiritual; siempre actuaba con espontaneidad, y los
problemas difíciles y aflictivos del prójimo no eran sino mis propios problemas, los cuales necesitaban
urgente solución.
     Mi activo espíritu se presentaba con cierto fondo de reserva con respecto a mi desencarnación
hacia el Más Allá, pues aquellos que supieron de mi "muerte" no sólo lo demostraron con ardientes
votos de ventura celestial, sino que los más afectivos y reconocidos me dedicaban sus oraciones en
horas tradicionales, evocándome con ternura y pasividad espiritual.
     Esas oraciones y ofrecimientos de paz, dedicados a mi espíritu desencarnado, eran los que se
transformaban en aquellas luces azules, liláceas y violetas que, en forma de pétalos coloridos y
luminosos, se esfumaban en mi cuerpo astral, inundándolo de vibraciones balsámicas y vitalizantes.
     El ruego en el sentido del bien es siempre una dádiva celeste, y mal podéis valorar cuánto auxilia
al espíritu en sus primeros días de desencarnación. Es una energía reconfortante, que a veces se
asemeja a la brisa suave y otras veces se transforma en flujos energéticos, vivos, que reaniman y dan
actividad al periespíritu. El hecho de haberme desligado rápidamente de los despojos cadavéricos —
pues esa liberación depende fundamentalmente del estado moral del desencarnado— lo debo sobre
todo a las oraciones que no cesaron de posarse afectuosamente en mi alma.
     Pregunta: ¿Por qué motivo quedasteis súbitamente en un estado de angustia y arrepentimiento,
en el momento que os pareció recibir un chorro de agua fría y que sólo fuisteis reanimado pos-
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teriormente por la incidencia de esos pétalos de luces coloridas?
     Atanagildo: Sólo después de desencarnar es cuando realmente comprendemos el espíritu de
advertencia constante que anunció Jesús en aquella frase inolvidable: que la criatura deberá pagar
hasta la "última moneda". En aquellos benditos momentos en los cuales se depositaba sobre mí el
reconfortante maná traído por las oraciones en alas de aquellas chispas luminosas, alguien
interceptaba el flujo de esas preces, perturbándome la recepción del precioso alimento del alma. Sólo
luego descubrí la razón de aquellos cortes vibratorios, repentinos, aunque de breve duración, que
lograban angustiarme; poniéndome en situación de culpable por cosas que no sabía explicar.
Indudablemente, arrojaban en contra de mí alguna carga nociva, de tal vibración negativa, que me
recorría el cuerpo como un desapacible viento, completamente opuesto al efecto de las luces
sedativas.
     Se trataba de Anastasio, un infeliz delincuente al que yo había conocido en la Tierra, en la última
encarnación, el que se ligó a mí por los imperativos de la Ley Kármica, como consecuencia de los
descuidos en que incurrí en el pasado. Era la cobranza justa de la "última moneda" que le debía.
Aunque yo había realizado los mayores esfuerzos para saldar mi deuda kármica con el planeta y
reajustarme en la contabilidad divina y con casi todos mis acreedores de mayor importancia,
Anastasio fue la criatura que continuó revoloteando a mi sombra, poniendo a prueba el máximo de
tolerancia de mi espíritu. Y haciendo uso y abuso de ese último derecho que le confería la Ley
Kármica, por la cobranza justa de mi deuda, actuaba de modo implacable, a pesar de todo el socorro
y la protección que le había dispensado en la última encarnación.
     Espíritu inmaduro e insatisfecho, demostró hostilidad ante los indiscutibles bienes que le
proporcionaba en mi último peregrinaje físico, y como no pudo vengarse totalmente, lo hizo después
de mi desencarnación., vibrando rencoroso contra mí e intentando manchar mi memoria en la Tierra,
con el fin de desvalorizar los favores recibidos.
     El hecho era natural y también propio de su estado evolutivo, pues mientras el espíritu elevado
perdona las mayores ofensas recibidas, el poco evolucionado no pasa por alto ni siquiera un
insignificante encontrón con su persona. Las almas pequeñitas e infelices vierten toneles de odio
contra aquellos que les ofrecen algunas gotas de agua para saciar su sed.
     Pregunta: Para que nosotros comprendamos mejor vuestra situación espiritual después de la
desencarnación, ¿podríais explicarnos algo sobre vuestras relaciones en la Tierra con el hermano
Anastasio?
     Atanagildo: Anastasio era un hombre profundamente inadaptado y ocioso en el medio humano;
usaba toda la capciosidad posible contra aquellos que lo socorrían, como sucedió conmigo. Es
evidente que, bajo el imperativo kármico, se cruzó en mi camino en la juventud, y me indujo a que lo
ayudara a intimar con cierta joven pobre, hija de un ferroviario, a quien él abandonó después de tres
años de casados, dejándola con dos hijos y en completo desamparo. Compadecido de tal situación,
fui en ayuda de los tres infelices y los asistí normalmente, valiéndome de las ganancias conseguidas
a través de trabajos honestos. Luego la esposa de Anastasio se unió a otro hombre, laborioso pero
pobre, en cuyo caso tampoco mi ayuda les faltó; pero Anastasio se irritó ante ese proceder y me
culpó de su infelicidad, llegando al punto de emitir conceptos calumniosos hacia mi persona, tal como
el de acusarme de falta de honestidad para con su ex esposa.
     Felizmente, dado mi conocimiento espiritual, el que en gran parte me ayuda a entender el origen
enfermizo de la mayoría de las perfidias humanas, desistí de formular justificaciones ante la opinión
pública o de perturbarme en el ambiente del mundo transitorio. No sólo perdoné la calumnia de
Anastasio, la que me causó serios sinsabores y perjuicios morales, sino que preferí hasta olvidarme
de la ofensa recibida, tratándolo como antes, sin que notase siquiera cambio alguno en mí mirar.
     Más adelante, el infeliz se trabó en conflicto con el nuevo compañero de su ex esposa, el cual, a
pesar de ser delgado, era hombre curtido en trabajos pesados y hábil en la lucha, así que éste lo
vapuleó a voluntad, al extremo que Anastasio tuvo que ser hospitalizado por largo tiempo, pues había
sufrido serias fracturas en las costillas y en la frente. Traté de ayudarlo; lo saqué de ese hospital para
indigentes y lo llevé a un excelente sanatorio, que contaba con todos los recursos médicos a su
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alcance. En fin, lo ayudé durante más de cuatro meses cual un abnegado hermano.
     Cuando Anastasio fue dado de alta, tuvo el coraje de andar diciendo que mi ayuda y dedicación
provenían de la necesidad que yo tenía de superar mi propio remordimiento por haberlo separado de
su esposa. Subestimaba todo esfuerzo hecho a su favor y confundía mi humildad con servilismo.
Movido por su espíritu malvado, pasó a explotarme de todas maneras, en el más flagrante acto de
chantajismo.
     En la seguridad de que yo quedaría afectado por su calumnia, al propalar que lo socorría tan
solícito sólo para evitar el escándalo, procuró encontrarme nuevamente. Como yo me encontraba
decidido a superar todas mis pasiones y limpiar de mi alma las malezas del pasado, decidí servirme
de la venganza de Anastasio como un ejercicio cotidiano de renuncia, resignación e iniciación
espiritual, en forma de una intensa práctica superior.
     Es verdad que yo presentía mi desencarnación más o menos próxima, pues estaba dotado de
una gran sensibilidad psíquica, que se afirmaba cada vez más por la cuidadosa alimentación
vegetariana y por la higiene psíquica y mental. Además, vivía en acentuada relación interior con el
mundo invisible y sostenía verdaderos diálogos mentales con mis mentores y demás amigos
desencarnados.
     Pregunta: De acuerdo con la Ley Kármica, ¿tuvisteis que pagar los males que le habíais
ocasionado a Anastasio en otras encarnaciones o fuisteis víctima de sufrimientos injustos por parte
de él?
     Atanagildo: La Ley del Karma no es la ley del "ojo por ojo y diente por diente", como
generalmente entendéis, por la cual un hecho delictuoso tendría que generar otro hecho idéntico en
pago del ocasionado. Aparentemente, parece que hubo exageración por parte de Anastasio, en
contraposición con mi tolerancia, por tratarse de un alma demasiado malévola y vengativa. La
solución del problema moral de cada alma es para consigo mismo y no con la Ley, pues ésta no crea
acontecimientos iguales a los anteriores, para que a través de ellos se cumpla la punición. No sería
justo que el delito de un hombre, en cierta existencia, obligase a la Ley a crear acontecimientos
criminales en lo futuro, para que el culpable se ajuste por medio de un hecho similar, en la próxima
encarnación.
     El Cristo debe ser el barómetro, a fin de saber con más exactitud cuál es la "presión" de nuestro
espíritu a través de todos nuestros actos, a semejanza de la aguja de la brújula, que nos guíe al norte
de la bienaventuranza eterna. Existe sólo un camino para la liberación de las cadenas kármicas en
los mundos físicos: la renuncia y el sacrificio absoluto para nuestros verdugos y detractores. Y si "tu
adversario te obligase a caminar una milla, anda una más con él, y si te quitara la capa, dale también
la túnica", es el concepto que mejor nos indica la solución de esos problemas adversos del pasado.
     En la abundante siembra de perfidias e ingratitudes recibidas de Anastasio, yo recogía los frutos
de la simiente plantada anteriormente, en momentos de imprudencia espiritual. No había exigencia
absoluta por parte de la Ley, para que pagase a Anastasio moneda por moneda; pero tenía que
soportarlo junto a mí en la última encarnación y sufrir las reacciones naturales de su espíritu perverso,
porque en el pasado lo atraje hacia mi órbita de destino espiritual. Cuando mi alma aún se aferraba
brutalmente a las ilusiones de la vida material, yo me servía de él para usarlo como fiel segundo, que
sabía cumplir a la perfección todas mis órdenes imprudentes y que materializaba fielmente toda mi
voluntad egocéntrica. Las malezas y equivocaciones de Anastasio fueron en el pasado excelentes
recursos de los cuales me servía para usos y fines deshonestos que perjudicaban al prójimo. En lugar
de orientar a Anastasio para que adquiriese mejores estímulos hacia el Bien, no sólo le exalté los
propios defectos, sino que aun alimenté la naturaleza insidiosa de su espíritu vengativo, sacando de
él todo el provecho posible con el fin de solucionar mis problemas de riqueza, fama y poderío.
Entonces se volvió mi servidor incondicional y colocó todo su bagaje inferior a mi disposición, así
como el enfermo muestra al médico las llagas de su cuerpo. Es obvio que un médico no se aprovecha
de las llagas del doliente para aumentar su renta. En tanto, yo procedí al contrario; mi inteligencia
supo aliar a mis maquinaciones, muy hábilmente, las llagas morales de Anastasio, en vez de curarlo,
como me ordenaba el más simple de los deberes fraternos.
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     En consecuencia, la Ley Kármica me ligó a él a través de los siglos, pues si se mantenía falso,
capcioso e ingrato para dar soluciones a mis planes maquiavélicos, era muy justo que yo tuviera que
sufrir las consecuencias de mi propia imprudencia, cuando la técnica sideral resolvió conducirlo hacia
mí, refirmándose entonces el viejo concepto evangélico: "lo que el hombre siembre, cosechará". Si yo
hubiera sublimado a esa alma aún informe, es lógico que lo hubiera tenido en esta última encarnación
como un excelente compañero, afinado a mis ideales y también influido por mis nuevos sentimientos.
En existencias anteriores fue mi muñeco fiel, que reproducía en el ambiente del mundo material el
contenido equivocado que yo sustentaba y quería; últimamente, a pesar de mi mejoría espiritual y de
haberme alejado grandemente de su campo vibratorio interior, se apostó junto a mí como un terrible
barómetro que yo mismo confeccionara para medir la temperatura emotiva de mi corazón.
     A causa de la gran disparidad espiritual que se suscitó entre Anastasio y yo —pues realmente
efectué hercúleos esfuerzos para elevarme por encima de mis propias miserias morales del pasado
—, sólo podía liberarme de su presencia en la forma de absoluta renuncia, debiendo entregarme
atado de pies y manos a su villanía e increíbles ingratitudes. Para eso tenía que sujetarme a las más
acerbas humillaciones e infamias, sufriendo en mí mismo lo que por mis propios medios provoqué a
otros seres, en vidas pasadas. Y de conformidad con la ley tradicional de que "el que con hierro hiere,
con hierro será herido", Anastasio significaba el instrumento rectificador de mis viejos errores,
sometiéndome a terribles "tests" de tolerancia, paciencia, perdón y humillación. La Ley no se sirvió de
él para castigarme, lo que sería incompatible con la bondad de Dios; pero lo transformó en el recurso
terapéutico para mi alma, efectuándose la cura a través del proceso "similia similibus curantur".
     He ahí por qué siempre se me presentó como un individuo exigente que desoía mis ruegos y
subestimaba mis auxilios. Se me presentaba en forma provocativa, como alguien a quien yo explo-
tara, diferenciándose ostensiblemente del que pide por necesidad; exigía con arrogancia, dándome a
entender que no pedía favores, que sólo quería devolución. Era incapaz de reaccionar delante de las
criaturas de su propio nivel moral, pero a mí se me transformaba en un verdadero inquisidor, cuya
fuerza debería prevenirle de la terrible acusación subjetiva que su espíritu me formulaba, como si
fuera un reproche por el progreso que yo había alcanzado y por haberlo abandonado en medio de la
delincuencia del mundo, después de su adhesión incondicional hacia mí, en el pasado.
     Felizmente, presentí la fuerza y la justicia de la Ley, que me obligaba al debido reajuste: reconocí
en Anastasio al alma creadora de ese pasado y me volví entonces más dócil, tolerante y hasta
jubiloso delante de sus ingratitudes, en la convicción de que con esa "autopunición" cancelaba en
público el saldo que adeudaba por las equivocaciones espirituales cometidas en el pasado.
     Pregunta: Pero, según las leyes divinas, ¿el sufrimiento y la humillación que sufristeis no eran
suficientes para evitarse los impactos de las vibraciones perjudiciales provenientes de Anastasio,
después de vuestra desencarnación? ¿Por ventura no habíais expiado en la Tierra la deuda que
teníais con él? Creemos que en tal disposición, vuestro sufrimiento moral debería haber cesado
exactamente en la hora de vuestra desencarnación; ¿no es así?
     Atanagildo: Os repito una vez más: la ecuanimidad de la Ley Kármica es la que marca el pago de
la "última moneda", de la que tanto habló Jesús. Esa última moneda, en mi caso, aún figuraba como
débito en las últimas vibraciones antagónicas y opresivas que sufrí al desencarnar. Sólo así la Ley se
dio por satisfecha con el reajuste, porque esa Ley y yo mismo la había invocado en contra de mí. Mi
pasivo, con respecto a las relaciones con Anastasio, sumaba la determinada cantidad de
humillaciones o perfidias y también cierto tiempo de vulnerabilidad magnética receptiva a sus
pensamientos y actos contra mi espíritu. Cuando yo desencarné, recibí, debido al servicio fraterno y
humilde prestado a él y a otros, cierta ayuda que me auxilió en la condición de desencarnado; pero
aún existía un pequeño saldo a favor de Anastasio, que de esa manera me colocaba bajo su
dependencia, en materia de venganza. Y como ya manifesté, su reacción fue contundente, pero no
sufrí mayores consecuencias por su vibración tóxica, porque en el fondo de su alma empezaba a
sentir remordimientos por su actitud tan insana para conmigo. Así, os será más fácil comprender que
nosotros mismos aumentamos o disminuimos nuestras desdichas, porque si yo hubiese rechazado a
Anastasio bajo reacciones antifraternas, aun en este momento en que os dicto esta comunicación
estaría sufriendo las consecuencias de su rencor hacia mí. Por eso, días después cesó su
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obstinación, y más adelante llegué a recibir sus pensamientos de arrepentimiento y deseos de
perdón.
     La Ley Kármica exige que paguéis "moneda por moneda" el total de todas las perturbaciones que
ocasionéis a los otros Con vuestra naturaleza animal inferior; pero la Bondad Divina permite que
disminuyamos la cantidad o la intensidad del mal practicado, desde el momento que trabajéis en favor
de los miserables o que os sacrifiquéis heroicamente para la mejoría del mismo mundo a cuya
perturbación habéis contribuido. Tenéis la oportunidad de pagar continuamente la deuda kármica y
también poseéis un hermoso crédito que puede provenir de los servicios espontáneos por el amor y la
abnegación desinteresada. Hay miles de recursos ofrecidos por la vida humana que permiten al alma
laboriosa y decidida reparar sus delitos cometidos en el pasado.
     Pregunta: Entonces, ¿os podéis considerar exceptuado de las deudas con el hermano Anastasio,
pudiendo de ahora en adelante proseguir por otros caminos distantes de su evolución?
     Atanagildo: Realmente, ésa es la concepción exacta delante de la Ley de Causa y Efecto, a la
que me sometí para liquidar mi débito con Anastasio. Se cumplió aquello que nos manifestara Jesús,
cuando nos previno: "lo que desligáreis en la Tierra también será desligado en el cielo". Ahora me
encuentro desligado kármica-mente del espíritu del que yo me sirviera en el pasado, de modo tan
irregular, pues él mismo se cobró en parte su crédito, haciéndome soportar la inversión de los actos
cometidos en el pasado. Por lo tanto, la Ley permite que yo continúe mi camino evolutivo sin que
Anastasio me perturbe.
     Pregunta: No comprendimos bien vuestra explicación. ¿Por qué motivo decís que Anastasio se
cobró "en parte" su crédito y nos afirmáis, al mismo tiempo, que él ya se encuentra compensado por
la Ley?
     Atanagildo: Explico: en virtud de mi incesante actividad benefactora, por la cual socorrí a muchos
necesitados, aun en perjuicio de mi propio presupuesto económico y también de mi salud, el total de
mi deuda obligatoria con Anastasio se redujo en gran parte por haber sido un servicio espontáneo
que presté al prójimo y que la Ley Sideral registró como crédito de mi compensación kármica. La
cantidad de abusos que cometí en el pasado, por intermedio de la precaria moral de Anastasio,
quedó bastante reducida en mi última existencia gracias a la cooperación prestada a otros espíritus
que se encontraban sometidos a pruebas dolorosas en el mundo material. De ahí se deduce que la
Ley es rigurosa, pero también es justa; el Padre es fundamental Amor y no simplemente Justicia.
Comprenderéis ahora por qué motivo Anastasio se cobró "en parte" su crédito, pues lo que yo le
debía no fue pagando integralmente; una parte fue llevada a cuenta de los auxilios que presté a los
necesitados que a mí se acercaban, quedando de ese modo totalmente cancelada mi deuda.
     Pregunta: ¿El espíritu de Anastasio aún se encuentra reencarnando en la Tierra?
     Atanagildo: Hace más de tres años que regresó al Más Allá, pies debido a su karma delictuoso,
terminó su vida material bajo e puñal de un asesino, porque, debido a sus homicidios del pasado, Í
Ley Kármica lo colocó en la situación y posibilidad de morir violentamente. Es obvio que si se hubiese
dedicado a recuperarse pira su renovación interior, ejerciendo un amoroso servicio al prójimo o
renunciando a sus deseos de venganza, esa misma Ley sivera no sólo lo hubiera apartado hacia
zonas de mayor protección en el mundo físico, sino que también lo hubiera favorecido con una vida
más duradera. La Tierra, como divina escuela de educación espiritual, no se vuelve contra el alumno
que intenta recuperar el curso perdido, aunque para eso tenga que repetir las materias que no pudo
aprobar.
     Es lógico que Anastasio no se reencarnó para morir ex profeso en manos del implacable asesino,
porque eso nos haría suponer, sin lugar a dudas, que alguien tendría que transformarse fatalmente
en homicida para que se cumpliese su trágico destino. En verdad, la Ley Kármica lo situó en un
medio en donde había más probabilidades de ser víctima de violencias, ya por encontrarse entre
mayor número de homicidas en potencia o por estar ligado a dos adversarios vengativos, que habían
sido víctimas suyas en e pasado.
     No nos enfrentamos con un destino irreparable que prepara homicidas para que se vuelvan
instrumentos kármicos punitivos por las infracciones del pasado; la Ley solamente aproxima a los
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RAMATIS La Vida Más Allá de la Sepultura

  • 1. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura La Vida Más Allá de la Sepultura Ramatís y Atanagildo Psicografiada por: Dr. Hercilio Maes 1
  • 2. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura EDITORIAL KIER S. A. Av. Santa Fe 1260 - Buenos Aires Título original de! portugués A VIDA ALEM DA SEPULTURA 1a edición argentina. Editorial Kier, S.A. Buenos Aires 1966 2a edición argentina. Editorial Kier, S A. Buenos Aires 1971 Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 © 1971, by Editorial Kier, S.A. Buenos Aires Impreso en Argentina - Printed in Argentina Tapa BALDESSARI LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA 2
  • 3. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura A mi esposa Lola, a mis hijos Zelia, Mauro y Yara, cuyos sentimientos sellaron nuestra comunión espiritual en esta existencia, ayudándome a realizar esta sencilla tarea en el seno del hogar amigo, saturado de paz benefactora. 3
  • 4. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura EXPLICACIONES Estimado lector: Cumplo con la tarea inicial de aclararos lo concerniente a la confección de este libro, que difiere un poco de las obras anteriormente dictadas por Ramatís, ya sea por el motivo de relacionarse particularmente con la vida de los espíritus desencarnados, del mundo astral, o por el hecho de intervenir otro espíritu, que también se encuentra perfectamente encuadrado en el plano general de la obra. Ese espíritu se llama Atanagildo, y conforme a la promesa hecha anteriormente por el propio Ramatís, no sólo participó en esta obra, relatando minuciosamente los fenómenos ocurridos durante su desencarnación, en su última existencia física, en Brasil, sino que también se colocó a nuestra disposición, a fin de responder a todas las preguntas útiles que tuvieran relación con su vida en el Más Allá. Mientras tanto, Ramatís es el idealizador y coordinador v también el responsable de este libro. Hace tiempo que le habíamos pedido que nos dictase algún trabajo descriptivo, sobre los fenómenos que generalmente se verifican al producirse la llamada desencarnación de los terrestres, y asimismo nos relatase algunos acontecimientos peculiares a la vida de los espíritus en el mundo astral. Aunque ya existan muchas obras de este género, recibidas por sensitivos de excelente capacidad mediúmnica y elevado criterio moral, conviene recordar que cada espíritu significa siempre un mundo de pruebas completamente diferente al de otro ser espiritual, por ese motivo, juzgué de interés e importancia que a través de mi sencilla mediumnidad se pudiese conocer algún aspecto más sobre este asunto. Al principio pensábamos que Ramatís nos relataría las impresiones y acontecimientos que acompañaron la desencarnación, de su última existencia en la Indochina; mientras tanto, más ade- lante, comprendimos que eso era impropio y de poco provecho para nosotros, por tratarse de un espíritu que no vive habitual-mente en colonia alguna que esté situada en el astral de Brasil, y porque su proceso desencarnatorio, ocurrido hace casi mil años, en Oriente, no nos ofrecería un asunto apropiado a nuestras costumbres y reflexiones occidentales. Ramatís actúa al mismo tiempo en varios sectores del ambiente astral, y su desapego a las ideologías o agrupaciones aislacionistas, religiosas o filosóficas, no sólo lo coloca en el seno de los más variados movimientos ascensionales de los espíritus desencarnados, sino que aun le favorece el contacto afectivo que realiza, durante sus actividades espirituales, con el planeta Marte. Considera inoportuna la idea de rememorar los detalles de su lejana desencarnación, ocurrida en la Indochina, a la vez que no reviste situaciones dogmáticas o dignas de mención para nuestras indagaciones. Se excusó de esa tarea, pero nos prometió presentarnos oportunamente a otro espíritu amigo, desencarnado en Brasil, para que nos describiera lo que deseáramos y que fuera también bastante capacitado para narrarnos algunos acontecimientos importantes registrados en su morada astral. Ramatís, mientras tanto, nos propuso la cooperación máxima en la obra, a la vez que asumiría la responsabilidad por los comentarios que le fuesen solicitados con referencia al asunto expuesto por la otra entidad. Pasado un tiempo, se nos presentó la oportunidad y recibimos la visita de Atanagildo, espíritu íntimamente ligado al grupo dirigido por Ramatís, del cual fue su discípulo algunas veces, principalmente en Grecia, en donde también vivieron algunos de los hermanos que actualmente han cooperado en la revisión y divulgación de estas obras. En su última encarnación, Atanagildo habitó en Brasil en una región que prefiere guardar en el anonimato, a fin de evitar cualquier indiscreción alrededor de su familia terrena. Conforme el lector podrá observar, el texto de esta obra fue elaborado en la misma forma de las obras anteriores, es decir que los asuntos se desdoblan por efecto de la secuencia de las propias preguntas. La forma arbitraria de formular preguntas rápidas, después de una duda o por el interés de ampliar la respuesta anterior, aunque favorezca al lector, nos perjudica con respecto a la 4
  • 5. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura organización clara de los capítulos, pues la mayor partes de las preguntas provoca el retorno a los asuntos ya enfocados, obligando al espíritu manifestante a dar nuevas explicaciones. Ese sistema, que adoptamos para nuestras tareas espirituales y también para la composición de estas obras, fue aprobado por el espíritu de Ramatís, que consideró el sistema de preguntas y respuestas como el medio más accesible a los lectores y, a su vez, causa menos cansancio en la prosecución de la lectura. Después que Ramatís nos dice cuál es el asunto principal de la obra que nos va a dictar, organizamos un cuestionario de las preguntas que nos parecen de mayor importancia, dentro del tema general; después preparamos las preguntas que deben dar comienzo a los capítulos previstos en la obra, las cuales se completan gradualmente con nuevas preguntas destinadas a aclarar las dudas, las que son hechas intercaladamente al espíritu comunicante. Mientras tanto, la mayoría de las preguntas accesorias son hechas por el propio médium, que ya está habituado a ese proceso familiar e interesante, en donde los comunicantes no sólo le responden a las preguntas previamente preparadas, sino que aun le aclaran las dudas que probablemente podrán tener los lectores de la obra. De ahí que inspiran al médium para que haga las preguntas suplementarias, así quedan disipadas las dudas planteadas. Atanagildo, al iniciar esta obra con la narración de su última desencarnación terrena, nos favoreció muchísimo, pues la descripción de su muerte nos dio motivos para que le formulásemos interesantes preguntas a Él y a Ramatís. Creemos que en esta obra el lector conseguirá distinguir con facilidad el estilo de Atanagildo, unas veces en tono de sorpresa, otras rodeado de cierto humorismo, difiriendo en relación a la argumentación filosófica y el poder de síntesis propio de Ramatís. No hay que olvidar tampoco que yo no soy un médium sonambúlico sino perfectamente consciente de lo que me pasa por el cerebro durante el trabajo de recepción mediúmnica, debiendo vestir con la palabra el pensamiento de los comunicantes, cosa que no siempre consigo realizar con éxito, para lograr una perfecta identificación de las personalidades, y asimismo se me escapan ciertas sutilezas inherentes a la psicología espiritual de cada comunicante. En virtud de que ambos espíritus trabajan íntimamente ligados para la confección de esta obra, innumerables veces verifiqué que algunas respuestas eran dadas por Atanagildo, a la vez que me fluían a la mente innumerables consideraciones y comparaciones filosóficas que ampliaban y explicaban detalladamente las respuestas, en donde se observa perfectamente la intromisión de Ramatís, al que identificaba friccionándome a la altura del cerebelo. Luego pude comprobar mejor que el trabajo era ejecutado en conexión de ambos espíritus, pues delante de cualquier vacilación y demora en la respuesta de Atanagildo, característica por su exposición más descriptiva, comprobaba la inmediata interferencia de Ramatís, que explicaba mejor el asunto a través de su forma peculiar, con la cual ya estamos bastante familiarizados. A pesar de eso, las respuestas de Ramatís quedaban siempre como si fueran de Atanagildo, a quien cabía el mérito de todo. Ese fenómeno constituyó para mí un beneficioso aprendizaje, porque pude comprobar la rapidez y la seguridad del raciocinio de Ramatís, al comparar sus respuestas con el demorado y a veces dificultoso modo con que Atanagildo llegaba a sus conclusiones. Mientras tanto, es el contenido espiritual de la obra el que realmente debe ser considerado de mayor importancia para el lector. Debe agradecer la preocupación por parte de los espíritus comunicantes al transmitirle un mensaje de aclaraciones, esperanza y advertencia cristiana, ayudándonos para que nos preparemos un destino mejor después de nuestra desencarnación. Atanagildo es afecto a la misma índole universalista de su mentor y amigo. Se ligó a Ramatís desde mucho antes del éxodo de los hebreos en Egipto, habiéndolo acompañado en varias exis- tencias y aprendiendo de Él los conocimientos y la técnica espiritual de servicio en el Más Allá. En su última encarnación, en Brasil, era devoto a los trabajos espiritualistas, había participado en algunos movimientos esotéricos y espiritistas, en donde exponía siempre la trayectoria de su espíritu y la dedicación al socorro del prójimo, pero sin dejarse dominar por exclusivismos o segregaciones asociativas. Se reveló siempre como una criatura jubilosa y en el esfuerzo por servir en los experimentos y doctrinas ajenos a todos los que trabajaban devotamente para el bien del espíritu humano. 5
  • 6. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura Desde los primeros contactos que tuvimos con su espíritu, se nos reveló jovial y a veces jocoso en sus apreciaciones sobre los dogmas religiosos ya envejecidos, siendo de notar el sentido cons- tructivo de sus respuestas, las cuales están exceptuadas de dramaticidad y recogimiento espirituales. Además de su propensión liberal, nunca tuvo exigencias de orden personal, ni pretendió trazar fórmulas para nuestros trabajos, evitando entorpecimientos en las indagaciones que le hicimos. Su modo ecléctico es común a todos los discípulos, admiradores y a la mayoría de los lectores de Ramatís, que en número de algunos millares permanecieron mayor espacio de tiempo reencarnados en Oriente, bajo la visión protectora de la "Fraternidad del Triángulo". No tenemos dudas de que esa modalidad ecléctica puede sufrir censuras por parte de algunos espiritualistas muy severos, que alegarán que la mezcla siempre sacrifica la cualidad iniciática de cada doctrina o credo. Sin embargo, no se trata de contrariar las ideas de cada sistema doctrinario religioso. El espíritu de esa "mezcla" supera los celos en materia de religión o de espiritualidad, manteniéndose dentro de sus expresiones elevadas de amor, respeto y tolerancia, que en esencia son las bases elevadas de todas las doctrinas y religiones que trabajan por el bien humano. Indudablemente, demostraríamos una profunda falta de comprensión si censuráramos a nuestros hermanos por el hecho de no adherirse incondicionalmente al círculo de aquello que nosotros gustamos y amamos con exclusividad. Es muy probable que, en virtud de la franqueza, sin graduaciones psicológicas, con que Atanagildo hace sus revelaciones sobre el mundo astral o que a su fantasía religiosa, pueda con- trariar algunas concepciones restringidas del lector. Mientras tanto, es mucho mejor que Él nos relate aquello que pueda ser negado por nosotros, que esperar las informaciones que nos ayuden a descubrir el misterio del Más Allá de la tumba. Nos cabe alabar el esfuerzo de los espíritus bienintencionados que intentan por todos los medios y formas describirnos el panorama astral que habitan, deseosos que regulemos la brújula humana hacia el norte de la seguridad espiritual. Atanagildo recomienda, en ciertas respuestas, que aceptemos sus comunicaciones como una consecuencia de su experiencia personal, antes que darles forma de postulados doctrinarios defini- tivos, considerando que otros espíritus superiores pueden describirnos los mismos hechos bajo perspectivas diferentes y más lógicas, tal vez de mayor comprensión para nuestra actual psicología. Afirma que está desligado de toda preocupación doctrinaria y pide que lo interpreten como un simple informante de acontecimientos vislumbrados en el Espacio, sin pretensión de abrir debates sobre aquello que nos puede parecer inverosímil o que podemos considerar fantasías de una fértil imaginación. Cuando Atanagildo se refirió a la expedición que realizó en son de aprendizaje en las regiones del astral inferior, se hizo difícil admitir las descripciones de ciertos cuadros tenebrosos, porque parecían contrariar toda lógica y sensatez, en el plano aun verdadero de los desencarnados. Sin embargo, a través de mi desprendimiento espiritual, que sucede durante las noches de sueño favorable y de poca alimentación, me fui facultando para presenciar ciertos hechos y escenas tan horribles, que me daba la sensación de tener un cerebro excesivamente mórbido intentando plagiar los relatos de Dante en su visita al Infierno. A nosotros nos cuesta creer en esas descripciones tan escalofriantes porque aún estamos fuertemente adaptados a las fantasías de los dogmas religiosos, que a través de los siglos pasados, y aun en la actual existencia, ejercieron y ejercen una presión esclavizante sobre nuestro raciocinio inmaduro. Casi todos nosotros hemos vivido en contacto demorado con las instituciones sacerdotales del pasado; confiábamos en un cielo administrado por ángeles y un infierno exclusivamente dirigido por los diablos. Sufrimos desencantos al verificar que en el astral inferior son los hombres los que mantienen el infierno, y lo que es peor aún, lo hicieron más patético en relación al tradicional escenario impuesto por la religión. El acontecimiento se vuelve más grave aun para nuestras concepciones más avanzadas, porque se termina también la vieja idea espiritualista de que después de la muerte deberíamos vivir sumergidos en un estado íntimo de completa introspección espiritual, gozando en un cielo o en un infierno adaptado a nuestras mentes de desencarnados. Por eso conviene repetir lo que otros espíritus manifestaron anteriormente con mucha sabiduría: "La muerte del cuerpo es apenas el cambio de lugar por parte del espíritu". 6
  • 7. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura Conforme ya hemos explicado, Atanagildo es un espíritu que vivió varias veces en Grecia, y no estamos autorizados a dar detalles de su pasado, pero está influenciado por las encarnaciones griegas, de las cuales sabemos que la más importante fue entre los años 411 y 384 antes de Cristo. En esa época se encontraban en ebullición los principios y tesis manifestados por Sócrates, Platón, Diógenes, y más adelante cultivados por Antístenes, en cuya época también vivía Ramatís bajo la figura de un conocido mentor helénico, que enseñaba entre discípulos ligados por una gran afinidad espiritual. He aquí el por qué al lector no le han de extrañar cierto humorismo y dichos satíricos por parte de Atanagildo, en alguna de sus respuestas, lo que podría considerarse como cierta irrespetuosidad hacia algunos credos dogmáticos, cuando eso es aún el producto psicológico de la vieja irreverencia de los griegos de su época, acostumbrados a ironizar a las instituciones demasiado sensatas y dramáticas. Cuando se refiere al infierno y a los perjuicios ocasionados por la estrechez religiosa oficial, intercalados en sus respuestas hacia ciertas conclusiones de tono humorístico, no lo hace con finalidad graciosa y espontánea, sino para agudizar en el lector su interés y raciocinio sobre la procedencia y el ridículo que se oculta en ciertas ideas y prácticas absolutas e impropias, con respecto a nuestra evolución mental en el siglo XX. A nuestro modo de pensar, basta a veces la emisión de un concepto divertido, pero inteligente, para que ocasione el misterioso "estallido" que elimina de nuestro cerebro el polvo dejado por los dogmas, tradiciones y principios anacrónicos que nos asfixian y reducen la libertad de pensar. A consecuencia de haber recibido muchísimas cartas solicitando aclaraciones del modo en que Ramatís se comunica y, a su vez, sobre mi desenvolvimiento mediúmnico, expongo algunos nuevos detalles que me parecen de utilidad para el lector. A fin de lograr mayor éxito e influencia comunicativa con Ramatís, procuro siempre elevarme en intensidad posible hacia una alta frecuencia vibratoria de naturaleza psíquica no común, para poder alcanzar el plano mental o "plano búdico", como lo llaman los de Oriente, en donde la conciencia de mi mentor actúa con toda facilidad. Consideraría una falta de sinceridad hacia el lector si le afirmara que no recuerdo aquello que me transmitió Ramatís, pues quedo consciente en medio del torrente inspirativo que me fluye del cerebro durante la recepción mediúmnica. El mecanismo de ese fenómeno se produce, más o menos, de acuerdo con los conocimientos que al respecto expone Pietro Ubaldi en su obra Las Noures, cuando ese renombrado espiritualista confiesa que escribe de modo poco usual luego de relacionarse con una conciencia superior, la llama "Su Voz". La diferencia particular, en este caso, es que Ramatís se me presenta con rica vestimenta indochina y se identifica personalmente a través de su inolvidable mirar, y su fisonomía joven, llena de bondad y júbilo, mientras que Pietro Ubaldi considera su caso como un fenómeno de "ultrafania" y alude a la recepción de las "corrientes de los pensamientos que circundan el ambiente humano e intervienen, activas y dinámicas, para guiar e iluminar" (Las Noures, Pág. 37, Edición Lake). Por otro lado, lo que sucede conmigo difiere un poco de la mediumnidad común, porque, en lugar de sufrir una actuación impuesta por la voluntad imperiosa del comunicante, me veo inducido a sintonizarme con la esfera mental del mismo espíritu y participar activamente del intercambio de las ideas en situación. Entonces quedo en la modesta condición de un mensajero que, después de haber oído las instrucciones verbales, debe transmitirlas con la pobreza de su lenguaje y la precariedad de su entendimiento. El fenómeno, a través de mi mediumnidad, consigue el éxito deseado gracias a la facultad psicométrica que algo he desarrollado y que permite mantener el cerebro en actividad simultánea y consciente en el cerebro de mi propio periespíritu, de cuya sintonización resultan las evocaciones de los cuadros que entreveo en el astral. De este modo, y con la ayuda de Ramatís, puedo abarcar directamente algunos fenómenos del Más Allá, y luego, esas identificaciones me ayudan en la psicografía y en la composición más nítida de estas obras. Atendiendo al consejo de Ramatís y para la mayor eficiencia de mi trabajo, evité siempre esclavizarme a fórmulas, rituales o adaptaciones psicológicas que pudiesen ayudarse para la recep- ción mediúmnica, ni sujetarse a las influencias o condiciones exteriores. Así consigo trabajar con bastante éxito, pues logro armonizarme con la conciencia espiritual de Ramatís, librándome de 7
  • 8. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura sugestiones ajenas. Me sirve tanto el ambiente calmo como el ruidoso; tanto el efecto sedante de la música selectiva para el alma, como el ritmo regional de las melodías populares; recibo los mensajes en medio de las corrientes mediúmnicas simpáticas, así como alejado de ellas, consiguiendo también grafiar el pensamiento de mi orientador, en medio de las personas preocupadas por asuntos comunes. Debido a ese esfuerzo hercúleo para aislarme del medio, hago propicias las condiciones espirituales y eludo los recursos extemporáneos, así que puedo recibir a Ramatís entre las actividades del hogar, junto a mis familiares, mientras ellos prosiguen en sus ocupaciones de rutina. Puedo escribir durante la mañana, por la noche o la madrugada, ajeno por completo a los rigores del invierno o del verano; en las noches de luna o las tormentosas, en días apropiados para los fenómenos psíquicos y aun en aquellos que los más experimentados aconsejan no dedicarse. Me sometí a su heroica disciplina en el sentido de encontrarme siempre dispuesto para cuando la voluntad superior me indicase el servicio a realizar; procuré superar siempre las vicisitudes naturales de la vida humana y me sobrepuse a las complejidades sentimentales del mundo, objetivando sólo el propósito de vibrar intensamente en espíritu, a fin de poder efectuar mejor el perfecto enlace con la amplia conciencia de Ramatís. El éxito de mediumnidad, evidentemente, no puede ser fruto de un pase mágico o de una eclosión milagrosa; exige cariñoso tratamiento, mucha disciplina, superación de las influencias del medio y absoluta renuncia a los intereses personales. Además de la conducta moral y exigida a todo médium bienintencionado, el estudio se revela como uno de los factores más importantes, para alcanzar el éxito en las realizaciones mediúmnicas, así como un instrumento musical bien afinado representa la mitad del éxito, del ejecutante. Al encontrarnos en un planeta tan heterogéneo como es la Tierra en la cual vivimos ligados a tantas vicisitudes, tropelías, ruidos, decepciones, desajustes y conflictos emotivos, no se puede , servir bien a lo alto con sólo un progreso calculado para los momentos especiales, como nos sería dificilísimo aliar lo "útil" de la espiritualidad con lo "agradable" de los placeres humanos. No debemos olvidar que Jesús no se dejó condicionar por lo favorable del medio para salvar a la humanidad terráquea, sino que se alió en espíritu a las esferas del padrón espiritual superior y ejerció su mandato alejado de cualquier limitación exterior. El médium que se vuelve tolerante, desinteresado y afectuoso, y también respetuoso para todas las convicciones religiosas y filosóficas de sus hermanos terrenos, sin duda se vuelve el intermediario de mayor autoridad del planeta, como lo fue Jesús, que dirigió sus mensajes a todos los hombres, sin distinción de creencias o modos de pensar. Llegando al término de estas explicaciones, que son indispensables como prólogo de esta obra, recuerdo a los lectores que Ramatís y Atanagildo no se entregaron a un relato aventurero y sin finalidad constructiva a través del presente trabajo, sin intentar demostrar cuánta compensación realiza en su favor aquel que realmente sigue los pasos de Jesús, en lugar de aferrarse a las impurezas astrales, viviendo exclusivamente en función de "puerta amplia" de las conquistas fáciles por la ilusión de los placeres materiales. Pido a Jesús que inspire a todos en la lectura del trabajo que hemos efectuado, con el sentido de contribuir con nuestra "copa de agua" para aplacar a aquellos que tienen sed de conocimientos de la Vida del Más Allá y aumentar el ánimo y la esperanza de aquellos que se atemorizan delante de la muerte del cuerpo y dudan de la magnanimidad de nuestro Padre Celestial. ¡Ojalá puedan estos mensajes mediúmnicos beneficiar a los corazones abatidos por la inseguridad del día de mañana! HERCILIO MAES Curitiba, 27 de octubre de 1957. 8
  • 9. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura PREFACIO DE RAMATÍS Estimados lectores. Paz y Amor. Al presentaros al hermano Atanagildo, quien desea transmitiros sus impresiones recogidas en el tránsito común de la vida física y espiritual, con respecto al plano educativo, que es la Tierra y el panorama que la circunda, reconocemos que otros espíritus, en forma eficiente, os transmitieron sus experiencias realizadas en el Más Allá. Mientras tanto, os recordamos que cualquier esfuerzo nuevo y bienintencionado en ese sentido siempre contiene lecciones de utilidad común. El torbellino de vida, aún ignorado por la mayoría de los habitantes de vuestro mundo, que palpita en las esferas ocultas a la visión de los ojos del cuerpo, requiere que se divulguen las experiencias de los espíritus desencarnados, para que sirvan de derrotero y estímulo a los que siguen en la retaguardia. De la misma forma, es conveniente que se registren los dolores, las decepciones y las desilusiones de las almas imprudentes, para que esos hechos sirvan de advertencia severa a los incautos y despiertan a los que aún subestiman la pedagogía espiritual, a través de los mundos materiales. Es conveniente saber que el éxito espiritual reside, por encima de todo, en el buen aprovechamiento de las lecciones vividas en «ambas regiones, o sea en el mundo astral y en la superficie física de la Tierra. Es obvio que ese mayor o menor aprovechamiento del espíritu varía de acuerdo con los innumerables factores que imperan en el seno de cada alma en educación. Consecuentemente, en cada experiencia vivida, avalada y descrita por su propio agente espiritual, existen situaciones, enseñanzas y soluciones desconocidas, que bien podrían servir de orientación y activación para el término del curso de nuestra ascensión espiritual. Considerando que después de la liberación del cuerpo carnal el alma está obligada a ir al encuentro de sí misma y vivir el contenido de su propia conciencia inmortal, dependiendo de su modo de vida, inmaculada o corrupta en la Tierra, con sus goces inefables o los padecimientos infernales, creemos que los relatos mediúmnicos hechos por el hermano Atanagildo se volverán beneficiosos para muchos lectores, que así podrán conocer mejor el fenómeno de la muerte carnal y algunos de los hechos ocurridos en el mundo astral, a través de la experiencia personal citada por más de un espíritu amigo. El espíritu verdaderamente sabio no se aparta del entrenamiento de la alta espiritualidad, porque de ese modo consigue liberarse más rápidamente de las cadenas pesadas de la vida física y aproximarse a las condiciones sublimes que ya son características de las humanidades felices de planos espirituales superiores. No cambia la ventura prevista en el campo de la inspiración superior por los encantos decepcionantes de los fenómenos digestivos y sexuales del mundo de las formas, al igual que el buen alumno, estudioso de la espiritualidad, prefiere huir de las distracciones transitorias que lo rodean, para conseguir la promoción definitiva en las escuelas más excelsas. Mientras tanto, no aludimos a la fuga deliberada del mundo material, como acostumbra hacer el espíritu inmaduro, aislándose egocéntricamente para poder alcanzar cuanto antes las regiones celestiales. Nos referimos a la habitual negligencia de las almas que, al descender a la Tierra, se dejan subyugar placenteramente por las pasiones animales y terminan dominadas por las fuerzas de la vida inferior. Entonces pasan a golpearse en la carne, como esclavos subyugados a la Ley del Karma, sin realización alguna que los impulse más allá del límite trazado por el determinismo de la "causa y el efecto". No realizan esfuerzos para avanzar sin el aguijón punzante del dolor, y no se proveen de cursos apropiados para acrecentar el círculo de la sabiduría espiritual. Revolotean atontados, cual mariposas indefensas, alrededor de las lámparas mortíferas, y se ven espiritualmente embrutecidos sobre los tapetes lujosos, en los vehículos carísimo o en los palacios suntuosos; se regocijan dilatando el abdomen por los excesos pantagruélicos de las mesas opíparas o aturdiéndose 9
  • 10. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura con la ingestión incesante de corrosivos con rótulos dorados. Esas criaturas, cuando frecuentan los templos religiosos, lo hacen apresuradamente a la hora de la ceremonia aristocrática, rodándose con agua bendita o manoseando Biblia de lujosas tapas; la devoción les sirve de motivo para hacer admirables exposiciones de trajes elegantes, joyas y adornos perecederos. Nos recuerdan a una hermosa bandada de pájaros policromos haciendo algazara en las escalinatas de las basílicas suntuosas. Cuando fallecen, un cortejo fastuoso conduce sus huesos y carnes pútridas hacia el riquísimo túmulo de mármol con puertas de bronce. Les sucede lo que a la alegre cigarra de la fábula, cuando acaba la risa abundante y el vocerío ruidoso; la expectativa misteriosa y la indagación dolorosa fluctúan alrededor de sus lujosos mausoleos. Mientras que, a la distancia, el silencio es perturbado por el gemido triste del tuberculoso, por el lloro de la criatura ham- brienta o por la queja de la vejez desamparada, que al no tener pan suficiente, techo que la cobije o medicamento que la cure, Se transforma en terrible alegato contra las riquezas malgastadas. Normalmente, las criaturas desinteresadas de los bienes eternos del espíritu aseguran que después de la muerte sus variados representantes religiosos, les han de conseguir el deseado ingreso en el País de la Felicidad, así como sus asesores les regularizarán las cuentas prosaicas del mundo profano. Desgraciadamente bien distinta se torna la realidad cuando la sepultura recibe sus carnes abatidas por el exceso de placeres materiales y viciadas por el confort epicúreo. El tenebroso cortejo de sombras que los espera en el reino invisible de la visión física, acostumbra substituir el caviar de los banquetes, por el vómito insoportable y la prodigalidad del whisky, por el valor de las llagas de las comparsas del infortunio. Esos espíritus se sitúan, por Ley contenida en el Código Moral Evangelio, en la región correspondiente a sus propios delitos, pues "a cada uno le será dado conforme a sus obras" y dentro del libre albedrío de sembrar a voluntad, creándose, por lo tanto, determinismo de la cosecha obligatoria. Es por eso que se vuelven oportunas las páginas que el hermano Atanagildo os transmite desde el Más Allá, pues así como él os ayuda a vislumbrar algunos detalles del panorama edénico, que sirve de modelo esplendoroso para las almas dedicadas al servicio de Jesús, también os hará conocer algunas impresiones dolorosas de aquellos que violentan los dictámenes de la vida digna y que son atraídos hacia las regiones dantescas, donde vive el "espíritu inmundo" y se hace patético el "crujir de dientes". No dudamos que la mordacidad humana ha de querer ventilar a viva voz los esfuerzos exóticos de algunos espíritus que, al igual que el hermano Atanagildo, desean alertar a sus hermanos, aún prisioneros en la cárcel de la carne. El hombre común no se conforma con su trabajo prosaico de amontonar monedas y cubrir el cuerpo con adornos rosados, sino que evita ser perturbado, para no pensar seriamente en el asunto, temeroso de que la seguridad sobre la muerte pueda debilitarle el espíritu de codicia, vanidad, avaricia y lujo desmedido. Ya tiene presente que esa insistencia, por parte de los desencarnados, en advertirle sobre la responsabilidad de la vida espiritual, irá a despertar el remordimiento ocasionado por sus insanias animales y le revelará el exacto valor de los tesoros que la "polilla roe y la herrumbre consume". Loamos, pues, el esfuerzo comunicativo del hermano Atanagildo, que se resume en una insistente invitación hacia el reino del Cristo y para la soñada ventura espiritual, demostrando, ade- más, lo tenebrosa que es la cosecha producida por el abuso y por la tonta dilapidación de los bienes que el Creador entrega a sus hijos para que los administren provisionalmente en el mundo de la carne. RAMATÍS Curitiba, 27 de diciembre de 1957. 10
  • 11. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura PREÁMBULO Mis hermanos: A través de estas páginas deseo registrar los principales acontecimientos de mi vida, desde el último momento de mi desencarnación hasta el ingreso en el Más Allá, en la región que gené- ricamente conocéis como mundo astral. Sé lo difícil que se me hace daros una idea nítida y sensata de la esfera en donde me sitúo en el presente, después que se rompieron los lazos que me ataban, por medio del periespíritu, al organismo de la carne. Las dificultades son muchas y traban gran parte de mis posibilidades para daros al respecto un relato fiel e irrefutable. Si os hablase de la futura probabilidad del contacto planetario entre criaturas reencarnadas en planetas diferentes, serían me- nores esas dificultades y también favorecidas por la naturaleza de los entendimientos, porque se trataría de la vida en mundos que vibran en las mismas características físicas. Pero en mi caso y en el de otros espíritus desencarnados, que intentan describiros desde aquí el panorama de la vida astral, todo se les vuelve dificilísimo para hacerse comprender en el ambiente exterior de la superficie del orbe terráqueo, porque debemos usar ejemplos de "afuera" para poder revelaros la esencia que interpenetra la forma de "adentro". Por eso debo valerme de la práctica común de las comparaciones y simbolismos a fin de compensar la deficiencia que me es muy natural en la preocupación de describiros mi morada invisible a los ojos humanos, que es muy diferente a la morada terrena conocida por el hombre físico. A veces me parece que intento describir a un ciego, el funcionamiento y la estructura completa de un piano, en la creencia de que bastaría ponerle las manos sobre la tapa barnizada para que conozca toda la estructura del instrumento. Asimismo, aun a aquellos que "sienten" la realidad del mundo invisible o gozan de la videncia que les permite observar a los espíritus en sus trajes astralinos, también se les presentan innumerables dificultades que deforman la realidad espiritual vivida por nosotros. En virtud de la precariedad de las comparaciones materiales para poder configurar las formas exactas de los espíritus en libertad, en el mundo que denomináis de "cuarta dimensión", la mayoría de los hombres, para conceptuarlo, se ven obligados a guiarse por la fe interior, aceptando una realidad que el intelecto aún no consigue asimilar satisfactoriamente. En la seguridad de que aun los acontecimientos más comunes de nuestra esfera astral son bastante difíciles de comprender ahí, en el mundo físico, procuraré transmitiros un breve relato de mi visión y existencia en el Más Allá, apelando a la mayor sencillez posible para objetivar el máximo entendimiento común. No tengo la presunción de proporcionaros la visión de las cosas inéditas o de naturaleza superior con respecto a las comunicaciones que forman parte de la extensa literatura mediúmnica y existen en las bibliotecas espirituales de la Tierra, dictadas por otros espíritus sensatos y sabios. Reconozco que muchas de esas exposiciones o relatos son más minuciosos y presentan enseñanzas muy superiores a las de mis comunicaciones, trazando derroteros seguros para el esclarecimiento educativo del lector, siempre ávido de aclaraciones sobre la naturaleza del espíritu inmortal. Estas páginas, mientras tanto, se refieren a una experiencia personal de un desencarnado, y os aseguro que os puede interesar bastante, porque no existen dos experiencias iguales en el mismo género. Siempre ocurre algo nuevo para ser transmitido cerca de la experiencia personal de cada alma que se interese en descubrir su propio misterio de "ser" y "evolucionar". Me sirvo de la opor- tunidad fraterna que me ofrece el comprensivo espíritu de Ramatís, al colocar a su sensitivo a mi disposición, para que recepcione mis pensamientos y tome nota de estos relatos, que pueden ser un incentivo que lleve a nuevas indagaciones espirituales de utilidad para la vida humana. Me daría por muy satisfecho si de mis relatos mediúmnicos pudierais extraer motivos para indagaciones justas, que puedan solicitarse a otras entidades de mayor competencia y de mejor sentimiento espiritual. Encontré muy apropiado daros la descripción de mis últimos momentos vividos en la Tierra, desde la agonía hasta el desligamiento final, para que tengáis algunas nociones aproximadas de ese instante atemorizante y tétrico para muchas criaturas, que depende exclusivamene de nuestro modo 11
  • 12. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura de vida y de la naturaleza de nuestros sentimientos, puesto de manifiesto en las relaciones con nuestros hermanos de jornada evolutiva. Todos los que han ingresado serenamente en nuestra esfera espiritual son los que provienen de las existencias laboriosas, afectos al servicio sacrificial y amorosos con el prójimo, y que vivieron respetuosamente las sublimes enseñanzas de Jesús. De este modo, sin que me sea atribuida la función de "guía" o "mentor espiritual", no puedo dejar de advertiros que el éxito principal del alma, en la fase de su desencarnación e ingreso en el Más Allá, depende exactamente de la mayor o menor realización evangélica efectuada en el mundo físico. Cuando aún nos encontramos ligados a la vida física, difícilmente comprendemos los mensajes de alta espiritualidad que reposan en la sencillez del Evangelio, que luego reconocemos como el verdadero Código Moral de la vida del espíritu en cualquier situación humana. A pesar de toda la resistencia intelectual que hacemos a las enseñanzas de Jesús, aquí comprendemos y comprobamos que sólo la integración definitiva en el "amaos los unos a los otros" y la práctica indiscutible del "haced a los otros lo que queréis que os hagan" es lo que nos libra realmente de las terribles consecuencias purgativas que comúnmente ligan a los desencarnados torturados en el mundo astral. Hay hombres que parten desde la Tierra hacia aquí como si fueran fieras embravecidas por las propias pasiones, mientras que otros se despiden de vosotros a semejanza de lo que sucede con los pajaritos, que emprenden su vuelo feliz, liberándose de su nido sin ningún atractivo particular. Para ser feliz aquí, no basta la sabiduría, aunque ésta sea el producto de enormes esfuerzos intelectuales; los espasmos y las angustiosas perturbaciones que acometen a los periespíritus de aquellos que aún se torturan delante de la muerte son el resultado particular de la naturaleza y el desequilibrio de las pasiones que fueron cultivadas por el alma en su trato con el mundo. Las pasiones humanas son como los caballos salvajes: necesitan ser amansados y domesticados para que después nos sirvan como fuerzas disciplinadas y de ayuda benéfica para la marcha del espíritu a través de la vida carnal. Y para conseguir esa importante domesticación de las pasiones salvajes, el ejercicio evangélico es el recurso más eficiente, pues lo hace a través de la ternura, del amor y de la renuncia pregonada por el Maestro Jesús. El periespíritu, en la hora de la desencarnación, es como la cabalgadura briosa, de energías contenidas, que tanto se semejan a la monta dócil, disciplinada y de absoluto control por parte de su dueño, como también se iguala al potro desenfrenado que arremete y hasta puede arrastrar peligrosamente a su caballero despavorido. Los consagrados filósofos griegos, cuando preconizaban “mente sana en cuerpo sano” exponían conceptos de excelente auxilio para el momento de la desencarnación. La serenidad y la armonía, en la hora de la “muerte”, son estados que requieren completo equilibrio en el binomio “razón y sentimiento”, pues aquel que “sabe qué es, de dónde viene y hacia dónde va”, también sabe lo que necesita, lo que quiere y por qué se vuelve un espíritu venturoso. El cerebro que piensa y dirige exige también que el corazón se purifique y obedezca. Ojalá que estas comunicaciones de “este lado”, aunque a muchos les parezcan un puñado de fantasías sin sentido, logren atraer el interés de los lectores bien intencionados, que deseen liberarse de las ilusiones inherentes a las formas provisionales de la materia y quieran centrar su visión espiritual en el curso de la vida del Espacio, lo cual depende en sumo grado de la naturaleza y la existencia que fuera vivida en la Tierra. ATANAGILDO Curitiba, 1º de Enero de 1958 12
  • 13. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura EL CAMINO DEL MÁS ALLÁ Pregunta: Valiéndonos de vuestra promesa, hecha la reunión pasada, por la cual deseamos recibir impresiones sobre vuestra desencarnación y sobre los acontecimientos que se verificaron después del desligamiento de vuestro cuerpo físico. ¿Os será posible informarnos? Atanagildo: Yo había completado los veintiocho años de edad, estaba en cama acometido por una complicación de los riñones, mientras el médico de la familia agotaba los recursos para disminuir la cuota de urea que me envenenaba el cuerpo, causándome una terrible opresión que parecía aplastarme el pecho. Presa de terrible angustia, que aumentaba por momentos, procuré explicar al médico lo que sentía, ansioso de un alivio, aunque fuese por breves instantes. Al mismo tiempo me extrañaba que a medida que bajaba mi temperatura, se pe agudizaban los sentidos; algunas veces tenía la impresión de que era el centro consciente, absoluto, el responsable de toda la agitación que había alrededor de mi lecho, porque captaba el más sutil murmullo de los presentes. De modo alguno podía comprender la naturaleza del extraño fenómeno que me dominaba, pues a medida que crecía mi facultad de oír y sentir, conjuntamente en mi alma emergía un misterioso murmullo, como si una exquisita voz sin sonido me gritara en un tono desesperado. Era una terrible asociación psicológica, un algo desconocido que se imponía y me indicaba un cercano peligro, rogándome una urgente coordinación y rápido ajuste mental. De las fibras más íntimas de mí ser partía un violento pedido que me exigía inmediata atención, a fin de que yo apelase a los medios necesarios para eliminar un inmediato peligro invisible. De adentro la voz del médico se hizo oír, con inusitada vehemencia. -¡Rápido! El aceite alcanforado. Entonces, un invisible sopor ya no me dejaba actuar, y de lo íntimo de mi alma comenzaba a surgir el impacto invasor, que comenzaba a actuar sobre mi conciencia en vigilia; después, en un implacable crescendo, percibía en mí ser manifestarse un angustioso esfuerzo de sobrevivencia, producido por el instinto de conservación. Intenté reunir las últimas fuerzas que se me iban, a fin de solicitar los buenos oficios del médico y avisarle que necesitaba de su inmediata intervención. Mientras, estaba bajo una fuerte emoción e instintivamente atemorizado oí decir: —No se puede hacer nada más. Confórmese, porque el señor Atanagildo ya dejó de existir. Mi cuerpo ya debía de estar paralizado; pero, por el choque vivísimo que recibió la mente, comprendí perfectamente aquel aviso misterioso que antes me llegara de lo profundo del alma y que el desesperado esfuerzo del instinto animal realizara, para que yo dirigiera el psiquismo sustentador de las células cansadas. La comunicación del médico me heló definitivamente las entrañas, si es que aún existía en ellas algún calor de vida animal. Aunque yo siempre había sido un devoto estudioso del Espiritismo filosófico y científico del mundo terreno, es inútil intentar describiros el terrible sentimiento de abandono y aflicción que me embargaba el alma en aquel momento. No temía a la muerte, pero partía de la Tierra exactamente en el momento que más deseaba vivir, porque principiaba a realizar proyectos que venía madurando desde la infancia y, además, estaba próximo a constituir mi hogar, lo que también formaba parte de mi programa de actividades futuras. Quise abrir los ojos, pero los párpados me pesaban como plomo; realicé hercúleos esfuerzos para efectuar algún movimiento, por débil que fuese, con la esperanza de que los presentes descu- briesen que yo aún no había "muerto", cosa que de modo alguno podía saber, debido a mi conflicto interior. Entonces repercutió violentamente ese esfuerzo por la red "psico-mental" y se avivaron aún más los sentidos agudizados del alma, los cuales me trasmitían las noticias del mundo físico a través del extraño sistema telefónico que yo ignoraba poseer. Me sentía pegado a la piel o a las carnes cada vez más heladas, como si estuviera apoyado sobre frígidas paredes de cemento en una mañana in- vernal. A pesar de ese extraño frío, que yo suponía recibir exclusivamente en el sistema nervioso, podía oír todas las voces de los "vivos", sus sollozos, clamores y descontroles emotivos junto a mi cuerpo. A través de ese delicadísimo sentido oculto y predominante en otro plano vibratorio, presentí 13
  • 14. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura cuando mi madre se inclinó sobre mí y le oí exclamar: — ¡Atanagildo, hijo mío! Tú no puedes morir, ¡eres tan joven!... Sentí el dolor inmenso y atroz que le corría por el alma, pero yo me encontraba ligado a la materia rígida, sin poder transmitirle la más débil señal para aliviarla con la sedativa comunicación de que aún me encontraba vivo. En seguida llegaron vecinos, amigos y tal vez algún curioso, pues lo presentía y les captaba el diálogo, aunque todo me ocurría bajo extrañas condiciones comunes del cuerpo físico. Me sentía a veces suspendido entre las márgenes limítrofes de dos mundos misteriosamente conocidos, pero terriblemente ausentes. En ocasiones, como si el olfato se me agudizase nuevamente, presentía el vaho del alcohol que se usaba para la jeringa hipodérmica, algo parecido al fuerte olor del aceite alcanforado. Todo eso sucedía en el silencio grave de mi alma, porque identificaba los cuadros exteriores, así como no conseguía comprender con exactitud lo que me estaba sucediendo; permanecía oscilando continuamente, como si estuviera padeciendo una mórbida pesadilla. De vez en cuando, por fuerza de esa agudeza psíquica, el fenómeno se invertía. Entonces me veía centuplicado en todas las reflexiones espirituales, y paradójicamente me reconocía mucho más vivo de lo que era antes de la enfermedad de que fuera víctima. Durante mi existencia terrena, desde la edad de 18 años, había desarrollado bastante mis poderes mentales a través de los ejercicios de índole esotérica. Por eso, en aquella hora neurálgica de la desencarnación, conseguía mantenerme en actitud positiva, sin dejarme esclavizar completamente por el fenómeno de la muerte física; podía examinarlo atentamente, porque era un es- píritu dominado por la idea de la inmortalidad. Apostado entre dos mundos tan antagónicos, sintiéndome en el límite de la vida y de la muerte, guardaba un vago recuerdo de todo aquello que me había ocurrido anteriormente, y, por lo tanto, ese acontecimiento me parecía algo familiar. El raciocinio espiritual fluía con rapidez, y la íntima sensación de existir en forma independiente del pasado o del futuro llegaba a vencer las impresiones agudísimas que a veces me acometían en indomable torbellino de energías, que se ponían en conflicto de la intimidad de mi periespíritu. De pronto, otro sentimiento angustioso se me presentó y logró dominarme con inesperado temor y violencia; fue algo apocalíptico que, a pesar de mi experiencia mental positiva y control emotivo, me hizo estremecer ante su fuerte evidencia. Me reconocía vivo, con la plenitud de mis facultades psíquicas. En consecuencia, no estaba muerto ni vivo o libre del cuerpo material. Sin duda alguna, me hallaba sujeto al organismo carnal, pues esas sensaciones tan nítidas sólo podían ser transmitidas a través de mi sistema nervioso. Mientras que el sistema nervioso estuviera cumpliendo su admirable función de relacionarme con el ambiente exterior, yo me consideraba vivo en el mundo físico, aunque sin poder actuar, por haber sido víctima de algún acontecimiento grave. No tuve más ilusiones; supuse que había sido víctima de un violento ataque cataléptico, y si no me despertaba a tiempo sería enterrado vivo. Ya imaginaba el horror del túmulo helado, los movimientos de las ratas, la filtración de la humedad de la tierra en mi cuerpo y el olor repugnante de los cadáveres en descomposición. Pegado a aquel fardo inerte, que ya no atendía a los llamados aflictivos de mi dirección mental y que amenazaba no despertarse a tiempo, preveía la tétrica posibilidad de asistir impasible a mi propio entierro. En seguida, una nueva y extraña impresión comenzó a inundarme el alma; primeramente se manifestaba como un aflojamiento inesperado de aquella rigidez cadavérica; después, un reflujo coordinado hacia adentro de mí mismo, que me dejó más inquieto y que me señalaba como culpable de algo. Sí, no exagero, al considerar el fenómeno que me ocurría, tenía la impresión de estar volviendo a la inversa, pues la memoria retrocedía paulatinamente a través de mi última existencia y me llenaba de asombro por la claridad con que veía todos los pasos de mi existencia. Los acontecimientos se desenvolvían en la tela mental de mi espíritu, a semejanza de una vivísima proyección cinematográfica. Se trataba de un increíble fenómeno, donde eran proyectados todos los movimientos más intensos de mi vida mental; los cuadros se superponían, retrocediendo, para después esfumarse, como en las películas, cuando determinadas escenas son substituidas por otras más nítidas. Yo decrecía en edad, rejuvenecía, y mis sueños fluían hacia atrás, alcanzando los orígenes y los primeros bullicios de la mente inquieta. Me perdía en aquel ondular de cuadros continuos y gozaba de euforia espiritual cuando veía actitudes y hechos dignos, lo que podía 14
  • 15. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura comprobar cuando actuaba con ánimo heroico e inspirado por sentimientos altruistas. Sólo entonces pude avalar la grandeza del bien; me espantaba que una sublime sonrisa de agradecimiento, en esa evocación interior y personal, o la minúscula dádiva que había hecho en fraternal descuido, pudiesen despertar en mi espíritu esas alegrías tan infantiles. Me olvidaba de la situación funesta en que me encontraba para acompañar con incontenido júbilo los pequeños sucesos proyectados en mi cerebro etérico; identificaba la moneda donada con ternura, la palabra dicha con amor, la preocupación sincera para resolver el problema del prójimo o el esfuerzo realizado para suavizar la maledicencia dirigida hacia el hermano descarriado. Aun pude rever, con cierto éxtasis, algunos actos que practicara con sacrificial renuncia, no porque perdiera en la competición del mundo material, sino porque sabía humillarme a favor del adversario necesitado de comprensión espiritual. Si en aquel instante me hubiera sido dado retomar el cuerpo físico y llevarlo nuevamente al tráfico del mundo terreno, aquellas emociones y estímulos divinos habrían ejercido tal influencia sobre mi alma, que mis actos futuros justificarían mi canonización después de la muerte física. Pero, en contraposición, no faltaron tampoco los actos poco delicados y las estupideces del mozo ardiendo en deseos carnales. Sentí de pronto que las escenas se me tornaban acusadoras, refiriéndose a las actitudes egocéntricas de la juventud avara de sus bienes materiales, aun cuando me dominaba la voluptuosidad de poseer lo "mejor" y superar el ambiente, por la figura ridícula de la superioridad humana. También sufrí por mi descuido espiritual de la juventud liviana: fui estigmatizado por las escenas evocativas de los ambientes deletéreos, cuando el animal se despoja de su indumentaria, en las sensaciones lúbricas. No era una acusación dirigida propiamente a mi naturaleza inquisidora, cosa que felizmente nunca ocurrió conmigo, ni aun en la fase de la experiencia sexual, y que com- probaba en aquel momento retrospectivo, en donde el alma realmente interesada en los valores angélicos debe siempre repudiar el ambiente lodoso de la prostitución de la carne. En el cuadro de mi mente super excitada, identificaba los momentos en que la fiera del sexo, como fuerza indomable, me atraía hacia la orilla del charco en donde se debaten las infelices hermanas desheredadas de la ventura doméstica. La proyección cinematográfica continuaba fluyendo en mi tela mental, cuando reconocía la fase del aprendizaje escolar, y después, los holgorios de la infancia, cuyos cuadros, por ser de menor importancia en la responsabilidad de la conciencia espiritual, tuvieron fugaz duración. Espantadísimo, debido a la disciplina y a los éxitos de mis estudios esotéricos, pude identificar una cuna adornada de encajes, reconociéndome en la figura de un rosado bebé, cuyas manos tiernas e inquietas eran motivo de júbilo y agasajos por parte de dos seres que se inclinaban sobre mí. ¡Eran mis padres! Pero lo que me dejó intrigado y confuso fue que en el seno de esa figura tan diminuta, de recién nacido, me sentía con la conciencia algo despierta y dueña de impresiones vividas en un pasado remoto. Me parecía realizar tremendos esfuerzos para vencer a aquel cuerpecito delicado y romper las ligaduras de la carne, con la intención de transmitir palabras inteligentes y pensamientos maduros. Detrás de la figura del bebé inquieto, con profundo espanto, reconocía la "otra" realidad de mí mismo. Atento al fenómeno de esa evocación psíquica, tal como si viviese el papel del principal actor en un film cinematográfico, llegaba a extrañar el motivo de aquellas imágenes retroactivas que pasaban sin interrupción, para finalizar en aquella cuna adornada, cuando "algo" en mí se obstinaba en decirme que yo me prolongaba más allá, mucho más allá de aquella forma infantil. Percibí de pronto que la voluntad, bastante desarrollada con la práctica ocultista, se me agotaba ante el esfuerzo de proseguir hacia atrás, pero estaba seguro que bajo mi desenvolvimiento mental terminaría desprendiéndome del bebé regordete que trazaba el límite de mi última existencia, para entonces alcanzar lo que debería "existir" mucho antes de la conciencia configurada por la personalidad de Atanagildo. Confiado en mis propias energías mentales, a semejanza del piloto que tiene fe absoluta en su aeronave, no temí los resultados posteriores, pues osadamente, gracias a un esfuerzo heroico, me dejé ir más allá y logré transponer aquella cuna adornada de encajes, que significaba la barrera de mi saber pero no el límite de mi existir. Había un mundo desconocido más allá de aquel diminuto cuerpecito focalizado en mi retina espiritual, cuyo mundo intenté penetrar, aun- que parecía estar maniatado por el terrible trance que suponía de orden cataléptico. Bajo la poderosa concentración de mi voluntad, coordiné todas mis fuerzas mentales, 15
  • 16. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura activándolas en un haz altamente energético, y decididamente, como si empuñara un poderoso estilete, arremetí el más allá del misterioso velo que debería esconder mi prolongación espiritual. Me entregué incondicionalmente a la extraña aventura de buscarme a mí mismo, consiguiendo desatar los lazos frágiles que ligaban a mi memoria etérica, la figura de aquel atrayente bebé rosado. Entonces conseguí comprobar el maravilloso poder de la voluntad al servicio del alma decidida; bajo ese esfuerzo tenaz, perseverante y casi prodigioso, se rompió la cortina que me separaba del pasado. Sorprendido y confuso, me sentí envuelto en un festivo sonar de campanas poderosas, al mismo tiempo que oía el rumor de grandes clamores que provenían de cierta distancia de donde yo me encontraba. Mientras los sones del bronce se perdían en el aire, me sentí envuelto por una brisa agreste, impregnada de un perfume de lirio o de flores muy familiares, que suelen crecer a las márgenes de los lagos o de los ríos, al mismo tiempo que vislumbré sobre mí un retazo de cielo azul blanquecino, común en los días de invierno. Al mismo tiempo pude comprender que me encontraba suspendido en el aire, pues fui empujado por un vigoroso balanceo, mientras forcejeaba para romper las cuerdas que me inmovilizaban. La presión de una mano callosa que me tapaba la boca me impedía gritar, mientras un violento dolor me hacía arder el pecho y la garganta. Me afirmé un poco en el suelo, y súbitamente, por un impulso muy fuerte, fui arrojado a las profundas y pantanosas aguas, en donde el perfume de los lirios se confundía con la fetidez del lodo del río. Cuando me sumergí, aún oía el repicar de las campanas de bronce y las voces humanas de tonos festivos. Poco a poco eso se fue perdiendo en un eco lejano, mientras mis pulmones se sofocaban con el agua sucia y fría. Ese rápido entreacto de la cesación de mi conciencia, al sumergirme en las aguas heladas, me hizo perder la ilación de las imágenes que se reproducían en mi memoria periespiritual, y como si despertase de una profunda pesadilla, me sentí nuevamente en la personalidad de Atanagildo, vivo mental y astralmente, pero adherido a un cuerpo yerto. Más adelante, cuando tomé posesión de la memoria de mi última existencia, pude identificar aquella escena ocurrida en Francia a mediados del siglo XVIII, cuando fui sorprendido en una embos- cada por rivales que estaban celosos por el afecto que tenía hacia una determinada joven, los cuales, después de herirme en la garganta y el pecho, me arrojaron al río Sena, por detrás de la iglesia de Nótre Dame, justamente en la mañana que se realizaban importantes celebraciones religiosas. Por eso, en mi trance psico-métrico de retorno al pasado, ocurrido durante la última desencarnación, sentía revivir la sensación del agua helada en donde fui arrojado, pues la escena se reavivó fuertemente en mi periespíritu en cuanto se conjugaron las fuerzas vitales, en efervescencias, para evitar mi desenlace. Después de aquella reproducción del crimen en el Sena, cuando aún pensaba en el trágico acontecimiento, recrudecieron dentro de mí las voces y los sollozos más ardientes: la imagen del pasado se esfumó rápidamente y me reconocí ligado de nuevo al cuerpo yerto. No tardé en adivinar que Cidalia, mi novia, había llegado a mi casa y se inclinaba desesperadamente sobre mi cadáver, golpeada por el dolor de tan fatal separación. Entonces se avivó con más fuerza la terrible idea de que había sido víctima del sueño cataléptico. Inmensamente sorprendido, pude notar las reminiscencias cinematográficas que habían reproducido en mi cerebro toda la existencia transcurrida desde la cuna, y, además, revelado un detalle de la escena ocurrida en Francia y que había durado, a lo sumo, uno o dos minutos. Era el tiempo exacto que debió de haber invertido mi novia para llegar desde su casa hasta la mía, ni bien le avisaron de mi supuesta muerte, pues residía a una cuadra de distancia. Luego pude comprender mejor ese hecho, cuando estuve más poseído de mi conciencia espiritual, desligada de la materia. En tan corto espacio de tiempo pude revivir los principales acontecimientos de mi última existencia, en el Brasil, y aun con- templar el último cuadro de la encarnación anterior. Al poco tiempo se reconfortó mi ánimo y me volví algo indiferente con respecto a la situación grave en que me encontraba, pues había comprobado en mí mismo la inmortalidad o la sobrevivencia indiscutible del espíritu, lo que disipó un tanto el temor de sucumbir, aun frente a la horrorosa probabilidad de ser enterrado vivo. Gracias al poder de mi voluntad disciplinada, impuse cierta 16
  • 17. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura tranquilidad a mi psiquismo inquieto, controlando las emociones y preparándome para no perder ni un detalle de los acontecimientos, pues allí mismo, en el límite de la "muerte", mi espíritu no perdía su precioso tiempo e intentaba engrandecer aún más su bagaje inmortal. Obediente a los fuertes imperativos del instinto de conservación reuní nuevamente las fuerzas dispersas e intenté provocar un nuevo influjo de vitalidad a mi organismo inerte, a fin de despertarlo, si era posible, de su trance cataléptico, para volver a la vida humana enriquecido y convencido espiritualmente, gracias a la comprobación que obtuviera en la inmersión de la memoria periespiritual. Justo en ese instante de afluencia vital, los sentidos se me agudizaron nuevamente, haciéndome presentir algo más grave, que me profetizaba una indomable violencia. No podía precisar la naturaleza exacta del presentimiento, pero reconocía la procedencia, la que partía de mi alma, poniéndome sobre aviso: una lejana tempestad se dibujaba en el horizonte de mi mente, y el instinto de conservación arrojaba el temor hacia lo íntimo de mi espíritu. Poco a poco, identificaba el retumbar del trueno a la distancia, mientras vivía la sensación de encontrarme ligado al crisol de energías tan poderosas, que parecían las fuerzas de nutrición del propio Universo. La tempestad que se acentuaba en mí no parecía venir de afuera, pero sí que emanaba lenta e implacablemente desde el interior de mi propia alma. Acompañé el crescendo implacable y percibí, desconcertado, que era en mí mismo, en el escenario vivo de mi morada interior, en donde la tormenta se desarrollaba y en camino al tremendo "clímax" de violencia. Como si estuviera acurrucado en mí mismo, oí al tremendo trueno retumbar en las entrañas de mi espíritu, lográndome sacudir todas las fibras de mi ser, a semejanza de una frágil vara de junco chicoteada por el viento indomable. El choque fue poderoso y quedé sumergido en un extraño torbellino de luces y chispas eléctricas, para desaparecer al poco rato, tragado por ese vórtice flameante. En seguida perdí la conciencia. El fenómeno era realmente el temido momento de la verdadera muerte o desencarnación, común a todos los seres cuando se rompe el último lazo entre el espíritu y el cuerpo físico, el que se encuentra situado a la altura del cerebelo y por el cual aún se hacen los cambios de energías entre el periespíritu sobreviviente y el cuerpo rígido. Después de ese choque violento, quedé liberado definitivamente del cuerpo carnal y todo mi periespíritu pareció recogerse en sí mismo, bajo una extraña modificación, dificultándome el entendimiento y la claridad psíquica y haciéndome perder la conciencia de mí mismo. No sé cuánto tiempo transcurrió hasta mi despertar en el mundo astral, después que mis despojos mortales habían sido entregados a una humilde sepultura. Recordaba que sentía aún la temperatura algo fría y, sin embargo, mi cuerpo gozaba de una indescriptible sensación de alivio y bienestar, habiendo desaparecido todas las angustias mentales, aunque persistía cierta fatiga y una ansiedad expectante. Mi esfuerzo estaba centrado en el problema de reunir todos los pensamientos dispersos, para ajustarlos en el campo de la memoria, a fin de entender lo que podía haberme sucedido, porque aún perduraba la sensación física de haber retornado del violento choque producido en el cráneo por un instrumento de goma dura. Ese sopor era perturbado por una extraña invitación interior, con relación al ambiente donde yo me encontraba, llena de exceptativa y de un silencio misterioso. Me sentía bien con respecto al estado mental, gozando de una sensación sedativa, como si hubiera sido sometido a un lavaje purificador, cuyos residuos incómodos se hubiesen depositado en el fondo de mi vaso mental, permaneciendo a tono con un líquido refrescante y balsámico. Tenía que intentar hacer algún esfuerzo de memoria muy pronunciado, a fin de no mezclar la escoria depositada en el fondo del vaso cerebral con la limpidez agradable y cristalina de la superficie. La sensación era de paz y confort espiritual; no tenía tendencia hacia las evocaciones dramáticas o asuntos dolorosos, ni tampoco me encontraba posesionado por las indagaciones aflictivas, a fin de recomponer la situación que todavía me era confusa, pues las ideas que se me asociaban poco a poco eran de naturaleza optimista. En oposición a lo que anteriormente consideraba como una pesadilla, en la cual había vivido la sensación de la "muerte", aquel segundo estado de mi espíritu se parecía a un suave sueño que no deseaba interrumpir. Después de un breve esfuerzo, pude abrir los ojos, y, para sorpresa mía, reparé en un techo alto, 17
  • 18. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura azulado, con reflejos y polarizaciones plateadas, semejante a una cúpula refulgente, la que se apoyaba sobre delgadas paredes impregnadas de un color azulado, con suaves tonos luminosos; parecía que largas cortinas de seda rodeaban mi lecho blanco y confortable, dándome la impresión de que reposaba sobre una genuina espuma de mar. Una claridad balsámica transformaba los colores en matices refrescantes, y a veces parecía que la propia luz de la luna se filtraba por delgados cristales de atrayente colorido liláceo. Pero no vislumbraba lámparas o instalación alguna que pudiese identificar el origen de aquella luz tan agradable. Otras veces eran fragmentos de pétalos de flores o una especie de confites de color carmesí rosado que se posaban sobre mí y se desvanecían en mi frente, en las manos y en los hombros, provocándome la sensación de ser un baño de magnetismo reconfortante que nutría al cuerpo exhausto, pero contento. Estaba totalmente extrañado por el ambiente en donde me había despertado, que era completamente diferente al modesto cuarto que constituía mi aposento de enfermo resignado. Hasta creí que había sido transportado con toda rapidez a un hospital lujoso, de instalaciones modernísimas. Conseguí entonces distinguir algunos rostros desdibujados que me rodeaban en el lecho; uno de ellos guardaba una notable semejanza con el de mi Madre, y logré identificarlo como un hombre de mediana edad. Una señora anciana, sonriente y extremadamente afable, se inclinó sobre mí y me llamó con insistencia. Pronunció mi nombre con profundo recogimiento y vehemencia, consiguiendo sacarme una exhaustiva y balbuceante respuesta de asentimiento. Ella sonrió con visible satisfacción y llamó a otra persona de aspecto pálido, de ojos profundos, vestida de blanco inmaculado, que me hizo evocar la figura de los magos de Oriente, y cuya fisonomía era serena pero enérgica. Había cierta dulzura en sus gestos e inconfundible seguridad en el obrar; me miró con tal firmeza, que un flujo de energía extraña y de suave calor se proyectó de su mirar, que alcanzó mi médula, adormeciéndome poco a poco el bulbo y el sistema nervioso, como si una poderosa sustancia gaseosa, hipnótica, se derramase por mis plexos nerviosos, provocándome un incontrolable relajamiento de músculos. Luché, moví las piernas, por así decir, intentando resistirme a aquella voluntad poderosa, pero una orden incisiva se fijó en el cerebro: ¡Duerma! Entonces se me aflojaron los músculos y fui introduciéndome en un misterioso y dulce bienestar que se transformó en la pérdida gradual de la conciencia, terminando en un reconfortante reposo. En un resto de conciencia final, aún pude oír la voz cristalina de aquella señora afable, que así se expresaba: —¿No le había dicho, hermano Crisóstomo, que sólo el hermano Navarana podía provocarle el reposo compensador a su nieto y evitarle la excesiva autocrítica, tan perjudicial, y la confusión psíquica y natural producida por la desencarnación? Convengamos en que su nieto Atanagildo es portador de una mente muy vigorosa. En el centelleo final de la conciencia en vigilia, logré comprenderlo todo: Crisóstomo era mi abuelo materno, a quien sólo había conocido en la infancia. Realmente, no había ningún motivo más para luchar o temer. Yo era un "muerto", en el exacto sentido de la palabra, o con más propiedad, ¡un desencarnado! 18
  • 19. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura PRIMERAS IMPRESIONES Pregunta: ¿Cuáles fueron las impresiones que tuvisteis al despertar en el Más Allá, después de haberos sometido al sueño, por el hermano Navarana? Atanagildo: Al comienzo no pude comprender bien en qué ambiente me encontraba, pues no conseguía vislumbrar nada fuera de aquel cuarto silencioso que estaba envuelto por una agradable luminosidad y un balsámico fluido. Me sentía en un estado de profunda auscultación espiritual, pero reconocía que me encontraba impedido para realizar cualquier esfuerzo directivo. Me hallaba sumergido en un dulce sopor, como si fuera la figura silenciosa del peregrino que mira el horizonte oscuro aguardando el advenimiento de la madrugada para comenzar su largo viaje, interrumpido por la noche. Me mantenía en una curiosa expectativa, pero interiormente estaba seguro de que más adelante descubriría el misterio que me rodeaba. No demoré en notar un extraño fenómeno de luces que surgieron inesperadamente, como si innumerables cantidades de pétalos luminosos fuesen arrojados por los faros de un vehículo distante que estuviera envuelto en una densa cerrazón. Mentalmente despierto, observaba aquella sucesión de luces que iban desde un azul claro hasta los tonos del zafiro, para terminar en matices de agradables violetas, que al tocarme se transformaban en un frío balsámico. No podía precisar de dónde provenía, y a veces el fenómeno se tornaba hasta audible, pues suponía oír algunas voces distantes, cuya pronunciación era de agradable entonación y simpatía. Ya no tenía más dudas con respecto a la naturaleza y a la fuerza de aquellas luces que me visitaban seguido, pues siempre se desvanecían en mí, después de dejarme una suave sensación de alivio, al mismo tiempo que parecía nutrirme espiritualmente. Hubo un momento en que me sentí como si fuera chocado, algo así, por un chorro de agua fría que cayera sobre mi periespíritu. En seguida fui envuelto en una sensación de tedio, de pesar y después de angustia, y finalmente sentía la sensación de haber cometido una acción mala o precipitada. En lo íntimo de mi alma permanecía ese clamor aflictivo, provocado por una imprevista emoción de amargura, cuando un nuevo chorro de aquellas luces azules-violetas vino a mi encuentro y disolvió milagrosamente aquella opresión, restableciendo mis fuerzas, devolviéndome el bienestar anterior. Entonces agradecí en profunda oración a Jesús el inesperado alivio traído en alas de aquellos confites luminosos y coloridos, que penetraban por mi organización periespiritual, dejándome un delicioso alimento energético. Pregunta: ¿Durante esas extraordinarias emociones os encontrabais despierto y consciente de que habíais desencarnado? Atanagildo: Ya había despertado del sueño hipnótico provocado por el hermano Navarana, que actuó en compañía de mi abuelo Crisóstomo y de la hermana Natalina, aquella señora bondadosa y afable que me atendió antes de mi inmersión en el reposo reparador. Todo aquello que recordaba por primera vez fue en un rápido estado de vigilia astral, en donde me sentía agotado y con el cuerpo dolorido, además de sentir un frío molesto, realmente estaba cansado de la travesía que debía de haber hecho desde la superficie de la Tierra hasta la región donde me encontraba. El reposo era necesario, porque la enfermedad que me había hecho desencarnar era del tipo de las que exigían grandes cuotas de energías espirituales, que son muy necesarias para el tránsito hacia el Más Allá. Pregunta: ¿Podemos considerar que los mismos fenómenos y el modo de vuestra desencarnación pueden servir de base para avalar los acontecimientos sucedidos a otros desencarnados? Atanagildo: De modo alguno debéis pensar en la igualdad de sensaciones y acontecimientos para todos aquellos que desencarnan; no hay, probablemente, una desencarnación exactamente igual a otra. La situación en la hora de la "muerte", para cada criatura, depende fundamentalmente de su edad sideral y de los hábitos psíquicos que haya adquirido a través de los milenios vividos en contacto con la materia; influye en cada uno su naturaleza moral y aun el tipo de energía que 19
  • 20. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura predominan en estado de reserva en su periespíritu, las cuales varían de conformidad con los climas o regiones de la Tierra o de otros planetas en donde el espíritu haya reencarnado. Mientras tanto, existen ciertos hechos y acontecimientos que son comunes a casi todos los casos de desencarnación y que hacen parte del proceso de desligamiento del cuerpo, como ser la recordación inmediata y regresiva de toda la existencia que se acaba, la agudización de los sentidos en los primeros momentos de la agonía, la suposición de tratarse de un sueño o pesadilla, y también el choque interior, que se verifica con el rompimiento del cordón que une a la vida carnal. Fuera de tales fenómenos y el tiempo de su duración, la desencarnación varía de espíritu a espíritu, difiriendo también los demás acontecimientos que suceden al despertar en el Más Allá de la sepultura. Pregunta: ¿Cuál es el origen de las luces de colores que se deshacían junto a vuestro periespíritu? Atanagildo: Durante mi última reencarnación pude mantenerme en un cierto nivel espiritual equilibrado, conforme ya os dije, gracias al desenvolvimiento de la voluntad, que había empleado satisfactoriamente bajo la inspiración al servicio de Jesús. Aunque no fuese portador de credenciales santificantes, siempre fui compasivo, pacífico y tolerante; me esforcé por vivir alejado de las sensaciones pervertidas, de las conversaciones licenciosas o de las anécdotas indecentes, que son comunes a la mayoría de los humanos. Los ejercicios esotéricos, las prácticas elevadas y las reflexiones superiores, a que me sometía frecuentemente, me sublimaban la carga de magnetismo super excitante en el metabolismo del sexo. Indagué deliberadamente en la lectura filosófica de alta estirpe espiritual, y buscaba vivir de manera sensata, midiendo mis pensamientos y controlando mis palabras. Era comunicativo y alegre, desechaba los prejuicios y era afable con todos; nunca me rebelaba delante de los acontecimientos desagradables de la existencia humana, aunque yo también fui provocado en el transcurso del sufrimiento y en lo más íntimo del ser. Tampoco me interesaban las glorias políticas ni me afligía por la ambición de poseer tesoros que "la polilla roe y la herrumbre consume". Desde la infancia sentía una inexplicable ansiedad por saber lo que yo era, de dónde venía y hacia dónde iba. Comprendía que ese conocimiento era de capital importancia para mi vida y que todo lo demás era de insignificante valor. Bajo esa íntima e incesante preocupación, conseguía ser feliz con muy poca cosa, porque eran raras las seducciones del mundo que conseguían despertarme interés o alentar el deseo de poseer riquezas. Me agradaba emplear una parte de mis haberes en favor de los desheredados y socorrer a los pobres de mi suburbio. Cuando me ponía a solucionar los problemas ajenos, nunca lo hacía por interés alguno; beneficiaba al prójimo sin la más remota idea de querer ganarme con ello los favores del cielo. De modo alguno vivía con la fanática preocupación de "hacer caridad" a fin de cumplir con un deber espiritual; siempre actuaba con espontaneidad, y los problemas difíciles y aflictivos del prójimo no eran sino mis propios problemas, los cuales necesitaban urgente solución. Mi activo espíritu se presentaba con cierto fondo de reserva con respecto a mi desencarnación hacia el Más Allá, pues aquellos que supieron de mi "muerte" no sólo lo demostraron con ardientes votos de ventura celestial, sino que los más afectivos y reconocidos me dedicaban sus oraciones en horas tradicionales, evocándome con ternura y pasividad espiritual. Esas oraciones y ofrecimientos de paz, dedicados a mi espíritu desencarnado, eran los que se transformaban en aquellas luces azules, liláceas y violetas que, en forma de pétalos coloridos y luminosos, se esfumaban en mi cuerpo astral, inundándolo de vibraciones balsámicas y vitalizantes. El ruego en el sentido del bien es siempre una dádiva celeste, y mal podéis valorar cuánto auxilia al espíritu en sus primeros días de desencarnación. Es una energía reconfortante, que a veces se asemeja a la brisa suave y otras veces se transforma en flujos energéticos, vivos, que reaniman y dan actividad al periespíritu. El hecho de haberme desligado rápidamente de los despojos cadavéricos — pues esa liberación depende fundamentalmente del estado moral del desencarnado— lo debo sobre todo a las oraciones que no cesaron de posarse afectuosamente en mi alma. Pregunta: ¿Por qué motivo quedasteis súbitamente en un estado de angustia y arrepentimiento, en el momento que os pareció recibir un chorro de agua fría y que sólo fuisteis reanimado pos- 20
  • 21. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura teriormente por la incidencia de esos pétalos de luces coloridas? Atanagildo: Sólo después de desencarnar es cuando realmente comprendemos el espíritu de advertencia constante que anunció Jesús en aquella frase inolvidable: que la criatura deberá pagar hasta la "última moneda". En aquellos benditos momentos en los cuales se depositaba sobre mí el reconfortante maná traído por las oraciones en alas de aquellas chispas luminosas, alguien interceptaba el flujo de esas preces, perturbándome la recepción del precioso alimento del alma. Sólo luego descubrí la razón de aquellos cortes vibratorios, repentinos, aunque de breve duración, que lograban angustiarme; poniéndome en situación de culpable por cosas que no sabía explicar. Indudablemente, arrojaban en contra de mí alguna carga nociva, de tal vibración negativa, que me recorría el cuerpo como un desapacible viento, completamente opuesto al efecto de las luces sedativas. Se trataba de Anastasio, un infeliz delincuente al que yo había conocido en la Tierra, en la última encarnación, el que se ligó a mí por los imperativos de la Ley Kármica, como consecuencia de los descuidos en que incurrí en el pasado. Era la cobranza justa de la "última moneda" que le debía. Aunque yo había realizado los mayores esfuerzos para saldar mi deuda kármica con el planeta y reajustarme en la contabilidad divina y con casi todos mis acreedores de mayor importancia, Anastasio fue la criatura que continuó revoloteando a mi sombra, poniendo a prueba el máximo de tolerancia de mi espíritu. Y haciendo uso y abuso de ese último derecho que le confería la Ley Kármica, por la cobranza justa de mi deuda, actuaba de modo implacable, a pesar de todo el socorro y la protección que le había dispensado en la última encarnación. Espíritu inmaduro e insatisfecho, demostró hostilidad ante los indiscutibles bienes que le proporcionaba en mi último peregrinaje físico, y como no pudo vengarse totalmente, lo hizo después de mi desencarnación., vibrando rencoroso contra mí e intentando manchar mi memoria en la Tierra, con el fin de desvalorizar los favores recibidos. El hecho era natural y también propio de su estado evolutivo, pues mientras el espíritu elevado perdona las mayores ofensas recibidas, el poco evolucionado no pasa por alto ni siquiera un insignificante encontrón con su persona. Las almas pequeñitas e infelices vierten toneles de odio contra aquellos que les ofrecen algunas gotas de agua para saciar su sed. Pregunta: Para que nosotros comprendamos mejor vuestra situación espiritual después de la desencarnación, ¿podríais explicarnos algo sobre vuestras relaciones en la Tierra con el hermano Anastasio? Atanagildo: Anastasio era un hombre profundamente inadaptado y ocioso en el medio humano; usaba toda la capciosidad posible contra aquellos que lo socorrían, como sucedió conmigo. Es evidente que, bajo el imperativo kármico, se cruzó en mi camino en la juventud, y me indujo a que lo ayudara a intimar con cierta joven pobre, hija de un ferroviario, a quien él abandonó después de tres años de casados, dejándola con dos hijos y en completo desamparo. Compadecido de tal situación, fui en ayuda de los tres infelices y los asistí normalmente, valiéndome de las ganancias conseguidas a través de trabajos honestos. Luego la esposa de Anastasio se unió a otro hombre, laborioso pero pobre, en cuyo caso tampoco mi ayuda les faltó; pero Anastasio se irritó ante ese proceder y me culpó de su infelicidad, llegando al punto de emitir conceptos calumniosos hacia mi persona, tal como el de acusarme de falta de honestidad para con su ex esposa. Felizmente, dado mi conocimiento espiritual, el que en gran parte me ayuda a entender el origen enfermizo de la mayoría de las perfidias humanas, desistí de formular justificaciones ante la opinión pública o de perturbarme en el ambiente del mundo transitorio. No sólo perdoné la calumnia de Anastasio, la que me causó serios sinsabores y perjuicios morales, sino que preferí hasta olvidarme de la ofensa recibida, tratándolo como antes, sin que notase siquiera cambio alguno en mí mirar. Más adelante, el infeliz se trabó en conflicto con el nuevo compañero de su ex esposa, el cual, a pesar de ser delgado, era hombre curtido en trabajos pesados y hábil en la lucha, así que éste lo vapuleó a voluntad, al extremo que Anastasio tuvo que ser hospitalizado por largo tiempo, pues había sufrido serias fracturas en las costillas y en la frente. Traté de ayudarlo; lo saqué de ese hospital para indigentes y lo llevé a un excelente sanatorio, que contaba con todos los recursos médicos a su 21
  • 22. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura alcance. En fin, lo ayudé durante más de cuatro meses cual un abnegado hermano. Cuando Anastasio fue dado de alta, tuvo el coraje de andar diciendo que mi ayuda y dedicación provenían de la necesidad que yo tenía de superar mi propio remordimiento por haberlo separado de su esposa. Subestimaba todo esfuerzo hecho a su favor y confundía mi humildad con servilismo. Movido por su espíritu malvado, pasó a explotarme de todas maneras, en el más flagrante acto de chantajismo. En la seguridad de que yo quedaría afectado por su calumnia, al propalar que lo socorría tan solícito sólo para evitar el escándalo, procuró encontrarme nuevamente. Como yo me encontraba decidido a superar todas mis pasiones y limpiar de mi alma las malezas del pasado, decidí servirme de la venganza de Anastasio como un ejercicio cotidiano de renuncia, resignación e iniciación espiritual, en forma de una intensa práctica superior. Es verdad que yo presentía mi desencarnación más o menos próxima, pues estaba dotado de una gran sensibilidad psíquica, que se afirmaba cada vez más por la cuidadosa alimentación vegetariana y por la higiene psíquica y mental. Además, vivía en acentuada relación interior con el mundo invisible y sostenía verdaderos diálogos mentales con mis mentores y demás amigos desencarnados. Pregunta: De acuerdo con la Ley Kármica, ¿tuvisteis que pagar los males que le habíais ocasionado a Anastasio en otras encarnaciones o fuisteis víctima de sufrimientos injustos por parte de él? Atanagildo: La Ley del Karma no es la ley del "ojo por ojo y diente por diente", como generalmente entendéis, por la cual un hecho delictuoso tendría que generar otro hecho idéntico en pago del ocasionado. Aparentemente, parece que hubo exageración por parte de Anastasio, en contraposición con mi tolerancia, por tratarse de un alma demasiado malévola y vengativa. La solución del problema moral de cada alma es para consigo mismo y no con la Ley, pues ésta no crea acontecimientos iguales a los anteriores, para que a través de ellos se cumpla la punición. No sería justo que el delito de un hombre, en cierta existencia, obligase a la Ley a crear acontecimientos criminales en lo futuro, para que el culpable se ajuste por medio de un hecho similar, en la próxima encarnación. El Cristo debe ser el barómetro, a fin de saber con más exactitud cuál es la "presión" de nuestro espíritu a través de todos nuestros actos, a semejanza de la aguja de la brújula, que nos guíe al norte de la bienaventuranza eterna. Existe sólo un camino para la liberación de las cadenas kármicas en los mundos físicos: la renuncia y el sacrificio absoluto para nuestros verdugos y detractores. Y si "tu adversario te obligase a caminar una milla, anda una más con él, y si te quitara la capa, dale también la túnica", es el concepto que mejor nos indica la solución de esos problemas adversos del pasado. En la abundante siembra de perfidias e ingratitudes recibidas de Anastasio, yo recogía los frutos de la simiente plantada anteriormente, en momentos de imprudencia espiritual. No había exigencia absoluta por parte de la Ley, para que pagase a Anastasio moneda por moneda; pero tenía que soportarlo junto a mí en la última encarnación y sufrir las reacciones naturales de su espíritu perverso, porque en el pasado lo atraje hacia mi órbita de destino espiritual. Cuando mi alma aún se aferraba brutalmente a las ilusiones de la vida material, yo me servía de él para usarlo como fiel segundo, que sabía cumplir a la perfección todas mis órdenes imprudentes y que materializaba fielmente toda mi voluntad egocéntrica. Las malezas y equivocaciones de Anastasio fueron en el pasado excelentes recursos de los cuales me servía para usos y fines deshonestos que perjudicaban al prójimo. En lugar de orientar a Anastasio para que adquiriese mejores estímulos hacia el Bien, no sólo le exalté los propios defectos, sino que aun alimenté la naturaleza insidiosa de su espíritu vengativo, sacando de él todo el provecho posible con el fin de solucionar mis problemas de riqueza, fama y poderío. Entonces se volvió mi servidor incondicional y colocó todo su bagaje inferior a mi disposición, así como el enfermo muestra al médico las llagas de su cuerpo. Es obvio que un médico no se aprovecha de las llagas del doliente para aumentar su renta. En tanto, yo procedí al contrario; mi inteligencia supo aliar a mis maquinaciones, muy hábilmente, las llagas morales de Anastasio, en vez de curarlo, como me ordenaba el más simple de los deberes fraternos. 22
  • 23. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura En consecuencia, la Ley Kármica me ligó a él a través de los siglos, pues si se mantenía falso, capcioso e ingrato para dar soluciones a mis planes maquiavélicos, era muy justo que yo tuviera que sufrir las consecuencias de mi propia imprudencia, cuando la técnica sideral resolvió conducirlo hacia mí, refirmándose entonces el viejo concepto evangélico: "lo que el hombre siembre, cosechará". Si yo hubiera sublimado a esa alma aún informe, es lógico que lo hubiera tenido en esta última encarnación como un excelente compañero, afinado a mis ideales y también influido por mis nuevos sentimientos. En existencias anteriores fue mi muñeco fiel, que reproducía en el ambiente del mundo material el contenido equivocado que yo sustentaba y quería; últimamente, a pesar de mi mejoría espiritual y de haberme alejado grandemente de su campo vibratorio interior, se apostó junto a mí como un terrible barómetro que yo mismo confeccionara para medir la temperatura emotiva de mi corazón. A causa de la gran disparidad espiritual que se suscitó entre Anastasio y yo —pues realmente efectué hercúleos esfuerzos para elevarme por encima de mis propias miserias morales del pasado —, sólo podía liberarme de su presencia en la forma de absoluta renuncia, debiendo entregarme atado de pies y manos a su villanía e increíbles ingratitudes. Para eso tenía que sujetarme a las más acerbas humillaciones e infamias, sufriendo en mí mismo lo que por mis propios medios provoqué a otros seres, en vidas pasadas. Y de conformidad con la ley tradicional de que "el que con hierro hiere, con hierro será herido", Anastasio significaba el instrumento rectificador de mis viejos errores, sometiéndome a terribles "tests" de tolerancia, paciencia, perdón y humillación. La Ley no se sirvió de él para castigarme, lo que sería incompatible con la bondad de Dios; pero lo transformó en el recurso terapéutico para mi alma, efectuándose la cura a través del proceso "similia similibus curantur". He ahí por qué siempre se me presentó como un individuo exigente que desoía mis ruegos y subestimaba mis auxilios. Se me presentaba en forma provocativa, como alguien a quien yo explo- tara, diferenciándose ostensiblemente del que pide por necesidad; exigía con arrogancia, dándome a entender que no pedía favores, que sólo quería devolución. Era incapaz de reaccionar delante de las criaturas de su propio nivel moral, pero a mí se me transformaba en un verdadero inquisidor, cuya fuerza debería prevenirle de la terrible acusación subjetiva que su espíritu me formulaba, como si fuera un reproche por el progreso que yo había alcanzado y por haberlo abandonado en medio de la delincuencia del mundo, después de su adhesión incondicional hacia mí, en el pasado. Felizmente, presentí la fuerza y la justicia de la Ley, que me obligaba al debido reajuste: reconocí en Anastasio al alma creadora de ese pasado y me volví entonces más dócil, tolerante y hasta jubiloso delante de sus ingratitudes, en la convicción de que con esa "autopunición" cancelaba en público el saldo que adeudaba por las equivocaciones espirituales cometidas en el pasado. Pregunta: Pero, según las leyes divinas, ¿el sufrimiento y la humillación que sufristeis no eran suficientes para evitarse los impactos de las vibraciones perjudiciales provenientes de Anastasio, después de vuestra desencarnación? ¿Por ventura no habíais expiado en la Tierra la deuda que teníais con él? Creemos que en tal disposición, vuestro sufrimiento moral debería haber cesado exactamente en la hora de vuestra desencarnación; ¿no es así? Atanagildo: Os repito una vez más: la ecuanimidad de la Ley Kármica es la que marca el pago de la "última moneda", de la que tanto habló Jesús. Esa última moneda, en mi caso, aún figuraba como débito en las últimas vibraciones antagónicas y opresivas que sufrí al desencarnar. Sólo así la Ley se dio por satisfecha con el reajuste, porque esa Ley y yo mismo la había invocado en contra de mí. Mi pasivo, con respecto a las relaciones con Anastasio, sumaba la determinada cantidad de humillaciones o perfidias y también cierto tiempo de vulnerabilidad magnética receptiva a sus pensamientos y actos contra mi espíritu. Cuando yo desencarné, recibí, debido al servicio fraterno y humilde prestado a él y a otros, cierta ayuda que me auxilió en la condición de desencarnado; pero aún existía un pequeño saldo a favor de Anastasio, que de esa manera me colocaba bajo su dependencia, en materia de venganza. Y como ya manifesté, su reacción fue contundente, pero no sufrí mayores consecuencias por su vibración tóxica, porque en el fondo de su alma empezaba a sentir remordimientos por su actitud tan insana para conmigo. Así, os será más fácil comprender que nosotros mismos aumentamos o disminuimos nuestras desdichas, porque si yo hubiese rechazado a Anastasio bajo reacciones antifraternas, aun en este momento en que os dicto esta comunicación estaría sufriendo las consecuencias de su rencor hacia mí. Por eso, días después cesó su 23
  • 24. Ramatís La Vida Más Allá de la Sepultura obstinación, y más adelante llegué a recibir sus pensamientos de arrepentimiento y deseos de perdón. La Ley Kármica exige que paguéis "moneda por moneda" el total de todas las perturbaciones que ocasionéis a los otros Con vuestra naturaleza animal inferior; pero la Bondad Divina permite que disminuyamos la cantidad o la intensidad del mal practicado, desde el momento que trabajéis en favor de los miserables o que os sacrifiquéis heroicamente para la mejoría del mismo mundo a cuya perturbación habéis contribuido. Tenéis la oportunidad de pagar continuamente la deuda kármica y también poseéis un hermoso crédito que puede provenir de los servicios espontáneos por el amor y la abnegación desinteresada. Hay miles de recursos ofrecidos por la vida humana que permiten al alma laboriosa y decidida reparar sus delitos cometidos en el pasado. Pregunta: Entonces, ¿os podéis considerar exceptuado de las deudas con el hermano Anastasio, pudiendo de ahora en adelante proseguir por otros caminos distantes de su evolución? Atanagildo: Realmente, ésa es la concepción exacta delante de la Ley de Causa y Efecto, a la que me sometí para liquidar mi débito con Anastasio. Se cumplió aquello que nos manifestara Jesús, cuando nos previno: "lo que desligáreis en la Tierra también será desligado en el cielo". Ahora me encuentro desligado kármica-mente del espíritu del que yo me sirviera en el pasado, de modo tan irregular, pues él mismo se cobró en parte su crédito, haciéndome soportar la inversión de los actos cometidos en el pasado. Por lo tanto, la Ley permite que yo continúe mi camino evolutivo sin que Anastasio me perturbe. Pregunta: No comprendimos bien vuestra explicación. ¿Por qué motivo decís que Anastasio se cobró "en parte" su crédito y nos afirmáis, al mismo tiempo, que él ya se encuentra compensado por la Ley? Atanagildo: Explico: en virtud de mi incesante actividad benefactora, por la cual socorrí a muchos necesitados, aun en perjuicio de mi propio presupuesto económico y también de mi salud, el total de mi deuda obligatoria con Anastasio se redujo en gran parte por haber sido un servicio espontáneo que presté al prójimo y que la Ley Sideral registró como crédito de mi compensación kármica. La cantidad de abusos que cometí en el pasado, por intermedio de la precaria moral de Anastasio, quedó bastante reducida en mi última existencia gracias a la cooperación prestada a otros espíritus que se encontraban sometidos a pruebas dolorosas en el mundo material. De ahí se deduce que la Ley es rigurosa, pero también es justa; el Padre es fundamental Amor y no simplemente Justicia. Comprenderéis ahora por qué motivo Anastasio se cobró "en parte" su crédito, pues lo que yo le debía no fue pagando integralmente; una parte fue llevada a cuenta de los auxilios que presté a los necesitados que a mí se acercaban, quedando de ese modo totalmente cancelada mi deuda. Pregunta: ¿El espíritu de Anastasio aún se encuentra reencarnando en la Tierra? Atanagildo: Hace más de tres años que regresó al Más Allá, pies debido a su karma delictuoso, terminó su vida material bajo e puñal de un asesino, porque, debido a sus homicidios del pasado, Í Ley Kármica lo colocó en la situación y posibilidad de morir violentamente. Es obvio que si se hubiese dedicado a recuperarse pira su renovación interior, ejerciendo un amoroso servicio al prójimo o renunciando a sus deseos de venganza, esa misma Ley sivera no sólo lo hubiera apartado hacia zonas de mayor protección en el mundo físico, sino que también lo hubiera favorecido con una vida más duradera. La Tierra, como divina escuela de educación espiritual, no se vuelve contra el alumno que intenta recuperar el curso perdido, aunque para eso tenga que repetir las materias que no pudo aprobar. Es lógico que Anastasio no se reencarnó para morir ex profeso en manos del implacable asesino, porque eso nos haría suponer, sin lugar a dudas, que alguien tendría que transformarse fatalmente en homicida para que se cumpliese su trágico destino. En verdad, la Ley Kármica lo situó en un medio en donde había más probabilidades de ser víctima de violencias, ya por encontrarse entre mayor número de homicidas en potencia o por estar ligado a dos adversarios vengativos, que habían sido víctimas suyas en e pasado. No nos enfrentamos con un destino irreparable que prepara homicidas para que se vuelvan instrumentos kármicos punitivos por las infracciones del pasado; la Ley solamente aproxima a los 24