1. EL PAÍS, domingo 8 de octubre de 2006
"Sólo la muerte me impedirá
regresar a España" (texto adaptado)
MÓNICA C. BELAZA, LÁZARO DE CÓZAR, Tánger
"Nada podrá evitar que regrese a España. Sólo la muerte". Con la gorra calada hasta la coleta,
Abdelgani divisa las costas de Cádiz desde una colina del barrio de El Marshan en la ciudad de
Tánger (Marruecos. Para Abdelgani, de 17 años, llegar a esas costas es el único objetivo que tiene en la cabeza desde los
13. Su deseo es mucho más fuerte desde que logró cruzar el Estrecho y pasar más de 15 meses en España. Tan fuerte
que prefírió saltar con una sábana desde el noveno piso del centro de acogida en el que vivía en Madrid antes que abrir la
puerta a los agentes de policía que lo iban a meter en un avión de vuelta a Marruecos.
Las autoridades habían decidido que lo mejor para él era regresar con su familia. Los menores inmigrantes no pueden ser
expulsados en España, la ley lo prohibe, así que la única vía para mandarlos de vuelta a su país es la figura de la
reagrupación familiar, enviarlos con sus padres. [...] La idea de la reagrupación familiar choca frontalmente con la
realidad de estos chicos: cuando vuelven a Marruecos, ni ven a sus padres. Se instalan en el puerto de Tánger, a veces
durante varios años, esperando una segunda, tercera o cuarta oportunidad para volver a España. El caso de Abdelgani es
un claro ejemplo de ello. Tiene ahora 17 años y, desde que regresó, noche tras noche, como cientos de niños, intenta
colarse arriesgando su vida en uno de los barcos con destino a las costas gaditanas.
Abdelgani nació en Abijaid (Beni Malal), en el sur de Marruecos. Sin posibilidad de ganarse la vida allí, se marchó a
Tánger con sólo 13 años, se instaló en el puerto y empezó a practicar las técnicas más populares entre los chicos de su
edad para meterse en un camión con destino a España. En uno de esos intentos lo consiguió. Tenía ya 16 años cuando
logró burlar los estrictos controles policiales espanoles camuflado en los bajos de un camión.
Gracias al dinero que le dieron en una mezquita de Algeciras llegó a Madrid, donde vivió más de un año en un centro de
menores y aprendió el oficio de artesano del cuero. " Hasta que un día, a las seis de la mañana y sin previo aviso, cuatro
policías llamaron a la puerta de su habitación para llevárselo a Marruecos de nuevo. Fue entonces cuando Abdelgani
trató de huir bajando por una sábana que había colgado de su balcón, en un noveno piso. Por fortuna, los policías lo
rescataron por la ventana del octavo, antes de que cayera. Abdelgani fue conducido en ese momento al aeropuerto de
Barajas en estado de shock, según uno de los educadores. Voló a Casablanca, donde fue entregado a las autoridades
marroquíes. En teoría, España lo dejaba allí para reagruparlo con su familia. En la práctica, según explica, estuvo
encerrado dos días en una comisaría, sin comer, y después regresó, solo, a su pueblo, a 300 kilómetros de dónde lo
habían dejado. Su hermano ni siquiera lo reconoció. "La gente del barrio se reía de mí porque no había logrado
quedarme en España", explica. "Mi familia pensaba que me habían devuelto porque había robado. Me dijeron: vete al
puerto e inténtalo otra vez". Y allí es donde está ahora Abdelgani, desde hace siete meses. El puerto tiene una actividad
frenética. Los menores que quieren emigrar se mezclan sin pudor con turistas, trabajadores, pescadores y policías. Son
chicos de todas las edades, algunos con no más de ocho años, con las ropas raídas y llenas de la grasa de los camiones en
los que intentan meterse cada vez que tienen una oportunidad. Pasando sólo media hora en parte del recinto portuario y
en un vistazo rápido se pueden ver más de 50. Repiten, como Abdelgani, que nada les impedirá llegar a España algún
día, y que no tienen miedo, a pesar de que aseguran que muchos niños han muerto ahogados o aplastados por los
camiones. Los chicos se suelen agrupar según su origen geográfico para protegerse y ayudarse. Algunos se instalan
enfrente del puerto, en una pequeña colina llena de basura desde donde se divisa su soñada España. Comen gracias a lo
que recolectan en los contenedores de basura, y de lo que les da la gente. Los viernes tienen suerte: en una mezquita
cercana el imán les dan tres dirhams (30 céntimos de euros) a cada uno por asistir a la oración, así que no fallan. Uno de
ellos, Mohammed, de 16 años, cocina en una lata de atún vacía cualquier cosa que consigue para hacer un guiso. Otro
grupo vive dentro del puerto, encima de un muro. Allí están sus ropas al sol después de haberla lavado en alguna fuente.
Muchos pasan las horas muertas aspirando disolvente. Cada uno se instala donde puede. La mayor parte del día la pasan
acechando los camiones y autobuses que circulan por la ciudad. Se suben varios á la vez en vehículos en marcha para
camuflarse entre la carga. Por la noche, por debajo de los autobuses de turistas estacionados en las puertas de los hoteles
se pueden ver piernecillas en movimiento buscando un espacio cómodo entre los ejes. Otros chicos optan por escalar un
muro de unos cinco metros de altura para entrar en el puerto, en la zona donde están los barcos de pesca. Allí meten sus
ropas en una bolsa de basura, se la atan fuertemente a la cintura y se lanzan a las aguas llenas de combustible para llegar
nadando a los ferrys y transatlánticos.
Sadam, Rosa y Chienpolice son sus peores enemigos. Son tres perros de presa que recorren el puerto en busca de droga y
pequeños polizones. "Sadam es el más fiero", dice Faisal, un niño de unos 15 años, mientras muestra las mordeduras que
le ha dejado el perro en las piernas y los brazos. Casi todos sus amigos las tienen. Abdelgani también los ha sufrido. En
agosto, una de las últimas veces que lo pilló la policía marroquí intentando colarse en un barco, uno de los perros le dejó
sus dientes por todo el cuerpo. Siete jueces han parado en los últimos meses repatriaciones cuando los niños estaban ya a
punto de partir, para examinar si se estaban cumpliendo todas las garantías legales. El pasado viernes uno de estos jueces
dictó una sentencia en la que censuraba a la Delegación, del Gobierno de Madrid por vulnerar los derechos
fundamentales de un menor y anulaba la repatriación. Abdelgani asegura que las repatriaciones no harán que desista en
2. su intento. "Entiendo lo que hace España cerrando sus puertas, pero voy a seguir intentándolo. A veces no consigo
dormir. Me quedo despierto, soñando con la vida que llevaba allí".