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Jugarlo de nuevo, Alvite
1. Play it again,Alvite
PEDRO G. CUARTANGO
TU PÚBLICA confesión,
querido
compañero, de que padeces cáncer me ha
dejado anonadado. Y no por ti sino por mí.
De repente me ha deslumbrado la
evidencia de la fragilidad de nuestra
existencia, de la imprevisibilidad de ese
momento en el que nos llega la noticia de
que el tiempo se nos acaba.
Vivimos como si fuéramos inmortales y
eso no hace más que acentuar la sorpresa de
ese punto final que tenemos que poner al
relato cuando el papel se agota. Debe ser en
ese preciso instante cuando pasan por la
cabeza todas esas imágenes que uno se
llevará consigo y que quedarán sepultadas en
la eternidad.
Cuentas que lo que te ha sucedido es que
has descubierto que quien está sentado en la
cola del piano tras la penumbra no es la dama
que te espera sino el que viene a precintar las
manos del pianista. Qué será de tu Savoy
sin la música de Duke Ellington, las mujeres
fatales, las almas del nueve largo, el humo de
los habanos y el olor del bourbon de
Kentucky
Debe ser que todo lo que amamos nos
destruye. Pero lo seguimos queriendo porque
siempre es mejor apurar la vida que seguir
vegetando
insulsamente.
Yo
también
preferiría morir en el bar de Hollywood
Boulevard en el que Marlowe invita a Terry
Lennox a un gimlet–dos tercios de ginebra y
uno de lima antes que boquear en la cama
de un hospital.
Pero no hablemos de eso. Nos queda
tiempo, aunque no sepamos cuánto, para
apurar los últimos cigarros, los últimos tragos
de Jack Daniels, el último gancho en el ring
de Manny Pacquiao y las últimas notas de
ese piano en el que Sam vuelve a tocar otra
vez y siempre.
El Savoy, Casablanca, las mujeres como
Ingrid Bergman o los bares como el Rick’s
Coffee nunca morirán. Y por ello nosotros
siempre viviremos en esos sitios, en esos
gestos, en esos dry martini que atraviesan la
garganta como una espada de fuego.
Tú y yo hemos tenido suerte. Hemos
disfrutado del juego de piernas de Ray Sugar
Robinson, hemos bebido en los garitos del
Village, hemos visto las luces de Manhattan
desde las Torres Gemelas y hemos cogido el
ferry de Staten Island en una gélida tarde de
invierno.
Y también hemos padecido un siglo cruel en
el que la letra impresa ha costado sangre.
Ahora ya no vale ni un vaso de agua. Todo lo
que nos gustaba está a punto de
desaparecer. Por eso es preferible abandonar
el escenario que ser testigo de la imparable
agonía de lo que hemos amado.
PEDRO G. CUARTANGO