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Primer premio - Categoría Cuento - Adulto

Titulo: LA CIFRA
Seudónimo: JUAN CRUZ DEBAL
Autor: Diego Marcelo Balmaceda

La Opinión del Jurado fue:

La cifra, la originalidad del relato reside en el brotar de las palabras en una sucesiva
hilación, que se identifica con el atropellamiento del narrador, personaje alcoholizado al
borde del abismo.
La numerología dota de simbolismo a la vida de un oscuro empleado de oficina que
acostumbrado a manejar los números se ve por la fuerza del destino, obligado a regirse
por el rumbo que estos le marcan.


La Cifra


No es indigno beber hasta el tuétano y regresar a casa bien erguido y sin el hombro de un
amigo como bastón. Quien bebe una noche la estira y vive casi dos noches, quien duerme la
noche la pierde y sólo gana la mañana, por ello no me avergüenza abusar de mi vaso y
retirarme antes que el gallo cante. El alcohol se burla de la odiosa costumbre de obedecer
el día y le sonríe al pasado esquivando miserias y remordimientos. Así con una copa y al
cuidado de la luna las obligaciones son menores y hasta un jefe es camarada. Pero no es mi
caso, mi poca sobriedad por las mañana fue en desmedro. Mes atrás mi jefe contable
reprochó con razón el inventario y mi balance semanal. Le prometí repararlo con premura.
Sabía que andaba con ganas de despedirme, tenía sus motivos, no le agradan los
borrachos. Una mañana se acercó a mi escritorio por detrás, y con desdén sopló a mi oreja:
la embriaguez invita falsas esperanzas que se pagan con realidad y presente en la claridad
de la mañana; un ebrio nunca sobrevive a las certezas del trabajo.
Su condena lastimó mi estima, al día siguiente en menos de dos horas cotejé el inventario y
subsané el balance. En persona tiré los cálculos en su escritorio, de algún modo me
obligaba a demostrarle que mis trasnoches no aturdían mi lucidez. Leyó en vos alta la cifra
correcta: 24.343. La jornada siguiente con voz aprobadora dijo que el cómputo era certero
y para mi asombro agradeció el contratiempo, alegó que la cifra lo alertó del cumpleaños
de su esposa, fecha que con frecuencia no recordaba: veinticuatro de marzo del cuarenta y
tres.
Ese mismo día esperó a que todos los empleados se fueran para decirme que lo aguardara
en su oficina, no bien entró cerró la puerta con traba, me invitó a sentarnos, y luego de un
silencio, me confesó que la numerología era su credo y su norte, me rogó discreción, y me
fió que toda cifra bien analizada es premonitoria, que no era azaroso un número que cae a
la vista de un modo imborrable, que un dígito bien entendido delataba con cierto rigor
nuestro porvenir.
En los días siguientes, no apuntó mis tardanzas, no reprochó balance alguno, y si erraba en
el cálculo se limitaba a decirme con palabras medidas que lo corrigiera. Continuaron
noches en que el vino ganó mi sueño, mas no tuve que fingir mi semblante ni cuidar con
menta mi aliento al entrar al trabajo. Hasta llegó a congratularme por un balance perfecto
que cuadró con la cifra: 22.712. Se mostró contento al anoticiarme que luego de mi
número, había ganado un torneo de caza deportiva, logrando asestar a dos patos con tan
sólo siete tiros con su calibre del doce.
El lunes pasado, me llamó a su oficina, lo encontré con la expresión desencajada, me pidió
por favor que me acercara para mostrarme el pulso de su mano diestra temblando, y me
juró que el miedo a un número estaba estorbando su destino. Mi último balance saldó con
el dígito: 11.000. Como recitando al techo, en voz baja repetía la rima: once al bronce, cero
el carnicero. Adujo con firmeza que el bronce es el metal elegido para el recuerdo de los
que ya no están, y el oficio del carnicero es el manoseo de los restos. Asustado señalo con
su índice la cifra que podía estar dibujando su partida y me rogó adulterar el número
falseando el inventario, que eligiera cualquier dígito y conservara el cambio.
Lo hice por la súplica y no por el dinero, sólo setenta pesos eché a mi bolsillo por reducir el
balance en: 10.930.
Hoy mi jefe me denunció por fraude ante el Gerente, que astuto drama inventó para
echarme. Esta noche he anclado en un bar, dilapidando el dinero mal habido bebiendo
vino del mejor. Hace un instante el mozo trajo a mi mesa un tinto tempranillo (no he
podido dejar de pensar en la cifra infame: 10.930) la etiqueta en su botella me ha mostrado
con letras bronceadas: Bodegas y Viñedos La Décima, cosecha mil novecientos treinta.
¿Revela mi destino de borracho?. En verdad, no me interesa.




                                                                             Juan Cruz Debal
Primer premio - Categoría Poesía - Adulto
Título: CANCIÓN DESIERTA
Seudónimo: POCA PLUMA
Autor: Adrian Narváez
La Opinión del Jurado fue:
Enumeración de exquisitas metáforas sobre el tiempo que lo caracterizan en sus
variados matices. La rima asonante le brinda una suave musicalidad que acompaña el
paso de esas rítmicas imágenes.

Canción desierta
El tiempo...

ciudad sin nombre
que nos tome y nos arrastra
hacia le costa del vacío

noche sin fortuna
traduciendo su mirada
con el beso de le sombra

      y la tortura del abismo
EI tiempo...

pretérito perfecto
que comanda la memoria
en les columnas del delirio

enceguecido cantar
perfumando la frontera
donde se quemen les rosas

       y sus cenizas de vidrio
El tiempo...

promesa extinta
en los Libros del ocaso
y el sinfín de los latidos

asombrosa pasión
que respira bajo el alma
y convulsiona la sangre

       con que se escribe el destino.



                                        Poca Pluma
Primer Premio – Categoría Cuento - Joven

Titulo: JAULAS Y BARROTES
Seudónimo: JESSICA E. WILSON
Autor: Julieta Carricondo

Cuento de temática original y un final sorprendente, muy buena redacción y
presentación. Texto que apunta a la conciencia social y al cuidado del medio ambiente.

De Jaulas y Barrotes

      Siempre me pregunte por qué a hombres y a animales nos debe separar una jaula.
Admito que ellos son violentos y pueden atacarnos sin razón, pero solo lo hacen porque no
son   lo   suficientemente   inteligentes   para   comprender   que   podríamos    coexistir
pacíficamente. También reconozco que los que son capaces de matarse entre ellos, no
entienden el valor de la vida, pero justo por ello merecen el perdón de Dios. Sus reducidas
mentes no pueden saber lo que está bien y lo que está mal.
      Debería odiarlos, pero no puedo. Mi alma ya ha pasado demasiados años sumida en
las sombras que ella misma se creó. Aunque el tiempo no siempre lo cure todo. Solo hecha
sobre las cosas una mortaja de nuevas responsabilidades como una nube de polvo en un
cuadro. Puede no verse, pero es obvio que el retrato sigue ahí y con algo tan simple como
pasarle un trapo, puede volver a ser lo que era. No puedo negar que la herida sigue abierta,
pero ya comprendí que con la ley del ojo por ojo todo el mundo terminará ciego.
      Recuerdo aquel día y todas las impresiones que se produjeron en mí. Fue la primera
vez que papá nos llevo de caza a mi hermano y a mí. Temprano a la mañana, nos
despedimos de mamá y partimos. Aquel olor que solo puede sentirse en los bosques de
Asia nos llenó los pulmones. Creo que si la libertad fuera algo físico y no solo un ideal,
tendría ese olor. El de la tierra húmeda mezclado con el fresco y los distintos aromas de la
flora silvestre, sobre todo del bambú, Comenzamos a caminar muy sigilosamente como
habíamos practicado con mi hermano en nuestros juegos, atentos a cualquier cosa que
pudiera indicar la cercanía de una presa.
      Así estábamos cuando de repente, papá se puso tenso y nos indico a mi hermano y a
mí que nos quedamos quietos. El miedo ante algo que no sabíamos bien que era, nos ayudo
a acatar la orden al pie de la letra, atenazándonos el cuerpo. Nuestras respiraciones hacían
un ruido similar al del viento entre los árboles, un ruido atronador para el profundo
silencio en el que estábamos sumidos. Mi pecho subía y bajaba tan rápidamente como
podía y mi corazón amenazaba con reventar. Parecía resignado a dar todos los latidos
posibles en el pequeño lapso de tiempo que nos separaba del encuentro con la bestia.
La espera se me hizo eterna. Hasta que con un imperceptible movimiento de la
maleza, aquel monstruo salió a nuestro encuentro. Caminaba con el sigilo y la mortal
elegancia propia de los cazadores. Nos mantuvimos en total silencio para no provocar una
reacción brusca en él. Papá lo miraba a los ojos, midiéndolo. Listo para saltar ferozmente a
defendernos. Pero la fiera atacó tan rápido, que nadie pudo reaccionar. Y antes de siquiera
alcanzar a ver más que un destello de furia salvaje que jamás olvidaré, relejado en su
rostro, mi papá estaba tendiendo en el suelo, sangrando, pero ya muerto.
         Nunca supe porque ese ser tan despreciable no nos mató. Ojalá lo hubiera hecho. Se
lo hubiera implorado si pudiera entenderme, pero una vez más, la realidad descargo su
peso duramente sobre mí. La bestia nos miro a mi hermano y a mí con una expresión
extraña y se marcho por donde había venido. Unas ganas incontenibles de salir en su
búsqueda para destrozarlo como el había hecho a sangre fría con el ser que más quería en
el mundo, llenaron mi pecho.
         Pero con mi hermano solo pudimos llorar. Llorar, con la sinceridad de la que solo
son capaces los niños y con el dolor del que solo serán capaces los que han perdido a su
padre. Lloramos hasta ahogar nuestro dolor, Y al caer la noche, decidimos tomar venganza.
         Solo bastó una muerte para que nuestras jóvenes almas comprendieran lo atroz del
crimen que habíamos cometido. No importa a quien fue, algún apartado que tuvo la mala
suerte de encontrarnos una tarde en el bosque. Intentamos comer su carne para aliviarnos,
pero fue imposible. Su sabor era asqueroso y el mal ya estaba hecho.
         Así fue como una noche, mi hermano y yo, terminamos en un barco con destino a
solo Dios sabe dónde. Ya nos sabíamos incapaces de volver a matar, pero con el odio hacia
las bestias instalado en el corazón. Jamás podríamos perdonarlas. Nunca les habíamos
hecho nada. Y ellas habían descargado su furia sobre nosotros.
         Fue el peor viaje de mi vida. El trato que recibimos dejo mucho que desear, la
higiene fue pésima y la comida, mínima. Creo que todo esto fue la razón por la que cuando
tocamos tierra, mi hermano ya había muerto. A nadie le importo. Ni siquiera sé qué
hicieron con su cadáver. Ahora si estaba solo, en un país que no conocía y sin ganas de
vivir.
         Me sumí en mis sombras mucho tiempo. El odio y el dolor me habían ganado la
batalla. Si me mantenía vivo era para no faltarle el respeto a mi padre y mi hermano que
habían elegido vivir hasta el final. Agradecía la existencia de los barrotes que nos
separaban de tales monstruos. ¡Quién sabía que serían capaz de hacerme si alguien los
quitaba! Vida y letargo se fusionaron hasta que un hecho curioso sucedió. Estaba sentado
pensando en muchas cosas, cuando un niño se me acerco. Vi en sus ojos un dolor similar al
que había sentido yo la noche que murió mi padre y sentí una empatía inexplicable con ese
pequeño. En ese momento, comprendí que realmente no éramos tan distintos. Que en
muchos de esos seres existía la bondad. Solo había saber encontrarla. No pude contenerme
y le sonreí desde lo más profundo de mi alma, sintiendo como todo en mí se aflojaba al
permitirme un lujo que tenía negado hace tiempo. Fue increíble como su rostro se ilumino
y lleno de alegría grito:
       -¡Mamá! ¡El tigre blanco me está sonriendo!-
       Una mujer alta se acerco a él, le dio un beso en la frente, y juntos me contemplaron
felices.
       Jamás podría haberlo evitado. Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro...




                                                                         Jessica E. Wilson
Primer Premio - Categoría Poesía - Joven

Titulo: VIVO FINGIENDO QUE SUEÑO
Seudónimo: HANNY
Autor: Agostina Belén Lucero

Poema de gran contenido sentimental. Se manifiesta la importancia de autosuperarse y
de conocerse a sí mismo.




                           VIVO FINGIENDO QUE SUEÑO

                             Y miento. Negando que siente
                                 Me pongo mi disfraz
                                En medio de la noche
                                  Y veo en mi mente
                          Una verdad disfrazada de mentira
                          Y una mentira fingiendo ser verdad.

                               Vivo fingiendo que sueño
                             Y miento, negando que siento
                            Escondiéndome en la oscuridad
                             Para no descubrir mi verdad

                               Vivo fingiendo que sueño
                           Y mintiendo, negando que siento
                           Solo para mentirme a mi misma
                               Y creyendo que las penas
                               Quedaron en el pasado...
                        Pero sin embargo, están muy presentes.

                               Vivo fingiendo que sueño
                           Y mintiendo, negando que siento
                                  Me pongo mi disfraz
                          Y finjo ser la dueña de mi felicidad.




                                                                            HANNY.

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Ganadores del concurso literario martha beatriz bustos

  • 1. Primer premio - Categoría Cuento - Adulto Titulo: LA CIFRA Seudónimo: JUAN CRUZ DEBAL Autor: Diego Marcelo Balmaceda La Opinión del Jurado fue: La cifra, la originalidad del relato reside en el brotar de las palabras en una sucesiva hilación, que se identifica con el atropellamiento del narrador, personaje alcoholizado al borde del abismo. La numerología dota de simbolismo a la vida de un oscuro empleado de oficina que acostumbrado a manejar los números se ve por la fuerza del destino, obligado a regirse por el rumbo que estos le marcan. La Cifra No es indigno beber hasta el tuétano y regresar a casa bien erguido y sin el hombro de un amigo como bastón. Quien bebe una noche la estira y vive casi dos noches, quien duerme la noche la pierde y sólo gana la mañana, por ello no me avergüenza abusar de mi vaso y retirarme antes que el gallo cante. El alcohol se burla de la odiosa costumbre de obedecer el día y le sonríe al pasado esquivando miserias y remordimientos. Así con una copa y al cuidado de la luna las obligaciones son menores y hasta un jefe es camarada. Pero no es mi caso, mi poca sobriedad por las mañana fue en desmedro. Mes atrás mi jefe contable reprochó con razón el inventario y mi balance semanal. Le prometí repararlo con premura. Sabía que andaba con ganas de despedirme, tenía sus motivos, no le agradan los borrachos. Una mañana se acercó a mi escritorio por detrás, y con desdén sopló a mi oreja: la embriaguez invita falsas esperanzas que se pagan con realidad y presente en la claridad de la mañana; un ebrio nunca sobrevive a las certezas del trabajo. Su condena lastimó mi estima, al día siguiente en menos de dos horas cotejé el inventario y subsané el balance. En persona tiré los cálculos en su escritorio, de algún modo me obligaba a demostrarle que mis trasnoches no aturdían mi lucidez. Leyó en vos alta la cifra correcta: 24.343. La jornada siguiente con voz aprobadora dijo que el cómputo era certero y para mi asombro agradeció el contratiempo, alegó que la cifra lo alertó del cumpleaños de su esposa, fecha que con frecuencia no recordaba: veinticuatro de marzo del cuarenta y tres. Ese mismo día esperó a que todos los empleados se fueran para decirme que lo aguardara en su oficina, no bien entró cerró la puerta con traba, me invitó a sentarnos, y luego de un
  • 2. silencio, me confesó que la numerología era su credo y su norte, me rogó discreción, y me fió que toda cifra bien analizada es premonitoria, que no era azaroso un número que cae a la vista de un modo imborrable, que un dígito bien entendido delataba con cierto rigor nuestro porvenir. En los días siguientes, no apuntó mis tardanzas, no reprochó balance alguno, y si erraba en el cálculo se limitaba a decirme con palabras medidas que lo corrigiera. Continuaron noches en que el vino ganó mi sueño, mas no tuve que fingir mi semblante ni cuidar con menta mi aliento al entrar al trabajo. Hasta llegó a congratularme por un balance perfecto que cuadró con la cifra: 22.712. Se mostró contento al anoticiarme que luego de mi número, había ganado un torneo de caza deportiva, logrando asestar a dos patos con tan sólo siete tiros con su calibre del doce. El lunes pasado, me llamó a su oficina, lo encontré con la expresión desencajada, me pidió por favor que me acercara para mostrarme el pulso de su mano diestra temblando, y me juró que el miedo a un número estaba estorbando su destino. Mi último balance saldó con el dígito: 11.000. Como recitando al techo, en voz baja repetía la rima: once al bronce, cero el carnicero. Adujo con firmeza que el bronce es el metal elegido para el recuerdo de los que ya no están, y el oficio del carnicero es el manoseo de los restos. Asustado señalo con su índice la cifra que podía estar dibujando su partida y me rogó adulterar el número falseando el inventario, que eligiera cualquier dígito y conservara el cambio. Lo hice por la súplica y no por el dinero, sólo setenta pesos eché a mi bolsillo por reducir el balance en: 10.930. Hoy mi jefe me denunció por fraude ante el Gerente, que astuto drama inventó para echarme. Esta noche he anclado en un bar, dilapidando el dinero mal habido bebiendo vino del mejor. Hace un instante el mozo trajo a mi mesa un tinto tempranillo (no he podido dejar de pensar en la cifra infame: 10.930) la etiqueta en su botella me ha mostrado con letras bronceadas: Bodegas y Viñedos La Décima, cosecha mil novecientos treinta. ¿Revela mi destino de borracho?. En verdad, no me interesa. Juan Cruz Debal
  • 3. Primer premio - Categoría Poesía - Adulto Título: CANCIÓN DESIERTA Seudónimo: POCA PLUMA Autor: Adrian Narváez La Opinión del Jurado fue: Enumeración de exquisitas metáforas sobre el tiempo que lo caracterizan en sus variados matices. La rima asonante le brinda una suave musicalidad que acompaña el paso de esas rítmicas imágenes. Canción desierta El tiempo... ciudad sin nombre que nos tome y nos arrastra hacia le costa del vacío noche sin fortuna traduciendo su mirada con el beso de le sombra y la tortura del abismo EI tiempo... pretérito perfecto que comanda la memoria en les columnas del delirio enceguecido cantar perfumando la frontera donde se quemen les rosas y sus cenizas de vidrio El tiempo... promesa extinta en los Libros del ocaso y el sinfín de los latidos asombrosa pasión que respira bajo el alma y convulsiona la sangre con que se escribe el destino. Poca Pluma
  • 4. Primer Premio – Categoría Cuento - Joven Titulo: JAULAS Y BARROTES Seudónimo: JESSICA E. WILSON Autor: Julieta Carricondo Cuento de temática original y un final sorprendente, muy buena redacción y presentación. Texto que apunta a la conciencia social y al cuidado del medio ambiente. De Jaulas y Barrotes Siempre me pregunte por qué a hombres y a animales nos debe separar una jaula. Admito que ellos son violentos y pueden atacarnos sin razón, pero solo lo hacen porque no son lo suficientemente inteligentes para comprender que podríamos coexistir pacíficamente. También reconozco que los que son capaces de matarse entre ellos, no entienden el valor de la vida, pero justo por ello merecen el perdón de Dios. Sus reducidas mentes no pueden saber lo que está bien y lo que está mal. Debería odiarlos, pero no puedo. Mi alma ya ha pasado demasiados años sumida en las sombras que ella misma se creó. Aunque el tiempo no siempre lo cure todo. Solo hecha sobre las cosas una mortaja de nuevas responsabilidades como una nube de polvo en un cuadro. Puede no verse, pero es obvio que el retrato sigue ahí y con algo tan simple como pasarle un trapo, puede volver a ser lo que era. No puedo negar que la herida sigue abierta, pero ya comprendí que con la ley del ojo por ojo todo el mundo terminará ciego. Recuerdo aquel día y todas las impresiones que se produjeron en mí. Fue la primera vez que papá nos llevo de caza a mi hermano y a mí. Temprano a la mañana, nos despedimos de mamá y partimos. Aquel olor que solo puede sentirse en los bosques de Asia nos llenó los pulmones. Creo que si la libertad fuera algo físico y no solo un ideal, tendría ese olor. El de la tierra húmeda mezclado con el fresco y los distintos aromas de la flora silvestre, sobre todo del bambú, Comenzamos a caminar muy sigilosamente como habíamos practicado con mi hermano en nuestros juegos, atentos a cualquier cosa que pudiera indicar la cercanía de una presa. Así estábamos cuando de repente, papá se puso tenso y nos indico a mi hermano y a mí que nos quedamos quietos. El miedo ante algo que no sabíamos bien que era, nos ayudo a acatar la orden al pie de la letra, atenazándonos el cuerpo. Nuestras respiraciones hacían un ruido similar al del viento entre los árboles, un ruido atronador para el profundo silencio en el que estábamos sumidos. Mi pecho subía y bajaba tan rápidamente como podía y mi corazón amenazaba con reventar. Parecía resignado a dar todos los latidos posibles en el pequeño lapso de tiempo que nos separaba del encuentro con la bestia.
  • 5. La espera se me hizo eterna. Hasta que con un imperceptible movimiento de la maleza, aquel monstruo salió a nuestro encuentro. Caminaba con el sigilo y la mortal elegancia propia de los cazadores. Nos mantuvimos en total silencio para no provocar una reacción brusca en él. Papá lo miraba a los ojos, midiéndolo. Listo para saltar ferozmente a defendernos. Pero la fiera atacó tan rápido, que nadie pudo reaccionar. Y antes de siquiera alcanzar a ver más que un destello de furia salvaje que jamás olvidaré, relejado en su rostro, mi papá estaba tendiendo en el suelo, sangrando, pero ya muerto. Nunca supe porque ese ser tan despreciable no nos mató. Ojalá lo hubiera hecho. Se lo hubiera implorado si pudiera entenderme, pero una vez más, la realidad descargo su peso duramente sobre mí. La bestia nos miro a mi hermano y a mí con una expresión extraña y se marcho por donde había venido. Unas ganas incontenibles de salir en su búsqueda para destrozarlo como el había hecho a sangre fría con el ser que más quería en el mundo, llenaron mi pecho. Pero con mi hermano solo pudimos llorar. Llorar, con la sinceridad de la que solo son capaces los niños y con el dolor del que solo serán capaces los que han perdido a su padre. Lloramos hasta ahogar nuestro dolor, Y al caer la noche, decidimos tomar venganza. Solo bastó una muerte para que nuestras jóvenes almas comprendieran lo atroz del crimen que habíamos cometido. No importa a quien fue, algún apartado que tuvo la mala suerte de encontrarnos una tarde en el bosque. Intentamos comer su carne para aliviarnos, pero fue imposible. Su sabor era asqueroso y el mal ya estaba hecho. Así fue como una noche, mi hermano y yo, terminamos en un barco con destino a solo Dios sabe dónde. Ya nos sabíamos incapaces de volver a matar, pero con el odio hacia las bestias instalado en el corazón. Jamás podríamos perdonarlas. Nunca les habíamos hecho nada. Y ellas habían descargado su furia sobre nosotros. Fue el peor viaje de mi vida. El trato que recibimos dejo mucho que desear, la higiene fue pésima y la comida, mínima. Creo que todo esto fue la razón por la que cuando tocamos tierra, mi hermano ya había muerto. A nadie le importo. Ni siquiera sé qué hicieron con su cadáver. Ahora si estaba solo, en un país que no conocía y sin ganas de vivir. Me sumí en mis sombras mucho tiempo. El odio y el dolor me habían ganado la batalla. Si me mantenía vivo era para no faltarle el respeto a mi padre y mi hermano que habían elegido vivir hasta el final. Agradecía la existencia de los barrotes que nos separaban de tales monstruos. ¡Quién sabía que serían capaz de hacerme si alguien los quitaba! Vida y letargo se fusionaron hasta que un hecho curioso sucedió. Estaba sentado pensando en muchas cosas, cuando un niño se me acerco. Vi en sus ojos un dolor similar al
  • 6. que había sentido yo la noche que murió mi padre y sentí una empatía inexplicable con ese pequeño. En ese momento, comprendí que realmente no éramos tan distintos. Que en muchos de esos seres existía la bondad. Solo había saber encontrarla. No pude contenerme y le sonreí desde lo más profundo de mi alma, sintiendo como todo en mí se aflojaba al permitirme un lujo que tenía negado hace tiempo. Fue increíble como su rostro se ilumino y lleno de alegría grito: -¡Mamá! ¡El tigre blanco me está sonriendo!- Una mujer alta se acerco a él, le dio un beso en la frente, y juntos me contemplaron felices. Jamás podría haberlo evitado. Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro... Jessica E. Wilson
  • 7. Primer Premio - Categoría Poesía - Joven Titulo: VIVO FINGIENDO QUE SUEÑO Seudónimo: HANNY Autor: Agostina Belén Lucero Poema de gran contenido sentimental. Se manifiesta la importancia de autosuperarse y de conocerse a sí mismo. VIVO FINGIENDO QUE SUEÑO Y miento. Negando que siente Me pongo mi disfraz En medio de la noche Y veo en mi mente Una verdad disfrazada de mentira Y una mentira fingiendo ser verdad. Vivo fingiendo que sueño Y miento, negando que siento Escondiéndome en la oscuridad Para no descubrir mi verdad Vivo fingiendo que sueño Y mintiendo, negando que siento Solo para mentirme a mi misma Y creyendo que las penas Quedaron en el pasado... Pero sin embargo, están muy presentes. Vivo fingiendo que sueño Y mintiendo, negando que siento Me pongo mi disfraz Y finjo ser la dueña de mi felicidad. HANNY.