2. Las razones por las cuales el conocimiento médico se ha expandido con
celeridad son múltiples. Sobresale una: de todos los científicos con que
ha contado la humanidad en su historia más de la mitad están vivos y
ejercen actualmente. La reproducción de la sabiduría médica no sólo es
geométrica; es más precisa
y más fina.
3. La tecnología sorprende por la fascinación que produce y por su fuerza
diagnóstica y terapéutica. Utilizarla parece obligado. En la medicina
privada, quien no lo hace queda fuera del juego de la modernidad
científica y marginado de los beneficios económicos que supone
explotarla. Ese juego, muchas veces insano, genera otro problema
inmenso. Aleja al médico del paciente y atenta contra el corazón de la
medicina: la relación médico-paciente.
4. Esa realidad choca con el inmenso costo de la biotecnología y sus
productos. La mayoría de la humanidad no tiene acceso a ella. La
diatriba, por supuesto retórica, descansa en el tejido de las prioridades:
¿cómo conciliar los costos que implican los avances biotecnológicos
con las muertes por inanición o por falta de medicamentos? La
realidad, ajena a la retórica, se lee en el mapamundi humano: el acceso
a las bonanzas de la tecnología profundiza la brecha entre ricos y
pobres, entre estar sano o enfermo, entre tener suerte y participar en la
construcción del mundo o ser solamente un observador del
movimiento.