1. CONTRACORRIENTE
Carlos Cabrera
N u n c a más entrar ahí, jamás acercarse a su casa, evitar
su encuentro siempre. Repetir una y otra vez hasta hacerlo
real que no existe, nunca nació que es la peor, la más
completa y total de las formas de la muerte... ¡Mierda, eso
es lo que es, un mierda!... Pero no, no odiarlo siquiera, no
nació siquiera. Que eso no se te olvide nunca, ¡nunca!...
Zalamero, obsequioso, ambiguo en suma, siempre vendrá a
ti pero tú harás como que no le ves mientras te repites una
vez y otra y otra más que no nació siquiera. Entonces él
persistirá, te buscará, hará por encontrarse contigo a la
salida del trabajo y luego también a la vuelta y te tocará
ligero el hombro o fingirá que su cuerpo él sólito ¡uy que
torpe! se te echa encima. Hablará siempre de encuentros
fortuitos ¡oh qué casualidad! pero tú impertérrito que se
vaya a la mierda: tú eres sordo y ciego y mudo para él, él
no existe ¿y desde cuándo un hombre cuerdo sostiene
conversaciones con el viento, di?...
Sí, te conoces, sabes que te costará lo suyo no dejarte
llevar por el furor y agredirlo: lo odias, lo desprecias, de
verdad te está volviendo loco, lo sueñas todas las noches
por más que te esfuerzas por más que te repites que no
existe ese asqueroso jamás llegó a nacer siquiera que es la
peor la más completa y total de las formas de la muerte y
eso tú lo sabes de sobra lo tienes anotado en tu libreta lo
repites textualmente cada noche como el Ángel de mi
guarda dulce compañía para que te sirva de exorcismo y
en las paredes de tu cuarto garabateaste la máxima
Constantino no existe pero aun cuando no lo quieras
reconocer algo en ti (alguien en ti) lo confiesa dime si no
qué rostro nocturno te visita hinca su sonrisa en tus ojos
aproxima a los tuyos sus labios carnosos quizá queriendo
(¿no lo sientes tú así, di?) darte al fin el beso aquel que
rechazaste ¿recuerdas? lo golpeaste repentino y violento a
Constantino atónito y desarmado como quedaste ante su
inesperado gesto de ternura o quién diablos sabe el pánico
que sentiste los pálidos preceptos de niebla metidos ahí de
por medio y la hostia bendita dios dios olvidarlo todo
cómo echaste a correr y te metiste en el primer bar que
encontraste abierto y bebiste hasta las tantas y esa noche
ya no dormiste qué sentiste di qué fue lo que sentiste que
te sacudió la osamenta como si hubieras visto al
mismísimo Lucifer qué nuevo tú vislumbraste agazapado
ahí en tus entrañas aquella noche...
Sensuales, carnosos, prohibida roja manzana desprendida
del verde árbol de su cuerpo gravitan sobre mí amenaza
nocturna, penetran en mi pieza, multiplican su inquietante
silueta las manchas de humedad en las paredes, las
sombras ambiguas que retozan en los rincones que diviso
desde el lecho cierra los ojos duérmete duérmete me digo
repito y cubro mi cabeza con la almohada doy manotazos
en el aire: se acercan a mi cara, buscan el gemelo abrazo
de tu boca me retuerzo grito enciendo la lámpara te duelen
los ojos respiras con dificultad te entregas abandonas tu
boca a su cálido contacto salivoso...
Sonambúlico, estragado por el insomnio llego al cuarto de
baño lavarme despejarte la cabeza (¿sueño o no fue
sueño?) que el agua lave y lleve la mancilla que exprimió
tu sueño la calma en tu pecho durante la noche que el agua
te vuelva al día y a su luz: pero entonces también aquí
ahora ante el espejo su sola imagen te hiere gritas se me
van los labios se me van tras los labios del sueño y repito
él no existe no ha llegado a nacer siquiera ante mí el ávido
círculo carnoso de sus labios que magnetiza los tuyos los
atrae los succiona irresistible se acoplan locamente y tú
golpeas violento el rostro en el espejo saltan agujas
azogadas se hincan en tu carne que sangra histérico te
carcajeas gritas muérete muérete muérete y ves los
múltiples fragmentos del espejo esparcidos por el suelo del
baño y en cada fragmento sus labios inquietantes...
No, no puedes evitarlo, lo comprendiste quizá aquella
mañana ante el espejo y desde entonces no has cesado, lo
persigues tenaz de su casa al trabajo lo acechas furtivo tras
las esquinas de bar en bar sigues sus pasos fiel a sus
huellas en las largas noches de insomnio dejas el lecho
sales de tu casa penetras en su patio protegido por las
sombras agazapado como fiero animal lo observas (¿y si lo
matas si llegaras a atreverte a hacerlo?...) te recreas
desconcertado y odiándote en la contemplación de su
joven cuerpo mientras te repites, jamás me acercaré a su
casa, nunca entraré en ella, evitaré su encuentro siempre.
Repetiré una y otra vez hasta hacerlo real que no existo,
nunca nací que es la peor, la más completa y total de las
formas de la muerte... E
Carlos Enrique Cabrera. Dominicano, escritor, profesor universitario y
promotor cultural. Estudió Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de
Madrid y desde 1994 se desempeña como prolesor del Área de Humanidades del
Instituto Tecnológico de Santo Domingo (1NTEC). En 2002 fundó la revista de
letras, artes y pensamiento. Caudal, que bajo su dirección lleva ya 25 números
publicados. Mantiene en "La Comunidad" del diario madrileño El País el blog
"Conjuros". Ensayos y cuentos suyos han aparecido en diversos medios nacionales y son de su autoría, entre otros, los libros Reflexiones ele bolsillo (2002)
y Conjuros, conjunto de microcuentos de próxima aparición.
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