El abad de la basílica de Guadalupe recibió la confesión de un hombre elegante que resultó ser un muerto que había venido de ultratumba. Después de escuchar la confesión, el abad salió pálido y cerró las puertas a pesar de que el hombre aún no salía. Más tarde, el abad le contó a su sobrino que el hombre había entrado horas antes y que después de escuchar su confesión tuvo dificultades para escuchar por su oído derecho.