1. MARÍA TERESA IRANZO MUÑÍO, DIRECTORA DEL ARCHIVO HISTÓRICO
PROVINCIAL DE ZARAGOZA
LA PROFESIÓN DE ARCHIVERO Y LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS.
CAMBIOS Y RETOS PENDIENTES
Un saludo al blog de Anabad y otra vez manifestar mi agradecimiento a la nueva
Junta por haberme invitado a participar en la Conferencia de Inauguración del curso
2009-2010 para compartir algunas reflexiones sobre problemas comunes, desde el
enfoque concreto de lo que ha supuesto en nuestra profesión la revolución de las
nuevas tecnologías.
En estos momentos, las nuevas tecnologías se sitúan en el centro de preocupación
de nuestra profesión, lo comprobamos al leer las convocatorias de las próximas
reuniones y congresos profesionales, así como en la oferta de cursos para este
otoño-invierno. En verdad, no podemos ignorarlo, más bien al contrario, debido a
que las prestaciones tecnológicas afectan de lleno a la mayoría de los aspectos de
nuestra vida y de nuestro trabajo.
Hace apenas quince días que el Presidente Iglesias, en su discurso de apertura del
curso político, conocido como Debate de Política General sobre el Estado de la
Comunidad Autónoma, señaló tres apuestas de progreso, tres líneas de actuación
política y progreso económico preferentes para el inmediato futuro en Aragón: la
logística, las energías renovables y las nuevas tecnologías. Estamos, pues, de lo
más actual.
Y eso que las aplicaciones de las nuevas tecnologías al patrimonio documental en
general y a los archivos en concreto, son relativamente recientes en nuestro país.
Su implantación y difusión, sin embargo, es bastante rápida y adopta un cariz muy
predominante; parece, a veces, que sufrimos un efecto similar al de la moda.
Estos cambios y la presión que imprime este ritmo nos obligan, a su vez, a
desarrollar estrategias de aprendizaje, a renovar nuestros conocimientos con la
voluntad de aprovechar el tremendo potencial que ofrecen las aplicaciones
tecnológicas a las funciones de conservación, servicio, difusión y revalorización
general de los archivos.
Presentarme como testigo de un cambio de esta magnitud implica también
reconocer que ya llevo muchos años ejerciendo como archivera, lo que si bien es
cierto, creo que suele ser valorado como un demérito respecto a las innovaciones,
un inconveniente, una sospecha bien fundada de oscuras reticencias.
De manera que, para no desmentir esa impresión inicial, voy a aclarar mi postura
nada más empezar mi intervención. En líneas generales, considero que los
archiveros somos un colectivo con una actitud tremendamente receptiva a los
cambios tecnológicos y en general también, como colectivo, somos profesionales
dispuestos siempre a aceptar y adoptar todas las innovaciones que mejoren la
calidad de nuestro trabajo y que repercutan en los resultados del mismo.
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2. Pero tengo también la impresión de que hemos asimilado de forma deficiente
nuestra implicación en todos esos cambios. Intentaré explicar el alcance de este
comentario.
En un marco cronológico general con respecto a la implantación y el desarrollo de
las nuevas tecnologías en relación con el mundo de los archivos se pueden
distinguir tres momentos clave:
El primero sería el proceso de informatización, la progresiva aparición y adaptación
de los procesos de trabajo a los entornos informáticos, algo que sucedió en España
entre la década de los 70 y la siguiente. Nosotros, la gente que nos incorporamos a
este mundo laboral en los primeros años de la década de los 80, saliendo de una
terrible crisis económica y de unas cifras de desempleo difícilmente asumibles hoy
en día, nos encontramos en los inicios de un cambio muy profundo en los entornos
tecnológicos. Era la época de los primeros ordenadores personales, de los iniciales
titubeos de las aplicaciones corporativas a gran escala (aquellos programas de
seguimiento de expedientes que casi nunca terminaban en el archivo...).
Esta revolución, que lo fue en muchos aspectos, no afectó demasiado a las
prácticas profesionales, creo que por la falta de implantación de un sistema de
trabajo normalizado, no ya por la ausencia de normas y pautas todavía
generalmente aceptadas, ya que caminábamos de la mano de lo que se ha dado en
llamar la “escuela archivística española” sino, precisamente, por la falta de
comunicación entre ese mundo de los ordenadores personales y de los lenguajes de
programación (huérfanos del omnipresente y omnipotente Windows) y la
archivística. Con unas pocas ganas y la ayuda de un técnico en informática, nos
fuimos apañando unas bases de datos para poder organizar mejor la información
que contenían nuestros archivos, para saber buscar y encontrar más de lo que nos
decían los viejos índices, para disponer de unos listados, que nos permitían corregir
muchas cosas, y con suerte y algo de imaginación, iniciar así desarrollos precarios
para las primeras tareas de valoración documental (ya se había publicado la Ley de
Patrimonio Histórico Español) y, además, procurar una gestión más eficaz de los
depósitos de archivo.
El segundo hito de nuestro encontronazo con las nuevas tecnologías lo fue también
con carácter general, y supuso la convivencia obligada con los avances en
comunicación y acceso a la información que se han convertido un nuestro entorno
natural. Fue el asalto de las redes de información sobre la base de las nuevas
posibilidades que ofrecían las telecomunicaciones. Internet y sus protocolos de
comunicación e intercambio abrieron realmente el mundo a un flujo de
informaciones y a la posibilidad de compartirlas.
Esa realidad, que se desplegó en un tiempo récord, y que ahora ya se hemos
asimilado de tal forma que el trabajo sin estar en la web nos resulta
incomprensible, nos situó frente a un problema mucho más profundo que aprender
a usar el lenguaje HTML: el dilema de las garantías del acceso a la información,
hasta entonces mucho más oculta en los inventarios y catálogos.
Para entonces, los primeros 90, la normalización universal había avanzado lo
suficiente para enfrentarnos a una renovación de las prácticas archivísticas que
hacía mucho más rentable el esfuerzo que como profesionales habíamos hecho para
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3. explorar las ventajas de las nuevas tecnologías. ¿Qué esfuerzo de actualización de
nuestros conocimientos y nuestra formación supusieron todos estos avances?
Verdaderamente creo que fue grande y muy profundo en la medida en que hizo
variar radicalmente el entorno físico de nuestras tareas archivísticas habituales y,
simultáneamente, cambió de manera sustancial el impacto de la información
generada por y conservada en los archivos. La gran ventana para proyectar nuestro
trabajo se había abierto y ya no se iba a volver a cerrar.
Porque, si bien hay muchas cosas que los archiveros compartimos con nuestros
compañeros de Asociación, y muchas más en concreto relacionadas con las
ventajas de las nuevas tecnologías, hay una diferencia sustancial respecto a la
calidad de la información de la que somos responsables. En los archivos hay tipos
de datos que deben ser protegidos, preservados y debidamente restringidos. Esa
perspectiva de conocer pero no comunicar no es compartida por bibliotecarios y
documentalistas (éstos últimos, al menos, con carácter general). En contrapartida,
los archivos custodian información pública que, por su carácter oculto y abstruso,
casi diría que debía de ser obligatoriamente difundida.
En este sentido, en la implicación en todas las cuestiones que tienen que ver con
estos asuntos de información y derecho de acceso que competen a los archivos,
somos una clase de trabajadores cuya especialización no conoce límites. Se espera
de nosotros que estemos en condiciones de compatibilizar una formación cultural
digamos clásica, la que hace posible que leamos latín y pongamos fecha a un
pergamino, por ejemplo, con la capacidad de resolver consultas o alegar
documentos que se encuentran en lugares remotos y con formatos muy diversos.
Archiveros todo terreno que se puedan valer de las nuevas herramientas para
solventar la principal función de nuestra profesión: preservar y difundir (hacer
accesible) la información.
Una parte sustancial de los problemas derivados de esa exigencia de polivalencia
actual a nuestra profesión están producidos por la falta de dotaciones de personal
tanto como en la ausencia de estructuras organizativas en los centros de archivo.
No hay una especialización porque, sencillamente, no es posible con los medios
materiales actuales. La mayoría de nosotros trabaja en una soledad total y, los que
tenemos la suerte de contar con dos o tres colegas a nuestro lado con quienes
compartir los debates sobre cuestiones técnicas que surgen cada día, carecemos de
una distribución de tareas que dé soporte a la asunción de responsabilidades
específicas sobre los distintos aspectos en juego.
Al menos, así es el panorama en Aragón. Por eso es tan importante la función
formativa de las asociaciones profesionales, y muy en concreto de esta sexagenaria
Anabad.
Llegados al momento actual, sabemos que no es posible hoy en día hablar de
archivos sin hablar de digitalización; y no digamos ya los nuevos soportes. El objeto
digital, el documento electrónico son ahora los sujetos de nuestros desvelos
profesionales. Esta sería la tercera etapa de nuestra adaptación, una fase que, en
España, ha venido acompañada de la explosión comercial de los programas
integrados de gestión de archivos.
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4. Hasta tal punto es esto cierto que el enésimo borrador de Decreto de Reglamento
de Archivos Estatales en circulación dedica el capítulo III a los documentos
electrónicos y la preservación digital, y en él se atribuye al Ministerio de Cultura la
función de promover “en todo momento el uso de las tecnologías de la información”
mediante “el desarrollo de Sistemas Integrales de Información y Gestión de
Archivos y su implementación en plataformas informáticas compartidas, con
procedimientos de actualización en línea y accesibles por Internet”; igualmente
encomienda a la Comisión de Archivos “fomentar la implantación y desarrollo de las
tecnologías de la información y las telecomunicaciones en el ámbito archivístico”.
La nueva cultural digital que han puesto en marcha las que la Unión Europea ha
dado en llamar “instituciones de la memoria” (bibliotecas, archivos y museos) se ha
orientado hacia objetos nacidos digitales: la creación de catálogos digitales y las
versiones digitales de los documentos.
Hay muchos problemas relacionados con estos desarrollos: los costes de la
digitalización es uno de ellos, seguido por los problemas que conlleva el
almacenamiento de las imágenes, a los que se añade una rápida evolución en los
entornos informáticos, un software cambiante que depende de licencias (y ahí
entran en juego los intereses y las presiones comerciales). Son cuestiones que
conocéis perfectamente y que tienen unas profundas implicaciones éticas y de
responsabilidad de cara al futuro.
Muchas ventajas para nosotros, también muchos peligros. Enunciaré apenas los
que están en la mente de todos: la llamada brecha digital, la apropiación social y
cultural de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, el tema de
la protección de datos.
Un último aspecto derivado de estos cambios incide en la formación. La formación
en las nuevas tecnologías, en los avances continuos de las técnicas de
reproducción, comunicación, información y difusión de los documentos deben
implantarse al nivel adecuado para suplir las necesidades de conocimientos y praxis
sobre las posibilidades que las nuevas herramientas que ofrece la tecnología de la
información y la comunicación respecto al cumplimiento de nuestros fines propios;
formación que capacite, por ejemplo, para disponer de criterios que nos permitan
evaluar las funcionalidades de los equipamientos informáticos, sin necesidad de
aprender previamente a programar.
El impacto de las nuevas tecnologías de la información y la necesidad de conocerlas
y manejarlas como herramientas se ha introducido también con fuerza en la
enseñanza de la archivística. La formación tradicional sobre las bases de la historia
de las instituciones, la paleografía y otras ciencias afines, que todavía impregna,
quizá con desmesura, los temarios de oposiciones, dibujando un perfil profesional
poco adaptado a los nuevos tiempos, ha debido transformarse para incorporar al
aprendizaje de los archiveros tanto los aspectos teóricos que las sustentan como las
prácticas relacionadas con todas estas nuevas tecnologías.
La oferta educativa universitaria aragonesa, con las nuevas modalidades del Plan
Bolonia, alberga un grado en Información y Documentación, con un fuerte cariz
práctico, que consta de 240 créditos a lo largo de 4 años de formación. Entre las 13
competencias que se brindan a los futuros graduados sólo dos parecen tener
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5. relación con las nuevas tecnologías: Habilidades en el uso de software genérico
(ofimática) y Capacidad para la adaptación a cambios en el entorno, la cual aunque
de naturaleza polivalente, quizá pueda acogerse bajo este paraguas de las nuevas
tecnologías. Entre las materias que se estudian, hay claramente una que se cursa
en 1º y en 3º (por partida doble) que se titula “Tecnologías para la información y
documentación” que sin duda se dedicará a abordar todas estas cuestiones.
El máster que se oferta como segunda etapa formativa, y que viene a ser el
equivalente a una formación pre doctoral, ya que el grado equivale a la licenciatura,
lleva por título “Máster universitario en gestión de unidades y servicios de
información y documentación” y, entre las ocho competencias del título se
menciona específicamente la de “conocer y utilizar las tecnologías de la información
y la comunicación en la mejora y automatización de las unidades y servicios de
información y documentación”. Sin embargo, entre las 25 asignaturas, de muy
diversa magnitud, que deben cursarse en los dos años de duración del Máster, no
he acertado a ver más que dos que marginalmente incidan en estos aspectos, y
ambas con subtítulos. Son: Recursos de información digital y Edición y publicación
electrónica.
De manera que, al parecer, hemos de procurar actualizarnos en estos aspectos por
otros cauces: la formación o la actualización formativa la podemos canalizar en
torno a las asociaciones profesionales. Quisiera, al hilo de esto, hacer una
sugerencia: sería muy interesante que los Cursos de Anabad obtuvieran un
reconocimiento oficial por parte del Instituto Aragonés de Administración Pública.
Me gustaría insistir en que la focalización no debe hacerse sobre las nuevas
tecnologías en sí mismas, sino en nuestra responsabilidad sobre el uso y los
objetivos que nos planteamos al implementarlas. Son los códigos éticos de la
profesión los que han de regir nuestra conducta al respecto: el deber de informar,
la transparencia, y las condiciones que se derivan de ello: la garantía del acceso en
igualdad de condiciones, la garantía de la preservación, esto es lo que nos debe
mover. Creo que hemos demostrado que estamos capacitados para aprender y
resolver con acierto el cómo.
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