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E n esta lamentación, aparecen reflejados los diversos momentos de una acción litúrgica, celebrada con motivo de una grave derrota nacional.  E n la primera parte (vs. 3-7), la comunidad se queja ante el Señor por la dura prueba a que se vio sometida.  L uego viene un oráculo del Señor (vs. 8-10), que promete a su Pueblo la total recuperación de sus antiguos dominios.  Este oráculo divino se caracteriza por sus audaces antropomorfismos y por su estilo épico.  L a parte final del Salmo es una reiteración de la lamentación y de la súplica (vs 11- 13), y una profesión de confianza en el poder de Dios (v. 14).
La Iglesia, como pueblo de Dios, no será rechazada del todo; pero parte de su tierra, de sus fieles, sufren derrotas y desastres.  A la voz de la Iglesia responde la voz de su Señor, asegurando que él es el dueño de esta tierra y de este pueblo. Así aprende la Iglesia a poner toda su confianza en su Señor, porque el auxilio del hombre es inútil en esta empresa de extender el reino de Dios en la tierra.
Oh Dios, nos rechazaste y rompiste nuestras filas; estabas airado, pero restáuranos. Has sacudido y agrietado el país: repara sus grietas, que se desmorona.
Hiciste sufrir un desastre a tu pueblo, dándole a beber un vino de vértigo; diste a tus fieles la señal de desbandada, haciéndolos huir de los arcos.
Para que se salven tus predilectos, que tu mano salvadora nos responda.
D ios habló en su santuario: "Triunfante ocuparé Siquén, parcelaré el valle de Sucot; mío es Galaad, mío Manasés, Efraín es yelmo de mi cabeza, Judá es mi cetro; Moab, una jofaina para lavarme; sobre Edom echo mi sandalia, sobre Filistea canto victoria".
Pero ¿quién me guiará a la plaza fuerte, quién me conducirá a Edom, si tú, oh Dios, nos has rechazado y no sales ya con nuestras tropas?
Auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil. Con Dios haremos proezas, él pisoteará a nuestros enemigos.
«¿Quién me guiará a la plaza fuerte, quién me conducirá a Edom?».  Sólo tú puedes hacerlo, Señor, porque a ti te pertenece la ciudad en pleno derecho.  Edom es tuya, Señor. Hazla mía en tu nombre para que pueda devolvértela, consagrada, a ti. «¿Quién me llevará a la ciudad fortificada?». E sa ha sido mi oración de toda la vida, mi deseo diario, la meta de todos mis esfuerzos y la corona de mi esperanza. Entrar en la ciudad. Conquistar la plaza fuerte. Atravesar sus murallas, pasar más allá de sus fortalezas, llegar a su mismo corazón; sí, su corazón; no sólo su corazón de asfalto y adoquines en la plaza mayor que rige su mapa y su vida con la vorágine de su tráfico y el esplendor de sus tiendas, sino el corazón de su cultura, su historia, su vida social, su carácter, su personalidad. Quiero entrar en la ciudad. Quiero llegar a su corazón. L os baluartes y bastiones de la ciudad moderna contra ti, Señor, y contra mí que te represento, no son muros de piedra o torres almenadas; son más sutiles y más temibles. Son el materialismo, el secularismo, la indiferencia. La gente no tiene tiempo; la gente no se preocupa. No hay sitio para las cosas del espíritu en la ciudad de la materia.  Q uiero entrar en la ciudad no con la curiosidad anónima del turista, sino con el mensaje del profeta y con el reto del creyente. Quiero hacerte presente en ella, Señor, con toda la urgencia de tu amor a la totalidad de tu verdad. Quiero entrar en la ciudad en tu nombre y con tu gracia, para santificar en consagración pública la habitación del hombre
O h Dios, que no rechazas a tu pueblo, la Iglesia santa: guíanos hasta la plaza fuerte de la Jerusalén celestial, y allí, participando de la historia de tu Hijo, pisotearemos a los enemigos de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.

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  • 2. E n esta lamentación, aparecen reflejados los diversos momentos de una acción litúrgica, celebrada con motivo de una grave derrota nacional. E n la primera parte (vs. 3-7), la comunidad se queja ante el Señor por la dura prueba a que se vio sometida. L uego viene un oráculo del Señor (vs. 8-10), que promete a su Pueblo la total recuperación de sus antiguos dominios. Este oráculo divino se caracteriza por sus audaces antropomorfismos y por su estilo épico. L a parte final del Salmo es una reiteración de la lamentación y de la súplica (vs 11- 13), y una profesión de confianza en el poder de Dios (v. 14).
  • 3. La Iglesia, como pueblo de Dios, no será rechazada del todo; pero parte de su tierra, de sus fieles, sufren derrotas y desastres. A la voz de la Iglesia responde la voz de su Señor, asegurando que él es el dueño de esta tierra y de este pueblo. Así aprende la Iglesia a poner toda su confianza en su Señor, porque el auxilio del hombre es inútil en esta empresa de extender el reino de Dios en la tierra.
  • 4. Oh Dios, nos rechazaste y rompiste nuestras filas; estabas airado, pero restáuranos. Has sacudido y agrietado el país: repara sus grietas, que se desmorona.
  • 5. Hiciste sufrir un desastre a tu pueblo, dándole a beber un vino de vértigo; diste a tus fieles la señal de desbandada, haciéndolos huir de los arcos.
  • 6. Para que se salven tus predilectos, que tu mano salvadora nos responda.
  • 7. D ios habló en su santuario: "Triunfante ocuparé Siquén, parcelaré el valle de Sucot; mío es Galaad, mío Manasés, Efraín es yelmo de mi cabeza, Judá es mi cetro; Moab, una jofaina para lavarme; sobre Edom echo mi sandalia, sobre Filistea canto victoria".
  • 8. Pero ¿quién me guiará a la plaza fuerte, quién me conducirá a Edom, si tú, oh Dios, nos has rechazado y no sales ya con nuestras tropas?
  • 9. Auxílianos contra el enemigo, que la ayuda del hombre es inútil. Con Dios haremos proezas, él pisoteará a nuestros enemigos.
  • 10. «¿Quién me guiará a la plaza fuerte, quién me conducirá a Edom?». Sólo tú puedes hacerlo, Señor, porque a ti te pertenece la ciudad en pleno derecho. Edom es tuya, Señor. Hazla mía en tu nombre para que pueda devolvértela, consagrada, a ti. «¿Quién me llevará a la ciudad fortificada?». E sa ha sido mi oración de toda la vida, mi deseo diario, la meta de todos mis esfuerzos y la corona de mi esperanza. Entrar en la ciudad. Conquistar la plaza fuerte. Atravesar sus murallas, pasar más allá de sus fortalezas, llegar a su mismo corazón; sí, su corazón; no sólo su corazón de asfalto y adoquines en la plaza mayor que rige su mapa y su vida con la vorágine de su tráfico y el esplendor de sus tiendas, sino el corazón de su cultura, su historia, su vida social, su carácter, su personalidad. Quiero entrar en la ciudad. Quiero llegar a su corazón. L os baluartes y bastiones de la ciudad moderna contra ti, Señor, y contra mí que te represento, no son muros de piedra o torres almenadas; son más sutiles y más temibles. Son el materialismo, el secularismo, la indiferencia. La gente no tiene tiempo; la gente no se preocupa. No hay sitio para las cosas del espíritu en la ciudad de la materia. Q uiero entrar en la ciudad no con la curiosidad anónima del turista, sino con el mensaje del profeta y con el reto del creyente. Quiero hacerte presente en ella, Señor, con toda la urgencia de tu amor a la totalidad de tu verdad. Quiero entrar en la ciudad en tu nombre y con tu gracia, para santificar en consagración pública la habitación del hombre
  • 11. O h Dios, que no rechazas a tu pueblo, la Iglesia santa: guíanos hasta la plaza fuerte de la Jerusalén celestial, y allí, participando de la historia de tu Hijo, pisotearemos a los enemigos de la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor.