Grave, pero cierto. La maquinaria estatal con que los finqueros guatemaltecos reprimieron las luchas populares y la resistencia armada en los años 80, produciendo uno de los más feroces genocidios en los tiempos recientes, sigue existiendo y se encuentra muy activa. Es más, en tiempos de discursos democráticos y multiculturales, como los actuales, ha desarrollado nuevas formas de violencia física y moral contra quienes defienden sus derechos y denuncian a las grandes empresas que atentan contra sus vidas y las de sus comunidades. El trasfondo de estas prácticas, como sucede en toda América Latina, es la actividad extractivista de empresas con grandes capitales trasnacionales, a quienes lo único que les interesa es amasar grandes riquezas en el menor tiempo posible. Despojar de su patrimonio a las comunidades es la mejor forma que han encontrado para lograr sus propósitos, y cuando sus integrantes se defienden los criminalizan, no importa que sean mujeres