2. TIMBAVATI
Bertie nació en Suráfrica, en una hacienda
apartada cerca de un lugar llamado Timbavati. Fue
poco después de que Bertie comenzara a andar
cuando su madre y su padre decidieron poner una
cerca alrededor de la hacienda para crear un recinto
donde Bertie pudiera jugar sin peligro. No
impediría que entren las serpientes –nada podía
impedirlo- pero ahora al menos, Bertie estaría
protegido de los leopardos, los leones y las hienas
manchadas. El recinto comprendía el prado y los
jardines delanteros de la casa, los establos y
graneros traseros: todo el espacio que cualquier
niño puede necesitar o desear, dirá. Pero no Bertie.
La granja se extendía en todas direcciones
hasta donde alcanzaba la vista, veinte mil acres de
estepa. El padre de Bertie criaba ganado
vacuno, pero eran tiempos difíciles. La estación de
las lluvias había faltado con demasiada frecuencia y
muchos ríos y charcas casi se habían secado. Con
menos ñus e impalas que cazar, los leones y
leopardos se acercaban furtivamente al ganado
simpre que podía. Así que el padre de Bertie solía
estar ausente con sus hombres , guardando eñ
ganado. Cada vez que se iba, decía lo mismo: “No
abras nunca esa puerta, Bertie, ¿lo has oído? Ahí
fuera hay leones,
leopardos, elefantes, hienas. No te muevas de
aquí, ¿me oyes?” Desde la cerca, Bertie le veía
alejarse a caballo, y él se quedaba con su
madre, que además era su profesora. No había
escuelas en cien millas a la redonda. Y su madre
también le advertía siempre que permaneciera
dentro de la cerca. “Mira lo que pasa en “Pedro y el
lobo”, decía.
A menudo su madre estaba enferma por la
malaria, pero, incluso cuando no era así, se le veía
desganada y triste. Había días buenos, días en que
tocaba el piano para él y jugaban al escondite en el
recinto. O le sentaba en su regazo en el sofá del
porche y se ponía a hablar de su hogar en
Inglaterra, de cuánto odiaba la fiereza y soledad de
África y de que Bertie lo era todo para ella. Pero
esos días eran raros. Cada mañana, él trepaba a su
cama y se acurrucaba contra ella, aferrándose a la
esperanza de que hoy estuviese sana y feliz, pero
con frecuencia no lo estaba, y Bertie volvía a
quedarse solo, abandonado a sus propios recursos.
Había una charca bajando la ladera desde la
hacienda, a cierta distancia. Aquella charca, cuando
tenía agua, se convertía en el mundo entero para
Bertie. Pasaba horas en el recinto
polvoriento, agarrado a la cerca, mirando las
maravillas de la estepa, las jirafas bebiendo en la
charca con las patas extendidas; los impalas
paciendo con la cola crispada, alertas; los suidos
resoplando y resollando a la sombra de los árboles
shingayi; los mandriles, las cebras, los ñus y
El león mariposa 2
3. los elefantes tomando un baño de lodo. Pero, el
momento que Bertie siempre anhelaba era cuando una
manada de leones salía pesadamente de la estepa. Los
impalas eran los primeros en desaparecer a
brincos, después se espantaban las cebras y se iban al
galope. En cuestión de segundos, los leones se
adueñaban de la charca y se agachaban para beber.
Amparado por la seguridad del recinto, Bertie
crecía mirando y aprendiendo. Ahora ya podía trepar
al árbol más cercano a la casa y sentarse en las ramas
altas. Desde allí arriba veía mejor. Esperaba a sus
leones durante horas y horas. Llegó a conocer tan bien
la vida de la charca que podía sentir a los leones antes
incluso de verlos.
Bertie no tenía ningún amigo con quien
jugar, pero siempre decía que de niño nunca se sintió
solo. Por la noche le encantaba leer sus libros y
sumergirse en los relatos y, de día, su corazón estaba
fuera, en la estepa, con los animales. Era allí donde
ansiaba estar. Siempre que su madre mejoraba lo
suficiente, le suplicaba que le llevase fuera del
recinto, pero su respuesta era siempre la misma.
- No puedo, Bertie. Tu padre lo ha prohibido –
decía. Y no había más que hablar.
Los hombres volvían a casa con sus historias
sobre la estepa, sobre la familia de guepardos sentados
en la cima de su kopje como centinelas, sobre el
leopardo que habían avistado en lo alto de su árbol
despensa vigilando su caza, sobre las hienas que
habían
provocado la estampida del ganado. Y Bertie escuchaba
ávido, con los ojos como platos. Una y otra vez le
preguntaba a su padre si podía ir con él para ayudarle a
guardar el ganado. Su padre tan solo se reía, le daba
palmaditas en la cabeza y le decía que era trabajo de
hombres. Pero le enseñó a montar, y también a
disparar, aunque siempre dentro de los confines del recinto.
Una tarde – para entonces Bertie debía tener unos seis
años – se sentó en lo alto de las ramas del árbol con la
esperanza de que los leones viniesen a beber a la puesta del
sol como solían. Ya pensaba desistir, pues pronto estaría
demasiado oscuro para ver nada, cuando vio a una leona
solitaria acercarse a la charca. Después de ella, con patas
inseguras, venía lo que parecía un cachorro, pero era
blanco, blanco luminoso en la creciente penumbra de la
noche.
El león mariposa 3
4. Mientras la leona bebía, el cachorro jugaba a
agarrarse la cola; y después, cuando ella se hubo
saciado, los dos se escabulleron en la hierba alta y
desaparecieron.
Bertie corrió adentro gritando de emoción. Tenía
que contárselo a alguien, a quien fuera. Encontró a su
padre trabajando en su escritorio.
Imposible – dijo su padre -. O has visto visiones
o te lo has inventado, una de dos.
Lo he visto, lo juro – insistió Bertie
Pero su padre no quería oír ni una palabra más y
le mandó a su cuarto por discutir.
Su madre fue a verle más tarde.
- Cualquiera puede equivocarse, cariño – dijo. Habrá
sido la puesta de sol. A veces gasta malas pasadas a
los ojos. Los leones blancos no existen.
La tarde siguiente Bertie aguardó otra vez en la
cerca, pero el cachorro blanco y la leona no
vinieron., ni tampoco la tarde siguiente ni la siguiente.
Bertie empezó a pensar que debía de haber sido un
sueño y que su padre tenía razón.
Transcurrió una semana o más, y a la charca
solo habían acudido unas pocas cebras y unos cuantos
ñus.
Una noche, Bertie ya estaba arriba, en la cama, cuando oyó
a su padre entrar en el recinto a caballo y luego los pasos de
sus gruesas botas en el porche.
- ¡La hemos atrapado! ¡La hemos atrapado! – gritaba -.
Una leona enorme, gigantesca. En las dos últimas
semanas se ha llevado media docena de mis mejores
vacas. Pues bien, ya no se llevará más.
El corazón de Bertie se detuvo. En ese momento
terrible supo de qué leona hablaba su padre. No cabía duda
alguna. Habían dejado huérfano a su cachorro.
El león mariposa 4
5. - Pero , ¿y si…? – decía la madre de Bertie-. ¿Y
si tenía pequeños a los que alimentar? Quizá se
estuvieran muriendo de hambre.
- Nosotros también si dejamos que esto
continúe. Teníamos que matarla –replicó su padre.
Bertie yació toda la noche escuchando los
rugidos de dolor que resonaban en la estepa, como si
todos los leones de África expresaran su lamento.
Metió la cabeza en la almohada y no paró de pensar
en el cachorro blanco huérfano, y allí mismo se
prometió que, si algún día el cachorro se acercaba a la
charca en busca de su madre muerta, él haría lo que
nunca se había atrevido a hacer, abriría la
puerta, saldría y lo traería a su casa. No le dejaría
morir solo ahí fuera. Pero ningún cachorro blanco
vino a la charca. Todo el día, todos los días, esperaba
que viniera, pero el cachorro no venía.
El león mariposa 5
6. Casi una semana después, Bertie se despertó
un día con un coro de relinchos apremiantes. Se
levantó de un brinco y corrió a la ventana. En la
charca, una manada de cebras se desbandaba
perseguida por un par de hienas. Entonces vio tres
hienas más, inmóviles, con el hocico apuntando a la
charca y los ojos fijos en ella. Solo en aquel momento
vio Bertie al cachorro de león. Pero este no era ni
mucho menos blanco. Estaba cubierto de barro, daba
la espalda a la charca y agitaba patéticamente una
garra ante las hienas, que le estaban rodeando. El
cachorro no tenía adonde correr, y las hienas se
aproximaban cada vez más.
Bertie bajó como un relámpago, cruzó el porche
de un salto y atravesó descalzo el recinto gritando con
todas sus fuerzas. Abrió la puerta de par en par y se
precipitó ladera abajo hacia la
charca, chillando, vociferando y agitando los brazos
como un loco. Sorprendidos por esta intrusión
súbita, las hienas pusieron tierra por medio, pero no
mucha. Cuando estuvieron a tiro, Bertie les lanzó un
puñado de guijarros y ellas volvieron a salir
corriendo, pero esta vez tampoco fueron muy lejos.
Enseguida estuvo en la charca, entre el cachorro y las
hienas, gritándoles que se fueran. No se fueron. Se
quedaron y esperaron,
El león mariposa 6
BERTIE Y EL LEÓN
indecisas durante un rato. Después empezaron a
rodearles de nuevo, más y más cerca.
Entonces fue cuando resonó el disparo. Las hienas
se escabulleron hacia la hierba alta y desaparecieron.
Cuando Bertie se dio la vuelta, vio a su madre en
camisón, rifle en mano, corriendo hacia él ladera abajo.
Nunca antes la había visto correr. Entre los dos
recogieron al cachorro embarrado y lo llevaron a casa.
Estaba demasiado débil para forcejear, aunque lo
intentó. En cuanto le dieron un poco de leche tibia, lo
zambulleron en el baño para lavarlo. Al quitarse la
primera capa de barro, Bertie vio que por debajo era
blanco.
- ¡Los ves! –exclamó triunfante-. ¡Es blanco! ¡Lo es!
Te lo dije, ¿no? ¡Es mi león blanco!
Su madre no acababa de creerlo. Cinco baños
después, no le quedó más remedio.
Lo sentaron junto al fuego en un cesto de ropa y
volvieron a alimentarle con toda la leche que pudo
beber, y se la bebió toda. Después se tumbó y se durmió.
Todavía dormía cuando regreso el padre de Bertie a la
hora de comer. Le contaron cómo había ocurrido todo.
- Por favor, papá. Quiero quedármelo –suplicó Bertie a
su padre.
- Y yo también –dijo su madre-. Los dos queremos que
se quede.
Y habló como Bertie no la había oído hablar
jamás, con una voz fuerte y decidida.
7. El padre de Bertie no sabía muy bien qué
responder. Solo dijo:
- Hablaremos de ello más tarde –y se marchó.
Hablaron de ello más tarde, cuando se suponía que
Bertie estaba en la cama. Pero no lo estaba. Les oía
discutir. Estaba detrás de la puerta del
salón, atento, escuchando. Su padre caminaba de una
lado a otro.
- Crecerá, ¿sabes? –decía-. No se puede cuidar un león
adulto, ya lo sabes.
- -Y tú sabes que no podemos echárselo a las hienas
como si tal cosa –respondió su madre-. Él nos
necesita, y quizá nosotros lo necesitemos a él. Bertie
tendrá a alguien con quien jugar por un tiempo -Y
luego añadió tristemente:- Después de todo, no parece
que vaya a tener hermanos, ¿verdad?
En aquel momento, el padre de Bertie se acercó a
ella y la besó dulcemente en la frente. Era la única vez
que Bertie le había visto besarla.
- Bueno, está bien –dijo-. Está bien. Podéis quedaros
con vuestro león.
De este modo, el cachorro blanco llegó a vivir
entre ellos en la hacienda. Dormía a los pies de la cama
de Bertie. Allí donde iba Bertie, también iba el
león, incluso al cuarto de baño, donde observaba a
Bertie tomar su baño y le secaba después las piernas a
lametones.
El león mariposa 7
No se separaban nunca. Bertie era el que se
ocupaba de su alimentación -leche cuatro veces al día
en una de las botellas de cerveza de su padre- hasta
que el cachorro empezó a beber con la lengua en un
cuenco de sopa. Había carne de impala siempre que lo
deseaba y, cuanto más crecía –y crecía deprisa-, más
comía.
Por primera vez en su vida Bertie era
completamente feliz. El cachorro hacía las veces del
hermano que pudiera querer, del amigo que pudiera
necesitar. Ahora ambos se sentaban uno junto al otro
en el sofá del porche a admirar el ocaso del enorme
sol rojo africano; Bertie le leía Pedro y el lobo y
terminaba siempre con la promesa de que nunca
permitiría que se lo llevasen a un zoo y viviera en una
jaula como el lobo del cuento. Y el cachorro levantaba
hacia Bertie sus confiados ojos de color ámbar.
- ¿Por qué no le pones un nombre? -le preguntó un
día su madre.
- Porque no le hace falta –contesto Bertie-. Es un
león, no una persona. A los leones no les hace falta
tener nombre.
La madre de Bertie era siempre muy paciente
con el león, sin importarle el desorden que causara, ni
los cojines sobre los que se abalanzara y desgarrara, ni
los cacharros que hiciera añicos. No parecía enfadarse
por nada.
8. Y, curiosamente, aquellos días apenas se puso
enferma. Había vigor en su forma de andar y su risa
resonaba en toda la casa. Su padre estaba menos
contento.
- Un león –refunfuñaba- no debería vivir en una casa.
Deberíais tenerlo fuera, en el recinto.
Pero nunca fue así. Pues, para madre e hijo, el león
había aportado nueva vida en sus días, vida y risa.
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