Este documento presenta la historia paradójica de cómo el dictador español Franco salvó a 367 judíos sefarditas de los campos de exterminio nazis en Grecia, a pesar de su antisemitismo. Explica que Franco lo hizo para ganar puntos con los Aliados al ver que Alemania perdía la guerra, no por compasión. Aunque los judíos se salvaron, les resulta difícil estar en deuda con un dictador sanguinario. El señor Reva, protagonista de esta historia, relata los hechos
LA PARADOJA DE SALVAR A JUDÍOS BAJO EL RÉGIMEN DE FRANCO
1. UNA PARADOJA HISTÓRICA.
!
!
El caso del señor Reva ofrecía, a primera vista, ciertos elementos
contradictorios, o cuanto menos oscuros. Servida de prisa y como comida fría
daba esto, poco más o menos: un grupo de 367 judíos sefarditas que habitaban
Salónica fueron arrancados, por así decir, de las uñas de los nazis, quienes, ¿qué
duda cabe?, pensaban hacer con ellos lo que todos sabemos que solían hacer con
los judíos, nada menos que por el general Franco. Ahora bien, es de dominio
público que este personaje, durante la guerra civil y la primera posguerra, había
adoptado para desayunar la tan aleccionadora como aperitiva costumbre de
tomar chocolate con soconusco y firmar sentencias de muerte. También las
firmaba después, las firmó hasta el último año de su vida, pero con menos
frecuencia. De hecho la guerra civil la ganó, aparte de con la ayuda masiva de
los nazis y de los fascistas italianos (amén de la complicidad de los
conservadores británicos y la gasolina norteamericana) matando más en la
retaguardia y en los territorios ocupados que en los frentes, los cuales, ya de por
sí, eran crudos. No estamos pues ante la figura de un individuo sensible. Pero lo
que resulta más que curioso, paradójico más bien, es que en toda su vida no dejó
de agitar el espantajo del comunismo y de lo que él denominó “la conspiración
judeo-masónica.” Y de repente alguien declara que se vino a erigir como tabla
de salvación de un puñado de judíos sefarditas que, sin su preciosa ayuda, se iba
de cabeza a los campos de exterminio. Pero en lugar de ello, fueron deportados,
sí, mas en condiciones relativamente holgadas. Y finalmente atraídos a España,
gracias a los buenos oficios del embajador de dicho país en Grecia, si bien tan
sólo en situación transitoria. Semejante plato, servido ya muy frío además,
ofrecía el riesgo de una indigestión. Y antes de probarlo, bien pagaba la pena
efectuar un viaje a París para escuchar cómo se explicaba el propio señor Reva,
protagonista, junto con su familia y otros conciudadanos suyos, de esta insólita
peripecia.
Así, una soleada tarde primaveral, como las hay bien pocas en París, un grupo
constituido por 21 estudiantes y tres profesores del Instituto Estienne d´Orves de
Niza, nos plantamos en la ciudad que, según un poeta español, Jaime Gil de
Biedma, es postal del cielo. Y, ni cortos ni perezosos, nada más dejar nuestros
efectos personales en el albergue, nos dirigimos al museo de la Shoah, con
objeto de visitar la exposición consagrada a la deportación de los judíos de
Salónica y de asistir a la esperada conferencia.
Mediada la visita, que una joven guía nos explicó muy bien en un luminoso
español, un caballero provecto, pero muy erguido, cabello cano, vestido con
elegancia, distinguido en modales y maneras, se acercó a la guía e intercambió
unas palabras con ella. Es cierto que aquel caballero podía haber sido uno
cualquiera, pero era indudable que era el señor Reva.
Era el señor Reva, en efecto, y se explicaba como un libro abierto. La
2. nacionalidad española la poseían, por obra y gracia de otro dictador: Don
Miguel Primo de Rivera, padre del fundador del único partido español realmente
fascista, La Falange, que se llamaba José Antonio Primo de Rivera. Hay que
conocer el paternalismo de don Miguel para, pasada la sorpresa inicial, colegir
que, a pesar de todo, ello era posible. Muchos sefarditas de Salónica rechazaron
la oferta, probablemente por venir de quien venía, no así la familia Reva y muy
pocas más, lo cual permitió al embajador español, de apellido Radigales, un
hombre cabal, asir ese amarre legal y sacar con él a flote a esta familia más
española que los descendientes, por ejemplo, de los godos, y probablemente de
los romanos, porque llegaron a España antes.
Claro que, sin la autorización de Franco, nada se hubiera podido hacer y, de
hecho, nada se hacía. El propio Rey don Juan Carlos lo dijo una vez: “durante
un año tuve los poderes de Franco, que eran inmensos.” Con ello venimos a caer
en el papel de Franco en este curioso asunto. Pues bien, el dictador dio en este
caso, como en todos los demás concernientes a la política exterior del momento,
una de cal y otra de arena, tan pronto aceleraba en el buen sentido los trámites,
como los congelaba. No en balde el único elogio que se le ha podido hacer por
parte de la historiografía imparcial es el de taimado, astuto, no forzosamente
inteligente, pero sí dotado de una especie de habilidad proveniente de la
suspicacia y el recelo, como tienen fama de ser todos los gallegos. Y es que
Franco estaba aguardando a ver qué pasaba en el terreno bélico y en cuanto vio
que los alemanes tenían perdida la guerra, salvó a unos cuantos judíos y se
apuntó algunos tantos con los aliados. En política esto se llama diplomacia,
estrategia. Hablando en plata se dice sólo hipocresía, lágrimas de cocodrilo.
Todo ello debía estar muy claro en el interior de la lucidísima cabeza del señor
Reva. No obstante, parecía flotar por encima de la misma como una nube tenue,
un leve vaporcillo de embarazo. Tanto él como su familia tenían la vida salva
gracias a la intervención de un dictador sanguinario. No debe ser fácil deberle
algo a un tipo así. Hay veces en que, por muy sabidas que sean las cosas, hace
muchísimo bien el mencionarlas. Por eso, no porque tuviera la sensación de
descubrir nada nuevo, me pareció justo y necesario poner los puntos sobre las
íes. Creo que el señor Reva me entendió.
!
!
José Alemany Puig.