Este documento critica las malas condiciones laborales de los niños en las fábricas durante el siglo XIX. Señala que los niños tan pequeños como de 6 años trabajaban jornadas excesivas de 12-13 horas al día en atmósferas contaminadas, lo que perjudicaba gravemente su salud, desarrollo y educación. Los patrones anteponían el beneficio económico al bienestar de los trabajadores.
1. El empleo de niños en cualquier trabajo es malo. El periodo de crecimiento físico no ha de ser un periodo de agotamiento físico.
Los únicos esfuerzos tendrían que ser movimientos ligeros y variados –movimientos voluntariamente realizados, no impuestos por
un capataz–, el correr y brincar propio de un espíritu alegre y libre. ¡Cuán distinto es lo que ocurre en un distrito fabril! Ningún ser
compasivo puede reflejar sin tristeza el estado de miles de niños, muchos de ellos entre seis y siete años de edad, sacados de sus
camas a una hora temprana, llevados precipitadamente a las fábricas y mantenidos allí, con una pausa de tan solo 40 minutos,
hasta avanzada la noche; mantenidos en una atmósfera impura, no solo como el aire de la ciudad o de una habitación mal
ventilada, sino además cargada de polvo nocivo. ¡Salud! ¡Limpieza! ¡Mejora mental! ¿Se tienen en cuenta? La diversión ni se
plantea. Apenas si hay tiempo para comer. Las horas de sueño, tan necesarias para los jóvenes, con frecuencia resultan escasas.
No, los niños algunas veces incluso trabajan por la noche.
Los horarios de trabajo en las fábricas de lino son en general excesivos. Cuando la anterior edición de esta obra fue publicada
[1831] la gente trabajaba desde las seis y media de la mañana hasta las ocho de la noche, con un único intervalo de 40 minutos
durante todo este tiempo. La máquina solamente paraba al mediodía; y los trabajadores se veían por tanto obligados a desayunar
y beber mientras proseguían su trabajo –atendiendo uno la maquinaria del otro mientras este último comía rápidamente–. Los
niños a veces no tenían posibilidad e comer hasta las nueve o las diez de la mañana, aunque estuviesen en la fábrica desde las
cinco y media y llevasen levantados desde tres cuartos de hora o una hora antes (...) Los patrones, por muy ilustrados y
compasivos que sean, apenas comprenden, y nunca lo hacen plenamente, el daño a la salud y la vida que tales fábricas ocasionan.
Mucho menos familiarizados con la fisiología que con la economía política, anteponen la oportunidad de aumentar el beneficio a
sus mejores sentimientos y se persuaden de que el trabajo no es tan malsano como algunas personas pretenden y de que los
niños no estarán peor por dos o tres horas y media más de trabajo al día y un poco menos de tiempo para las comidas (...) El
sonido de la máquina de vapor precede a menudo al quiquiriquí del gallo por la mañana. La gente ha de trabajar mientras la
máquina trabaja. Hombres, mujeres y niños están así uncidos al mismo yugo que el hierro y el vapor. La máquina animal –frágil,
sujeta a mil motivos de sufrimiento y condenada por naturaleza a una breve y cambiante existencia, hasta su decadencia– ha de
trabajar al unísono con una máquina de hierro insensible al sufrimiento y a la fatiga, y ha de hacerlo en una atmósfera polucionada
por el polvo de lino, durante 12 ó 13 horas al día y seis días a la semana.
Charles Turner Thackrah, The effects of arts, trades, and professions, and of civic states and habits of living, on health and longevity,
2ª ed. (1832).