1. Nadie le daría trabajo con lo
vieja que estaba, e indagar
sobre si disponía de ahorros
para montar un negocio en
toda regla sería una falta de
sensibilidad; por no decir un
exceso de estupidez. Qué hacer
cuando las carnes te exigen
sobrevivir. ¿Pedir limosna?
Buenos Aires ya no estaba para
eso. Tendría que ganarse la vida
haciendo algo de dudosa
moralidad. Qué cosa. Qué
podría hacer sin perjudicar a la
gente. Optó por vender aire,
como lo hacían miles de
empresas, pero ella no sería
una desalmada. Cobraría
montos irrelevantes y el aire
que daría a cambio no
contendría un valor superfluo.
2. Empezaría a venderlo
de inmediato porque,
además, sabía que
ningún pariente le iba
a dar cobijo. No los
tenía, ni hacia los
lados ni hacia abajo.
Hacia arriba, menos.
Sandra realmente era
vieja. 57 años olvidada
en la cárcel por haber
matado a su marido le
impidieron procrear.
3. Era él o ella. Los
moratones
acumulados en
su cuerpo lo
demostraban,
pero en el juicio
no valieron. El
abogado
contratado por
su suegra era de
los caros, de esos
con influencias.
4. Desde el 12 de octubre de
2003, Sandra anduvo libre por
las calles. ¡Vaya mentira! Sus
carnes la arrinconaron más que
nunca. En su estómago tenía
aire, pero uno muy distinto del
que estaba por vender. En la
cárcel había aprendido algo de
magia. Hacía desaparecer
objetos pequeños, como
cigarrillos y monedas. Con una
esfera de cristal de cuatro
centímetros de diámetro no
tendría problemas.
5. Entre la basura, encontró cajas de un
tamaño ideal para empaquetar, una
y otra vez, su única esfera. Sólo le
faltaban cintas de colores para, en el
momento de la venta, atar la caja
correspondiente y adornarla con un
listón. Las consiguió enseguida.
Frente a una tienda de juguetes,
interpretando el papel de una bruja
buena de cuento, atraía la atención
de los pequeños con un discurso
dulce en el tono y seductor en las
palabras: “Mira esta bola de cristal.
Es ligera como el aire. Es mágica.
Mágica para los que poseen el don.
¿Tú lo posees? No mires a tus
padres, la respuesta sólo la puede
saber uno mismo.
6. Es ligera como el aire. Es
mágica. Mágica para los que
poseen el don. ¿Tú lo
posees? No mires a tus
padres, la respuesta sólo la
puede saber uno mismo.
Meteré esta bola especial en
esta caja… así, ¿ves? Ahora,
ataremos la caja con esta
cinta para asegurarnos de
que se mantenga cerrada
hasta que llegues a tu casa. Si
al abrirla descubres que la
bola se ha desmaterializado
(que ya no está), sabrás que
posees el don
7. Pero la bola no habrá
desaparecido, sólo habrá
cambiado de lugar. Habitará
dentro de ti para siempre y te
será muy útil en tus
sueños, porque con ella
vencerás a cualquier
monstruo y te ayudará a
encontrar mundos llenos de
personas y cosas bellas y
alegres. Dormirás feliz”. Los
padres, confiando en que la
vieja los timase con una caja
vacía, se la compraban por
unas cuantas monedas
funcionaba.
8. El boca a boca hizo cada vez
más conocida a la vieja de
enfrente de la juguetería en
Rivadavia, entre la avenida
Otamendi y Campichuelo.
A Sandra Febres Queipa se le
recuerda como “La bruja de la
bola invisible”. Murió el 7 de
enero de 2005. Ni bien pasaron
dos meses, la juguetería —que
no voy nombrar para no
hacerle publicidad— lanzó un
producto con la imagen
ilustrada de su personaje y con
el nombre con el que se le
conocía. No lo vendieron como
esperaban.
9. En 2008 dejaron de
producirlo. Pensaron
que la magia de
Sandra también era
comercializable, pero
pasaron por alto el
truco de su éxito. Era
la voz de ella, la
convicción en su
tono, lo que agudizaba
en los niños el don de
creer… de creer que
en esa nada que
encontraban en la caja
fuese posible todo.