1. Las ideas se agolpaban una tras otra como si de
repente en mi vida se hubiera abierto una puerta, antes
cerrada, hacia nuevos horizontes. Por primera vez sentí
melancolía y soledad. Hasta entonces no había
experimentado deseos de amar y ser amado. Parecía
muy extraño, pero todo era producto de haber
penetrado furtivamente en la intimidad de un adulto tan
despreciado.
2. El ruido de la aspiradora me permitió reconocer a la sirvienta en pleno
inicio de jornada y la música clásica a mi madre haciendo su gimnasia
matutina. Excelente: era demasiado tarde para ir a la escuela. Me levanté a
recoger los papeles que había estado leyendo hasta avanzadas horas y que
dejé caer al quedarme dormido. Los acomodé cuidadosamente. Al hacerlo,
aprecié detalles que en la víspera me pasaron desapercibidos:
En el portafolios había tres carpetas distintas, una azul y dos verdes. La
primera contenía manuscritos personales ordenados por fechas: cartas a su
esposa, cartas a sus hijos y simples relatos íntimos como los que detalla un
adolescente en su diario. La carpeta verde contenía escritos a máquina:
resúmenes expositivos, apuntes y conclusiones de temas pedagógicos, algo
así como las notas en las que un profesor se apoya para impartir su
cátedra. Y la tercera carpeta contenía aquellos documentos extraños e
ininteligibles con sus incipientes borradores de traducción.
También hallé algunas plumas y lápices, una calculadora, un bello
diccionario español-latín/latín-español y nada más.