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Dientesde Leonora González
Uno suele
considerar
insignificantes
algunos detalles,
como la sangre
que aparece a
veces en el
lavabo al
cepillarnos los
dientes.
Craso error.
Un día decidí usar cepillos medianos, en vez de duros;
después suaves, en vez de medianos.
Pero la sangre seguía apareciendo.
Siempre me dolió el agua fría en la boca y odiaba
lavarme los dientes, cosa que pagué con creces.
El altísimo
costo de mi
negligencia
finalmente me
empujó a ir
cada seis meses
a la dentista.
Cuando viví en Estados Unidos, llevaba
a mi primera visita al dentista
la conciencia prístina de una niña bien portada.
El Dr. comenzó
a revisarme y
aunque mi inglés
era malísimo y él
más que hablar,
gruñía, era obvio
que me regañaba
con todo su
repertorio.
Esa vez, el doctor comenzó a rascar hasta la raíces de
mi dentadura y, como si el dolor fuera poco, él seguía
echando pestes en su feo inglés mascullado.
Midió alrededor de cada pieza y al final me dijo que tenía
que hacerme un tratamiento de limpieza profunda porque
mi boca estaba entre muy mal y desastrosa, cosa que
echó por la borda mis años de buena conducta.
Durante las cuatro
sesiones que
siguieron, mientras
el Dr. se ensañaba
con el sarro de toda
mi vida, yo trataba de
mantenerme pegada
al asiento y no
debatirme inútilmente
tratando de resistir
las intensísimas
sensaciones que
venían de mi boca.
Supongo que aluciné, pero al aceptar el dolor, sentí cómo todos
los seres del mundo estamos conectados por una especie de
vasos comunicantes y el dolor es una de las varias sustancias
que se transmiten entre estos, y el océano profundo a donde
todos los dolores van a dar. Mi gotita de dolor tocó a los demás,
y se disolvió en ese enorme mar.
Yo salía con la boca
hinchada, pulsante,
sangrando, y
largamente regañada.
Era época de lluvias,
hacía frío, tenía que
caminar 15 cuadras
para llegar a la
parada (más que
suficiente para que
mis botas hicieran
agua,) y esperar un
camión que pasaba
cada 45 minutos.
Lo interesante,
es que después de mis
"viajes místico-dentales"
sentía una entrañable
compasión por todo el vasto
e incalculable sufrimiento
que había visto, y mi dolor
-aunque real-
no era más que un
detalle insignificante.

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Notas
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Dientes

  • 2. Uno suele considerar insignificantes algunos detalles, como la sangre que aparece a veces en el lavabo al cepillarnos los dientes. Craso error.
  • 3. Un día decidí usar cepillos medianos, en vez de duros; después suaves, en vez de medianos. Pero la sangre seguía apareciendo.
  • 4. Siempre me dolió el agua fría en la boca y odiaba lavarme los dientes, cosa que pagué con creces.
  • 5. El altísimo costo de mi negligencia finalmente me empujó a ir cada seis meses a la dentista.
  • 6. Cuando viví en Estados Unidos, llevaba a mi primera visita al dentista la conciencia prístina de una niña bien portada.
  • 7. El Dr. comenzó a revisarme y aunque mi inglés era malísimo y él más que hablar, gruñía, era obvio que me regañaba con todo su repertorio.
  • 8. Esa vez, el doctor comenzó a rascar hasta la raíces de mi dentadura y, como si el dolor fuera poco, él seguía echando pestes en su feo inglés mascullado.
  • 9. Midió alrededor de cada pieza y al final me dijo que tenía que hacerme un tratamiento de limpieza profunda porque mi boca estaba entre muy mal y desastrosa, cosa que echó por la borda mis años de buena conducta.
  • 10. Durante las cuatro sesiones que siguieron, mientras el Dr. se ensañaba con el sarro de toda mi vida, yo trataba de mantenerme pegada al asiento y no debatirme inútilmente tratando de resistir las intensísimas sensaciones que venían de mi boca.
  • 11. Supongo que aluciné, pero al aceptar el dolor, sentí cómo todos los seres del mundo estamos conectados por una especie de vasos comunicantes y el dolor es una de las varias sustancias que se transmiten entre estos, y el océano profundo a donde todos los dolores van a dar. Mi gotita de dolor tocó a los demás, y se disolvió en ese enorme mar.
  • 12. Yo salía con la boca hinchada, pulsante, sangrando, y largamente regañada. Era época de lluvias, hacía frío, tenía que caminar 15 cuadras para llegar a la parada (más que suficiente para que mis botas hicieran agua,) y esperar un camión que pasaba cada 45 minutos.
  • 13. Lo interesante, es que después de mis "viajes místico-dentales" sentía una entrañable compasión por todo el vasto e incalculable sufrimiento que había visto, y mi dolor -aunque real- no era más que un detalle insignificante.