2. Ciertos fabricantes o empresas de servicios diseñan sus
productos o servicios de modo que éste se torne obsoleto o
inservible tras un período de tiempo. Para la industria, esta
planificación encubierta del fin de la vida útil de un
producto o servicio estimula positivamente la demanda, al
alentar a los consumidores a comprar nuevos productos si
desean seguir utilizándolos.
En 1881, Tomas Edison desarrolla una bombilla que duraba
1500 horas. Treinta años más tarde las bombillas tenían una
vida útil certificada de 2500 horas. Pero en 1924, un cártel
que agrupaba a los principales fabricantes de Europa y
Estados Unidos pactó limitar la vida útil de las bombillas
eléctricas a 1000 horas.
3. Tras el Crash del 29, Bernard London introdujo el concepto
de obsolescencia programada y propuso poner fecha de
caducidad a los productos, lo que animaría el consumo y la
necesidad de producir mercancías.
La obsolescencia programada tiene un potencial
cuantificable y considerable para el fabricante de los
artículos, ya que en el momento que dejan de funcionar
obligara al consumidor a comprar otro, ya que repararlo
será más costoso que reemplazarlo.
Para las empresas es un estimulo para el consumo de sus
productos.
Todo ello nos da que pensar, ¿Dónde van las toneladas de
los desechos tecnológicos? ¿Dónde tiramos todos esos
aparatos? ¿Pensamos donde van las toneladas de residuos?
4. Pero a pesar de todo existe algo de esperanza. Hay gente en todo
el mundo que ha empezado su particular guerra contra esta
obsolescencia programada, esta economía desquiciada que
según los expertos nos pasará factura en un futuro.
Existen empresarios como Michael Braungart que lo ha
demostrado rediseñando el proceso de producción de una fábrica
textil suiza, para que el impacto de los residuos sea lo mínimo.
También tenemos a Ian Schneller una persona que se toma muy
en serio su trabajo. Tanto que dice que duerme más tranquilo por
las noches, cuando se mete en la cama, al saber que ha
contribuido a luchar contra ‘la obsolescencia o chapucería’ que
impera en la mayor parte de productos que nos rodean. Ian
Schneller, hace ya 25 años fundó su empresa dedicada a la
elaboración de guitarras, ukeleles, bajos, altavoces y sistemas de
sonidos de forma completamente artesanal y bajo encargo.
Instrumentos que no están pensados para que duren unos años
sino para que duren unas vidas.
Hay que volver a Mahatma Gandhi cuando decía que el mundo es
muy grande para satisfacer las necesidades de todos, pero
siempre será pequeño para la avaricia de algunos.