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Capítulo XII
Psicología Clínica
Comunitaria:
algunas implicaciones
teóricas y técnicas'
Pedro Enrique Rodríguez
Universidad Católica Andrés Bello
Unidad de Psicología del Parque Social Manuel Aguirre, s.j.
Caracas, Venezuela
Introducción
L
a psicología clínica comunitaria es una especialidad de
reciente formulación y práctica. Sin embargo, su historia
se remonta a una larga tradición de problemas e intereses
dentro del marco de la psicología académica y la práctica
profesional.
No nos referimos a cualquier dilema. Algunos de esos dilemas son,
en la práctica, algunos de los dilemas más antiguos y complicados
de la psicología, tal como es el caso de la respuesta a la pregunta
sobre cuál es la determinación final de la conducta entre el medio
y el sujeto (Pervin, 1996/1998), o en qué forma interactúa el
mundo subjetivo de una persona con las realidades sociohistóricas,
políticas e ideológicas.
Psicología
Clínica
Comunitaria:
algunas
implicaciones
teóricas
y
técnicas
Una primera versión de este capítulo apareció en la revista venezolana de psicología
clínica comunitaria balo el título de Apuntes para una definición tentativa de la psi-
cología clínica comunitaria, Número 3, 2003. 249
Sujetos
políticos
y
acción
comunitaria
250
Psicología
Chica
Comunitaria:
algunas
implicaciones
teóricas
y
técnicas
251
Está claro que las únicas respuestas plausibles que hemos encontra-
do hasta ahora en psicología sobre tales puntos son, sencillamente,
aquellas que se sostienen bajo la estructura narrativa de las diversas
perspectivas epistemológicas y paradigmáticas.
Lo desconcertante, lo retador, es que la sola postulación de una
aproximación clínica comunitaria implica, por su sola denomina-
ción, un acto de enunciación y reconocimiento de al menos dos de
las perspectivas firmemente enraizadas en la tradición psicológica
como lo son la psicología clínica de tradición médica y la psicología
comunitaria o social comunitaria y, en consecuencia, tal enuncia-
ción trae consigo una inevitable actualización de dichos problemas
en el caso concreto de la especialidad.
Es justamente por ello que el autor de esta nota, formado en una
especialización en psicología clínica comunitaria, no suele sor-
prenderse cuando en cualquier conversación de pasillo sus colegas
clínicos de énfasis médico miran con sospecha sus devaneos con
lo comunitario, tanto como algunos psicólogos sociales sospechan
del adjetivo "clínico" de su trabajo. Ambos prejuicios reflejan, de
forma taxativa, una compleja tradición discursiva en la que las dos
visiones se manifiestan en el marco de sus narraciones canónicas
(Rodríguez, 2006).
En el fondo, sería casi una situación divertida si no fuese porque,
en mitad de ella, se esconde un abismo que se remonta a.prejuicios
y distorsiones atávicas que, al parecer, difícilmente puedan supe-
rarse a corto plazo y que, en última instancia, implica una serie de
consecuencias no sólo teóricas, sino también prácticas asociadas a
la prestación de servicios psicológicos en condiciones que, frecuen-
temente, están marcadas por la desigualdad y la inequidad.
Es precisamente allí donde la discusión comienza a cobrar un
sentido relevante con claras implicaciones políticas, éticas e ideo-
lógicas. El problema de fondo, podría plantearse de la siguiente
forma: por una parte, tenemos a dos disciplinas de la psicología
que miran con extrañeza la posibilidad de una práctica (es decir, de
una tecnología) en la que ambas tienen, de entrada, una influencia
definida. En su expresión más radical, ambas disciplinas canónicas
niegan la posibilidad de interacción pero, al mismo tiempo, más
allá del nicho discursivo de los académicos y profesionales de una
u otra perspectiva, existe una realidad concreta en la que es posible
observar fuertes presiones sociales y subjetivas. Ante tal situación,
¿qué hacer? El resto de este capítulo intenta abordar algunos pro-
blemas que, en opinión del autor, están directamente relacionados
con la posibilidad de una respuesta a esa pregunta.
Las presiones generadoras de
la perspectiva clínica comunitaria
Parece existir un claro consenso sobre las condiciones que hicieron
factible la proposición de una perspectiva clínica comunitaria: esas
condiciones son (y han sido) las difíciles condiciones de vida a las
que se ven expuestos amplios sectores de nuestras poblaciones
(Balda, 2006; Campagnaro, 1999; Romero, 1999; Llorens, 2003;
Llorens, 2009; Rodríguez, 2003; Rodríguez, 2006).
En efecto, no existe ninguna sorpresa en el surgimiento-de una
propuesta como la psicología clínica comunitaria en el contexto de
la América Latina. Al contrario, es absolutamente comprensible y
en cierta forma alentador que ocurriera. Pobreza, violencia en su
vertiente social, de género y comunitaria, corrupción y autoritarismo,
historias de represión, dictaduras militares, así como una vivencia de
desigualdad francamente desconcertante hacen de nuestros países
lugares donde una clínica psicológica medianamente razonable
debe estar en la capacidad de realizar algunas preguntas básicas
sobre su propia existencia, sus objetivos y su posicionamiento
político, ético y social ante tan abrumadoras condiciones de inequi-
dad, tanto como una psicología comunitaria comprometida con el
bienestar de las personas y comunidades, se ve en la necesidad
de encontrar alternativas de intervención no demasiado lejanas de
las experiencias de la clínica canónica.
Después de todo, ¿cómo es posible abordar una situación tan
recurrente como puede ser el relato de una mujer sometida a
persistentes condiciones de injusticia de género y social durante
décadas, atemorizada por los eventos violentos que está obligada
a presenciar y padecer dentro de su comunidad, así como a una
avasallante cantidad de estresores cotidianos que abarcan, desde
el frecuente sinsabor de la vida de pareja, hasta complicaciones
domésticas diversas como son la disponibilidad de servicios bá-
sicos como el agua, la luz, el transporte público? Está claro que
la respuesta no puede ser la simple ubicación de esa persona en
1
Sujetos
políticos
y
acc
252
una cómoda caracterización como puede ser un episodio depre-
sivo mayor, un trastorno de estrés postraumático, un trastorno de
ansiedad o cualquier otra categoría diagnóstica. Pero, al mismo
tiempo, tampoco resulta del todo evidente que el abordaje de. una
situación de esa naturaleza se concentre en el análisis sociohistórico
o el trabajo comunitario, pues en determinadas circunstancias, es
menester reconocer la necesidad dé una intervención más cercana
a la vivencia personal y subjetiva, lo que normalmente conocemos
como clínica.
Como ha señalado en su momento Montero (2002, p. 16-17):
¿Qué hacer con la respuesta "normal" de ansiedad, de
tristeza (depresión?) ante las circunstancias de violencia
social, de desorganización social, de inseguridad y amenaza
más o menos difusas, más o menos efectiva, de descali-
ficación, donde las capacidades humanas no pueden ni
desarrollarse de acuerdo a las expectativas y planes de
las personas, ni aplicarse y son muchas veces frustradas,
reprimidas? ¿Qué pasa con las personas que viven bajo re-
gímenes autoritarios, antidemocráticos, en guerra o durante
recesiones económicas, por ejemplo? ¿Cómo se llama la
situación en la cual sufrimos y nos sentimos mal y se ve
afectada nuestra conducta cotidiana y somatizamos, a la
vez que intentamos mantener el nivel y calidad de vida,
conservarun hábitat más o menos seguro, desempeñar una
labor cada vez más difícil y a la vez necesaria para nues-
tra subsistencia, y lo logramos, pero aún así nos sentidos
mal?: ¿Estamos enfermos cuando algo nos enferma por su
condición exasperante, y el proceso de afrontarlo y resistir
a la vez que nos mantiene a flote nos hace daño? ¿Quién
se ocupa de esas situaciones? (Subrayado añadido).
Los primeros pasos
Es en el marco del contexto anglosajón donde, desde hace ya
algunas décadas se habla de una psicología clínica con énfasis
comunitario, nacida en parte por las presiones ejercidas por los
movimientos civiles y los programas sociales (Korchin, 1983 c.p.
Ephraim, 1993). En cierta forma, la noción de una psicología
clínica comunitaria puede ser rastreada desde el nacimiento de la
psicología comunitaria norteamericana, registrado en 1965, en la
conferencia de Swampscott, Masachusett, bajo el sugerente título
de: Conference on the Education of Psychologist for Community
Mental Health (Montero, 1994; Wiesenfeld, 1994), ocasión desde
la que comenzó a hacerse una alternativa al nexo entre comunidad y
salud mental, conceptos en principio novedosos respecto al modelo
médico del que derivó la psicología clínica, centrado en funciones
de diagnóstico,' evaluación e intervención individual (Ephraim,
1993), dando paso a lo que Korchin (1976 c.p. Romero, 1999)
dio en llamar modelos comunitarios cop énfasis clínico.
Poco más de treinta años después son precisamente fenómenos
como "la inestabilidad económica y social por la cual atraviesa la
mayoría de nuestra población" (Campagnaro, 1999, p. 118), au-
nado al incremento de la demanda especializada en salud mental
en las comunidades de menos recursos, algunos de los factores
decisivos que alientan la formulación de un movimiento de psico-
logía clínica comunitaria en Venezuela, de un modo si se quiere
análogo a la experiencia norteamericana.
Como venimos diciendo, tal analogía que no resulta sorpren-
dente si se tiene en cuenta que en la breve historia de la psi-
cología aplicada han sido las condiciones de la historia social
las que han impulsado de manera decisiva la profesionalización
y el crecimiento cuantitativo de las diferentes orientaciones y
subespecialidades. Un modelo de referencia conocido hasta la
saciedad por todo psicólogo es el efecto de la Segunda Guerra
Mundial sobre la expansión de la profesión (Korchin, 1983 c.p.
Ephraim, 1993).
Era razonable entonces que en el contexto venezolano, la casi
continua y abrumadora situación de "crisis", manifiesta en
condiciones tan variadas y apremiantes como el incremento en
las tasas de suicidio, homicidios y actos violentos, así como el
progresivo empobrecimiento económico haya hecho propicia
una actitud de apertura para este tipo de modelo de intervención
psicológica (Campagnaro, 1999; Romero, 1999).
Sin embargo, como es natural encontrar en un campo de
conocimiento relativamente reciente, la implementación y
desarrollo de la psicología clínica comunitaria en el campo
nacional se encuentra, todavía, en un espectro en el que es
á
253
Psicología
Clínica
Comunitaria:
algunas
implicaciones
teóricas
y
técnicas
255
preciso desentrañar algunas especificidades de su acción, con
miras a producir un cuerpo de conocimiento cada vez más
coherente e integrado que delimite sus linderos y particularidades
como subespecialidad.
Organizando la discusión
La propuesta venezolana de la psicología clínica comunitaria
está unida inextricablemente a dos contextos de formulación.
Uno de ellos es la especialización en psicología clínica comu-
nitaria de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas,
Venezuela, cuyo inicio se remonta al año de 1999. Un segundo
contexto es la práctica profesional desarrollada en la Unidad de
Psicología Luis Azagra, s.j, del Parque Social Manuel Aguirre,
s.j, una unidad de atención psicológica adscrita a las activida-
des de extensión realizadas por la misma Universidad Católica
(Llorens, 2009; Romero, 1999).
Si bien es factible señalar esos dos lugares como puntos de
referencia para la reflexión y praxis de la clínica comunitaria,
en realidad, tal contextualización releva que, pese la relativa
unidad geográfica y temporal, los profesionales del área parecen
tener miradas diversas sobre lo que es y lo que hace la clínica
comunitaria.
Así las cosas, ya desde un primer vistazo se comienza a hacer claro
que la tarea de narrar el campo de conocimiento de la psicología
clínica comunitaria no es tan cómoda y expedita como cabría
esperarse. Sería fácil suponer que el recorrido de casi una década
habría de ser una base sufiCiente para esbozar una taxonomía ya
aprendida y bien pensada. Se podría llegar a imaginar, incluso, que
tal caracterización podría enunciarse con un rápido movimiento
de memoria; así, sería casi inevitable complacemos con la escena
en la que ante la pregunta curiosa de algún interesado con el que
nos topamos en algún pasillo, podemos detenernos y responder
serenamente, con' la razonable seguridad de quien se da por en-
terado de los rasgos distintivos del saber clínico comunitario con
el que, después de todo, se encuentra ligado.
Extrañamente, para nuestros males, un segundo vistazo, esta
vez un poco más pausado, nos revela que la situación es
254
radicalmente diferente. Este hecho se evidencia de una manera
rotunda cuando, después de un tiempo de reflexión, terminamos
por descubrir, perplejos, un camino lleno de interrogantes y
contradicciones que terminan por hacer de aquella cándida
imagen de una escena dé pasillo, un complicado laberinto.
De esto terminamos por convencernos cuando advertimos que
si bien la denominación clínica comunitaria tiene, desde hace
algún tiempo, un lugar ganado en los espacios académicos,
al tiempo que deja colarse tanto con su nombre y apellido así
como en metáfora en temas de revistas y manuales de psico-
logía aplicada (Korchin, 1976, cp. Romero, 1999; Korchin,
1983, cp. Ephraim, 1993; Romero, 1999), su delimitación
conceptual no se presenta jamás como una tarea sencilla; por
el contrario, de un modo casi inevitable termina por alentar
consideraciones que, si bien se muestran agudas y valiosas,
en el fondo se dejan ver como elusivas; de.forma tal que el
acto de nombrar y definir, cede lugar al gesto aproximado y
parcial de señalar un lugar de forma desconcertante, vaga e
inciertamente.
En una investigación realizada por Balda (2006) sobre las concep-
ciones de la psicología clínica comunitaria en psicólogos egresados
de la especialización de la UCAB, esta autora encontró una definida
variedad de posturas. Comenta Balda (2006, p. 212), al referirse
al capítulo de su estudio donde intenta estudiar la definición de
clínica comunitaria de las psicólogas y psicólogos entrevistados:
(...) es un capítulo bastante heterogéneo, en el sentido
de que hay muchos elementos cuya relación no está del
todo hilada, por lo que en ocasiones hay opiniones que en
principio lucen bastante coherentes, pero que al hacer un
análisis más profundo contienen algunas contradictorias,
esto puede obedecer, en parte, al estadio inicial dentro del
proceso de construcción en el que se encuentra esta área
de la psicología.
Desde luego, cuando la tarea actual es, precisamente, ensayar una
aproximación, señalar el carácter elusivo de tal concepto, resulta,
no sólo una posición de razonable prudencia, sino además, y sobre
todo, nos anima a tomar algunas•pfevisiones. La más importante
es, quizá, esbozar una serie de consideraciones preliminares que
Sujetos
políticos
y
acción
comunitaria
256
Psicología
Clínica
Comunitaria:
algunas
implicaciones
teóricas
y
técnicas
257
validen, o al menos soporten, el marco general en el que podemos
entender el estado actual de desarrollo de la psicología clínica comu-
nitaria. Ese es, precisamente, el objetivo del apartado siguiente.
Lo clínico y lo comunitario:
¿Ampliación, síntesis o prótesis?
Una lógica modesta nos lleva a comenzar la indagación por los
términos que nominalmente se han acuñado como parámetros
dentro de lo que existe -o debería existir- la psicología clínica co-
munitaria. A fin de cuentas, la intersección del saber clínico con
el saber comunitario denota un significado que habría de partir de
ambos saberes, para eventualmente superarlos, sintetizarlos o, en
el peor de los casos, simplemente amalgamarlos.
Dejando de lado la observación, más o menos evidente de que
estamos hablando de una psicología clínica comunitaria y no
de una psicología comunitaria clínica, la primera consideración
de peso que se nos impone, tal como comentábamos en la
introducción de este artículo., es el hecho de que tales denomi-
naciones corresponden a dos áreas ampliamente recorridas por
• la psicología. Áreas autónomas que nacen de manera indepen-
diente en lugares, tiempos y condiciones diferentes; animadas,
en consecuencia, por paradigmas comprometidos con visiones
históricas divergentes. No se hacía psicología comunitaria en
La Salpetriere, en el tiempo en el que el zeigest comenzaba a
esbozar el inicio de la clínica psicológica dentro de la matriz de
conocimiento del modelo médico. Mucho menos en el tiempo
de los fluidos vitales y los humores hipocráticos, antecesores
de la rudimentaria taxonomía de Sheldon y las posteriores
clasificaciones de personalidad (Fierro, 1986). A su vez, no se
hacía clínica cuando la psicología social de los últimos veinte
años del siglo XX volcó su mirada sobre las comunidades en los
Estados Unidos y América Latina (Montero, 1998). Tampoco
era necesario hacerlo. Cada disciplina apuntaba a sus propias
coordenadas metateóricas, teóricas y metodológicas dentro
de lo que la filosofía de la ciencia daría en llamar sus propios
inconmensurables.
Ante tal ascendencia de padres que no se conocen tan íntima-
mente como uno estaría tentado a pensar, deberíamos esperar,
luego, que una visión de la psicología clínica comunitaria debería
exigir una comprensión más allá de los límites de lo clínico y lo
comunitario pues, si bien deviene de ambos, la unión de los dos
no es, de por sí, un cuerpo unitario y forzosamente coherente..
Esta tesis.quiere decir que la psicología clínica comunitaria implica
entonces dos posibilidades de formulación con múltiples implica-
ciones. La primera de ellas, la más ambiciosa y creativa, sugerirá
que la psicología clínica comunitaria constituye un marco de
conocimiento que, si se plantea con rigor, implica la formulación
de una propuesta independiente y autónoma de sus antecesores.
La segunda de ellas es que, en lugar de esa maniobra creativa,
la psicología clínica comunitaria se conforme con proponer una
interacción armoniosa de métodos y técnicas de origen clínico y
comunitario, pero sin que ello exija la formulación de un modelo
alternativo sino, antes bien, una suerte de fusión tecnológica
destinada a resolver problemas concretos. Sobre este punto vol-
veremos al final de este capítulo.
Lo clínico comunitario:
¿consultorio o campo abierto?
Las consideraciones alarmantes de la salud mental en casi todo
el mundo, donde es cada vez. más patente la coexistencia de
problemáticas complejas, tales como el incremento de la preva-
lencia de trastornos psicológicos con su natural efecto de incre-
mento en la demanda de servicios (Fernández, 1994; Romero,
1999; Steenbarger y Smith, 1996), el incremento del potencial
de riesgo de esos trastornos, lo que se evidencia en el paso de
las ya casi inocentes neurosis histéricas, fábicas y obsesivas, al
espectro de trastornos de personalidad, losacting-out sexuales,
-en un tiempo en el que el SIDA más que una probabilidad
es un camino con señales-, así como el potencial suicida de
los muy prevalentes trastornos del estado de ánimo (Belloch y
Sandín, 1995), aunado a la creciente brecha existente entre
el encarecimiento de los sistemas de ayuda pública y priva-
da, en contraste al deterioro del poder adquisitivo que haría
posible acceder a ellos (Calvo, 2001; Linney, 1990; Romero,
1999), parece animar las voces de cada vez más psicólogos
a "trasladar las funciones de esta profesión desde el escritorio
y el consultorio a la comunidad" (Romero, 1999, p. 97).
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políticos
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acc
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Tal iniciativa, si bien parece tener la evidente ventaja de incremen-
tar el potencial de servicios psicológicos, tarea siempre valiosa,
parece trasladar, junto con el consultorio, un entusiasmo hacia la
fundación de un enfoque clínico comunitario no del todo realista.
A fin de cuentas, el acto de cambiar de lugar, si bien comporta
un claro indicio de cambio, de aquí está pasando algo, no precisa
responder, en rigor, a algo mucho más allá de un cambio físico, por
lo que atribuirle una nueva condición paradigmática podría resultar
exagerado y riesgoso. Aun así este cambio a campo abierto parece
ser un hecho tan llamativo que fácilmente podría animar (y así
parece que lo hace) la buena voluntad de señalar al nuevo espacio
dentro de la comunidad como el nuevo espacio clínico comunitario;
de este modo, termina por atribuírsele a lo que es en principio, una
variación geográfica estratégica, un estatus paradigmático ad hoc
que termina por sostenerse, precariamente, sobre la dudosa base
de esta geografía. Para usar una analogía de campos abiertos: el
cambio de lugar de ayuda podría verse como equivalente al hecho
de que un albañil que ha estado trabajando largamente en la cons-
trucción de la tapia de un jardín, de tanto pasar el día en él, termine
por creer ante sí mismo que se ha convertido en jardinero.
La fragilidad de este modo de delimitar la clínica comunitaria se
hace todavía más patente cuando, viendo las cosas desdeeste
ángulo, se recuerda que los contextos de intervención obedecen
al marco donde se encuentra ubicado el objeto de estudio de la
disciplina, no así a la inversa. Este dilema, junto al planteado en
el primer apartado hace llegar, casi sin remedio, a un tercer punto
reflexivo. Esto es: ¿dónde está el objeto?
Lo clínico comunitario: ¿Dónde está el objeto?
Ciertamente, la revisión de lo que se podría entender como la
intersección de dos campos del saber psicológico fundamentada
en la frágil relación que establece el nuevo propósito de llevar el
consultorio a la comunidad, revela un problema que se desprende
casi inevitablemente: el objeto de la clínica comunitaria parece
dividirse, vía herencia natural, entre la persona como unidad y la
comunidad cómo unidad,
.
2 Se asume aquí, desde luego, una división esquemática al considerar a la persona
como objeto común de la psicología clínica y a la comunidad como objeto propio de
la psicología social comunitaria. Esto podría ser aceptado, como idea general, en la
258 medida en que los enfoques clínicos han hecho énfasis en la comprensión, diagnóstico
Esta doble arista de lo individual y lo comunitario, si bien
podría sostenerse como la resultante de un amplio espectro
de interés -a fin de cuentas los objetos de estudio no exigen
exclusividad-, parece ser, sin embargo, un problema en el
presente, en la medida en que en principio podría tomarse
a cada unidad como una representación isomórfica de uno
u otro saber psicológico. Específicamente: parece engaño-
samente sencillo equiparar la unidad comunitaria al forzoso
reduccionismo intrapsíquico desde el que opera la clínica
psicológica, tanto como sería igualmente posible iniciar una
lectura *de la unidad persona desde la arista propia de la
teoría comunitaria.
De este modo, llegamos al punto de encontrar, con sorpresa,
que la opción por cada unidad, la personal y la comunitaria,
resulta en realidad una opción teórica preexistente ante la que,
siendo francos, ya tenemos un marco de conocimiento previo
y consistente: el que se deriva del conocimiento propio de la
psicología clínica, por una parte, y de la psicología social co-
munitaria, por otra. Llevando esta postura al límite podríamos
decir, entonces, que una clínica comunitaria que en realidad
aspire a un estatus de disciplina está exigida a superar la clásica
dicotomía de la unidad personal o comunitaria pues éstas, en
rigor, ya existen y se pueden responder desde los anteojos de
la disciplina clínica y comunitaria. Naturalmente, siempre se
podrá elegir entender al individuo desde la comunidad o en la
comunidad ocon la comunidad, pero esta opción -vale la pena
repetirlo- no es una nueva disciplina. Es clínica con énfasis
comunitario o es psicología comunitaria con énfasis clínico. Es
decir: no es psicología clínica comunitaria.
Lo que se ha dicho hasta aquí podría ya ser suficiente para ilustrar
las complicaciones de la disciplina. Queda, sin embargo, al menos
otra consideración por delante.
e intervención de dinámicas individuales (lagache, 1949; Watson, 1951 c.p. Ephraim,
1993), en tanto, que el enfoque social comunitario ha centrado su atención en la
comprensión, diagnóstico e intervención de problemáticas de naturaleza comunitaria
(Montero, 1984; 1994). Aún así, deberá entenderse que ambos enfoques superan la
denominación de un objeto persona o comunidad como unidad esencial de estudio,
problema que escapa, desde luego, al propósito de esta breve discusión sobre los
problemas de objeto que confronta un enfoque clínico comunitario.
Psicología
Clínica
Comunitaria:
algunas
implicaciones
teóricas
y
técnicas
261
Lo clínico comunitario:
las implicaciones de la técnica
Todo enfoque aplicado está en continua confrontación con las bon-
dades y maleficios de sus estrategias de intervención. Esto no es un
problema, es una realidad de la producción de conocimiento. Los
enfoques clínicos y comunitarios no son inmunes a esta realidad.
Ahora bien, lo que en principio se presenta como una confrontación
sana e inherente, al ser trasladado al espacio de interés clínicO
comunitario se revela con muchas más interrogantes, puesto que
al ser re-elaboradas las técnicas dentro de lo que creemos es el
marco de la especialidad, terminan por revelar, de modo inevitable,
problemas que en sus anteriores terrenos de aplicación no existían
o no eran evidentes.
Una primera interrogante que se abre prontamente es la de la
especificidad de las condiciones de salud mental. Problemas
como el de las manifestaciones diferenciales de los síntomas y
las patologías psicológicas, que desde hace algunas décadas
comienza a evidenciar la investigación transcultural, repercu-
ten el ámbitó clínico comunitario con un eco renovado; esto
es así, pues al tiempo en que se comienzan a reconocer estas
especificidades la urgencia de resolver, propia de las disciplinas
aplicadas, imprime un compás de reformulación breve y tenso. Un
ejemplo que permite ilustrar esta particularidad es el de los hallaz-
gos reportados en estudios transculturales en poblaciones africanas
respecto al síndrome de estrés postra umático (TEPT), en el cual las
predicciones habituales de hiperarousal, intensidad emocional y
síntomas cognitivosde•flashback son dramáticamente sustituidos
por síntomas de naturaleza somática (Peltzer, 1998). Ciertamente,
podría argumentarse que semejante condición es, o puede ser, una
simple variación dentro de los criterios taxonómicos; sin embargo,
tal taxonomía, que en la práctica se ve representada por el difun-
dido esquema clasificatorio del Diagnostica! and statistical manual
(DSM), representa, en realidad, un eje vertebral para operaciones
tan variadas y decisivas como el diagnóstico, la planeación de es-
trategias de intervención, el pronóstico, hasta alcanzar dimensiones
extra psicológicas corno la política y legal.
Otro caso que señala una problemática similar es el de los
frecuentes hallazgos de la práctica clínica comunitaria, donde
criterios heredados del esquema de funcionamiento psicodinámico
comienzan a presentar nuevas interrogantes. Es así como conceptos
tan ampliamente difundidos y aceptados como la noción de
encuadre, por citar sólo un ejemplo cotidiano, termina por sufrir
bajo las nuevas condiciones de aplicación comunitaria interrogantes
novedosas. Dificultades para asistir a sesiones planeadas, que van•
desde la ausencia real de recursos para pagar el transporte hasta
situaciones familiares de diversa índole, colocan al clínico en la
difícil posición de decidir si el esquema estandarizado de horas fijas
puede ser utilizado como recurso interpretativo o, de un modo más
sencillo, como situaciones propias del mundo de vida del paciente
o cliente.
Una situación análoga ocurre, incluso, con variables abiertamente
intrapsíquicas como es el caso del concepto psicodinámico de
resistencia, tal como lo ilustra la práctica cotidiana cuando una
persona que habita en lugares de muy bajo nivel económico falta
a la cita establecida por no tener como pagar los diferentes trans-
portes. ¿Sería válido pensar aquí en una resistencia? y si no lo es
¿No parece curioso que este fenómeno frecuente sea poco común
en la práctica psicológica previa con otras poblaciones?
Existe otra arista técnica que parece develarse con claridad. Se
trata de los compromisos metodológicos en los que toman parte
las posturas cualitativas y cuantitativas. Tales presuposiciones,
inevitables en la práctica, se convierten en una dificultad
cuando encontramos, dentro del campo de interés de la clínica
comunitaria, que ambas posturas parecen exigir su correspondiente
protagonismo, no siempre conciliable en la práctica. Esto puede
verse con facilidad si se atiende a la siguiente ilustración. Piénsese,
por una parte, en la evidente naturaleza cualitativa del histórico
método de estudio de casos, prácticamente la vla regia de las
aproximaciones clínicas (Pervin, 1996/1998). Piénsese, de un
modo análogo, en las posibilidades constructivas de las estrategias
de análisis de contenido, investigación hermenéutica e investigación
acción, propias, por su parte, de las posturas comunitarias.
Hasta aquí reina cierta concordancia. El panorama se complica,
sin embargo, si se considera que las nuevas aportaciones de los
modelos de prevención tienden a postular modos de aproximación
eminentemente positivistas, donde los principios de cuantificación,
estandarización y predictibilidad gozan de un indudable reinado
hegemónico. Ese es el caso, por ejemplo, de los modelos preventivos
É
8
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1
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Sujetos
pol
íticos
y
acc
como la epidemiología del desarrollo, planteada por Sheppard
y van Hord (1997), donde la estrategia de abordaje exige el
establecimiento de patrones epidemiológicos dentro de los cuales,
con lógicas estadísticas, sea posible predecir los componentes de
riesgo ante tareas evolutivas futuras. Caso semejante ocurre cuando
autores como Durlack y Wells (1997) diseñan un renombrado
estudio meta analítico con el objetivo de evaluar, estadísticamente,
la efectividad de programas de prevención primaria o universal en
Salud Mental.
Es, de este modo, como incluso en el aspecto técnico, la nueva
psicología clínica comunitaria se topa con la dificultad y el compro-
miso de razonar la escogencia de aportes precedentes, que si bien
se presentan como valiosos y estimulantes, prontamente comienzan
a mostrar contradicciones paradigmáticas pues, a fin de cuentas,
refieren a paradigmas independientes.
A manera de conclusión: Hacia una
construcción tentativa de las posibles
formulaciones de la clínica comunitaria
En las páginas anteriores hemos discutido de un modo.sucinto las
implicaciones y. problemas con los que nos topamos en el momen-
to de intentar una definición coherente y que abarque el enfoque
clínico comunitario. Esta revisión crítica de algunos elementos
del escenario clínico comunitario nos ha permitido establecer, lo
que creemos, tentativamente, son las cuatro grandes polaridades
que un modelo de psicología clínica comunitaria debería estar en
capacidad de superar. Estas son:
1. El carácter dual e independiente de las dos áreas del
conocimiento que dan lugar a la noción de una clínica
comunitaria: el saber clínico y el saber comunitario que se
presentan como campos de conocimiento autónomos.
2. El carácter espurio del lugar de la acción (consultorio-. es-
pacios de la comunidad), donde el análisis revela que el
paso del consultorio a la comunidad es un paso físico y no
conceptual, de modo que es válido inferir que el lugar no
especifica al enfoque.
3. El carácter conflictivo de un objeto de conocimiento que
262 exige superar las categorías persona-comunidad que, en
tanto objetos, representan focos de atención definidos
y explicados por los saberes clínico y comunitario, res-
pectivamente. Tal problemática nos lleva a considerar, al
menos tentativamente, la posibilidad de delimitar nuevas
unidades de análisis que permitan definir, de un modo
unitario, nuevas dimensiones de la relación entre persona
y comunidad.
4. Por último, el problema de las implicaciones teóricas de un
enfoque que partiendo de premisas previas no comparte,
sin embargo, el mismo ámbito de estudio, por lo que las
operaciones técnicas derivadas de enfoques precedentes
se topan, en este nuevo terreno, con una nueva serie de
retos y contrastaciones que, antes que una contrariedad
debido a las dificultades para hacerles calzar, representa
un sello de identidad y, tal vez, hasta una evidencia sobre
el potencial revitalizador del enfoque respecto a disciplinas
anteriores.
Ahora bien, este esquema de particularidades y contradicciones
parece revelar, en perspectiva, un denominador común que bien
podría ser, a su vez, una ventana posible desde la que puede
intentarse una clarificación del modelo (o de los modelos) de la
clínica comunitaria.
Ciertamente, en los cuatro ejes se presenta, de fondo, un pro-
blema central entre las diferentes dicotomías. En este punto
de nuestra discusión podemos apuntar que este denominador
común entre los cuatro ejés es la existencia de al menos dos
dimensiones o conjuntos subyacentes que, de forma tácita,
organizan la discusión.
Enténdemos que tales dimensiones o conjuntos sugieren, de fondo,
apuestas teóricas y epistemológicas radicalmente diferentes. Cree-
mos que es posible llegar a un arreglo mínimo si entendemos que
tales apuestas funcionan, en realidad, como dos grandes conjuntos
de posibilidades al momento de comprender la clínica comunitaria.
Estos dos conjuntos son:
a. El grado de originalidad versus el grado de integración de
la propuesta.
b. El grado de proposición formal versus el grado de proposi-
ción tecnológica. 263
Sujetos
políticos
y
acción
comunitaria
La primera de esas opciones puede verse resumida en la tabla 1.
Tabla 1: Dos visiones de la clínica comunitaria.
Una clínica comunitaria
integrativa
Una clínica comunitaria
generativa
Implica la fusión de las mi-
radas provenientes de la psi-
cología clínica y la psicología
comunitaria
Ambas miradas convergen
dentro de un esquema ba-
cado en la clínica psicológica
y la psicología comunitaria
como disciplinas indepen-
dientes
La diversidad de las dos po-
siciones se "resuelve" en la
medida en que las soluciones
son pragmáticas y nonece-
sanamente implican compro-
micos epistemológicos.
Implica una propuesta alternativa
que va a un paso más allá de la
fusión de contenidos provenien-
tes de las tradiciones clínicas y
comunitarias.
La propuesta resultante es una
apuesta autónoma e indepen-
diente que se deslinda de la
clínica tradicional así como de la
psicología comunitaria.
En consecuencia, no existe tal
cosa como la necesidad de "re-
solver" un conflicto de posiciones,
pues en realidad la apuesta epis-
temológice se ha deslindado de
sus antecedentes y ha generado
una narrativa autónoma.
Como puede observarse en la tabla 1, existen implicaciones di-
ferentes si asumimos una visión de la clínica comunitaria como
una propuesta original que trasciende las disciplinas precedentes
versus una clínica comunitaria más bien entendida como una
integración funcional de estrategias y propuestas para la solución
de problemas.
En concordancia con tal proposición, la tabla 2 nos muestra de
forma resumida las dos vertientes que se derivan de entender la
clínica comunitaria como una tecnología versus entender la clínica
comunitaria como una propuesta teórica más amplia que, además
de la resolución de problemas de salud mental, apuesta por una
reflexión más sutil sobre el conocimiento psicológico.
Tabla 2: dos visiones del papel teórico versus tecnológico
Una clínica comunitaria
vista desde la perspectiva
pragmática y tecnológica
Una clínica comunitaria
vista desde la perspectiva de
generación de conocimientos
Los problemas del enfoque. El enfoque incluye una reflexión
no son conceptuales en sí epistemológica más fina sobre
mismos, sino pragmáticos. supuestos de realidad, de cien-
Pueden haber o no inconsis- cia, de hombre, ética y produc-
tencias epistemológicas, pues ción de conocimiento. Tales
en realidad lo que importa es reflexiones implican un objetivo
la resolución de problemas relevante en sí mismo, más allá
prácticos. de la práctica.
Como se desprende de ambos conjuntos, cada visión tendrá como
consecuencia una apuesta específica y resolverá los problemas bá-
sicos de una manera que, en cierta forma, está fijada en su propia
propuesta epistemológica, teórica y metodológica.
Así, el reconocimiento de estas dos dimensiones, podría ser de
utilidad para plantear un esquema en el que la clínica comunitaria
puede entenderse más libremente por el modo en que tomamos
partido por tales dimensiones subyacentes.
Pensamos que la ventaja de asumir tal clasificación radica en
que, al operar de esta forma, estamos abriendo la posibilidad de
una práctica psicológica social, ética y políticamente relevante, al
tiempo que estamos permitiendo que tal práctica ocurra en dife-
rentes niveles de complejidad, elaboración y compromiso con la
intervención.
Referencias
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clínica comunitaria. Tesis de especialización no publicada,
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Psicología
Clínica
Comunitaria:
algunas
implicaciones
teóricas
y
técnicas
265
264
Sujetos
políticos
y
acción
comunitaria
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E
Psicología
Clínica
Com
267
266

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  • 1. Capítulo XII Psicología Clínica Comunitaria: algunas implicaciones teóricas y técnicas' Pedro Enrique Rodríguez Universidad Católica Andrés Bello Unidad de Psicología del Parque Social Manuel Aguirre, s.j. Caracas, Venezuela Introducción L a psicología clínica comunitaria es una especialidad de reciente formulación y práctica. Sin embargo, su historia se remonta a una larga tradición de problemas e intereses dentro del marco de la psicología académica y la práctica profesional. No nos referimos a cualquier dilema. Algunos de esos dilemas son, en la práctica, algunos de los dilemas más antiguos y complicados de la psicología, tal como es el caso de la respuesta a la pregunta sobre cuál es la determinación final de la conducta entre el medio y el sujeto (Pervin, 1996/1998), o en qué forma interactúa el mundo subjetivo de una persona con las realidades sociohistóricas, políticas e ideológicas. Psicología Clínica Comunitaria: algunas implicaciones teóricas y técnicas Una primera versión de este capítulo apareció en la revista venezolana de psicología clínica comunitaria balo el título de Apuntes para una definición tentativa de la psi- cología clínica comunitaria, Número 3, 2003. 249
  • 2. Sujetos políticos y acción comunitaria 250 Psicología Chica Comunitaria: algunas implicaciones teóricas y técnicas 251 Está claro que las únicas respuestas plausibles que hemos encontra- do hasta ahora en psicología sobre tales puntos son, sencillamente, aquellas que se sostienen bajo la estructura narrativa de las diversas perspectivas epistemológicas y paradigmáticas. Lo desconcertante, lo retador, es que la sola postulación de una aproximación clínica comunitaria implica, por su sola denomina- ción, un acto de enunciación y reconocimiento de al menos dos de las perspectivas firmemente enraizadas en la tradición psicológica como lo son la psicología clínica de tradición médica y la psicología comunitaria o social comunitaria y, en consecuencia, tal enuncia- ción trae consigo una inevitable actualización de dichos problemas en el caso concreto de la especialidad. Es justamente por ello que el autor de esta nota, formado en una especialización en psicología clínica comunitaria, no suele sor- prenderse cuando en cualquier conversación de pasillo sus colegas clínicos de énfasis médico miran con sospecha sus devaneos con lo comunitario, tanto como algunos psicólogos sociales sospechan del adjetivo "clínico" de su trabajo. Ambos prejuicios reflejan, de forma taxativa, una compleja tradición discursiva en la que las dos visiones se manifiestan en el marco de sus narraciones canónicas (Rodríguez, 2006). En el fondo, sería casi una situación divertida si no fuese porque, en mitad de ella, se esconde un abismo que se remonta a.prejuicios y distorsiones atávicas que, al parecer, difícilmente puedan supe- rarse a corto plazo y que, en última instancia, implica una serie de consecuencias no sólo teóricas, sino también prácticas asociadas a la prestación de servicios psicológicos en condiciones que, frecuen- temente, están marcadas por la desigualdad y la inequidad. Es precisamente allí donde la discusión comienza a cobrar un sentido relevante con claras implicaciones políticas, éticas e ideo- lógicas. El problema de fondo, podría plantearse de la siguiente forma: por una parte, tenemos a dos disciplinas de la psicología que miran con extrañeza la posibilidad de una práctica (es decir, de una tecnología) en la que ambas tienen, de entrada, una influencia definida. En su expresión más radical, ambas disciplinas canónicas niegan la posibilidad de interacción pero, al mismo tiempo, más allá del nicho discursivo de los académicos y profesionales de una u otra perspectiva, existe una realidad concreta en la que es posible observar fuertes presiones sociales y subjetivas. Ante tal situación, ¿qué hacer? El resto de este capítulo intenta abordar algunos pro- blemas que, en opinión del autor, están directamente relacionados con la posibilidad de una respuesta a esa pregunta. Las presiones generadoras de la perspectiva clínica comunitaria Parece existir un claro consenso sobre las condiciones que hicieron factible la proposición de una perspectiva clínica comunitaria: esas condiciones son (y han sido) las difíciles condiciones de vida a las que se ven expuestos amplios sectores de nuestras poblaciones (Balda, 2006; Campagnaro, 1999; Romero, 1999; Llorens, 2003; Llorens, 2009; Rodríguez, 2003; Rodríguez, 2006). En efecto, no existe ninguna sorpresa en el surgimiento-de una propuesta como la psicología clínica comunitaria en el contexto de la América Latina. Al contrario, es absolutamente comprensible y en cierta forma alentador que ocurriera. Pobreza, violencia en su vertiente social, de género y comunitaria, corrupción y autoritarismo, historias de represión, dictaduras militares, así como una vivencia de desigualdad francamente desconcertante hacen de nuestros países lugares donde una clínica psicológica medianamente razonable debe estar en la capacidad de realizar algunas preguntas básicas sobre su propia existencia, sus objetivos y su posicionamiento político, ético y social ante tan abrumadoras condiciones de inequi- dad, tanto como una psicología comunitaria comprometida con el bienestar de las personas y comunidades, se ve en la necesidad de encontrar alternativas de intervención no demasiado lejanas de las experiencias de la clínica canónica. Después de todo, ¿cómo es posible abordar una situación tan recurrente como puede ser el relato de una mujer sometida a persistentes condiciones de injusticia de género y social durante décadas, atemorizada por los eventos violentos que está obligada a presenciar y padecer dentro de su comunidad, así como a una avasallante cantidad de estresores cotidianos que abarcan, desde el frecuente sinsabor de la vida de pareja, hasta complicaciones domésticas diversas como son la disponibilidad de servicios bá- sicos como el agua, la luz, el transporte público? Está claro que la respuesta no puede ser la simple ubicación de esa persona en
  • 3. 1 Sujetos políticos y acc 252 una cómoda caracterización como puede ser un episodio depre- sivo mayor, un trastorno de estrés postraumático, un trastorno de ansiedad o cualquier otra categoría diagnóstica. Pero, al mismo tiempo, tampoco resulta del todo evidente que el abordaje de. una situación de esa naturaleza se concentre en el análisis sociohistórico o el trabajo comunitario, pues en determinadas circunstancias, es menester reconocer la necesidad dé una intervención más cercana a la vivencia personal y subjetiva, lo que normalmente conocemos como clínica. Como ha señalado en su momento Montero (2002, p. 16-17): ¿Qué hacer con la respuesta "normal" de ansiedad, de tristeza (depresión?) ante las circunstancias de violencia social, de desorganización social, de inseguridad y amenaza más o menos difusas, más o menos efectiva, de descali- ficación, donde las capacidades humanas no pueden ni desarrollarse de acuerdo a las expectativas y planes de las personas, ni aplicarse y son muchas veces frustradas, reprimidas? ¿Qué pasa con las personas que viven bajo re- gímenes autoritarios, antidemocráticos, en guerra o durante recesiones económicas, por ejemplo? ¿Cómo se llama la situación en la cual sufrimos y nos sentimos mal y se ve afectada nuestra conducta cotidiana y somatizamos, a la vez que intentamos mantener el nivel y calidad de vida, conservarun hábitat más o menos seguro, desempeñar una labor cada vez más difícil y a la vez necesaria para nues- tra subsistencia, y lo logramos, pero aún así nos sentidos mal?: ¿Estamos enfermos cuando algo nos enferma por su condición exasperante, y el proceso de afrontarlo y resistir a la vez que nos mantiene a flote nos hace daño? ¿Quién se ocupa de esas situaciones? (Subrayado añadido). Los primeros pasos Es en el marco del contexto anglosajón donde, desde hace ya algunas décadas se habla de una psicología clínica con énfasis comunitario, nacida en parte por las presiones ejercidas por los movimientos civiles y los programas sociales (Korchin, 1983 c.p. Ephraim, 1993). En cierta forma, la noción de una psicología clínica comunitaria puede ser rastreada desde el nacimiento de la psicología comunitaria norteamericana, registrado en 1965, en la conferencia de Swampscott, Masachusett, bajo el sugerente título de: Conference on the Education of Psychologist for Community Mental Health (Montero, 1994; Wiesenfeld, 1994), ocasión desde la que comenzó a hacerse una alternativa al nexo entre comunidad y salud mental, conceptos en principio novedosos respecto al modelo médico del que derivó la psicología clínica, centrado en funciones de diagnóstico,' evaluación e intervención individual (Ephraim, 1993), dando paso a lo que Korchin (1976 c.p. Romero, 1999) dio en llamar modelos comunitarios cop énfasis clínico. Poco más de treinta años después son precisamente fenómenos como "la inestabilidad económica y social por la cual atraviesa la mayoría de nuestra población" (Campagnaro, 1999, p. 118), au- nado al incremento de la demanda especializada en salud mental en las comunidades de menos recursos, algunos de los factores decisivos que alientan la formulación de un movimiento de psico- logía clínica comunitaria en Venezuela, de un modo si se quiere análogo a la experiencia norteamericana. Como venimos diciendo, tal analogía que no resulta sorpren- dente si se tiene en cuenta que en la breve historia de la psi- cología aplicada han sido las condiciones de la historia social las que han impulsado de manera decisiva la profesionalización y el crecimiento cuantitativo de las diferentes orientaciones y subespecialidades. Un modelo de referencia conocido hasta la saciedad por todo psicólogo es el efecto de la Segunda Guerra Mundial sobre la expansión de la profesión (Korchin, 1983 c.p. Ephraim, 1993). Era razonable entonces que en el contexto venezolano, la casi continua y abrumadora situación de "crisis", manifiesta en condiciones tan variadas y apremiantes como el incremento en las tasas de suicidio, homicidios y actos violentos, así como el progresivo empobrecimiento económico haya hecho propicia una actitud de apertura para este tipo de modelo de intervención psicológica (Campagnaro, 1999; Romero, 1999). Sin embargo, como es natural encontrar en un campo de conocimiento relativamente reciente, la implementación y desarrollo de la psicología clínica comunitaria en el campo nacional se encuentra, todavía, en un espectro en el que es á 253
  • 4. Psicología Clínica Comunitaria: algunas implicaciones teóricas y técnicas 255 preciso desentrañar algunas especificidades de su acción, con miras a producir un cuerpo de conocimiento cada vez más coherente e integrado que delimite sus linderos y particularidades como subespecialidad. Organizando la discusión La propuesta venezolana de la psicología clínica comunitaria está unida inextricablemente a dos contextos de formulación. Uno de ellos es la especialización en psicología clínica comu- nitaria de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas, Venezuela, cuyo inicio se remonta al año de 1999. Un segundo contexto es la práctica profesional desarrollada en la Unidad de Psicología Luis Azagra, s.j, del Parque Social Manuel Aguirre, s.j, una unidad de atención psicológica adscrita a las activida- des de extensión realizadas por la misma Universidad Católica (Llorens, 2009; Romero, 1999). Si bien es factible señalar esos dos lugares como puntos de referencia para la reflexión y praxis de la clínica comunitaria, en realidad, tal contextualización releva que, pese la relativa unidad geográfica y temporal, los profesionales del área parecen tener miradas diversas sobre lo que es y lo que hace la clínica comunitaria. Así las cosas, ya desde un primer vistazo se comienza a hacer claro que la tarea de narrar el campo de conocimiento de la psicología clínica comunitaria no es tan cómoda y expedita como cabría esperarse. Sería fácil suponer que el recorrido de casi una década habría de ser una base sufiCiente para esbozar una taxonomía ya aprendida y bien pensada. Se podría llegar a imaginar, incluso, que tal caracterización podría enunciarse con un rápido movimiento de memoria; así, sería casi inevitable complacemos con la escena en la que ante la pregunta curiosa de algún interesado con el que nos topamos en algún pasillo, podemos detenernos y responder serenamente, con' la razonable seguridad de quien se da por en- terado de los rasgos distintivos del saber clínico comunitario con el que, después de todo, se encuentra ligado. Extrañamente, para nuestros males, un segundo vistazo, esta vez un poco más pausado, nos revela que la situación es 254 radicalmente diferente. Este hecho se evidencia de una manera rotunda cuando, después de un tiempo de reflexión, terminamos por descubrir, perplejos, un camino lleno de interrogantes y contradicciones que terminan por hacer de aquella cándida imagen de una escena dé pasillo, un complicado laberinto. De esto terminamos por convencernos cuando advertimos que si bien la denominación clínica comunitaria tiene, desde hace algún tiempo, un lugar ganado en los espacios académicos, al tiempo que deja colarse tanto con su nombre y apellido así como en metáfora en temas de revistas y manuales de psico- logía aplicada (Korchin, 1976, cp. Romero, 1999; Korchin, 1983, cp. Ephraim, 1993; Romero, 1999), su delimitación conceptual no se presenta jamás como una tarea sencilla; por el contrario, de un modo casi inevitable termina por alentar consideraciones que, si bien se muestran agudas y valiosas, en el fondo se dejan ver como elusivas; de.forma tal que el acto de nombrar y definir, cede lugar al gesto aproximado y parcial de señalar un lugar de forma desconcertante, vaga e inciertamente. En una investigación realizada por Balda (2006) sobre las concep- ciones de la psicología clínica comunitaria en psicólogos egresados de la especialización de la UCAB, esta autora encontró una definida variedad de posturas. Comenta Balda (2006, p. 212), al referirse al capítulo de su estudio donde intenta estudiar la definición de clínica comunitaria de las psicólogas y psicólogos entrevistados: (...) es un capítulo bastante heterogéneo, en el sentido de que hay muchos elementos cuya relación no está del todo hilada, por lo que en ocasiones hay opiniones que en principio lucen bastante coherentes, pero que al hacer un análisis más profundo contienen algunas contradictorias, esto puede obedecer, en parte, al estadio inicial dentro del proceso de construcción en el que se encuentra esta área de la psicología. Desde luego, cuando la tarea actual es, precisamente, ensayar una aproximación, señalar el carácter elusivo de tal concepto, resulta, no sólo una posición de razonable prudencia, sino además, y sobre todo, nos anima a tomar algunas•pfevisiones. La más importante es, quizá, esbozar una serie de consideraciones preliminares que
  • 5. Sujetos políticos y acción comunitaria 256 Psicología Clínica Comunitaria: algunas implicaciones teóricas y técnicas 257 validen, o al menos soporten, el marco general en el que podemos entender el estado actual de desarrollo de la psicología clínica comu- nitaria. Ese es, precisamente, el objetivo del apartado siguiente. Lo clínico y lo comunitario: ¿Ampliación, síntesis o prótesis? Una lógica modesta nos lleva a comenzar la indagación por los términos que nominalmente se han acuñado como parámetros dentro de lo que existe -o debería existir- la psicología clínica co- munitaria. A fin de cuentas, la intersección del saber clínico con el saber comunitario denota un significado que habría de partir de ambos saberes, para eventualmente superarlos, sintetizarlos o, en el peor de los casos, simplemente amalgamarlos. Dejando de lado la observación, más o menos evidente de que estamos hablando de una psicología clínica comunitaria y no de una psicología comunitaria clínica, la primera consideración de peso que se nos impone, tal como comentábamos en la introducción de este artículo., es el hecho de que tales denomi- naciones corresponden a dos áreas ampliamente recorridas por • la psicología. Áreas autónomas que nacen de manera indepen- diente en lugares, tiempos y condiciones diferentes; animadas, en consecuencia, por paradigmas comprometidos con visiones históricas divergentes. No se hacía psicología comunitaria en La Salpetriere, en el tiempo en el que el zeigest comenzaba a esbozar el inicio de la clínica psicológica dentro de la matriz de conocimiento del modelo médico. Mucho menos en el tiempo de los fluidos vitales y los humores hipocráticos, antecesores de la rudimentaria taxonomía de Sheldon y las posteriores clasificaciones de personalidad (Fierro, 1986). A su vez, no se hacía clínica cuando la psicología social de los últimos veinte años del siglo XX volcó su mirada sobre las comunidades en los Estados Unidos y América Latina (Montero, 1998). Tampoco era necesario hacerlo. Cada disciplina apuntaba a sus propias coordenadas metateóricas, teóricas y metodológicas dentro de lo que la filosofía de la ciencia daría en llamar sus propios inconmensurables. Ante tal ascendencia de padres que no se conocen tan íntima- mente como uno estaría tentado a pensar, deberíamos esperar, luego, que una visión de la psicología clínica comunitaria debería exigir una comprensión más allá de los límites de lo clínico y lo comunitario pues, si bien deviene de ambos, la unión de los dos no es, de por sí, un cuerpo unitario y forzosamente coherente.. Esta tesis.quiere decir que la psicología clínica comunitaria implica entonces dos posibilidades de formulación con múltiples implica- ciones. La primera de ellas, la más ambiciosa y creativa, sugerirá que la psicología clínica comunitaria constituye un marco de conocimiento que, si se plantea con rigor, implica la formulación de una propuesta independiente y autónoma de sus antecesores. La segunda de ellas es que, en lugar de esa maniobra creativa, la psicología clínica comunitaria se conforme con proponer una interacción armoniosa de métodos y técnicas de origen clínico y comunitario, pero sin que ello exija la formulación de un modelo alternativo sino, antes bien, una suerte de fusión tecnológica destinada a resolver problemas concretos. Sobre este punto vol- veremos al final de este capítulo. Lo clínico comunitario: ¿consultorio o campo abierto? Las consideraciones alarmantes de la salud mental en casi todo el mundo, donde es cada vez. más patente la coexistencia de problemáticas complejas, tales como el incremento de la preva- lencia de trastornos psicológicos con su natural efecto de incre- mento en la demanda de servicios (Fernández, 1994; Romero, 1999; Steenbarger y Smith, 1996), el incremento del potencial de riesgo de esos trastornos, lo que se evidencia en el paso de las ya casi inocentes neurosis histéricas, fábicas y obsesivas, al espectro de trastornos de personalidad, losacting-out sexuales, -en un tiempo en el que el SIDA más que una probabilidad es un camino con señales-, así como el potencial suicida de los muy prevalentes trastornos del estado de ánimo (Belloch y Sandín, 1995), aunado a la creciente brecha existente entre el encarecimiento de los sistemas de ayuda pública y priva- da, en contraste al deterioro del poder adquisitivo que haría posible acceder a ellos (Calvo, 2001; Linney, 1990; Romero, 1999), parece animar las voces de cada vez más psicólogos a "trasladar las funciones de esta profesión desde el escritorio y el consultorio a la comunidad" (Romero, 1999, p. 97).
  • 6. e E Sujetos políticos y acc 1 E 1 259 Tal iniciativa, si bien parece tener la evidente ventaja de incremen- tar el potencial de servicios psicológicos, tarea siempre valiosa, parece trasladar, junto con el consultorio, un entusiasmo hacia la fundación de un enfoque clínico comunitario no del todo realista. A fin de cuentas, el acto de cambiar de lugar, si bien comporta un claro indicio de cambio, de aquí está pasando algo, no precisa responder, en rigor, a algo mucho más allá de un cambio físico, por lo que atribuirle una nueva condición paradigmática podría resultar exagerado y riesgoso. Aun así este cambio a campo abierto parece ser un hecho tan llamativo que fácilmente podría animar (y así parece que lo hace) la buena voluntad de señalar al nuevo espacio dentro de la comunidad como el nuevo espacio clínico comunitario; de este modo, termina por atribuírsele a lo que es en principio, una variación geográfica estratégica, un estatus paradigmático ad hoc que termina por sostenerse, precariamente, sobre la dudosa base de esta geografía. Para usar una analogía de campos abiertos: el cambio de lugar de ayuda podría verse como equivalente al hecho de que un albañil que ha estado trabajando largamente en la cons- trucción de la tapia de un jardín, de tanto pasar el día en él, termine por creer ante sí mismo que se ha convertido en jardinero. La fragilidad de este modo de delimitar la clínica comunitaria se hace todavía más patente cuando, viendo las cosas desdeeste ángulo, se recuerda que los contextos de intervención obedecen al marco donde se encuentra ubicado el objeto de estudio de la disciplina, no así a la inversa. Este dilema, junto al planteado en el primer apartado hace llegar, casi sin remedio, a un tercer punto reflexivo. Esto es: ¿dónde está el objeto? Lo clínico comunitario: ¿Dónde está el objeto? Ciertamente, la revisión de lo que se podría entender como la intersección de dos campos del saber psicológico fundamentada en la frágil relación que establece el nuevo propósito de llevar el consultorio a la comunidad, revela un problema que se desprende casi inevitablemente: el objeto de la clínica comunitaria parece dividirse, vía herencia natural, entre la persona como unidad y la comunidad cómo unidad, . 2 Se asume aquí, desde luego, una división esquemática al considerar a la persona como objeto común de la psicología clínica y a la comunidad como objeto propio de la psicología social comunitaria. Esto podría ser aceptado, como idea general, en la 258 medida en que los enfoques clínicos han hecho énfasis en la comprensión, diagnóstico Esta doble arista de lo individual y lo comunitario, si bien podría sostenerse como la resultante de un amplio espectro de interés -a fin de cuentas los objetos de estudio no exigen exclusividad-, parece ser, sin embargo, un problema en el presente, en la medida en que en principio podría tomarse a cada unidad como una representación isomórfica de uno u otro saber psicológico. Específicamente: parece engaño- samente sencillo equiparar la unidad comunitaria al forzoso reduccionismo intrapsíquico desde el que opera la clínica psicológica, tanto como sería igualmente posible iniciar una lectura *de la unidad persona desde la arista propia de la teoría comunitaria. De este modo, llegamos al punto de encontrar, con sorpresa, que la opción por cada unidad, la personal y la comunitaria, resulta en realidad una opción teórica preexistente ante la que, siendo francos, ya tenemos un marco de conocimiento previo y consistente: el que se deriva del conocimiento propio de la psicología clínica, por una parte, y de la psicología social co- munitaria, por otra. Llevando esta postura al límite podríamos decir, entonces, que una clínica comunitaria que en realidad aspire a un estatus de disciplina está exigida a superar la clásica dicotomía de la unidad personal o comunitaria pues éstas, en rigor, ya existen y se pueden responder desde los anteojos de la disciplina clínica y comunitaria. Naturalmente, siempre se podrá elegir entender al individuo desde la comunidad o en la comunidad ocon la comunidad, pero esta opción -vale la pena repetirlo- no es una nueva disciplina. Es clínica con énfasis comunitario o es psicología comunitaria con énfasis clínico. Es decir: no es psicología clínica comunitaria. Lo que se ha dicho hasta aquí podría ya ser suficiente para ilustrar las complicaciones de la disciplina. Queda, sin embargo, al menos otra consideración por delante. e intervención de dinámicas individuales (lagache, 1949; Watson, 1951 c.p. Ephraim, 1993), en tanto, que el enfoque social comunitario ha centrado su atención en la comprensión, diagnóstico e intervención de problemáticas de naturaleza comunitaria (Montero, 1984; 1994). Aún así, deberá entenderse que ambos enfoques superan la denominación de un objeto persona o comunidad como unidad esencial de estudio, problema que escapa, desde luego, al propósito de esta breve discusión sobre los problemas de objeto que confronta un enfoque clínico comunitario.
  • 7. Psicología Clínica Comunitaria: algunas implicaciones teóricas y técnicas 261 Lo clínico comunitario: las implicaciones de la técnica Todo enfoque aplicado está en continua confrontación con las bon- dades y maleficios de sus estrategias de intervención. Esto no es un problema, es una realidad de la producción de conocimiento. Los enfoques clínicos y comunitarios no son inmunes a esta realidad. Ahora bien, lo que en principio se presenta como una confrontación sana e inherente, al ser trasladado al espacio de interés clínicO comunitario se revela con muchas más interrogantes, puesto que al ser re-elaboradas las técnicas dentro de lo que creemos es el marco de la especialidad, terminan por revelar, de modo inevitable, problemas que en sus anteriores terrenos de aplicación no existían o no eran evidentes. Una primera interrogante que se abre prontamente es la de la especificidad de las condiciones de salud mental. Problemas como el de las manifestaciones diferenciales de los síntomas y las patologías psicológicas, que desde hace algunas décadas comienza a evidenciar la investigación transcultural, repercu- ten el ámbitó clínico comunitario con un eco renovado; esto es así, pues al tiempo en que se comienzan a reconocer estas especificidades la urgencia de resolver, propia de las disciplinas aplicadas, imprime un compás de reformulación breve y tenso. Un ejemplo que permite ilustrar esta particularidad es el de los hallaz- gos reportados en estudios transculturales en poblaciones africanas respecto al síndrome de estrés postra umático (TEPT), en el cual las predicciones habituales de hiperarousal, intensidad emocional y síntomas cognitivosde•flashback son dramáticamente sustituidos por síntomas de naturaleza somática (Peltzer, 1998). Ciertamente, podría argumentarse que semejante condición es, o puede ser, una simple variación dentro de los criterios taxonómicos; sin embargo, tal taxonomía, que en la práctica se ve representada por el difun- dido esquema clasificatorio del Diagnostica! and statistical manual (DSM), representa, en realidad, un eje vertebral para operaciones tan variadas y decisivas como el diagnóstico, la planeación de es- trategias de intervención, el pronóstico, hasta alcanzar dimensiones extra psicológicas corno la política y legal. Otro caso que señala una problemática similar es el de los frecuentes hallazgos de la práctica clínica comunitaria, donde criterios heredados del esquema de funcionamiento psicodinámico comienzan a presentar nuevas interrogantes. Es así como conceptos tan ampliamente difundidos y aceptados como la noción de encuadre, por citar sólo un ejemplo cotidiano, termina por sufrir bajo las nuevas condiciones de aplicación comunitaria interrogantes novedosas. Dificultades para asistir a sesiones planeadas, que van• desde la ausencia real de recursos para pagar el transporte hasta situaciones familiares de diversa índole, colocan al clínico en la difícil posición de decidir si el esquema estandarizado de horas fijas puede ser utilizado como recurso interpretativo o, de un modo más sencillo, como situaciones propias del mundo de vida del paciente o cliente. Una situación análoga ocurre, incluso, con variables abiertamente intrapsíquicas como es el caso del concepto psicodinámico de resistencia, tal como lo ilustra la práctica cotidiana cuando una persona que habita en lugares de muy bajo nivel económico falta a la cita establecida por no tener como pagar los diferentes trans- portes. ¿Sería válido pensar aquí en una resistencia? y si no lo es ¿No parece curioso que este fenómeno frecuente sea poco común en la práctica psicológica previa con otras poblaciones? Existe otra arista técnica que parece develarse con claridad. Se trata de los compromisos metodológicos en los que toman parte las posturas cualitativas y cuantitativas. Tales presuposiciones, inevitables en la práctica, se convierten en una dificultad cuando encontramos, dentro del campo de interés de la clínica comunitaria, que ambas posturas parecen exigir su correspondiente protagonismo, no siempre conciliable en la práctica. Esto puede verse con facilidad si se atiende a la siguiente ilustración. Piénsese, por una parte, en la evidente naturaleza cualitativa del histórico método de estudio de casos, prácticamente la vla regia de las aproximaciones clínicas (Pervin, 1996/1998). Piénsese, de un modo análogo, en las posibilidades constructivas de las estrategias de análisis de contenido, investigación hermenéutica e investigación acción, propias, por su parte, de las posturas comunitarias. Hasta aquí reina cierta concordancia. El panorama se complica, sin embargo, si se considera que las nuevas aportaciones de los modelos de prevención tienden a postular modos de aproximación eminentemente positivistas, donde los principios de cuantificación, estandarización y predictibilidad gozan de un indudable reinado hegemónico. Ese es el caso, por ejemplo, de los modelos preventivos É 8 o 1 1 260
  • 8. = Sujetos pol íticos y acc como la epidemiología del desarrollo, planteada por Sheppard y van Hord (1997), donde la estrategia de abordaje exige el establecimiento de patrones epidemiológicos dentro de los cuales, con lógicas estadísticas, sea posible predecir los componentes de riesgo ante tareas evolutivas futuras. Caso semejante ocurre cuando autores como Durlack y Wells (1997) diseñan un renombrado estudio meta analítico con el objetivo de evaluar, estadísticamente, la efectividad de programas de prevención primaria o universal en Salud Mental. Es, de este modo, como incluso en el aspecto técnico, la nueva psicología clínica comunitaria se topa con la dificultad y el compro- miso de razonar la escogencia de aportes precedentes, que si bien se presentan como valiosos y estimulantes, prontamente comienzan a mostrar contradicciones paradigmáticas pues, a fin de cuentas, refieren a paradigmas independientes. A manera de conclusión: Hacia una construcción tentativa de las posibles formulaciones de la clínica comunitaria En las páginas anteriores hemos discutido de un modo.sucinto las implicaciones y. problemas con los que nos topamos en el momen- to de intentar una definición coherente y que abarque el enfoque clínico comunitario. Esta revisión crítica de algunos elementos del escenario clínico comunitario nos ha permitido establecer, lo que creemos, tentativamente, son las cuatro grandes polaridades que un modelo de psicología clínica comunitaria debería estar en capacidad de superar. Estas son: 1. El carácter dual e independiente de las dos áreas del conocimiento que dan lugar a la noción de una clínica comunitaria: el saber clínico y el saber comunitario que se presentan como campos de conocimiento autónomos. 2. El carácter espurio del lugar de la acción (consultorio-. es- pacios de la comunidad), donde el análisis revela que el paso del consultorio a la comunidad es un paso físico y no conceptual, de modo que es válido inferir que el lugar no especifica al enfoque. 3. El carácter conflictivo de un objeto de conocimiento que 262 exige superar las categorías persona-comunidad que, en tanto objetos, representan focos de atención definidos y explicados por los saberes clínico y comunitario, res- pectivamente. Tal problemática nos lleva a considerar, al menos tentativamente, la posibilidad de delimitar nuevas unidades de análisis que permitan definir, de un modo unitario, nuevas dimensiones de la relación entre persona y comunidad. 4. Por último, el problema de las implicaciones teóricas de un enfoque que partiendo de premisas previas no comparte, sin embargo, el mismo ámbito de estudio, por lo que las operaciones técnicas derivadas de enfoques precedentes se topan, en este nuevo terreno, con una nueva serie de retos y contrastaciones que, antes que una contrariedad debido a las dificultades para hacerles calzar, representa un sello de identidad y, tal vez, hasta una evidencia sobre el potencial revitalizador del enfoque respecto a disciplinas anteriores. Ahora bien, este esquema de particularidades y contradicciones parece revelar, en perspectiva, un denominador común que bien podría ser, a su vez, una ventana posible desde la que puede intentarse una clarificación del modelo (o de los modelos) de la clínica comunitaria. Ciertamente, en los cuatro ejes se presenta, de fondo, un pro- blema central entre las diferentes dicotomías. En este punto de nuestra discusión podemos apuntar que este denominador común entre los cuatro ejés es la existencia de al menos dos dimensiones o conjuntos subyacentes que, de forma tácita, organizan la discusión. Enténdemos que tales dimensiones o conjuntos sugieren, de fondo, apuestas teóricas y epistemológicas radicalmente diferentes. Cree- mos que es posible llegar a un arreglo mínimo si entendemos que tales apuestas funcionan, en realidad, como dos grandes conjuntos de posibilidades al momento de comprender la clínica comunitaria. Estos dos conjuntos son: a. El grado de originalidad versus el grado de integración de la propuesta. b. El grado de proposición formal versus el grado de proposi- ción tecnológica. 263
  • 9. Sujetos políticos y acción comunitaria La primera de esas opciones puede verse resumida en la tabla 1. Tabla 1: Dos visiones de la clínica comunitaria. Una clínica comunitaria integrativa Una clínica comunitaria generativa Implica la fusión de las mi- radas provenientes de la psi- cología clínica y la psicología comunitaria Ambas miradas convergen dentro de un esquema ba- cado en la clínica psicológica y la psicología comunitaria como disciplinas indepen- dientes La diversidad de las dos po- siciones se "resuelve" en la medida en que las soluciones son pragmáticas y nonece- sanamente implican compro- micos epistemológicos. Implica una propuesta alternativa que va a un paso más allá de la fusión de contenidos provenien- tes de las tradiciones clínicas y comunitarias. La propuesta resultante es una apuesta autónoma e indepen- diente que se deslinda de la clínica tradicional así como de la psicología comunitaria. En consecuencia, no existe tal cosa como la necesidad de "re- solver" un conflicto de posiciones, pues en realidad la apuesta epis- temológice se ha deslindado de sus antecedentes y ha generado una narrativa autónoma. Como puede observarse en la tabla 1, existen implicaciones di- ferentes si asumimos una visión de la clínica comunitaria como una propuesta original que trasciende las disciplinas precedentes versus una clínica comunitaria más bien entendida como una integración funcional de estrategias y propuestas para la solución de problemas. En concordancia con tal proposición, la tabla 2 nos muestra de forma resumida las dos vertientes que se derivan de entender la clínica comunitaria como una tecnología versus entender la clínica comunitaria como una propuesta teórica más amplia que, además de la resolución de problemas de salud mental, apuesta por una reflexión más sutil sobre el conocimiento psicológico. Tabla 2: dos visiones del papel teórico versus tecnológico Una clínica comunitaria vista desde la perspectiva pragmática y tecnológica Una clínica comunitaria vista desde la perspectiva de generación de conocimientos Los problemas del enfoque. El enfoque incluye una reflexión no son conceptuales en sí epistemológica más fina sobre mismos, sino pragmáticos. supuestos de realidad, de cien- Pueden haber o no inconsis- cia, de hombre, ética y produc- tencias epistemológicas, pues ción de conocimiento. Tales en realidad lo que importa es reflexiones implican un objetivo la resolución de problemas relevante en sí mismo, más allá prácticos. de la práctica. Como se desprende de ambos conjuntos, cada visión tendrá como consecuencia una apuesta específica y resolverá los problemas bá- sicos de una manera que, en cierta forma, está fijada en su propia propuesta epistemológica, teórica y metodológica. Así, el reconocimiento de estas dos dimensiones, podría ser de utilidad para plantear un esquema en el que la clínica comunitaria puede entenderse más libremente por el modo en que tomamos partido por tales dimensiones subyacentes. Pensamos que la ventaja de asumir tal clasificación radica en que, al operar de esta forma, estamos abriendo la posibilidad de una práctica psicológica social, ética y políticamente relevante, al tiempo que estamos permitiendo que tal práctica ocurra en dife- rentes niveles de complejidad, elaboración y compromiso con la intervención. Referencias Balda, B. (2006). Aproximación a la concepción de psicología clínica comunitaria. Tesis de especialización no publicada, Universidad Católica Andrés Bello. Venezuela: Caracas. Belloch, A., Sendín, B. (comp) (1995). Manual de Psicopato- logía. VoIll. España: Mc Graw-Hill. Psicología Clínica Comunitaria: algunas implicaciones teóricas y técnicas 265 264
  • 10. Sujetos políticos y acción comunitaria Calvo, A. (2001). La psicoterapia en Venezuela: con memoria, con deseo... sin fondos, Revista Venezolana de Psicología Clínica Comunitaria. (2), 11-18. Campagnaro, S. (1999). Especialización en Psicología Clíni- ca Comunitaria. Revista Venezolana de Psicología Clínica Comunitaria. 1, 117-122. Durlack, J. y Wells, A. (1997). Primary prevention mental health programs for children and adolescente: a meta analytic- review. American Journal of Community Psychology. 25 (2), 115-151. Ephraim, D. (1993). "Psicología clínica: cuestiones de iden- tidad". Revista de Psicología Clínica. Vol. 1 (1) 3-8. Fernández, H. (1994). Pautas de intervención comunitaria para la prevención de los trastornos mentales. En: Montera, M. (comp) (994). Psicología Social Comunitaria. México: Universidad de Guadalajara. Linney, J. (1990). Community psychology into the 1990s: capi- talizing opportunity and promoting in novation. American I oumal of Community Psychology. 18 (1). . Llorens, M. (2003). Buscando conversación: nuevas mane- ras de construir conversaciones terapéuticas en nuestras comunidades, Revista Venezolana de Psicología Clínica Comunitaria, (3), 141-176. Llorens, M. (2009). The search for a politically reflective clinical- community approach. American Journal of Community Psychology, Published online: 28 February 2009. Montero, M. (1984). La psicología comunitaria: orígenes, prin- cipios y fundamentos teóricos.Revista Latinoamericana de Psicología, 16 (3). Montero, M. (1994). Vidas paralelas: psicología comunitaria en Latinoamérica y en Estados Unidos. En: Psicología Social Comunitaria. (Montero, comp.). México: Universidad de Guadalajara. Montero, M. (1998). Alcances y roles de la psicología comuni- taria en Venezuela. Boletín de A VEPSO, XI (3). Peltzer, K. (1998). Ethnocultural construction of PTSD symp- toms in african contexts. Journal of psychology in Africa, South of the Sahara, the Caribbean and Afra-latin America, 1998, Vo. 1, 17130. En: Psychological abstracs, APA, Feb, 1999. Pervin, L. (1996/ 1998). La ciencia de la personalidad. McGraw-Hill/ Interamericana: Barcelona. Rodríguez, P. (2003). Apuntes para una definición tentativa de psicología clínica comunitaria, Revista Venezolana de Psicología Clínica Comunitaria, 3, 195-211. Rodríguez, P. (2006). La intervención clínica en contextos de pobreza y exclusión: algunas perspectivas. Revista venezo- lana de psicología clínica comunitaria, 6, 31-68. Romero, J. (1999). Un lustra en la comunidad. Revista Venezolana de Psicología Clínica Comunitaria, 1, 97-115. Sheppard, G. Y Van Horn, Y. (1997). Life course development, community epidemiology, and preventive trials: a scientific structure for prevention research. American]ournal of Com- munity Psychology. 25, 177-188. Steenbarger, B., Y Smith, H. (1996). Assessing the quality of counseling services: developing accountable helping systemsioumal of counseling and development. 75, 145-150. Wiesenfeld, E. (1994). Paradigmas de la psicología social- comunitaria latinoamericana. En: Montero, M. (Comp.) (1994). Psicología Social Comunitaria. Universidad de Guadalajara: México. E Psicología Clínica Com 267 266