1. REFLEXIONES PERSONALES SOBRE LA INTERVENCION PSICOSOCIAL
EN EL CONTEXTO DEL SIGLO XXI
Como dice Maya, García y Santolaya (2007), el desarrollo de la intervención
social en el ámbito de la psicología está directamente relacionado con el
movimiento de salud mental comunitaria de los años sesenta en Estados
Unidos y la constitución del campo de la psicología comunitaria. Como
consecuencia, hubo un proceso de desinstitucionalización y se crearon
servicios dirigidos a mantener a los pacientes psiquiátricos en la comunidad.
Esto desembocó en una visión más amplia de la psicología, incorporando
niveles de intervención que iban más allá de un foco exclusivo en el individuo, a
la vez que se trataban temas diferentes a los de salud mental.
Por lo tanto, la primera necesidad de la intervención psicosocial fue la de
reemplazar el “modelo clínico tradicional” basado en la acción terapéutica
aislada, dirigida al enfermo, al individuo y de manera unidisciplinar, por un
modelo de intervención comunitaria, cuya acción preventiva y de promoción de
la calidad de vida está dirigida a la comunidad desde la interdisciplinariedad
(Guillén, 1996).
Proponiendo modelos explicativos a fenómenos complejos
Un área importante del trabajo psicosocial es el que se desarrolla en medio del
contexto de guerra, históricamente surgió después de la primera Guerra
Mundial, cuando las terribles secuelas de la misma empezaron a interesar a las
naciones. Una vez terminada la guerra se empezaron a ver cambios de
comportamiento en los soldados a nivel individual, familiar y social, cambios
que afectaban negativamente a los conglomerados sociales y por lo tanto no
podían dejarse a un lado. Después de la segunda Guerra Mundial y de la
guerra de Vietnam, fue aún más evidente que las consecuencias de la guerra a
nivel social eran devastadoras para las comunidades (CedaVida, 2002).
Para recuperar las emociones recurrimos a la misma lógica de éstas, es decir,
a la lógica asociativa. Emocionalmente hablando, el pasado se impone en el
2. presente. Cuando algún rasgo de un acontecimiento aparece como similar a un
recuerdo del pasado cargado emocionalmente, la mente emocional responde
activando los sentimientos que acompañan al acontecimiento recordado. La
mente emocional reacciona al presente como si fuera el pasado. Los
pensamientos y emociones actuales adoptarán el matiz de los pensamientos y
reacciones de entonces.
Un estímulo, como una instrucción, genera que racionalmente se busque el
recuerdo. Si a esto unimos estímulos auditivos, visuales, olfativos y demás,
permitimos recuperar en el presente las mismas emociones del pasado. Lo
anterior quiere decir que el modelo plantearía que la máxima eficacia de
recuperación de la red es directamente proporcional a la convergencia de
activación de los nodos-em y los nodos-inf.
Hoy en día, trece años después es altamente aceptado por la comunidad
científica internacional que las acciones terapéuticas tiene un efecto medible en
el cerebro que produce cambios a nivel comportamental. Pero en tal época era
difícil unir en un mismo discurso, intervención psicosocial, terapia, neurociencia
y neurocomputación. Y sin embargo, la psicología social y la intervención
psicosocial no pueden concebirse sin las aportaciones de otras disciplinas
científicas, sin la interdisciplinariedad. Planteamiento que defendemos desde la
Epistemología Estratégica, propuesta filosófica esbozada conjuntamente por
Herbert T. Baquero Venegas y Andrés M. Pérez-Acosta y yo mismo (ver Rozo,
Baquero Venegas y Pérez-Acosta, 2005), que promueve una visión de las
disciplinas científicas como estrategias para entender múltiples problemas y no
como áreas aisladas con un único objeto de estudio. Desde ese punto de vista,
la psicología sería una disciplina que aborda, desde el individuo, problemas de
conocimiento como el comportamiento, la cognición y la conciencia, asuntos
que también han sido abordados desde otras disciplinas pero con estrategias
diferentes.
3. Movilidad Humana e Intervención Psicosocial
Los dos fenómenos de movilidad humana generan a nivel psicosocial una serie
de consecuencias en gran medida similares. Ambas implican un proceso de
duelo y desajuste emocional y social, provenientes del desarraigo y la pérdida
de referentes culturales, y al mismo tiempo exigen una rápida adaptación para
poder sobrevivir en la nueva situación. Ambos implican secuelas psicológicas y
físicas, procesos de ansiedad y depresión, psicosomatizaciones, problemas
gastrointestinales, de piel, cefaleas y demás (Rozo, 2007b). Pero además
implican la desestructuración de la familia (por la separación de sus miembros)
y la alteración de los tradicionales roles dentro de ella.
Generalmente es la mujer la que reinicia el proceso laboral y productivo en la
nueva situación, asumiendo el mantenimiento de la familia y exigiendo un
cambio en los roles de género que venían del sitio de origen. La inmigración se
ha feminizado en los últimos años y ya implica el 50% del proceso migratorio, y
son ellas las que mantienen a sus familias, estén junto a ellas o en su país de
origen. Esto ha dado un rol nuevo y fundamental a la mujer como agente de
cambio social y facilitadora del proceso de adaptación de la familia al nuevo
contexto, pero implica también, que, generalmente, aumente la violencia
intrafamiliar y sobre todo de género, así como las separaciones y los divorcios.
Veamos algunos ejemplos que recoge el Dr. Prilleltensky. Por un lado, las
comunidades en donde sus miembros desarrollan un mayor trabajo voluntario
en hospitales, escuelas y asociaciones cívicas, presentan un mayor nivel de
bienestar relacional y colectivo, reflejado éste último en mejores resultados
educativos, sanitarios y de asistencia social para la población. Por ejemplo, en
el estado de Kerala en la India, que es muy pobre, las mujeres se han
organizado en movimientos sociales para lograr protección agrícola, programas
de nutrición para los niños y programas de desarrollo de la comunidad. Todo
ello ha provocado el fortalecimiento psicológico de las mujeres, pero también
un cambio social significativo, medido en aumento de la alfabetización,
disminución de la mortalidad infantil y aumento de la longevidad (Montero,
2004).
Por el contrario, según un estudio del Banco Mundial en 47 países, la pobreza
impacta negativamente en la salud física y psicológica, las oportunidades en la
vida y disminuye la longevidad. Por lo tanto, existe un claro nexo entre el
bienestar personal, relacional y colectivo, aunque la cultura popular, los
políticos e incluso algunos psicólogos, traten de expandir el mensaje de que el
bienestar sólo depende de nuestras propias capacidades y de las relaciones
familiares, olvidando el importante papel de las fuerzas colectivas y de la
justicia.
La justicia, según el modelo propuesto por el Dr. Prilleltensky, sería el segundo
pilar con el cual se construye una sociedad buena. Bienestar en sus tres
vertientes (personal, relacional y colectivo) por un lado, y justicia, por el otro;
estos serían los elementos imprescindibles para construir una sociedad buena.
La justicia trata de la asignación equitativa de cargas, recursos y poderes y es
4. por tanto, un constructo relacional. El tercer pilar lo constituiría el poder, de
forma que la ecuación bienestar y justicia se complejiza con el poder. Ni las
explicaciones psicológicas, ni las políticas por sí solas, responden a las fuentes
de sufrimiento y de bienestar humano, por lo que las intervenciones
psicológicas o políticas aisladas no podrán mejorar el bienestar humano; es
necesario una comprensión política y psicológica integrada del poder, el
bienestar y la justicia, que nos permita cambiar el mundo a nuestro alrededor.
El primer desafío para el psicólogo comunitario es indagar sobre las prácticas y
los efectos del uso del poder en los diferentes niveles. El segundo es aplicar las
lecciones sobre el poder, el bienestar y la justicia en la práctica diaria,
desarrollando estrategias de formación social que puedan incidir en nuevas
construcciones comunitarias.