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f
Jezabel
Antígona
JEAN ANOUILH
Traducción de
Aurora Bernárdez
d
ffitl
Anouilh, Jean
Jezabel. Antígona. -1" ed. - Buenos Aires: Losada,2009 -
204 p.;79 x 12 cm. - (Aniversaño,67)
Traducido por: Aurora Bemárdez
ISBN 978-9s0-03-9700-r
1. Teatro Francés.. I. Bemárdez, Aurora, trad. II. Título.
CDD 842
Colección Aniversario
Primera edición en esta colección: Septiembre de 2009
I
@ 1956, Editorial Losada, S. A.
Moreno 3362 - 1.209 Buenos Aires, Argentina
Tels. 437 3-4006 I 437 5-500t
www.editoriallosada.com.ar
Títulos originales:
Jezabel (Nouuelles Piéces Noires)
@ Editions de la Table Ronde, 1947
Antigone
@ É,ditions de la Table Ronde, 1946
Tapa: Peter Tjebbes
Maquetación: Taller del Sur
ISBN 978-95 0-03 -9700-t
Depósito legal: B-289 40 -2009
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
Libro de edición argentina
Impreso en España - Printed in Spain
Índice
JnzenEr-
ANrfcoN¡
7
rzj
¿C(Q< -l-(tt
Personajes
Antígona
Creón
El coro
El guardia
Ismena
Hemón
La nodriza
El mensaiero
Los guardias
,'; ,' ,l , !'.,; .{ / ,(:.,, ,. ( o.
,lrn,'.'io t t r ¿^l: 12
"'
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,r, /.., '. ¡-2r.
o
''{
''r4 0
Acto primero
Decorado neutro. Tres puertas semejantes. Al leuan-
tarse el telón, todos los personaies están en escena.
Charlan, teien, iuegan a las cartas. El prólogo se se-
para y se adelanta unos pasos.
El prólogo: Los personajes que aquí ven les repre-
sentarán la historia de Antígona. Antígond es la chi-
ca fl,aca que está sentada allí, call ada. Mira hacia
irdelante. Piensa. Piensa que será Antígona dentro de
un instante, que surgirá súbitamente de la flaca mu-
chacha morena y reconcentrada a quien nadie toma-
ha en serio en la familia y que se erguirá sola frente
al mundo, sola frente a Creón, su tío, que es el rey.
Piensa que va a morir, que es joven y que también a
clla le hubiera gustado vivir. Pero no hay nada que
hacer. Se llama Antígona y tendrá que desempeñar
su papel hasta el fin... Y desde que se levantó el te-
lón, siente que se aleja a una velocidad vertiginosa
de su hermana IsmenA, que charla y úe con un jo-
ven; de todos nosotros, gu€ estamos aquí muy tnan-
quilos mirándola, de nosotros, gu€ no tenemos que
rnorir esta noche.
El joven con quien habla la rubia, la hermosa, la
[eliz Ismenl, es Hemón, el hijo de Creón Es el prome-
rz5
i
I
JEAN ANOUIT
tido de Antígona. Todo lo llevab a hacia Ismena: su
afición ala danza y a los iuegos, su afición a la felici'
dad y al éxito, su sensualidad también, pues lsmena es
mucho más hermosa que Antígona, y sin embargo
una noche, una noche de baile en que sólo había dan'
zado con Ismena' una noche que Ismena estaba des'
lumbrante con su vestido nuevo, Hemón fue a buscar
a Antígona que soñaba en un rincón, como en este
momento, rodeando las rodillas con los brazos, y le
pidió que fuera su mujer. Nadie comprendió nunca
por qué. Antígona alzó sin asombro sus ojos graveg
hasta él y le difo que sí con una sonrisita triste... La
orquesta atacaba una nueva danzar lsmena reía a car'
cajadas, alá, en medio de los otros muchachos, y en
ese mismo momento, él iba a ser el marido de Antígo'
na.Ignoraba que jamás existiría marido de Antígona
en esta tierra y que ese título principesco sólo le daba
derecho a morir.
Ese hombre robusto, de pelo blanco, que medita
allá, cerca de su paje, es Creón Es el rey, tiene arru'
gas, está cansado. Juega el difícil iuego de gobernar
a los hombres. Antes, en tiempos de Edipo, cuando
sólo era el primer personaje de la corte, gustaba de
la música, de las bellas encuadernaciones, de los
prolongados vagabundeos por las tiendas de los pe-
queños anticuarios de Tebas. Pero Edipo y su hiio
han muerto. Creón dei6 sus libros, sus objetos, se
arremangó y ocupó su puesto.
A veces, por la noche, está fatigado y se pregun-
ta si no será inútil gobernar a los hombres. Si no se'
rá un oficio sórdido que ha de dejarse a otros más
apáticos... Y ala mafiana siguiente, se plantean pro'
eNtfcoNR
blemas concretos que es preciso resolver, y Creón se
levanta tranquilo, como un obrero al comienzo de la
jornada.
La anciana que está tejiendo, al lado de La nodri-
za qtre ha criado a las dos chicas, es Eurídice,la mu-
jer de Creón. Teierá durante toda la tragedia hasta
que le llegue el turno de levantarse y morir. Es bue-
tra, digna, amante. No presta ninguna ayuda a
Creón. Creón está solo. Solo con su pequeño paje,
que es demasiado pequeño y que tampoco puede na-
da por é1.
Aquel muchacho pálido, eu€ está allá, en el fon-
do, soñando pegado a la pared, solitario, es El men-
saiero. Él vendrá a anunciar la muerte de Hemón
dentro de un rato. Por eso no tiene ganas de charl¿r
ni de mezclarse con los demás. Él ya sabe...
Por último, los tres hombres rubicundos que jue-
gan a las cartas, con el sombrero echado sobre la nu-
ca, son Los guardias. No son malos individuos, tie-
nen muier, hijos y pequeñas dificultades como todo
el mundo, pero detendrán a los acusados, dentro de
un instante, con la mayor tranquilidad del mundo.
Huelen a ajo, a cuero y a vino tinto y no tienen nin-
guna imaginación. Son los auxiliares, siempre ino-
centes y siempre satisfechos de sí mismos, de la jus-
ticia. Por el momento, hasta que un nuevo iefe de
Tebas con el debido mandato les ordene detenerlo,
son auxiliares de justicia de Creón.
Y ahora que los conocen a todos, podrán repre-
sentar para ustedes la historia. Comienza en el mo-
mento en que los dos hijos de Edipo, Eteocles y Po-
linice, que debían reinar en Tebas un año cada uno,
tz6 r27
JEAN ANOUILH
por turno, se batieron y mataron entre sí al pie de
io, -,rros de la ciudad, porque Eteocles, el mayor, al
término del primer año en el poder se negó a ceder
el puesto a su hermano. Siete grandes príncipes ex'
tt*¡.tot a quienes Polinice había ganado para su
causa, han sido derrotados frente a las siete pubrtas
de Tebas. Ahora la ciudad esrá salvada,los dos her-
manos enemigos han muerto y Creón, el re¡ ha or'
denado que a Eteocles, el buen hermano, se le hagan
imponenies funerales, pero que Polinice, el bribón,
el iebelde, el granuja quede sin llanto y sin sepultu-
ra, presa de cuervos y chacales. Quienquiera que se
atriva,a rendirle homenajes fúnebres será despiada-
damente castigado con Ia muerte.
Mientras El prólogo habla, los personaies uan sA'
liendo uno por uno. El prólogo también desaparece,
La iluminación se ha modificado en escena. Ahora es
un alba gris y líuida en una. casa dormida. Antísona
entreabre la puerta y entra desde el exterior, en punti'
llas, descalza, con los Zapatos en Ia m1no. Permanece
un instante inmóuil escuchando. Aparece La nodtiza,
La nodrizaz ¿De dónde vienes?
Antígona: De pasear, nodtiza. Era hermoso' Todo
.rt"b" gris. Ahora no puedes imaginártelo; todo es'
tá ya rosa, amarillo, verde. Se ha convertido en una
tarjeta postal. Tienes que levantarte más tempranof
nodriza, si quieres ver el mundo sin colores.
(Se dispone a. Pasar.)
eNtfcoue
La nodriza: ¡Me levanto cuando todavía es de no-
che, voy a tu cuarto pafa ver si te has destapado
durmiendo, y no te encuentro ya en la cama!
Antígona: El jardín dormía. Lo he sorprendido, no-
driza. Lo vi sin que él se lo sospechara. Qoé hermo-
so es un jardín que no piensa todavía en los hom-
bres.
La nodriza: Has salido. Estuve en la puerta del fon-
do, la habías dejado entreabierta.
Antígona: En los campos todo estaba mojado y algo
aguardaba. Todo aguardaba. Yo hacía un ruido
enorme sola en el camino y me sentía incómoda por-
que sabía perfectamente que no me agua rdaba a mí.
Entonces me quité las sandalias y me deslicé por el
campo sin que se diera cuenta...
La nodriza: Tendrás que lavarte los pies antes de
meterte en la cama.
Antígona: No volveré a acostarme esta mañana.
La nodriza: ¡A las cuatro! ¡No eran las cuatro! Me
levanto para ver si estabas destapada. Me encuentro
con la cama fría y nadie adentro.
Antígona: ¿Crees que sí una se levantara así todas
las mañanas, sería todas las mañanas, tan lindo, no-
driza, ser la primera mujer afuera?
rz8 r29
JEAN ANOUII
La nodriza: iDe noche! ¡Era de noche! ¡Y quieres
hacerme creer que fuiste a pasear, mentirosa! ¿De
dónde vienes?
Antígona (con una extraña sonrisa)zBs cierto, toda-
vía era de noche. Y yo era la única en todo el cam-
po que pensaba que había llegado la mañana. Es
maravilloso, nodriza. Hoy fui la primera que creyó
en el día.
La nodrizaz iHazte la loca! ¡Hazte la loca! Ya conoz-
co la historia. He sido muchacha antes que tú. Na-
da dócil, tampoco, pero cabeza dura como tú, no.
¿De dónde vienes, mala?
Antígona (súbitamente graue): No. Mala no.
La nodrizazTenías una cita, ¿eh? Di que no, a ver.
Antígona (dulcemente): Sí. Tenía una cita.
La nodriza: Tienes un enamorado.
Antígona (de un modo extraño, después de un silen-
cio)z Sí, pobre, sí, nodriza. Tengo un enamorado.
La nodriza (estalla)z ¡Lh, DUy bonito!, ¡muy bien!
¡Tú, la hiia de un rey! ¡Tómese una trabajo, tómese
una trabaio paru criarlas! Son todas iguales. Sin em-
bargo, tú no eras como las demás, siempre emperi-
follándose delante del espejo, pintándose los labios,
buscando que se fiien en ellas. Cuántas veces me di-
eNtfcoNe
jer "¡Dios mío, esta chica no es bastante coqueta!
siempre con el mismo vestido y mal peinada. Los
muchachos sólo verán a Ismena con sus ricitos y sus
cintas y tendré que cargar con ella". Bueno ¿ves?,
eres como tu hermana, y peor todavía, ¡hipócrita!
¿Quién es? ¿Un sinvergüenza, eh, acaso? Un mucha_
cho que no puedes presentar a tu familia diciendo:
"Este es el hombre que yo quiero, deseo casarme
con é1". ¿Es así, eh, es así? Contesta, descarada.
Antígona (todauía con una sonrisa imperceptible):
Sí, nodriza.
La nodriza: iY dice que sí! ¡Misericordia! La cuidé
desde pequeñita; prometí a su pobre madre que ha_
ría de
ella una mujer honesta, y ahí está. pero esto no va a
quedar así, nena. No soy más que tu nodriza y me
tratas como a una vieja estúpida, ¡está bien!, pero ru
tío, tu tío Creón lo sabrá. iTe lo prometo!
Antígona (un poco cansada de pronto)z sí, nodriza,
mi tío Creón lo sabrá. Déjame ahora.
La nodrizaz Y verás lo que dice cuando sepa que te
levantas de noche. ¿y Hemón? ¿y ru novioi ¡nórqr.
está comprometida! Está comprometida y , i", cua-
tro de la mañan a deja la cama para ir a correrla con
9tr9. Y después conresta que la dejen, no quiere que
le digan nada. ¿Sabes qué tendría que hace, yo? pe_
gafte como cuando eras pequeña.
r3-t,- r31
JEAN ANOUIL
Antígona: Nana, no deberías gritar tanto. No debe-
rías ser tan mala esta mañana.
La nodriza: ¡No gritar! ¡Encima, no debo gritar! Yo,
que había prometido a tu madre... ¿Qué me diría si
estuviera aquí? "¡Vieja estúpida, sí, vieja estúpida,
que no has sabido conservarme pura a mi niña.
Siempre gritando, haciendo de perro guardián, dan-
do vueltas alrededor de ellas con abrigos para que
no tomen frío o con yemas batidas para fortalecer-
las; pero a las cuatro de la mañana duermes, vieja
estúpida, duermes, tú que no puedes pegar los oios,
y la dejas escapar, marmota, y cuando llegas la cama
está fría!" Eso me dirá tu madre allá arriba cuando
yo llegue , y 4 mí me dará vergüenza, vergüenza has-
ta morir, si no estuviera muerta Ya, Y no podré hacer
otra cosa que baiat la cabeza y contestar: "Señora
Yocasta, es cierto".
Antígona: No, nodriza. No llores más. Podrás mirar
a mamá a la cara, cuando te encuentres con ella. Y
te dirá: "Buenos días, nana' gracias por la pequeña
Antígona. La has cuidado bien". Ella sabe por qué
he salido esta mañana.
La nodriza: ¿No tienes un enamorado?
Antígona: No, nana.
La nodrizaz ¿Te burlas de mí, entonces? Ya ves' soy
demasiado vieja. Eras mi preferida, a pesar de tu
mal genio. Tu hermana era más suave, pero yo creí
¡NtfcoNR
que tú me querías. Si m querías, me hubieras dicho
la verdad. ¿Por qué estaba fría tu cama cuando fui a
taparte?
Antígona: No llores más, por favor, nana. (La besa.)
Vamos, mi vieja manzaníta colorada. ¿Recuerdas
cuando te frotaba pafa que brillaras? Mi vieja man-
zanita toda arrugada. Q,re no corran tus lágrimas en
todas las zanjitas, por tonterías como ésta, por nada.
Soy pura. No tengo otro enamorado que Hemón, mi
prometido, te lo juro. También puedo jurarte, si lo
quieres, que nunca tendré otro enamorado... Guarda
tus lágrimas, guarda tus lágrimas; quizá las necesites
todavía, nana. Cuando lloras así me vuelvo peque-
ña... Y no debo ser pequeña esta mañana.
(Entra Ismena./
Ismena: ¿Ya estás levantada? Vengo de tu cuarto.
Antígona: Sí, ya estoy levantada...
La nodrizaz ¡Las dos, entonces!... ¿Las dos vais a
volveros locas y a levantaros antes que las criadas?
¿Os parece bien estar de pie por la mañana en ayu-
nas, os parece propio de princesas? Ni siquiera es-
táis cubiertas. Pero si vais a enfermar.
Antígona: Déjanoss nodriza. No hace frío, te lo ase-
guro; ya estamos en verano. Vete a hacernos café.
(Se ha sentado, súbitamente cansada.) Quisiera un
poco de café, por favor, nana. Me haría bien.
r3z 133
-
JEAN ANOUIL
La nodriza: ¡Mi paloma! La cabeza le da vueltas
porque está en ayunas, y yo aquí, como una idiota,
en lugar de darle algo caliente.
(Sale rápido.)
Ismena: ¿Estás enferma?
Antígona: No es nada. Un poco de fatiga . (Sonríe,)
Es que me levanté temprano.
Ismena: Yo tampoco he dormido.
Antígona (sigue sonriendo/: Tienes que dormir. No
estarás tan linda mañana.
Ismena: No te burles.
Antígona: No me burlo. Esta mañana me tranquili-
za que seas hermosa. De chica eso me hacía tan des-
dichada, ¿te acuerdas? Te embadurnaba con tierra,
te metía gusanos por el cuello. Una vez te até a un
árbol y te corté el pelo, tu hermoso pelo... (Acaricia
el pelo de Ismena./ ¡Qué fácil ha de ser no pensar
tonterías con todas esas hermosas mechas lisas y
bien ordenadas alrededor de la cabezal
Ismena (de improuiso)z ¿Por qué hablas de otra
cosa?
Antígona (suauemente, sin deiar de acariciarle el pe'
/o/: No hablo de otra cosa...
eNtfcoNe
Ismena: ¿Sabes?, lo he pensado bien, Antígona.
Antígona: Sí.
Ismena: Lo he pensado bien toda la noche. Estás loca.
Antígona: Sí.
Ismena: No podemos.
Antígona (después de un silencio, con su uocecita)z
¿Por qué?
Ismena: Nos condenaría a muerte.
Antígona: Por supuesto. Cada uno su papel. Él debe
condenarnos a muerte, y nosotras debemos enterrar
a nuestro hermano. Ésos son los papeles. ¿Qué quie-
res que hagamos?
Ismena: Yo no quiero morir.
Antígona (dulcemente)z Yo tampoco hubiera queri-
do morir.
Ismena: Escucha, he reflexionado toda la noche. Soy
la mayor. Pienso más que tú. Tú aceptas en seguida
lo que se te pasa por la cabeza, y paciencia si es una
tontería, yo soy más equilibrada. Yo reflexiono.
Antígona: A veces no hay que reflexionar demasiado.
134 135
F-
JEAN ANOUII
Ismena: Sí, Antígona. Es horrible, claro está, y yo
también compadezco a mi hermano, pero compren-
do un poco a nuestro tío.
Antígona: Yo no quiero comprender un poco.
Ismena: Él es el re¡ tiene que dar el eiemplo.
Antígona: Yo no soy el rey. Yo no tengo que dar el
ejemplo. .. La pequeña Antígona,la sucia bestia, la
tozuda,la mala, hace lo que le pasa por la cabezary
después la meten en un rincón o en un agujero. Y lo
tiene merecido. ¡Bastaba con que no desobedecierat
Ismena: ¡Vamos! ¡Vamos!... Ya iuntas las cejas, hi'
ras hacia adelante y te largas sin escuchar a nadie.
Escúchame. Tengo raz6n más a menudb que tú.
Antígona: No quiero tener raz6n.
Ismena: ¡Trata de comprender por lo menos!
Antígona: Comprender... Es la única palabra que te-
néis en la boca, todos vosotros, desde que soy muy pe-
queña. Había que comprender que no se puede tocar
el agua, el agua hermosa, fugitiva y fría, porque moja
las losas, ni la tierra porque mancha los vestidos. ¡Ha-
bía que comprender que no se debe comer todo a la
vez ni dar todo 1o que se tiene en los bolsillos al men-
digo, ni correr al viento hasta caer al suelo, ni beber
cuando se tiene calor, ni bañarse cuando es demasia-
do temprano o demasiado tarde, pero no justo cuan-
RNtf coNe
do se tienen ganas! Comprender. Siempre comprender.
Yo no quiero comprender. Comprenderé cuando sea
vieja. (Acaba despacito./ Si llego a vieja. Ahora no.
Ismena: Él es más fuerte que nosotras, Antígona. Es
el rey. Y todos piensan como él en la ciudad. Nos ro-
dean millares y millares bullendo en todas las calles
de Tebas.
Antígona: No te escucho.
Ismena: Nos insultarán. Nos tomarán con sus mil
brazos, con sus mil rostros y su única mirada. Nos
escupirán a la cara. Y tendremos que avanzar en el
carro en medio del odio de ellos, y su olor y sus ri-
sas nos seguirán hasta el suplicio. Y allí estarán los
guardias con sus caras de imbéciles, congestionadas,
sobre los cuellos rígidos, con sus grandes manos la-
vadas, con su mirada bovina, y comprendes que po-
drás gritaÍ, trataf de hacerles entender y ellos como
esclavos harán todo lo que les han dicho, escrupulo-
samente, sin saber si está bien o si está mal... ¿Y su-
frir? Habrá que sufrir, sentir que el dolor sube, que
ha llegado al punto en que ya no es posible sopor-
tarlo; que tendrá que detenerse, pero sin embargo
continúa y sigue subiendo, como una voz aguda...
¡Oh!, no puedo, no puedo...
Antígona: ¡Qué bien lo has pensado todo!
Ismena: Durante toda la noche. ¿Tú no?
r36 r37
r"
JEAN ANOUIT
Antígona: Sí, por supuesto.
Ismena: Yo, ¿sabes?, no soy muy valiente.
Antígon a (despacito)z Yo tampoco. ¿Pero qué im-
porta? (Hay un silencio; Ismena pregunta de impro-
uiso:)
lsmena: ¿Así que tú no tienes ganas' de vivir?
Antígon a (murmura)z Qrre no tengo ganas de vivir...
(Y más despacito todauía, si es posible.) ¿Quién se
levantaba primero, por la mañana para sentir tan
sólo el aire frío sobre la piel desnuda? ¿Quién se
acostaba la última cuando no podía más de fatiga,
p^ravivir otro poco de la noche? ¿Quién lloraba, de
muy pequeña, pensando que había tantos animali-
tos, tantasbriznas de hierba en el prado y que no era
posible cargar con todos?
lsmena (con un súbito impulso hacia ella)z Herma-
nita...
Antígona (se yergue de nueuo y grita)z ¡Ah, no!
¡Défame! ¡No me acaricies! No nos pongamos a
lloriquear juntas ahora. ¿Has reflexionado bien, di-
ces? ¿Piensas que basta toda la ciudad aullando
contra ti, piensas que bastan el dolor y el miedo de
morir?
Ismena: (baia la cabeza)z Sí.
eNrf coNn
Antígona: Utiliza tú esos pretextos.
Ismena (se lanza hacia ella)z ¡Antígona! ¡Te lo supli-
co! Está bien para los hombres creer en las ideas y
morir por ellas. Pero tú eres una mujer.
Antígona (con los dientes apretados)t Una mujer, sí.
¡Ya he llorado bastante por ser una mujer!
Ismena: Tienes la felicidad ahí delante, te basta ten-
der la mano. Estás comprometida, eres joven, eres
linda...
Antígona (sordamente): No, no soy linda.
Ismena: No linda como nosotras, pero de otro mo-
do. Bien sabes que hacia ti se vuelven los granujas en
la calle; que las chiquillas te miran pasar, súbitamen-
te mudas, sin poder quitarte los ojos de encima has-
ta que doblas la esquina.
Antígona (Con unt sonrisita imperceptib"le)t Los
granujas, las chiquillas...
Ismena (después de una pausa): ¿Y Hemón, Antí-
gona?
Antígona (cerrada): Hablaré en seguida de Hemón;
Hemón será en seguida asunto arreglado.
Ismena: Estás loca.
r38 r39
-,-
JEAN ANOUILH
Antígon a (sonríe): Siempre me dijiste que estaba
loca, por todo, desde siempre. Anda a acostarte de
nuevo, Ismena... Ya es de día, ¿ves?, Y de todos
modos, no podría hacer nada. Mi hermano muer-
to está rodeado ahora de una guardia, exactamen'
te como si hubiera conseguido llegar a rey. Anda a
acostarte de nuevo. Estás pálida de fatiga.
Ismena: ¿Y tú?
Antígona: Yo no tengo ganas de dormir... Pero te
prometo que no me moveré de aquí antes de que des'
piertes. La nodriza metraerá de comer. Vete a dormir.
Apenas sale el sol. Tienes los oios pequeñitos de sue-
ño. Anda...
lsmena: ¿Te convenceré, ¿verdad? ¿Te convenceré?
¿Me dejarás que te hable de nuevo?
Antígona (un poco cansada): Te dejaré hablarme, sí.
Os dejaré a todos hablarme. Vete a dormir ahora, te
lo luego. No estarás tan linda mañana. (La mira salir
con unt sonrisita triste, Iuego cae súbitamente cansa-
da sobre una silla./ ¡Pobre Ismena!...
La nodriza (entra): Toma, aquí tienes un buen café y
unas rebanadas de Patr, paloma mía. Come.
Antígona: No tengo mucha hambre, nodriza.
La nodrizaz Yo misma te las tosté y les puse mante-
ca, como a ti te gustan.
eNtfcoNe
Antígona: Eres amable, nana. Solamente voy a be-
ber un poco;
La nodriza: ¿Qué te duele?
Antígona: Nada, nana. Pero abrígame lo mismo, co-
mo cuando estaba enferma... Nana más fuerte que
la fiebre, nana más fuerte que la pesadilla, más fuer-
te que la sombra del ropero que ríe y se transforma
hora a hora en la pared; más fuerte que los mil in-
sectos del silencio que roen algo, en alguna parte,
por la noche; más fuerte que la noche misma con su
incomprensible ulular de loca; nana, más fuerte que
la muerte. Dame la mano como cuando te quedabas
al lado de mi cama.
La nodriza: ¿Qué tiene, mi palomita?
Antígona: Nada, nana. Sólo que soy todavía un po-
co pequefra para todo esto. Pero tú eres la única que
debe saberlo.
La nodriza: ¿Demasiado pequeña para qué?
Antígonaz Para nada, nana. Y además, estás aquí.
Tengo tu buena mano rugosa que. salva de todo,
siempre, bien lo sé. Quizá me salve todavía. Eres tan
poderosa, nana.
La nodriza: ¿Qué quieres que haga por ti, mi tor-
tolita?
r40 r4r
JEAN ANOUILH
Antígona: Nada ) nana. Sólo tu mano así en mi me-
'ii;!!:, i:' !:,{: K::K:::K,'3:''á?i :'i:t'l,
del vendedor de arena, ni del vieio que pasa y se lle.
va a los niños... (Otro silencio; continúa en otro to-
zo./ Nana, ¿sabes ? . -. a Dulce' mi perra. ..
La nodrizaz Sí.
Antígona: Vas a prometerme que no le gruñirás nun-
ca más.
La nodriza: ¡un animal que lo ensucia todo con sus
patas! ¡No debería entrar en la casa!
Antígona: Aunque 1o ensucie todo. Prométemelo,
nodriza.
La nodriza: ¿Entonces tendré que deiarla estropear
todo sin decir nada?
Antígona: Sí, nana.
La nodriza: ¡Ah! ¡Sería bonito!
Antígona: Por favor, nana. Tú la quieres bien a Dul-
ii;i,li""lHruff ??;,"#T::,::';iiti::
do estuviera limpio siempre. Por eso te lo pido: no
le gruñas.
La nodrizaz ¿Y si orina en las alfombras?
RNrf coNe
Antígona: Prométeme que tampoco la gruñirás. Por
favor, ¿eh? por favor, nana...
La nodriza: Te aprovechas porque estás mimosa...
Está bien. Está bien. Limpiaremos sin decir nada.
Me llevas de las narices.
Antígona: Y además, prométeme que le hablarás,
que le hablarás muchas veces.
La nodriza (se encoge de hombros)z ¿Habráse visto?
¡Hablar a los animales!
Antígona: Y iustamente no como a un animal. Co-
mo a una verd adera persona como me habrás visto
hacerlo...
La nodriza: ¡Ah, eso no! ¡A mi edad, hacer papel de
idiota! ¿Pero por qué quieres que toda [a casa hable
con ese animal como lo haces tú?
Antígona (despacito/: Si yo, por cualquier razón, no
pudiere hablarle más...
La nodriza (que no comprende): ¿No hablarle más,
no hablarle más?, ipor qué?
Antígona (uuelue un poco la cabeza y luego agrega,
con uoz dura): Y si se pusiera demasiado triste, si a pe-
sar de todo pareciera que sigue esperando, con la na-
riz debajo de la puerta, como cuando salgo, quizá fue-
se preferible hacerla mata nana, sin que sufriera.
b-----
r42 r43,
La nodrizaz ¿Hacerla matar, mi chiquita? ¿Hacer ma-
tar a tu perra? ¡Pero tú estás loca esta mañana!
Antígona: No, nana. (Aparece Hemón. ) Ahí llega
Hemón. Déjanos, nodriza. Y no olvides lo que me
has jura do. (La nodriza sale. Antígon a corre hacia
Hemón./ Perdóname, Hemón, por nuestra disputa
de anoche y por todo. Era yo la equivocada. Te rue-
go que me perdones.
Hemón: Bien sabes que te había perdonado apenas
cerraste de un golpe la puerta. Todavía estaba allí tu
perfume y yo ya te había perdona do. (La tiene en los
brazos, sonríe, la mira.) ¿A quién le habías robado
ese perfume?
Antígona: A Ismena.
Hemón: ¿Y la pintura de los labios, y los polvos, y
el lindo vestido?
Antígona: También.
Hemón: ¿En honor de quién te habías puesro tan
hermosa?
Antígona: Te lo diré. (Se estrecba contra él un po-
co más.) ¡Oh, querido, qué tonta he sido! ¡Toda
una noche desperdiciada! Una hermosa noche.
Hemón: Tendremos otras noches, Antígona.
r44 r45
JEAN ANOUILH eNtf coN¡,
Antígona: Tal vez no.
Hemón: Y también otras disputas. La felicidad está
llena de disputas.
Antígona: La felicidad, sí... Escucha, Hemón.
Hemón: Sí.
Antígona: No te rías esta mañana. Ponte grave.
Hemón: Estoy grave.
Antígona: Y apriétame. Más fuerte de lo que nunca
me apretaste. Qu. toda tu fuerua se imprima en mí.
Hemón: Así. Con todas mis fuerzas.
Antígona (en un soplo)z Está bien. (Permanece un
instante sin decir nada; luego ella empieza, despaci-
fo/ Escucha, Hemón.
Hemón: Sí.
Antígona: Quería decirte esta mañana... El chiquillo
que hubiéramos tenido los dos.
Hemón: Sí.
Antígona: ¿Sabes?, lo hubiera defendido conrra todo.
Hemón: Sí, Antígona.
{
JEAN ANOUILH
Antígona: ¡Oh! Lo hubiera estrechado tan fuerte que
nunca habríatenido miedo, te lo juro. Ni de la noche
que llega, ni de la angustia del pleno sol inmóvil, ni
de las sombras... ¡Nuestro chiquillo, Hemón! Hubie-
ra tenido una mamá pequeñita y mal peinada, pero
más segura que todas las verdaderas madres del mun-
do con sus verdaderos pechos y sus grandes delanta-
les. Tú lo crees, ¿no es cierto?
Hemón: Sí, amor mío.
Antígona: ¿Y también crees, no es cierto, que hubie-
ras tenido una verdadera muier?
Hemón (suietándola)z Tengo una verdadera mujer.
Antígona (grita de pronto, acurrucada contra él)t
¡Oh! ¿Tú me querías, Hemón, me querías, estás
bien seguro, aquella noche?
Hemón (la mece suauemente)z ¿Qué noche?
Antígona: ¿Estás bien seguro de que en aquel baile,
cuando viniste a buscarme a mi rincón, no te equi-
vocaste de muchacha? ¿Estás seguro de que nunca
lo lamentaste después, de que nunca pensaste, ni si-
quiera en el fondo de ti mismo, ni siquie Ía rrna vez,
que hubiera sido mejor pedir a Ismena?
Hemón: ¡Tonta!
Antígona: Me quieres, ¿verdad? ¿Me quieres como a
eNrfcoNe
una mujer? ¿Tus brazos que me estrechan no mien-
ten? ¿No mienten tus grandes manos apoyadas en mi
espalda, ni tu olor, ni este buen calor, ni esta gran
confianza que me inunda cuando pongo la cabeza en
el hueco de tu cuello?
Hemón: Sí, Antígona, te quiero como a una mujer.
Antígona: Soy negra y flaca. Ismena es rosa y oro,
como un fruto.
Hemón (murmura): Antígona.
Antígona: ¡Oh! Estoy roia de vergüenza. Pero tengo
que saberlo esta mañana. Dime la verdad, te lo rue-
go. Cuando piensas que seré tuya, ¿sientes en medio
de ti como un gran agujero que se ahonda, como al-
go que muere?
Hemón: Sí, Antígona.
Antígon a (en un soplo, después d.e una ptausa): Yo
siento eso. Y quería decirte que hubiera estado muy
orgullosa do ser tu mujer, tu verdadera mujer, en
quien hubieras apoyado tu mano, por la noche, al
sentarte, sin pensar como en una cosa tuya. (Se ba
separado de el; adopta otro tono.) Ya está. Ahora
voy a decirte otras dos cosas. Y cuando las haya di-
cho tendrás que salir sin hacerme preguntas. Aun-
que te parezcan extraordinarias, aunque te hagan
daño. Júramelo.
r46
JEAN ANOUIT
Hemón: ¿Qué más vas a decirme?
Antígon az Jura primero que saldrás sin decirme na'
da. Sin mirarme siquiera. Si me quieres, júramelo.
(Lo mira con su pobre rostro trastornado.) Ya ves
cómo te 1o pido, júramelo, Por favor, Hemón... Es
la última locura que tendrás que tolerarme.
Hemón (después de pna pausa)z Te lo juro.
Antígona: Gracias. Es esto. Primero lo de ayer. Tú
me preguntabas hace un instante por qué había ido
con un vestido de Ismena, con ese perfume y esa pin-
tura en los labios. Era una tonta. No estaba muy se'
gura de que me desearas de verdad; hice todo eso
para ser un poco más parecida a las otras muieres,
para que me desearas.
Hemón: ¿Para eso?
Antígona: Sí. Y te reíste y discutimos y mi mal ca-
rácter fue más fuerte; me escapé. (Agrega en uoz más
baia.) Pero había ido a tu casa pafa que me poseye'
ras anoche, para ser tu mujer antes. (Él retrocede, ua
a hablar; ella grita./ Juraste que no me preguntarías
por qué. ¡Me lo juraste, Hemón! (Dice en uoz más
baia, humildemente.)Te lo suplico. .. (Y agrega, uol-
uiéndose, dura.)Además, voy a decírtelo. Quería ser
tu mujer a pesar de todo, porque te quiero así, mu-
cho, y -¡te haré daño, oh querido, perdóname!- por-
que nunca, nunca podré casarme contigo. (Él se ha
quedado mudo de estupor; Antígona corre a la uen-
RNtÍcoNe
tanA, grita.) ¡Hemón, me lo juraste! Véte. Véte en se-
guida sin decir nada. Si hablas, si das un solo paso
hacia mí, me tiro por esta ventana. Te lo juro. Te lo
juro por la cabeza del chiquillo que los dos tuvimos
en sueños, del único chiquillo que tendré nunca.
Ahora véte, véte rápido. Lo sabrás mañana. Lo sa-
brás en seguida. (Conclwye con tal desesperación,
que Hem6n obedece y se aleia.) Por favor, véte, He-
món. Es todo lo que puedes hacer todavía por mí, si
me quieres. (FIem ón ha salido. Antígon a permanece
inmóuil, de espaldas a la sala, luego cierra Ia uenta-
no, uA a sentarse en una sillita en medio de la esce-
nd, ! dice despacito, como extrañamente sosegada).
Ya está. Acabamos con Hemón, Antígona.
Ismena (entra llamando): ¡Antígona!... ¡Ah, estás ahí!
Antígona (sin mouerse): Sí, estoy aquí.
Ismena: No puedo dormir. Tenía miedo de que salie-
ras e intentaras enterrarlo a pesar de la luz. Antígo-
na, hermanita mía, estamos todos a tu alrededor.
Hemón, nana y yo, y Dulce, tu perra... Te queremos
y estamos vivos, te necesitamos. Polinice ha muerto
y no te quería. Siempre fue un extraño para noso-
tras, un mal hermano. Olvídalo, Antígona, como él
nos había olvidado. Deja que su dura sombra vague
sin sepultura, eternamente, ya que es la l.y de
Creón. No intentes lo que está por encima de tus
fuerzas. Siempre lo desafías todo, pero eres muy pe-
queña, Antígona. Quédate con nosotros, no vayas
esta noche, te lo suplico.
r48 r49
JEAN ANOUIL
Antígona (se leuanta con unA extraña sonrisita en
U, iáU¡os, se dirige a la puerta y desde el umbral'
sunuernente, dice)t Et d.-asiado tarde' Esta maña-
na, cuando me encontraste, venía de allí'
(Sate.Ismena la sigue con un grito')
Ismena: ¡Antígona!
(Apenas sale Ismena, entra Cte6n por otra puer'
ta con su Paie.)
Creón: ¿Un guardia, dices? ¿Uno de los que vigilan
el cadáv efi Hazlo entrar.
(El guardia entra. Es un bruto' Por el momento
está uerde de miedo.)
El guardía (se presenta, haciendo la uenia): Guardia
Jonás, de la Segunda ComPañía'
Creón: ¿Qué quieres?
El guardia: Esto, iefe. Tiramos suertes parla saber
["i2" vendría. Y me tocó a mí' Por eso estoy aquí'
¡efe. Vitte porque pensamos que era preferible que
or,o ,olo &pli."ta, y además porque no- podíamos
abandon
^,
i^ g,,ar'día los tres. Estamos los tres del
piquete de g,taidia, iefe, alrededor del cadávet'
Creón: ¿Qué tienes que decirme?
eNrfcoNe
El guardia: Estamos los tres, jefe. No estoy solo. Los
otros son Durand y Boudousse, el guardia de prime-
ra clase.
Creón: ¿Por qué no vino el de primera clase?
El guardia: ¿Verd ad, iefe? Yo lo dije en seguida. El
de primera clase es el que debe ir. Cuando no hay
graduado, es el de primera clase el responsable. Pe-
ro los otros dijeron que no y quisieron tirar suertes.
¿Voy a buscar al de primera clase, jefe?
Creón: No. Habla tú, ya que estás aquí.
El guardia: Tengo diecisiete años de servicio. Soy vo-
luntario, obtuve la medalla, dos menciones. Estoy
bien calificado, iefe. Yo estoy siempre dispuesto. No
conozco otra cosa que lo que me mandan. Mis supe-
riores siempre dicen: "Con Jonás se está tranquilo".
Creón: Está bien. Habla. ¿De qué tienes miedo?
El guardia: De acuerdo con el reglamento hubiera
debido venir el de primera clase. Yo estoy propues-
to para la primera clase, pero todavía no me han
promovido. Debían ascenderme en junio.
Creón: ¿Hablarás de una vez? Si sucedió algo, los
tres sois responsables. No pienses más quién debería
estar aquí.
El guardia: Bueno, pues esto, jefe: el cadáver... ¡Sin
r50
JEAN ANOUILH
embargo vigilamos! Era el relevo de las dos, el máo
duro. Usted sabe lo que es, iefe el momento en que
va aterminar la noche. Ese plomo entre los ojoso la
nuca que tira, y todas las sombras que se mueven y
la niebla del amanecer que se levanta... ¡Ah! ¡Eligie-
ron bien la hora!... Estábamos allí, hablábamos, ha'
cíamos carreritas... ¡No dormíamos, jefe, podemos
jurarle los tres que no dormíamos! Además, con el
irío que hacía... De golpe yo miro el cadáver"' Es'
tábamos a dos pasos, pero yo lo miraba de vez en
cuando a pesar de todo... Yo soy así, jefe, soy meti-
culoso. Por eso mis superiores dicen: "Con Jonás"'"
(IJn gesto de Creón Io detiene; grita de pronto'/ ¡Yo
lo viprimero, jefe! Los otros se 1o dirán, yo fui el
que dio la primera voz de alarma.
Creón: ¿Voz de alarma? ¿Por qué?
El guardia: El cadáver, jefe. Alguien lo había recu-
bieito. ¡Oh! No gran cosa. No habían tenido tiem-
po con nosotros al lado. Solamente un poco de tie-
,r^... Pero, con todo, lo bastante para esconderlo de
los cuervos.
creón (se le acerca)z ¿Estás seguro de que no fue un
animal que estuviera escarbando?
El guardia: No, iefe. Primero también nosotros espe-
,"*o, que fuera eso. Pero le habían echado tierra
encima. De acuerdo con los ritos. Fue alguien que
sabía lo que estaba haciendo.
¡,Ntf coNe
Creón: ¿Quién se ha atrevido? ¿Quién ha sido tan
loco para desafiar mi ley? ¿Encontraste huellas?
El guardia: Nada, jefe. Nada más que un paso más
leve que el andar de un pájaro. Después, buscando
mejor, el guardia Durand encontró más lejos una pa-
la, una palita de niño muy vieia, toda oxidada. Pen-
samos que no podía ser un chico el que lo hizo. Pe-
ro el de primera clase la guardó para la
investigación.
Creón (un poco soñador): Un niño. .. La oposición
aniquilada que sordamente va minándolo todo. Los
amigos de Polinice con su oro bloqueado en Tebas,
los iefes de la plebe hediendo a aio, repentinamente
aliados de los príncipes, y los sacerdotes tratando de
pescar alguna cosita en medio de esto... ¡Un niño!
Seguramente pensaron que sería más conmovedor.
Ya estoy viendo al niño, con su facha de matón a
sueldo y la palita cuidadosamente envuelta en papel
bajo la ropa. A menos que hayan instruido a un ni-
ño de verdad, con frases... Una inocencia inestima-
ble para el partido. Un muchachito pálido que escu-
pirá delante de mis fusiles. Una preciosa sangre
fresca en mis manos, doble ganga. (Se acerca al
hombre.) Pero ellos tienen cómplices, y en mi guar-
dia quizá. Escúchame bien...
El guardia: ¡Jefe, se hizo todo lo debido! Durand se
sentó una media hora porque le dolían los pies, pe-
ro yo, jefe, estuve siempre de pie. El de primera cla-
se puede decírselo.
T52 r53
JEAN ANOUILH
Creón: ¿Con quién habéis hablado va de este asuntol
El guardia: Con nadie, jefe. En seguida tiramos suer-
tes, y vine.
Creón: Escucha bien. Vuestra guardia es doble. Des-
pedid al relevo. Es orden mía. Quiero que vosotrog
seáis los únicos junto al cadáver Y ni una palabra.
Sois culpables de negligencia, de todos modos seréis
castigados, pero si alguien habla, si corre por la ciu-
dad el rumor de que el cadáver de Polinice ha sido
cubierto, moriréis los tres.
El guardia (uocifera/: ¡Nadie habló, iefe, se lo ¡tirot
Pero yo estoy aquí y quizá los otros ya lo han dicho
al relevo... (Suda profusamente, tartaiea.) jefe, ten-
go dos hijos. Uno de ellos es muy pequeño. Usted se-
rá testigo de que yo estaba aquí, iefe, cuando me iuz-
gue el consejo de guerra. ¡Yo estaba aquí, con ustedt
¡Tengo un testigo! ¡Si alguien habló, serán los otros,
no yo! ¡Yo tengo un testigo!
Creón: Vete rápido. Si nadie lo sabe, vivirás. (El
guardia sale corriendo. Creón permanece mudo un
instante. De improuiso murmura./ Un niño. .. (Totna
al pequeño paie por el bombro.) Ven, pequeño.
Ahora tenemos que ir a contar todo esto... Y des-
pués empezará una buena faena. ¿Tú morirías, por
mí? ¿Crees que irías con tu palita? (El cbico lo mira,
Creón sale con é1, acariciándole la cabeza./ Sí, por
supuesto, tú también irías en seguida... (Se le oye
suspirar mientras sale.) Un niño...
eNrfcoNl
(Han salido. Entra El coro./
El coro: Y ya está. Ahora el resorte está tenso. No
tiene más que soltarse solo. Eso es lo cómodo en la
tragedia. Uno da el empujoncito para que empiece a
andar, nada, una breve mirada a una mujer que pa-
say alza los brazos en la calle, un deseo de honor en
una hermosa mañana) al despertar, como si fuera al-
go comestible, una pregunta de más que nos plan-
teamos una noche... Eso es todo. Después, basta de-
jarlo. Nos quedamos tranquilos. La cosa marcha
sola. La máquina es minuciosa; está siempre bien
aceitada. La muerte, la traición, la desesp eranza es-
tán ahí, bien preparadas: los estallidos, las tormen-
tas, los silencios, todos los silencios: silencio cuando
eI brazo del verdugo se levanta al fin; silencio al
principio, cuando los dos amantes están desnudos
uno frente al otro por primeÍa ve4 sin atreverse a
hacer un movimiento, en el cuarto a oscuras; silen-
cio cuando los gritos de la multitud estallan en ror-
no al vencedor, como en un film cuando el sonido se
traba, todas las bocas abiertas de las que nada sale,
todo ese clamor que es sólo una imagen, y el vence-
dor, vencido ya, solo en medio de su silencio...
La tragedia es limpia. Es tranquilizadora, es segu-
ra... En el drama, con sus traidores, la perfidia en-
carnizada, la inocencia perseguida, los vengadores,
las almas nobles, los destellos de esperanza) resulta
espantoso morir, como un accidente. Quizá hubiera
sido posible salvarse; el muchacho bueno tal vez hu-
biera podido llegar a tiempo con la policía. En la
tragedia hay tranquilidad. En primer lugar, todos
L
r54 r55
F
I
JEAN ANOUILH
son iguales. ¡Todos inocentes, en una palabra! No e¡
porque haya uno que mata y otro muerto. Eso e¡
cuestión de reparto. Y además, sobre todo, la trag€,
dia es tranquilizadora porque se sabe que no hay
más espeÍanza,la cochina esperanza; porque se sabe
que uno ha caído en la trampa, que al fin ha caídtt
en la trampa como una rata, con todo el cielo sobre
la espalda, y que no queda más que vociferar -no ge.
mir, no, no quejarse-, gritar a voz en cuello lo que
tenía que decir, lo que nunca se había dicho ni se sa.
bía siquiera aún. Y para nada; para decírselo a uno
mismo, para saberlo uno. En el drama el hombre 3e
debate porque espera salir de é1. Es innoble, utilite-
rio. Esto es gratuito, en cambio. Para reyes. ¡Y, por
último, nada queda por intentar! (Entra Antígons,
empwiada por guardias.) Ahora empieza. Han dete-
nido a la pequeña Antígon a. La pequeña Antígona
podrá ser ella misma por primera vez.
(Er cor.o desaparece mientras los guardias em-
puian a Antígona a escena.)
El guardia (que ha recobrado todo el aplomo/: ¡Va.
mos, vamos, nada de historias! Se explicará usted
delante del jefe. Yo no conozco otra cosa que la coh.
signa. Lo que usted tenía que hacer allí, no quiero
saberlo. Todo el mundo tiene excusas, todo el mun.
do tiene algo que objetar. Si hubiera que escuchar ¡
las gentes, si hubiera que comprender, estaríamo¡
aviados. ¡Vamos, vamos! Sujetadla, vosotros, y na.
da de historias! ¡No quiero saber lo que tiene que
decir!
r56
RNrf coNe
Antígona: Diles que me suelten, con esas manos su-
cias. Me hacen daño.
El guardia: ¿Manos sucias? Podría ser cortés, seño-
rita... Yo soy cortés.
Antígona: Diles que me suelten. Soy hija de Edipo,
soy Antígona. No me escaparé.
El guardiaz iLa hija de Edipo, sí! ¡Las rameras que
recoge la guardia nocturna también dicen que tenga
cuidado, que son buenas amigas del prefecto de po-
licía!
(Se ríen.)
Antígona: Acepto morir, pero no que me toquen.
El guardia: Y los cadáveres, ¿eh?, y la tierra, ¿no te
da miedo tocarlos? ¡Dices "esas manos sucias"! Mi-
ra un poco las tuyas.
/Antígon a mira con unct sonrisita sus manos suie-
las por las esposas. Están llenas de tierua.)
lrl guardia: ¿Te habían quitado la pala? ¿Tuviste que
volver a hacerlo con las uñas, la segunda vez? ¡Ah!
¡Qué audacia! Me vuelvo de espaldas un segundo, te
¡rido un chicote y listo, en lo que tardé para metérme-
Io en la boca, en lo que tardé para dar las gracías, ya
cstabas ahí, escarbando como una pequeña hiena. ¡Y
cn pleno día! ¡Y cómo luchaba, la zorca, cuando qui-
r57
F
JEAN ANOUILH
se apresarla! ¡Quería saltarme a los oios! ¡Gritabr
que tenía que terminar!... ¡Es una loca, sí!
El segundo guardia: Yo detuve a otra loca, el otro
día. Andaba mostrando el trasero a la gente.
El guardia: ¡Boudousse, la comilona que haremol
los tres para festejar esto!
El segundo guardia: En la Torcida. Allí es bueno el
tintillo.
El tercer guardia: Tenemos franco el domingo. ¿Y si
lleváramos a las mujeres?
El guardia: No, nosotros solos, para divertirnos...
Con las mujeres siempre hay historias, y además los
mocosos que quieren orinar. ¡Hace un rato, teh,
Boudousse?, nadie creía que íbamos a tener ganas de
bromear así!
El segundo guardia: Quizá nos den una recompensa.
El guardia: Puede ser, si es importante.
El tercer guardia: A Flanchard, el de la tercera,
cuando pescó al incendiario, el mes pasado, le die-
ron paga doble.
El segundo guardia: ¡Ah, no digas! Si nos dan paga
doble propongo que en lugar de ir a la Torcida va-
yamos al Palacio Arabe.
RNrfcoNe
El guardia: ¿A beber? ¿Estás loco? Te venden la bo-
tella al doble en el Palacio. Para hacer el amor, de
acuerdo. Escuchad lo que voy a deciros: primero va-
mos a la Torcida, nos atracamos como es debido y
después, al Palacio. Dime, Boudousse, ¿te acuerdas
de la gorda del Palacio?
El segundo guardia: ¡Ah, qué borracho estabas
aquel día!
El tercer guardia: Pero si nos dan doble sueldo,
nuestras mujeres lo sabrán. Si eso se arregla, quizá
nos feliciten públicamente.
El guardia: En ese caso, veremos. La iuerga, es otra
cosa. Si hay una ceremonia en el patio del cuartel,
como para las condecoraciones, también irán las
mujeres y los chicos.
El segundo guardia: Sí, pero habrá que enca rgar la
lista de platos con anticipación.
Antígona (pide con unA uocecita): Quisiera sentarme
un poco, por favor.
El guardia (después de reflexionar)zBstá bien, que se
siente. Pero no la soltéis. (Creón entra. El guardia
uocifera en seguida:) ihtención!
Creón (se detiene, sorprendido): Soltad a esa mu-
chacha. ¿Qué pasa?
r58 r59
JEAN ANOUIT
El guardia: Es el piquete de guardia, iefe. vinimo¡
con los camaradas.
Creón: ¿Quién cuida el cadáver?
El guardia: Llamamos al relevo, iefe'
creón: ¡Yo te había dicho que 1o despidieras! Te ha"
bía dicho que no dijeras nada'
El guardia: Nadie dif o nada,iefe. Pero como detuvi"
-o, "
ésta, pensamos que era meior venir' Y esta vel
no tiramos a suerte. Preferimos venir 10s tres.
creón: ¡Imbéciles! (a Arntígona./ ¿Dónde te detu'
vieron?
El guardia: Cerca del cadáver, iefe'
creón: ¿Qué ibas a hacer iunto al cadáver de tu hert
mano? Sabías que prohibí acercársele'
El guardia: ¿Pregunta qué hacía, jefe? Por eso ln
traJmos. Estaba escarbando la tierca con las Ítállol
Estaba recubriéndolo otra vez'
Creón: ¿Sabes lo que estás diciendo?
El guardia: Jefe, puede preguntár-selo a.los otrtll
Haúían limpiado el cadáver cuando volví; p€ro co*
mo en el sol que calentaba empez' a oler, nos subl.
mos a ,rn" p.queña altura, tto lt¡ot, para estar ál
eNrfcoN¡
viento. Pensamos que en pleno día no corríamos
ningún riesgo. Sin embargo, decidimos, para estar
más seguros, que siempre habría uno de los tres mi-
rándolo. Pero a medio día, en pleno sol, y además
con el olor que subía desde que amainaru el viento,
era como un mazazo. Por más que abriera los ojos,
era inútil, el aire temblaba como gelatina, yo ya no
veía. Voy al camarada a pedirle un chicote para so-
portarlo... Lo que tardé para metérmelo en la meji-
lla, jefe, lo que tardé para darle las gracias, me vuel-
vo: allí estaba ella escarbando con las manos. ¡En
pleno día! Debía pensar que era imposible no verla.
Y cuando vio que yo la corría, ¿cree que se detuvo,
que trató de escapar? No. Continuó con todas las
fuerzas tan rápido como podía, como si no me viera
llegar. Y cuand o la atrapé, luchaba como una dia-
blesa, quería seguir, me gritaba que la dejara, que el
cadáver no estaba todo cubierto todavía...
Creón (a Antígona)z ¿Es cierto?
Antígona: Sí, es cierto...
El guardia: Volvimos a desenterrar el cadáver, como
es debido, y después dejamos al relevo, sin decir una
palabra, y vinimos a traérsela, jefe. Eso es todo.
Creón: ¿Y anoche, la primeravez, fuiste tú también?
Antígona: Sí, fui yo. Con una palita de hierro que
nos servía para hacer castillos de arena en la playa,
durante las vacaciones. Era justamente la pala de
L
t6o t6t
F
JEAN ANOUIL;
Polinice. Había grabado su nombre en el mango con
un cuchillo. Por eso la deié a su lado. Pero ellos se la
llevaron. Entonces la segunda vez tuve que hacerlo
con las manos.
El guardia: Parecía un bicho escarbando. Tanto que
al primer golpe, de vista, con el aire caliente que
temblaba, el compañero diio: "No, hombre, es un
animal". "¿Te parece?, dije yo, es demasiado fino
para ser un animal. Es una mujer".
Creón: Está bien. Quizá se os pida declaración den-
tro de un rato. Por el momento, dejadme solo con
ella. Lleva a esos hombres al lado, hijo mío. Y que
permanezcan incomunicados hasta que yo vaya a
verlos.
El guardia: ¿Le pongo las esposas, iefe?
Creón: No. (Lo s guardias salen, precedidos por el
pequeño Paie. Creón y Antígona están solos uno
frente al otro.) ¿Habías hablado de tu proyecto con
alguien?
Antígona: No.
Creón: ¿Encontraste a alguien en el camino?
Antígona: No, a nadie.
Creón: ¿Estás bien segura?
eNrfcoNe
Antígona: Sí.
Creón: Entonces, escucha: vas a volver a tu casa, te
acostarás, dirás que estás enferma, que no saliste
desde ayer. Tu nodriza dirá lo mismo. Yo haré desa-
parecer a esos tres hombres.
Antígona: ¿Por qué? Usted sabe que volveré a ha-
cerlo.
(Un silencio. Se miran.)
Creón: ¿Por qué intentaste enterrar a tu hermano?
Antígona: Tenía que hacerlo.
Creón: Yo lo había prohibido.
Antígona (suauemente): Tenía que hacerlo, a pesar
de todo. Los que no son enterrados vagan eterna-
mente y nunca encuentran reposo. Si mi hermano vi-
vo hubiese vuelto molido de una larga cacería, yo le
hubiera quitado las zapatos, le hubiera dado de co-
mer, le habría preparado la cama... Hoy Polinice
concluyó la cacería. Vuelve a la casa donde mi padre
y mi madre, y también Eteocles, lo aguardan. Tiene
derecho al descanso.
Creón: Era un rebelde y un traidor, tú lo sabías.
Antígona: Era mi hermano.
t6z r63
ffif
JEAN ANOUILH
creón: ¿Escuchaste la proclama del edicto en las es-
quinas? ¿Leíste el cartel en todas las paredes de la
ciudad?
Antígona: Sí.
Creón: ¿Sabías la suerte prometida a cualquiera que
se atreviese a tributarle honores fúnebres?
Antígona: Sí, lo sabía.
Creón: Talvezcreíste que ser la hija de Edipo' la hi-
ia del orgullo de Edipo ) efa bastante pafa estar por
encima de la leY.
Antígona: No. No creí eso'
Creón: ¡La ley ha sido hecha antes que nada para ti'
Árrtigorr"; la iey ha sido hecha antes que nad a para
las hijas de los reYes!
Antígona: Si hubiese sido una qiadaque limpiabala
u^iíJi^cuando oí leer el edicto, ffi€ hubiera secado el
^gu^grasienta
de los brazos y hubiera salido en de-
lantal-pa ra ir a enterÍar a mi hermano
creón: No es cierto. si hubieses sido una criada, no
hubieras dudado de que ibas a morir y te hubieras
quedado en casa llorando a tu hermano' Pero tú
pensaste que eras de taza real, sobrina míay prome-
iid" d. *i tti¡o Y Que, ocurriera lo que ocurriese' no
me atrev eúa a condena rte a morir'
ANTfGONA
Antígona: Se equivoca usted. Estaba segura de que,
al contrario, usted me condenaría amorir.
Creón (la mira y murmura de pronto)z El orgullo de
Edipo. Eres el orgullo de Edipo. Sí, ahora que lo en-
cuentro en el fondo de tus ojos, te creo. Seguramen-
te pensaste que te condenaría a morir. ¡Y te parecía
un fin muy natural paru ti, orgullosa! También para
tu padre no digo la felicidad, ni se trataba de esa la
desgracia humana era demasiado poco. Lo humano
os estorba en la familia. Necesitáis una conversación
íntima con el destino y la muerte. Y matar a vuestro
padre, y acostaros con vuestra madre, y saberlo to-
do después, ávidamente, palabra por palabra. ¡eué
brebaje, ¿eh?, las palabras que os condenan! Y con
qué avidez se las bebe cuando uno se llama Edipo o
Antígona. Y lo más sencillo¡ después, es reventarse
los ojos e ir a mendigar con los hijos por los cami-
nos... Bueno, pues no. Esos tiempos se han acabado
para Tebas. Tebas tiene derecho ahora a un príncipe
sin historia. Yo me llamo solamente Creón, gracias
a Dios. Tengo los dos pies puestos en la tierra, las
dos manos metidas en los bolsillos y )ra que soy rey,
he resuelto, con menos ambición que tu padre, dedi-
carme sencillamente a hacer un poco menos absur-
do, si es posible, el orden de esre mundo. Ni siquie-
ra es una aventura, es un oficio de todos los días y
no siempre divertido, como todos los oficios. Pero
ya que estoy aquí para desempeñarlo, lo haré... Y si
mañana un mensaiero mugriento baja desde el seno
de las montañas para anunciarme que tampoco está
seguro de mi nacimiento, le rogaré sencillamente
b---
r64 16s
q
JEAN ANOUII
que se vuelva al lugar de donde vino y por tan poca
cosa no iré a provocar atutía ni me pondré a con-
frontar fechas. Los reyes, tienen otra cosa que hacer
que dramas personales, hiiita. (Se le acercd y la to'
ma del brazo.)Así que escúchame bien. Eres Antígo-
na, eres la hija de Edipo, sea, pero tienes veinte años
y no hace mucho todavía todo esto se hubiera afre-
glado con un pan seco y un par de bofetadas' (La ,
mira sonriente.) ¡Condenarte
^
morir! ¡No te has
mirado, pajarito! Eres demasiado flaca. Meior en-
gorda un poco , pana dar un niño robusto a Hemón'
T.b"t lo necesita más que tu muerte. Volverás a tu
casa en seguid a,harás lo que te diie y te callarás' Yo
me encargo del silencio de los otros. ¡Vamos, andat
Y no me fulmines así con tu mirada- Me tomas' por
un bruto, claro está' y has de pensar que soy decidi-
damente prosaico. Pero te quiero bien a pesar de tu
maldito carácter. No olvides que yo te regalé la pri-
mera muñeca, no hace tanto tiempo. (Antígona no
responde. Va a salir. Creón Ia detiene.) ifuntígona!
Por esa puerta no se va a tu cuarto. ¿A dónde vas
por ahí?
Antígon a (se detiene, le responde suauemente, sin
fanfarronería)z Usted lo sabe...
(tJn silencio. Se miran de nueuo de pie uno fren-
te al otro.)
Creón (murmura colno para sí)z ¿A qué juego estás
jugando?
eNrfcoN¡
Antígona: No estoy jugando.
Creón: ¿Pero no comprendes que si alguien más que
esos tres brutos se entera dentro de un instante de lo
que has intentado hacer, me veré obligado a conde-
narte a morir? Si te callas ahora, si renuncias a esta
locura, tengo una posibilidad de salvarte, pero ya no
la tendré dentro de cinco minutos. ¿Comprendes?
Antígona: Debo ir a entenÍar a mi hermano, porque
esos hombres lo han descubierto.
Creón: ¿Irás a repetir ese gesto absurdo? Hay otra
guardia alrededor del cuerpo de Polinice, y aunque
consigas cubrirlo otra vez) limpiarán su cadáveg
bien lo sabes. ¿Qué conseguirás sino ensangrentarte
las uñas y hacerte prender?
Antígona: Nada más que eso, lo sé. Pero por lo me-
nos puedo hacerlo. Y es preciso hacer lo que se
puede.
Creón: ¿Así que tú crees de verdad en ese entierro
según las reglas? ¿Crees en esa sombra de tu herma-
no condenada a andar siempre errante si no se arro-
ja sobre el cadáver un poco de tierra con la fórmula
del sacerdote? ¿Oíste recitar la fórmula a los sacer-
dotes de Tebas? ¿Viste esas pobres caras de funcio-
narios fatigados que abrevian los movimientos, se
tnagan las palabras, terminando apresuradamente
con un muerto para seguir con otro antes de la co-
mida de mediodía?
t66 r67
q
JEAN ANOUILH
Antígona: Sí, los he visto'
Creón: ¿Y no pensase nunca que si fuera una perso'
na aquien querías de verdad la que estaba allí' acos'
tada.t .l ,i1ón,te pondrías a aullar de golpe
'
a gri'
tarles que se callaran, 9üe se fueran?
Antígona: Sí, lo he Pensado'
Creón: Y ahora corres peligro de muerte porque ne'
gué a tu hermano ese pasaporte irrisorio, ese chapu-
ir.o en serie sobre sus despojos, esa pantomima que
te averg onzaría y mordfi caúa si la hubieras repre'
sentado. ¡Es absurdo!
Antígona: Sí, es absurdo'
Creón: Entonces, ¿por qué adoptas esa actitud? ¿Pa'
ra los demás, p"rtiot que creen? ¿Para alzarlos con-
tra mí?
Antígona: No.
Creón: ¿Ni para los demás, ni pata tu hermano?
¿Para quién entonces?
Antígon az Para nadie. Para mí'
Creón (la mira en silenciol: ¿Así que tienes ganas de
morir? Ya pareces una pequeña presa de caza'
enternezca conmigo. Haga como
t68
eNtfcoNR
yo.Haga lo que tiene que hacer. Pero si es usted un
ser humano, hágalo en seguida. Eso es todo lo que
le pido. No tendré coraie eternamente, es cierto.
Creón (se acerca/: Quiero salvarte, Antígona.
Antígona: Usted es el rey lo puede todo, pero eso no
puede hacerlo.
Creón: ¿Te parece?
Antígona: Ni salvarme, ni impedirme hacer lo que
quiero.
Creón: ¡Orgullosa! ¡Pequeña Edipo!
Antígona: Lo único que puede es condenarme a
morir.
Creón: ¿Y si te hago torturar?
Antígona: ¿Para qué? ¿Para que llore, paÍa que pida
gracia, para que jure todo lo que quieran y vuelva a
hacerlo otta vez cuando no me duela ya?
Creón (le aprieta el brazo): Escúchame bien. Me ha
tocado el papel malo, por supuesto, y a ti el bueno.
Y lo sabes. Pero no te aproveches demasiado, peque-
ña peste... Si fuerayo un buen bruto, un tirano co-
mún, hace rato te hubiera aÍrancado la lengua, des-
garrado los miembros con tenazas o arrojado en un
pozo. Pero tú ves en mis ojos algo que vacila, ves
Antígona: No se
r6g
JEAN ANOUIT
que te dejo hablar en cambio de llamar a mis solda-
áor; por eso te burlas, atacas mientras puedes'
¿Adónde quieres ir, Pequeña furia?
Suélteme. Me lastima el brazo con su
eNrfcoNR
sentarse en unt silla en medio de Ia habitación. Se
quita la chaquetA, AuAnza hacia ella, pesado, pode-
roso, en mangas de camisa.) Al día siguiente de la re-
volución frustrada hay entuertos que enderezar, te lo
aseguro. Pero los asuntos urgentes esperarán. No
quiero dejarte morir por un lío político. Vales más
que eso. Porque tu Polinice, esa sombra desconsola-
d^ y ese cuerpo que se descompone entre sus guar-
dias y todo ese patetismo que te inflama, no es más
que un lío político. Ante todo, no soy tierno, pero
soy delicado; me gustan las cosas limpias, claras,
bien lavadas. ¿Crees que no me asquea tanto como
a ti esa carne que se pudre al sol? Por la noche,
cuando el viento viene del mar, se la huele en el pa-
lacio. Me da náuseas. Sin emb argo, ni siquiera ce-
rmé la ventana. Es innoble, y puedo decírtelo a ti,
es estúpido, monstruosamente estúpido, pero es pre-
ciso que toda Tebas huela eso durante un tiempo.
¡Tienes raz6n, debería hacer enterrar a tu hermano
aunque más no fuera por higiene! Pero para que los
brutos a quienes gobierno comprendan, el cadáver
de Polinice tiene que apestar toda la ciudad durante
un mes.
Antígona: ¡Es usted odioso!
Creón: Sí, hiiita. El oficio lo exige. Lo que puede dis-
cutirse es si hay que hacerlo o no. Pero de hacerlo,
tiene que ser así.
Antígona: ¿Por qué lo hace?
Antígona:
mano.
Creón (apretand'o más fuerte)z No' Yo soy el már
fuerte así, también me aProvecho'
Antígon a (lanza un gritito): ¡AY!
creón (con oios risueños)zTalvez es lo que debería
hacerte después de todo, sencillamente' torcerte la
muñeca, tirárte del pelo como se hace a las muieres
en los iuegos. (La mira otra uez' Se pone graue' Le
d.ice dásdi *uy cerca.) Soy tu tío, claro está, pero no
somos cariñosos en la familia. ¿No te parece curio'
so, a pesar de todo, este rey ridiculizado que te escu'
.h", .rt. viejo que lo puede todo y que ha visto ma'
,^,
^otros'
ie lo aseguro' y tan enternecedores como
tú, y q,re está aquí, Iomándose tanta molestia con el
intento de imPedir tu muerte?
Antígon a (después de una pausa)z Aptieta usted de'
-"ri"do ahora. Ni siquiera me duele' Ya no tengo
brazo.
creón (la mira y la suelta con una sonrisita. Murmu-
ra)z Dios sabe sin embargo que tengo
-
otras cosat
qú. h"..r ho¡ pero con todo perderé el tiempo ne'
cesario para r"irr"rt., pequeña peste' (La obliga a
L.
170 17r
q
JEAN ANOUILH
creón: una maitana me desperté siendo rey de Te-
bas. Y Dios sabe que había otras cosas en la vida
que me gustaban más que ser poderoso"'
Antígona: ¡Había que decir que no' entonces!
creón: Podía hacerlo. Pero me sentí de golpe como
un obrero que rcchaza un trabaio' No me pareció
honrado. Dije que sí.
Antígona: Bueno, lo siento por usted' ¡Yo no he di'
cho [o. sí! ¡eué pueden importarme a mí su políti'
.", ,,, ,t...ridád, sus pobres historias! Yo puedo de'
cir que no todavía a todo lo que no me gusta y soy
único juez.Y usted con su corona' con sus guardias'
con su pompa' sólo puede hacerme morir, porque
dijo que sí.
Creón: Escúchame.
Antígona: si quiero, puedo no escucharlo. usted di'
io q.re sí. usted no tiene nada más de qué enterarme.
,yo
,i. Está ahí bebiéndose mis palabras. Y si no lla'
ma alos guardias, es paraescucharme hasta el final.
Creón: ¡Me diviertes!
Antígona: No. Le doy miedo. Por eso tfata de sal'
u"rr*. A pesar de todo sería más cómodo conservar
una pequeña Antígona viva y muda en este palacio.
Er,rrt.á demasiado sensible para ser un buen tirano,
eso es todo. Pero sin embargo me hará morir dentrO
ANTfGoNA
de un instante, usted lo sabe, y por eso tiene miedo.
Es feo un hombre que tiene miedo.
Creón (sordamente)l Bueno, sí, tengo miedo de ver-
me obligado a hacerte matar si te obstinas. Y no qui-
siera hacerlo.
Antígona: ¡Yo no me veo obligada a hacer lo que no
quisiera! ¿Acaso usted tampoco hubiera querido ne-
gar una tumba a mi hermano? Dígalo: ¿no hubiera
querido?
Creón: Ya te lo he dicho.
Antígona: Y sin embargo lo ha hecho. Y ahora me
haú matar sin quererlo. ¡Y eso es ser rey!
Creón: ¡Sí, es eso!
Antígona: ¡Pobre Creón! Con las uñas rotas y llenas
de tierra y los moretones que tus guardias me hicie-
ron en los brazos, con el miedo que me retuerce las
tripas, yo soy reina.
Creón: Entonces, ten lástima de mí, vive. El cadáver
de tu hermano que se pudre bajo mis ventanas, es
precio suficiente para que el orden reine en Tebas.
Mi hijo te quiere. No me obligues a pagar contigo
además. Ya he pagado bastante.
Antígona: No. Usted dijo que sí. ¡Ahora nunca deja-
rá de pagar!
172- 173
I
JEAN ANOUILH
creón (la sacude de pronto fuera de sí)z ¡Pero Dior
mío! ¡Tr"r" de comprender un minuto tú también,
chica idiota! Yo he tratado de comprenderte. Tiene
que haber quienes digan que sí. Tiene que haber
q,ri.rr., gobi.rrr.n la 1"t.". Hace agua por todac
p"rr.r, está llena de crímenes, de necedad, de mise'
,i^... Y el timón vacila. La tripulación ya no quiere
hacer nada, sólo piensa en saquear la cala y los ofi'
ciales están ya construyendo una balsa cómoda, só'
lo para ellos, con toda la provisión de a}va dulce,
p^i^ salvar por lo menos el pellejo. Y el mástil cru'
i., y el viento silba y las velas van a desgarrarse y to'
do, .rot brutos reventarán juntos porque no pien'
san más que en el pelleio' en su precioso pelleio y en
sus asuntitos. ¿Te parece entonces que queda tiempo
pafahacerse .i t.iitt"do, para saber si hay que decir
qr.re sí o que no, para preguntarse si no habrá que
p^g^, demasiado caro algún día y si todavía se Po'
árl ,., un hombre después? Uno toma el timón, se
yergue frente a la montaña de agua, grita una orden
y aItp"t" al montón, al primero que dé un paso' ¡Al
,,'orriOttl Aquello no tiene nombre' Es como la ola
que acab" á. abatirse sobre el puente delante de
,rto; el viento castiga y la cosa que cae en el grupo
no tiene nombre. Eia quizá aquel que te había dado
fuego, sonriendo, la víspera. Ya no tiene nombre' Y
tú ámpoco tienes nombre, afercada a la ca¡.a del ti'
món. soto el barco tiene nombre y la tempestad.
¿Lo. comprendes?
Antígon a (sacude la cabeza/: No quiero comprender.
Eso éstá bien para usted. Yo estoy aquí pana otra co'
RNtfcoN¡,
sa que para comprender. Estoy aquí para decirle que
no y para morir.
Creón: ¡Es fácil decir que no!
Antígona: No siempre.
Creón: Para decir que sí, hay que sudar y arreman-
garse, tomar la vida con todas las manos y meterse en
ella hasta los codos. Es fácil decir que no, aunque ha-
ya que, morir. Basta con no moverse y esperar. Espe-
rar pata vivir, esperar hasta para que lo maten a uno.
Es demasiado cobarde. Es una invención de los hom-
bres. ¿Te imaginas un mundo donde los árboles tam-
bién hubieran dicho que no a la savia, donde los ani-
males hubieran dicho que no al instinto de caza o del
amor? Los animales, por lo menos, son buenos, sen-
cillos y duros. Van, empujándose unos a otros, va-
lientemente, por el mismo camino. Y si caen, los
otros pasan y puede perderse [o que se quiera, siem-
pre quedará uno de cada especie dispuesto a tener
nueva ctía y reanudar el mismo camino con el mismo
coraje, igual a los que pasaron antes.
Antígona: Qué sueño para un rey, los animales, ¿eh?
Sería tan sencillo.
(Un silencio; Creón la mira.)
Creón: ¿Me desprecias, verdad? (Ella no contesta;
Creón continúa como para sí.) Es curioso. A menu-
do he imaginado este diálogo con un hombrecito pá-
¡¡-
174 175
r-
i
JEAN ANOUII
lido que hubiera intentado matarme y de quien no
podría obtener nada más que desprecio. Pero no
pensaba que sería contigo y por algo tan tonto... (Se
toma la cabeza entre las manos. Se nota que está ex'
tenuado.) Pero escúchame por última vez. Mi papel
no es bueno, pero es mi papel y te haré matar. Sólo
que antes quiero que tú también estés bien segura
del tuyo. ¿Sabes por qué vas a morir, Antígona? ¿Sa-
bes al pie de qué historia sórdida vas a firmar para
siempre con tu nombre ensangrentado?
Antígona: ¿Qué historia?
Creón: La de Eteocles y Polinice, la de tus hermanos.
No, tú crees saberla, no la sabes. Nadie la sabe en
Tébas, salvo yo. Pero me parece que tú, esta maña'
na, también tienes derecho a saberla. (Reflexiona un
instante, con la cabeza en las manos, de codos sobre
una rodilla. Se le oye mumurAr./ No es muy agrada-
ble, verás. (Y comienza sordamente sin mirar A An'
tígona.)Ante todo, ¿qué recuerdas de tus hermanos?
¿Dos compañeros de iuego que seguramente te des'
preciaban, que te rompían las muñecas, siempre cu-
ihi.h.átrdose secretos al oído para hacerte rabiar?
Antígona: Eran grandes...
Creón: Después debiste de admirar sus primeros ci'
garrillos, sus primeros pantalones largos; y luego
empezaron a salir de noche, a oler a hombrery ya no
te miraron,más.
eNrfcoue
Antígona: Yo era una mujer...
Creón: Tú veías llorar a tu madÍe) a tu padre coléri-
co, oías golpear la puerta cuando volvían y sus risas
en los corredores. Y pasaban delante de ti, tamba-
leantes, oliendo a vino.
Antígona: Una vez me escondí detrás de una puerta;
era a la mañan a, acabábamos de levantamos y ellos
volvían. ¡Polinice me vio, estaba muy pálido, con los
ojos brillantes y tan hermoso con su traje de gala!
Me dijo: "Yaya, ¿estás ahí?" Y me dio una gran flor
de papel que había traído de la fiesta.
Creón: Y tú conservaste esa flor, ¿verdad?
Antígona (se estremece/: ¿Quién se lo dijo?
Creón: ¡Pobre Antígona, con tu flor de cotillón! ¿Sa-
bes quién era tu hermano?
Antígona: ¡Sabía que usred iba a hablarme mal de é1,
en todo caso!
Creón: Un pobre juerguista imbécil, un carnicero
duro y sin alma, un brutito que sólo servía par an-
dar a más velocidad que los otros con sus coches,
para gastar más dinero en los bares. Una vez, yo es-
taba presente, tu padre acababa de negarle una fuer-
te suma que había perdido en el juego; se puso muy
pálido y le levantó la mano gritando una palabra in-
fame.
176 177
JEAN ANOUILH
Antígona: ¡Eso no es cierto!
Creón: ¡Su puño de bruto voló ala carade tu padret
Era lastimoso. Tu padre estaba sentado a su mesa,
con la cabeza en las manos. Sangraba por la nariz.
Lloraba. Y en un rincón del escritorio, Polinice, bro-
meando, encendía un cigarrillo.
Antígona (ahora casi suplicante): ¡Eso no es ciertol
Creón: Acuérdate, tú tenías doce años. No lo visteis
durante mucho tiempo. ¿Es cierto eso?
Antígona (sordamente): Sí, es cierto.
Creón: Fue después de aquella disputa. Tu padre no
quiso denunciarlo. Polinice se alistó en el ejército ar-
givo. Y desde que estuvo con los argivos, empezó
contra tu padre la caza del hombre, contra aquel
vieio que no se decidía a morir, a soltar el reino. Los
atentados se sucedían y los matones que pescába-
mos, siempre acababan por confesar que habían re-
cibido dinero de é1. No sólo de é1, por lo demás. Por-
que eso es lo que quiero que sepas, los entretelones
de este drama en el que ardes por desempeñar un pa-
pel, la cocina. Ayer hice grandiosos funerales a Eteo-
cles. Eteocles es ahora un héroe y un santo para Te-
bas. Todo el pueblo estaba presente. Los niños de las
escuelas dieron todos los centavos de sus alcancías
para la corona; los ancianos, falsamente conmovi-
dos, magnificaron con trémolos en la voz al buen
hermano, al hijo fiel de Edipo, al príncipe leal. Yo
¡NtfcoNe
también pronuncié un discurso. y todos los sacerdo-
tes de Tebas en pleno, con la cara de circunstancias.
Y los honores militares... Era preciso... como te
imaginarás, no podía darme el lujo de tener un crá-
pula en los dos bandos. pero voy'adecirte algo, que
sólo sé, algo horrible: Eteocles, ese premio a la vir-
tud, no valía más que polinice. El buen hijo también
había intentado hacer asesinar a su padre, el prínci-
pe leal había decidido también u.rid., a Tebas al
mejor postor. Sí, ¿te parece gracioso? Ahora tengo la
¡ry9ba de que la traición por la cual er cuerpo de
Polinice se está pudriendo al sor, Eteocres, gu€ duer-
me en su tumba de mármor se prepa raba también a
comererla. Es una casualidad que porinice hay a da-
do el-golpe antes que é1. Teníamos que habérnoslas
con dos ladrones de feria que se engañaban uno al
otro mientras nos fumaban a nosotros y que se de_
gollaron como dos pillos que eran, por una cuestión
de cuentas... Pero he teniáo que convertir en héroe
a uno de ellos. Entonces -"náé buscar sus cadáve-
res entre los otros. Los encontraron abrazados, por
primera vez en su vida, sin duda. se habían ensarta-
do mutuamente y después la carga de ra cabailería
argiva les pasó por encima. Estaban hechos papiila,
Antígona, irreconocibles. Hice recoger uno de los
cuerpos' el menos estropeado de los dos, paralos fu-
nerales nacionales, y di orden de que ,.'d.¡"r" p,r_
drir el orro donde estaba. Ni siquiera sé ..r¿t. y te
aseguro que me da lo mismo.
(Hay un largo silencio; no ue mueuen; están sin
mirarse; después Antígona dice despacito:)
178 r7g
F''
i
JEAN ANOUIT
Antígona: ¿Por qué me contó esto?
(Creón se leuanta, se pone la chaqueta.)
Creón: ¿Era preferible dejarte morir por esa pobre
historia?
Antígona: Tal vez. Yo creía. (Hay otro silencio,
Creón se le acerca.)
Creón: ¿ Qué vas a hacer, ahora ?
Antígon a (Se leuanta como una sonámbula)z Voy a
subir a mi cuarto.
Creón: No te quedes mucho tiempo sola. Vete a ver
a Hemón esta mañana. Cásate rápido.
Antígona (en un soplo,): Sí.
Creón: Tienes toda la vida por delante. Nuestra dis-
cusión era ociosarte lo aseguro. Tienes ese tesoro to-
davía.
Antígona: Sí.
Creón: No hay otra cosa que importe. ¡Y tú ibas a
derrocharlo! Te comprendo, yo hubiera hecho lo
mismo a los veinte años. Por eso bebía tus palabras.
Escuchaba desde el fondo del tiempo a un joven
Creón flaco y pálido como tú y que también sólo
pensaba en darlo todo... Cásate pronto, Antígona,
ANTfGoNA
sé feliz. La vida no es lo que tú crees. Es un agua que
los jóvenes dejan correr sin saberlo, entre los dedos
abiertos. Cierra las manos, cierra las manos, rápido.
Reténla. Ya verás, se convertirá en una cosita dura y
simple que uno roe sentado al sol. Todos te dirán lo
contrario porque necesitan tu fuerza y tu impulso.
No los escuches. No me escuches cuando pronuncie
el próximo discurso delante del sepulcro de Eteo-
cles. No será cierto. Sólo es cierto, lo que no se di-
ce... Tú también lo sabrás, demasiado tarde; la vida
es un libro que amamos, un niño que juega a tus
pies, una herramienta que uno suieta bien en la ma-
no, un banco pata descansar ala noche delante de
casa. Vas a despreciarme otra vez, pero descubrir
eso, ya verás, es el consuelo irrisorio de envejecer, la
vida quizá sólo sea, después de todo, la felicidad.
Antígona (murmurA, con Ia mirada un poco perdi-
da)z La felicidad...
Creón (de pronto con un poco de uergüenza): Una
pobre palabra, ¿eh?
Antígona (despacito)z ¿Qué será mi felicidad? ¿En
qué mujer feliz se convertirá la pequeña Antígona?
¿ Qué mezquindades tendrá que hace r día a día, pa-
na arrancar con los dientes su pedacito de felicidad?
Dígame, ¿a quién deberá mentir, a quién sonreír, a
quién venderse? ¿A quién deberá deiar morir apaf-
tando la mirada?
Creón (se encoge de bombros)z Estás loca, cállate.
r8o r8r
,,nl
JEAN ANOUILH
Antígona: ¡No, no me callaré! Quiero.ybg cómo
-. fit arceglaré' yo tamb íén, pan ser feliz' En segui'
á", p.to,r."h"y ql. .l"gir en seguida' Usted dice que
ü íi¿" ., ,"r, h.i',o'"'"vo qt'itio saber cómo me las
arreglaré Pafa vivir.
Creón: ¿Amas a Hemón?
Antígona: Sí, amo a Hemón' Amo a un Hemón du-
ro y ioven; a un Hemón exigente y fiet':o1o yo' Pe-
;; ;t' la viÁa,U f.t.i¿ad de que usted habla han de
;;;.;.r él con su desgaste, si Hemón no ha de pa-
lidecer ya cuando yo pahdezca' si no ha d.e creerme
*rr.rr".uando tardo tittto minutos' si no ha de sen-
tirse solo en el mundo y detestarme cuando me río
,in qrr. él sepa por qué, si. ha de convertirse a mi la-
do en el señor É.-étt, si ha de aprender a.decir que
sí él también, entonces ya no amo a Hemón'
Creón: No sabes lo que dices' Cállate'
Antígona: Sí' yo sé lo que
4igot
es usted el que ya no
;; .r... Ahára le hablo deide muy leios' desde un
reino donde no puede entrar con SUS arrugas, Su
prudencia, su buriig"' (Se ríe') ¡Ahl ¡Me río' Creón'
me río porq,r. i.l,Jo dt golpe a los quince años! El
mismo aire de impotenti" y de creer que todo se
p".¿.. La vida sólá te ha añadido todas esas arrugi-
,", .r, la caray esa grasa que te envuelve'
Creón (la sacude)z ¿Te callarás de una vez?
eNrfcoNe
Antígona: ¿Por qué quieres hacerme callar? ¿Porque
sabes que tengo razónl ¿Crees que no leo en tus ojos
que lo sabes? Sabes que tengo razín,pero no lo con-
fesarás nunca porque estás defendiendo tu felicidad
en este momento como una fiera.
Creón: ¡La tuya y la mía, sí, imbécil!
Antígona: ¡Todos vosotros me dais asco con vuestra
felicidad! Con vuestra vida que hay que amar cues-
te lo que cueste. Como perros que lamen todo lo que
encuentran. Y esa pequeña posibilidad pafa todos
los días, si no se es demasiado exigente. Yo lo quie-
ro todo, en seguid^ -y que sea completo-, y si no,
me niego. Yo no quiero ser modesta y contentarme
con un trocito, si he sido iuiciosa. Quiero estar segu-
ra de todo hoy y que sea tan hermoso como cuando
era pequeña, o morir.
Creón: ¡Anda, empieza, empieza como tu padre!
Antígona: ¡Como mi padre, sí! Somos de los que
plantean las preguntas hasta el fin. Hasta que no
quede ya en realidad viva una pequeña posibilidad
de esperanza) hasta que no quede sin estrangular la
más pequeña posibilidad de esperanza. ¡Somos de
los que saltan encima, cuando la encuentran, a la es-
petanza, a vuestra querida esperanza, a vuestra su-
cia esperanzal
Creón: ¡Cállate! ¡Si te vieras gritando esas palabras!
Te pones fea.
F
i
t
t
E
183
t8z
JEAN ANOUILH
Antígona: ¡Sí, soy fea! Son indignos' ¿verdad?' estos
gritos, estos sobresaltos, esta lucha de traperos' Pa-
pa ,oto fue hermoso después, cuando estuvo seguro
por fin de que había matado a su padre, de que se
Labía acost;do con su madre, y de que ya nada, na-
da podía salvarlo. Entonces se tranquíIízó de golpe,
trrut una especie de sonrisa y se volvió hermoso. To-
do había acabado. ¡Le bastó cerrar los oios para no
ver nada más! ¡Ah, qué caras las vuestras, pobres ca-
ras de candidator
"
la felicidad! Sois vosotros los
feos, hasta los más hermosos. Todos tenéis algo feo
en la comisura del ojo o de la boca. Tú lo diiiste ha-
ce un instante, creón: la cocina. ¡Tenéis caras de co-
cineros!
creón (le estruia el brazo): Ahora te ordeno que te
calles, ¿me oyes?
Antígona: ¿Me lo ordenas, cocinero? ¿Crees que
puedes ordenarme algo?
creón: La antesala está llena de gente. ¿Quieres per-
derte? Te oirán.
Antígona: ¡Bueno, pues abre las puertas! ¡Justamen-
te, me oirán!
creón (que trata de taparle la boca a la fuerza)z iTe
callarás de una vez' Por Dios!
Antígona (se debate): ¡Vamos, rápido, cocinero!
¡Llama a los guardias!
eNtf coNR
(Se abre la puerta. Entra Ismena./
Ismena (lanzando un grito): ¡Antígona!
Antígona: ¿ Qué quieres tú ahora ?
Ismena: ¡Antígona, perdóname! Antígona, ya ves,
vengo, tengo coraje. Ahora iré contigo.
Antígona: ¿Adónde vendrás comnigo?
Ismena: ¡Si la condena a morir, tendrá que conde-
narme a morir con ella!
Antígona: ¡Ah, no! Ahora no. ¡Tú no! Yo, yo sola.
No te figures que vendrás a morir conmigo ahora.
¡Sería demasiado fácil!
Ismena: ¡No quiero vivir si tú mueres, no quiero
quedarme sin ti!
Antígona: Tú has elegido la vida y yo la muerte. Dé-
jame ahora de jeremiadas. Había que ir esta maña-
na, en cuatro patas, en la noche. ¡Había que ir a es-
carbar la tierra con las uñas mientras ellos estaban
cerca y dejarse apresar como una ladrona!
Ismena: ¡Bueno, pues iré mañana!
Antígonaz ¿La oyes, Creón? Ella también. Quién sa-
be si no se contagiarán otros al escucharme. ¿Qué
esperas para llamar a los guardias? Vamos, Creón,
F
i
t'! ¡,9LlL'uri':
c{tÍ {'toIf u
JEAN ANOUILH
un poco de coraje, no es más que un mal rato. ¡Va'
mos, cocinero, ya que no hay más remedio!
Creón (grita de pronlo/: ¡Guardias! (Los guardias
aparecen en seguida.) Llevadla.
Antígon a (con un fuerte grito d.e aliuioT: ¡Por fin,
Creón!
(Los guardias se lanzan sobre ella y la lleuan- Is'
mena sale gritando tras ella.)
Ismena: ¡Antígona! ¡Antígona!
(Creón se ha quedado solo. EI coto enlt4 y-SgJe
aceyca.)
El coro: Estás loco, Creón. ¿Qué has hecho?
Creón (mirando a lo leios/: Tenía que morir.
El coro: ¡No dejes morir a Antígona, Creón! Todos
llevaremos esa laga en el costado durante siglos.
Creón: Ella era la que quería morir. Ninguno de no-
sotros tenía fuerza bastante para convencerla de que
viviera. Ahora lo comprendo; Antígona naci6 para
estar muerta. Quizá ni ella misma lo supiera' pero
Polinice era sólo un pretexto. Cuando tuvo que re-
nunciar a ese pretexto, encontró otro en seguida. Lo
que importaba pata ella era negarse y morir.
eNrfcoNa
El coro: Es una niña, Creón.
Creón: ¿Qué quieres que haga por ella? ¿Condenar-
la a vivir?
Hemón (entra gritando): ¡Padre!
Creón (corre hacia é1, Io besa): Olvídala, Hemón; ol-
vídala, hijo mío.
Hemón: Estás loco, padre. Suéltame.
Creón (lo suieta más fuerte)z Lo he intentado todo
para salvarla, Hemón. Lo he intentado todo, te lo
juro. No te quiere. Hubiera podido vivir. Prefirió su
locura y la muerte.
Hemón (grita, tratando de librarse de su brazo): iPe-
ro padre, ya ves que la llevan! ¡Padre, no dejes que
esos hombres la lleven!
Creón: Ya ha hablado. Toda Tebas sabe ahora lo
que hizo. Me veo obligado a hacerla morir.
Hemón (se arranca de sus brazos/: ¡Suéltame!
(Un silencio. Están uno frente al otro. Se miran.)
El coro (se acerca/: ¿No se puede imaginar algo, de-
cir que está loca, encerrarla?
t86 t87
JEAN ANOUILH
Creón: Dirán que no es cierto. Qoe la salvo porque
iba a ser la mujer de mi hijo. No puedo.
El coro: ¿No se puede ganar tiempo, hacerla escapar
mañana?
Creón: La multitud ya 1o sabe, aúlla alrededor del
palacio. No puedo.
Hemón: Padre, la multitud no es nada. Tú eres el
amo.
Creón: Soy el amo antes de la ley. No después.
Hemón: Padre, soy tu hijo, no puedes dejar que me
la lleven.
Creón: Sí, Hemón. Sí, hiio mío. Valor. Antígona no
puede vivir más. Antígona ya nos ha abandonado a
todos.
Hemón: ¿Crees que yo podré vivir sin ella? ¿Crees
que aceptaré vuestra vida? Y todos los días, de la
mañana a la noche, sin ella. Y vuestra agitación,
vuestra charla, vuestro vacío, sin ella.
Creón: Tendrás que aceptar, Hemón. Cada uno de
nosotros tiene un día, más o menos triste, más o me-
nos lejano, en que debe aceptar ser un hombre. Pa-
ra ti, ha llegado hoy... Y aquí estás frente a mí con
las lágrimas asomándote a los ojos y el corazín do-
lido, muchachito mío, por última vez... Cuando te
eNrfcoNe
hayas vuelto, cuando hayas cruzado ese umbral den-
tro de un instante, todo habrá acabado.
Hemón (retrocede un poco y dice despacito/: Ya se
acabó.
Creón: No me iuzgues, Hemón. No me juzgues tú
también.
Hemón (lo rnira y dice de pronlo/: Aquella gran
fuerua y aquel coraje, arel dios gigante que me le-
vantaba en sus brazos y me salvaba de los mons-
truos y las sombras, ¿eras tú? Aquel olor prohibido
y aquel buen pan de la noche, bajo la lámpara,
cuando me mostrabas libros en tu escritorio, ¿eras
tú, te parece?
Creón (humildemente)t Sí, Hemón.
Hemón: Todos aquellos cuidados, todo aquel orgu-
llo, todos aquellos libros llenos de héroes, ¿eran pa-
ra llegar a esto? ¿Para llegar a ser un hombre, como
tú dices, y muy contento de vivir?
Creón: Sí, Hemón.
Hemón (grita de pronto como un niño, arroiándose
en sus brazos)z ¡Padre, no es cierto! ¡No eres tú, no
es hoy! No estamos los dos al pie de este muro don-
de sólo cabe decir que sí. Todavía eres poderoso, co-
mo cuando yo era pequeño. ¡Ah! ¡Te lo suplico, pa-
dre, que yo te admire, que siga admirándote! Estoy
r88 r89
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I
JEAN ANOUILH
demasiado solo y el mundo queda demasiado desnu-
do si no puedo admirarte más.
Creón (lo aparta de sí): Estamos solos, Hemón. El
mundo está desnudo. Y me has admirado demasia-
do tiempo. Mírame, esto es convertirse en un hom-
bre: ver un día, de frente, el rostro del padre.
Hemón (lo mira, Iuego retrocede gritando/: ¡Antígo-
na! ¡Antígona! ¡Socorro!
(Sale corriendo.)
El coro (se acerca a Creón): Creón, salió como un
loco.
Creón (que mira a lo leios, hacia adelante, inmóuil)z
Sí. Pobrecito, la quiere.
El coro: Creón, hay que hacer algo.
Creón: No puedo hacer nada más.
El coro: Se ha marchado, herido de muerte.
Creón (sordamente)z Sí, estamos todos heridos de
muerte.
(Antígona entra en la habitación, empuiada por
los guardias que apuntalan la puerta, detrás de la
cual se adiuina a la mubitud que grita.)
t/'lznl' a;-a o¿'tl. *<?v'*
eNrfcoNe
El guardia: ¡Jefe, invaden el palacio!
Antígona: ¡Creón, no quiero ver más sus rostros, no
quiero oír más sus gritos, no quiero ver más a nadie!
Ahora tienes mi muerte, ya basta. Haz que no yea a
nadie más hasta que esto haya terminado.
Creón (sale gritando a los guardias); ¡Guardia en las
puertas! ¡Que desalojen el palacio! ¡Tú quédate con
ella!
(Los otrgs_ Q9s guardias salen seguidos por el co-
€: AnTG-óna i, q-;iaa ioTa ión guálct a--*
Lo mira.)
Antígona (dice de pronto/: Así que eres tú.
El guardia: ¿Yo qué?
Antígona: Mi última cana de hombre.
El guardia: Hay que creerlo.
Antígona: Déjame mirarre...
El guardia (se aparta, molesto): Vamos,
Antígona: ¿Tú fuiste el que me deruvo
tante?
vamos.
hace un ins-
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El guardia: Sí, yo.
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JEAN ANOUILH
Antígona: Me lastimaste. No necesitabas lastimar-
me. ¿Acaso parecía que quería escaparme?
El guardia: ¡Vamos, vamos, nada de historias! Si no
fuera usted, sería yo el que muriese.
Antígona: ¿Cuántos años tienes?
El guardia: Treinta y nueve.
Antígona: ¿Tienes hijos?
El guardia: Sí, dos.
Antígona: ¿Los quieres?
El guardia: Eso no le interesa.
(Comienza a caminar por la habitación; por un
rato no se oye más que sus pasos.)
Antígona (pregunta muy humilde): ¿Hace mucho
que usted es guardia?
El guardia: Después de la guerra. Era sargento. Me
reenganché.
Antígona: ¿Hay que ser sargento para ser guardia?
El guardia: En principio, sí. Sargento o haber se-
guido el pelotón especial. Llegado a guardia, el
sargento pierde el grado. Por ejemplo: si me en-
¡NtfcoNe
cuentro con algún recluta de la armada, puede no
saludarme.
Antígona: ¿Ah sí?
El guardia: Sí. Fíjese gue, generalmente, lo hace. El
recluta sabe que el guardia es un graduado. Cues-
tión de sueldo: tenemos la paga corriente del guar-
dia, como los del pelotón especial, y durante seis
meses, a maner a de gratificación, un suplemento de
la paga de sargento. Sólo gu€, como guardia, hay
otras ventaj as. Aloj amiento, combustible, gr'atifica-
ción. Por último, el guardia casado con dos hijos
llega a ser más importante que el sargento de servi-
cio activo.
Antígona: ¿Ah sí?
El guardia: Sí. Eso explica la rivalidad entre el
guardia y el sargento. Usted quizás haya notado
que el sargento finge despreciar al guardia. El gran
argumento de ellos es el ascenso. En cierto sentido,
es justo. El ascenso del guardia es más lento y más
difícil en la armada. Pero no olvide usted que un
brigadier de guardias, es algo distinto de un sargen-
to en jefe.
Antígona (le dice de pronto): Escucha...
El guardia:
Antígona: Voy a morir dentro de un rato.
r9z tg3
F
I
JEAN ANOUILH
@l guardia no responde. Un silencio. Sigue cami-
nando. Al cabo de un momento prosigue.)
El guardia: Por otro lado, hay más consideraciones
con el guardia que con el sargento del servicio acti-
vo. El guardia es un soldado, pero es casi un funcio-
nario.
Antígona: ¿Tú crees que duele pata morir?
El guardia: No puedo decírselo. Durante la guerra,
los que tenían heridas en el vientre, sufrían. A mí
nunca me hirieron. Y en cierto sentido eso me per-
fudicó en los ascensos.
Antígona: ¿Cómo van a hacerme morir?
El guardia: No sé. Creo haber oído decir que para
no manchar la ciudad con su sangre, iban a tapiarla
en un pozo.
Antígona: ¿Viva?
El guardia: Sí, primero.
([Jn silencio.El guardia snca tabaco pdra masticar.)
Antígona: ¡Oh, tumba! ¡Oh, lecho nupcial! ¡Oh,
morada subterránea! ... (Parece pequeñita en medio
de la gran habitación desnuda. Se diría que tiene un
poco de frío. Se rodea con su brazos. Murmura.)
Completamente sola...
194
.ü
r--
¡t¡tfcoNe
El guardia (que ha terminado con el tabaco de mas-
car): En las cavernas del Hades, a las puertas de la
ciudad. A pleno sol. Una buena faena p"r".los que
estén de turno. Primero parecía que iba a ser tarea
de la armada- Pero según las últimas noticias, pare-
ce que la guardia mandará los piquetes. ¡Buena bes-
tia de carga la guardia! Asómbrese después de que
haya celos entre el guardia y el sargenrtdel servicio
activo...
Antígona (murmura, súbitamente cansada).. Dos
animales...
El guardia: ¿Dos animales qué?
Antígona: Dos animales se apretarían uno contra el
otro para darse calor. Yo estoy completamente sola.
El guardia: Si necesira algo, es diferente. yo puedo
llamar.
Antígona: No. sólo quisiera que entregaras una car-
ta a una persona cuando yo haya muerto.
El guardia: ¿Cómo, una cafta?
Antígona: Una carta que escribiré.
El guardia: ¡Ah, eso no! ¡Nada de historias! ¡Una
cafta! ¡Las cosas con que sale! ¡casi nada arriesga-
úa yo en ese jueguito!
rg5
FI-
1
¡
JEAN ANOUILH
Antígona: Te daréeste anillo si
"..pr"r.
El guardia: ¿Es de oro?
Antígona: Sí... Es de oro.
El guardia: ¿Sabes?, si me registran, consejo de gue-
rra para mí. ¿A usted le da lo mismo? (Mira otra uez
el anillo./ Lo que puedo hacer, si quiere, es escribir
en mi libreta lo que usted quiera decir. Después
arrancaÍé la página. Con mi letra, no es lo mismo.
Antígona (cierra los oios; murmurt con un pobre
rictus)z Tu letra. .. (Se estremece ligeramente.) Todo
esto es demasiado feo, todo es demasiado feo.
El guardia (ofendido, hace ademán de deuoluer el
anillo): Mire, si usted no quiere, yo...
Antígona: Sí. Guárdate el anillo y escribe. Pero rápi-
do... Tengo miedo de que no haya tiempo... Escri-
be: "Querido mío... ".
El guardia (que ha sacado la libreta y chupa la mina
del lápiz): ¿Es para su amiguito?
Antígona: "Querido mío: quise morir y quizá no me
quieras más...
El guardia (repite lentamente con su uoz gruesa
mientras escribe)z "Querido mío: quise morir y qui-
zá no me quieras más...
RNtfcoNe
Antígona: "Y Creón tenía razón; es terrible; ahora,
junto a este hombre, ya no sé por qué muero. Tengo
miedo... ".
El guardia (luchando con el dictado)z "Creón tenía
raz6n, es terrible... ".
Antígona: Ah, Hemón, nuestro chiquillo. Sólo aho-
ra comprendo lo sencillo que era vivir...
El guardia (se detiene): Eh, vamos, va usted dema-
siado rápido. ¡Cómo quiere que escriba! Hace falta
tiempo...
Antígona: ¿Por dónde andabas?
El guardia (relee): "Es terrible ahora junto a este
hombre... ".
Antígonaz "Ya no sé por qué muero."
El guard ia (escribe chupando la mina): "Ya no sé por
qué muero...". Nunca se sabe por qué se muere.
Antígona (Continúa): "Tengo miedo. .i'. (Se detie-
ne. De pronto se yergue/. No. Thcha todo eso. Es
preferible que nadie sepa nunca. Es como si fueran
a verme desnuda y a tocarme cuando esté muerta.
Pon solamente: "Perdón."
El guardia: Entonces tacho el final y pongo perdón
en cambio.
rg6 r97
2 1 1,,í-t,r'
oo(,tr,[ e'{-t í W'O
JEAN ANOUILH
Antígona: Sí. "Perdón, querido. Sin la pequeña An-
tígona todos hubierais estado muy tranquilos. Te
quiero... ".
El guardia: "Sin [a pequeña Antígona todos hubié-
rais estado muy tranquilos. Te quiero...". ¿Eso es
todo?
Antígona: Sí, eso es todo.
El guardia: Es una carta curiosa.
Antígona: Sí, es una carta curiosa.
El guardia: ¿Y a quién va dirigida? (En ese momen'
to se abre la puerta. Aparecen los otros guardias.
Antígona se leuanta, los mirA, mira al primer guar-
dia, que) erguido detrás de ella, se guarda el anillo y
acomoda la libreta con aire de importancia... Ve la
mirada de Antígona. Grita para darse ánimos.) iYa-
mos! ¡Basta de historias!
(Antígona sonríe lastimosamente. Baia la cabeza.
Va sin decir una palabra hacia los otros guardias.
Salen todos.)
Up:SJggr"kyry"toLr¡Bueno! Se acabó con An-
;6na. ÁFora úáiéic;a'f,ttttó-dé Ciééñ." Ten drán
que pasar todos.
El mensajero (irrumpe gritando)z iLa reina! ¿Dónde
está la reina?
eNrfcoNn
El coro: ¿Qué le quieres? ¿Qué rienes que decirle?
El mensaiero: Una terrible noticia. Acababan de
arrojar a Antígona al pozo. Todavía no habían ter-
minado de empujar los últimos bloques de piedra,
cuando Creón y todos los que lo rodean oyen que-
jas que salen de pronto de la tumba. Todos callan y
escuchan, pues no es la voz de Antígona. Es una
queja nueva que sale de las profundidades del po-
zo. .. Todos miran a Creón, y é1, que fue el primero
en adivinar, él que sabe ya antes que todos los otros,
lanza de pronto un alarido como un loco: "¡Quitad
las piedras! ¡Quitad las piedras!" Los esclavos se
arrojan sobre los bloques amontonados y entre
ellos, el rey sudoroso, con las manos sangrantes. Las
piedras se mueven al fin y el más delgado se desliza
por la abertura. Antígona está en el fondo de la tum-
ba colgada de los hilos de su cinturón, de los hilos
azules, de los hilos verdes, de los hilos rojos que le
hacen como un collar de niña, y Hemón de rodillas,
sosteniéndola en sus brazos, se queja con el rostro
hundido en su vestido. Mueven otro bloque y Creón
puede baiar al fin. Se ven sus cabellos blancos en la
oscuridad, en el fondo del pozo.Trata de incorporar
a Hemón, le suplica. Hemón no lo oye. De pronto se
incorpora, con los ojos negros, y nunca se pareció
tanto al muchachito de antes; mira a su padre sin de-
cir nada, un minuto, y de pronto le escupe a la cat:-
y saca la espada. Creón se pone fuera de alcance.
Entonces Hemón lo mira con ojos de niño, cargados
de desprecio, y Creón no puede evitar esa mirada
como evitó el filo de la espada. Hemón mira el vie-
rg8 r99
r"-
JEAN ANOUIT
jo que tiembla en el otro extremo de la caverna y sin
decir nada se hunde la espada en el vientre y se ex-
tiende junto a Antígona, besándola en medio de un
inmenso charco rojo.
Creón (entra con su paie)z ¡Los hice acostar, por fin,
uno junto al otro! Ahora están limpios, descansa-
dos. Están sólo un poco pálidos, pero tan tranqui-
los. Dos amantes después de la primera noche. Ellos
han terminado.
El coro: Tú no, Creón. Todavía te queda algo por
saber. Eurídice, la reina, tu mujer...
Creón: Una buena mujer que siempre habla de su
iardín, de sus dulces, de sus tejidos, de sus eternos
teiidos para los pobres. Es curiosa la eterna necesi-
dad de prendas tejidas que tienen los pobres. Pare-
ceúa que sólo necesitan prendas tejidas...
El coro: Los pobres de Tebas tendrán frío este in-
vierno, Creón. Al enterarse de la muerte de su hiio,
la reina dejó las agujas juiciosamente, después de
terminar la vuelta, pausadamente, como todo lo que
hace, tal vez con un poco más de tranquilidad que
de costumbre. Y después pasó a su cuarto, a su cuar-
to con olor a lavanda, con carpetitas bordadas y
marcos de felpa, para cortarse la garganta, Creón.
Ahora está tendida en una de las camitas gemelas
pasadas de moda, en el mismo lugar donde la viste
muchacha una noche, y con la misma sonrisa, ape-
nas un poco más triste. Y si no hubiera esa gran
RNTfcoN¡
mancha roia en las sábanas alrededor de su cuello,
podría creerse que duerme.
Creón: Ella también. Todos duermen. Está bien. La
jornada ha sido ruda. (Una pausa. Dice sordamen-
te.) Ha de ser bueno dormir.
El coro: Y ahora estás completamente solo, Creón.
Creón: Completamente solo, sí. (Un silencio. Apoya
la mano en el hombro del paie.) Pequeño...
El pafe: ¿Señor?
Creón: Voy a decírtelo a ti. Los otros no lo saben;
uno está aquí, delante de la tare y no puede cru-
zarse debrazos. Dicen que es una cochina faena, p€-
ro si uno no la hace, ¿quién lahaú?
El paie: No sé, señor.
Creón: Claro está, no lo sabes. ¡Tienes suerte! No
habría que saber nunca. Te tarda llegar a grande,
¿verdad?
El pafe: ¡Oh, sí, señor!
Creón: Estás loco, pequeño. No habúa que llegar
nunca a grande . (Se oye Ia hora a lo leios, murmu-
ra.) Las cinco. ¿Qué tenemos hoy a las cinco?
El paie: Consejo, señor.
zoT
,I
it
,i
JEAN ANOUIT
Creón: Bueno, pues si tenemos consejo, pequeño,
podemos ir andando.
(Salen, Creón apoyándose en El paje./
El coro (se adelanta)z Y es así. Sin la pequeña Antí-
gona, es cierto, todos hubieran estado muy tranqui-
los. Pero ahora se acabó. A pesar de todo, están tran-
quilos. Todos los que tenían que morir han muerto.
Los que creían una cosa, y los que creían lo contrario,
y aun los que no creían nada y se vieron envueltos en
el asunto sin comprender nada. Muertos parecidos,
todos, bien rígidos, bien inútiles, bien podridos. Y los
que viven todavía comenzarán despacito a olvidar-
los y a confundir sus nombres. Se acabó. Antígona
está calmada ahora, jamás sabremos de qué fiebre.
Su deber le ha sido perdonado. Un gran sosiego tris-
te cae sobre Tebas y sobre el palacio vacío donde
Creón empezará a esperar la muerte. (Mientras ha-
blaba, los guardias han entrado. Se instalan en un
bAnco, con la botella de uino tinto al lado, el som-
brero hacia atrás, y empiezan unA partida de cartas.)
No queda más que los guardias. A ellos todo esto les
da lo mismo; no es harina de su costal. Continúan
jugando a las cartas...
(El telón cae rápidamente mientras los guardias
tiran triunfos.)
TELÓN
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  • 2. d ffitl Anouilh, Jean Jezabel. Antígona. -1" ed. - Buenos Aires: Losada,2009 - 204 p.;79 x 12 cm. - (Aniversaño,67) Traducido por: Aurora Bemárdez ISBN 978-9s0-03-9700-r 1. Teatro Francés.. I. Bemárdez, Aurora, trad. II. Título. CDD 842 Colección Aniversario Primera edición en esta colección: Septiembre de 2009 I @ 1956, Editorial Losada, S. A. Moreno 3362 - 1.209 Buenos Aires, Argentina Tels. 437 3-4006 I 437 5-500t www.editoriallosada.com.ar Títulos originales: Jezabel (Nouuelles Piéces Noires) @ Editions de la Table Ronde, 1947 Antigone @ É,ditions de la Table Ronde, 1946 Tapa: Peter Tjebbes Maquetación: Taller del Sur ISBN 978-95 0-03 -9700-t Depósito legal: B-289 40 -2009 Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Libro de edición argentina Impreso en España - Printed in Spain Índice JnzenEr- ANrfcoN¡ 7 rzj
  • 3. ¿C(Q< -l-(tt Personajes Antígona Creón El coro El guardia Ismena Hemón La nodriza El mensaiero Los guardias ,'; ,' ,l , !'.,; .{ / ,(:.,, ,. ( o. ,lrn,'.'io t t r ¿^l: 12 "' (rt1l ,r, /.., '. ¡-2r. o ''{ ''r4 0 Acto primero Decorado neutro. Tres puertas semejantes. Al leuan- tarse el telón, todos los personaies están en escena. Charlan, teien, iuegan a las cartas. El prólogo se se- para y se adelanta unos pasos. El prólogo: Los personajes que aquí ven les repre- sentarán la historia de Antígona. Antígond es la chi- ca fl,aca que está sentada allí, call ada. Mira hacia irdelante. Piensa. Piensa que será Antígona dentro de un instante, que surgirá súbitamente de la flaca mu- chacha morena y reconcentrada a quien nadie toma- ha en serio en la familia y que se erguirá sola frente al mundo, sola frente a Creón, su tío, que es el rey. Piensa que va a morir, que es joven y que también a clla le hubiera gustado vivir. Pero no hay nada que hacer. Se llama Antígona y tendrá que desempeñar su papel hasta el fin... Y desde que se levantó el te- lón, siente que se aleja a una velocidad vertiginosa de su hermana IsmenA, que charla y úe con un jo- ven; de todos nosotros, gu€ estamos aquí muy tnan- quilos mirándola, de nosotros, gu€ no tenemos que rnorir esta noche. El joven con quien habla la rubia, la hermosa, la [eliz Ismenl, es Hemón, el hijo de Creón Es el prome- rz5
  • 4. i I JEAN ANOUIT tido de Antígona. Todo lo llevab a hacia Ismena: su afición ala danza y a los iuegos, su afición a la felici' dad y al éxito, su sensualidad también, pues lsmena es mucho más hermosa que Antígona, y sin embargo una noche, una noche de baile en que sólo había dan' zado con Ismena' una noche que Ismena estaba des' lumbrante con su vestido nuevo, Hemón fue a buscar a Antígona que soñaba en un rincón, como en este momento, rodeando las rodillas con los brazos, y le pidió que fuera su mujer. Nadie comprendió nunca por qué. Antígona alzó sin asombro sus ojos graveg hasta él y le difo que sí con una sonrisita triste... La orquesta atacaba una nueva danzar lsmena reía a car' cajadas, alá, en medio de los otros muchachos, y en ese mismo momento, él iba a ser el marido de Antígo' na.Ignoraba que jamás existiría marido de Antígona en esta tierra y que ese título principesco sólo le daba derecho a morir. Ese hombre robusto, de pelo blanco, que medita allá, cerca de su paje, es Creón Es el rey, tiene arru' gas, está cansado. Juega el difícil iuego de gobernar a los hombres. Antes, en tiempos de Edipo, cuando sólo era el primer personaje de la corte, gustaba de la música, de las bellas encuadernaciones, de los prolongados vagabundeos por las tiendas de los pe- queños anticuarios de Tebas. Pero Edipo y su hiio han muerto. Creón dei6 sus libros, sus objetos, se arremangó y ocupó su puesto. A veces, por la noche, está fatigado y se pregun- ta si no será inútil gobernar a los hombres. Si no se' rá un oficio sórdido que ha de dejarse a otros más apáticos... Y ala mafiana siguiente, se plantean pro' eNtfcoNR blemas concretos que es preciso resolver, y Creón se levanta tranquilo, como un obrero al comienzo de la jornada. La anciana que está tejiendo, al lado de La nodri- za qtre ha criado a las dos chicas, es Eurídice,la mu- jer de Creón. Teierá durante toda la tragedia hasta que le llegue el turno de levantarse y morir. Es bue- tra, digna, amante. No presta ninguna ayuda a Creón. Creón está solo. Solo con su pequeño paje, que es demasiado pequeño y que tampoco puede na- da por é1. Aquel muchacho pálido, eu€ está allá, en el fon- do, soñando pegado a la pared, solitario, es El men- saiero. Él vendrá a anunciar la muerte de Hemón dentro de un rato. Por eso no tiene ganas de charl¿r ni de mezclarse con los demás. Él ya sabe... Por último, los tres hombres rubicundos que jue- gan a las cartas, con el sombrero echado sobre la nu- ca, son Los guardias. No son malos individuos, tie- nen muier, hijos y pequeñas dificultades como todo el mundo, pero detendrán a los acusados, dentro de un instante, con la mayor tranquilidad del mundo. Huelen a ajo, a cuero y a vino tinto y no tienen nin- guna imaginación. Son los auxiliares, siempre ino- centes y siempre satisfechos de sí mismos, de la jus- ticia. Por el momento, hasta que un nuevo iefe de Tebas con el debido mandato les ordene detenerlo, son auxiliares de justicia de Creón. Y ahora que los conocen a todos, podrán repre- sentar para ustedes la historia. Comienza en el mo- mento en que los dos hijos de Edipo, Eteocles y Po- linice, que debían reinar en Tebas un año cada uno, tz6 r27
  • 5. JEAN ANOUILH por turno, se batieron y mataron entre sí al pie de io, -,rros de la ciudad, porque Eteocles, el mayor, al término del primer año en el poder se negó a ceder el puesto a su hermano. Siete grandes príncipes ex' tt*¡.tot a quienes Polinice había ganado para su causa, han sido derrotados frente a las siete pubrtas de Tebas. Ahora la ciudad esrá salvada,los dos her- manos enemigos han muerto y Creón, el re¡ ha or' denado que a Eteocles, el buen hermano, se le hagan imponenies funerales, pero que Polinice, el bribón, el iebelde, el granuja quede sin llanto y sin sepultu- ra, presa de cuervos y chacales. Quienquiera que se atriva,a rendirle homenajes fúnebres será despiada- damente castigado con Ia muerte. Mientras El prólogo habla, los personaies uan sA' liendo uno por uno. El prólogo también desaparece, La iluminación se ha modificado en escena. Ahora es un alba gris y líuida en una. casa dormida. Antísona entreabre la puerta y entra desde el exterior, en punti' llas, descalza, con los Zapatos en Ia m1no. Permanece un instante inmóuil escuchando. Aparece La nodtiza, La nodrizaz ¿De dónde vienes? Antígona: De pasear, nodtiza. Era hermoso' Todo .rt"b" gris. Ahora no puedes imaginártelo; todo es' tá ya rosa, amarillo, verde. Se ha convertido en una tarjeta postal. Tienes que levantarte más tempranof nodriza, si quieres ver el mundo sin colores. (Se dispone a. Pasar.) eNtfcoue La nodriza: ¡Me levanto cuando todavía es de no- che, voy a tu cuarto pafa ver si te has destapado durmiendo, y no te encuentro ya en la cama! Antígona: El jardín dormía. Lo he sorprendido, no- driza. Lo vi sin que él se lo sospechara. Qoé hermo- so es un jardín que no piensa todavía en los hom- bres. La nodriza: Has salido. Estuve en la puerta del fon- do, la habías dejado entreabierta. Antígona: En los campos todo estaba mojado y algo aguardaba. Todo aguardaba. Yo hacía un ruido enorme sola en el camino y me sentía incómoda por- que sabía perfectamente que no me agua rdaba a mí. Entonces me quité las sandalias y me deslicé por el campo sin que se diera cuenta... La nodriza: Tendrás que lavarte los pies antes de meterte en la cama. Antígona: No volveré a acostarme esta mañana. La nodriza: ¡A las cuatro! ¡No eran las cuatro! Me levanto para ver si estabas destapada. Me encuentro con la cama fría y nadie adentro. Antígona: ¿Crees que sí una se levantara así todas las mañanas, sería todas las mañanas, tan lindo, no- driza, ser la primera mujer afuera? rz8 r29
  • 6. JEAN ANOUII La nodriza: iDe noche! ¡Era de noche! ¡Y quieres hacerme creer que fuiste a pasear, mentirosa! ¿De dónde vienes? Antígona (con una extraña sonrisa)zBs cierto, toda- vía era de noche. Y yo era la única en todo el cam- po que pensaba que había llegado la mañana. Es maravilloso, nodriza. Hoy fui la primera que creyó en el día. La nodrizaz iHazte la loca! ¡Hazte la loca! Ya conoz- co la historia. He sido muchacha antes que tú. Na- da dócil, tampoco, pero cabeza dura como tú, no. ¿De dónde vienes, mala? Antígona (súbitamente graue): No. Mala no. La nodrizazTenías una cita, ¿eh? Di que no, a ver. Antígona (dulcemente): Sí. Tenía una cita. La nodriza: Tienes un enamorado. Antígona (de un modo extraño, después de un silen- cio)z Sí, pobre, sí, nodriza. Tengo un enamorado. La nodriza (estalla)z ¡Lh, DUy bonito!, ¡muy bien! ¡Tú, la hiia de un rey! ¡Tómese una trabajo, tómese una trabaio paru criarlas! Son todas iguales. Sin em- bargo, tú no eras como las demás, siempre emperi- follándose delante del espejo, pintándose los labios, buscando que se fiien en ellas. Cuántas veces me di- eNtfcoNe jer "¡Dios mío, esta chica no es bastante coqueta! siempre con el mismo vestido y mal peinada. Los muchachos sólo verán a Ismena con sus ricitos y sus cintas y tendré que cargar con ella". Bueno ¿ves?, eres como tu hermana, y peor todavía, ¡hipócrita! ¿Quién es? ¿Un sinvergüenza, eh, acaso? Un mucha_ cho que no puedes presentar a tu familia diciendo: "Este es el hombre que yo quiero, deseo casarme con é1". ¿Es así, eh, es así? Contesta, descarada. Antígona (todauía con una sonrisa imperceptible): Sí, nodriza. La nodriza: iY dice que sí! ¡Misericordia! La cuidé desde pequeñita; prometí a su pobre madre que ha_ ría de ella una mujer honesta, y ahí está. pero esto no va a quedar así, nena. No soy más que tu nodriza y me tratas como a una vieja estúpida, ¡está bien!, pero ru tío, tu tío Creón lo sabrá. iTe lo prometo! Antígona (un poco cansada de pronto)z sí, nodriza, mi tío Creón lo sabrá. Déjame ahora. La nodrizaz Y verás lo que dice cuando sepa que te levantas de noche. ¿y Hemón? ¿y ru novioi ¡nórqr. está comprometida! Está comprometida y , i", cua- tro de la mañan a deja la cama para ir a correrla con 9tr9. Y después conresta que la dejen, no quiere que le digan nada. ¿Sabes qué tendría que hace, yo? pe_ gafte como cuando eras pequeña. r3-t,- r31
  • 7. JEAN ANOUIL Antígona: Nana, no deberías gritar tanto. No debe- rías ser tan mala esta mañana. La nodriza: ¡No gritar! ¡Encima, no debo gritar! Yo, que había prometido a tu madre... ¿Qué me diría si estuviera aquí? "¡Vieja estúpida, sí, vieja estúpida, que no has sabido conservarme pura a mi niña. Siempre gritando, haciendo de perro guardián, dan- do vueltas alrededor de ellas con abrigos para que no tomen frío o con yemas batidas para fortalecer- las; pero a las cuatro de la mañana duermes, vieja estúpida, duermes, tú que no puedes pegar los oios, y la dejas escapar, marmota, y cuando llegas la cama está fría!" Eso me dirá tu madre allá arriba cuando yo llegue , y 4 mí me dará vergüenza, vergüenza has- ta morir, si no estuviera muerta Ya, Y no podré hacer otra cosa que baiat la cabeza y contestar: "Señora Yocasta, es cierto". Antígona: No, nodriza. No llores más. Podrás mirar a mamá a la cara, cuando te encuentres con ella. Y te dirá: "Buenos días, nana' gracias por la pequeña Antígona. La has cuidado bien". Ella sabe por qué he salido esta mañana. La nodriza: ¿No tienes un enamorado? Antígona: No, nana. La nodrizaz ¿Te burlas de mí, entonces? Ya ves' soy demasiado vieja. Eras mi preferida, a pesar de tu mal genio. Tu hermana era más suave, pero yo creí ¡NtfcoNR que tú me querías. Si m querías, me hubieras dicho la verdad. ¿Por qué estaba fría tu cama cuando fui a taparte? Antígona: No llores más, por favor, nana. (La besa.) Vamos, mi vieja manzaníta colorada. ¿Recuerdas cuando te frotaba pafa que brillaras? Mi vieja man- zanita toda arrugada. Q,re no corran tus lágrimas en todas las zanjitas, por tonterías como ésta, por nada. Soy pura. No tengo otro enamorado que Hemón, mi prometido, te lo juro. También puedo jurarte, si lo quieres, que nunca tendré otro enamorado... Guarda tus lágrimas, guarda tus lágrimas; quizá las necesites todavía, nana. Cuando lloras así me vuelvo peque- ña... Y no debo ser pequeña esta mañana. (Entra Ismena./ Ismena: ¿Ya estás levantada? Vengo de tu cuarto. Antígona: Sí, ya estoy levantada... La nodrizaz ¡Las dos, entonces!... ¿Las dos vais a volveros locas y a levantaros antes que las criadas? ¿Os parece bien estar de pie por la mañana en ayu- nas, os parece propio de princesas? Ni siquiera es- táis cubiertas. Pero si vais a enfermar. Antígona: Déjanoss nodriza. No hace frío, te lo ase- guro; ya estamos en verano. Vete a hacernos café. (Se ha sentado, súbitamente cansada.) Quisiera un poco de café, por favor, nana. Me haría bien. r3z 133
  • 8. - JEAN ANOUIL La nodriza: ¡Mi paloma! La cabeza le da vueltas porque está en ayunas, y yo aquí, como una idiota, en lugar de darle algo caliente. (Sale rápido.) Ismena: ¿Estás enferma? Antígona: No es nada. Un poco de fatiga . (Sonríe,) Es que me levanté temprano. Ismena: Yo tampoco he dormido. Antígona (sigue sonriendo/: Tienes que dormir. No estarás tan linda mañana. Ismena: No te burles. Antígona: No me burlo. Esta mañana me tranquili- za que seas hermosa. De chica eso me hacía tan des- dichada, ¿te acuerdas? Te embadurnaba con tierra, te metía gusanos por el cuello. Una vez te até a un árbol y te corté el pelo, tu hermoso pelo... (Acaricia el pelo de Ismena./ ¡Qué fácil ha de ser no pensar tonterías con todas esas hermosas mechas lisas y bien ordenadas alrededor de la cabezal Ismena (de improuiso)z ¿Por qué hablas de otra cosa? Antígona (suauemente, sin deiar de acariciarle el pe' /o/: No hablo de otra cosa... eNtfcoNe Ismena: ¿Sabes?, lo he pensado bien, Antígona. Antígona: Sí. Ismena: Lo he pensado bien toda la noche. Estás loca. Antígona: Sí. Ismena: No podemos. Antígona (después de un silencio, con su uocecita)z ¿Por qué? Ismena: Nos condenaría a muerte. Antígona: Por supuesto. Cada uno su papel. Él debe condenarnos a muerte, y nosotras debemos enterrar a nuestro hermano. Ésos son los papeles. ¿Qué quie- res que hagamos? Ismena: Yo no quiero morir. Antígona (dulcemente)z Yo tampoco hubiera queri- do morir. Ismena: Escucha, he reflexionado toda la noche. Soy la mayor. Pienso más que tú. Tú aceptas en seguida lo que se te pasa por la cabeza, y paciencia si es una tontería, yo soy más equilibrada. Yo reflexiono. Antígona: A veces no hay que reflexionar demasiado. 134 135
  • 9. F- JEAN ANOUII Ismena: Sí, Antígona. Es horrible, claro está, y yo también compadezco a mi hermano, pero compren- do un poco a nuestro tío. Antígona: Yo no quiero comprender un poco. Ismena: Él es el re¡ tiene que dar el eiemplo. Antígona: Yo no soy el rey. Yo no tengo que dar el ejemplo. .. La pequeña Antígona,la sucia bestia, la tozuda,la mala, hace lo que le pasa por la cabezary después la meten en un rincón o en un agujero. Y lo tiene merecido. ¡Bastaba con que no desobedecierat Ismena: ¡Vamos! ¡Vamos!... Ya iuntas las cejas, hi' ras hacia adelante y te largas sin escuchar a nadie. Escúchame. Tengo raz6n más a menudb que tú. Antígona: No quiero tener raz6n. Ismena: ¡Trata de comprender por lo menos! Antígona: Comprender... Es la única palabra que te- néis en la boca, todos vosotros, desde que soy muy pe- queña. Había que comprender que no se puede tocar el agua, el agua hermosa, fugitiva y fría, porque moja las losas, ni la tierra porque mancha los vestidos. ¡Ha- bía que comprender que no se debe comer todo a la vez ni dar todo 1o que se tiene en los bolsillos al men- digo, ni correr al viento hasta caer al suelo, ni beber cuando se tiene calor, ni bañarse cuando es demasia- do temprano o demasiado tarde, pero no justo cuan- RNtf coNe do se tienen ganas! Comprender. Siempre comprender. Yo no quiero comprender. Comprenderé cuando sea vieja. (Acaba despacito./ Si llego a vieja. Ahora no. Ismena: Él es más fuerte que nosotras, Antígona. Es el rey. Y todos piensan como él en la ciudad. Nos ro- dean millares y millares bullendo en todas las calles de Tebas. Antígona: No te escucho. Ismena: Nos insultarán. Nos tomarán con sus mil brazos, con sus mil rostros y su única mirada. Nos escupirán a la cara. Y tendremos que avanzar en el carro en medio del odio de ellos, y su olor y sus ri- sas nos seguirán hasta el suplicio. Y allí estarán los guardias con sus caras de imbéciles, congestionadas, sobre los cuellos rígidos, con sus grandes manos la- vadas, con su mirada bovina, y comprendes que po- drás gritaÍ, trataf de hacerles entender y ellos como esclavos harán todo lo que les han dicho, escrupulo- samente, sin saber si está bien o si está mal... ¿Y su- frir? Habrá que sufrir, sentir que el dolor sube, que ha llegado al punto en que ya no es posible sopor- tarlo; que tendrá que detenerse, pero sin embargo continúa y sigue subiendo, como una voz aguda... ¡Oh!, no puedo, no puedo... Antígona: ¡Qué bien lo has pensado todo! Ismena: Durante toda la noche. ¿Tú no? r36 r37
  • 10. r" JEAN ANOUIT Antígona: Sí, por supuesto. Ismena: Yo, ¿sabes?, no soy muy valiente. Antígon a (despacito)z Yo tampoco. ¿Pero qué im- porta? (Hay un silencio; Ismena pregunta de impro- uiso:) lsmena: ¿Así que tú no tienes ganas' de vivir? Antígon a (murmura)z Qrre no tengo ganas de vivir... (Y más despacito todauía, si es posible.) ¿Quién se levantaba primero, por la mañana para sentir tan sólo el aire frío sobre la piel desnuda? ¿Quién se acostaba la última cuando no podía más de fatiga, p^ravivir otro poco de la noche? ¿Quién lloraba, de muy pequeña, pensando que había tantos animali- tos, tantasbriznas de hierba en el prado y que no era posible cargar con todos? lsmena (con un súbito impulso hacia ella)z Herma- nita... Antígona (se yergue de nueuo y grita)z ¡Ah, no! ¡Défame! ¡No me acaricies! No nos pongamos a lloriquear juntas ahora. ¿Has reflexionado bien, di- ces? ¿Piensas que basta toda la ciudad aullando contra ti, piensas que bastan el dolor y el miedo de morir? Ismena: (baia la cabeza)z Sí. eNrf coNn Antígona: Utiliza tú esos pretextos. Ismena (se lanza hacia ella)z ¡Antígona! ¡Te lo supli- co! Está bien para los hombres creer en las ideas y morir por ellas. Pero tú eres una mujer. Antígona (con los dientes apretados)t Una mujer, sí. ¡Ya he llorado bastante por ser una mujer! Ismena: Tienes la felicidad ahí delante, te basta ten- der la mano. Estás comprometida, eres joven, eres linda... Antígona (sordamente): No, no soy linda. Ismena: No linda como nosotras, pero de otro mo- do. Bien sabes que hacia ti se vuelven los granujas en la calle; que las chiquillas te miran pasar, súbitamen- te mudas, sin poder quitarte los ojos de encima has- ta que doblas la esquina. Antígona (Con unt sonrisita imperceptib"le)t Los granujas, las chiquillas... Ismena (después de una pausa): ¿Y Hemón, Antí- gona? Antígona (cerrada): Hablaré en seguida de Hemón; Hemón será en seguida asunto arreglado. Ismena: Estás loca. r38 r39
  • 11. -,- JEAN ANOUILH Antígon a (sonríe): Siempre me dijiste que estaba loca, por todo, desde siempre. Anda a acostarte de nuevo, Ismena... Ya es de día, ¿ves?, Y de todos modos, no podría hacer nada. Mi hermano muer- to está rodeado ahora de una guardia, exactamen' te como si hubiera conseguido llegar a rey. Anda a acostarte de nuevo. Estás pálida de fatiga. Ismena: ¿Y tú? Antígona: Yo no tengo ganas de dormir... Pero te prometo que no me moveré de aquí antes de que des' piertes. La nodriza metraerá de comer. Vete a dormir. Apenas sale el sol. Tienes los oios pequeñitos de sue- ño. Anda... lsmena: ¿Te convenceré, ¿verdad? ¿Te convenceré? ¿Me dejarás que te hable de nuevo? Antígona (un poco cansada): Te dejaré hablarme, sí. Os dejaré a todos hablarme. Vete a dormir ahora, te lo luego. No estarás tan linda mañana. (La mira salir con unt sonrisita triste, Iuego cae súbitamente cansa- da sobre una silla./ ¡Pobre Ismena!... La nodriza (entra): Toma, aquí tienes un buen café y unas rebanadas de Patr, paloma mía. Come. Antígona: No tengo mucha hambre, nodriza. La nodrizaz Yo misma te las tosté y les puse mante- ca, como a ti te gustan. eNtfcoNe Antígona: Eres amable, nana. Solamente voy a be- ber un poco; La nodriza: ¿Qué te duele? Antígona: Nada, nana. Pero abrígame lo mismo, co- mo cuando estaba enferma... Nana más fuerte que la fiebre, nana más fuerte que la pesadilla, más fuer- te que la sombra del ropero que ríe y se transforma hora a hora en la pared; más fuerte que los mil in- sectos del silencio que roen algo, en alguna parte, por la noche; más fuerte que la noche misma con su incomprensible ulular de loca; nana, más fuerte que la muerte. Dame la mano como cuando te quedabas al lado de mi cama. La nodriza: ¿Qué tiene, mi palomita? Antígona: Nada, nana. Sólo que soy todavía un po- co pequefra para todo esto. Pero tú eres la única que debe saberlo. La nodriza: ¿Demasiado pequeña para qué? Antígonaz Para nada, nana. Y además, estás aquí. Tengo tu buena mano rugosa que. salva de todo, siempre, bien lo sé. Quizá me salve todavía. Eres tan poderosa, nana. La nodriza: ¿Qué quieres que haga por ti, mi tor- tolita? r40 r4r
  • 12. JEAN ANOUILH Antígona: Nada ) nana. Sólo tu mano así en mi me- 'ii;!!:, i:' !:,{: K::K:::K,'3:''á?i :'i:t'l, del vendedor de arena, ni del vieio que pasa y se lle. va a los niños... (Otro silencio; continúa en otro to- zo./ Nana, ¿sabes ? . -. a Dulce' mi perra. .. La nodrizaz Sí. Antígona: Vas a prometerme que no le gruñirás nun- ca más. La nodriza: ¡un animal que lo ensucia todo con sus patas! ¡No debería entrar en la casa! Antígona: Aunque 1o ensucie todo. Prométemelo, nodriza. La nodriza: ¿Entonces tendré que deiarla estropear todo sin decir nada? Antígona: Sí, nana. La nodriza: ¡Ah! ¡Sería bonito! Antígona: Por favor, nana. Tú la quieres bien a Dul- ii;i,li""lHruff ??;,"#T::,::';iiti:: do estuviera limpio siempre. Por eso te lo pido: no le gruñas. La nodrizaz ¿Y si orina en las alfombras? RNrf coNe Antígona: Prométeme que tampoco la gruñirás. Por favor, ¿eh? por favor, nana... La nodriza: Te aprovechas porque estás mimosa... Está bien. Está bien. Limpiaremos sin decir nada. Me llevas de las narices. Antígona: Y además, prométeme que le hablarás, que le hablarás muchas veces. La nodriza (se encoge de hombros)z ¿Habráse visto? ¡Hablar a los animales! Antígona: Y iustamente no como a un animal. Co- mo a una verd adera persona como me habrás visto hacerlo... La nodriza: ¡Ah, eso no! ¡A mi edad, hacer papel de idiota! ¿Pero por qué quieres que toda [a casa hable con ese animal como lo haces tú? Antígona (despacito/: Si yo, por cualquier razón, no pudiere hablarle más... La nodriza (que no comprende): ¿No hablarle más, no hablarle más?, ipor qué? Antígona (uuelue un poco la cabeza y luego agrega, con uoz dura): Y si se pusiera demasiado triste, si a pe- sar de todo pareciera que sigue esperando, con la na- riz debajo de la puerta, como cuando salgo, quizá fue- se preferible hacerla mata nana, sin que sufriera. b----- r42 r43,
  • 13. La nodrizaz ¿Hacerla matar, mi chiquita? ¿Hacer ma- tar a tu perra? ¡Pero tú estás loca esta mañana! Antígona: No, nana. (Aparece Hemón. ) Ahí llega Hemón. Déjanos, nodriza. Y no olvides lo que me has jura do. (La nodriza sale. Antígon a corre hacia Hemón./ Perdóname, Hemón, por nuestra disputa de anoche y por todo. Era yo la equivocada. Te rue- go que me perdones. Hemón: Bien sabes que te había perdonado apenas cerraste de un golpe la puerta. Todavía estaba allí tu perfume y yo ya te había perdona do. (La tiene en los brazos, sonríe, la mira.) ¿A quién le habías robado ese perfume? Antígona: A Ismena. Hemón: ¿Y la pintura de los labios, y los polvos, y el lindo vestido? Antígona: También. Hemón: ¿En honor de quién te habías puesro tan hermosa? Antígona: Te lo diré. (Se estrecba contra él un po- co más.) ¡Oh, querido, qué tonta he sido! ¡Toda una noche desperdiciada! Una hermosa noche. Hemón: Tendremos otras noches, Antígona. r44 r45 JEAN ANOUILH eNtf coN¡, Antígona: Tal vez no. Hemón: Y también otras disputas. La felicidad está llena de disputas. Antígona: La felicidad, sí... Escucha, Hemón. Hemón: Sí. Antígona: No te rías esta mañana. Ponte grave. Hemón: Estoy grave. Antígona: Y apriétame. Más fuerte de lo que nunca me apretaste. Qu. toda tu fuerua se imprima en mí. Hemón: Así. Con todas mis fuerzas. Antígona (en un soplo)z Está bien. (Permanece un instante sin decir nada; luego ella empieza, despaci- fo/ Escucha, Hemón. Hemón: Sí. Antígona: Quería decirte esta mañana... El chiquillo que hubiéramos tenido los dos. Hemón: Sí. Antígona: ¿Sabes?, lo hubiera defendido conrra todo. Hemón: Sí, Antígona.
  • 14. { JEAN ANOUILH Antígona: ¡Oh! Lo hubiera estrechado tan fuerte que nunca habríatenido miedo, te lo juro. Ni de la noche que llega, ni de la angustia del pleno sol inmóvil, ni de las sombras... ¡Nuestro chiquillo, Hemón! Hubie- ra tenido una mamá pequeñita y mal peinada, pero más segura que todas las verdaderas madres del mun- do con sus verdaderos pechos y sus grandes delanta- les. Tú lo crees, ¿no es cierto? Hemón: Sí, amor mío. Antígona: ¿Y también crees, no es cierto, que hubie- ras tenido una verdadera muier? Hemón (suietándola)z Tengo una verdadera mujer. Antígona (grita de pronto, acurrucada contra él)t ¡Oh! ¿Tú me querías, Hemón, me querías, estás bien seguro, aquella noche? Hemón (la mece suauemente)z ¿Qué noche? Antígona: ¿Estás bien seguro de que en aquel baile, cuando viniste a buscarme a mi rincón, no te equi- vocaste de muchacha? ¿Estás seguro de que nunca lo lamentaste después, de que nunca pensaste, ni si- quiera en el fondo de ti mismo, ni siquie Ía rrna vez, que hubiera sido mejor pedir a Ismena? Hemón: ¡Tonta! Antígona: Me quieres, ¿verdad? ¿Me quieres como a eNrfcoNe una mujer? ¿Tus brazos que me estrechan no mien- ten? ¿No mienten tus grandes manos apoyadas en mi espalda, ni tu olor, ni este buen calor, ni esta gran confianza que me inunda cuando pongo la cabeza en el hueco de tu cuello? Hemón: Sí, Antígona, te quiero como a una mujer. Antígona: Soy negra y flaca. Ismena es rosa y oro, como un fruto. Hemón (murmura): Antígona. Antígona: ¡Oh! Estoy roia de vergüenza. Pero tengo que saberlo esta mañana. Dime la verdad, te lo rue- go. Cuando piensas que seré tuya, ¿sientes en medio de ti como un gran agujero que se ahonda, como al- go que muere? Hemón: Sí, Antígona. Antígon a (en un soplo, después d.e una ptausa): Yo siento eso. Y quería decirte que hubiera estado muy orgullosa do ser tu mujer, tu verdadera mujer, en quien hubieras apoyado tu mano, por la noche, al sentarte, sin pensar como en una cosa tuya. (Se ba separado de el; adopta otro tono.) Ya está. Ahora voy a decirte otras dos cosas. Y cuando las haya di- cho tendrás que salir sin hacerme preguntas. Aun- que te parezcan extraordinarias, aunque te hagan daño. Júramelo. r46
  • 15. JEAN ANOUIT Hemón: ¿Qué más vas a decirme? Antígon az Jura primero que saldrás sin decirme na' da. Sin mirarme siquiera. Si me quieres, júramelo. (Lo mira con su pobre rostro trastornado.) Ya ves cómo te 1o pido, júramelo, Por favor, Hemón... Es la última locura que tendrás que tolerarme. Hemón (después de pna pausa)z Te lo juro. Antígona: Gracias. Es esto. Primero lo de ayer. Tú me preguntabas hace un instante por qué había ido con un vestido de Ismena, con ese perfume y esa pin- tura en los labios. Era una tonta. No estaba muy se' gura de que me desearas de verdad; hice todo eso para ser un poco más parecida a las otras muieres, para que me desearas. Hemón: ¿Para eso? Antígona: Sí. Y te reíste y discutimos y mi mal ca- rácter fue más fuerte; me escapé. (Agrega en uoz más baia.) Pero había ido a tu casa pafa que me poseye' ras anoche, para ser tu mujer antes. (Él retrocede, ua a hablar; ella grita./ Juraste que no me preguntarías por qué. ¡Me lo juraste, Hemón! (Dice en uoz más baia, humildemente.)Te lo suplico. .. (Y agrega, uol- uiéndose, dura.)Además, voy a decírtelo. Quería ser tu mujer a pesar de todo, porque te quiero así, mu- cho, y -¡te haré daño, oh querido, perdóname!- por- que nunca, nunca podré casarme contigo. (Él se ha quedado mudo de estupor; Antígona corre a la uen- RNtÍcoNe tanA, grita.) ¡Hemón, me lo juraste! Véte. Véte en se- guida sin decir nada. Si hablas, si das un solo paso hacia mí, me tiro por esta ventana. Te lo juro. Te lo juro por la cabeza del chiquillo que los dos tuvimos en sueños, del único chiquillo que tendré nunca. Ahora véte, véte rápido. Lo sabrás mañana. Lo sa- brás en seguida. (Conclwye con tal desesperación, que Hem6n obedece y se aleia.) Por favor, véte, He- món. Es todo lo que puedes hacer todavía por mí, si me quieres. (FIem ón ha salido. Antígon a permanece inmóuil, de espaldas a la sala, luego cierra Ia uenta- no, uA a sentarse en una sillita en medio de la esce- nd, ! dice despacito, como extrañamente sosegada). Ya está. Acabamos con Hemón, Antígona. Ismena (entra llamando): ¡Antígona!... ¡Ah, estás ahí! Antígona (sin mouerse): Sí, estoy aquí. Ismena: No puedo dormir. Tenía miedo de que salie- ras e intentaras enterrarlo a pesar de la luz. Antígo- na, hermanita mía, estamos todos a tu alrededor. Hemón, nana y yo, y Dulce, tu perra... Te queremos y estamos vivos, te necesitamos. Polinice ha muerto y no te quería. Siempre fue un extraño para noso- tras, un mal hermano. Olvídalo, Antígona, como él nos había olvidado. Deja que su dura sombra vague sin sepultura, eternamente, ya que es la l.y de Creón. No intentes lo que está por encima de tus fuerzas. Siempre lo desafías todo, pero eres muy pe- queña, Antígona. Quédate con nosotros, no vayas esta noche, te lo suplico. r48 r49
  • 16. JEAN ANOUIL Antígona (se leuanta con unA extraña sonrisita en U, iáU¡os, se dirige a la puerta y desde el umbral' sunuernente, dice)t Et d.-asiado tarde' Esta maña- na, cuando me encontraste, venía de allí' (Sate.Ismena la sigue con un grito') Ismena: ¡Antígona! (Apenas sale Ismena, entra Cte6n por otra puer' ta con su Paie.) Creón: ¿Un guardia, dices? ¿Uno de los que vigilan el cadáv efi Hazlo entrar. (El guardia entra. Es un bruto' Por el momento está uerde de miedo.) El guardía (se presenta, haciendo la uenia): Guardia Jonás, de la Segunda ComPañía' Creón: ¿Qué quieres? El guardia: Esto, iefe. Tiramos suertes parla saber ["i2" vendría. Y me tocó a mí' Por eso estoy aquí' ¡efe. Vitte porque pensamos que era preferible que or,o ,olo &pli."ta, y además porque no- podíamos abandon ^, i^ g,,ar'día los tres. Estamos los tres del piquete de g,taidia, iefe, alrededor del cadávet' Creón: ¿Qué tienes que decirme? eNrfcoNe El guardia: Estamos los tres, jefe. No estoy solo. Los otros son Durand y Boudousse, el guardia de prime- ra clase. Creón: ¿Por qué no vino el de primera clase? El guardia: ¿Verd ad, iefe? Yo lo dije en seguida. El de primera clase es el que debe ir. Cuando no hay graduado, es el de primera clase el responsable. Pe- ro los otros dijeron que no y quisieron tirar suertes. ¿Voy a buscar al de primera clase, jefe? Creón: No. Habla tú, ya que estás aquí. El guardia: Tengo diecisiete años de servicio. Soy vo- luntario, obtuve la medalla, dos menciones. Estoy bien calificado, iefe. Yo estoy siempre dispuesto. No conozco otra cosa que lo que me mandan. Mis supe- riores siempre dicen: "Con Jonás se está tranquilo". Creón: Está bien. Habla. ¿De qué tienes miedo? El guardia: De acuerdo con el reglamento hubiera debido venir el de primera clase. Yo estoy propues- to para la primera clase, pero todavía no me han promovido. Debían ascenderme en junio. Creón: ¿Hablarás de una vez? Si sucedió algo, los tres sois responsables. No pienses más quién debería estar aquí. El guardia: Bueno, pues esto, jefe: el cadáver... ¡Sin r50
  • 17. JEAN ANOUILH embargo vigilamos! Era el relevo de las dos, el máo duro. Usted sabe lo que es, iefe el momento en que va aterminar la noche. Ese plomo entre los ojoso la nuca que tira, y todas las sombras que se mueven y la niebla del amanecer que se levanta... ¡Ah! ¡Eligie- ron bien la hora!... Estábamos allí, hablábamos, ha' cíamos carreritas... ¡No dormíamos, jefe, podemos jurarle los tres que no dormíamos! Además, con el irío que hacía... De golpe yo miro el cadáver"' Es' tábamos a dos pasos, pero yo lo miraba de vez en cuando a pesar de todo... Yo soy así, jefe, soy meti- culoso. Por eso mis superiores dicen: "Con Jonás"'" (IJn gesto de Creón Io detiene; grita de pronto'/ ¡Yo lo viprimero, jefe! Los otros se 1o dirán, yo fui el que dio la primera voz de alarma. Creón: ¿Voz de alarma? ¿Por qué? El guardia: El cadáver, jefe. Alguien lo había recu- bieito. ¡Oh! No gran cosa. No habían tenido tiem- po con nosotros al lado. Solamente un poco de tie- ,r^... Pero, con todo, lo bastante para esconderlo de los cuervos. creón (se le acerca)z ¿Estás seguro de que no fue un animal que estuviera escarbando? El guardia: No, iefe. Primero también nosotros espe- ,"*o, que fuera eso. Pero le habían echado tierra encima. De acuerdo con los ritos. Fue alguien que sabía lo que estaba haciendo. ¡,Ntf coNe Creón: ¿Quién se ha atrevido? ¿Quién ha sido tan loco para desafiar mi ley? ¿Encontraste huellas? El guardia: Nada, jefe. Nada más que un paso más leve que el andar de un pájaro. Después, buscando mejor, el guardia Durand encontró más lejos una pa- la, una palita de niño muy vieia, toda oxidada. Pen- samos que no podía ser un chico el que lo hizo. Pe- ro el de primera clase la guardó para la investigación. Creón (un poco soñador): Un niño. .. La oposición aniquilada que sordamente va minándolo todo. Los amigos de Polinice con su oro bloqueado en Tebas, los iefes de la plebe hediendo a aio, repentinamente aliados de los príncipes, y los sacerdotes tratando de pescar alguna cosita en medio de esto... ¡Un niño! Seguramente pensaron que sería más conmovedor. Ya estoy viendo al niño, con su facha de matón a sueldo y la palita cuidadosamente envuelta en papel bajo la ropa. A menos que hayan instruido a un ni- ño de verdad, con frases... Una inocencia inestima- ble para el partido. Un muchachito pálido que escu- pirá delante de mis fusiles. Una preciosa sangre fresca en mis manos, doble ganga. (Se acerca al hombre.) Pero ellos tienen cómplices, y en mi guar- dia quizá. Escúchame bien... El guardia: ¡Jefe, se hizo todo lo debido! Durand se sentó una media hora porque le dolían los pies, pe- ro yo, jefe, estuve siempre de pie. El de primera cla- se puede decírselo. T52 r53
  • 18. JEAN ANOUILH Creón: ¿Con quién habéis hablado va de este asuntol El guardia: Con nadie, jefe. En seguida tiramos suer- tes, y vine. Creón: Escucha bien. Vuestra guardia es doble. Des- pedid al relevo. Es orden mía. Quiero que vosotrog seáis los únicos junto al cadáver Y ni una palabra. Sois culpables de negligencia, de todos modos seréis castigados, pero si alguien habla, si corre por la ciu- dad el rumor de que el cadáver de Polinice ha sido cubierto, moriréis los tres. El guardia (uocifera/: ¡Nadie habló, iefe, se lo ¡tirot Pero yo estoy aquí y quizá los otros ya lo han dicho al relevo... (Suda profusamente, tartaiea.) jefe, ten- go dos hijos. Uno de ellos es muy pequeño. Usted se- rá testigo de que yo estaba aquí, iefe, cuando me iuz- gue el consejo de guerra. ¡Yo estaba aquí, con ustedt ¡Tengo un testigo! ¡Si alguien habló, serán los otros, no yo! ¡Yo tengo un testigo! Creón: Vete rápido. Si nadie lo sabe, vivirás. (El guardia sale corriendo. Creón permanece mudo un instante. De improuiso murmura./ Un niño. .. (Totna al pequeño paie por el bombro.) Ven, pequeño. Ahora tenemos que ir a contar todo esto... Y des- pués empezará una buena faena. ¿Tú morirías, por mí? ¿Crees que irías con tu palita? (El cbico lo mira, Creón sale con é1, acariciándole la cabeza./ Sí, por supuesto, tú también irías en seguida... (Se le oye suspirar mientras sale.) Un niño... eNrfcoNl (Han salido. Entra El coro./ El coro: Y ya está. Ahora el resorte está tenso. No tiene más que soltarse solo. Eso es lo cómodo en la tragedia. Uno da el empujoncito para que empiece a andar, nada, una breve mirada a una mujer que pa- say alza los brazos en la calle, un deseo de honor en una hermosa mañana) al despertar, como si fuera al- go comestible, una pregunta de más que nos plan- teamos una noche... Eso es todo. Después, basta de- jarlo. Nos quedamos tranquilos. La cosa marcha sola. La máquina es minuciosa; está siempre bien aceitada. La muerte, la traición, la desesp eranza es- tán ahí, bien preparadas: los estallidos, las tormen- tas, los silencios, todos los silencios: silencio cuando eI brazo del verdugo se levanta al fin; silencio al principio, cuando los dos amantes están desnudos uno frente al otro por primeÍa ve4 sin atreverse a hacer un movimiento, en el cuarto a oscuras; silen- cio cuando los gritos de la multitud estallan en ror- no al vencedor, como en un film cuando el sonido se traba, todas las bocas abiertas de las que nada sale, todo ese clamor que es sólo una imagen, y el vence- dor, vencido ya, solo en medio de su silencio... La tragedia es limpia. Es tranquilizadora, es segu- ra... En el drama, con sus traidores, la perfidia en- carnizada, la inocencia perseguida, los vengadores, las almas nobles, los destellos de esperanza) resulta espantoso morir, como un accidente. Quizá hubiera sido posible salvarse; el muchacho bueno tal vez hu- biera podido llegar a tiempo con la policía. En la tragedia hay tranquilidad. En primer lugar, todos L r54 r55
  • 19. F I JEAN ANOUILH son iguales. ¡Todos inocentes, en una palabra! No e¡ porque haya uno que mata y otro muerto. Eso e¡ cuestión de reparto. Y además, sobre todo, la trag€, dia es tranquilizadora porque se sabe que no hay más espeÍanza,la cochina esperanza; porque se sabe que uno ha caído en la trampa, que al fin ha caídtt en la trampa como una rata, con todo el cielo sobre la espalda, y que no queda más que vociferar -no ge. mir, no, no quejarse-, gritar a voz en cuello lo que tenía que decir, lo que nunca se había dicho ni se sa. bía siquiera aún. Y para nada; para decírselo a uno mismo, para saberlo uno. En el drama el hombre 3e debate porque espera salir de é1. Es innoble, utilite- rio. Esto es gratuito, en cambio. Para reyes. ¡Y, por último, nada queda por intentar! (Entra Antígons, empwiada por guardias.) Ahora empieza. Han dete- nido a la pequeña Antígon a. La pequeña Antígona podrá ser ella misma por primera vez. (Er cor.o desaparece mientras los guardias em- puian a Antígona a escena.) El guardia (que ha recobrado todo el aplomo/: ¡Va. mos, vamos, nada de historias! Se explicará usted delante del jefe. Yo no conozco otra cosa que la coh. signa. Lo que usted tenía que hacer allí, no quiero saberlo. Todo el mundo tiene excusas, todo el mun. do tiene algo que objetar. Si hubiera que escuchar ¡ las gentes, si hubiera que comprender, estaríamo¡ aviados. ¡Vamos, vamos! Sujetadla, vosotros, y na. da de historias! ¡No quiero saber lo que tiene que decir! r56 RNrf coNe Antígona: Diles que me suelten, con esas manos su- cias. Me hacen daño. El guardia: ¿Manos sucias? Podría ser cortés, seño- rita... Yo soy cortés. Antígona: Diles que me suelten. Soy hija de Edipo, soy Antígona. No me escaparé. El guardiaz iLa hija de Edipo, sí! ¡Las rameras que recoge la guardia nocturna también dicen que tenga cuidado, que son buenas amigas del prefecto de po- licía! (Se ríen.) Antígona: Acepto morir, pero no que me toquen. El guardia: Y los cadáveres, ¿eh?, y la tierra, ¿no te da miedo tocarlos? ¡Dices "esas manos sucias"! Mi- ra un poco las tuyas. /Antígon a mira con unct sonrisita sus manos suie- las por las esposas. Están llenas de tierua.) lrl guardia: ¿Te habían quitado la pala? ¿Tuviste que volver a hacerlo con las uñas, la segunda vez? ¡Ah! ¡Qué audacia! Me vuelvo de espaldas un segundo, te ¡rido un chicote y listo, en lo que tardé para metérme- Io en la boca, en lo que tardé para dar las gracías, ya cstabas ahí, escarbando como una pequeña hiena. ¡Y cn pleno día! ¡Y cómo luchaba, la zorca, cuando qui- r57
  • 20. F JEAN ANOUILH se apresarla! ¡Quería saltarme a los oios! ¡Gritabr que tenía que terminar!... ¡Es una loca, sí! El segundo guardia: Yo detuve a otra loca, el otro día. Andaba mostrando el trasero a la gente. El guardia: ¡Boudousse, la comilona que haremol los tres para festejar esto! El segundo guardia: En la Torcida. Allí es bueno el tintillo. El tercer guardia: Tenemos franco el domingo. ¿Y si lleváramos a las mujeres? El guardia: No, nosotros solos, para divertirnos... Con las mujeres siempre hay historias, y además los mocosos que quieren orinar. ¡Hace un rato, teh, Boudousse?, nadie creía que íbamos a tener ganas de bromear así! El segundo guardia: Quizá nos den una recompensa. El guardia: Puede ser, si es importante. El tercer guardia: A Flanchard, el de la tercera, cuando pescó al incendiario, el mes pasado, le die- ron paga doble. El segundo guardia: ¡Ah, no digas! Si nos dan paga doble propongo que en lugar de ir a la Torcida va- yamos al Palacio Arabe. RNrfcoNe El guardia: ¿A beber? ¿Estás loco? Te venden la bo- tella al doble en el Palacio. Para hacer el amor, de acuerdo. Escuchad lo que voy a deciros: primero va- mos a la Torcida, nos atracamos como es debido y después, al Palacio. Dime, Boudousse, ¿te acuerdas de la gorda del Palacio? El segundo guardia: ¡Ah, qué borracho estabas aquel día! El tercer guardia: Pero si nos dan doble sueldo, nuestras mujeres lo sabrán. Si eso se arregla, quizá nos feliciten públicamente. El guardia: En ese caso, veremos. La iuerga, es otra cosa. Si hay una ceremonia en el patio del cuartel, como para las condecoraciones, también irán las mujeres y los chicos. El segundo guardia: Sí, pero habrá que enca rgar la lista de platos con anticipación. Antígona (pide con unA uocecita): Quisiera sentarme un poco, por favor. El guardia (después de reflexionar)zBstá bien, que se siente. Pero no la soltéis. (Creón entra. El guardia uocifera en seguida:) ihtención! Creón (se detiene, sorprendido): Soltad a esa mu- chacha. ¿Qué pasa? r58 r59
  • 21. JEAN ANOUIT El guardia: Es el piquete de guardia, iefe. vinimo¡ con los camaradas. Creón: ¿Quién cuida el cadáver? El guardia: Llamamos al relevo, iefe' creón: ¡Yo te había dicho que 1o despidieras! Te ha" bía dicho que no dijeras nada' El guardia: Nadie dif o nada,iefe. Pero como detuvi" -o, " ésta, pensamos que era meior venir' Y esta vel no tiramos a suerte. Preferimos venir 10s tres. creón: ¡Imbéciles! (a Arntígona./ ¿Dónde te detu' vieron? El guardia: Cerca del cadáver, iefe' creón: ¿Qué ibas a hacer iunto al cadáver de tu hert mano? Sabías que prohibí acercársele' El guardia: ¿Pregunta qué hacía, jefe? Por eso ln traJmos. Estaba escarbando la tierca con las Ítállol Estaba recubriéndolo otra vez' Creón: ¿Sabes lo que estás diciendo? El guardia: Jefe, puede preguntár-selo a.los otrtll Haúían limpiado el cadáver cuando volví; p€ro co* mo en el sol que calentaba empez' a oler, nos subl. mos a ,rn" p.queña altura, tto lt¡ot, para estar ál eNrfcoN¡ viento. Pensamos que en pleno día no corríamos ningún riesgo. Sin embargo, decidimos, para estar más seguros, que siempre habría uno de los tres mi- rándolo. Pero a medio día, en pleno sol, y además con el olor que subía desde que amainaru el viento, era como un mazazo. Por más que abriera los ojos, era inútil, el aire temblaba como gelatina, yo ya no veía. Voy al camarada a pedirle un chicote para so- portarlo... Lo que tardé para metérmelo en la meji- lla, jefe, lo que tardé para darle las gracias, me vuel- vo: allí estaba ella escarbando con las manos. ¡En pleno día! Debía pensar que era imposible no verla. Y cuando vio que yo la corría, ¿cree que se detuvo, que trató de escapar? No. Continuó con todas las fuerzas tan rápido como podía, como si no me viera llegar. Y cuand o la atrapé, luchaba como una dia- blesa, quería seguir, me gritaba que la dejara, que el cadáver no estaba todo cubierto todavía... Creón (a Antígona)z ¿Es cierto? Antígona: Sí, es cierto... El guardia: Volvimos a desenterrar el cadáver, como es debido, y después dejamos al relevo, sin decir una palabra, y vinimos a traérsela, jefe. Eso es todo. Creón: ¿Y anoche, la primeravez, fuiste tú también? Antígona: Sí, fui yo. Con una palita de hierro que nos servía para hacer castillos de arena en la playa, durante las vacaciones. Era justamente la pala de L t6o t6t
  • 22. F JEAN ANOUIL; Polinice. Había grabado su nombre en el mango con un cuchillo. Por eso la deié a su lado. Pero ellos se la llevaron. Entonces la segunda vez tuve que hacerlo con las manos. El guardia: Parecía un bicho escarbando. Tanto que al primer golpe, de vista, con el aire caliente que temblaba, el compañero diio: "No, hombre, es un animal". "¿Te parece?, dije yo, es demasiado fino para ser un animal. Es una mujer". Creón: Está bien. Quizá se os pida declaración den- tro de un rato. Por el momento, dejadme solo con ella. Lleva a esos hombres al lado, hijo mío. Y que permanezcan incomunicados hasta que yo vaya a verlos. El guardia: ¿Le pongo las esposas, iefe? Creón: No. (Lo s guardias salen, precedidos por el pequeño Paie. Creón y Antígona están solos uno frente al otro.) ¿Habías hablado de tu proyecto con alguien? Antígona: No. Creón: ¿Encontraste a alguien en el camino? Antígona: No, a nadie. Creón: ¿Estás bien segura? eNrfcoNe Antígona: Sí. Creón: Entonces, escucha: vas a volver a tu casa, te acostarás, dirás que estás enferma, que no saliste desde ayer. Tu nodriza dirá lo mismo. Yo haré desa- parecer a esos tres hombres. Antígona: ¿Por qué? Usted sabe que volveré a ha- cerlo. (Un silencio. Se miran.) Creón: ¿Por qué intentaste enterrar a tu hermano? Antígona: Tenía que hacerlo. Creón: Yo lo había prohibido. Antígona (suauemente): Tenía que hacerlo, a pesar de todo. Los que no son enterrados vagan eterna- mente y nunca encuentran reposo. Si mi hermano vi- vo hubiese vuelto molido de una larga cacería, yo le hubiera quitado las zapatos, le hubiera dado de co- mer, le habría preparado la cama... Hoy Polinice concluyó la cacería. Vuelve a la casa donde mi padre y mi madre, y también Eteocles, lo aguardan. Tiene derecho al descanso. Creón: Era un rebelde y un traidor, tú lo sabías. Antígona: Era mi hermano. t6z r63
  • 23. ffif JEAN ANOUILH creón: ¿Escuchaste la proclama del edicto en las es- quinas? ¿Leíste el cartel en todas las paredes de la ciudad? Antígona: Sí. Creón: ¿Sabías la suerte prometida a cualquiera que se atreviese a tributarle honores fúnebres? Antígona: Sí, lo sabía. Creón: Talvezcreíste que ser la hija de Edipo' la hi- ia del orgullo de Edipo ) efa bastante pafa estar por encima de la leY. Antígona: No. No creí eso' Creón: ¡La ley ha sido hecha antes que nada para ti' Árrtigorr"; la iey ha sido hecha antes que nad a para las hijas de los reYes! Antígona: Si hubiese sido una qiadaque limpiabala u^iíJi^cuando oí leer el edicto, ffi€ hubiera secado el ^gu^grasienta de los brazos y hubiera salido en de- lantal-pa ra ir a enterÍar a mi hermano creón: No es cierto. si hubieses sido una criada, no hubieras dudado de que ibas a morir y te hubieras quedado en casa llorando a tu hermano' Pero tú pensaste que eras de taza real, sobrina míay prome- iid" d. *i tti¡o Y Que, ocurriera lo que ocurriese' no me atrev eúa a condena rte a morir' ANTfGONA Antígona: Se equivoca usted. Estaba segura de que, al contrario, usted me condenaría amorir. Creón (la mira y murmura de pronto)z El orgullo de Edipo. Eres el orgullo de Edipo. Sí, ahora que lo en- cuentro en el fondo de tus ojos, te creo. Seguramen- te pensaste que te condenaría a morir. ¡Y te parecía un fin muy natural paru ti, orgullosa! También para tu padre no digo la felicidad, ni se trataba de esa la desgracia humana era demasiado poco. Lo humano os estorba en la familia. Necesitáis una conversación íntima con el destino y la muerte. Y matar a vuestro padre, y acostaros con vuestra madre, y saberlo to- do después, ávidamente, palabra por palabra. ¡eué brebaje, ¿eh?, las palabras que os condenan! Y con qué avidez se las bebe cuando uno se llama Edipo o Antígona. Y lo más sencillo¡ después, es reventarse los ojos e ir a mendigar con los hijos por los cami- nos... Bueno, pues no. Esos tiempos se han acabado para Tebas. Tebas tiene derecho ahora a un príncipe sin historia. Yo me llamo solamente Creón, gracias a Dios. Tengo los dos pies puestos en la tierra, las dos manos metidas en los bolsillos y )ra que soy rey, he resuelto, con menos ambición que tu padre, dedi- carme sencillamente a hacer un poco menos absur- do, si es posible, el orden de esre mundo. Ni siquie- ra es una aventura, es un oficio de todos los días y no siempre divertido, como todos los oficios. Pero ya que estoy aquí para desempeñarlo, lo haré... Y si mañana un mensaiero mugriento baja desde el seno de las montañas para anunciarme que tampoco está seguro de mi nacimiento, le rogaré sencillamente b--- r64 16s
  • 24. q JEAN ANOUII que se vuelva al lugar de donde vino y por tan poca cosa no iré a provocar atutía ni me pondré a con- frontar fechas. Los reyes, tienen otra cosa que hacer que dramas personales, hiiita. (Se le acercd y la to' ma del brazo.)Así que escúchame bien. Eres Antígo- na, eres la hija de Edipo, sea, pero tienes veinte años y no hace mucho todavía todo esto se hubiera afre- glado con un pan seco y un par de bofetadas' (La , mira sonriente.) ¡Condenarte ^ morir! ¡No te has mirado, pajarito! Eres demasiado flaca. Meior en- gorda un poco , pana dar un niño robusto a Hemón' T.b"t lo necesita más que tu muerte. Volverás a tu casa en seguid a,harás lo que te diie y te callarás' Yo me encargo del silencio de los otros. ¡Vamos, andat Y no me fulmines así con tu mirada- Me tomas' por un bruto, claro está' y has de pensar que soy decidi- damente prosaico. Pero te quiero bien a pesar de tu maldito carácter. No olvides que yo te regalé la pri- mera muñeca, no hace tanto tiempo. (Antígona no responde. Va a salir. Creón Ia detiene.) ifuntígona! Por esa puerta no se va a tu cuarto. ¿A dónde vas por ahí? Antígon a (se detiene, le responde suauemente, sin fanfarronería)z Usted lo sabe... (tJn silencio. Se miran de nueuo de pie uno fren- te al otro.) Creón (murmura colno para sí)z ¿A qué juego estás jugando? eNrfcoN¡ Antígona: No estoy jugando. Creón: ¿Pero no comprendes que si alguien más que esos tres brutos se entera dentro de un instante de lo que has intentado hacer, me veré obligado a conde- narte a morir? Si te callas ahora, si renuncias a esta locura, tengo una posibilidad de salvarte, pero ya no la tendré dentro de cinco minutos. ¿Comprendes? Antígona: Debo ir a entenÍar a mi hermano, porque esos hombres lo han descubierto. Creón: ¿Irás a repetir ese gesto absurdo? Hay otra guardia alrededor del cuerpo de Polinice, y aunque consigas cubrirlo otra vez) limpiarán su cadáveg bien lo sabes. ¿Qué conseguirás sino ensangrentarte las uñas y hacerte prender? Antígona: Nada más que eso, lo sé. Pero por lo me- nos puedo hacerlo. Y es preciso hacer lo que se puede. Creón: ¿Así que tú crees de verdad en ese entierro según las reglas? ¿Crees en esa sombra de tu herma- no condenada a andar siempre errante si no se arro- ja sobre el cadáver un poco de tierra con la fórmula del sacerdote? ¿Oíste recitar la fórmula a los sacer- dotes de Tebas? ¿Viste esas pobres caras de funcio- narios fatigados que abrevian los movimientos, se tnagan las palabras, terminando apresuradamente con un muerto para seguir con otro antes de la co- mida de mediodía? t66 r67
  • 25. q JEAN ANOUILH Antígona: Sí, los he visto' Creón: ¿Y no pensase nunca que si fuera una perso' na aquien querías de verdad la que estaba allí' acos' tada.t .l ,i1ón,te pondrías a aullar de golpe ' a gri' tarles que se callaran, 9üe se fueran? Antígona: Sí, lo he Pensado' Creón: Y ahora corres peligro de muerte porque ne' gué a tu hermano ese pasaporte irrisorio, ese chapu- ir.o en serie sobre sus despojos, esa pantomima que te averg onzaría y mordfi caúa si la hubieras repre' sentado. ¡Es absurdo! Antígona: Sí, es absurdo' Creón: Entonces, ¿por qué adoptas esa actitud? ¿Pa' ra los demás, p"rtiot que creen? ¿Para alzarlos con- tra mí? Antígona: No. Creón: ¿Ni para los demás, ni pata tu hermano? ¿Para quién entonces? Antígon az Para nadie. Para mí' Creón (la mira en silenciol: ¿Así que tienes ganas de morir? Ya pareces una pequeña presa de caza' enternezca conmigo. Haga como t68 eNtfcoNR yo.Haga lo que tiene que hacer. Pero si es usted un ser humano, hágalo en seguida. Eso es todo lo que le pido. No tendré coraie eternamente, es cierto. Creón (se acerca/: Quiero salvarte, Antígona. Antígona: Usted es el rey lo puede todo, pero eso no puede hacerlo. Creón: ¿Te parece? Antígona: Ni salvarme, ni impedirme hacer lo que quiero. Creón: ¡Orgullosa! ¡Pequeña Edipo! Antígona: Lo único que puede es condenarme a morir. Creón: ¿Y si te hago torturar? Antígona: ¿Para qué? ¿Para que llore, paÍa que pida gracia, para que jure todo lo que quieran y vuelva a hacerlo otta vez cuando no me duela ya? Creón (le aprieta el brazo): Escúchame bien. Me ha tocado el papel malo, por supuesto, y a ti el bueno. Y lo sabes. Pero no te aproveches demasiado, peque- ña peste... Si fuerayo un buen bruto, un tirano co- mún, hace rato te hubiera aÍrancado la lengua, des- garrado los miembros con tenazas o arrojado en un pozo. Pero tú ves en mis ojos algo que vacila, ves Antígona: No se r6g
  • 26. JEAN ANOUIT que te dejo hablar en cambio de llamar a mis solda- áor; por eso te burlas, atacas mientras puedes' ¿Adónde quieres ir, Pequeña furia? Suélteme. Me lastima el brazo con su eNrfcoNR sentarse en unt silla en medio de Ia habitación. Se quita la chaquetA, AuAnza hacia ella, pesado, pode- roso, en mangas de camisa.) Al día siguiente de la re- volución frustrada hay entuertos que enderezar, te lo aseguro. Pero los asuntos urgentes esperarán. No quiero dejarte morir por un lío político. Vales más que eso. Porque tu Polinice, esa sombra desconsola- d^ y ese cuerpo que se descompone entre sus guar- dias y todo ese patetismo que te inflama, no es más que un lío político. Ante todo, no soy tierno, pero soy delicado; me gustan las cosas limpias, claras, bien lavadas. ¿Crees que no me asquea tanto como a ti esa carne que se pudre al sol? Por la noche, cuando el viento viene del mar, se la huele en el pa- lacio. Me da náuseas. Sin emb argo, ni siquiera ce- rmé la ventana. Es innoble, y puedo decírtelo a ti, es estúpido, monstruosamente estúpido, pero es pre- ciso que toda Tebas huela eso durante un tiempo. ¡Tienes raz6n, debería hacer enterrar a tu hermano aunque más no fuera por higiene! Pero para que los brutos a quienes gobierno comprendan, el cadáver de Polinice tiene que apestar toda la ciudad durante un mes. Antígona: ¡Es usted odioso! Creón: Sí, hiiita. El oficio lo exige. Lo que puede dis- cutirse es si hay que hacerlo o no. Pero de hacerlo, tiene que ser así. Antígona: ¿Por qué lo hace? Antígona: mano. Creón (apretand'o más fuerte)z No' Yo soy el már fuerte así, también me aProvecho' Antígon a (lanza un gritito): ¡AY! creón (con oios risueños)zTalvez es lo que debería hacerte después de todo, sencillamente' torcerte la muñeca, tirárte del pelo como se hace a las muieres en los iuegos. (La mira otra uez' Se pone graue' Le d.ice dásdi *uy cerca.) Soy tu tío, claro está, pero no somos cariñosos en la familia. ¿No te parece curio' so, a pesar de todo, este rey ridiculizado que te escu' .h", .rt. viejo que lo puede todo y que ha visto ma' ,^, ^otros' ie lo aseguro' y tan enternecedores como tú, y q,re está aquí, Iomándose tanta molestia con el intento de imPedir tu muerte? Antígon a (después de una pausa)z Aptieta usted de' -"ri"do ahora. Ni siquiera me duele' Ya no tengo brazo. creón (la mira y la suelta con una sonrisita. Murmu- ra)z Dios sabe sin embargo que tengo - otras cosat qú. h"..r ho¡ pero con todo perderé el tiempo ne' cesario para r"irr"rt., pequeña peste' (La obliga a L. 170 17r
  • 27. q JEAN ANOUILH creón: una maitana me desperté siendo rey de Te- bas. Y Dios sabe que había otras cosas en la vida que me gustaban más que ser poderoso"' Antígona: ¡Había que decir que no' entonces! creón: Podía hacerlo. Pero me sentí de golpe como un obrero que rcchaza un trabaio' No me pareció honrado. Dije que sí. Antígona: Bueno, lo siento por usted' ¡Yo no he di' cho [o. sí! ¡eué pueden importarme a mí su políti' .", ,,, ,t...ridád, sus pobres historias! Yo puedo de' cir que no todavía a todo lo que no me gusta y soy único juez.Y usted con su corona' con sus guardias' con su pompa' sólo puede hacerme morir, porque dijo que sí. Creón: Escúchame. Antígona: si quiero, puedo no escucharlo. usted di' io q.re sí. usted no tiene nada más de qué enterarme. ,yo ,i. Está ahí bebiéndose mis palabras. Y si no lla' ma alos guardias, es paraescucharme hasta el final. Creón: ¡Me diviertes! Antígona: No. Le doy miedo. Por eso tfata de sal' u"rr*. A pesar de todo sería más cómodo conservar una pequeña Antígona viva y muda en este palacio. Er,rrt.á demasiado sensible para ser un buen tirano, eso es todo. Pero sin embargo me hará morir dentrO ANTfGoNA de un instante, usted lo sabe, y por eso tiene miedo. Es feo un hombre que tiene miedo. Creón (sordamente)l Bueno, sí, tengo miedo de ver- me obligado a hacerte matar si te obstinas. Y no qui- siera hacerlo. Antígona: ¡Yo no me veo obligada a hacer lo que no quisiera! ¿Acaso usted tampoco hubiera querido ne- gar una tumba a mi hermano? Dígalo: ¿no hubiera querido? Creón: Ya te lo he dicho. Antígona: Y sin embargo lo ha hecho. Y ahora me haú matar sin quererlo. ¡Y eso es ser rey! Creón: ¡Sí, es eso! Antígona: ¡Pobre Creón! Con las uñas rotas y llenas de tierra y los moretones que tus guardias me hicie- ron en los brazos, con el miedo que me retuerce las tripas, yo soy reina. Creón: Entonces, ten lástima de mí, vive. El cadáver de tu hermano que se pudre bajo mis ventanas, es precio suficiente para que el orden reine en Tebas. Mi hijo te quiere. No me obligues a pagar contigo además. Ya he pagado bastante. Antígona: No. Usted dijo que sí. ¡Ahora nunca deja- rá de pagar! 172- 173
  • 28. I JEAN ANOUILH creón (la sacude de pronto fuera de sí)z ¡Pero Dior mío! ¡Tr"r" de comprender un minuto tú también, chica idiota! Yo he tratado de comprenderte. Tiene que haber quienes digan que sí. Tiene que haber q,ri.rr., gobi.rrr.n la 1"t.". Hace agua por todac p"rr.r, está llena de crímenes, de necedad, de mise' ,i^... Y el timón vacila. La tripulación ya no quiere hacer nada, sólo piensa en saquear la cala y los ofi' ciales están ya construyendo una balsa cómoda, só' lo para ellos, con toda la provisión de a}va dulce, p^i^ salvar por lo menos el pellejo. Y el mástil cru' i., y el viento silba y las velas van a desgarrarse y to' do, .rot brutos reventarán juntos porque no pien' san más que en el pelleio' en su precioso pelleio y en sus asuntitos. ¿Te parece entonces que queda tiempo pafahacerse .i t.iitt"do, para saber si hay que decir qr.re sí o que no, para preguntarse si no habrá que p^g^, demasiado caro algún día y si todavía se Po' árl ,., un hombre después? Uno toma el timón, se yergue frente a la montaña de agua, grita una orden y aItp"t" al montón, al primero que dé un paso' ¡Al ,,'orriOttl Aquello no tiene nombre' Es como la ola que acab" á. abatirse sobre el puente delante de ,rto; el viento castiga y la cosa que cae en el grupo no tiene nombre. Eia quizá aquel que te había dado fuego, sonriendo, la víspera. Ya no tiene nombre' Y tú ámpoco tienes nombre, afercada a la ca¡.a del ti' món. soto el barco tiene nombre y la tempestad. ¿Lo. comprendes? Antígon a (sacude la cabeza/: No quiero comprender. Eso éstá bien para usted. Yo estoy aquí pana otra co' RNtfcoN¡, sa que para comprender. Estoy aquí para decirle que no y para morir. Creón: ¡Es fácil decir que no! Antígona: No siempre. Creón: Para decir que sí, hay que sudar y arreman- garse, tomar la vida con todas las manos y meterse en ella hasta los codos. Es fácil decir que no, aunque ha- ya que, morir. Basta con no moverse y esperar. Espe- rar pata vivir, esperar hasta para que lo maten a uno. Es demasiado cobarde. Es una invención de los hom- bres. ¿Te imaginas un mundo donde los árboles tam- bién hubieran dicho que no a la savia, donde los ani- males hubieran dicho que no al instinto de caza o del amor? Los animales, por lo menos, son buenos, sen- cillos y duros. Van, empujándose unos a otros, va- lientemente, por el mismo camino. Y si caen, los otros pasan y puede perderse [o que se quiera, siem- pre quedará uno de cada especie dispuesto a tener nueva ctía y reanudar el mismo camino con el mismo coraje, igual a los que pasaron antes. Antígona: Qué sueño para un rey, los animales, ¿eh? Sería tan sencillo. (Un silencio; Creón la mira.) Creón: ¿Me desprecias, verdad? (Ella no contesta; Creón continúa como para sí.) Es curioso. A menu- do he imaginado este diálogo con un hombrecito pá- ¡¡- 174 175
  • 29. r- i JEAN ANOUII lido que hubiera intentado matarme y de quien no podría obtener nada más que desprecio. Pero no pensaba que sería contigo y por algo tan tonto... (Se toma la cabeza entre las manos. Se nota que está ex' tenuado.) Pero escúchame por última vez. Mi papel no es bueno, pero es mi papel y te haré matar. Sólo que antes quiero que tú también estés bien segura del tuyo. ¿Sabes por qué vas a morir, Antígona? ¿Sa- bes al pie de qué historia sórdida vas a firmar para siempre con tu nombre ensangrentado? Antígona: ¿Qué historia? Creón: La de Eteocles y Polinice, la de tus hermanos. No, tú crees saberla, no la sabes. Nadie la sabe en Tébas, salvo yo. Pero me parece que tú, esta maña' na, también tienes derecho a saberla. (Reflexiona un instante, con la cabeza en las manos, de codos sobre una rodilla. Se le oye mumurAr./ No es muy agrada- ble, verás. (Y comienza sordamente sin mirar A An' tígona.)Ante todo, ¿qué recuerdas de tus hermanos? ¿Dos compañeros de iuego que seguramente te des' preciaban, que te rompían las muñecas, siempre cu- ihi.h.átrdose secretos al oído para hacerte rabiar? Antígona: Eran grandes... Creón: Después debiste de admirar sus primeros ci' garrillos, sus primeros pantalones largos; y luego empezaron a salir de noche, a oler a hombrery ya no te miraron,más. eNrfcoue Antígona: Yo era una mujer... Creón: Tú veías llorar a tu madÍe) a tu padre coléri- co, oías golpear la puerta cuando volvían y sus risas en los corredores. Y pasaban delante de ti, tamba- leantes, oliendo a vino. Antígona: Una vez me escondí detrás de una puerta; era a la mañan a, acabábamos de levantamos y ellos volvían. ¡Polinice me vio, estaba muy pálido, con los ojos brillantes y tan hermoso con su traje de gala! Me dijo: "Yaya, ¿estás ahí?" Y me dio una gran flor de papel que había traído de la fiesta. Creón: Y tú conservaste esa flor, ¿verdad? Antígona (se estremece/: ¿Quién se lo dijo? Creón: ¡Pobre Antígona, con tu flor de cotillón! ¿Sa- bes quién era tu hermano? Antígona: ¡Sabía que usred iba a hablarme mal de é1, en todo caso! Creón: Un pobre juerguista imbécil, un carnicero duro y sin alma, un brutito que sólo servía par an- dar a más velocidad que los otros con sus coches, para gastar más dinero en los bares. Una vez, yo es- taba presente, tu padre acababa de negarle una fuer- te suma que había perdido en el juego; se puso muy pálido y le levantó la mano gritando una palabra in- fame. 176 177
  • 30. JEAN ANOUILH Antígona: ¡Eso no es cierto! Creón: ¡Su puño de bruto voló ala carade tu padret Era lastimoso. Tu padre estaba sentado a su mesa, con la cabeza en las manos. Sangraba por la nariz. Lloraba. Y en un rincón del escritorio, Polinice, bro- meando, encendía un cigarrillo. Antígona (ahora casi suplicante): ¡Eso no es ciertol Creón: Acuérdate, tú tenías doce años. No lo visteis durante mucho tiempo. ¿Es cierto eso? Antígona (sordamente): Sí, es cierto. Creón: Fue después de aquella disputa. Tu padre no quiso denunciarlo. Polinice se alistó en el ejército ar- givo. Y desde que estuvo con los argivos, empezó contra tu padre la caza del hombre, contra aquel vieio que no se decidía a morir, a soltar el reino. Los atentados se sucedían y los matones que pescába- mos, siempre acababan por confesar que habían re- cibido dinero de é1. No sólo de é1, por lo demás. Por- que eso es lo que quiero que sepas, los entretelones de este drama en el que ardes por desempeñar un pa- pel, la cocina. Ayer hice grandiosos funerales a Eteo- cles. Eteocles es ahora un héroe y un santo para Te- bas. Todo el pueblo estaba presente. Los niños de las escuelas dieron todos los centavos de sus alcancías para la corona; los ancianos, falsamente conmovi- dos, magnificaron con trémolos en la voz al buen hermano, al hijo fiel de Edipo, al príncipe leal. Yo ¡NtfcoNe también pronuncié un discurso. y todos los sacerdo- tes de Tebas en pleno, con la cara de circunstancias. Y los honores militares... Era preciso... como te imaginarás, no podía darme el lujo de tener un crá- pula en los dos bandos. pero voy'adecirte algo, que sólo sé, algo horrible: Eteocles, ese premio a la vir- tud, no valía más que polinice. El buen hijo también había intentado hacer asesinar a su padre, el prínci- pe leal había decidido también u.rid., a Tebas al mejor postor. Sí, ¿te parece gracioso? Ahora tengo la ¡ry9ba de que la traición por la cual er cuerpo de Polinice se está pudriendo al sor, Eteocres, gu€ duer- me en su tumba de mármor se prepa raba también a comererla. Es una casualidad que porinice hay a da- do el-golpe antes que é1. Teníamos que habérnoslas con dos ladrones de feria que se engañaban uno al otro mientras nos fumaban a nosotros y que se de_ gollaron como dos pillos que eran, por una cuestión de cuentas... Pero he teniáo que convertir en héroe a uno de ellos. Entonces -"náé buscar sus cadáve- res entre los otros. Los encontraron abrazados, por primera vez en su vida, sin duda. se habían ensarta- do mutuamente y después la carga de ra cabailería argiva les pasó por encima. Estaban hechos papiila, Antígona, irreconocibles. Hice recoger uno de los cuerpos' el menos estropeado de los dos, paralos fu- nerales nacionales, y di orden de que ,.'d.¡"r" p,r_ drir el orro donde estaba. Ni siquiera sé ..r¿t. y te aseguro que me da lo mismo. (Hay un largo silencio; no ue mueuen; están sin mirarse; después Antígona dice despacito:) 178 r7g
  • 31. F'' i JEAN ANOUIT Antígona: ¿Por qué me contó esto? (Creón se leuanta, se pone la chaqueta.) Creón: ¿Era preferible dejarte morir por esa pobre historia? Antígona: Tal vez. Yo creía. (Hay otro silencio, Creón se le acerca.) Creón: ¿ Qué vas a hacer, ahora ? Antígon a (Se leuanta como una sonámbula)z Voy a subir a mi cuarto. Creón: No te quedes mucho tiempo sola. Vete a ver a Hemón esta mañana. Cásate rápido. Antígona (en un soplo,): Sí. Creón: Tienes toda la vida por delante. Nuestra dis- cusión era ociosarte lo aseguro. Tienes ese tesoro to- davía. Antígona: Sí. Creón: No hay otra cosa que importe. ¡Y tú ibas a derrocharlo! Te comprendo, yo hubiera hecho lo mismo a los veinte años. Por eso bebía tus palabras. Escuchaba desde el fondo del tiempo a un joven Creón flaco y pálido como tú y que también sólo pensaba en darlo todo... Cásate pronto, Antígona, ANTfGoNA sé feliz. La vida no es lo que tú crees. Es un agua que los jóvenes dejan correr sin saberlo, entre los dedos abiertos. Cierra las manos, cierra las manos, rápido. Reténla. Ya verás, se convertirá en una cosita dura y simple que uno roe sentado al sol. Todos te dirán lo contrario porque necesitan tu fuerza y tu impulso. No los escuches. No me escuches cuando pronuncie el próximo discurso delante del sepulcro de Eteo- cles. No será cierto. Sólo es cierto, lo que no se di- ce... Tú también lo sabrás, demasiado tarde; la vida es un libro que amamos, un niño que juega a tus pies, una herramienta que uno suieta bien en la ma- no, un banco pata descansar ala noche delante de casa. Vas a despreciarme otra vez, pero descubrir eso, ya verás, es el consuelo irrisorio de envejecer, la vida quizá sólo sea, después de todo, la felicidad. Antígona (murmurA, con Ia mirada un poco perdi- da)z La felicidad... Creón (de pronto con un poco de uergüenza): Una pobre palabra, ¿eh? Antígona (despacito)z ¿Qué será mi felicidad? ¿En qué mujer feliz se convertirá la pequeña Antígona? ¿ Qué mezquindades tendrá que hace r día a día, pa- na arrancar con los dientes su pedacito de felicidad? Dígame, ¿a quién deberá mentir, a quién sonreír, a quién venderse? ¿A quién deberá deiar morir apaf- tando la mirada? Creón (se encoge de bombros)z Estás loca, cállate. r8o r8r
  • 32. ,,nl JEAN ANOUILH Antígona: ¡No, no me callaré! Quiero.ybg cómo -. fit arceglaré' yo tamb íén, pan ser feliz' En segui' á", p.to,r."h"y ql. .l"gir en seguida' Usted dice que ü íi¿" ., ,"r, h.i',o'"'"vo qt'itio saber cómo me las arreglaré Pafa vivir. Creón: ¿Amas a Hemón? Antígona: Sí, amo a Hemón' Amo a un Hemón du- ro y ioven; a un Hemón exigente y fiet':o1o yo' Pe- ;; ;t' la viÁa,U f.t.i¿ad de que usted habla han de ;;;.;.r él con su desgaste, si Hemón no ha de pa- lidecer ya cuando yo pahdezca' si no ha d.e creerme *rr.rr".uando tardo tittto minutos' si no ha de sen- tirse solo en el mundo y detestarme cuando me río ,in qrr. él sepa por qué, si. ha de convertirse a mi la- do en el señor É.-étt, si ha de aprender a.decir que sí él también, entonces ya no amo a Hemón' Creón: No sabes lo que dices' Cállate' Antígona: Sí' yo sé lo que 4igot es usted el que ya no ;; .r... Ahára le hablo deide muy leios' desde un reino donde no puede entrar con SUS arrugas, Su prudencia, su buriig"' (Se ríe') ¡Ahl ¡Me río' Creón' me río porq,r. i.l,Jo dt golpe a los quince años! El mismo aire de impotenti" y de creer que todo se p".¿.. La vida sólá te ha añadido todas esas arrugi- ,", .r, la caray esa grasa que te envuelve' Creón (la sacude)z ¿Te callarás de una vez? eNrfcoNe Antígona: ¿Por qué quieres hacerme callar? ¿Porque sabes que tengo razónl ¿Crees que no leo en tus ojos que lo sabes? Sabes que tengo razín,pero no lo con- fesarás nunca porque estás defendiendo tu felicidad en este momento como una fiera. Creón: ¡La tuya y la mía, sí, imbécil! Antígona: ¡Todos vosotros me dais asco con vuestra felicidad! Con vuestra vida que hay que amar cues- te lo que cueste. Como perros que lamen todo lo que encuentran. Y esa pequeña posibilidad pafa todos los días, si no se es demasiado exigente. Yo lo quie- ro todo, en seguid^ -y que sea completo-, y si no, me niego. Yo no quiero ser modesta y contentarme con un trocito, si he sido iuiciosa. Quiero estar segu- ra de todo hoy y que sea tan hermoso como cuando era pequeña, o morir. Creón: ¡Anda, empieza, empieza como tu padre! Antígona: ¡Como mi padre, sí! Somos de los que plantean las preguntas hasta el fin. Hasta que no quede ya en realidad viva una pequeña posibilidad de esperanza) hasta que no quede sin estrangular la más pequeña posibilidad de esperanza. ¡Somos de los que saltan encima, cuando la encuentran, a la es- petanza, a vuestra querida esperanza, a vuestra su- cia esperanzal Creón: ¡Cállate! ¡Si te vieras gritando esas palabras! Te pones fea. F i t t E 183 t8z
  • 33. JEAN ANOUILH Antígona: ¡Sí, soy fea! Son indignos' ¿verdad?' estos gritos, estos sobresaltos, esta lucha de traperos' Pa- pa ,oto fue hermoso después, cuando estuvo seguro por fin de que había matado a su padre, de que se Labía acost;do con su madre, y de que ya nada, na- da podía salvarlo. Entonces se tranquíIízó de golpe, trrut una especie de sonrisa y se volvió hermoso. To- do había acabado. ¡Le bastó cerrar los oios para no ver nada más! ¡Ah, qué caras las vuestras, pobres ca- ras de candidator " la felicidad! Sois vosotros los feos, hasta los más hermosos. Todos tenéis algo feo en la comisura del ojo o de la boca. Tú lo diiiste ha- ce un instante, creón: la cocina. ¡Tenéis caras de co- cineros! creón (le estruia el brazo): Ahora te ordeno que te calles, ¿me oyes? Antígona: ¿Me lo ordenas, cocinero? ¿Crees que puedes ordenarme algo? creón: La antesala está llena de gente. ¿Quieres per- derte? Te oirán. Antígona: ¡Bueno, pues abre las puertas! ¡Justamen- te, me oirán! creón (que trata de taparle la boca a la fuerza)z iTe callarás de una vez' Por Dios! Antígona (se debate): ¡Vamos, rápido, cocinero! ¡Llama a los guardias! eNtf coNR (Se abre la puerta. Entra Ismena./ Ismena (lanzando un grito): ¡Antígona! Antígona: ¿ Qué quieres tú ahora ? Ismena: ¡Antígona, perdóname! Antígona, ya ves, vengo, tengo coraje. Ahora iré contigo. Antígona: ¿Adónde vendrás comnigo? Ismena: ¡Si la condena a morir, tendrá que conde- narme a morir con ella! Antígona: ¡Ah, no! Ahora no. ¡Tú no! Yo, yo sola. No te figures que vendrás a morir conmigo ahora. ¡Sería demasiado fácil! Ismena: ¡No quiero vivir si tú mueres, no quiero quedarme sin ti! Antígona: Tú has elegido la vida y yo la muerte. Dé- jame ahora de jeremiadas. Había que ir esta maña- na, en cuatro patas, en la noche. ¡Había que ir a es- carbar la tierra con las uñas mientras ellos estaban cerca y dejarse apresar como una ladrona! Ismena: ¡Bueno, pues iré mañana! Antígonaz ¿La oyes, Creón? Ella también. Quién sa- be si no se contagiarán otros al escucharme. ¿Qué esperas para llamar a los guardias? Vamos, Creón,
  • 34. F i t'! ¡,9LlL'uri': c{tÍ {'toIf u JEAN ANOUILH un poco de coraje, no es más que un mal rato. ¡Va' mos, cocinero, ya que no hay más remedio! Creón (grita de pronlo/: ¡Guardias! (Los guardias aparecen en seguida.) Llevadla. Antígon a (con un fuerte grito d.e aliuioT: ¡Por fin, Creón! (Los guardias se lanzan sobre ella y la lleuan- Is' mena sale gritando tras ella.) Ismena: ¡Antígona! ¡Antígona! (Creón se ha quedado solo. EI coto enlt4 y-SgJe aceyca.) El coro: Estás loco, Creón. ¿Qué has hecho? Creón (mirando a lo leios/: Tenía que morir. El coro: ¡No dejes morir a Antígona, Creón! Todos llevaremos esa laga en el costado durante siglos. Creón: Ella era la que quería morir. Ninguno de no- sotros tenía fuerza bastante para convencerla de que viviera. Ahora lo comprendo; Antígona naci6 para estar muerta. Quizá ni ella misma lo supiera' pero Polinice era sólo un pretexto. Cuando tuvo que re- nunciar a ese pretexto, encontró otro en seguida. Lo que importaba pata ella era negarse y morir. eNrfcoNa El coro: Es una niña, Creón. Creón: ¿Qué quieres que haga por ella? ¿Condenar- la a vivir? Hemón (entra gritando): ¡Padre! Creón (corre hacia é1, Io besa): Olvídala, Hemón; ol- vídala, hijo mío. Hemón: Estás loco, padre. Suéltame. Creón (lo suieta más fuerte)z Lo he intentado todo para salvarla, Hemón. Lo he intentado todo, te lo juro. No te quiere. Hubiera podido vivir. Prefirió su locura y la muerte. Hemón (grita, tratando de librarse de su brazo): iPe- ro padre, ya ves que la llevan! ¡Padre, no dejes que esos hombres la lleven! Creón: Ya ha hablado. Toda Tebas sabe ahora lo que hizo. Me veo obligado a hacerla morir. Hemón (se arranca de sus brazos/: ¡Suéltame! (Un silencio. Están uno frente al otro. Se miran.) El coro (se acerca/: ¿No se puede imaginar algo, de- cir que está loca, encerrarla? t86 t87
  • 35. JEAN ANOUILH Creón: Dirán que no es cierto. Qoe la salvo porque iba a ser la mujer de mi hijo. No puedo. El coro: ¿No se puede ganar tiempo, hacerla escapar mañana? Creón: La multitud ya 1o sabe, aúlla alrededor del palacio. No puedo. Hemón: Padre, la multitud no es nada. Tú eres el amo. Creón: Soy el amo antes de la ley. No después. Hemón: Padre, soy tu hijo, no puedes dejar que me la lleven. Creón: Sí, Hemón. Sí, hiio mío. Valor. Antígona no puede vivir más. Antígona ya nos ha abandonado a todos. Hemón: ¿Crees que yo podré vivir sin ella? ¿Crees que aceptaré vuestra vida? Y todos los días, de la mañana a la noche, sin ella. Y vuestra agitación, vuestra charla, vuestro vacío, sin ella. Creón: Tendrás que aceptar, Hemón. Cada uno de nosotros tiene un día, más o menos triste, más o me- nos lejano, en que debe aceptar ser un hombre. Pa- ra ti, ha llegado hoy... Y aquí estás frente a mí con las lágrimas asomándote a los ojos y el corazín do- lido, muchachito mío, por última vez... Cuando te eNrfcoNe hayas vuelto, cuando hayas cruzado ese umbral den- tro de un instante, todo habrá acabado. Hemón (retrocede un poco y dice despacito/: Ya se acabó. Creón: No me iuzgues, Hemón. No me juzgues tú también. Hemón (lo rnira y dice de pronlo/: Aquella gran fuerua y aquel coraje, arel dios gigante que me le- vantaba en sus brazos y me salvaba de los mons- truos y las sombras, ¿eras tú? Aquel olor prohibido y aquel buen pan de la noche, bajo la lámpara, cuando me mostrabas libros en tu escritorio, ¿eras tú, te parece? Creón (humildemente)t Sí, Hemón. Hemón: Todos aquellos cuidados, todo aquel orgu- llo, todos aquellos libros llenos de héroes, ¿eran pa- ra llegar a esto? ¿Para llegar a ser un hombre, como tú dices, y muy contento de vivir? Creón: Sí, Hemón. Hemón (grita de pronto como un niño, arroiándose en sus brazos)z ¡Padre, no es cierto! ¡No eres tú, no es hoy! No estamos los dos al pie de este muro don- de sólo cabe decir que sí. Todavía eres poderoso, co- mo cuando yo era pequeño. ¡Ah! ¡Te lo suplico, pa- dre, que yo te admire, que siga admirándote! Estoy r88 r89
  • 36. F' I JEAN ANOUILH demasiado solo y el mundo queda demasiado desnu- do si no puedo admirarte más. Creón (lo aparta de sí): Estamos solos, Hemón. El mundo está desnudo. Y me has admirado demasia- do tiempo. Mírame, esto es convertirse en un hom- bre: ver un día, de frente, el rostro del padre. Hemón (lo mira, Iuego retrocede gritando/: ¡Antígo- na! ¡Antígona! ¡Socorro! (Sale corriendo.) El coro (se acerca a Creón): Creón, salió como un loco. Creón (que mira a lo leios, hacia adelante, inmóuil)z Sí. Pobrecito, la quiere. El coro: Creón, hay que hacer algo. Creón: No puedo hacer nada más. El coro: Se ha marchado, herido de muerte. Creón (sordamente)z Sí, estamos todos heridos de muerte. (Antígona entra en la habitación, empuiada por los guardias que apuntalan la puerta, detrás de la cual se adiuina a la mubitud que grita.) t/'lznl' a;-a o¿'tl. *<?v'* eNrfcoNe El guardia: ¡Jefe, invaden el palacio! Antígona: ¡Creón, no quiero ver más sus rostros, no quiero oír más sus gritos, no quiero ver más a nadie! Ahora tienes mi muerte, ya basta. Haz que no yea a nadie más hasta que esto haya terminado. Creón (sale gritando a los guardias); ¡Guardia en las puertas! ¡Que desalojen el palacio! ¡Tú quédate con ella! (Los otrgs_ Q9s guardias salen seguidos por el co- €: AnTG-óna i, q-;iaa ioTa ión guálct a--* Lo mira.) Antígona (dice de pronto/: Así que eres tú. El guardia: ¿Yo qué? Antígona: Mi última cana de hombre. El guardia: Hay que creerlo. Antígona: Déjame mirarre... El guardia (se aparta, molesto): Vamos, Antígona: ¿Tú fuiste el que me deruvo tante? vamos. hace un ins- r90 El guardia: Sí, yo. T9I
  • 37. F I JEAN ANOUILH Antígona: Me lastimaste. No necesitabas lastimar- me. ¿Acaso parecía que quería escaparme? El guardia: ¡Vamos, vamos, nada de historias! Si no fuera usted, sería yo el que muriese. Antígona: ¿Cuántos años tienes? El guardia: Treinta y nueve. Antígona: ¿Tienes hijos? El guardia: Sí, dos. Antígona: ¿Los quieres? El guardia: Eso no le interesa. (Comienza a caminar por la habitación; por un rato no se oye más que sus pasos.) Antígona (pregunta muy humilde): ¿Hace mucho que usted es guardia? El guardia: Después de la guerra. Era sargento. Me reenganché. Antígona: ¿Hay que ser sargento para ser guardia? El guardia: En principio, sí. Sargento o haber se- guido el pelotón especial. Llegado a guardia, el sargento pierde el grado. Por ejemplo: si me en- ¡NtfcoNe cuentro con algún recluta de la armada, puede no saludarme. Antígona: ¿Ah sí? El guardia: Sí. Fíjese gue, generalmente, lo hace. El recluta sabe que el guardia es un graduado. Cues- tión de sueldo: tenemos la paga corriente del guar- dia, como los del pelotón especial, y durante seis meses, a maner a de gratificación, un suplemento de la paga de sargento. Sólo gu€, como guardia, hay otras ventaj as. Aloj amiento, combustible, gr'atifica- ción. Por último, el guardia casado con dos hijos llega a ser más importante que el sargento de servi- cio activo. Antígona: ¿Ah sí? El guardia: Sí. Eso explica la rivalidad entre el guardia y el sargento. Usted quizás haya notado que el sargento finge despreciar al guardia. El gran argumento de ellos es el ascenso. En cierto sentido, es justo. El ascenso del guardia es más lento y más difícil en la armada. Pero no olvide usted que un brigadier de guardias, es algo distinto de un sargen- to en jefe. Antígona (le dice de pronto): Escucha... El guardia: Antígona: Voy a morir dentro de un rato. r9z tg3
  • 38. F I JEAN ANOUILH @l guardia no responde. Un silencio. Sigue cami- nando. Al cabo de un momento prosigue.) El guardia: Por otro lado, hay más consideraciones con el guardia que con el sargento del servicio acti- vo. El guardia es un soldado, pero es casi un funcio- nario. Antígona: ¿Tú crees que duele pata morir? El guardia: No puedo decírselo. Durante la guerra, los que tenían heridas en el vientre, sufrían. A mí nunca me hirieron. Y en cierto sentido eso me per- fudicó en los ascensos. Antígona: ¿Cómo van a hacerme morir? El guardia: No sé. Creo haber oído decir que para no manchar la ciudad con su sangre, iban a tapiarla en un pozo. Antígona: ¿Viva? El guardia: Sí, primero. ([Jn silencio.El guardia snca tabaco pdra masticar.) Antígona: ¡Oh, tumba! ¡Oh, lecho nupcial! ¡Oh, morada subterránea! ... (Parece pequeñita en medio de la gran habitación desnuda. Se diría que tiene un poco de frío. Se rodea con su brazos. Murmura.) Completamente sola... 194 .ü r-- ¡t¡tfcoNe El guardia (que ha terminado con el tabaco de mas- car): En las cavernas del Hades, a las puertas de la ciudad. A pleno sol. Una buena faena p"r".los que estén de turno. Primero parecía que iba a ser tarea de la armada- Pero según las últimas noticias, pare- ce que la guardia mandará los piquetes. ¡Buena bes- tia de carga la guardia! Asómbrese después de que haya celos entre el guardia y el sargenrtdel servicio activo... Antígona (murmura, súbitamente cansada).. Dos animales... El guardia: ¿Dos animales qué? Antígona: Dos animales se apretarían uno contra el otro para darse calor. Yo estoy completamente sola. El guardia: Si necesira algo, es diferente. yo puedo llamar. Antígona: No. sólo quisiera que entregaras una car- ta a una persona cuando yo haya muerto. El guardia: ¿Cómo, una cafta? Antígona: Una carta que escribiré. El guardia: ¡Ah, eso no! ¡Nada de historias! ¡Una cafta! ¡Las cosas con que sale! ¡casi nada arriesga- úa yo en ese jueguito! rg5
  • 39. FI- 1 ¡ JEAN ANOUILH Antígona: Te daréeste anillo si "..pr"r. El guardia: ¿Es de oro? Antígona: Sí... Es de oro. El guardia: ¿Sabes?, si me registran, consejo de gue- rra para mí. ¿A usted le da lo mismo? (Mira otra uez el anillo./ Lo que puedo hacer, si quiere, es escribir en mi libreta lo que usted quiera decir. Después arrancaÍé la página. Con mi letra, no es lo mismo. Antígona (cierra los oios; murmurt con un pobre rictus)z Tu letra. .. (Se estremece ligeramente.) Todo esto es demasiado feo, todo es demasiado feo. El guardia (ofendido, hace ademán de deuoluer el anillo): Mire, si usted no quiere, yo... Antígona: Sí. Guárdate el anillo y escribe. Pero rápi- do... Tengo miedo de que no haya tiempo... Escri- be: "Querido mío... ". El guardia (que ha sacado la libreta y chupa la mina del lápiz): ¿Es para su amiguito? Antígona: "Querido mío: quise morir y quizá no me quieras más... El guardia (repite lentamente con su uoz gruesa mientras escribe)z "Querido mío: quise morir y qui- zá no me quieras más... RNtfcoNe Antígona: "Y Creón tenía razón; es terrible; ahora, junto a este hombre, ya no sé por qué muero. Tengo miedo... ". El guardia (luchando con el dictado)z "Creón tenía raz6n, es terrible... ". Antígona: Ah, Hemón, nuestro chiquillo. Sólo aho- ra comprendo lo sencillo que era vivir... El guardia (se detiene): Eh, vamos, va usted dema- siado rápido. ¡Cómo quiere que escriba! Hace falta tiempo... Antígona: ¿Por dónde andabas? El guardia (relee): "Es terrible ahora junto a este hombre... ". Antígonaz "Ya no sé por qué muero." El guard ia (escribe chupando la mina): "Ya no sé por qué muero...". Nunca se sabe por qué se muere. Antígona (Continúa): "Tengo miedo. .i'. (Se detie- ne. De pronto se yergue/. No. Thcha todo eso. Es preferible que nadie sepa nunca. Es como si fueran a verme desnuda y a tocarme cuando esté muerta. Pon solamente: "Perdón." El guardia: Entonces tacho el final y pongo perdón en cambio. rg6 r97
  • 40. 2 1 1,,í-t,r' oo(,tr,[ e'{-t í W'O JEAN ANOUILH Antígona: Sí. "Perdón, querido. Sin la pequeña An- tígona todos hubierais estado muy tranquilos. Te quiero... ". El guardia: "Sin [a pequeña Antígona todos hubié- rais estado muy tranquilos. Te quiero...". ¿Eso es todo? Antígona: Sí, eso es todo. El guardia: Es una carta curiosa. Antígona: Sí, es una carta curiosa. El guardia: ¿Y a quién va dirigida? (En ese momen' to se abre la puerta. Aparecen los otros guardias. Antígona se leuanta, los mirA, mira al primer guar- dia, que) erguido detrás de ella, se guarda el anillo y acomoda la libreta con aire de importancia... Ve la mirada de Antígona. Grita para darse ánimos.) iYa- mos! ¡Basta de historias! (Antígona sonríe lastimosamente. Baia la cabeza. Va sin decir una palabra hacia los otros guardias. Salen todos.) Up:SJggr"kyry"toLr¡Bueno! Se acabó con An- ;6na. ÁFora úáiéic;a'f,ttttó-dé Ciééñ." Ten drán que pasar todos. El mensajero (irrumpe gritando)z iLa reina! ¿Dónde está la reina? eNrfcoNn El coro: ¿Qué le quieres? ¿Qué rienes que decirle? El mensaiero: Una terrible noticia. Acababan de arrojar a Antígona al pozo. Todavía no habían ter- minado de empujar los últimos bloques de piedra, cuando Creón y todos los que lo rodean oyen que- jas que salen de pronto de la tumba. Todos callan y escuchan, pues no es la voz de Antígona. Es una queja nueva que sale de las profundidades del po- zo. .. Todos miran a Creón, y é1, que fue el primero en adivinar, él que sabe ya antes que todos los otros, lanza de pronto un alarido como un loco: "¡Quitad las piedras! ¡Quitad las piedras!" Los esclavos se arrojan sobre los bloques amontonados y entre ellos, el rey sudoroso, con las manos sangrantes. Las piedras se mueven al fin y el más delgado se desliza por la abertura. Antígona está en el fondo de la tum- ba colgada de los hilos de su cinturón, de los hilos azules, de los hilos verdes, de los hilos rojos que le hacen como un collar de niña, y Hemón de rodillas, sosteniéndola en sus brazos, se queja con el rostro hundido en su vestido. Mueven otro bloque y Creón puede baiar al fin. Se ven sus cabellos blancos en la oscuridad, en el fondo del pozo.Trata de incorporar a Hemón, le suplica. Hemón no lo oye. De pronto se incorpora, con los ojos negros, y nunca se pareció tanto al muchachito de antes; mira a su padre sin de- cir nada, un minuto, y de pronto le escupe a la cat:- y saca la espada. Creón se pone fuera de alcance. Entonces Hemón lo mira con ojos de niño, cargados de desprecio, y Creón no puede evitar esa mirada como evitó el filo de la espada. Hemón mira el vie- rg8 r99
  • 41. r"- JEAN ANOUIT jo que tiembla en el otro extremo de la caverna y sin decir nada se hunde la espada en el vientre y se ex- tiende junto a Antígona, besándola en medio de un inmenso charco rojo. Creón (entra con su paie)z ¡Los hice acostar, por fin, uno junto al otro! Ahora están limpios, descansa- dos. Están sólo un poco pálidos, pero tan tranqui- los. Dos amantes después de la primera noche. Ellos han terminado. El coro: Tú no, Creón. Todavía te queda algo por saber. Eurídice, la reina, tu mujer... Creón: Una buena mujer que siempre habla de su iardín, de sus dulces, de sus tejidos, de sus eternos teiidos para los pobres. Es curiosa la eterna necesi- dad de prendas tejidas que tienen los pobres. Pare- ceúa que sólo necesitan prendas tejidas... El coro: Los pobres de Tebas tendrán frío este in- vierno, Creón. Al enterarse de la muerte de su hiio, la reina dejó las agujas juiciosamente, después de terminar la vuelta, pausadamente, como todo lo que hace, tal vez con un poco más de tranquilidad que de costumbre. Y después pasó a su cuarto, a su cuar- to con olor a lavanda, con carpetitas bordadas y marcos de felpa, para cortarse la garganta, Creón. Ahora está tendida en una de las camitas gemelas pasadas de moda, en el mismo lugar donde la viste muchacha una noche, y con la misma sonrisa, ape- nas un poco más triste. Y si no hubiera esa gran RNTfcoN¡ mancha roia en las sábanas alrededor de su cuello, podría creerse que duerme. Creón: Ella también. Todos duermen. Está bien. La jornada ha sido ruda. (Una pausa. Dice sordamen- te.) Ha de ser bueno dormir. El coro: Y ahora estás completamente solo, Creón. Creón: Completamente solo, sí. (Un silencio. Apoya la mano en el hombro del paie.) Pequeño... El pafe: ¿Señor? Creón: Voy a decírtelo a ti. Los otros no lo saben; uno está aquí, delante de la tare y no puede cru- zarse debrazos. Dicen que es una cochina faena, p€- ro si uno no la hace, ¿quién lahaú? El paie: No sé, señor. Creón: Claro está, no lo sabes. ¡Tienes suerte! No habría que saber nunca. Te tarda llegar a grande, ¿verdad? El pafe: ¡Oh, sí, señor! Creón: Estás loco, pequeño. No habúa que llegar nunca a grande . (Se oye Ia hora a lo leios, murmu- ra.) Las cinco. ¿Qué tenemos hoy a las cinco? El paie: Consejo, señor. zoT
  • 42. ,I it ,i JEAN ANOUIT Creón: Bueno, pues si tenemos consejo, pequeño, podemos ir andando. (Salen, Creón apoyándose en El paje./ El coro (se adelanta)z Y es así. Sin la pequeña Antí- gona, es cierto, todos hubieran estado muy tranqui- los. Pero ahora se acabó. A pesar de todo, están tran- quilos. Todos los que tenían que morir han muerto. Los que creían una cosa, y los que creían lo contrario, y aun los que no creían nada y se vieron envueltos en el asunto sin comprender nada. Muertos parecidos, todos, bien rígidos, bien inútiles, bien podridos. Y los que viven todavía comenzarán despacito a olvidar- los y a confundir sus nombres. Se acabó. Antígona está calmada ahora, jamás sabremos de qué fiebre. Su deber le ha sido perdonado. Un gran sosiego tris- te cae sobre Tebas y sobre el palacio vacío donde Creón empezará a esperar la muerte. (Mientras ha- blaba, los guardias han entrado. Se instalan en un bAnco, con la botella de uino tinto al lado, el som- brero hacia atrás, y empiezan unA partida de cartas.) No queda más que los guardias. A ellos todo esto les da lo mismo; no es harina de su costal. Continúan jugando a las cartas... (El telón cae rápidamente mientras los guardias tiran triunfos.) TELÓN 202