2. Atento a las recomendaciones de Clarencio, procuraba
reconstruir energías para comenzar de nuevo el aprendizaje. En
otro tiempo tal vez me hubiera ofendido ante observaciones, en
apariencia, tan crudas, pero en aquellas circunstancias recordaba
mis antiguos errores y me sentía confortado. Los fluidos carnales
compelen el alma a profundas somnolencias. Verdaderamente,
apenas
ahora reconocía que la experiencia humana, bajo ninguna
hipótesis podía ser considerada como un juego.
La importancia de la reencarnación en la Tierra, surgía a mi vista
evidenciando grandezas hasta entonces ignoradas. Considerando las
oportunidades perdidas, reconocía no merecer la hospitalidad de
Nuestro Hogar.
4. Clarencio tenía dobladas razones para hablarme con aquella
franqueza
Pasé varios días entregado a profundas reflexiones sobre la vida.
Sentía en lo íntimo gran ansiedad de volver a ver el hogar terrestre.
Sin embargo, me abstenía de pedir nuevas concesiones.
Los benefactores del Ministerio de Auxilio eran excesivamente
Generosos conmigo. Adivinaban mis pensamientos. Si hasta entonces
no me habían proporcionado una satisfacción espontánea a
semejante deseo, era que tal propósito no sería oportuno. Callaba,
pues, resignado y algo triste. Lisias hacía todo lo posible por
contentarme con opiniones consoladoras. Yo estaba en esa fase de
recogimiento inexplicable en que el hombre es llamado adentro de
5. Yo estaba en esa fase de recogimiento inexplicable en que el
hombre es llamado adentro de sí mismo por su conciencia
profunda.
Un día el bondadoso visitador penetró radiante en mi
departamento exclamando:
–¡Adivine quién llegó para verlo!
Aquella fisonomía alegre, aquellos ojos brillantes de Lisias no
me engañaban.
–¡Mi madre! –respondí lleno de confianza.
Con los ojos desorbitados por la alegría vi a mi madre entrar
con los brazos extendidos.
–¡Hijo! ¡Hijo mío! ¡Ven a mí, amado mío!
6. No puedo decir lo que pasó entonces.
Me sentí nuevamente niño como en los tiempos en que jugaba bajo la
lluvia con los pies descalzos, en la arena del jardín.
Me abracé a ella cariñosamente, llorando de júbilo, experimentando los
más sagrados transportes de ventura espiritual. La besé repetidas
veces, la apreté en mis brazos mezclando mis lágrimas con las
suyas. No sé cuanto tiempo estuvimos juntos abrazados. Finalmente
fue ella quien me despertó de aquel arrobamiento, recomendándome:
–¡Vamos, hijo, no te emociones tanto! También la alegría cuando
es excesiva acostumbra a castigar el corazón
7.
8. En vez de cargar a mi adorada viejecita en los brazos, como lo
hacía en la Tierra, en los últimos tiempos de su romería por allá, fue
ella quien me enjugó el copioso llanto, conduciéndome al diván.
–Estás débil todavía, hijito. No malgastes energías.
Me senté a su lado y ella, cuidadosamente, acomodó mi cansada
frente en sus rodillas, acariciándola levemente para confortarme a
la luz de santas recordaciones. Me sentí el más venturoso de los
hombres. Tenía la impresión de que el barco de mis esperanzas había
anclado en puerto seguro.
La presencia maternal constituía infinito consuelo a mi corazón. Aquellos
minutos me daban la idea de un sueño tejido en la trama de una felicidad
indecible. Como un niño que no pierde detalles me fijaba en su ropaje, copia
perfecta de uno de sus viejos trajes caseros.
9.
10. Observé su vestido obscuro, sus medias de lana y su mantilla azul.
Contemplé su pequeña cabeza aureolada de hilos de nieve, las
arrugas
de su rostro y su dulce y serena mirada de todos los días.
Con las manos trémulas de alegría acaricié sus queridas manos sin
conseguir articular frase.
Empero, mi madre más fuerte que yo, dijo con serenidad:
–Nunca sabremos agradecer a Dios tan grandes beneficios. El
Padre jamás nos olvida, hijo mío. ¡Qué largo tiempo de separación!
Pero no juzgues por ello que te he olvidado. A veces la Providencia
separa a los corazones, temporalmente, para que aprendamos el amor
divino.
11. Con su ternura de todos los tiempos sentí que se revivían las
llagas terrestres. ¡Oh, qué difícil es desprenderse de residuos traídos
de la Tierra!¡Cómo pesa la imperfección acumulada en siglos
sucesivos!
Cuántas veces oyera consejos saludables de Clarencio,
Observaciones fraternales de Lisias, para renunciar a las
lamentaciones; pero ¡cómo se reabrían las viejas heridas al
contacto del cariño maternal!
Del llanto de alegría pasé a las lágrimas de angustia, recordando
exageradamente los pasajes terrestres. No conseguía aceptar que
aquella visita no era para satisfacción de mis caprichos y sí una
preciosa bendición de la misericordia Divina.
12. Evocando antiguas exigencias, llegué a la conclusión de
que la autora de mis días debía continuar siendo depositaria de mis
quejas y males sin fin.
En la Tierra, las madres no pasan de ser esclavas en el concepto de
los hijos. Son raros los que entienden su dedicación antes de
perderlas. Con la misma falsa concepción de otros tiempos resbalé por
el terreno de dolorosas confidencias. Mi madre me oía callada,
dejando traslucir inexplicable melancolía. Con los ojos húmedos y
apretándome de cuando en cuando estrechamente en su corazón,
habló llena de cariño:
13. –¡Oh, querido hijo! No ignoro las instrucciones que nuestro generoso
Clarencio te suministró. No te quejes. Agradezcamos al Padre la
bendición de este reencuentro. Sintámonos ahora en una escuela
diferente, donde aprendemos a ser hijos del Señor. En la posición de
Madre terrestre no siempre conseguí orientarte como debía.
También yo trabajo reajustando el corazón. Tus lágrimas me
retrotraen al panorama de sentimientos humanos. Algo intenta operar
ese retroceso en mi alma. Quiero dar razón a tus lamentos, erigirte un
trono como si fueses la mejor criatura del Universo; pero esta actitud,
actualmente, no se aviene con las nuevas lecciones de la vida. Esos
gestos son perdonables en las esferas de la carne; pero aquí, hijo
mío, es indispensable atender ante todo al Señor.
14. No eres el único hombre desencarnado que tiene que reparar sus
propios errores, ni soy yo la única madre que debe sentirse distante
de sus seres amados. Por tanto, nuestro dolor no nos edifica por el
llanto que vertemos o por las heridas que sangran en nosotros, sino
por la puerta de luz que nos ofrece al Espíritu con el fin de ser más
Comprensivos y más humanos .Lágrimas y úlceras constituyen un
Proceso de bendita expansión de nuestros más puros sentimientos.
Después de extensa pausa en que la conciencia profunda me advertía
solemne, mi madre prosiguió:
–Si es posible aprovechar estos rápidos minutos en expansión de
amor, ¿por qué hemos de desviarlos hacia sombras de las
lamentaciones? Regocijémonos, hijo, y trabajemos incesantemente.
Modifica tu actitud mental. Me conforta tu confianza en mi cariño y
experimento sublime felicidad con tu ternura filial, pero no puedo
retroceder en mis experiencias. ¡Amémonos con el grande y sagrado
amor divino!
Aquellas benditas palabras me despertaron.
15. Tenía la impresión de que vigorosos fluidos partían del
sentimiento materno vitalizándome el corazón.
Mi madre me contemplaba embelesada mostrando una
bella sonrisa. Me levanté y respetuoso la besé en la frente
sintiéndola más amorosa y más bella que nunca.
16. REFERENCIAS
• Libro Nuestro Hogar psicografiado por Francisco
Cándido Xavier, dictado por el espíritu André Luiz.
• Imágenes de download gratuito de la web
• Compilado por el Área de Familia, Infancia y Juventud
del Centro Espírita “Redención” de Montevideo,
Uruguay.
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