El documento describe a un hombre grande observando el letrero luminoso de un restaurante llamado Florian's. El hombre mide casi 2 metros y viste de manera llamativa, con un sombrero de gánster, chaqueta de golf, corbata amarilla y zapatos de cocodrilo. Se queda inmóvil como una estatua mirando el letrero, hasta que sonríe y entra lentamente en el restaurante tras examinar la calle.
En su diario del año 2004, publicado bajo el título "Miseria y compañía" (Editorial Pre-textos, 2013), Andrés Trapiello nos ofrece una lúcida y divertidísima caricatura de un filósofo posmoderno al uso. Su lectura es un buen refrigerante ante tanta charlatanería y pose que a veces nos envuelve con aires de academia.
En su diario del año 2004, publicado bajo el título "Miseria y compañía" (Editorial Pre-textos, 2013), Andrés Trapiello nos ofrece una lúcida y divertidísima caricatura de un filósofo posmoderno al uso. Su lectura es un buen refrigerante ante tanta charlatanería y pose que a veces nos envuelve con aires de academia.
Arquitectura Ecléctica e Historicista en Latinoaméricaimariagsg
La arquitectura ecléctica e historicista en Latinoamérica tuvo un impacto significativo y dejó un legado duradero en la región. Surgida entre finales del siglo XIX y principios del XX, esta corriente arquitectónica se caracteriza por la combinación de diversos estilos históricos europeos, adaptados a los contextos locales.
Porfolio de diseños de Comedores de Carlotta Designpaulacoux1
calidad en el porfolio capturan la atención al detalle, la calidad de los materiales y la armonía de colores y texturas en cada diseño. El cuidadoso equilibrio entre muebles, iluminación y elementos decorativos se destaca en cada espacio, creando ambientes acogedores y sofisticados.
En resumen, la sección de porfolio de comedores de Carlotta Design es un reflejo del compromiso del equipo con la excelencia en el diseño de interiores, mostrando su habilidad para crear ambientes únicos y personalizados que sobresalen por su belleza y funcionalidad
El movimiento moderno en la arquitectura venezolana tuvo sus inicios a mediados del siglo XX, influenciado por la corriente internacional del modernismo. Aunque inicialmente fue resistido por la sociedad conservadora y los arquitectos tradicionalistas, poco a poco se fue abriendo camino y dejando una huella importante en el país.
Uno de los arquitectos más destacados de la época fue Carlos Raúl Villanueva, quien dejó un legado significativo en la arquitectura venezolana con obras como la Ciudad Universitaria de Caracas, considerada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Su enfoque en la integración de la arquitectura con el entorno natural y la creación de espacios que favorecen la interacción social, marcaron un punto de inflexión en la arquitectura venezolana.
Otro arquitecto importante en la evolución del movimiento moderno en Venezuela fue Tomás Sanabria, quien también abogó por la integración de la arquitectura con el paisaje y la creación de espacios abiertos y funcionales. Su obra más conocida es el Parque Central, un complejo urbanístico que se convirtió en un ícono de la modernidad en Caracas.
En la actualidad, el movimiento moderno sigue teniendo influencia en la arquitectura venezolana, aunque se ha visto enriquecido por nuevas corrientes y enfoques que buscan combinar la modernidad con la identidad cultural del país. Proyectos como el Centro Simón Bolívar, diseñado por el arquitecto Fruto Vivas, son ejemplos de cómo la arquitectura contemporánea en Venezuela sigue evolucionando y adaptándose a las necesidades actuales.
1x10.documento bueno para comunidades jefas y jefes de comunidades q les soli...
Columnas 1
1. Era una de las manzanas de
Central Avenue donde todavía no todos
los habitantes son negros. Yo acababa
de salir de una peluquería de cierta
importancia en la que una agencia de
colocaciones creía que podía estar
trabajando un barbero suplente llamado
Dimitrios Aleidis. Era un asunto de
poca monta. Su mujer estaba dispuesta a
gastar algún dinero para conseguir que
volviera a casa.
No llegué a encontrarlo, pero la
verdad es que la señora Aleidis tampoco
me pagó por el tiempo empleado.
Era un día tibio, casi a finales de
marzo, y, delante de la peluquería, me
paré a mirar un prominente cartel
luminoso que anunciaba, en el piso de
arriba, un emporio de comidas y juego
de dados llamado Florian's. Otra
persona miraba también el anuncio.
Contemplaba las polvorientas ventanas
con una fijeza en la expresión cercana al
éxtasis, como un robusto inmigrante que
divisara por vez primera la Estatua de la
Libertad. Era un hombre grande, aunque
no medía más allá de un metro noventa
y cinco ni era mucho más ancho que un
camión de cerveza. Se hallaba a una
distancia de unos tres metros, con los
brazos completamente caídos y un
humeante cigarro olvidado entre los
enormes dedos de su mano izquierda.
Negros esbeltos y silenciosos
iban y venían por la calle y lo miraban
de reojo porque era todo un espectáculo.
Llevaba el sombrero de fieltro típico de
un gánster, una chaqueta gris de sport
con bolas de golf en miniatura a modo
de botones, una camisa marrón, una
corbata amarilla, pantalones grises de
franela con la raya muy marcada y
zapatos de piel de cocodrilo con las
punteras de color blanco. Del bolsillo
del pecho le caía en cascada un pañuelo
que hacía juego con el amarillo brillante
de la corbata. También llevaba dos
plumas de colores metidas en la banda
del sombrero, pero hay que reconocer
que no las necesitaba. Incluso en
Central Avenue, que no es la calle más
discreta del mundo en materia de
vestimenta, pasaba tan inadvertido
como una tarántula en un trozo de
bizcocho.
Estaba
demasiado pálido y
necesitaba un afeitado.
Pensándolo bien,
siempre daría la
impresión de necesitar
un afeitado. Pelo negro
rizado y cejas muy
tupidas que casi se
unían por encima de su
nariz porruda. Las
orejas, en cambio,
resultaban pequeñas y
delicadamente
dibujadas para un
individuo de su tamaño,
y sus ojos tenían un
brillo similar al que
otorgan las lágrimas y
que a menudo parece
una característica de los
ojos grises. Durante un
rato conservó la
inmovilidad de una
estatua y, finalmente,
sonrió.
Luego cruzó despacio la acera hacia la doble puerta batiente que cerraba la
escalera por la que se subía al piso de arriba. La empujó para abrirla, examinó
desapasionadamente la calle a izquierda y derecha, y acabó entrando. Si hubiera sido un
tipo menos gigantesco y hubiese ido vestido de manera un poco menos llamativa, quizá
habría pensado yo que se disponía a perpetrar un atraco a mano armada. Pero no con
aquella ropa; no con aquel sombrero y todo aquel conjunto.
(Adiós muñeca. Raimond Chandler)