Este poema describe cómo Dios disfruta sorprendernos a través de diferentes disfraces y formas inesperadas como el viento, las nubes, el pan, el vino y los humanos. El autor argumenta que Dios encuentra placer en sorprendernos para reavivar nuestra fe vacilante, despertar nuestra esperanza y disfrutar de nuestro asombro. La conclusión es que si estamos abiertos a ser sorprendidos por las maravillas de la vida cotidiana, la presencia de Dios estará cerca.