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Un pequeño elefante
de insaciable curiosidad
sale en busca de respuestas
por la selva africana.
Se encuentra con distintos
animales con los que
conversa pero ninguno quiere
responderle sus preguntas…
hasta que por fin se encuentra
con el cocodrilo.
El hijo del elefante
Rudyard Kipling
ILUSTRADO POR Alejandro First
Este libro pertenece a:
RUDYARD KIPLING
Escritor y poeta. Bombay, 1865 – Londres, 1936.
Cuando Rudyard era un niño montó un elefante y, más de una
vez, pudo ver con sus propios ojos al cocodrilo y a la boa de dos
colores. Era inglés, pero vivó en Bombay, una inmensa cuidad de la
India. A los seis años debió viajar a Inglaterra con sus padres para
comenzar la escuela. Y el pequeño Rudyard se sintió la persona
más triste del mundo.
Muchos años después, revivió los recuerdos de su infancia en dos
libros apasionantes: El libro de la jungla y Kim de la selva. También
escribió bellos poemas y una serie de cuentos sobre animales,
dedicados a su hija mayor que vivía en Estados Unidos y jamás
había estado en la India.
Muchos chicos conocen algunos de los relatos de Rudyard Kipling
porque Walt Disney los convirtió en dibujos animados.
Proyecto Escuelas del Bicentenario
IIPE - UNESCO Buenos Aires.
Agüero 2071, (C1425EHS), Buenos Aires, Argentina.
Hecho el depósito que establece la Ley 11.723. Libro de edición argentina. Estos libros
son distribuidos en forma gratuita en escuelas primarias del país. Prohibida su venta.
Esta publicación se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2012,
en Fotocromos Triñanes, Charlone 971, Avellaneda. Pcia. de Bs. As.
Kipling, Rudyard
El hijo del elefante / Rudyard Kipling ; adaptado por María Elena Cuter ; ilustrado por Alejandro
First. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Instituto Internacional de Planeamiento de
la Educación IIPE-Unesco, 2012. Recurso Electrónico
ISBN 978-987-1875-00-9
1. Cuentos Clásicos Infantiles. I. Cuter, María Elena, adapt. II. First, Alejandro, ilus.
CDD 863.928 2
El hijo del elefante
1
n tiempos remotos, hijo mío, el elefante
no tenía trompa. Sólo poseía una nariz
oscura y curvada, del tamaño de una
bota, que podía mover de un lado
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que tenía una insaciable curiosidad
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que, en todo momento, estaba haciendo
preguntas. Vivía en África y a todos
molestaba con su insaciable curiosidad.
2 3
Preguntaba a su alta tía, el avestruz, por qué le crecían
las plumas de la cola, y su alta tía lo apartaba con un golpe
de su larga pata. Preguntaba a su otra tía, también alta,
la jirafa, cómo le habían salido las manchas en la piel,
y su esbelta tía jirafa lo empujaba con su durísima pezuña.
Pero seguía lleno de su insaciable curiosidad. Molestaba
también con sus preguntas a su rechoncho tío el hipopótamo
para saber por qué tenía los ojitos tan rojos, y su rechoncho
tío lo pateaba con su enorme pata. Y preguntaba igualmente
a su peludo tío, el mandril, por qué eran tan ricos los melones,
y su peludo tío mandril le daba un coscorrón con su mano
peluda.
Pero el elefante seguía lleno de su insaciable curiosidad.
Hacía preguntas de cuanto veía, oía, olía o tocaba.
54
Una espléndida mañana al comienzo del verano,
el hijo del elefante hizo un pregunta que hasta entonces
no había formulado: -¿Qué come el cocodrilo?
Su padre y su madre lo hicieron callar con un “¡Chist!”. Pero
el elefante fue al encuentro del pájaro Kolokolo que estaba
posado en la rama de un espino.
-Mi padre y mi madre me han castigado y también todos mis
tíos- le dijo el elefante- por mi insaciable curiosidad;
pero a pesar de todo quisiera saber qué come el cocodrilo.
El pájaro kolokolo le contestó con su voz quejumbrosa:
-Vete a las orillas del gran río Limpopo,
que tiene las aguas verdosas y grises
y corre entre los altos árboles,
y allí lograrás saber lo que quieres.
76
Y luego se puso en marcha. Iba comiendo melones
y cuando caía la cáscara la dejaba en el camino.
Has de saber, hijo mío, que hasta aquel día el curioso hijo
del elefante jamás había visto un cocodrilo
y no sabía cómo era.
A la mañana siguiente, el hijo del elefante tomó gran cantidad
de melones para el viaje y se despidió de todos sus familiares.
-Adiós- les dijo-. Me voy hacia el gran río Limpopo, que tiene
las aguas verdosas y grises y corre entre los árboles, para ver
qué come el cocodrilo.
8 9
A su vez, la serpiente boa de dos colores le preguntó:
-¿Y qué querrás saber luego?
-Perdone usted- le contestó el hijo del elefante-, ¿Podrá usted
decirme qué come el cocodrilo?
La serpiente boa de dos colores se desenroscó de la rama
y le dio un empujón con la punta de su cola. Siguió entonces
el elefante su camino, iba comiendo melones y cuando
se le caía la cáscara la dejaba en el camino.
Lo primero que encontró
fue una serpiente boa de dos colores, 	
enroscada en una rama.
-Perdone usted -le dijo el elefante con muy
buenos modales-, ¿ha visto usted por estas
regiones una cosa llamada cocodrilo?
Por fin, tropezó con un tronco caído, junto a las aguas
verdosas y grises del río Limpopo. Pero aquello, hijo mío,
no era ni más ni menos que el cocodrilo,
y el cocodrilo guiñó un ojo.
-Perdone usted -le dijo el elefante con muy buenos modales-,
¿ha visto usted por estas regiones una cosa llamada
cocodrilo?
10 11
1312
El cocodrilo hizo un guiño con el otro ojo y levantó un poco
la cola que tenía hundida en el barro. El hijo del elefante
se echó atrás rápidamente pues no quería que nadie volviera
a golpearlo.
-Ven aquí, pequeñuelo- le dijo el cocodrilo-. ¿Por qué
preguntas eso?
-Perdone usted -le dijo el elefante con muy buenos modales-,
pero mi padre, mi madre, mis tías el avestruz y la jirafa,
mis tíos el hipopótamo y el mandril, y también la serpiente
boa de dos colores, me han pegado por mi insaciable
curiosidad. Por eso, no quisiera recibir más azotes.
-Ven aquí, pequeñuelo- le dijo el cocodrilo-, pues el cocodrilo
soy yo-.
Empezó entonces a derramar lágrimas de cocodrilo
para demostrar que era verdad lo que afirmaba.
El hijo del elefante se arrodilló en la orilla del río.
-Usted es la persona a quien he estado buscando
durante tantos días- le dijo-. ¿Quiere usted decirme
qué es lo que come?
-Acércate un poco más, pequeñuelo- insistió
el cocodrilo-, y te lo diré al oído.
14 15
El hijo del elefante puso la cabeza junto a la boca
colmilluda del cocodrilo y el cocodrilo lo agarró
por la naricita que, hasta aquel día, tenía el tamaño
de una bota.
-Creo- dijo el cocodrilo (y lo dijo entre dientes...), creo
que empezaré tragándome... ¡al hijo del elefante!
El hijo del elefante le dijo (con la nariz tapada): -¡Suélteme
que me lastima!
La serpiente boa de dos colores se deslizó hacia la orilla del río.
-Amiguito- dijo-, si no tiras hacia atrás enseguida, con todas
tus fuerzas, creo que esa bestia que acabas de conocer
te llevará de un tirón antes de que puedas decir ¡ay!
Entonces, el hijo del elefante afirmó en el suelo sus pequeñas
posaderas y tiró y tiró y volvió a tirar con toda su alma,
hasta que su nariz empezó a alargarse. Y el cocodrilo daba
coletazos en el agua haciendo espuma, y seguía tirando
y tirando.
1716
La nariz del hijo del elefante siguió alargándose
más y más; el pequeño ponía muy tiesas sus cuatro patas
y tiraba y tiraba.
La serpiente boa de dos colores llegó hasta el agua,
se enroscó con doble vuelta en las patas de atrás
del elefantito, diciendo:
-Caminante curioso e inexperto, vamos a ayudarte
un poquito...
1918
Tiró, pues, ella también y, al fin, el cocodrilo soltó la nariz
del elefante con un “¡chap!” que se oyó desde muy lejos.
El hijo del elefante tuvo buen cuidado de dar las gracias
a la serpiente boa de dos colores e, inmediatamente,
envolvió su nariz en cáscaras de banana y la sumergió
en las aguas verdosas, grises y frescas del río Limpopo.
Pero la nariz no se le acortó ni un poquito.
-¡Ya verás que te conviene!-, dijo la serpiente boa
de dos colores.
En ese momento, una mosca se posó en el lomo del elefantito y,
casi sin darse cuenta, levantó la trompa y espantó a la mosca.
-¡Primera ventaja!-, comentó la serpiente boa de dos colores.
El hijo del elefante sintió hambre. Alargó la trompa y agarró
un buen manojo de hierbas, lo sacudió para quitarle el polvo
y se lo llevó a la boca.
-¡Ventaja número dos!-, exclamó la serpiente boa de dos
colores.
2120
-Así es-, dijo el elefantito. Y como tenía calor, sin pensar
lo que hacía, sorbió una buena cantidad de barro de la orilla
del río Limpopo, de aguas verdosas y grises, y lo derramó
por su cabeza donde el barro formó un fresco sombrerito
que le hacia cosquillas en las orejas.
-¡Ventaja número tres!-, dijo la boa.
-Bueno- dijo el elefante-, ahora me vuelvo a casita.
2322
Y regresó a su lugar balanceando continuamente la trompa.
Cuando quería comer alguna fruta, la arrancaba del árbol
en vez de esperar a que se cayera, como antes. Además,
en los momentos en que se sentía muy solo, cantaba
por su trompa y metía un ruido que se escuchaba
por las grandes llanuras de África. Durante todo el viaje
se dedicó a recoger todas las cáscaras de melón
que él mismo había tirado, porque era un paquidermo
muy limpito.
Cierto atardecer, llegó a su casita, curvó la trompa hacia
arriba y dijo:
-¿Cómo están todos?
Se alegraron mucho al verlo pero dijeron enseguida:
-Mereces un castigo por irte tan lejos y por lo que has hecho
con tu nariz.
-¡No!-, exclamó el elefantito y, alargando la trompa, con un
par de empujones, dejó tendidos a varios de sus hermanos.
Después de unos días, los otros elefantes descubrieron
que la trompa resultaba muy útil y uno tras otro,
a buen paso, marcharon hacia las orillas del río Limpopo,
de aguas verdosas y grises, que corren entre los árboles.
Cuando regresaron, ya nadie se dedicó a golpear
ni a empujar; y desde aquel día, hijo mío, todos los elefantes
-los que verás en la vida y los que no podrás ver-
tienen una trompa exactamente igual a la de aquel elefantito
insaciablemente curioso.
24
Este libro pertenece a:
RUDYARD KIPLING
Escritor y poeta. Bombay, 1865 – Londres, 1936.
Cuando Rudyard era un niño montó un elefante y, más de una
vez, pudo ver con sus propios ojos al cocodrilo y a la boa de dos
colores. Era inglés, pero vivó en Bombay, una inmensa cuidad de la
India. A los seis años debió viajar a Inglaterra con sus padres para
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Muchos años después, revivió los recuerdos de su infancia en dos
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porque Walt Disney los convirtió en dibujos animados.
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IIPE - UNESCO Buenos Aires.
Agüero 2071, (C1425EHS), Buenos Aires, Argentina.
Hecho el depósito que establece la Ley 11.723. Libro de edición argentina. Estos libros
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Esta publicación se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2012,
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Kipling, Rudyard
El hijo del elefante / Rudyard Kipling ; adaptado por María Elena Cuter ; ilustrado por Alejandro
First. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Instituto Internacional de Planeamiento de
la Educación IIPE-Unesco, 2012. Recurso Electrónico
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El hijo del elefante

  • 1. Un pequeño elefante de insaciable curiosidad sale en busca de respuestas por la selva africana. Se encuentra con distintos animales con los que conversa pero ninguno quiere responderle sus preguntas… hasta que por fin se encuentra con el cocodrilo. El hijo del elefante Rudyard Kipling ILUSTRADO POR Alejandro First
  • 2. Este libro pertenece a: RUDYARD KIPLING Escritor y poeta. Bombay, 1865 – Londres, 1936. Cuando Rudyard era un niño montó un elefante y, más de una vez, pudo ver con sus propios ojos al cocodrilo y a la boa de dos colores. Era inglés, pero vivó en Bombay, una inmensa cuidad de la India. A los seis años debió viajar a Inglaterra con sus padres para comenzar la escuela. Y el pequeño Rudyard se sintió la persona más triste del mundo. Muchos años después, revivió los recuerdos de su infancia en dos libros apasionantes: El libro de la jungla y Kim de la selva. También escribió bellos poemas y una serie de cuentos sobre animales, dedicados a su hija mayor que vivía en Estados Unidos y jamás había estado en la India. Muchos chicos conocen algunos de los relatos de Rudyard Kipling porque Walt Disney los convirtió en dibujos animados. Proyecto Escuelas del Bicentenario IIPE - UNESCO Buenos Aires. Agüero 2071, (C1425EHS), Buenos Aires, Argentina. Hecho el depósito que establece la Ley 11.723. Libro de edición argentina. Estos libros son distribuidos en forma gratuita en escuelas primarias del país. Prohibida su venta. Esta publicación se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2012, en Fotocromos Triñanes, Charlone 971, Avellaneda. Pcia. de Bs. As. Kipling, Rudyard El hijo del elefante / Rudyard Kipling ; adaptado por María Elena Cuter ; ilustrado por Alejandro First. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación IIPE-Unesco, 2012. Recurso Electrónico ISBN 978-987-1875-00-9 1. Cuentos Clásicos Infantiles. I. Cuter, María Elena, adapt. II. First, Alejandro, ilus. CDD 863.928 2
  • 3. El hijo del elefante 1 n tiempos remotos, hijo mío, el elefante no tenía trompa. Sólo poseía una nariz oscura y curvada, del tamaño de una bota, que podía mover de un lado a otro pero con la que no podía agarrar nada. Existía, también, otro elefante, un nuevo elefante, hijo del anterior, que tenía una insaciable curiosidad por todas las cosas, lo que significaba que, en todo momento, estaba haciendo preguntas. Vivía en África y a todos molestaba con su insaciable curiosidad.
  • 4. 2 3 Preguntaba a su alta tía, el avestruz, por qué le crecían las plumas de la cola, y su alta tía lo apartaba con un golpe de su larga pata. Preguntaba a su otra tía, también alta, la jirafa, cómo le habían salido las manchas en la piel, y su esbelta tía jirafa lo empujaba con su durísima pezuña. Pero seguía lleno de su insaciable curiosidad. Molestaba también con sus preguntas a su rechoncho tío el hipopótamo para saber por qué tenía los ojitos tan rojos, y su rechoncho tío lo pateaba con su enorme pata. Y preguntaba igualmente a su peludo tío, el mandril, por qué eran tan ricos los melones, y su peludo tío mandril le daba un coscorrón con su mano peluda. Pero el elefante seguía lleno de su insaciable curiosidad. Hacía preguntas de cuanto veía, oía, olía o tocaba.
  • 5. 54 Una espléndida mañana al comienzo del verano, el hijo del elefante hizo un pregunta que hasta entonces no había formulado: -¿Qué come el cocodrilo? Su padre y su madre lo hicieron callar con un “¡Chist!”. Pero el elefante fue al encuentro del pájaro Kolokolo que estaba posado en la rama de un espino. -Mi padre y mi madre me han castigado y también todos mis tíos- le dijo el elefante- por mi insaciable curiosidad; pero a pesar de todo quisiera saber qué come el cocodrilo. El pájaro kolokolo le contestó con su voz quejumbrosa: -Vete a las orillas del gran río Limpopo, que tiene las aguas verdosas y grises y corre entre los altos árboles, y allí lograrás saber lo que quieres.
  • 6. 76 Y luego se puso en marcha. Iba comiendo melones y cuando caía la cáscara la dejaba en el camino. Has de saber, hijo mío, que hasta aquel día el curioso hijo del elefante jamás había visto un cocodrilo y no sabía cómo era. A la mañana siguiente, el hijo del elefante tomó gran cantidad de melones para el viaje y se despidió de todos sus familiares. -Adiós- les dijo-. Me voy hacia el gran río Limpopo, que tiene las aguas verdosas y grises y corre entre los árboles, para ver qué come el cocodrilo.
  • 7. 8 9 A su vez, la serpiente boa de dos colores le preguntó: -¿Y qué querrás saber luego? -Perdone usted- le contestó el hijo del elefante-, ¿Podrá usted decirme qué come el cocodrilo? La serpiente boa de dos colores se desenroscó de la rama y le dio un empujón con la punta de su cola. Siguió entonces el elefante su camino, iba comiendo melones y cuando se le caía la cáscara la dejaba en el camino. Lo primero que encontró fue una serpiente boa de dos colores, enroscada en una rama. -Perdone usted -le dijo el elefante con muy buenos modales-, ¿ha visto usted por estas regiones una cosa llamada cocodrilo?
  • 8. Por fin, tropezó con un tronco caído, junto a las aguas verdosas y grises del río Limpopo. Pero aquello, hijo mío, no era ni más ni menos que el cocodrilo, y el cocodrilo guiñó un ojo. -Perdone usted -le dijo el elefante con muy buenos modales-, ¿ha visto usted por estas regiones una cosa llamada cocodrilo? 10 11
  • 9. 1312 El cocodrilo hizo un guiño con el otro ojo y levantó un poco la cola que tenía hundida en el barro. El hijo del elefante se echó atrás rápidamente pues no quería que nadie volviera a golpearlo. -Ven aquí, pequeñuelo- le dijo el cocodrilo-. ¿Por qué preguntas eso? -Perdone usted -le dijo el elefante con muy buenos modales-, pero mi padre, mi madre, mis tías el avestruz y la jirafa, mis tíos el hipopótamo y el mandril, y también la serpiente boa de dos colores, me han pegado por mi insaciable curiosidad. Por eso, no quisiera recibir más azotes. -Ven aquí, pequeñuelo- le dijo el cocodrilo-, pues el cocodrilo soy yo-. Empezó entonces a derramar lágrimas de cocodrilo para demostrar que era verdad lo que afirmaba.
  • 10. El hijo del elefante se arrodilló en la orilla del río. -Usted es la persona a quien he estado buscando durante tantos días- le dijo-. ¿Quiere usted decirme qué es lo que come? -Acércate un poco más, pequeñuelo- insistió el cocodrilo-, y te lo diré al oído. 14 15 El hijo del elefante puso la cabeza junto a la boca colmilluda del cocodrilo y el cocodrilo lo agarró por la naricita que, hasta aquel día, tenía el tamaño de una bota. -Creo- dijo el cocodrilo (y lo dijo entre dientes...), creo que empezaré tragándome... ¡al hijo del elefante!
  • 11. El hijo del elefante le dijo (con la nariz tapada): -¡Suélteme que me lastima! La serpiente boa de dos colores se deslizó hacia la orilla del río. -Amiguito- dijo-, si no tiras hacia atrás enseguida, con todas tus fuerzas, creo que esa bestia que acabas de conocer te llevará de un tirón antes de que puedas decir ¡ay! Entonces, el hijo del elefante afirmó en el suelo sus pequeñas posaderas y tiró y tiró y volvió a tirar con toda su alma, hasta que su nariz empezó a alargarse. Y el cocodrilo daba coletazos en el agua haciendo espuma, y seguía tirando y tirando. 1716
  • 12. La nariz del hijo del elefante siguió alargándose más y más; el pequeño ponía muy tiesas sus cuatro patas y tiraba y tiraba. La serpiente boa de dos colores llegó hasta el agua, se enroscó con doble vuelta en las patas de atrás del elefantito, diciendo: -Caminante curioso e inexperto, vamos a ayudarte un poquito... 1918 Tiró, pues, ella también y, al fin, el cocodrilo soltó la nariz del elefante con un “¡chap!” que se oyó desde muy lejos. El hijo del elefante tuvo buen cuidado de dar las gracias a la serpiente boa de dos colores e, inmediatamente, envolvió su nariz en cáscaras de banana y la sumergió en las aguas verdosas, grises y frescas del río Limpopo. Pero la nariz no se le acortó ni un poquito. -¡Ya verás que te conviene!-, dijo la serpiente boa de dos colores.
  • 13. En ese momento, una mosca se posó en el lomo del elefantito y, casi sin darse cuenta, levantó la trompa y espantó a la mosca. -¡Primera ventaja!-, comentó la serpiente boa de dos colores. El hijo del elefante sintió hambre. Alargó la trompa y agarró un buen manojo de hierbas, lo sacudió para quitarle el polvo y se lo llevó a la boca. -¡Ventaja número dos!-, exclamó la serpiente boa de dos colores. 2120 -Así es-, dijo el elefantito. Y como tenía calor, sin pensar lo que hacía, sorbió una buena cantidad de barro de la orilla del río Limpopo, de aguas verdosas y grises, y lo derramó por su cabeza donde el barro formó un fresco sombrerito que le hacia cosquillas en las orejas. -¡Ventaja número tres!-, dijo la boa. -Bueno- dijo el elefante-, ahora me vuelvo a casita.
  • 14. 2322 Y regresó a su lugar balanceando continuamente la trompa. Cuando quería comer alguna fruta, la arrancaba del árbol en vez de esperar a que se cayera, como antes. Además, en los momentos en que se sentía muy solo, cantaba por su trompa y metía un ruido que se escuchaba por las grandes llanuras de África. Durante todo el viaje se dedicó a recoger todas las cáscaras de melón que él mismo había tirado, porque era un paquidermo muy limpito. Cierto atardecer, llegó a su casita, curvó la trompa hacia arriba y dijo: -¿Cómo están todos? Se alegraron mucho al verlo pero dijeron enseguida: -Mereces un castigo por irte tan lejos y por lo que has hecho con tu nariz. -¡No!-, exclamó el elefantito y, alargando la trompa, con un par de empujones, dejó tendidos a varios de sus hermanos.
  • 15. Después de unos días, los otros elefantes descubrieron que la trompa resultaba muy útil y uno tras otro, a buen paso, marcharon hacia las orillas del río Limpopo, de aguas verdosas y grises, que corren entre los árboles. Cuando regresaron, ya nadie se dedicó a golpear ni a empujar; y desde aquel día, hijo mío, todos los elefantes -los que verás en la vida y los que no podrás ver- tienen una trompa exactamente igual a la de aquel elefantito insaciablemente curioso. 24
  • 16. Este libro pertenece a: RUDYARD KIPLING Escritor y poeta. Bombay, 1865 – Londres, 1936. Cuando Rudyard era un niño montó un elefante y, más de una vez, pudo ver con sus propios ojos al cocodrilo y a la boa de dos colores. Era inglés, pero vivó en Bombay, una inmensa cuidad de la India. A los seis años debió viajar a Inglaterra con sus padres para comenzar la escuela. Y el pequeño Rudyard se sintió la persona más triste del mundo. Muchos años después, revivió los recuerdos de su infancia en dos libros apasionantes: El libro de la jungla y Kim de la selva. También escribió bellos poemas y una serie de cuentos sobre animales, dedicados a su hija mayor que vivía en Estados Unidos y jamás había estado en la India. Muchos chicos conocen algunos de los relatos de Rudyard Kipling porque Walt Disney los convirtió en dibujos animados. Proyecto Escuelas del Bicentenario IIPE - UNESCO Buenos Aires. Agüero 2071, (C1425EHS), Buenos Aires, Argentina. Hecho el depósito que establece la Ley 11.723. Libro de edición argentina. Estos libros son distribuidos en forma gratuita en escuelas primarias del país. Prohibida su venta. Esta publicación se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2012, en Fotocromos Triñanes, Charlone 971, Avellaneda. Pcia. de Bs. As. Kipling, Rudyard El hijo del elefante / Rudyard Kipling ; adaptado por María Elena Cuter ; ilustrado por Alejandro First. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación IIPE-Unesco, 2012. Recurso Electrónico ISBN 978-987-1875-00-9 1. Cuentos Clásicos Infantiles. I. Cuter, María Elena, adapt. II. First, Alejandro, ilus. CDD 863.928 2
  • 17. Un pequeño elefante de insaciable curiosidad sale en busca de respuestas por la selva africana. Se encuentra con distintos animales con los que conversa pero ninguno quiere responderle sus preguntas… hasta que por fin se encuentra con el cocodrilo. El hijo del elefante Rudyard Kipling ILUSTRADO POR Alejandro First