Tomás Moro pasó 14 meses en prisión donde escribió varios cientos de páginas defendiendo su fidelidad a su conciencia, la verdad y sus principios. Entre sus escritos se encuentran dos obras principales: "Un diálogo de la fortaleza contra la tribulación" y "La agonía de Cristo", esta última incompleta. En sus escritos, Moro reflexiona sobre cómo los apóstoles se duermen cuando Cristo los necesita en el huerto de Getsemaní, lo que puede verse como un espejo de la somnolencia humana
1. EL HOMBRE PARA TOMAS MORO.
En los catorce meses que estuvo en prisión (17 de abril de 1534 a 6 de julio de
1535), escribió varios cientos de hojas que forman uno de los más conmovedores
testimonios de la fidelidad de un ser humano a su conciencia, a la verdad y a sus
principios.
Además de una numerosa correspondencia, que parcialmente se ha podido
rescatar, y unas cuantas conmovedoras oraciones encontradas en su libro de las
horas, y una "Instrucción para recibir el cuerpo de Cristo", ha escrito dos obras
impresionantes:
1) "Un diálogo de la fortaleza contra la tribulación", en el cual dos personajes
Antonio y Vicente, uno anciano y el otro joven, dialogan ante una eminente
invasión turca de los peligros y adversidades que han debido sobrellevar los
cristianos perseguidos por su fe dentro y fuera de Inglaterra.
2) "La agonía de Cristo", obra inconclusa que parece habérsele arrancado de las
manos justo cuando estaba en el capítulo de la aprehensión de Cristo luego de la
agonía en el huerto de los olivos. Su última expresión referida a la captura de Cristo
en el huerto fue "...echaron mano sobre Jesús".
La imitación a Jesucristo es la plenitud del hombre, y el amor del cristiano. Como
muy bien lo dice Alvaro de Silva, Moro escribió este libro con lucidez, afecto y
ternura, pero sin ningún sentimentalismo. El cristiano ha de seguir los pasos de
Cristo hasta el final, empujado por el amor y la belleza de Cristo. El Calvario es una
montaña, no un hoyo oscuro. También la Cruz erguida es un desafío a la ley de la
gravedad [3].
Sobre ella quiero referirme explícitamente, porque creo que en algunas páginas
existe algo que luego de casi dos mil años, de casi quinientos años, permanece
actual.
Moro hizo de la pasión de Cristo, y de manera dramática, el centro de su
contemplación durante su encarcelamiento en la Torre de Londres y todo el
proceso. Para fortalecerse, Moro se ensimisma en Cristo, y sigue los pasos de Cristo
en su agonía, encarcelamiento, proceso, pasión y muerte [4].
Y en un capítulo [5], que es el que quería recordar, reflexiona el hecho de que los
Apóstoles, en el huerto de los olivos, duermen mientras el traidor conspira, y
Cristo les llama tres veces seguidas y ellos se vuelven a dormir, tal vez por
cansancio, tal vez por pereza, tal vez por dolor, pueden existir miles de
explicaciones, lo cierto es que se duermen mientras Cristo los necesita. ¡Velad y
orad!, les repite y ellos se vuelven ha dormir. Estado de somnolencia. ¿No es este
contraste entre el traidor y los apóstoles como un espejo, y no menos clara que
triste y terrible, de lo que ocurre tantas veces a través de los siglos, desde aquellos
tiempos hasta nuestros días?. La somnolencia. Con razón dice Cristo que los hijos
de las tinieblas son mucho más astutos que los hijos de la luz. Y nosotros,
¿estamos despiertos mientras otros maquinan?; ¿estamos despiertos en nuestras
universidades fomentando una cultura de la vida humanizadora, mientras otras
universidades pueden estar produciendo tesis deshumanizante?, ¿estamos
despiertos mientras nuestras leyes atentan contra la vida y la dignidad humana?,
¿estamos despiertos mientras crean nuevos términos y manipulan conceptos y el
lenguaje?, legisladores, filósofos, educadores, periodistas, estudiantes, juristas,
jueces, médicos, pastores, intelectuales, religiosos, hombres de gobierno, padres
2. de familia, familias enteras, pueblo amante de lo verdadero, ¿estamos acaso
despiertos?.
En todos sus últimos escritos se puede notar que Tomás Moro está prácticamente
solo. Si no fuera por la comprensión incluso forzada de su hija Margaret estaría
completamente solo. Pero "solo" en el convencimiento de su participación en la
verdad y la certeza de la comunión en esa verdad con todos los santos. El
excanciller es un hombre solo, pero ¿no es la libertad original y auténtica
precisamente estar solo el hombre delante de su Dios?[6].
No se encuentra en los escritos de Moro ningún fenómeno que ocurrió a otros
santos como apariciones, voces celestiales, milagros ni arrebatos místicos. Moro
persevera anclado firmemente en la claridad de su conciencia cristiana frente a
todo lo que tiene por delante. Sólo cuenta con su fe y su razón, su libertad anclada
en el amor a Cristo y a la Iglesia. Ha formado su conciencia durante largo tiempo.
Con estudio y reflexión. Su convicción es tan honda y tan pura que no tiene
necesidad de juzgar, despreciar o condenar a los demás. Ni disminuye su amor y
respeto al Rey que le envía a la muerte, ni su lealtad al país que tanto ama. Pero su
amor a Cristo y a la Iglesia es mayor, y fundado en la clara razón, en la verdad[7].
Por esto murió, no tanto por un principio o idea o tradición, ni siquiera doctrina,
sino por una persona, por Cristo. No por un amor a Cristo en abstracto, sino a su
Iglesia y a la verdad revelada en ella, en su caso la aceptación y defensa de la
supremacía espiritual del Romano Pontífice, la "roca". Moro amaba a Cristo y
comprendió que negar aquella verdad o punto doctrinal equivalía a renegar de
Cristo.
Moro dentro de su silencio escogió y valoró cada palabra para fabricar una de las
protestas más apasionadas y, al mismo tiempo serenas, a favor de la libertad del
espíritu humano, iluminado por la verdad. El cristiano puede vivir sin muchas cosas,
pero no puede vivir sin libertad. Su pasión por la verdad debe necesariamente ir
unida a su pasión por la libertad. Moro ingresó en la Torre por seguir la verdad de
su conciencia. No se adhirió al juramento porque repugnaba su conciencia cristiana.
Hacerlo le hubiera llevado a perder su libertad auténtica, con mayúsculas, adherida
a la verdad, y por consiguiente a perderse a sí mismo para adherirse a la auténtica
libertad. Sin esa libertad original del Espíritu, las demás libertades pueden ser
cadenas, aunque produzcan admiración y muy hermosas parezcan. Esto es lo que
Moro tiene presente al hablar en algunas cartas del "respeto a su alma".
Hablar de conciencia individual y de inalienable libertad, no significa de ningún
modo que esté permitido tomar caprichosamente cualquier decisión, sino más bien,
la aptitud y obligación de buscar la verdad en cualquier asunto, según los medios
de que se disponga. Y por eso fue al suplicio sin hacer concesiones, cuando le
hubiera bastado aceptar un compromiso equívoco, que todo el mundo esperaba de
él, para hallarse de nuevo en el ocio con dignidad [8], o en la mentira con una
supuesta dignidad.
La auténtica libertad es la fuente de la alegría: "La claridad de mi conciencia hizo
que mi corazón brincara de alegría", escribió a su hija Margaret, en los últimos
meses de vida. Y esto hacía que el santo, pueda perdonar, rezar por sus enemigos,
y aún en esos momentos difíciles y dolorosos, incluso en el cadalso, con el buen
humor, fruto de la alegría de pertenecer a Cristo, antes que al propio interés o a los
intereses de Estado.
__________________________________________
3. [3] Cartas desde la Torre, Introducción, Pág. 16.
[4] Un hombre solo. Cartas desde la Torre. Rialp. Madrid. 1990. Pág. 148.
[5] La Agonía de Cristo. Rialp. Madrid. 1997. Pág. 76
[6] Idem. Päg. 21
[7] Idem, 22
[8] Louis Brouyer. "Tomás Moro. Humanista y mártir". Encuentro. Madrid. Pág. 88.