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FUNDAMENTACI6N DE LA METAFÍSICA
DE LAS COSTUMBRES
trad. Manuel García Morente
Editorial El Ateneo
Buenos Aires, 1951
La antigua filosofía griega dividíase en tres ciencias: la fisica,
la ética y la lógica. Esta división es periectainente adecuada a
la naturaleza de la cosa y nada hay que corregir en ella: pero
convendrá quizá añadir e l p x b s i p i c m que se fnnda, para cer-
ciorarse así de que efectivainente es completa y poder determinar
exactamente las necesarias subdivisiones.
I
-
Todo conocimiento racional, o es viatcrial y considera algún
cil,jcto, o es joriunl y sc ~ c i i p a
tan s61o d~ I:i Eortii:~del ciitcndi-
, niiento y (le 1:) ~ ; I ~ ' I I I
I I I ~ S I I I ~ ,
y (lc I:IS IIY;!:ISi t t ~ i v c ~ ; i l ~ ~
d d pen-
, sar cn ~;(~t~cral,
si11 tlislit~(~iíit~
(l(. ol~,j~~los.
I.:I 1'iIosol'í;t fornlal SC!
.
.
-
1l;tina l(i+c,n; 1 : ~I'ilosol'í;~ii~;il~~i~i:il.
C . I I I I N . I . O , ~ I I I ( - t icnc i<:l'crciicin
a determinados ol),jcLos y ;i 1;)sI(y.s ;i ( I I I ( ' <:"(S :'"s~;'II!soiiiclidos,
se divide a su vcz cn do:;. l'orcliic 1:)s I<.y(.ssoti. o I<.ycsdc la
naturaleza, o leyes de la liúerlad. La ciciicia dc 1:ts ~~iiiiici;is
119-
mase fisica; la de las segundas, dtica; aquella ~aiiibiCiisncle Ila-
marse teoría de la naturaleza, y ésta, teoría de las costumbrcs.
La lógica no puede tener una parte empírica, es decir, una
parte en que las leyes universales y necesarias del pensar dcs-
cansen en fundamentos que hayan sido derivados de la expcrien-
cia; pues, de lo contrario, no sería lógica, es decir, un canon para
el entendimiento o para la razón, que vale para todo pensar y
debe ser deinostraclo. En cambio, tanto la filosofia natural, como
la filosofía moral, pueden tener cada una su parte empírica,
porque ;iqnélia dcbc detcrininar las leyes de la naturaleza como
un objeto de la expcricncia, y Ata, las de la voluntad del hombre,
en cuanto el lioinl~rccs afccL;ido por la iiaturalcza; las primeras
considerándolas coiiio leyes por las cit:ilcs todo sucede, y las
segundas, como leyes según las cuales Loclo debe succder, aunque,
I . sin embargo, se examinen las condiciones por las cuales muclias
¡ veces ello no sucede.
I Puede llamarse empirica toda filosofía que arraiga en funda-
I mentos de la experiencia; pero la que presenta ,sus teorías deriván-
1 dolas exclusivainente de principios a priori, se llama filosofía
pura. Esta última, cuando es meramente fornial, se llama lógica;
pero si se limita a determinados objetos del entendimiento, se
llama entonces melafísica.
De csta manera se origina la idea de una doble metafísica,
nna metafisica de la naturaleza y una rnetaflsica de-las costum-
bres. La física, pues, tendrd su parte empírica, pero tainbi6n una
parte racional; la ética igualmente, aun cuando aquí la parte
empírica podría llamarse especialmente antropología práctica,
y la parte racional, propiamente moral.
Todas las industrias, oficios y artes han ganado mucho con
la división del trabajo; por lo cnal no lo hace todo una sola
persona, sino que cada sujeto se limita a cierto trabajo, que se
distingue notablemente de otros por su modo de verificarse pa-
ra poderlo realizar con la mayor perfección y mucha m b facili-
dad. Donde las labores no cstán así diferenciadas y divididas,
donde cada hombre es un artífice universal, allí yacen los ofitiob
aún cn la mayor barbarie.
NO sería cicilaincnte un ol)jrto intligiio ( 1 ~
<oiii(l~i,i~i(511
t l
preguntalw i 1*1ji1owIí:i ~ ) I I I . I . 1 11 I ~ I I I , I ~ , I L I I i i , 1111 t  i1;i.
para c d i iiii:~1111 i i i v i li~;.iiloi i  I N i i.11, y * I i i i i %.I I i.1 11" 1111 .
para cl coniiiii~ci(l(.l oii(io 1 i i ~ i i i i i i ~ i ~ .
l i I t i i ] : i i I .I i o ~ l q t , ~ Y I .
que, de c«rifoiiiiitl.~tl(oii i I gliio (11 I ~ ~ i i l ~ l i i i ~ .
II.III 1,141 . i i ~ j
tumbrando a vcn<lcilc i i i i . ~iiic~i
1.1 111. 10 i I I I I I I I 11 C B u111
10 1 . I I 1'1
nal, en proporciones de toda l.iya, tlc<oiio(
id.i> A I I I I I L I I .I 1 i l i ~ ,
mismos; a esos que se llamdn pensadores inclcpcntli~~iiii.
1 i i i i i i ~
asimismo a esos otros que se limitan a adcremr siinplciiicntc 1.1
parte racional y se llaman soiiadorcs; dirigirse a ellos, digo, y atl
vertirles que no deben despachar a la vez dos asuntos harto di-
ferentes en la manera de ser tratados, cada uno de los cuales
exige quiz.4 un talento peculiar y cuya reunión en una misma
persona sólo puede producir obras mediocres y sin valor. I'cro
he de limitarme a preguntar aquí si la naturaleza mibma <le 1,i
ciencia no requiere que se sepaie siempre cuidadosaincnic 1,i
parte empírica de la parte racional y, antes de la física pro1)i.i-
mente dicha (la empírica), se exponga una metafisica de la na-
turaleza, como asimismo antes de la antropología práctica se
exponga una metafisica de las costumbres; ambas metafísicas dc-
berán estar cuidadosamente purificadas de todo lo empírico, y
esa previa investigación nos daría a conocer lo que la razón pura
en ambos casos puede por si sola construir y de que fuentes to-
ma esa enseñanza a priori. Este asunto, por lo demds, puede ser
tratado por todos los moralistas -cuyo -~effibKes legidn- o
s610 por algunos que sientan vocacidn para ello. 1 " 1
Como mi propósito aquí se endereza tan sólo a la fi1osofl.i
moral, circunscribir6 la precitada pregunta a los terminos bi-
guientes: ¿No se cree que es de la más urgente necesidad e1 i.1.1 s
borar por fin una filosofía moral pura, que este entCrailiciii<-
limpia de todo cuanto pueda ser empírico y pertenecicnic*.I I,i
antropologia? Que tiene qye haber una filosofía moral ~ i i i t ~ i . i i i
- te se advierte con evidencia por la idea común dcl t 1 d ) i - i y ch.
las leyes morales. Todo el mundo ha de confesar qiic I I ~ I . I ley,
para valer moralinentc, esto es, como fundamento de una obli-
gaci n, ticne qiie llcvar consigo J I I ~ J
ncwi(l;id alxoluta~~qne
el
,;~M&G siguiente: no debes nicntir. no tiene su validez limitadal
4' a los hombres, como si otros seres racion:ilci piidicran desenten-';
derse de 61, y asimismo las demds lryei piopiamente morales; ,
que, por lo tanto, el funda-t~ dc 1.1 ol)lignridn no debe
buscarse en la n a t u r a ~ h o i n b r c
o e111;ii <iiciinstnncias del
..-----".
universo en que el hombre cski piicslo, sino rt j n i o ~ icsclusiva-
MCnte en conceptos de la r,~&i piir.i, y ~ I I C<11.11qiiicr
otro
precepto que se fundc en principios tl(. I,i III(.I.I c-xprricncin, in-
cluso un precepto que. sictido iiriivcis:il <vi tivilo rcspccto, se
asiente en fundarncrilo einpíii<o~,
;iiiii(111r
IIO f t i c w ii1.1~quc en
una mínima parte, ;iciio I:III tilo por 1111 motivo (le tl<~tcrmina-
ción, podrh llatn~iircun;i icgl,r l>r.íctic,i, pero niinc,t una ley
moral.
Así, pues, Lis Icycs moralc$, con si13 principios, difer&ncianse,
cn el conocimiento priictico, de cualquier otro que contenga algo
sofía moral toda descansa enteramente sobre su parte pura, y,
'1
empírico; y esa diferencia no sólo es esencial, sino que la filo- ,
cuando es aplicada al hombre, no aprovecha lo mis mínimo del ,
conocimiento del mismo -antropología-, sino que le da, como
a ser racional, leyes a priori. Estas leyes requieren ciertamente
un Juicio 1 bien templado y acerado por la experiencia para
saber distinguir en qué caos tiencn aplicación y en cuáles no.
y para prociirnrlcs ncogi(1n cn la voluntad del liomlxe y energia
para su re;ili~.ici(>n;
piics e1 Iioml,rc, aicctatlo por tantas incli-
naciones, aunqne e5 (:ip;i! tlt*cori(el>ii1:i itlca <leuna rarbn pura
práctica, no puede tan f6cilincn~1iaccrl.i rfic:i7 in comrcto en
el curso de su vida.
Una metafisica de las costumbres es, pucs, indispensable, nc-
cesaria, y lo es, no sólo por razones de orden especulativo para
descubrir el origcn de los principios priicticos que estin a priori
en nuestra razón, sino porque las costumbres mismas están ex-
puestas a toda suerte de corrupciones, mientras falte ese hilo
conductor y norma suprema de su exacto enjuiciainiento. Porque ,
lo que debe ser moralmente bueno no basta que sea conforme
a la ley moral, sino que ticne que suceder por la ley moral; de '
lo contrario, esa conformidad será muy contingente e incierta,
porque el fundamento inmoral producirá a veces acciones con-
formes a la ley, aun cuando más a menudo las produzca con-
trarias. Ahora bien; la ley moral, en su pureza y legítima esen-
cia -que es lo que más importa en lo práctico-, no puede bus-
carse más que en una filosofía pura; esta metafísica deberá, pucs,
preccder, y sin ella no podrá haber filosofía moral ninguna, y
.-aquella filosofía que mczcla esos principios puros con los eriipiri-
cos no merece el nombre de filosofía -pues lo que precis,iiiicti-
tc distingue a esta del conocinliento vulgar de la razdn es qiic
' Entiendo por Juicio la facultad de juzgar, y por jrricro el arto aiiigiilrr
de esa facdtad. - (N. del T.)
478 FUNDAMENTACI~N DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES
la filosofía cxpone en ciencias separadas lo que el conocimiento
biilgar concil>esólo mezclado y confundido-, y mucho incnos aún
el clc filosofía moral, porque justamente con esa mezcla de los
principios menoscaba la pureza de las costumbres y labora en con-
tra de su propio fin.
Y no se piense que lo que aqní pedimos sea algo de lo que
tenemos )a en la propedéutica, que el c~lcl>re
IVolff antepuso
a su filo~ofiainoral, a sabci: esa que el llamó JilosoJia )~cictica
uniueisal; el camino que hcnios de cinprender cs totalmente nue-
vo. Precisamente porque la de Wolif dcbia ser una filosofía piic-
tica universal, no hubo de tomar en considcración tina volun-
tad de especie particular, por cjcniplo, una voluntad que no se
dctcrminase por ningi~nmotivo crnpirico y sí sólo y cnteia-
niente por piincipios a fitzori, una volnntad que pudiera llamar-
se pura, sino que consideró el qnerer en gcncral, con tod:is lai
acciones y condiciones que en tal signiiic.icibn nnivcisnl le LO-
rresponclcii, y cio diitiii~ursii liloofi.i ~ ) i . i < l i c . i iinivcr~:ilt l v
nna inctafiiic~illc 1.1 ( O ~ I I I I I I I ) I I ~  . ti( l I I I I  I I N I IIIO(IO (1111. 1.1 II'IK~I I
univci.il ~liiiiigiii.(Ir. 1.1 111111~11.1 I I . I  I I i i i l i i i i . i l . I ,  I I I I I I I I 111111
aquC11.i l.) :I((
i i ~ i i ( .  y I I };l.ii (11.1 1" I I  , I I u v <11< IIII, I I I I I i i i i . i  1 1 1 1 ,
ésta Cl>"lI" hlO I.i l.li t i < i t I , l l < ~  .1< 1 I I ~ I l l
'
, ) 11 y,I l . ( 1 4 I 1" 11'. 11
puro, e dccii, del l>cii..ir 1x11 '1 ~ i i . i l V I I I I I I I I I I I I I ~ I I I I ~ I ~ ~ I I P .
I I I I I
r n e n t a t i . e l . t i 1 l 1 1 1 1 I I I 1 1 1 1 I I I
vestignr la idca y los principios de u1p1 voluiit,i(l 1x11.il~)il)lc,,
)
no las accioncs 7 condiciones acl queicr hnmano en geiici.11, I,i
m e s , en su mayor parte, se toman de la psicología. Y cl Iic-
cho dc que en Ia filosofía prictica universal se hable -contra to-
da licitud- de leyes moiales y de deber, no constituye ol>jeci<jn
contra niis afirniacioncs, pucs los autorcs dc cia ciencia peririanc
ccn en eso ficlcs a la idca que ticnen de la misma; no distingiirn
los moti~osque, como tales, son representados enteramcntc (1
piiori sólo por cl entendiniicnto, y que son los propiamente rno
iales, de aquellos otros niotivos empíricos que el entendimiento,
comparando las experiencias, eleva a conceptos universales; y
consideran unos y otros, sin atender a la diferencia de sus orí-
genes, solamente según su mayor o menor suma -cstimincloloi
todos por igual-, y de esa suelte se hacen su concepto de obli-
gación, que dede luego es todo lo que se quiera menos un con-
cepto moral, y resulta contituido tal y como podía pedirsele a
una filosofía que no ju7ga bobre el origen de todos los concep-
tos prkticos posibles, tengan lngar a prioii o a posteriori.
Mas, pioponiCiidoine yo dar al público muy pronto una me-
tafisica de las costunhes, empiezo por publicar esta "Funda-
mentación". En verdxl, no hay para tGnetafisica otro fnnd;l-
mento, propianicntc que la critica de nna ~ a r ó npula prcícticu.
del mismo modo que para la metafísica [dc la naturaLes.11 no
'
hay otro fundamento qnc la ya publicada crítica de la i.l/tiii
pura especulativa. l'cro :iqní.lla no es de tan cstrenia ne<citl.i~l
como esta, porque la ra76ii huinana, cn lo moral, aun en e1 in.ís
vulgar entendimiento, piicdc se1 ficilmente conducida a iiidyor
exactitud y precisió que en el uso teórico, pero pu-
ro, es enteraincnte Además, para la crítica de una
r a ~ ó npura prictiw cxigiría yo, si ha de ser completa, poder
presentar su iirii<ladcon la especulativa, en un principio común
a ambas, ~ r q i i c
al fin y al cabo no pueden ser inis que una
)r la misma ra?On, que ticncn que distinguirse sólo en la aplica-
ción. Pero no podría en esto llegar todavía a ser lo coinpleto que
es preciso ser, sin entrar en consideraciones de muy distinta es-
pccic y confundir al lector. Por todo lo cual, en lugar de Critica
dc la razón pura prcíctica, empleo el nombre de ~nndainentaciólz
de la metafisica de las costumbres.
En tercer lugar, como una metafísica de las costumbres, a pe-
sar del títnlo atemorizador, es capaz de llegar a un grado no-
table dc popularicl,icl y acomodamiento al entendimiento ~ulgar,
me ha p.ireciclo útil separar de ella la presente elaboración de
10s fundamentos, para no tcner qne introducir mis tarde, en
teorías mis faciles de entender, las sutilezas que cn estos fun-
damentos son inevitables.
Sin embargo, la presente fundamentación no es 1116s qiie la C/
investigación y asiento del p~incipiosupremo de la ntoralidacl, Í
que constituye un asunto aislado, completo en su prop6sito. y
'
que ha de separarse de cualquier otra investigación moral. Cicr-
taniente qiie mis afirmaciones sobre esa cucsti6n principal ini-
'
poit.niti~iin:i, y Iiaita hoy no diluciclada, ni con inncIi«, niif,ic-
toii;imciitc, g.iii.ii i.iii 1-11 1I.II itl:itl :il>lic
.intlo el iiiiiiio I)I i i ~ t
i[)io
al sisteiiia lotlo y oI)i~
i i t l i i.111 iioi.il)l(. coiilii III.II II'III II.II I ( iitlo v1.1
cómo en toelo loa, I I I I I I I I I  r I ( tl 1,111  I I I I I I C I I I ~
i y ,111li1 .IIII( : 1 ~ 1 o
tuve que renunciai a t.11VLIII,II.I. I I I I ( . ( 1 1 ( 1 IOIIIIII I / , I I I I , ~  111.
amor piopio que de gcnci.11 iiiilitl.itl, ~ K ~ ( ~ I I V
1.1 I.I( il11l.11l I 11 ( I
uso y la aparcnle suficiencia de un piiii~il~io
IIO (1.111 i11i.1 111 111 11.i
enteramente segura de su exactitud; ni"s I~ic
11, poi 1 I 1 0111 I J I 10.
debpierta cieita sospecha de parcialidad cl no iiivc~ii;;.ii
lo 1)oi í
mismo sin atender a las consecuencias, y pcsailo con ,todo I igoi.
h4e parcce haber elegido en este esciito el método luir : i k -
cuado, que es el de pasar analíticamente del conocirnicnto vulgar
a la determinación del principio supremo del mismo, y luego
volver sintbticamente de la comprobación de csc piincipio y de
los orígenes del mismo hasta el conocimie~~to
vulgar, en donde
encuentra sil uio. La división es, pues, como sigue.
1. Primer capitulo. - Trdnsito del conocimiento moral vul-
gar de la r a ~ ó nal conocimiento filoi6fico.
2. Seguido capitulo. - Trhnsito dc la filosofía moral popu-
lar a la metafísica de las costnmbres.
3. Tercer cafiitulo. - Ultimo paso de la metafisica de las
costumbres a la critica de la razón pnia priictica.
CAI'íTULO PRIMERO
TRÁNSITO D11. í O N O <IR1II.NIO htORAt VULGAR DE LA RAZON AL
<.ONOCIMILN 10 1 1 ~ 0 6 6 ~ 1 ~ 0
@
Ni en el mondo, ni, m general, tampoco fuera del mundo, es
posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin
res~riccidn,a no ser tan súlo una bueiaT v0mnn& El entendi-
miento, el gracejo, el Juicio, o comTquieran llamarse los talen-
tos dcl espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los pro-
pdsitos, como cualidades dcl temperamento, son, sin duda, en
rnuchos reipcclos, buenos y deseables; pero tambih pueden Ile-
gar a scr cx~r::orcliiiaii:iii~í~~~tí~
m.ilos y dafiinos, si la voluntad
que ha de 11;iccr IIW ti(. a t o  ciones dc la natiir.ilc~a,y cuya
peculiar ~onstitucibnsc 11.111i~t
!)o1 <'S»
(ar(l(ter, no cs buena. Lo
mismo sucede con los done dc 1~ ~oiiiiiia.El poder, l a riqueza,
la honra, la salud misma y la coiiipl~l:~
s:iiifacciún y el contento
del propio estado, bajo el nombre de jrlicidad, d:in valor, y
tras él, a veces arrogancia, si no existe una bilcria voliintad que
rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felici-
dad y con 61 el principio todo de la accidn; sin contar con que
un espectador razonable e imparcial, al contemplar las ininte-
rrumpidas bienandanzas de un ser que no ostenta el menor ras-
I go de una voluntad pnra y buena, no podri nunca tener satis-
faccidn, y así parece conbtituir la biiena voluntad la indispensa-
ble concliciún qne nos hace dignos de ser felices. i
Algunas cualidades son inclusk? favorables a esa buena volun-
tad y pueden facilitar muy mucho su obra; pero, sin embargo,
1
1
no tienen un valor inteino absoluto, sino que siempre presupo-
nen una buena voluntad que restringe la alta apreciacidn que
I
solemos -con razbn, por lo demás- tributarles y no nos permite
considerarlas como absolutamente buenas. La mesura en las afec-
oiones y pasiones, el dominio de sí mismo, la reflexión sobria,
no son buenas solamente en muchos respectos, sino que hasta pa-
recen constituir una parte del valor interior de la persona; sin
embargo, están niuy lejos de poder ser definidas como buenas
sin restricción -aunqne los antiguo? las hayan apreciado así en
absoluto-. Pues sin los principios de una l~uenavoluntad, piict
den llegar a ser harto malas; y la sangre fria de un malv.~tlo,
no sólo lo hace mucho más peligroso, sino mucho más desprc-
ciable inmediatamente a nuestros ojos de lo que sin eso pudicra
por lo que efectiie o realicc,
para alcanrar algiin fin qiie no, (' '
ayamos propuesto; es buena sólo por cl querer, es decir, es
buena en sí misma. Consideiada 1101 sí mistiid, es, sin compara-
ción, miichísiino más valiosa que lodo lo que por medio de ella
pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinacióri
y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aun cuaii-
do, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una
naturale~anladrdstia, le fallase por coml~letoa esa voluntad la
facultad de sacar adelante su piopósito; si, a pesar de sus ma-
yores esfuer7os, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la
buena volniitad -no desdc Iiicgo coiiio iiri iiieio doco, sino co- I
, mo cl :i<opiodc totlos los iiictlios qiic (~si,íiirii iiii<~siio
p~(I<~i-,
i scria cl.1 I)iicii.~voliiiii,i<I( < ~ i i i < j
iiri.i ( o ) . i 1 i i i I l . i i i i t ~ ~ ~ r i
si riiisrii.~,
coiiio algo <l"<'t i 1 1 l l 1 ~ 1 1 1 0I""". V I ~ l l f i i < l
 . l I t l i 1 .i i i l i 1 i i 1 . i i 1 o
la cstciili~l,itliio I J I I ~
tlt i i i i i . i i i . i t l i i i i i ~ ~ I I I I . I II I . I I ~ . I ,I  , i I o i .
Seiían, por clcciilo 'isi, toiiio IJ I I I ~ I I I ~ I I I . ~ ,
1 ) t i . i 1101lt 11.1 1 t . 1 ~
I
mis a 1
'
1 mano cti el coiricicio vrrlg.ci o 1l.iiri.ir 1.1 .i~<iititíii
(lc los
poco versados; qiic los pelitos no ncccsitan de talcb iccl.iiiio
para deteiminar su valor.
Sin embargo, en esta i
aa del valor absoluto de la mera VO-
limtad, sin que entre en consideración nrngíiri piovecho al apre- ' '
ciaila, hay algo tan cxtrafio que, prescindiendo de la conformi-
dad en que la radm vulgar misma estJ con ella, ticne que surgii
la sospecha de que acaso el fuiidaiiiciito dc todo csio sea mcra-
mentc una sublime fantasía y qiic cjiii/.i Ii~yiiiroscntciidido M-
samente el propósito de la ii.iiiii.i1i~~.i,
:i1 t l . i i l t ~ 21 iiiicsti.i volun-
tad la rarón como diiccto~.~.
1'01 lo (ii.11 v.iiiioi .i caaniiiiar esa
idca deicle estc punto dr vii.i.
Adriiitirnos coiiio 1'1 111( i1)ln t j i i t ' ( 11 1.1s dil)osiciones naturales
dc nn se1 oig~iiii/.i(Io,
(lo t  , A I I ( ~ I , I ( I o con findidad para la 1
vida, no c cii(iitiiii.i i i i i iiisiiiiiiiciiio, dispnecto para un fin,
: qoc no sc.1 C I I I I ~
1)101iio
y .i~Ic~u~ido
pala ese fin. Ahora bien;
si cii mi s i r qirt. 11t ric i.i/<iii y una voluntad, fuera el fin piopio
Ij de la ~i.iliii.tl(~/.i
>ii ~oircc~~~a~iO~z,
su Oicna~zdanza,en una pala-
bra, sil It lit i(lo(l. 1.1 n,iliirale~ahabría muy mal tomado sus dis-
posicioiits a1 t*ltl;ii 1.1 ia16n de la criatiira para encargarla dc
realizar .ic[iit l  i i 1)) op<isiio. Pues todas las accioncs que cn tal
sentido ticnc (1111 1<..11w,ir
la criatura y la regla toda de su con-
ducta se 1'1s Ii.il)ii.r ~ n t ~ c t i p t o
con mucha mayor exactitud ,el
instinto; y &ic l i i i l ) i t 1.1 ~mlitlocoiisegiiir aquel fin con mucha
mayor seguritl.id (111t-
1.1 i.i/<íii p~icdcniinca alcanrar. Y si Iiabía
que gratificar a 1.1  ( i i i iiios.~( i iatiira adciii6s con la razón, ést:~
no tenía que 11;rl)ciIr wrvitlo sino para liatcr consideraciones so-
brc la feliz disporiciim ilc sil iiatiiialeza, para admirarla, regoci-
I
jarse por ella y dar las gracias a la causa bienhechora que así
la hizo, mas no para winetcr so f:xultad de desear a esa débil y
engañosa diic(<iOii, ccliaiido así por ticiia el propósito de la
naturalera; cii u11.1 palabra, la natuialera habría impedido que
la razún se volvicsc liarid el ziso pr(ictico y tuviese el descome-
dimimto de i i i i tlit,rr ella misma, con sus endebles conocimientos,
el bosqiicjo (Ic 1.1 felicidad y de los medios a ésta conducentes;
la naturalc/.i Ii,hria recobrado para si, no sólo la elección de
los fines, riiio tmibikn de los medios mismos, y con sabia pre-
cauciciii Iiiil~i~i,rlos
ambos cntregaclo al mero instinto.
Fn ic.ili(lad, encontrainos que cuanto más se preocupa una
r.i/cíii ( iiltivada del piopóaito de goiar de la vida y alcanrar la
iclititl.itl, ~.iiito1ii.í~cl 1ioinl)re sc aleja de la vcrdadera satisfac-
ciúii; p01 lo cii~liiiiiclios, y l>recisameiitelos más experimenta-
do cii el iiso tlc 1.1 iarOii, acaban por sentir -sean lo bastante
sine~io>
l > i ~ ~ r ~
conCc~.111o-cieito grado de yzi~daginu odio a la
raróri, porqiie, coiiiputmdo todas las ventajas qiie sacan, no digo
)a de la invenciún de las artes todas dcl lujo vulgar, sino inclu-
so de las ciencias -que al fin y al cabo apaiécenles como un
lujo del entendimiento-, encuentran, sin embargo, que se han
echado encima más pcms y dolores quc felicidad hayan podido
ganar, y más bien envidian que desprecian al hombrc vulgar,
que está más propicio a la dirección del mero instinto natiiral
y no consiente a sil rarón qiie ejerza gran influencia en su hacer
y oniiiii. S li.isi:i :i(liií liny qric conirsar que el juicio de los que
icl).ij.iii iiiiiilio y 11.1sI.ttl(tl.11.111 ii~ltiioriCI LCLO los rimbom-
I)mk ~ J I ~ O J I I ~ O 
(11. 10, g1~1it11.s
~ ) i ~ v t ~ I i o ~
tliic 1~ i,1/01i nos ha
dc ~ ~ ~ O I C I O I L I ~
1 ~ 1 , ~
( 1 I I ( K O I I O (11' 1.1 I(lititllitl y b.~tisfa<ción
en la vida, no c, un j~iiciode lioiiil~icsc ~ ~ l i i ~ ~ k c i ~ l o ~
ti dciagra-
clecidos a las bondades del gobicino dcl i i i i i  < 150; cliic cii csos
tnlcs juicios esta implícita la idea de olio y iiiiiclio m.ir digno
piopósito y fin de la existencia, para el cual, no pala la fclici-
dad, está destinada propiamente la razón; y ante cse fin, como
suprema condición, deben inclinarse casi todos los peculiares fi-
nes del hombre.
Pucs COJIIO la ia7ón no cs bastante apta para dirigir segura-
mente a la voluntad, en lo que se refiere a los objetos de ésta y
a la satisfacci0n de nuestras necesidades -que en parte la razón
misma ~iiiiliiplica-, a cuyo fin nos hubiera conducido mucho
mejor un instinto n.itui.11 inghito; como, sin embargo, por otra
pqrtc, no7 1i.i sido concedida la razón como facultad práctica, es
decir, como una facultad que debe tener influjo sobre la volun-
tad, resulta que cl destino vcrcladero de la razón tiene que ser
cl de producir una voluniad buena, no en tal o cual respecto,
como medio, sino bzccna e n si misma, cosa para lo cual era la
razón necesaria absolutamente, si es a4 que la naturaleza en la
distribución dc las disposiciones lia procedido por doquiera con
un sentido de finalidad. Esta voluntad no ha de ser todo el
bicn, ni el Único bien; pero ha de ser el bien supremo y la con-
dición de cualquier otro, incluso del deseo de felicidad, en cuyo
484 FUNUAMENTACI~N DE LA ?~ETAFÍSICA DE LAS COSTUMBRXS
caso se pucde muy bien hacer compatible con la sabiduria de la
naturaleza, si se advierte que el cultivo de la razón, necesarío
para aquel fin primero e incondicionado, restringe en muchos
modos, por lo menos en esta vida, la consecución del segundo fin,
siempre condicionado, a saber: la felicidad, sin que por ello la
naturaleza se conduzca contrariamente a su sentido finalista, por-
que la razón, que..recokQce..au destino práctico supremo en la
funda~ZñaeÜna
voluntad buena, no puede sentir'en el cumpli-
miento de tal pro$s'ito inás que una satisfacción dc cspecie
peculiar, a saber, la que nace de la realización de un fin que
sólo la razón determina, aunque ello tenga que ir unido a algún
quebranto para los fines de la inclinación.
Para desenvolver el concepto de una voluntad digna de ser
I . . =timada por si misma, de una voluntad buena sin ningún prb.
pósito ulterior, tal como ya se encuentra en el sano entendimien-
to natural, sin que necesite ser enseñado, sino, más bien expli-
cado, para desenvolver ese concepto que se halla siempre en la
cúspidc de tod;~la cstiinación qiic Iincrinos dc niicstr;iis :iccioncs
le cs la co11cIici0n (Ic: todo lo (I(.III:~S,van~osa c~)iisi(Ir~~;~r
~1
bajo ciatis rcsii.i(.c.ioiic~?;
y i~l)ii:ii.iilo:;
siil)i~~iivi~s.
los i~ii:iI<~s.
mbargo, lejos clc oc:uli;ii.lo y li;ic.c.i.lo iii<.ol;;io:x.il)l<.,
iii;i:; l i i < . i i
por contraste lo liaccii rcs;iltar y ;ip:iir<:cr con 1ii:iyor. cl:iridatl.
.S ,: - Prescindo aquí de todas aqucllas accioiica coriocitlas ya como
contwrias. al..de&, aunque en este o aquel sentido puedan ser
< i r <. útiles; en efecto, en ellas ni siquiera se plantea la cuestión de si
pueden suceder por deber, puesto que ocurren en contra cle
éste. Tambi6n dejaré a un lado las acciones que, siendo real-
mente co-nformes al deber, no son de aquellas hacia las cii;ilcs el
hombre siente inclinación inmecliatamentc; pero, siii c~i~iI);ii~go,
las lleva a cabo porque otra inclinnci6ii Ici c.iiil)i~j;i
:L c,IIii. lriu
efecto; en estos casos puedc tlisliiigiiii.sc~i i i i i y I':í~~iliiii~iiir
si 1;1
acción confornie al clebcr 1ia siiccvlitlo /)or <Ir.l)~,r
o 1 ~ " . IIII:I
intención egoísta. Miiilio m:ís (lil'íi.il cI(: iioi:ii. <.S iw dil'c:i.riicia
cuando In accih cs ~:o~iI'oi~iii~~
: i I II(.I)(T y 1.1 siiivio. ;itlciii~s,
ticnc
una incliii;ic:icíii i?rttrr~li,rlriIi;i(.i;i i.II;i. ltor Cjciiiplo: cs, desde
luego, conioiinc :iI i I t . I ) i , r (jii(. r.1 iiii~i.c.:itli:r
no col~rc
rn:is caro a iin
comprador iiii.slicwo: y <.tilos siiios donde hay iii~icliocomercio,
el coiiirrci~iiiic::ivis:i(lo y 1)i.ii~leiileno lo hace, en efccto, sino
qiic iiiaiiiic~iic:i i i i ~~i.c,cio
I'ijo p;ir:i todos en gcneral, de suerte
que iin iiiño 1)1ii,iI<. c'oiiilxir cn sil casa tan bien como otro cual-
quiera. Así. 111113, u110 cmscivi(lo lio~~rc~tla~r~c~zte.
Mas esto no cs
ni mucho iiic~iiossiili(.icmlc p:i'.;~rrcr ~ I I Cel mcrca&r haya
obrado así 1)~". (Icli(.r. 1u)i princil'ios (le Iionra~tcz:su provecho
lo exigía; m:is iio ~)cisililv
:itlriiiiir :itlcin;ls cliic c.1 coiiicrciaiitc~
tenga una inc1iii:icihi iiiiii~~~li:ii:~
Ii:~ci;ilos c~oiii~~i.:itl~i.<.s.
t l i * siirr-
te que por amor :i clli~s. <l~'<'irlo
:SI, no Ii:ig;i tliriwliic.i:is a
ninguno en el pr(~:io.
A i í , I ) I I I Y , I;I ;iwi('iii 1111 II;I : ; i i ~ ~ I i ( l i i
i i i por
deber ni inclinación iiiiiii~~li:ii;i,
::iii<is i i i i l i l < ~ i ~ i ~ ~ i i i ~ ~
ci~iiiiii:i iiiicn-
ción egoísta.
TRANSITO DEL CONCCIIL.IIENT0 VULGAR AL FILOSÓFICO 485
En cambio, conservar cada cual su vida es un deber, y ade-
mis todos tenemos una inmediata inclinación a hacerlo así. Mas,
por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los
hombres ponc en ello no tiene un valor interior, y la máxima
que rige ese cuidado carece de un contenido moral. Conservan
su vida confornzemente al deber, sí; pero no por deber. En cam-
bio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arre-
batado a iin I.ombre todo el gusto por la vida, si este infeliz,
con iinirrio entero y sintiendo más indignación que apocamien-
to o dcaaliciito, y aun deseando la muerte, conserva su vida, sin
I amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces
su m;lsima sí tiene un coiitenido moral.
Scr lxnéfico cn cuanto se puede es un deber; pero, además,
hay nruclins aliii:rs ni llcnas de conmiseraci6n, que encuentran
un placer íiiliiiio cii ditribuir la alegría en torno suyo, sin que
l 1
a ello le itiinalsc ninrrún movimiento de vanidad o de provecho
y $e puedenregocijarse del contento de los d>rnhs, en
cuanto que es su obra. Pero yo sostengo que, en tal caso, seme-
jantes actos, por muy conformes que sean al deber, por muy
dignos de amor que sean, no tienen, sin embargo, un valor
moral verdadero y corren parejas con otras inclinaciones; por
ejemplo, con el afin de honras, el cual, cuando, por fortuna, se
refiere a cosas que son en realidad de general provecho, con-
fornies al dcber y, por tanto, Iionro~as,mercce alabanzas y estí-
mulos, pelo no citiiii;i~iOn;piici Ic f,ilt.i a la rnhxima contenido
moral, cito c5, quc 1.1s t.~l<
,ic<ioiiciw.iii licdias, no por incli-
nación, sitio por debe?.
Pero supongamos que el "minio de cie filhtiopo rat.i.cnvue1to
cn las nubes de un propio dolor, que apaga en 61 io(1:i conmise-
ración por la suerte del prójimo; supongamos, ademds, que le
queda todavía con qué hacer el bien a otros miserables, aunque
la miseiia ajena no le conmueve, porque le basta la suya para
ocuparle; si entonces, cuando ninguna inclinaciún le empuja a
ello, sabe desasirse de esa mortal insensibilidad y realiza la ac-
ción ben6fica sin inclinación alguna, sólo por deber, entonces, y
sólo entouccs, posee esta acción su verdadero valor moral. Pero
hay más aún: un hombre a quien la naturaleza haya puesto en
e
! corazón poca simpatía; un hombre que, siendo, por lo demás,
honrado, fuese de temperamento frío e indifeiente a los dolores
ajenos, acaso porque 61 mismo aceptJ lor suyos con el don pecu-
liar de la paciencia y fueria de iesistencia, y supone estas mis-
mas cualidades, o hasta lac exige, igualmente en los demis; un
hombre como &te -quc tio ~eria
de seguro el peor piocl~ictode
la naturaleza-, desprovisto de cuanto es ncccsario para ser un
filríntropo, {no encontraría, sin embargo, en sí mi.;mo cierto
germen capa7 de darlc un valor mucho más alto que el que pue-
da derivarse de un temperamento hiieiin? iFs rliro que sí1 Pieci-
samente en ello esliii>a el valor dcl ciih<ií~
irnial, del caikter
que, sin coinpniaricíil, es cl %iipimio en ltnrer rl bien, no por
iucliuación, +io por delw.
-
-
486 PIJNI)AMRNTACI~NDE LA METAF~ICADE LAS COSTUMBRES
Ascgiirar la fclicidad propia es un deber -al menos indirecto-; 1,:
pues e1 que no está contento con su estado, el que se ve apre-
iiiiado por muchos cuidados, sin tener satisfechas sus necesida-
rlcs, piidicra ficilmente ser víctima de la tentacicin de infringir
SUS deberes. Pero, aun sin referirnos aqui al deber, ya tienen
los hombres todos por si mismos una podcrosísima e íntima in-
clinación hacia la felicidad, porque justamente en esta idea se
reúnen en suma total todas las inclinaciones. Pero el precepto
de la felicidad csti las más veces conrtitiiído de tal suerte que
perjudica grandemente a algunas inclinaciones, y, sin embargo,
el hombre no puede hacerse un concepto seguro y determinado
de esa suma de la satisfacción de todas ellas, bajo el nombre de
felicidaci; por lo cual no es de admirar quc una inclinación úni-
ca, bien determinada en cuanto a lo que ordcna y al tiempo en
que cabe satisfacerla, pueda vencer una idca tan vacilante, y
algunos hombres -por ejemplo, uno que sufra de la gota- pue-
dan preferir sal~orcarlo quc les agrada y sufrir lo que sea pre-
ciso, porque, hrgiín su :ipict i:i<i<in.
iio v.in :i prrtlrr cl gocc del
monicnlo picwiilr 1)or ;ilt~t~cisr
:I I,i CIN~I:III/.I,
:ic.io inlinida-
clas, dc una f'clititl:itl tjiic tlrl~,
1 1 , 1 1 1 . 1 1 ~ t ~
i i i 1.1  . i l i i t l . I1c.io aiiii en
este L ~ W ,
annqiic 1.1 iiiiivri~,.il i c ~ i i t l ( i i t i . ~.i 1.1 Iclititl.itl no tlc-
termine su voluntad, aiinquc la i,iIiiil no ciiirc 1):ir.i í.1 t m ne-
cesariasneiitc en los tbrminos de su apreciación, qneda, sin ein-
bargo, aqui, como en todos los demis casos, una ley, a saber: la
de procurar cada cual su propia felicidad, no por inclinación,
[ .-
sino por dcbcr, y sólo entonces tiene su conducta un verdadero
f valor moral.
Así hay que entender, sin duda alguna, los pasajcs de la Es- ,
, - critura en donde se ordena que amemos al prójimo, incluso al
enemigo. En efecto; el amor, como inclinación, no puedc ser man-
1 dado; pero hacer el bien por deber, aun cuando ninguna incli-
i nación empuje a ello y hasta se oponga iina aversidn natural e
' invencible, es amor pl-dctico y no patoldgico, amor qiie tienc su
asiento en la voluntad y no en una tendcncia de la sensación,
,
que se funda en principios de la acción y no cn tierna compasión,
éste es el iinico que puede ser ordenado.
?La segunda proposición es ista: una acción hcdia por deber
tienc si: v d o ~ m ~ ~ l ,
no en e< proprisito qiie por medio de ella
se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuel-
ta; no depende, pties, de la realidad del objeto de la-acción, sino
meramente del princifiio dcl que-1; segiin el cual ha sucedido
la accibn, prescindiendo de todos los objetos de la facultad dcl
desearJ~or lo anteriormente dicho se ve con claridad que los
propósitos quc podamos tener al realizar las accioiics, y los
efectos de kstas, consi<lcrados como fines y motore3 (le la vb-
luntad, no pucden proporcionar a las acciones ningún valor ab-
soluto y moral. ¿Dónde, pues, pucde residir este valor, ya que
no debe residir en la voluntad, en la rclaci6n con los efcctoi
cperados? No puede iesidir sino en el p?i?wipzodr, la voluntad,
lxrwinrlirndo de los fines que pnedan rcalimrse por medio de
TRÁNSITO DEL C~OINOCIMIENTOVULGAR AL FILOSÓFICO 487
la accidn; pues la voluntad, puesta entre su principio a priori,
*que es formal, y su resorte a posteriori, qiie es material, se en-
cuentra, por decirlo asi, en una encrucijada, y romo ha de ser
determinada por algo, tendri que ser determinada por cl prin-
cipio formal del querer en general, ciiando tina acción succde
por deber, puesto que todo principio matcrial le ha sido sus-
traído.
La tercera proposición, consecuencia de las dos anteriores,
formularíala yo de esta manera: el deber es la nec~sidadde una
accidn por respeto a la ley. Por i1 objeto, como cCecto da la ac-
ción que me propongo realizar, pucclo, sí, tener inrlinnrirh, mas
nunca resfieto, justamente porqiic es un efccto y no nn:i xctivi-
dad de una vol~intad.Dc iqiial modo, por iina in<linaci6n cn
general, ora wa niía, ora .
;
m ilc cnalqiiicr otro, no purdo tener
respcto: a lo sumo, piicdo, en el priincr caso, aprol~arlay, en
el segiiii<lo,a vcces incluso ainarla, es decir, considerarla como
favoral>lea mi propio provecho. Pcro objeto del resileto, y por
ende mandato, sólo p~iede
serlo aquello c ] G sc relacione con mi
voluntad como simple fundamento y nunca como cfecto, aquello
que no esté al servicio de mi inclinación, sino que la domine, al
menos la descarte por completo en el cbmpiito de la elección,
esto es, la simple ley en si misma. Una acción realizada por d-e
ber tiene. empero, que excluir por rornplefo el influjo 'de la
inclinación, y con 6s~atodo objrlo dc 1:i voliintad; no queda,
pues, otr:~coia qnc piict1.i tlclri iiiin:ir 1:) voliiiii.itl, si no es, obje- ,
tivanientc, 1.1 Icy y, ~i~l~~ctiv:iiiiiirii~,
c1 1v5/1(/0 / ) 1 / 1 0 a ca ley
prictica, y, por tanto, 1,i iii.i~iin.i
1 tlc ol~~dv,rr
iciiil)ic :t csa
ley, aun con perjuicio cle todas mis iii<liii;itionc~.
Así, pues, el valor moral de la acciún no i c d c cn rl rfccio
que de ella se espera, ni tampoco, por consignicntc, cii ningíni
principio de la acción que neceite tomar su fundamento deter-
minante en ese efecto esperado. Pues todos esos cfectos -cl agra-
do del estado propio, o incluso el fomento de la felicidad aje-
na- pudieron realizarse por medio de otras causas, y no hacía
falta para ello la voluntad de un scr racional, que es lo único
en donde puedc, sin embargo, encontrarse el bien supremo y
ahsolnto. Por tanto, no otra com, sino sdlo la representación de
la ley en sí misma -la cual desde luego no se encuentra mil
que en el ser racional-, en cuanto que ella y no el efecto espe-
rado es el fundamento determinante de la voluntad, puede cons-
tituir ese bien tan excelente que llamamos bien moral, el ciial
esti presente ya en la persona misma que obra según esa ley, y
qne no es licito esperar de ningiin efecto de la acción 2.
1 Máxima es cl principio subjctivo del qucrer: el principio objctivo --csto
cs. el que serviría de principio práctico, aun subjctiv~mente, a todos los arrrr
rwionalcs. si la rizón tuviera pleno dominio sobro la facultad de dcscar---- cs
,la Icy prictica.
"odria objotirscmc que. bajo el nombre de respeto, busco refugio en 1111
. obscuro sentimiento, en lugar do dar una solución clara a la cuestión i>or m i 4 o
de un concepto de la razón. Pcro aunque cl respeto cs. efcctivamcntc. un sin-
488 FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES
-
LPero pi;il puede ser esa ley cuya representación, aun sin re-
fcrirno~al efecto que se espera de ella, tiene que determinar la
voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin
restricción alguna? Como he sustraido la voluntad a todos les
afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de fina 1 ~ x 0
queda nada más que la universal legalidad de 1%-acciones en ge-
neral -que debe ser el iinico principio de-la vol~ztad-; es-de-
cir, yo no debo obrar nunca míis que de modo que pueda querer
que mi mcixima deba convertirse en ley rrnivcrsal. Aquí es
mera legalidad en general -sin poner por fundamento ninguna
ley determinada a ciertas acciones- la que sirve de p-cincipjg
a la voluntad, y tiene que servirle de principio si el deber no
Iia de ser por doquiera una vana ilusión y un concepto quimé-
rico; y con todo esto concuerda perfectarncnte la razón vulgar
de los hombres en sus juicios prácticos, y el principio citado no
se aparta nunca de sus ojos.
Sea, por ejemplo, la pregunta siguiente: zme es licito, riiando
me Iiallo apiirxlo, Iincrr iiria pioni<'~:iron c
1 ~)ropi)sito
(le no
cumplirla? P;h ilnicwtt* Ii,i&:o:1t111í 1:' < l i l ; ~ i c ~ i i <
i.1 < I I I ~ ' ~)IIVIII. (oiii-
port;ir 1.1 hi!;tiilic:icirí~i tic 1.1 l~it'~iiiiI.i.
(11. i c., 1 1 i 1 ~ i 1 1 ~ 1 1 1 < ~
o tlc
hi es confornic .i1 tlt411.1 Ii.i<i.i 1111.1 l.il.i ~ I I ~ ~ I I I I .  . I .
I ii ~~iitiicio
puede su(rclcr, h i i i tlu<l;i,iiiuc1i.i~vctc. (;i(~ii;iii~i~iiii
. V I T I iniiy
bien que no es hastante el lilxarrne, por nicdio dc c,:, I~LIIISO,
de una perplejidad presente, sino que hay que considcrai dctc-
nidamente si no podri ocasionarme luego esa mentira muchos
míis graves contratiempos que éstos que ahora consigo eludir; y
como las consecuencias, a pesar de cuanta astucia me precie de
tener, no son tan ficilmente previsibles que no pueda suceder que
la pérdida de la confianza en mí sea mucho mis desventajosa
para mí que el daño que pretendo ahora evitar, Iiahrk de consi-
derar si no sería más sagaz conducirme en este punto según una
timiento. no es uno de los recibidos mediante un influjo, sino uno csponri-
neamente oriundo de nn concepto de la razón. y. por tanto. espccificamentc dis-
tinto de todos los sentimientos de la primera clase. que pucden reducirse a in-
clit~acióno miedo. L o que yo reconozco inmediatamente para mí como una ley,
 tcconózcolo con respcto. y este respeto significa solamente la conciencia de la
subordinación de mi voluntad a una ley, sin la mediación de otros influjos en
mi sentir. La detcrminxión inmediata de la voluntad por la ley y la concicncii
de la misma se llama respeto: de suerte que éste es considerado como efecto de
la ley sobre el siijeto y no como causa. Propiamente cs respeto la representación
de un valor qoc menoscaba cl amor que me tcngo a mí mismo. Es. pues. algo
que no se considera ni como objeto do la inclinación ni como objeto del temor,
aun cuando ticne alao de análogo con ambos a un tiempo mismo. El objeto del
respeto es. pues. r x ~ l ~ ~ i v a m e n t e
la feq. esa ley que nos imponemos a nosotros
mismos, y. sin embargo, como necesaria en sí. Como ley que es. estamos some-
tidos a ella sin tcncr que interrogar al egoísmo: como impuesta por nosotros
mismos, es. empero. un? ronscc~~enci~
dc nuestra voluntad: en el primer sentido.
tiene analogía con el micdo: cn el scgunrio. con la inclinación. Todo respeto
una persona es propiirncntc sólo respeto a la ley -a la honradez. rtc -. de la
cual rsa persona nos da cl cjcmplo. Como la ampliación de nuestros talentos la
consideramos también como nn deber. resulta que ante nna persona dc talcnto
'nos representamos. por decirlo así. el ejemplo de unn ley -la de asemeinrnos
a ella pot virtud del cicrririo-. y eqto constituye nncstro respeto. Todo ese
Ilamado infcrés moral consistc c~cliisivamentcen el rcspeto a la ley.
máxima universal y adquirir la costumbre de no prometer nada
sino con el propósito de cumplirlo. Pero pronto veo claramente
que una máxima como &a se funda sólo en las consecuencias
inquietantes. Ahora bien; es cosa muy distinta ser veraz por de-
ber serlo o serlo por temor a las consecuencias perjudiciales;
porque, en el primer caso, el concepto de la acción en sí mismo
contiene ya una ley para mí, y en el segundo, tcngo que em-
pezar por ohervar alrededor cufiles efectos para mi pueden de-
rivarse de la acción. Si me aparto del principio del deber, de
seguro es ello malo; pero si soy infiel a mi máxima de la sa-
1
gacidad, puede ello a veces serme provechoso, aun cuando desde
1
Iitego es más seguro permanecer adicto a ella. En cambio, para
resolver de la manera míis Incvc, y sin engaño alguno, la pre-
i
gunta de si tina promrsa mentirosa es conforme al deber, me
hastaii preguntarme a mi ~iiisriio:¿me daría yo por satisfecho
si mi induitna -salir dc apuros por medio de una promesa men-
tirosa- debiese valer como ley universal tanto para mí como
para los demás? ¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual pue-
de hacer iina promesa falsa cuando se halla en un apuro del
que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo
de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, em-
pero, una ley universal de mentir; pues, según esta ley, no ha-
bria propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a
otros mi voluntad respecto de mis futiiras acciones, pues no
creerían ese mi fingimiento, o si, por precipitación lo Iiicieren,
pagaríanme con la nii~niainoned:~;por tanto, mi máxima, tan
pronto como se tornase ley universal, destruiriasc a sí misma.
Para saber lo que he de hacer para que mi querer sea moral-
-mente bueno, no necesito ir a busrar muy lejos iina pcnetra-
ciGn especial. Inexperto en lo que se refiere al curso del miindo;
1
incapaz de estar preparado para los sucesos todos quc en él ocu-
rren, bástame preguntar: ¿puedes c m que tu míixima,se con-
I vierta en ley universal? Si no, es una máxima reprobable y no
por algún perjuicio que pueda ocasionarte a ti o a algún otro,
sino porque no puede convenir, como principio, en una legis-
lación universal posible; la razón, empero, me impone respeto
inmediato por esta univerGllegislaci6n, de la cual no conozco
aún ciertamente el fundamento -que el filósofo habrá de inda-
gar-; pero al menos comprendo que es una estimación del va-
lor, que excede en muclio a todo valor que se aprecie por75 in-
clinación, y que la necesidad de mis acciones por puro réspeto
a la ley práctica es lo que constituye el deber, ante el cual tiene
que inclinarse cualquier otro fundamento determinante. porque
es la condición de una voluntad buena en sl, cuyo valor estfi
por encima de todo.
11 Así, pues, hemos llegado al principio del conocimiento moral ' '
I _ de la razón vulgar del hombre. La razón vulgar no ~ e c i s a
este
principio así abstractamente y en una forma universal:-pero,
sin embargo, lo tiene continuamente ante los ojos y lo usa como
criterio en sus enjuiciamientos. Fuera muy fácil mostrar aquí
490 FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES
cómo, con cstc comprís en la mano, sabe distinguir perfectamen-
te en todos los casos que ocurren qué es bien, qué mal, qué con-
forme al dcber o contrario al deber, cuando, sin enseñarle nada
nuevo, se le hace atender tan sólo, como Sócrates hizo, a su pro-
pio principio, y que no hace falta ciencia ni filosofía alguna pa-
leyes de la expcriencia y dc las percepciones sensible's, cae en
meras incomprcnsibilidades y contradicciones consigo misma, al
menos cn un caos de inccrtiduinbre, obscuridad y vacilaciones.
En lo prktico, cn canibio, (:oinicnia la facultad de juzgar, mos-
trindosc antc lodo iiiiiy ~wovc<:lios:i,
c:ii:iiitlo c1 ,cntcntliinicnto
vulgar exclayc tic I;is Icy(.s ~)r;í(.li(.;i"otlos los iiiotorcs s<~nsil>lrs.
Y luego llcga 1i:isl:i 1:i siiiilt~~:~.
y;i st~i( ~ I I I . tl~iivw.t'oii sil ('mi-
ciencia u otras prctciisio~ics,tlisl)r~t:ir
cwi rc-sl~.c:lo
:I lo ( I I W tld);i
llamarse justo, ya sea quc quiera siri<:er;~iii<:iiLc,
1):ir;l su propi:~
enseñanza, determinar el valor de las acciones; y, lo que cs más
frecuente, puede en cstc último caso abrigar la cspcranza de
acertar, ni más ni menos que un filósofo, y hasta casi con mAs
venturosa simplicidad, ni empujarle con la filosofía por un nue-
vo camino de la investigación y enseñanza?
1Qri6 magnífica es la inocencia! Pero ¡qué desgracia que no
se pueda conservar bien y se deje fácilmente seducir1 Por eso la
sabidnría misma -que consiste mis en el hacer y el omitir qiie
en el snbcr- nccesita de la ciencia, no para aprender de ella,
sino para Iwociirar a su precepto acceso y duración. El Iiomhre
siente en sí niisino una potlerosn fuerza contraria a todos los man-
damientos clcl tl<:l>ci,
qiic In ra7tin Ic prcsenta tan dignos dc rcs-
peto; comiste esa fii(w;i roiiir;iria cn siis ncccsidadcs y sns incli*-
naciones, cuya satisf;ircih i11i;11 c~oiiil>rciitlc
I):ijo (11 iio1111)rc
de
felicidad. Ahora bien; 1;) r:id)ii oi~lcn;isiis ~>rcwpios,
sin prome-
ter con ello nada a las iiit~liii;ic.ioiit~s,
sc~vrr;iiiii~nic
y, por ende,
con desprecio, por decirlo así, y dcs;iiciiciOn hacia csas pretcn-
siones tan impetuosas y a la vcz tan aceptables al parecer -que
ningún mandamiento consigue nunca anular-. De aquí se origi-
na una dial~cticanatural, esto es, una tendencia a discutir esas
estrechas leyes del dcber, a poner en duda su validez, o al menos
su pureza y sevcridad estricta, a acomodarlas en lo posible a nues-
tros deseos y a nuestras inclinaciones, es decir, en el fondo, a
pervertirlas y a privarlas de su dignidad, cosa que al fin y al ca-
bo la misma razóti práctica vulgar no puede aprobar.
De esta suerte, la razón humana vulgar se ve empujada, no
por necesidad alguna de especulación -cosa que no le ocurre
nunca mientras se contcnta con ser simplemente la sana razón-,
sino por motivos prrícticos, a salir de su círculo y dar un paso
en el campo de una filosofía prúctica, para recibir aqui ense-
ñanza y clara advertencia acerca del origen de su principio y
exakta determinación del niismo, en contraposición con las má-
sima? quc radican cn las necesidades e inclinaciones; así podri
salir dc su pcrplcjiclad sobre las pretensiones de ambas partes
y no corre peligro de perder los verdaderos principios morales
por la ambigüedad en que ficilinente cae. Se va tejiendo, pues,
cn la razón práctica vulgar, cuando se cultiva, una dialéctica
inadvertida, que le obliga a pedir ayuda a la filosofía, del mismo
modo que sucede en el uso teórico, y ni la práctica ni la teo-
rica encontrarán paz y sosiego a no ser en una crítica completa de
-nuestra razón-
=1
CAPfTULO SEGUNDO
TRANSITO DE LA FII.OCOF~A MORAL POITJLAR A LA
hlli.l'~E'i~1~A
DE LAS COSTUMBNiS
Si bicn h
e
-
e
l concepto del deber, que hasta ahora
tenemos, del(uso vulga de nuestra razón práctica, no debe infe-
rirse de ello, gñ-Tiiaiiéra alguna, que lo hayamos tratado como
concepto de experiencia. Es más: atendiendo a la experiencia en
el hacer y el omitir de los hombres, encontramos quejas numero-
sas y -hemos de confesarlo- justas, por no-ser p ~ ~ i b ~ e
adela-ntar
ejemplos seguros dc esa disposición de espíritu del que obra por
el debcr puro; que, aunqric ~niidiasaccioncs scicctlcn cn covjor-
midad con lo que el drbcr ordciin, siempre c;il>cla duda de si
tienen un valor moral. Por cso ha Iialklo cn todos 105 liempos fi-
lósofos que han negado en absoluto la realitlad de csa disposición
de espíritu en las acciones humanas y lo han atribuido iodo al
egoísmo, más o menos refinado; mas no por eso han puesto en
duda la-exactitud del concepto de moralidad; más bicn han he-
cho mención, con intima pena, de la fragilidad e impureza de la
naturaleza humana, que, si bien es lo bastante noble para pro-
ponerse como precepto una idea tan digna de respeto, en cam-
bio es al mismo tiempo harto débil para poderlo cumplir, y em-
plea la razón, que debiera servirle de legisladora, para adminis-
trar el interés de las inclinaciones, ya sea aisladas, ya -en el caso
más elevado- en su máxima compatibilidad mutua.
Es, en realidad, absolutamente imposible determinar por ex-
y k n c i a y con absoliita certeza un solo caso en que la máxima
c e una acción, conforme por lo demás con el deber, haya tenido
su asiento exclusivamente en fundanientos niorales y en la repre-
sentación del deber. Pues es el caso, a veces, que, a pesar del m;ls
penetrante examen, no encontramos nada que haya podido scr
bastante poderoso, independientemente del fundamento moral
del deber, para mover a tal o cual buena acción o a este tan gran-
de sacrificio; pero no podemos concluir de ello con seguridad
que la verdadera causa determinante de la voluntad no haya
sido en realidad algún impulso secreto del egoísmo, ocullo tras
494 FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES
el mero espcjismo de aquella idea; solemos preciarnos mucho
de algún fundamento determinante, lleno de nobleza, pero que
nos atribuínios falsamente; mas, en realidad, no podemos nunca,
aun ejercitando el examcn m& riguroso, llegar por completo a
los mlis recónditos motores; porqiie cuando se trata de valor mo-
.ral no importan las acciones, que se ven, sino aquellos íntimos
'
principios de las mismas, que no se ven.
- A esos que se burlan de la moralidad y la consideran como 3 ,
simple visibn soñada por la fantasía humana, que se excede a sí
misma, llevada de su vanidad, no se les puede hacer mis desea-
do favor que concederles que los conceptos del deber -como mu-
chos estlin persuadidos, por comodidad, que sucede igualmente
con todos los demis conceptos- tienen que derivarse excliisiva-
mente de la experiencia; de ese modo, en efecto, se les prepara a
aquéllos un triunfo seguro. Voy a admitir, por amor a los hom-
bres, que la mayor parte & nuestras acciones son conformes al
deber; pero si se-miran de ccrca los pensamientos y los esfuir-
--
zos, se tropicza por doqiiicr:~ron el aiiiatlo yo, quc de continuo
se destaca, solne el <ii:iI sc iiiii~l.iiilos ~)iopiiiio,
y no ol)re el
estrecho niandainic~ito(Ir1 (1il)ci. <III<* IIIINII.I v<cc,rcigiií.i 1.1
( renuncia y el sacrificio. No b
e IIV( e  I I , I v.1 1111 (.i~(~iiiigo
( 1 ~ -I:i vil-
, tud; basta con observar el niundo con s ~ i i g t ~
I i í ~ ,
in toiii.ir cn
1 seguida por realidades los vivísinios deseos cn pro del bien, para
1 diidar en ciertos momentos -sobre todo cuando el observador es
l ya de edad avanzada y posee un Juicio que la experiencia ha
1 afinado y agudizado para la obscrvaci6n- clc si realmente en el
mundo se encuentra una virtud verdadera. Y en esta coyiintuia,
-para impedir que caigamos de las alturas de nnestras ideas del
deber, para conservar en nxestra alma el fundado respeto a sil
ley, nada como onviccjón cjara d e s e e n o iinporta qiic no
haya habido nunca acciones emanadas de esas puras fuentes, que
no se trata aquí de si sucede esto o aquello, sino-qué la r a h i ,
por sí misma e independientemente de todo fenbineiio, ordena
lo que debe suceder y que algunas acciones, de las que el mundo
quizB no ha dado todavía ningiin ejemplo y hasta de cuya reali.
zabili+id puede dudar muy mucho quien todo lo funde en la
cxpericucia, son ineludiblemente mandadas por la razón; así, por
-- ejemplo, ser leal en las relaciones de amistad no podría dejar
de ser cxigiblc a todo hombre, aunque hasta hoy no hubiese ha-

bido niiigi~iianiigo leal, porque este deber reside, como deber en
gencral, :iiiici qiic toda experiencia, en la idea de una razón que
deterinin.~
la voliiiilad por fundamentos a priori.
Aíí:i<lasc;i cio ( I I I ( ~ ,:
I n ~ c u o ~
de querer negarle al concepto dc
mordlidad to(l.i vci<l.itly lo<larelación con un objeto poil)lr. iio
puede poncrw i i i t l i i i l . ~ ( I I I C s d 1 ' 3 y dc t:in c ~ I ( ~ 1 1 ~ : ~
igi~ifi<~i-
ción que ticiir v
i
. i1ti.1, iio Ola 1 ~ 1 i . i 10' l i i ~ ~ i i l ) i ( ~  ,
iiio I).iia
todos los-seres ?tic to11r11,
5 ,11 !;PIL~
I nl. iio <)lo Ii.ijo c oiiiliciones
contingentes y con <~<<litioiii~,
iiio 1"" iiio(Io cr1)colulantente
necesario; por lo cu.11 ICIIII.I (1.ilo ( I I I ( . IIO l ~ i y
i ~ p c ~ i ~ n < i a
que
pueda dar ocasión a infeiii ni hiqiiiciii 1.1 1)o~il)ilid;id
dc seme-
DE LA FILOSOFÍA MORAL POPULAR A LA METAFISICA 495
jantes leyes apodícticad Pues <con que derecho podemos tributar
un respeto ilimitado a lo que acaso no sea valedero mBs que en
las condiciones contingentes de la Humanidad, y considerarlo,
como precepto universal para toda naturaleza racional? ¿Cómo
íbamos a considerar las leyes de dctern~inaciónde nuestra volun-1'
tad como leycs de determinacibn de la voluntad de un ser
nal en general y, sólo como tales, valederas para nosotros,
fucran iiierainente enipíiicas y no tuvieran su origen enteramen-
te a p~iopien la razón pura práctica?
E l ~ e o r
servicio que puede hacerse a la moralidad es quererla
1 deducir de ciertos ejemplos. Porque cualquier ejemplo que se
nie presente de ella tiene que ser a su veL previaincnte jwgado
según principios de la moialidad, para saber si es digno de ser-
vir de ejeiiiplo oligitiario, eslo es, de modelo; y el cjcmplo no
puecle en iiiaiici.~alguna bcr cl qiic nos piopoirione el concepto
b de 1;i iiioi,ilitl;icL. 1:I inisiiio Smto del Lvangelio tiene que ser
comparado ante todo con nuestro ideal de la perfeccibn moral,
antes de que le reconozcamos como lo que es. Y él dice de si 
mismo: "¿Por que me llainliis a mí -a quien estáis vicndo-
bueno? Nadie es bueno -prototipo del bien- sino sólo el Único ,
Dios -a quien vosotros no veis-." Mas ¿de dónde tomamos el ,
concepto de Dios como bien supremo? Exclusivamente de la
~'deÜ-~ue-¡i
razón a prior; bosqueja de la perfección moral y:
enlam inseparablenicntc con el concepto dc una voluntad ii~>rcJ
La imit;icii>n no ticnc liigai ;ilgiino en lo iiioi;il, y los cjcinplos
s610 sirvcii tlc :tliiiii«, clo e, ])oiicm iiic~a(le diida la poil,ili-
dad dc 1i;iccr lo (liic 1.1 Ic'y I I I A I N ~ . ~ ,
iios ~)~cciil;iii
iiiiui~iv.~~iiciiic
lo que la regla piktica cprcsa iiiiivct.~liiictilc;pcio no piie<len
nunca autorirar a que sc clcje a un 1;itlo su vricl.iclcio oiigiii.il,
que' ieside en la razón, para regirse por cjciiiplos.
Si, pues, no hay ningún verdadero piincipio biipicmo &: I;I
moralidad que no haya de descansar en la razbn piira, indc-
pendientemcnte de toda experiencia, creo yo que no es necesario
ni siquiera preguntar si scri bueno alcanzar n priori csos concep-
tos, con todos los principios a ellos pertinentes, exponerlos en
general -in abstracto-, en cuanto que su conocimiento debe dis-
tinguirse del vulgar y llamarse filosófico. Mas en esta nuestra
&poca pudiera ello acaso ser necesario. Pues si reuniéramos vo-
tos sobre lo que deba preferirse, si un conocimiento racional pii-
ro, separado de todo lo empírico, es decir, una metafísica de las
costumbres, o una filosoiia prlictica popular, pronto se adivina
de qud lado se inclinaría la balanza.
Este descender a conceptos populares es ciertamente niiiy
- plausible cuando previamente se ha realizado la ascensión a lo
principios de la razón pura y se ha llegado en esto a coiiipl(~i,i
satisfacción. Esto quiere decir que conviene primerofumlnr 1.1
teoría de las costumbres en la metafísica, y l u i g c cuando X-.i
firme, procurarle acceso por medio de la popular@d. 1'cio (.b
'completamente absurdo qucrer descender a lo popiil;ir cnii 1.1
primera investigación, de la que depende la exactiliitl iotl.~
496 FUNDAMENTACI~N DE LA METAF~ICA DE LAS COSTUMBRES
de los principios. Y no es sólo que un proceder semejante no
puede nunca tener la pretensión de alcanzar el mérito rarkiriio
de la verdadera popularidad filosdfica, pues no se necesita mii-
cho arte para ser entendido de todos, si se empieza por reniin-
ciar a todo conocimiento sólido y fundado, sino que adcmis
da lugar a una pútrida mezcolanza de observaciones mal cosi-
das y de principios medio inventados, que embelesa a los iu-
genios vulgares porque hallan en ella lo necesario para su
charla diaria, pero que produce en los conocedores confusión
y descontento, hasta el punto de hacerles apartar la vista; en
cambio, los filósofos, que perciben muy bien todo ese andamiaje
seductor, encuentran poca atención, cuando, después de apar-
tarse por un tiempo de la supuesta popularidad y habiendo
adquirido conocimientos determinados, podrían con justicia as-
pirar a ser populares.
NO hay inás que mirar los ensayos sobre la moralidad qiic sc ,7
lian escrito en csc gusto ~)idciitlo,
y sc vcd~(m scgiiitl:i c.tSiiiii
se mczc1;iii CII i~sii;ifio< x i i i s i i i . i ~ i ~ ~ .
y:i 1:i ~iwiili;iriIi~i~~i~r~iiii;ii~i~'i~~
de la n;iiiii;ili*z;r l i i i i i i ; i i i ; i ~ I I I I I ~ I I I ~ I I I ~ ~ ~ ~ ; I
1.11 i,Il;i i;iiiiI~iAi I;I
idea tlc i i i i : ~ ii:iiiii~:iIi~~;i
i.;ii i ~ i i i . i l i.11 1:t.ii1.1.11 , y;i 1.1 lwiI'~.ii
i011,
ya la fc1icitl:rd. :ii1111 i.1 sc~iiiiiiii~~iii~i
i i i ~ ~ i ; i l .
:ill.i i ~ i ..iiiro~t.111.
Dios, un poqui~o(Ic (.sio, i i i i i i J I I M ' I I (11. :i(lii~.llii,
:si11 ~ I I I I ' ; I I I ; I I ~ ~ I '
se le ocurra preguntar si los pri:ic:ipios tli: 1:i iiior;ilitl:itl Ii:iy rliii'
buscarlos en el conocimiento de la naturalca;~Iirimana -que iio
podemos obtener como no sea por la expericncia-; y cn el c:iso
de que la respuesta viniere negativa, si esos principios nior;ilcs
hubiese que encontrarlos por completo a priori, libres tlc toclo
lo que sea empírico, absolutamente cn los couccpios ~)iii'os
(11. I:i
razón, y no en otra partc, tomar I:I dccisiOii tl(: 1)011i'r
:1[1:111('
esa investigación, como filosofía pr;l<:iic:i IHII';I o xi 1.5 l ~ ( . i i i i
emplear un nombre tan dii;iiii:i(lo - i~ii~i;il'lsii~.i
1 I I ~ . 1.1sU I : . ~ I I I I I -
bres, llevarla por sí sola ;L sil tti;íuiiii;i ii,i i i ~
i ii'iii y i ~iiisol:ti.;il
pi~blico,deseoso dc ~>oliiil;ii~i(l;iil.
Ii:isi;i I;i i i ~ i i i i i i i : i ~ . i i i i i
il(. ;icliic-
lla empresa.
Pcro csla mc!i;tl'ísi(.:i al<. I:ISi i i s i iiiiiIii~cs,toL:ilinc~itcaislada y
sin inrzc1;i ;ilgiiri:~<I(. :iiii~o~~ologí;i,
ni de teología, ni de física ''
o liipcrlisic:;~,ni iiiciios :iiín de cualidades ocultas -que pudié-
ramos 1I;iin:ir Iiipol'ísicn-, no es sólo un indispensable substrato
de todo coiio<:iiiiientoteúrico y seguranicnte determinado de las
dcbcrcs, siiio al niismo ticrnpo un desideratum de la mayor
importancia para la verdadera realización de sus preceptos.
Pues la representación pura del deber, y en general de la ley
I
1 Así como se distingue la matemirica en pura y aplicada, y la lógica en
pura y aplicada, puede distinguirse, si se quiere, la filosofía pura -metafísica-
1 de las costumbres y la filosofía aplicada --a la naturaleza humana-. Esta de-
noniinación nos recuerda a1 punto que los piincipios morales no deben fundarse
en las propiedades de la naturaleza humana, sino que han de subsisrir por si
j mismos a piori; pero que de esos principios han de poderse derivar reglas prác-
ticas para toda naturaleza racional y, pol tanto, tainbibn para la naturaleza hu-
mana.
DE LA FILOSOFÍA
MORAL POPULAR A LA METAFÍSICA 4!f7
moral, sin niezcla alguna de ajcnns ndicioncs dc atractivos cm-
piricos. tiene solm el corazón humano, por el solo camino de 
la razón -quc por inedio de ella se da cucnta por primera vez l
de que puede ser por sí misma una raz6n tainl>i(.nprrictica-, 9
un influjo iaii siij~criora todos los demás resortes 1 que pudie-
ran sacarse del c;impo cinpírico, que, consciente clc su dignidad,
desprecia csios últinios y puede poco a poco transformarse
en so dricñ;i; cn cainl>io, una teoría de la moralidad que csté
niczclaila y coiiipuesla de resortes sacados de los sentimientos y
de las iiicliiiacioiics, y al mismo tiempo de conceptos raciona-
les, tic-iic qiic tlcjar c1 ;íiiir~ioosc.il;intc entre causas determinan- ':
tcs <livcrs:is,iirctlii(:Lil)li~s
:i iiii ~ii.iiicipioy que pueden conclu- ':
cir al Iiiiw si'ilo 1)oi iiii~loc~oiiiiiigc~iiic
y ;i veces cletcrniiiiar el
nin1.
I'oi Ioilo 10 tli(lio 51 v(. tl.ii.iiiic.iil<~:
que todos los conceptos
inoi,ilcs lii iicm s u .iw iiio y oi~ g ~ n ,
<on~plctainenLca 117iofi, en
la r;iz6ii, y ello eii la razón Iiuinana más vulgar tanto como en
la mis altamcntc especulativa; que no ueden ser abstraídos dc
ningiin conocimiento empírico, 'cl ctíaf por tanto, seiía con-
tingente; que-&-e~-~u?eza-de su origen reside su di n
&
d
, la
dignidad de serYiFnos FrincWS pricticos siiprekos; que
sicinp~eque &fiadirnos algo empírico smtraemos otro tanto de
su legítimo influjo y quitamos algo al valor iíimitado de las
accicnci; que no ,610 1:i mayor iic<rsitl.id rxigc, cn sentido t&-
ixo, 1m1 lo ~ I I Ca 1.1 i.1)c~ul:itihiiiiiiciis.~.ino quc dc mA- 1
iui;i imptii I A I I ( 1.1,(,II ( 1 ~c.ilii(loIII"I( iico. ii .i Iiii<.ii c w  ~011-
/
Lcpios y 1cyt CS1l 1'1 i ~ l l ~ i l l
J ) l l l l. ~ ~  ~ ~ o l l c l l o 
~ ) l l l i hy ill mc/c1n, 1
e incluso cleleini11i.ir 1
.
1 c~lciivriii t i ? iotlo t s ~ . coiioi~iiiii:~iil<~
piáctico pulo, es decir, toda 1.1 i.ic iill.itl <I<. 1.1 i.i,tin ~ I I I
.I ~ ) L . L (
- 1
Lir'i; mas no haciendo clepcnder los p:iiicipio dc 1.1 cl)~.ci;il
naturaleza de la ra7ón huinana, como lo permite la lilowli,~
especiilaliva y hasta lo cxige a vctes, sino c!eiivAndolos dcl coii-
cepto univeisal de un ser racional en gencial, puesto que 1'1s
lejcs inoralcs deben valer para todo ser ra~ionalen general,
de esta rnnncra, la moral toda, que neceC,itade la antropología
para su aklicaci(ji~n 105 hoinl>rei,IiabrL dc exponerse por coin-
pleto primrio iiitlcpcii<licnieniciite de ésta, como filosofía pura,
' Poseo un2 carta del difunto Sulzcr en la que este hombre excelente m<
pregunta cu.51 pueda scr h causa de que las teorías de la virtud. aunque niuy
convincentes para 1.1 r.azÚn. sean. sin ernhargo. t3n poco eficaces. Mi contestación
hubo de retrasarse por c.tusa de los preparativos que estaba haciendo para darla
completa. Pero no cs otra sino ésta$ que los te6cicos de la virtud no han drpu-
rndo sus conceptos. y queriendo barerlo mejor, acopiando por doquiera causa*
determinantes del bien moral. para hacer enérgica la tnedicina, 13 echan a pcr-
der. Pues la más rulgar observación muestra que cuando se representa un acto
d: honradez realizado con indepmdencia de toda intención de provecho en rstr
o en otro mundo. llevado a cabo con 5nitno firme bajo las mayores tentaciones
de la miseria o de atractivos varios, d e j ~ .muy por debsjo de sí a cualquier otro
acro semejante que csté afectado en lo m i s niínimo por un motor extraño, eleva
el alma y despierta el deseo de poder hacer otro tanto. Aun niños de mediana
edq! sientzn esta impresión y no se les debiera prcsontar los deberes de otra
ma11era.
498 F U ~ D ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ó ~
DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES I
t DE LA FILOSOFÍA MORAL POPULAR A LA METAFÍSICA 499
1
es decir, como metafísica -cosa que se puede hacer muy bien
S en esta especie de conocimientos totalmente separados-, tenien-
I
do plena conciencia de que, sin estar en posesión de tal meta-
I l
fíbica, no ya sólo seria vano determinar exactamente lo moral
del deber en todo lo que es conforme al deber, para el enjui-
ciamiento especulativo, sino que ni siquiera sería posible, en
el mero uso vulgar y práctico de la instrucción moral, asentar
1 las costumbies en sus verdaderos principios y fomentar así las
disposiciones morales puras del ánimo e inculcarlas en los espí-
1 ritus, para el mayor bien del mundo.
1 Mas para que en esta investigación vayamos por sus pasos 4;) '
1 naturales, no sólo del enjuiciamiento moral vulgar -que es aqui '
inuy digno de atención- al filosófico, como ya hemos hecho,
sino de una filosofía popular, que no puede llegar más allá
de adonde la lleve su trampear por entre ejemplos, a la meta-
física -que no se deja detener por nada empírico y, teniendo
que incdir el coniiinto total drl <onoriniicnlo r:icionnl (le chla
?
clase, llcg:~cn to,lo c:io IIJI.I 1.1s i~lc,~,,
IIoII(I~- lo C ~ V I I I ~ I O 
mismos no, ; I ~ M I N ~ O I I . I I I , II( IIIO I I I I { . ] M I V ~ , I I ¡ I
y I .  I N I I I ~I I J
ramcnlc 1.1 l.icult.i<L 11i.iriic.i (11' 1.1 I.III'III. i l (  ~ I v .,II I~J;I.I i i i i i -
versales (le ~ l c l c ~ j i ~ j ~ ~ . c ~ j < i ~ ~ ,
Ii.ii.i .illi <loiitl~.
 I I I ~ ; ( ' l C O ~ I I ' I ) ~ ~
del deber.
Cadacosa, en la naturaleza. actíin segíin lcycs. S610 un cr
racional posee la facultad de obrar por la representacz(in de 1.1s
leyes, esto es, por principios; posee una voluntad. Como pam "
1 derivar las acciones de las leyes se exige razón, resulta quc la
voluntad no es otra cosa que la razón práctica. Si la ra7ón dc-
termina indefectiblemente la voluntad, cutonccs las nrcionci (Ic
este ser, que son conocidas como ol>jcliv.ii~iciilrt i c ~ c ~  . i t i ~ i  .
soti
también subjetivan~entenecesari.is, cs tl(~it,
I J I I C 1'1 VOIIIIII~III (
'
S
I t
una facultad de no elegir nada iii.ía (111clo ( I I I I * 1.1 I.I/I'III,
i1iali.-
pendientemente de la inclinaci011, coiio<<~
<oiiio ~~i.í<li<.iiiiciiLc
' necesario, es decir, bueno. Pero si 1.1 i.i/<',ii I X K í o1.1 no (Ic~cr-
,
) mina suficientemente la vo1iint;id; si la volii~ii.iilse halla somc-
tida también a condiciones sul>jclivas (~ie~tos
resortes) que no
siempre coinciden con las objetivas; en una palabra, si la vo-
I
luntad no es en si plenamente conforme con la razón (como real-
mente sucede en los hombres), entonces las acciones conocidas
ol~jctivainentecomo necesarias son subjetivamente contingentes,
y 1;i dcicrminación de tal voluntad, en conformidad con las
leycs ol)ic~ivns,
llcimase constriccidn; es decir, la relación de las
' leyes ol)jctiv.i a nna voluntad no enteramente buena es repre-
j sentada LOIIIO 1:1 <Ictcrrninación de la voluntad de un ser ra- 1
- cional por ~ I I I I ( ~ ~ I I I I C ~ I ~ S
de la voluntad, sí, pero por fundamentos
a los cuales ~ 5 1 . 1 volii~it;itlno es por su iiaLuraleza necesaria-
1
mente obcdicnlc. I
L; represeniaci0n tlr iin ~niii<il>io
ol>jctivo,cii tanto que es ,,.
constrictivo vara i i i i ; ~ vc~liitii:itl.Il:iii~;is<:
in;intlalo (de la razón), A
- ~
y la fórniula del rn:intl;~loIl;í~ii;isc:iv~f)ercilivo.
1
--
Todos los imperativos (:sl)i.6s;iiisepor iiicdio de un "Gel>e.ser" I
y muestran así la relación de una ley objetiva de la razón a una
vohu_ntacJ que, por su con%tituciónsubjctiva, no es determináda
necesariamcntc por la1 ley (una conitricción). Dicen que fuera ,
bueno hacer u omitir algo; pero lo dicen a una voluntad que ,
no siempre hace algo por sólo que se le represente que es bueno 1
hacerlo. Es, ciiipcio, prácticamente bueno lo que determina la
voluntacl l>or iiicdio de representaciones de la razón y, consi-
guienleinciik, no por causas subjetivas, sino objetivas, esto es,
por iiii~~l:ii~icritoi
que son v2ilidos para todo ser racional como
14.l)iiíiigucc de lo agradable, siendo esto último lo que ejer-
cc iiilliijo sobre la voluntatl por incdio solamente de la sensa-
ticín, por <.inns rnc*r.imcnlcsol>jctivns,que valen sólo para éste
o ;iqiti.I, i t i bcr un piincipio (le 1,11;1/6nv9lido para cualquiera l.
l l i i ; ~ volniil.itl pcil(tl;iiiiciilc I>iiciia li.~llririase, pues, igual-
incnte I>.ijo II*)(Y ol>icliv;is (del bien); pero no podría repre-
scnt;iie coino coiiLiciiidd por ellas a las acciones conformes
a la ley, poiqiie por sí misma, según su constitución subjetiva,
podría ser determinada por la sola iepresentacibn del bien.
De aqui que para la voluntad divina y, en general, para una
voluntad santa, no valgan los imperativos: el "debe ser" no
tiene aqui lugar adecuado, porque el querer ya de suyo co-
incide necesariamente con la ley. Por eso son los imperativos
solamente fórmulas para expresar la relación entre las leyes
objetivas rlcl qncrrr en general y la imperfección subjetiva de
la voliint:id de la1 o ciiol ser racional; v. g., de la voluntad
humana. -- .
Pues bien; todos los imperativos mandan, ya hipotética, ya
categdricamente. Aquellos representan la necesidad práctica de
una acción posible, como medio de conseguir otra com que
se quiere (o que es posible que se quieca). El imperativo ca-
tegórico sería el que representase una acción por sí m í s m a z n
referencia a ningún otro fin, como objZtivaEente-necesaria.
Toda ley práctica representa una acción posible coino bue-
na y,, por tanto, como necesaria para un sujeto capaz de de-
terminarse pdcticamente por la razón. Resulta, pues, qne tc-
dos los imperativos son fórmulas de la determinación dc la
1 La dependencia m que la facultad de desear está de las sensaciones Ilámase
incTnación. la cual demuestra. pues, siempre una .exígrncia. Cuando una voluntad
determinada por contingencia depende de principios de la razón, Ilámase esto
interés, El inrerés se halla. pues, sólo en una voluntad dependiente. que no ea
por sí misma siempre conforme a la tazón: en la voliintad divina no cabe pcn-
s x con intorér. Pero la voluntad humana puede también tomar interés en algo.
sin por ello obrar por interés. Lo primero sienifica el interés práctico en la
acción: lo aegundo. el interés patológico en el objeto de la acción. Lo primero
demuestra que depende la voluntad de principios de la razón en sí misma: l o
sceundo. de los principios de la razón respecto de la inclinación, pues. en efecto.
la tazón no hace más que d ~ r
1. rep!a pr5ctica de có'mo podrd s~bvenirsea la
exigencia de la inclinación. En el primer caso. me interesa la acción: en el se-
wndo. 'el objeto de la acción (cn cuanto que me es agradable). Ya hemos visto
co el primer capitulo que cuando una acción se cuniple por deber no hay que
~ n i w ral interés en el objeto. sino meramcnre en la acción misma y su principio
r n la razón (la ley).
502 FUNDAMENTACI~N DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES
l
los terceros, morales (a la conducta libre en general, esto es,
a las costumbres).
Y aliora se plantea la cuestión: ¿cómo son posibles todos esos !
imperativos? Esta pregunta no desea saber cómo pueda pen-
sarse el cumplimiento de la acción que el imperativo ordena,
sino cómo puede pensarse la constricción de la joluntad que
el imperativo expresa en el problema. No hace falta explicar
en especial cómo sea posible un imperativo de habilidad. E1
que quiere el fin, quiere tambitn (en tanto que la razón tiene
influjo decisivo sobre sus acciones) el medio indispensable-
mente necesario para alcanzarlo, si está en su poder. l
$
& pro-
posición es, en lo que respecta al querer, analítica; pues en el
 querer un objeto como efecto mío está pensada ya mi causa-
lid- como causa activa, es decir, el liso de los medios. y el
imperativo saca ya el concepto de las acciones necesarias para
tal fin del concepto de un querer ese fin (para determinar
los medios niiimos condiicentes a un propósito hacen falta,
sin duda, proposiciones sintbticns, pcro que tocan, no al fun-
damento para Ii.i(t r 1c:i1 r1 :irlo clc la voliinta<l,sino al funda-
mento pala li.i<(~
ir.11 cl ol)ic.io). (?uc p:ir.i tlividir i i r i . ~ línea
en dos p;u tci igu.llcs, ~ I ' I I I 1111 I)I i i i c W ~ I I I O ,
tengo que
trazar desde sui ctr(iiios dos :irco tlc cí~<iilo,
es cosa que la
matemática enselia, sin duda por proposi~ionessintbticas; pelo
iina vez qiie sé que sólo mediante esa acción puede producirse
el citado efecto, si quiero íntegro el efecto, quiero también la
acción que es necesaria para él, y esto último si que es una
proposición analítica, pues es lo mismo representarme algo
como efecto posible de cierta manera por mí y representarme
a mí mismo como obrando de esa manera con respecto al
tal efecto.
* Los imperativos de la sagacidad coincidirían, .enteramente
con los de la habilidad y serían, como &tos, analiticos, si fuera
igualmente fácil dar un concepto determinado de la felicidad.
-Pues aquí como allí, diríase: el que quiere el fin, quiere tam-
bién (de conformidad con la razón, necesariamente) los Únicos
medios aue están wara ello en su noder. Pero es una desdicha
que el c8ncepto de la felicidad seaLun concepto tan indetermi-
nado que, aun cuando todo hombre desea alcanzarla, nunca pue-
de decir por modo fijo y acorde consigo mismo lo que propia-
mente quiere y desea. Y la causa de ello es que todos los ele-
mentos que pertenecen al concepto de la felicidad son em$írid;
es decir, tienen que derivarse de la experiencia, y que, sin em-
bargo, para la idea de la felicidad se exige un todo absoluto,
un máximum de bicnestar en nii estado actual y en todo estado
futuro. Aliorn Ikn; r s impoii1)le que iin ente, cl m:is perspicaz
posible y al niiwio tirnipo c1 m.ís podrioso, si cs finito, se haga
un concepto detciiiiiii:itlo (lc lo qiic ~~opi;im<mic
quiere en este
punto. {Quiere ricluc~d~(:ii.íiiio>
ciiiil,iiIoi,~ii.íiit:~
cnvidia, cuán-
tas asechanzas no poi1r.l :iti:ictc con cl1:iI ¿í?iiicre conocimiento y
saber? Pero quizái esto no ii:ig:i sino ci:irle iina visión más aguda,
DE LA FILOSOFÍA MORAL POPULAR A LA METAFÍSICA 503
que le mostrará mris terribles aún los males que están ahora
ocultos para él y que no puede evitar, o impondrá a sus deseos,
que ya bastante le dan que hacer, nuevas y más ardientes nece-
sidades. ¿Quiere una larga vida? ¿Quien le asegura que no ha
de ser una larga miseria? ¿Quiere al menos tener salud? Pero,
¿no ha sucedido muchas veces que la flaqueza del cuerpo le ha ,
evitado caer en excesos que hubiera conietido de tener una salud
perfecta? Etc., etc. En suma: nadie es capaz de determinar, por
un principio, con plena certeza, qué sea lo que le haría verdade- !
ramentc feliz, porque para tal determinación fuera indispensable
tencr omnisuencia. Así, pues, para ser feliz, no cabe obrar por
principios determ'inados, sino sólo por consejos empíricos: por
ejemplo, de dieta, de ahorro, de cortesía, de comedimiento, etc.,
la experiencia enseíía que estos consejoi son los que mejor fo-
mentan por término medio, el Iiicnestar. De donde resulta que
los imperativos (le I:i sagxcidad Ii:il>lnndoexactamente, no pueden
mandar, esto ci, exponer objctivntiiente ciertas acciones como 5 -
ccrarias prácticarncnte; hay que considerarlos más bien como con-
sejos (consilia) que como mandatos (firacepta) de la razón. Así,
el problema: "determinar con seguridad y universalidad qué ac-
ción fomente la felicidad de un ser racional", es totalmente in-
soluble. Por eso no es posible con rcspecto a ella un imperativo
' qiie mande en sentido estricto realizar lo que nos haga felices;'
a porque la felicidad no es un icieal de la rayón, sino de la imagi-
' nación, que clesraiis:~en nicros fiiiidiimciitos empíricos, de los
S cuales en v;ino se cspcrará qiic Ii:iy;in (le tlclcrinin:~riina ;icciOn
por la cual se alcance 1.1 tol;di(l:itl (le iina xric, en rr:iliclail in-
finita, de conseciiencias. E ~ t ciiiipc1,rtivo <Ir 1:1 s,ig:itid:~tlsería
además -admitiendo qrie los mcdioi para 1lrg:ir n 1.1 felicidad
pudieran indicarse con certeza- una proposición analíti<o-prácti-
ca, pues sólo se distingue del imperativo de la lial~ili<lad
en qiie
en éste el fin es sólo posible y en aquél el fin está dado; pcro
como ambos ordenan sólo los medios para aqueIIo que se supone
ser querido como fin, resulta que el imperativo que manda que-
rer los medios a quien quiere el fin es en ambos casos analítico.
Así, pues, con respecto a la posibilidad de tal imperativo, no
hay dificultad alguna.
En cambio, el único problema que necesita solución es, sin
duda alguna, el de cómo sea posible el imperativo de la mora-
lj&cl, porque éste no es hipotético y, por tanto, la-necesidad re-
prestada objetivamente no puede asentarse en ninguna supo-
,sición previa, como en los imperativos hipotéticos. S610 que no
debe perderse de vista que no existe ejemplo alguno y, por tanto,
manera alguna de decidir empíricamente si hay semejante iinpc-
rativo; precisa recelar siempre que todos los que parecen cntc-
góricos puedan ser ocultamente hipotéticos. Así, por ejeiriplo,
cuando se dice: "no debes prometer falsamente", se admite qiic
la necesidad de tal omisión no es un mero consejo encaininatlo
a evitar un mal mayor, como sería si se dijese: "no delxs pronic.-
ter falsamente, no vayas a perder tu crédito al ser dcscii1)ierto".
sino que sc alirnla que una acción de esta especie tiene que
considerarsc como mala en sí misma, entonces es categórico el
impeiativo de la prohibición. Mas no se puede en ningún ejem-
plo mostiar con seguridad que la voluntad aquí se determina
-sin ningún otro motor y sólo por la ley, aunque así lo parezca;
pucs siempre es posible que en secreto tenga influjo sobre la
voluntad el temor de la vergüenza, o acaso también el recelo
obscuro de otros peligros. ¿Quien puede demostrar la no exis-
tencia de una causa, por la experiencia, ciiando ésta no nos
enscfia nada más sino que no percibimos la tal causa? De esta
j, manera, empero, el llamado imperativo moral, que aparece como
tal imperativo categórico e incondicionado, no seria en realidad
. / sino un precepto pragmhtico, que nos hace atender a nuestro
provecho y nos cnsefia solamente a tenerlo en cuenta.
Tendremos, pues, que inquirir enteramente a priori la posi-
bilidad de un imperativo categórico; porque aquí no tenemos
la ventaja de qiie la realidad del mismo nos sea dada en la cx-
¡ periencia y, por tanto, clc que la posildidad 1103 Fea iicccsriiia
shlo para expli(;i~loy iio piia :i('~tI.iiIo.hí.iu ~~ioviioii,~liiirrite
liemos dc conipieiitl~~i
11) igiiiciiic: <III<' ($1 i~iil)vi.~tivo
(6~lcgO~i~o
es el Úiiico que c CXIJI(~.L LII I I Y ~ > ~ ~ i < l i ~ . t ,
) lo 11i11i.i jiiil)c~:i-
tivos pueden llauic~ix
firi?~~i/)io$,
pcio no Icycs tlc la voluntad;
porque lo qne es necesario haccr s610 corno medio para con-
seguir un piopúiito cualquiera, puede considerarse en si como
contingente, y en todo momento podemos quedar libres del prc-
cepto con renunciar al propósito, mientras que el mandato in-
condicionado no deja a la voluntad ningún arbitrio con respecto
al objeto y, por tanto, lleva en sí aquella necesidad que exigimos
siempre en la ley.
En segundo lugar, en este imperativo catcgóiico, o lcy de la
inoralidad, es muy grande también el iiint1:irncnto (le la rlificul-
tad -de penetrar y conocer la poiil)ili(l;itl (1~1
iiiiiiio-. Es una
proposición sintktico-práctica 1 n pimt, y l)ucio que e1 conoci-
miento de la poqibilidad de (>t.i cl>ccie de propoiiciones fuC
ya muy difícil cn Ia filobolia tccíii<:i,f.ici11nente se puede infe-
rir que no 10 1ial)r:i (Ir ( r iiiciio~cii la práctica.
En este piol~lcinacii.iy.iiciiioi primero a ver si el niero con-
cepto de i i r i iin]m.itivo c~~iegí~iico
no nos proporcionari acaso '
'
,
también la 161inu1,i del iiiismo, qiie contenga la proposición
que pucila sci. un iinpeiativo categórico; pues aun cuando ya
sepamos c<iiiio dice., toclavia necesitaremos un esfuerzo espe-
cial y dificil I).ir,L saber cómo sea posihle este manclato absoluto,
y ello lo ilej;iictiio~Ima el iiltimo capitulo.
- 1 Enlazo con 1.i valiiii~ad, sin conilicibn prcsupueíta de ninguna inclinación.
el acto a priori y. por t.?nLo. nrccsariamcnte (ai~n<~ur
sÚlo ob~ctiv~mente.
csto
es. bajo la idea de un2 razkn quc tciiiy plcno podcr sobre toilas las causas sub-
jctivas de movimiento). Es &tr. piirs. iiii.i proposiciún pr5rtica. que no dcriva
anaiíticamcilte el querer un.i .tcciÚii dc uii.i .intariormciitc prcsvplicsta (pues no
rencmos voluntad tan pcrfccta). sino qiic lo enlaza con 1.1 conccpto de la vo-
lutitad de un sor raciond inmcdiai.iiiiciitr. conio ~ l g o
que no csti en ella contenido.
n
l DE LA FILOSOFÍA
MORAL POPULAR A LA METAFÍSJCA 505
Cuando pienso cn general un imperativo IaipotLtico, no sé clc
' ' J ' ' antemano lo que contendr&;no lo u? l i a ~ i i
qne la condición me
1
es dada. l'cio i pienso un imperativo categórico, ya sé al punto
lo que conLicnc. Pues como el imperativo, aparte de la ley, no
contiene niár que la necesidad de !a máxima 1 de conformarse
con esa ley, y la ley, cmpero, no conticne ninguna condición a
que este liniitada, no queda, pues, nada más que la universalidad
de una ley en general, a la que ha clc conformarse la mixima
de la accibn, y esa conformidad es lo único que el imperativo
reprcseritai propiamente como necesario.
- El iinperadvo categórico es, pucs, íinico, y es como siguc:
, ( ;r't obra selo segdn una mcixitna tal que puedas querer al mismo
tiempo que se tome ley urii.ucr.ia1. -.
AIiora, si de cstc iiiiiro inipoi;~livopurtlen derivai-sc, como
de su principio, fotlo:; los iiiil)crativos del delwr, poclreinos -aun
(! cii;iiiclo tlcjciiios sin clccidir si eso que 1lam;inios deber no será
acaso iin conccplo vacío- al mcnos mostrar lo que pensamos al
pensarel deber y lo que cste concepto quiere decir.
La universalidad de la ley por la cual suceden efectos cons-
tituye lo que se llama naturaleza en su mAs amplio sentido (se-
,! gíin la forma); esto es, la existencia de las cosas, en cuanto que
est6 determinada por leyes universales. Runlta de aquí q u e el
imperativo universal del deber p u d e foiniiilarse: obra como :
si la mtisima de tic acciOn rlcbion I~mrorsr,i~or
iu volt~i~iad,
lcy
utaiuersal de la wilwcrl<:zn.
Vamos aliora a c.iiiiii11:r;ir ;I~J:IIIII~:; (I(.l)r.i.c:;,
scy'~ii1:i tlivisicín co-
i,; rriente que se lracc (1. clln en (l~~l)t:~x~s
1);t1,;1 WII nosoin~swis-
nios y para con los dcmás Iionil>rcs,dclxrcs pcrl'ictos e iiiipcr-
fectos 2.
I
Q Uno que, por una serie de dcsgraciac 1inrl:iiitcs con la clcs-
i esperación, siente despego de la vida, tiene ahn 1~ast;iuteraz611
para preguntarse si no sed contrario al deber consigo inisino el
1J
quitarse la vida. Pruebe a ver si la m;i-cima de su acción puedc
< - , '
tornarse ley universal de la naturaleza. Su mixiina, empero, es:
Iihgorne por egoísmo un principio de ahreviar mi vida cuando
ésta, en su largo plazo, me ofrezca más males que agrado. TrA-
tase ahora de sabcr si tal principio del cgoisino puede ser una
ley universal de la naturaleza. Pero pronto se ve que una na-
turaleza cuya ley fuese destruir la vida misma, por la misma
La mixima es el principio subjetivo de obrar, y dchc distin~uirscdel prin-
cipio objctioo; esto CS.la Iry prictica. Aquél contiene la regla prictica que dctcr-
mina la rezbn, de confosmidxi con las condiciones dcl sujeto (murhas vcccs la
ignorancia o tambiCn las inclinaciones dcl misma) : es, p!ios. el prinripio scgún el
cual obra cl sujeto. La ley. empero, es el principio objetivo, vMido para todo
sor raciontl: es cl principio scgún el c i d debe o5rar. csto cs. un imperativo.
a Hay que advcrtir rn cste punto one me rxervo 11 dinisián dc lo* <Icl*crrr
P21.i una futura Metnfisica de lor rosturkhrcs: esta que sbora oso es s6lo iina ili-
visión cualqnicra para ordenar mis ejemplos. Por l o dcmis, rriticndo ar111í imr #Ir
bcr pcrfecto cl que no adniire crc~pci6nen favor de 1-s inclin~cio~ics cniriii<<.v
trnro drhrres pcrfettos, no sólo c-;rorr!cr. si:o r?ln!-;Eri interno-. rnsx i l ~ i c i o n .
trx!icc cl uso de las p ~ l a h n srn lis rsrricli~:nrw :.iui no i n r r n l o inrilir,it.lo.
,pcrq~~c
es indifcrcnie para mi propósito que c!!o s i aiiaita o no.
506 F U N D A M R N T A C I ~ N
DE L A METAFÍSICADE LAS COSTUMBliRS
sensación cnya determinación es atizar el fomento de la vida,
sería contrndictoria y no podría subsistir como naturaleza; por
tanto, aqnc!la máxima no puede realizarse como ley natnr;il
univcrsal y, por consiguiente, contradice por completo al priti-
cipio supremo cle todo deber.
29 Otro se ve apremiado por la neccsidad a pedir dinero en
prbstamo: Bien sabe quc no podrá pagar; pcro sabe tambibii 0.
que nadie le prestar5 nada como no prometa formalmente dc-
volvcrlo en determinado tiempo. Siente deseos de hacer tal pro-
mesa; pero aun le qneda conciencia bastantc para preguntarse:
2110 está prohibido, no es contrario al deber salir de apuros de
esta manera? Supongamos qiie decida, sin embargo, hacerlo. SLI
máxima dc acción sería ésta: cuando me crea estar apurado de
dinero, tomaré a préstamo y prometeré cl pago, aun cuando
, , sb que no lo voy a verificar nunca. Este principio del egoísmo o
de la propi:~utilidad es quizá muy compatible con todo mi fii-
tnro 1)icncsi:ir. I'rro la..cucstih aliorn hta: ¿es cllo Iícilo?
..
l i:insToriiit~.
l)i~(.s.
I:i riij;tmc.i;i tlvl r;;oisiiio rii I I I I : ~Ivy iinivc~i:;:il
y (lispongo ;isl I ; i ~)I.~~:IIIII:I:
? ( [ I I ~ S I I < ~ I V ~ ~ ~ I ~ ~ : I
si i i i i iii:uiiii:~si:
torti:is(: iiiiivt~i~s:ili
I':II ::~i:iiiil;iv i , o ~ I I I ( ' I I I I ~ I I . ; ~
~ I I I I Y I ( < V;III,I.
coiiio ]('y JI:I~III.;I~
i i i i i v t ~ i : ; ; i l . i i i toiiv(.i~ii.
~,iii::i~;i,
i i i i : , i i i ; ~ . !:itio I I U I '
sicniprc li;~tic: srsr t.oiiir;iclic:loi.i;i. I1ii(.sI:i iiiii~c~i~~;:ilitl:i~l
(11. I I I I ; ~
lcy q w diga que quicn crc:i csLar npu~irlol)uul<rproinr1cr lo
que se le ocurra proponibndose no ciimplirlo, liaría imposil)lc
la promesa misma y cl fin que con ella pueda obtenerse, pucs
nadie creería que recibe una promesa y todos se reirían de tales
manifcstacioncs como de un vano engaño.
39 Un tercero encnentra en si cierto talento que, con la ayn-
da de alguna cultura, podría hacer de 61 un hombre iitil cn tli- - .
fcrentcs aspectos. Pero se encuentra cn circiinstünci:is chniod;is
y prefiere ir a la caza de los placeres quc esforzarse por :inipli:ir
y mejorar sus felices disposicioiies nntnr;ilrs. l'<:ro sc prr!:nnta
si su máxima de dejar sin cultivo sns dotcs n:itur;ilcs se coirip:i-
dcce, no sólo con su tendencia a la pcreza, sino tainbi6n con eso
que se llama el deber. Y entonccs ve que bien puede siibsistir
nna natiiralcza que se rija por tal ley univcrsal, aunque el hom-
bre -como hace el habitante del mar del Sur- deje que se en-
niohcican sns talentos y entregue su vida a la ociosidad, al re-
gocijo y la reproducción; cn una palabra, al goce; pero no pue-
de quewr que ésta sca una ley natural univcrsal o que est6
imprcsa en nosotros como tal por el instinto natural. Pues como
ser racional neccsariamente quiere que se desenvuelvan todas
las facultadrs cn 61, porque ellas le son dadas y le sirven ~):II':I
toda suerte <Ir posibles propósitos.
//?.Una cuarL:i pcwonn. a quien le va bien, ve n otrns Iiicli:iiitlo
contra grandcs dil'iciilindes. Z1 podría aynclarlcs; ~irroI)~<'ILS:I:
¿qué me importa? lQuc cada cual sea lo fcliz ( ~ I I C ' c.1 ciclo o i.1
mismo quiera Iiaccil(~:n:itl;t voy a quitarle, ni sicliiirrii le tendré
envidia: no tengo ganas de contribuir a su 1)ic:iicsi:ir o a su ayu-
da en la necesidad1 Ciertamente, si tal motlo de pensar fuese
DE L A FILOSOFÍAMORAL POPULAR A L A METABÍSICA r)017
una ley univcrsal dc la natiiiiilua, podiia muy bien sul>si~ii
la raza liiiinaii:~,y, bin duda, mejor aún que cliarlando todos tlc
compasión y I~cncvolcncia,ponderindola y aun ejerciéndola rii
ocasioncs; y en cainbio, cngaííando cuando pueden, traficando
con el derrdio de los hombres, o lesionándolo en otras mane-
ras varias. l'cro aun cuando es posible que aquella máxima se
mantenga con10 ley natural universal, cs, sin embargo, imposi-
ble quwl'c que tal principio valga sienipre y por doquiera como
ley natural. Pues iina voluntad que así lo decidiera se contra-
diría a si misma, pucs podrían suceder algunos casos en que
nccesitase del amor y compasión ajenos, y entoncei, por la
misma ley natural oriunda de su propia voluntad, veríase pri-
vado dc toda esperanza de la ayuda que desca.
ihtos son algunos de los inuclios debcrcs realei, o al menos
considerados por nosotros como tales, ciiya derivación del prin-
cipio único citado salta clnlanientc a la ~ista.I'lay que poder
qucrer que i11i.i ináxiiiia de nuestra acción sea EYÜniEEd:
tal es cl canon dcl jnicio moral de la nii~rria,-&-gGiefil.-~41-
gimas acciones son de tal modo constitnídas, que su máxima
no puede, sin contradicción, scr siquicra pensada como ley na-
tural universal, y muclio menos qiie se pueda querer qne deba
serlo. En otras no se encuenLra, es cierto, esa imposibilidad in-
tcina; pero es imposible perer que su máxima se eleve a la
ntiivcisaliilatl dc nn:i lry n.il iiinl, porqne tal voluntad scría
c<)nt~~~ili(Io~i<~
<oni:o III~III.I.
IIs f.í~il
ri qiic las piimeras con-
Lindi(cn al tlrlic~ciii(io - iiicludil)lt~-, y I,i ~ c ~ ~ ~ n ~ l : ~ s ,
a1 dcber
ainplio - niciitoiio-. Y a¡, todos los tlt-l~cirj,cn lo qne toca
al modo clc obligar -no al objeto de la acción-, qiicdan, por
medio de estos ejeniplos, considerados integramentc en su ile-
pendencia del principio único.
Si ahora atendemos a nosotros mismos, en los casos en que
contravenimos a un deber, liallaremos quc realmente no que-
remos que nuestra mixiina deba ser una ley universal, pues ello
es imposible; mis bien lo contrario cs lo que debe mantenerse
como ley univcrsal. Pero nos tomamos la libertad de hacer tina
exceptiú~~
para nosotros -o aun sólo para este caso-, cn pro-
vecho de nuestra inclinación. Por consiguiente, si lo considera-
mos todo desde uno y cl mismo punto de vista, a sabcr, el de la
razón, hallaremos una contradirción en nuestra propia voluntad, '
a saber: que cierto piincipio es necesario objetivamente coino
ley universal, y, sin embalgo, no vale snbjetivamente con uni-
veysalidad, sino que ha de admitir excepciones. Pero noiotios
consideramos una vez nuestra acción dcsde el punto de vista dc
una voluntad conforme enteraniente con la razón; y la otra
vez consideramos la misma acción dcsde el punto de vista de
una voluntad afectada por la inclinación; de donde resulta qiie
no hay aqui realmente contradicción alguna, sino una resisten-
cia de la inclinación al precepto de la razón (antagonismo); por
donde la universalidad del principio tórnase en mcra validez
comiin (generalidad), por la cual el principio práctico de la
508 F U N I > A ~ ~ ~ ~ ~ N T A C I ~ N
DE LA RSETAF~SJCA
DE LAS COSTUMBRES
rwón dilx coincidir con la mixima a mitad de camino. Aun
cuando eslo no puede justificarse en nuestro propio juicio, iiii-
parcialmcrite dispuesto, ello demuestra, sin embargo, que icco-
noceinos realmente la validez dcl imperativo categórico y sólo no
peiiuitiinos -con todo respeto- algunas excepciones que nos 1 ~ -
rccen insigniiicantes y forzadas.
1 Así, pues, heinos llcgado, por lo menos, a este resultado: quc , / l
si el deber es un conccpto que dcbc contener significación y le-
gislación real sobre nuestras acciones, no pncde expresarse miis
que en iinperativos categóricos y de ningún modo en imperati-
vos hipotéticos. También tcnemos -y no es poco- expuesto cla-
ra y determinadamente, para c:ialcluier uso, el contenido $
e
J
iinjerativo categórico que debiera enceirar el principio de todo
deber--sí tal hubiere-. Pero no heiuos llegado aún al punto
de podcr demostrar a priori que tal imperativo realmente exis-
te, que hay una ley practica que manda por sí, absolutamente y
sin ningiiii resorte inipiilsivo, y qne la obediencia a esa ley es
deber.
Tenicntlo VI 1>1op&ilot1c Iliy:.ir :i t.io. ( Y tlt. 1.1 iii.iyor irn-
portancia cltai:~r~ut~t(l.i
1-1 .1(1vot1 II(I.I.
1111. ,1 I I , I ~ ~ I ( , 11. O ~ I I ~ I L I
aeiivar la rc;ilitl,~ltlc VV. 1)iiiitil~io
(1, /ir / ~ ~ o / ~ r t ~ / r i t l ~ ~ . ~
l m / i < u -
lares de la ? ~ n l l ~ i c t l c
zcc /111mar1(1. 1
1 I_~IcIKT IIJ q UIM n ~ c ~ ~ i ( h 1
pr8ctico-i1~~oiidicio1lddn
(le la accicíii; lia de ,ilcr, pues, para
todos los-scrcs racionales -que son los únicos a quienes un im-
perativo puede referirse-, y sólo por eso ha de ser ley para to-
das las voluntades humanas. En cambio, lo que se derive de la
ebpecial disposición natural de la Humanidad, lo que se derive
de cicrtos sentimientos g tendencias y aun, si fuere posible, de
cierta especial dire~ciónque fucre propia de la razón humana
y no hubiere de valer necesariamente para la voluntad cle toc!o
scr racional, toclo eso podrá darno? una in8siina, pero no una
ley; podrá darnos un principio hnl)jciivo, scgíin t.1 cual tcndre-
lnos inclinación y tcndeiicia :
i oi)i:ii, lmo no un piincipio obje-
tivo que nos obligue a obi:ir, :iun cii:intlo nucstra tendencia,
inclinación y disp~Gci6iiii:i(iii.iI hc.111 contiaiins. Y es más: t -
ta-mayor ser9 1.1~il)liiiiitl.111,
1.1 tligiiitlnd iiitcrior del g a n d a o
en un dcl~cr,cm1110 nlt 1io1c S C ~
las cxusas subjetivas cn pro
y-mayor& I;is, cii coiiti,~,
411 por ello dcliilitar en miis iníni~ne
la constrhccióii por la ley ni disminuir en algo su v~did~z.
Vcmos aqui, cn realidad, a la filosofía en un punto de vista
desgraciado, que debe ser firme, sin que, sin embargo, se apoye
en nada ni penda de nada en el ciclo ni sobre la tierra. Aquí
ha de demostrar su pureza coino guardadora de sus leyes, no
como heraldo tlc las qiic le jniiníie algiui sentido impreso o no
sé qué natilr:iieza tutora; 10s CLI;I~CS,
aunque son mejores que na-
da, no pueden iiiin~apropor~ioii.irl)rincipios, porque éstos los
dicta la razón y han tlc tri1t.r su oiiarn ioi:iliricntc a j~rioriy
con ello su aritorid;icl iiitp<~i,i~iv:t:
iio cpcs.ir ri:itla de la incli-
nación liunian;~,sino :igii.iitl.iilo toclo clc la suprema autoridad
ck la ley y dcl respeto a la i n i s ~ ~ ,
o, en otio caso, conc1eiiTi
al hombre a despreciarse a sí mismo y a eseciarse en sii interioi.
Todo aqnello, pues, que sea empírico es una adición al prin-
cipio de la ino~alidady, como t a L n a & l l - i n a f l i ~ i n o alta-
mente+erjuúicial para la pureza de las costumbres mismas, en
las cualcs cl valor piopio y superior a todo precio de una vo-
luntad alisolutainente pura consiste justamente en que cl prin-
cipio de la acción esté libre de todos los influjos de motivos con-
tingentes, que sólo la experiencia pucde pioliorcionar. Contra
esa negligencia y hasta bajeza del modo de pensar, que busca
el principio en causas y leyes cnipíricas de movimiento, no seri
nnnca demasiado frecuente e intcnsa la reconvención; porque la
razón humana, cuando se cansa, va gustosa a reposar en esa pol-
trona, y en los ensueíios de dulces ilusiones -que le hacen abra-
zar una nnbe en 111pr (Ir Jiino- ~nlntituyea la moralidad un
basLnitlo toiiipiic.to tlc iiiiciiilnin piocrdcntcs dc dirtintos ori-
gciics y rlw ~ I I C L C
a Lodo 10 ~ I I C
sc quleia vcr cn él, sólo a
la viitiicl no, pala quien la haya visto una vez en su veidadera
figura 1.
La cuestión es, pues, ésta: jes una ley necesaria $)ara todo
los seres racionales juzga- siempre sns acciones s c g h miixiinss
tales que puedan el!os qnerer que deban servir de leyes uni- 4
1
, versales? Siasí es, hab1:l clc estar -cnteiari~eng-E-priori- cnla-
, 7ada ya con el concepto de la voloiitad clc un sci rncionX-&
g n g ~ l .
Mas p n a tlescubiir tal mlnce lince f~lta,aiinclii~se
resida uno ;l t.110, tl.tr un l ~ i w
in"Is y ciiLs,,r (-11la mcl.~iíka,
1, annquc m
1 iiii.i cs1~1.1
<Lc 1:1 n~c~:~fi~sc,~
(IUC c5 distinta de la de
la filosoJí,i csj>rx
u1.1iiv.1, y ( 5 a s.ilici: 1:~ mctaCí~ic:~
de_!- c
g
p
,$umbres. En una filosoii- l)l;íctic.~~
12x1 (lonclc no se trata para
nosotros de admitir-fiun~aii~eriloa
de lo quc surcdc, sino leycs dc,)
lo que debe suceder, aun cuando el!o 1
1
0 suceda iimca, ríto cG;,
leyes objetivas prácticas; en una filosofía pr"ictica, diso, no nc-
cesitainos instaurar investigaciones ncerca de lo? fiindanicntac de
por qué unas cosas agradan o desagradan, de cómo el placer de
la mera sensación se distingue del gusto, y &atede una satisfnc-
ción general de la ra76n; no necesitamos investigar en qué des-
canse el sentimiento dc placer y dolor, y cbmo de aqui se origi-
nen deseos e inclinacioces y dc ellas m:ii:nas, por la inteivenciiin
de la razón; pues todo eso pertencce a una psicologia eii~pírir;~,
que constituiría la segunda p i t e cle la teoi!a de la naturalc~.~,
cuando se la consideia coino jzlo30fia de la natv~uleza,en cnnn.
to que esta fundada en leyes etizpiricas. Peio aquí se tiaia dv
leyci objetivas practicas y, por tanto, de la r5la5i611 de un:t  o
Iiintad consigo misma, en cuanto que se detcrinifia &lo 1)oi 1.1
iazón, y todo lo quc tiene relaci61i con lo einpirico cac tlr  I I ) O ;
Contemplar la virtud en su verdadera f&ra no significt otra cos.1 ( 1 ~ 1 . 1 ~ 1 l l ' -
stntar la moralidad despojadi de todo lo sensible y de todo adorno. i i . ' i > i ! i ~ ~ , ~ ~ i ~ .
o egoísmo. Fácilmente puede cudquieia. por medio del mbsZíGiiio i.iiu.iyi> ilr & t i
razón -con tal de que no esté iiicapxita<!a para roda abrrr.icciGi> ~ i ~ i i v i , i i i c . i . i c
de cuánto obscurece la mo:alid~d todo lo que aparece a 12s i n < . l i t 1 8 i i w 1 ~ , i
* * n t n t ~
cscitante.
KANT, Fundamentación para una metafísica de las costumbres.pdf
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  • 1. FUNDAMENTACI6N DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES trad. Manuel García Morente Editorial El Ateneo Buenos Aires, 1951
  • 2. La antigua filosofía griega dividíase en tres ciencias: la fisica, la ética y la lógica. Esta división es periectainente adecuada a la naturaleza de la cosa y nada hay que corregir en ella: pero convendrá quizá añadir e l p x b s i p i c m que se fnnda, para cer- ciorarse así de que efectivainente es completa y poder determinar exactamente las necesarias subdivisiones. I - Todo conocimiento racional, o es viatcrial y considera algún cil,jcto, o es joriunl y sc ~ c i i p a tan s61o d~ I:i Eortii:~del ciitcndi- , niiento y (le 1:) ~ ; I ~ ' I I I I I I ~ S I I I ~ , y (lc I:IS IIY;!:ISi t t ~ i v c ~ ; i l ~ ~ d d pen- , sar cn ~;(~t~cral, si11 tlislit~(~iíit~ (l(. ol~,j~~los. I.:I 1'iIosol'í;t fornlal SC! . . - 1l;tina l(i+c,n; 1 : ~I'ilosol'í;~ii~;il~~i~i:il. C . I I I I N . I . O , ~ I I I ( - t icnc i<:l'crciicin a determinados ol),jcLos y ;i 1;)sI(y.s ;i ( I I I ( ' <:"(S :'"s~;'II!soiiiclidos, se divide a su vcz cn do:;. l'orcliic 1:)s I<.y(.ssoti. o I<.ycsdc la naturaleza, o leyes de la liúerlad. La ciciicia dc 1:ts ~~iiiiici;is 119- mase fisica; la de las segundas, dtica; aquella ~aiiibiCiisncle Ila- marse teoría de la naturaleza, y ésta, teoría de las costumbrcs. La lógica no puede tener una parte empírica, es decir, una parte en que las leyes universales y necesarias del pensar dcs- cansen en fundamentos que hayan sido derivados de la expcrien- cia; pues, de lo contrario, no sería lógica, es decir, un canon para el entendimiento o para la razón, que vale para todo pensar y debe ser deinostraclo. En cambio, tanto la filosofia natural, como la filosofía moral, pueden tener cada una su parte empírica, porque ;iqnélia dcbc detcrininar las leyes de la naturaleza como un objeto de la expcricncia, y Ata, las de la voluntad del hombre, en cuanto el lioinl~rccs afccL;ido por la iiaturalcza; las primeras considerándolas coiiio leyes por las cit:ilcs todo sucede, y las segundas, como leyes según las cuales Loclo debe succder, aunque, I . sin embargo, se examinen las condiciones por las cuales muclias ¡ veces ello no sucede. I Puede llamarse empirica toda filosofía que arraiga en funda- I mentos de la experiencia; pero la que presenta ,sus teorías deriván- 1 dolas exclusivainente de principios a priori, se llama filosofía pura. Esta última, cuando es meramente fornial, se llama lógica;
  • 3. pero si se limita a determinados objetos del entendimiento, se llama entonces melafísica. De csta manera se origina la idea de una doble metafísica, nna metafisica de la naturaleza y una rnetaflsica de-las costum- bres. La física, pues, tendrd su parte empírica, pero tainbi6n una parte racional; la ética igualmente, aun cuando aquí la parte empírica podría llamarse especialmente antropología práctica, y la parte racional, propiamente moral. Todas las industrias, oficios y artes han ganado mucho con la división del trabajo; por lo cnal no lo hace todo una sola persona, sino que cada sujeto se limita a cierto trabajo, que se distingue notablemente de otros por su modo de verificarse pa- ra poderlo realizar con la mayor perfección y mucha m b facili- dad. Donde las labores no cstán así diferenciadas y divididas, donde cada hombre es un artífice universal, allí yacen los ofitiob aún cn la mayor barbarie. NO sería cicilaincnte un ol)jrto intligiio ( 1 ~ <oiii(l~i,i~i(511 t l preguntalw i 1*1ji1owIí:i ~ ) I I I . I . 1 11 I ~ I I I , I ~ , I L I I i i , 1111 t i1;i. para c d i iiii:~1111 i i i v i li~;.iiloi i I N i i.11, y * I i i i i %.I I i.1 11" 1111 . para cl coniiiii~ci(l(.l oii(io 1 i i ~ i i i i i i ~ i ~ . l i I t i i ] : i i I .I i o ~ l q t , ~ Y I . que, de c«rifoiiiiitl.~tl(oii i I gliio (11 I ~ ~ i i l ~ l i i i ~ . II.III 1,141 . i i ~ j tumbrando a vcn<lcilc i i i i . ~iiic~i 1.1 111. 10 i I I I I I I I 11 C B u111 10 1 . I I 1'1 nal, en proporciones de toda l.iya, tlc<oiio( id.i> A I I I I I L I I .I 1 i l i ~ , mismos; a esos que se llamdn pensadores inclcpcntli~~iiii. 1 i i i i i i ~ asimismo a esos otros que se limitan a adcremr siinplciiicntc 1.1 parte racional y se llaman soiiadorcs; dirigirse a ellos, digo, y atl vertirles que no deben despachar a la vez dos asuntos harto di- ferentes en la manera de ser tratados, cada uno de los cuales exige quiz.4 un talento peculiar y cuya reunión en una misma persona sólo puede producir obras mediocres y sin valor. I'cro he de limitarme a preguntar aquí si la naturaleza mibma <le 1,i ciencia no requiere que se sepaie siempre cuidadosaincnic 1,i parte empírica de la parte racional y, antes de la física pro1)i.i- mente dicha (la empírica), se exponga una metafisica de la na- turaleza, como asimismo antes de la antropología práctica se exponga una metafisica de las costumbres; ambas metafísicas dc- berán estar cuidadosamente purificadas de todo lo empírico, y esa previa investigación nos daría a conocer lo que la razón pura en ambos casos puede por si sola construir y de que fuentes to- ma esa enseñanza a priori. Este asunto, por lo demds, puede ser tratado por todos los moralistas -cuyo -~effibKes legidn- o s610 por algunos que sientan vocacidn para ello. 1 " 1 Como mi propósito aquí se endereza tan sólo a la fi1osofl.i moral, circunscribir6 la precitada pregunta a los terminos bi- guientes: ¿No se cree que es de la más urgente necesidad e1 i.1.1 s borar por fin una filosofía moral pura, que este entCrailiciii<- limpia de todo cuanto pueda ser empírico y pertenecicnic*.I I,i antropologia? Que tiene qye haber una filosofía moral ~ i i i t ~ i . i i i - te se advierte con evidencia por la idea común dcl t 1 d ) i - i y ch. las leyes morales. Todo el mundo ha de confesar qiic I I ~ I . I ley, para valer moralinentc, esto es, como fundamento de una obli- gaci n, ticne qiie llcvar consigo J I I ~ J ncwi(l;id alxoluta~~qne el ,;~M&G siguiente: no debes nicntir. no tiene su validez limitadal 4' a los hombres, como si otros seres racion:ilci piidicran desenten-'; derse de 61, y asimismo las demds lryei piopiamente morales; , que, por lo tanto, el funda-t~ dc 1.1 ol)lignridn no debe buscarse en la n a t u r a ~ h o i n b r c o e111;ii <iiciinstnncias del ..-----". universo en que el hombre cski piicslo, sino rt j n i o ~ icsclusiva- MCnte en conceptos de la r,~&i piir.i, y ~ I I C<11.11qiiicr otro precepto que se fundc en principios tl(. I,i III(.I.I c-xprricncin, in- cluso un precepto que. sictido iiriivcis:il <vi tivilo rcspccto, se asiente en fundarncrilo einpíii<o~, ;iiiii(111r IIO f t i c w ii1.1~quc en una mínima parte, ;iciio I:III tilo por 1111 motivo (le tl<~tcrmina- ción, podrh llatn~iircun;i icgl,r l>r.íctic,i, pero niinc,t una ley moral. Así, pues, Lis Icycs moralc$, con si13 principios, difer&ncianse, cn el conocimiento priictico, de cualquier otro que contenga algo sofía moral toda descansa enteramente sobre su parte pura, y, '1 empírico; y esa diferencia no sólo es esencial, sino que la filo- , cuando es aplicada al hombre, no aprovecha lo mis mínimo del , conocimiento del mismo -antropología-, sino que le da, como a ser racional, leyes a priori. Estas leyes requieren ciertamente un Juicio 1 bien templado y acerado por la experiencia para saber distinguir en qué caos tiencn aplicación y en cuáles no. y para prociirnrlcs ncogi(1n cn la voluntad del liomlxe y energia para su re;ili~.ici(>n; piics e1 Iioml,rc, aicctatlo por tantas incli- naciones, aunqne e5 (:ip;i! tlt*cori(el>ii1:i itlca <leuna rarbn pura práctica, no puede tan f6cilincn~1iaccrl.i rfic:i7 in comrcto en el curso de su vida. Una metafisica de las costumbres es, pucs, indispensable, nc- cesaria, y lo es, no sólo por razones de orden especulativo para descubrir el origcn de los principios priicticos que estin a priori en nuestra razón, sino porque las costumbres mismas están ex- puestas a toda suerte de corrupciones, mientras falte ese hilo conductor y norma suprema de su exacto enjuiciainiento. Porque , lo que debe ser moralmente bueno no basta que sea conforme a la ley moral, sino que ticne que suceder por la ley moral; de ' lo contrario, esa conformidad será muy contingente e incierta, porque el fundamento inmoral producirá a veces acciones con- formes a la ley, aun cuando más a menudo las produzca con- trarias. Ahora bien; la ley moral, en su pureza y legítima esen- cia -que es lo que más importa en lo práctico-, no puede bus- carse más que en una filosofía pura; esta metafísica deberá, pucs, preccder, y sin ella no podrá haber filosofía moral ninguna, y .-aquella filosofía que mczcla esos principios puros con los eriipiri- cos no merece el nombre de filosofía -pues lo que precis,iiiicti- tc distingue a esta del conocinliento vulgar de la razdn es qiic ' Entiendo por Juicio la facultad de juzgar, y por jrricro el arto aiiigiilrr de esa facdtad. - (N. del T.)
  • 4. 478 FUNDAMENTACI~N DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES la filosofía cxpone en ciencias separadas lo que el conocimiento biilgar concil>esólo mezclado y confundido-, y mucho incnos aún el clc filosofía moral, porque justamente con esa mezcla de los principios menoscaba la pureza de las costumbres y labora en con- tra de su propio fin. Y no se piense que lo que aqní pedimos sea algo de lo que tenemos )a en la propedéutica, que el c~lcl>re IVolff antepuso a su filo~ofiainoral, a sabci: esa que el llamó JilosoJia )~cictica uniueisal; el camino que hcnios de cinprender cs totalmente nue- vo. Precisamente porque la de Wolif dcbia ser una filosofía piic- tica universal, no hubo de tomar en considcración tina volun- tad de especie particular, por cjcniplo, una voluntad que no se dctcrminase por ningi~nmotivo crnpirico y sí sólo y cnteia- niente por piincipios a fitzori, una volnntad que pudiera llamar- se pura, sino que consideró el qnerer en gcncral, con tod:is lai acciones y condiciones que en tal signiiic.icibn nnivcisnl le LO- rresponclcii, y cio diitiii~ursii liloofi.i ~ ) i . i < l i c . i iinivcr~:ilt l v nna inctafiiic~illc 1.1 ( O ~ I I I I I I I ) I I ~ . ti( l I I I I I I N I IIIO(IO (1111. 1.1 II'IK~I I univci.il ~liiiiigiii.(Ir. 1.1 111111~11.1 I I . I I I i i i l i i i i . i l . I , I I I I I I I I 111111 aquC11.i l.) :I(( i i ~ i i ( . y I I };l.ii (11.1 1" I I , I I u v <11< IIII, I I I I I i i i i . i 1 1 1 1 , ésta Cl>"lI" hlO I.i l.li t i < i t I , l l < ~ .1< 1 I I ~ I l l ' , ) 11 y,I l . ( 1 4 I 1" 11'. 11 puro, e dccii, del l>cii..ir 1x11 '1 ~ i i . i l V I I I I I I I I I I I I I ~ I I I I ~ I ~ ~ I I P . I I I I I r n e n t a t i . e l . t i 1 l 1 1 1 1 I I I 1 1 1 1 I I I vestignr la idca y los principios de u1p1 voluiit,i(l 1x11.il~)il)lc,, ) no las accioncs 7 condiciones acl queicr hnmano en geiici.11, I,i m e s , en su mayor parte, se toman de la psicología. Y cl Iic- cho dc que en Ia filosofía prictica universal se hable -contra to- da licitud- de leyes moiales y de deber, no constituye ol>jeci<jn contra niis afirniacioncs, pucs los autorcs dc cia ciencia peririanc ccn en eso ficlcs a la idca que ticnen de la misma; no distingiirn los moti~osque, como tales, son representados enteramcntc (1 piiori sólo por cl entendiniicnto, y que son los propiamente rno iales, de aquellos otros niotivos empíricos que el entendimiento, comparando las experiencias, eleva a conceptos universales; y consideran unos y otros, sin atender a la diferencia de sus orí- genes, solamente según su mayor o menor suma -cstimincloloi todos por igual-, y de esa suelte se hacen su concepto de obli- gación, que dede luego es todo lo que se quiera menos un con- cepto moral, y resulta contituido tal y como podía pedirsele a una filosofía que no ju7ga bobre el origen de todos los concep- tos prkticos posibles, tengan lngar a prioii o a posteriori. Mas, pioponiCiidoine yo dar al público muy pronto una me- tafisica de las costunhes, empiezo por publicar esta "Funda- mentación". En verdxl, no hay para tGnetafisica otro fnnd;l- mento, propianicntc que la critica de nna ~ a r ó npula prcícticu. del mismo modo que para la metafísica [dc la naturaLes.11 no ' hay otro fundamento qnc la ya publicada crítica de la i.l/tiii pura especulativa. l'cro :iqní.lla no es de tan cstrenia ne<citl.i~l como esta, porque la ra76ii huinana, cn lo moral, aun en e1 in.ís vulgar entendimiento, piicdc se1 ficilmente conducida a iiidyor exactitud y precisió que en el uso teórico, pero pu- ro, es enteraincnte Además, para la crítica de una r a ~ ó npura prictiw cxigiría yo, si ha de ser completa, poder presentar su iirii<ladcon la especulativa, en un principio común a ambas, ~ r q i i c al fin y al cabo no pueden ser inis que una )r la misma ra?On, que ticncn que distinguirse sólo en la aplica- ción. Pero no podría en esto llegar todavía a ser lo coinpleto que es preciso ser, sin entrar en consideraciones de muy distinta es- pccic y confundir al lector. Por todo lo cual, en lugar de Critica dc la razón pura prcíctica, empleo el nombre de ~nndainentaciólz de la metafisica de las costumbres. En tercer lugar, como una metafísica de las costumbres, a pe- sar del títnlo atemorizador, es capaz de llegar a un grado no- table dc popularicl,icl y acomodamiento al entendimiento ~ulgar, me ha p.ireciclo útil separar de ella la presente elaboración de 10s fundamentos, para no tcner qne introducir mis tarde, en teorías mis faciles de entender, las sutilezas que cn estos fun- damentos son inevitables. Sin embargo, la presente fundamentación no es 1116s qiie la C/ investigación y asiento del p~incipiosupremo de la ntoralidacl, Í que constituye un asunto aislado, completo en su prop6sito. y ' que ha de separarse de cualquier otra investigación moral. Cicr- taniente qiie mis afirmaciones sobre esa cucsti6n principal ini- ' poit.niti~iin:i, y Iiaita hoy no diluciclada, ni con inncIi«, niif,ic- toii;imciitc, g.iii.ii i.iii 1-11 1I.II itl:itl :il>lic .intlo el iiiiiiio I)I i i ~ t i[)io al sisteiiia lotlo y oI)i~ i i t l i i.111 iioi.il)l(. coiilii III.II II'III II.II I ( iitlo v1.1 cómo en toelo loa, I I I I I I I I I r I ( tl 1,111 I I I I I I C I I I ~ i y ,111li1 .IIII( : 1 ~ 1 o tuve que renunciai a t.11VLIII,II.I. I I I I ( . ( 1 1 ( 1 IOIIIIII I / , I I I I , ~ 111. amor piopio que de gcnci.11 iiiilitl.itl, ~ K ~ ( ~ I I V 1.1 I.I( il11l.11l I 11 ( I uso y la aparcnle suficiencia de un piiii~il~io IIO (1.111 i11i.1 111 111 11.i enteramente segura de su exactitud; ni"s I~ic 11, poi 1 I 1 0111 I J I 10. debpierta cieita sospecha de parcialidad cl no iiivc~ii;;.ii lo 1)oi í mismo sin atender a las consecuencias, y pcsailo con ,todo I igoi. h4e parcce haber elegido en este esciito el método luir : i k - cuado, que es el de pasar analíticamente del conocirnicnto vulgar a la determinación del principio supremo del mismo, y luego volver sintbticamente de la comprobación de csc piincipio y de los orígenes del mismo hasta el conocimie~~to vulgar, en donde encuentra sil uio. La división es, pues, como sigue. 1. Primer capitulo. - Trdnsito del conocimiento moral vul- gar de la r a ~ ó nal conocimiento filoi6fico. 2. Seguido capitulo. - Trhnsito dc la filosofía moral popu- lar a la metafísica de las costnmbres. 3. Tercer cafiitulo. - Ultimo paso de la metafisica de las costumbres a la critica de la razón pnia priictica.
  • 5. CAI'íTULO PRIMERO TRÁNSITO D11. í O N O <IR1II.NIO htORAt VULGAR DE LA RAZON AL <.ONOCIMILN 10 1 1 ~ 0 6 6 ~ 1 ~ 0 @ Ni en el mondo, ni, m general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin res~riccidn,a no ser tan súlo una bueiaT v0mnn& El entendi- miento, el gracejo, el Juicio, o comTquieran llamarse los talen- tos dcl espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los pro- pdsitos, como cualidades dcl temperamento, son, sin duda, en rnuchos reipcclos, buenos y deseables; pero tambih pueden Ile- gar a scr cx~r::orcliiiaii:iii~í~~~tí~ m.ilos y dafiinos, si la voluntad que ha de 11;iccr IIW ti(. a t o ciones dc la natiir.ilc~a,y cuya peculiar ~onstitucibnsc 11.111i~t !)o1 <'S» (ar(l(ter, no cs buena. Lo mismo sucede con los done dc 1~ ~oiiiiiia.El poder, l a riqueza, la honra, la salud misma y la coiiipl~l:~ s:iiifacciún y el contento del propio estado, bajo el nombre de jrlicidad, d:in valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe una bilcria voliintad que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felici- dad y con 61 el principio todo de la accidn; sin contar con que un espectador razonable e imparcial, al contemplar las ininte- rrumpidas bienandanzas de un ser que no ostenta el menor ras- I go de una voluntad pnra y buena, no podri nunca tener satis- faccidn, y así parece conbtituir la biiena voluntad la indispensa- ble concliciún qne nos hace dignos de ser felices. i Algunas cualidades son inclusk? favorables a esa buena volun- tad y pueden facilitar muy mucho su obra; pero, sin embargo, 1 1 no tienen un valor inteino absoluto, sino que siempre presupo- nen una buena voluntad que restringe la alta apreciacidn que I solemos -con razbn, por lo demás- tributarles y no nos permite considerarlas como absolutamente buenas. La mesura en las afec- oiones y pasiones, el dominio de sí mismo, la reflexión sobria, no son buenas solamente en muchos respectos, sino que hasta pa- recen constituir una parte del valor interior de la persona; sin embargo, están niuy lejos de poder ser definidas como buenas sin restricción -aunqne los antiguo? las hayan apreciado así en
  • 6. absoluto-. Pues sin los principios de una l~uenavoluntad, piict den llegar a ser harto malas; y la sangre fria de un malv.~tlo, no sólo lo hace mucho más peligroso, sino mucho más desprc- ciable inmediatamente a nuestros ojos de lo que sin eso pudicra por lo que efectiie o realicc, para alcanrar algiin fin qiie no, (' ' ayamos propuesto; es buena sólo por cl querer, es decir, es buena en sí misma. Consideiada 1101 sí mistiid, es, sin compara- ción, miichísiino más valiosa que lodo lo que por medio de ella pudiéramos verificar en provecho o gracia de alguna inclinacióri y, si se quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aun cuaii- do, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturale~anladrdstia, le fallase por coml~letoa esa voluntad la facultad de sacar adelante su piopósito; si, a pesar de sus ma- yores esfuer7os, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena volniitad -no desdc Iiicgo coiiio iiri iiieio doco, sino co- I , mo cl :i<opiodc totlos los iiictlios qiic (~si,íiirii iiii<~siio p~(I<~i-, i scria cl.1 I)iicii.~voliiiii,i<I( < ~ i i i < j iiri.i ( o ) . i 1 i i i I l . i i i i t ~ ~ ~ r i si riiisrii.~, coiiio algo <l"<'t i 1 1 l l 1 ~ 1 1 1 0I""". V I ~ l l f i i < l . l I t l i 1 .i i i l i 1 i i 1 . i i 1 o la cstciili~l,itliio I J I I ~ tlt i i i i i . i i i . i t l i i i i i ~ ~ I I I I . I II I . I I ~ . I ,I , i I o i . Seiían, por clcciilo 'isi, toiiio IJ I I I ~ I I I ~ I I I . ~ , 1 ) t i . i 1101lt 11.1 1 t . 1 ~ I mis a 1 ' 1 mano cti el coiricicio vrrlg.ci o 1l.iiri.ir 1.1 .i~<iititíii (lc los poco versados; qiic los pelitos no ncccsitan de talcb iccl.iiiio para deteiminar su valor. Sin embargo, en esta i aa del valor absoluto de la mera VO- limtad, sin que entre en consideración nrngíiri piovecho al apre- ' ' ciaila, hay algo tan cxtrafio que, prescindiendo de la conformi- dad en que la radm vulgar misma estJ con ella, ticne que surgii la sospecha de que acaso el fuiidaiiiciito dc todo csio sea mcra- mentc una sublime fantasía y qiic cjiii/.i Ii~yiiiroscntciidido M- samente el propósito de la ii.iiiii.i1i~~.i, :i1 t l . i i l t ~ 21 iiiicsti.i volun- tad la rarón como diiccto~.~. 1'01 lo (ii.11 v.iiiioi .i caaniiiiar esa idca deicle estc punto dr vii.i. Adriiitirnos coiiio 1'1 111( i1)ln t j i i t ' ( 11 1.1s dil)osiciones naturales dc nn se1 oig~iiii/.i(Io, (lo t , A I I ( ~ I , I ( I o con findidad para la 1 vida, no c cii(iitiiii.i i i i i iiisiiiiiiiciiio, dispnecto para un fin, : qoc no sc.1 C I I I I ~ 1)101iio y .i~Ic~u~ido pala ese fin. Ahora bien; si cii mi s i r qirt. 11t ric i.i/<iii y una voluntad, fuera el fin piopio Ij de la ~i.iliii.tl(~/.i >ii ~oircc~~~a~iO~z, su Oicna~zdanza,en una pala- bra, sil It lit i(lo(l. 1.1 n,iliirale~ahabría muy mal tomado sus dis- posicioiits a1 t*ltl;ii 1.1 ia16n de la criatiira para encargarla dc realizar .ic[iit l i i 1)) op<isiio. Pues todas las accioncs que cn tal sentido ticnc (1111 1<..11w,ir la criatura y la regla toda de su con- ducta se 1'1s Ii.il)ii.r ~ n t ~ c t i p t o con mucha mayor exactitud ,el instinto; y &ic l i i i l ) i t 1.1 ~mlitlocoiisegiiir aquel fin con mucha mayor seguritl.id (111t- 1.1 i.i/<íii p~icdcniinca alcanrar. Y si Iiabía que gratificar a 1.1 ( i i i iiios.~( i iatiira adciii6s con la razón, ést:~ no tenía que 11;rl)ciIr wrvitlo sino para liatcr consideraciones so- brc la feliz disporiciim ilc sil iiatiiialeza, para admirarla, regoci- I jarse por ella y dar las gracias a la causa bienhechora que así la hizo, mas no para winetcr so f:xultad de desear a esa débil y engañosa diic(<iOii, ccliaiido así por ticiia el propósito de la naturalera; cii u11.1 palabra, la natuialera habría impedido que la razún se volvicsc liarid el ziso pr(ictico y tuviese el descome- dimimto de i i i i tlit,rr ella misma, con sus endebles conocimientos, el bosqiicjo (Ic 1.1 felicidad y de los medios a ésta conducentes; la naturalc/.i Ii,hria recobrado para si, no sólo la elección de los fines, riiio tmibikn de los medios mismos, y con sabia pre- cauciciii Iiiil~i~i,rlos ambos cntregaclo al mero instinto. Fn ic.ili(lad, encontrainos que cuanto más se preocupa una r.i/cíii ( iiltivada del piopóaito de goiar de la vida y alcanrar la iclititl.itl, ~.iiito1ii.í~cl 1ioinl)re sc aleja de la vcrdadera satisfac- ciúii; p01 lo cii~liiiiiclios, y l>recisameiitelos más experimenta- do cii el iiso tlc 1.1 iarOii, acaban por sentir -sean lo bastante sine~io> l > i ~ ~ r ~ conCc~.111o-cieito grado de yzi~daginu odio a la raróri, porqiie, coiiiputmdo todas las ventajas qiie sacan, no digo )a de la invenciún de las artes todas dcl lujo vulgar, sino inclu- so de las ciencias -que al fin y al cabo apaiécenles como un lujo del entendimiento-, encuentran, sin embargo, que se han echado encima más pcms y dolores quc felicidad hayan podido ganar, y más bien envidian que desprecian al hombrc vulgar, que está más propicio a la dirección del mero instinto natiiral y no consiente a sil rarón qiie ejerza gran influencia en su hacer y oniiiii. S li.isi:i :i(liií liny qric conirsar que el juicio de los que icl).ij.iii iiiiiilio y 11.1sI.ttl(tl.11.111 ii~ltiioriCI LCLO los rimbom- I)mk ~ J I ~ O J I I ~ O (11. 10, g1~1it11.s ~ ) i ~ v t ~ I i o ~ tliic 1~ i,1/01i nos ha dc ~ ~ ~ O I C I O I L I ~ 1 ~ 1 , ~ ( 1 I I ( K O I I O (11' 1.1 I(lititllitl y b.~tisfa<ción en la vida, no c, un j~iiciode lioiiil~icsc ~ ~ l i i ~ ~ k c i ~ l o ~ ti dciagra- clecidos a las bondades del gobicino dcl i i i i i < 150; cliic cii csos tnlcs juicios esta implícita la idea de olio y iiiiiclio m.ir digno piopósito y fin de la existencia, para el cual, no pala la fclici- dad, está destinada propiamente la razón; y ante cse fin, como suprema condición, deben inclinarse casi todos los peculiares fi- nes del hombre. Pucs COJIIO la ia7ón no cs bastante apta para dirigir segura- mente a la voluntad, en lo que se refiere a los objetos de ésta y a la satisfacci0n de nuestras necesidades -que en parte la razón misma ~iiiiliiplica-, a cuyo fin nos hubiera conducido mucho mejor un instinto n.itui.11 inghito; como, sin embargo, por otra pqrtc, no7 1i.i sido concedida la razón como facultad práctica, es decir, como una facultad que debe tener influjo sobre la volun- tad, resulta que cl destino vcrcladero de la razón tiene que ser cl de producir una voluniad buena, no en tal o cual respecto, como medio, sino bzccna e n si misma, cosa para lo cual era la razón necesaria absolutamente, si es a4 que la naturaleza en la distribución dc las disposiciones lia procedido por doquiera con un sentido de finalidad. Esta voluntad no ha de ser todo el bicn, ni el Único bien; pero ha de ser el bien supremo y la con- dición de cualquier otro, incluso del deseo de felicidad, en cuyo
  • 7. 484 FUNUAMENTACI~N DE LA ?~ETAFÍSICA DE LAS COSTUMBRXS caso se pucde muy bien hacer compatible con la sabiduria de la naturaleza, si se advierte que el cultivo de la razón, necesarío para aquel fin primero e incondicionado, restringe en muchos modos, por lo menos en esta vida, la consecución del segundo fin, siempre condicionado, a saber: la felicidad, sin que por ello la naturaleza se conduzca contrariamente a su sentido finalista, por- que la razón, que..recokQce..au destino práctico supremo en la funda~ZñaeÜna voluntad buena, no puede sentir'en el cumpli- miento de tal pro$s'ito inás que una satisfacción dc cspecie peculiar, a saber, la que nace de la realización de un fin que sólo la razón determina, aunque ello tenga que ir unido a algún quebranto para los fines de la inclinación. Para desenvolver el concepto de una voluntad digna de ser I . . =timada por si misma, de una voluntad buena sin ningún prb. pósito ulterior, tal como ya se encuentra en el sano entendimien- to natural, sin que necesite ser enseñado, sino, más bien expli- cado, para desenvolver ese concepto que se halla siempre en la cúspidc de tod;~la cstiinación qiic Iincrinos dc niicstr;iis :iccioncs le cs la co11cIici0n (Ic: todo lo (I(.III:~S,van~osa c~)iisi(Ir~~;~r ~1 bajo ciatis rcsii.i(.c.ioiic~?; y i~l)ii:ii.iilo:; siil)i~~iivi~s. los i~ii:iI<~s. mbargo, lejos clc oc:uli;ii.lo y li;ic.c.i.lo iii<.ol;;io:x.il)l<., iii;i:; l i i < . i i por contraste lo liaccii rcs;iltar y ;ip:iir<:cr con 1ii:iyor. cl:iridatl. .S ,: - Prescindo aquí de todas aqucllas accioiica coriocitlas ya como contwrias. al..de&, aunque en este o aquel sentido puedan ser < i r <. útiles; en efecto, en ellas ni siquiera se plantea la cuestión de si pueden suceder por deber, puesto que ocurren en contra cle éste. Tambi6n dejaré a un lado las acciones que, siendo real- mente co-nformes al deber, no son de aquellas hacia las cii;ilcs el hombre siente inclinación inmecliatamentc; pero, siii c~i~iI);ii~go, las lleva a cabo porque otra inclinnci6ii Ici c.iiil)i~j;i :L c,IIii. lriu efecto; en estos casos puedc tlisliiigiiii.sc~i i i i i y I':í~~iliiii~iiir si 1;1 acción confornie al clebcr 1ia siiccvlitlo /)or <Ir.l)~,r o 1 ~ " . IIII:I intención egoísta. Miiilio m:ís (lil'íi.il cI(: iioi:ii. <.S iw dil'c:i.riicia cuando In accih cs ~:o~iI'oi~iii~~ : i I II(.I)(T y 1.1 siiivio. ;itlciii~s, ticnc una incliii;ic:icíii i?rttrr~li,rlriIi;i(.i;i i.II;i. ltor Cjciiiplo: cs, desde luego, conioiinc :iI i I t . I ) i , r (jii(. r.1 iiii~i.c.:itli:r no col~rc rn:is caro a iin comprador iiii.slicwo: y <.tilos siiios donde hay iii~icliocomercio, el coiiirrci~iiiic::ivis:i(lo y 1)i.ii~leiileno lo hace, en efccto, sino qiic iiiaiiiic~iic:i i i i ~~i.c,cio I'ijo p;ir:i todos en gcneral, de suerte que iin iiiño 1)1ii,iI<. c'oiiilxir cn sil casa tan bien como otro cual- quiera. Así. 111113, u110 cmscivi(lo lio~~rc~tla~r~c~zte. Mas esto no cs ni mucho iiic~iiossiili(.icmlc p:i'.;~rrcr ~ I I Cel mcrca&r haya obrado así 1)~". (Icli(.r. 1u)i princil'ios (le Iionra~tcz:su provecho lo exigía; m:is iio ~)cisililv :itlriiiiir :itlcin;ls cliic c.1 coiiicrciaiitc~ tenga una inc1iii:icihi iiiiii~~~li:ii:~ Ii:~ci;ilos c~oiii~~i.:itl~i.<.s. t l i * siirr- te que por amor :i clli~s. <l~'<'irlo :SI, no Ii:ig;i tliriwliic.i:is a ninguno en el pr(~:io. A i í , I ) I I I Y , I;I ;iwi('iii 1111 II;I : ; i i ~ ~ I i ( l i i i i i por deber ni inclinación iiiiiii~~li:ii;i, ::iii<is i i i i l i l < ~ i ~ i ~ ~ i i i ~ ~ ci~iiiiii:i iiiicn- ción egoísta. TRANSITO DEL CONCCIIL.IIENT0 VULGAR AL FILOSÓFICO 485 En cambio, conservar cada cual su vida es un deber, y ade- mis todos tenemos una inmediata inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que la mayor parte de los hombres ponc en ello no tiene un valor interior, y la máxima que rige ese cuidado carece de un contenido moral. Conservan su vida confornzemente al deber, sí; pero no por deber. En cam- bio, cuando las adversidades y una pena sin consuelo han arre- batado a iin I.ombre todo el gusto por la vida, si este infeliz, con iinirrio entero y sintiendo más indignación que apocamien- to o dcaaliciito, y aun deseando la muerte, conserva su vida, sin I amarla, sólo por deber y no por inclinación o miedo, entonces su m;lsima sí tiene un coiitenido moral. Scr lxnéfico cn cuanto se puede es un deber; pero, además, hay nruclins aliii:rs ni llcnas de conmiseraci6n, que encuentran un placer íiiliiiio cii ditribuir la alegría en torno suyo, sin que l 1 a ello le itiinalsc ninrrún movimiento de vanidad o de provecho y $e puedenregocijarse del contento de los d>rnhs, en cuanto que es su obra. Pero yo sostengo que, en tal caso, seme- jantes actos, por muy conformes que sean al deber, por muy dignos de amor que sean, no tienen, sin embargo, un valor moral verdadero y corren parejas con otras inclinaciones; por ejemplo, con el afin de honras, el cual, cuando, por fortuna, se refiere a cosas que son en realidad de general provecho, con- fornies al dcber y, por tanto, Iionro~as,mercce alabanzas y estí- mulos, pelo no citiiii;i~iOn;piici Ic f,ilt.i a la rnhxima contenido moral, cito c5, quc 1.1s t.~l< ,ic<ioiiciw.iii licdias, no por incli- nación, sitio por debe?. Pero supongamos que el "minio de cie filhtiopo rat.i.cnvue1to cn las nubes de un propio dolor, que apaga en 61 io(1:i conmise- ración por la suerte del prójimo; supongamos, ademds, que le queda todavía con qué hacer el bien a otros miserables, aunque la miseiia ajena no le conmueve, porque le basta la suya para ocuparle; si entonces, cuando ninguna inclinaciún le empuja a ello, sabe desasirse de esa mortal insensibilidad y realiza la ac- ción ben6fica sin inclinación alguna, sólo por deber, entonces, y sólo entouccs, posee esta acción su verdadero valor moral. Pero hay más aún: un hombre a quien la naturaleza haya puesto en e ! corazón poca simpatía; un hombre que, siendo, por lo demás, honrado, fuese de temperamento frío e indifeiente a los dolores ajenos, acaso porque 61 mismo aceptJ lor suyos con el don pecu- liar de la paciencia y fueria de iesistencia, y supone estas mis- mas cualidades, o hasta lac exige, igualmente en los demis; un hombre como &te -quc tio ~eria de seguro el peor piocl~ictode la naturaleza-, desprovisto de cuanto es ncccsario para ser un filríntropo, {no encontraría, sin embargo, en sí mi.;mo cierto germen capa7 de darlc un valor mucho más alto que el que pue- da derivarse de un temperamento hiieiin? iFs rliro que sí1 Pieci- samente en ello esliii>a el valor dcl ciih<ií~ irnial, del caikter que, sin coinpniaricíil, es cl %iipimio en ltnrer rl bien, no por iucliuación, +io por delw.
  • 8. - - 486 PIJNI)AMRNTACI~NDE LA METAF~ICADE LAS COSTUMBRES Ascgiirar la fclicidad propia es un deber -al menos indirecto-; 1,: pues e1 que no está contento con su estado, el que se ve apre- iiiiado por muchos cuidados, sin tener satisfechas sus necesida- rlcs, piidicra ficilmente ser víctima de la tentacicin de infringir SUS deberes. Pero, aun sin referirnos aqui al deber, ya tienen los hombres todos por si mismos una podcrosísima e íntima in- clinación hacia la felicidad, porque justamente en esta idea se reúnen en suma total todas las inclinaciones. Pero el precepto de la felicidad csti las más veces conrtitiiído de tal suerte que perjudica grandemente a algunas inclinaciones, y, sin embargo, el hombre no puede hacerse un concepto seguro y determinado de esa suma de la satisfacción de todas ellas, bajo el nombre de felicidaci; por lo cual no es de admirar quc una inclinación úni- ca, bien determinada en cuanto a lo que ordcna y al tiempo en que cabe satisfacerla, pueda vencer una idca tan vacilante, y algunos hombres -por ejemplo, uno que sufra de la gota- pue- dan preferir sal~orcarlo quc les agrada y sufrir lo que sea pre- ciso, porque, hrgiín su :ipict i:i<i<in. iio v.in :i prrtlrr cl gocc del monicnlo picwiilr 1)or ;ilt~t~cisr :I I,i CIN~I:III/.I, :ic.io inlinida- clas, dc una f'clititl:itl tjiic tlrl~, 1 1 , 1 1 1 . 1 1 ~ t ~ i i i 1.1 . i l i i t l . I1c.io aiiii en este L ~ W , annqiic 1.1 iiiiivri~,.il i c ~ i i t l ( i i t i . ~.i 1.1 Iclititl.itl no tlc- termine su voluntad, aiinquc la i,iIiiil no ciiirc 1):ir.i í.1 t m ne- cesariasneiitc en los tbrminos de su apreciación, qneda, sin ein- bargo, aqui, como en todos los demis casos, una ley, a saber: la de procurar cada cual su propia felicidad, no por inclinación, [ .- sino por dcbcr, y sólo entonces tiene su conducta un verdadero f valor moral. Así hay que entender, sin duda alguna, los pasajcs de la Es- , , - critura en donde se ordena que amemos al prójimo, incluso al enemigo. En efecto; el amor, como inclinación, no puedc ser man- 1 dado; pero hacer el bien por deber, aun cuando ninguna incli- i nación empuje a ello y hasta se oponga iina aversidn natural e ' invencible, es amor pl-dctico y no patoldgico, amor qiie tienc su asiento en la voluntad y no en una tendcncia de la sensación, , que se funda en principios de la acción y no cn tierna compasión, éste es el iinico que puede ser ordenado. ?La segunda proposición es ista: una acción hcdia por deber tienc si: v d o ~ m ~ ~ l , no en e< proprisito qiie por medio de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la cual ha sido resuel- ta; no depende, pties, de la realidad del objeto de la-acción, sino meramente del princifiio dcl que-1; segiin el cual ha sucedido la accibn, prescindiendo de todos los objetos de la facultad dcl desearJ~or lo anteriormente dicho se ve con claridad que los propósitos quc podamos tener al realizar las accioiics, y los efectos de kstas, consi<lcrados como fines y motore3 (le la vb- luntad, no pucden proporcionar a las acciones ningún valor ab- soluto y moral. ¿Dónde, pues, pucde residir este valor, ya que no debe residir en la voluntad, en la rclaci6n con los efcctoi cperados? No puede iesidir sino en el p?i?wipzodr, la voluntad, lxrwinrlirndo de los fines que pnedan rcalimrse por medio de TRÁNSITO DEL C~OINOCIMIENTOVULGAR AL FILOSÓFICO 487 la accidn; pues la voluntad, puesta entre su principio a priori, *que es formal, y su resorte a posteriori, qiie es material, se en- cuentra, por decirlo asi, en una encrucijada, y romo ha de ser determinada por algo, tendri que ser determinada por cl prin- cipio formal del querer en general, ciiando tina acción succde por deber, puesto que todo principio matcrial le ha sido sus- traído. La tercera proposición, consecuencia de las dos anteriores, formularíala yo de esta manera: el deber es la nec~sidadde una accidn por respeto a la ley. Por i1 objeto, como cCecto da la ac- ción que me propongo realizar, pucclo, sí, tener inrlinnrirh, mas nunca resfieto, justamente porqiic es un efccto y no nn:i xctivi- dad de una vol~intad.Dc iqiial modo, por iina in<linaci6n cn general, ora wa niía, ora . ; m ilc cnalqiiicr otro, no purdo tener respcto: a lo sumo, piicdo, en el priincr caso, aprol~arlay, en el segiiii<lo,a vcces incluso ainarla, es decir, considerarla como favoral>lea mi propio provecho. Pcro objeto del resileto, y por ende mandato, sólo p~iede serlo aquello c ] G sc relacione con mi voluntad como simple fundamento y nunca como cfecto, aquello que no esté al servicio de mi inclinación, sino que la domine, al menos la descarte por completo en el cbmpiito de la elección, esto es, la simple ley en si misma. Una acción realizada por d-e ber tiene. empero, que excluir por rornplefo el influjo 'de la inclinación, y con 6s~atodo objrlo dc 1:i voliintad; no queda, pues, otr:~coia qnc piict1.i tlclri iiiin:ir 1:) voliiiii.itl, si no es, obje- , tivanientc, 1.1 Icy y, ~i~l~~ctiv:iiiiiirii~, c1 1v5/1(/0 / ) 1 / 1 0 a ca ley prictica, y, por tanto, 1,i iii.i~iin.i 1 tlc ol~~dv,rr iciiil)ic :t csa ley, aun con perjuicio cle todas mis iii<liii;itionc~. Así, pues, el valor moral de la acciún no i c d c cn rl rfccio que de ella se espera, ni tampoco, por consignicntc, cii ningíni principio de la acción que neceite tomar su fundamento deter- minante en ese efecto esperado. Pues todos esos cfectos -cl agra- do del estado propio, o incluso el fomento de la felicidad aje- na- pudieron realizarse por medio de otras causas, y no hacía falta para ello la voluntad de un scr racional, que es lo único en donde puedc, sin embargo, encontrarse el bien supremo y ahsolnto. Por tanto, no otra com, sino sdlo la representación de la ley en sí misma -la cual desde luego no se encuentra mil que en el ser racional-, en cuanto que ella y no el efecto espe- rado es el fundamento determinante de la voluntad, puede cons- tituir ese bien tan excelente que llamamos bien moral, el ciial esti presente ya en la persona misma que obra según esa ley, y qne no es licito esperar de ningiin efecto de la acción 2. 1 Máxima es cl principio subjctivo del qucrer: el principio objctivo --csto cs. el que serviría de principio práctico, aun subjctiv~mente, a todos los arrrr rwionalcs. si la rizón tuviera pleno dominio sobro la facultad de dcscar---- cs ,la Icy prictica. "odria objotirscmc que. bajo el nombre de respeto, busco refugio en 1111 . obscuro sentimiento, en lugar do dar una solución clara a la cuestión i>or m i 4 o de un concepto de la razón. Pcro aunque cl respeto cs. efcctivamcntc. un sin-
  • 9. 488 FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES - LPero pi;il puede ser esa ley cuya representación, aun sin re- fcrirno~al efecto que se espera de ella, tiene que determinar la voluntad, para que ésta pueda llamarse buena en absoluto y sin restricción alguna? Como he sustraido la voluntad a todos les afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de fina 1 ~ x 0 queda nada más que la universal legalidad de 1%-acciones en ge- neral -que debe ser el iinico principio de-la vol~ztad-; es-de- cir, yo no debo obrar nunca míis que de modo que pueda querer que mi mcixima deba convertirse en ley rrnivcrsal. Aquí es mera legalidad en general -sin poner por fundamento ninguna ley determinada a ciertas acciones- la que sirve de p-cincipjg a la voluntad, y tiene que servirle de principio si el deber no Iia de ser por doquiera una vana ilusión y un concepto quimé- rico; y con todo esto concuerda perfectarncnte la razón vulgar de los hombres en sus juicios prácticos, y el principio citado no se aparta nunca de sus ojos. Sea, por ejemplo, la pregunta siguiente: zme es licito, riiando me Iiallo apiirxlo, Iincrr iiria pioni<'~:iron c 1 ~)ropi)sito (le no cumplirla? P;h ilnicwtt* Ii,i&:o:1t111í 1:' < l i l ; ~ i c ~ i i < i.1 < I I I ~ ' ~)IIVIII. (oiii- port;ir 1.1 hi!;tiilic:icirí~i tic 1.1 l~it'~iiiiI.i. (11. i c., 1 1 i 1 ~ i 1 1 ~ 1 1 1 < ~ o tlc hi es confornic .i1 tlt411.1 Ii.i<i.i 1111.1 l.il.i ~ I I ~ ~ I I I I . . I . I ii ~~iitiicio puede su(rclcr, h i i i tlu<l;i,iiiuc1i.i~vctc. (;i(~ii;iii~i~iiii . V I T I iniiy bien que no es hastante el lilxarrne, por nicdio dc c,:, I~LIIISO, de una perplejidad presente, sino que hay que considcrai dctc- nidamente si no podri ocasionarme luego esa mentira muchos míis graves contratiempos que éstos que ahora consigo eludir; y como las consecuencias, a pesar de cuanta astucia me precie de tener, no son tan ficilmente previsibles que no pueda suceder que la pérdida de la confianza en mí sea mucho mis desventajosa para mí que el daño que pretendo ahora evitar, Iiahrk de consi- derar si no sería más sagaz conducirme en este punto según una timiento. no es uno de los recibidos mediante un influjo, sino uno csponri- neamente oriundo de nn concepto de la razón. y. por tanto. espccificamentc dis- tinto de todos los sentimientos de la primera clase. que pucden reducirse a in- clit~acióno miedo. L o que yo reconozco inmediatamente para mí como una ley, tcconózcolo con respcto. y este respeto significa solamente la conciencia de la subordinación de mi voluntad a una ley, sin la mediación de otros influjos en mi sentir. La detcrminxión inmediata de la voluntad por la ley y la concicncii de la misma se llama respeto: de suerte que éste es considerado como efecto de la ley sobre el siijeto y no como causa. Propiamente cs respeto la representación de un valor qoc menoscaba cl amor que me tcngo a mí mismo. Es. pues. algo que no se considera ni como objeto do la inclinación ni como objeto del temor, aun cuando ticne alao de análogo con ambos a un tiempo mismo. El objeto del respeto es. pues. r x ~ l ~ ~ i v a m e n t e la feq. esa ley que nos imponemos a nosotros mismos, y. sin embargo, como necesaria en sí. Como ley que es. estamos some- tidos a ella sin tcncr que interrogar al egoísmo: como impuesta por nosotros mismos, es. empero. un? ronscc~~enci~ dc nuestra voluntad: en el primer sentido. tiene analogía con el micdo: cn el scgunrio. con la inclinación. Todo respeto una persona es propiirncntc sólo respeto a la ley -a la honradez. rtc -. de la cual rsa persona nos da cl cjcmplo. Como la ampliación de nuestros talentos la consideramos también como nn deber. resulta que ante nna persona dc talcnto 'nos representamos. por decirlo así. el ejemplo de unn ley -la de asemeinrnos a ella pot virtud del cicrririo-. y eqto constituye nncstro respeto. Todo ese Ilamado infcrés moral consistc c~cliisivamentcen el rcspeto a la ley. máxima universal y adquirir la costumbre de no prometer nada sino con el propósito de cumplirlo. Pero pronto veo claramente que una máxima como &a se funda sólo en las consecuencias inquietantes. Ahora bien; es cosa muy distinta ser veraz por de- ber serlo o serlo por temor a las consecuencias perjudiciales; porque, en el primer caso, el concepto de la acción en sí mismo contiene ya una ley para mí, y en el segundo, tcngo que em- pezar por ohervar alrededor cufiles efectos para mi pueden de- rivarse de la acción. Si me aparto del principio del deber, de seguro es ello malo; pero si soy infiel a mi máxima de la sa- 1 gacidad, puede ello a veces serme provechoso, aun cuando desde 1 Iitego es más seguro permanecer adicto a ella. En cambio, para resolver de la manera míis Incvc, y sin engaño alguno, la pre- i gunta de si tina promrsa mentirosa es conforme al deber, me hastaii preguntarme a mi ~iiisriio:¿me daría yo por satisfecho si mi induitna -salir dc apuros por medio de una promesa men- tirosa- debiese valer como ley universal tanto para mí como para los demás? ¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual pue- de hacer iina promesa falsa cuando se halla en un apuro del que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, em- pero, una ley universal de mentir; pues, según esta ley, no ha- bria propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futiiras acciones, pues no creerían ese mi fingimiento, o si, por precipitación lo Iiicieren, pagaríanme con la nii~niainoned:~;por tanto, mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal, destruiriasc a sí misma. Para saber lo que he de hacer para que mi querer sea moral- -mente bueno, no necesito ir a busrar muy lejos iina pcnetra- ciGn especial. Inexperto en lo que se refiere al curso del miindo; 1 incapaz de estar preparado para los sucesos todos quc en él ocu- rren, bástame preguntar: ¿puedes c m que tu míixima,se con- I vierta en ley universal? Si no, es una máxima reprobable y no por algún perjuicio que pueda ocasionarte a ti o a algún otro, sino porque no puede convenir, como principio, en una legis- lación universal posible; la razón, empero, me impone respeto inmediato por esta univerGllegislaci6n, de la cual no conozco aún ciertamente el fundamento -que el filósofo habrá de inda- gar-; pero al menos comprendo que es una estimación del va- lor, que excede en muclio a todo valor que se aprecie por75 in- clinación, y que la necesidad de mis acciones por puro réspeto a la ley práctica es lo que constituye el deber, ante el cual tiene que inclinarse cualquier otro fundamento determinante. porque es la condición de una voluntad buena en sl, cuyo valor estfi por encima de todo. 11 Así, pues, hemos llegado al principio del conocimiento moral ' ' I _ de la razón vulgar del hombre. La razón vulgar no ~ e c i s a este principio así abstractamente y en una forma universal:-pero, sin embargo, lo tiene continuamente ante los ojos y lo usa como criterio en sus enjuiciamientos. Fuera muy fácil mostrar aquí
  • 10. 490 FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES cómo, con cstc comprís en la mano, sabe distinguir perfectamen- te en todos los casos que ocurren qué es bien, qué mal, qué con- forme al dcber o contrario al deber, cuando, sin enseñarle nada nuevo, se le hace atender tan sólo, como Sócrates hizo, a su pro- pio principio, y que no hace falta ciencia ni filosofía alguna pa- leyes de la expcriencia y dc las percepciones sensible's, cae en meras incomprcnsibilidades y contradicciones consigo misma, al menos cn un caos de inccrtiduinbre, obscuridad y vacilaciones. En lo prktico, cn canibio, (:oinicnia la facultad de juzgar, mos- trindosc antc lodo iiiiiy ~wovc<:lios:i, c:ii:iiitlo c1 ,cntcntliinicnto vulgar exclayc tic I;is Icy(.s ~)r;í(.li(.;i"otlos los iiiotorcs s<~nsil>lrs. Y luego llcga 1i:isl:i 1:i siiiilt~~:~. y;i st~i( ~ I I I . tl~iivw.t'oii sil ('mi- ciencia u otras prctciisio~ics,tlisl)r~t:ir cwi rc-sl~.c:lo :I lo ( I I W tld);i llamarse justo, ya sea quc quiera siri<:er;~iii<:iiLc, 1):ir;l su propi:~ enseñanza, determinar el valor de las acciones; y, lo que cs más frecuente, puede en cstc último caso abrigar la cspcranza de acertar, ni más ni menos que un filósofo, y hasta casi con mAs venturosa simplicidad, ni empujarle con la filosofía por un nue- vo camino de la investigación y enseñanza? 1Qri6 magnífica es la inocencia! Pero ¡qué desgracia que no se pueda conservar bien y se deje fácilmente seducir1 Por eso la sabidnría misma -que consiste mis en el hacer y el omitir qiie en el snbcr- nccesita de la ciencia, no para aprender de ella, sino para Iwociirar a su precepto acceso y duración. El Iiomhre siente en sí niisino una potlerosn fuerza contraria a todos los man- damientos clcl tl<:l>ci, qiic In ra7tin Ic prcsenta tan dignos dc rcs- peto; comiste esa fii(w;i roiiir;iria cn siis ncccsidadcs y sns incli*- naciones, cuya satisf;ircih i11i;11 c~oiiil>rciitlc I):ijo (11 iio1111)rc de felicidad. Ahora bien; 1;) r:id)ii oi~lcn;isiis ~>rcwpios, sin prome- ter con ello nada a las iiit~liii;ic.ioiit~s, sc~vrr;iiiii~nic y, por ende, con desprecio, por decirlo así, y dcs;iiciiciOn hacia csas pretcn- siones tan impetuosas y a la vcz tan aceptables al parecer -que ningún mandamiento consigue nunca anular-. De aquí se origi- na una dial~cticanatural, esto es, una tendencia a discutir esas estrechas leyes del dcber, a poner en duda su validez, o al menos su pureza y sevcridad estricta, a acomodarlas en lo posible a nues- tros deseos y a nuestras inclinaciones, es decir, en el fondo, a pervertirlas y a privarlas de su dignidad, cosa que al fin y al ca- bo la misma razóti práctica vulgar no puede aprobar. De esta suerte, la razón humana vulgar se ve empujada, no por necesidad alguna de especulación -cosa que no le ocurre nunca mientras se contcnta con ser simplemente la sana razón-, sino por motivos prrícticos, a salir de su círculo y dar un paso en el campo de una filosofía prúctica, para recibir aqui ense- ñanza y clara advertencia acerca del origen de su principio y exakta determinación del niismo, en contraposición con las má- sima? quc radican cn las necesidades e inclinaciones; así podri salir dc su pcrplcjiclad sobre las pretensiones de ambas partes y no corre peligro de perder los verdaderos principios morales por la ambigüedad en que ficilinente cae. Se va tejiendo, pues, cn la razón práctica vulgar, cuando se cultiva, una dialéctica inadvertida, que le obliga a pedir ayuda a la filosofía, del mismo modo que sucede en el uso teórico, y ni la práctica ni la teo- rica encontrarán paz y sosiego a no ser en una crítica completa de -nuestra razón- =1
  • 11. CAPfTULO SEGUNDO TRANSITO DE LA FII.OCOF~A MORAL POITJLAR A LA hlli.l'~E'i~1~A DE LAS COSTUMBNiS Si bicn h e - e l concepto del deber, que hasta ahora tenemos, del(uso vulga de nuestra razón práctica, no debe infe- rirse de ello, gñ-Tiiaiiéra alguna, que lo hayamos tratado como concepto de experiencia. Es más: atendiendo a la experiencia en el hacer y el omitir de los hombres, encontramos quejas numero- sas y -hemos de confesarlo- justas, por no-ser p ~ ~ i b ~ e adela-ntar ejemplos seguros dc esa disposición de espíritu del que obra por el debcr puro; que, aunqric ~niidiasaccioncs scicctlcn cn covjor- midad con lo que el drbcr ordciin, siempre c;il>cla duda de si tienen un valor moral. Por cso ha Iialklo cn todos 105 liempos fi- lósofos que han negado en absoluto la realitlad de csa disposición de espíritu en las acciones humanas y lo han atribuido iodo al egoísmo, más o menos refinado; mas no por eso han puesto en duda la-exactitud del concepto de moralidad; más bicn han he- cho mención, con intima pena, de la fragilidad e impureza de la naturaleza humana, que, si bien es lo bastante noble para pro- ponerse como precepto una idea tan digna de respeto, en cam- bio es al mismo tiempo harto débil para poderlo cumplir, y em- plea la razón, que debiera servirle de legisladora, para adminis- trar el interés de las inclinaciones, ya sea aisladas, ya -en el caso más elevado- en su máxima compatibilidad mutua. Es, en realidad, absolutamente imposible determinar por ex- y k n c i a y con absoliita certeza un solo caso en que la máxima c e una acción, conforme por lo demás con el deber, haya tenido su asiento exclusivamente en fundanientos niorales y en la repre- sentación del deber. Pues es el caso, a veces, que, a pesar del m;ls penetrante examen, no encontramos nada que haya podido scr bastante poderoso, independientemente del fundamento moral del deber, para mover a tal o cual buena acción o a este tan gran- de sacrificio; pero no podemos concluir de ello con seguridad que la verdadera causa determinante de la voluntad no haya sido en realidad algún impulso secreto del egoísmo, ocullo tras
  • 12. 494 FUNDAMENTACIÓN DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES el mero espcjismo de aquella idea; solemos preciarnos mucho de algún fundamento determinante, lleno de nobleza, pero que nos atribuínios falsamente; mas, en realidad, no podemos nunca, aun ejercitando el examcn m& riguroso, llegar por completo a los mlis recónditos motores; porqiie cuando se trata de valor mo- .ral no importan las acciones, que se ven, sino aquellos íntimos ' principios de las mismas, que no se ven. - A esos que se burlan de la moralidad y la consideran como 3 , simple visibn soñada por la fantasía humana, que se excede a sí misma, llevada de su vanidad, no se les puede hacer mis desea- do favor que concederles que los conceptos del deber -como mu- chos estlin persuadidos, por comodidad, que sucede igualmente con todos los demis conceptos- tienen que derivarse excliisiva- mente de la experiencia; de ese modo, en efecto, se les prepara a aquéllos un triunfo seguro. Voy a admitir, por amor a los hom- bres, que la mayor parte & nuestras acciones son conformes al deber; pero si se-miran de ccrca los pensamientos y los esfuir- -- zos, se tropicza por doqiiicr:~ron el aiiiatlo yo, quc de continuo se destaca, solne el <ii:iI sc iiiii~l.iiilos ~)iopiiiio, y no ol)re el estrecho niandainic~ito(Ir1 (1il)ci. <III<* IIIINII.I v<cc,rcigiií.i 1.1 ( renuncia y el sacrificio. No b e IIV( e I I , I v.1 1111 (.i~(~iiiigo ( 1 ~ -I:i vil- , tud; basta con observar el niundo con s ~ i i g t ~ I i í ~ , in toiii.ir cn 1 seguida por realidades los vivísinios deseos cn pro del bien, para 1 diidar en ciertos momentos -sobre todo cuando el observador es l ya de edad avanzada y posee un Juicio que la experiencia ha 1 afinado y agudizado para la obscrvaci6n- clc si realmente en el mundo se encuentra una virtud verdadera. Y en esta coyiintuia, -para impedir que caigamos de las alturas de nnestras ideas del deber, para conservar en nxestra alma el fundado respeto a sil ley, nada como onviccjón cjara d e s e e n o iinporta qiic no haya habido nunca acciones emanadas de esas puras fuentes, que no se trata aquí de si sucede esto o aquello, sino-qué la r a h i , por sí misma e independientemente de todo fenbineiio, ordena lo que debe suceder y que algunas acciones, de las que el mundo quizB no ha dado todavía ningiin ejemplo y hasta de cuya reali. zabili+id puede dudar muy mucho quien todo lo funde en la cxpericucia, son ineludiblemente mandadas por la razón; así, por -- ejemplo, ser leal en las relaciones de amistad no podría dejar de ser cxigiblc a todo hombre, aunque hasta hoy no hubiese ha- bido niiigi~iianiigo leal, porque este deber reside, como deber en gencral, :iiiici qiic toda experiencia, en la idea de una razón que deterinin.~ la voliiiilad por fundamentos a priori. Aíí:i<lasc;i cio ( I I I ( ~ ,: I n ~ c u o ~ de querer negarle al concepto dc mordlidad to(l.i vci<l.itly lo<larelación con un objeto poil)lr. iio puede poncrw i i i t l i i i l . ~ ( I I I C s d 1 ' 3 y dc t:in c ~ I ( ~ 1 1 ~ : ~ igi~ifi<~i- ción que ticiir v i . i1ti.1, iio Ola 1 ~ 1 i . i 10' l i i ~ ~ i i l ) i ( ~ , iiio I).iia todos los-seres ?tic to11r11, 5 ,11 !;PIL~ I nl. iio <)lo Ii.ijo c oiiiliciones contingentes y con <~<<litioiii~, iiio 1"" iiio(Io cr1)colulantente necesario; por lo cu.11 ICIIII.I (1.ilo ( I I I ( . IIO l ~ i y i ~ p c ~ i ~ n < i a que pueda dar ocasión a infeiii ni hiqiiiciii 1.1 1)o~il)ilid;id dc seme- DE LA FILOSOFÍA MORAL POPULAR A LA METAFISICA 495 jantes leyes apodícticad Pues <con que derecho podemos tributar un respeto ilimitado a lo que acaso no sea valedero mBs que en las condiciones contingentes de la Humanidad, y considerarlo, como precepto universal para toda naturaleza racional? ¿Cómo íbamos a considerar las leyes de dctern~inaciónde nuestra volun-1' tad como leycs de determinacibn de la voluntad de un ser nal en general y, sólo como tales, valederas para nosotros, fucran iiierainente enipíiicas y no tuvieran su origen enteramen- te a p~iopien la razón pura práctica? E l ~ e o r servicio que puede hacerse a la moralidad es quererla 1 deducir de ciertos ejemplos. Porque cualquier ejemplo que se nie presente de ella tiene que ser a su veL previaincnte jwgado según principios de la moialidad, para saber si es digno de ser- vir de ejeiiiplo oligitiario, eslo es, de modelo; y el cjcmplo no puecle en iiiaiici.~alguna bcr cl qiic nos piopoirione el concepto b de 1;i iiioi,ilitl;icL. 1:I inisiiio Smto del Lvangelio tiene que ser comparado ante todo con nuestro ideal de la perfeccibn moral, antes de que le reconozcamos como lo que es. Y él dice de si mismo: "¿Por que me llainliis a mí -a quien estáis vicndo- bueno? Nadie es bueno -prototipo del bien- sino sólo el Único , Dios -a quien vosotros no veis-." Mas ¿de dónde tomamos el , concepto de Dios como bien supremo? Exclusivamente de la ~'deÜ-~ue-¡i razón a prior; bosqueja de la perfección moral y: enlam inseparablenicntc con el concepto dc una voluntad ii~>rcJ La imit;icii>n no ticnc liigai ;ilgiino en lo iiioi;il, y los cjcinplos s610 sirvcii tlc :tliiiii«, clo e, ])oiicm iiic~a(le diida la poil,ili- dad dc 1i;iccr lo (liic 1.1 Ic'y I I I A I N ~ . ~ , iios ~)~cciil;iii iiiiui~iv.~~iiciiic lo que la regla piktica cprcsa iiiiivct.~liiictilc;pcio no piie<len nunca autorirar a que sc clcje a un 1;itlo su vricl.iclcio oiigiii.il, que' ieside en la razón, para regirse por cjciiiplos. Si, pues, no hay ningún verdadero piincipio biipicmo &: I;I moralidad que no haya de descansar en la razbn piira, indc- pendientemcnte de toda experiencia, creo yo que no es necesario ni siquiera preguntar si scri bueno alcanzar n priori csos concep- tos, con todos los principios a ellos pertinentes, exponerlos en general -in abstracto-, en cuanto que su conocimiento debe dis- tinguirse del vulgar y llamarse filosófico. Mas en esta nuestra &poca pudiera ello acaso ser necesario. Pues si reuniéramos vo- tos sobre lo que deba preferirse, si un conocimiento racional pii- ro, separado de todo lo empírico, es decir, una metafísica de las costumbres, o una filosoiia prlictica popular, pronto se adivina de qud lado se inclinaría la balanza. Este descender a conceptos populares es ciertamente niiiy - plausible cuando previamente se ha realizado la ascensión a lo principios de la razón pura y se ha llegado en esto a coiiipl(~i,i satisfacción. Esto quiere decir que conviene primerofumlnr 1.1 teoría de las costumbres en la metafísica, y l u i g c cuando X-.i firme, procurarle acceso por medio de la popular@d. 1'cio (.b 'completamente absurdo qucrer descender a lo popiil;ir cnii 1.1 primera investigación, de la que depende la exactiliitl iotl.~
  • 13. 496 FUNDAMENTACI~N DE LA METAF~ICA DE LAS COSTUMBRES de los principios. Y no es sólo que un proceder semejante no puede nunca tener la pretensión de alcanzar el mérito rarkiriio de la verdadera popularidad filosdfica, pues no se necesita mii- cho arte para ser entendido de todos, si se empieza por reniin- ciar a todo conocimiento sólido y fundado, sino que adcmis da lugar a una pútrida mezcolanza de observaciones mal cosi- das y de principios medio inventados, que embelesa a los iu- genios vulgares porque hallan en ella lo necesario para su charla diaria, pero que produce en los conocedores confusión y descontento, hasta el punto de hacerles apartar la vista; en cambio, los filósofos, que perciben muy bien todo ese andamiaje seductor, encuentran poca atención, cuando, después de apar- tarse por un tiempo de la supuesta popularidad y habiendo adquirido conocimientos determinados, podrían con justicia as- pirar a ser populares. NO hay inás que mirar los ensayos sobre la moralidad qiic sc ,7 lian escrito en csc gusto ~)idciitlo, y sc vcd~(m scgiiitl:i c.tSiiiii se mczc1;iii CII i~sii;ifio< x i i i s i i i . i ~ i ~ ~ . y:i 1:i ~iwiili;iriIi~i~~i~r~iiii;ii~i~'i~~ de la n;iiiii;ili*z;r l i i i i i i ; i i i ; i ~ I I I I I ~ I I I ~ I I I ~ ~ ~ ~ ; I 1.11 i,Il;i i;iiiiI~iAi I;I idea tlc i i i i : ~ ii:iiiii~:iIi~~;i i.;ii i ~ i i i . i l i.11 1:t.ii1.1.11 , y;i 1.1 lwiI'~.ii i011, ya la fc1icitl:rd. :ii1111 i.1 sc~iiiiiiii~~iii~i i i i ~ ~ i ; i l . :ill.i i ~ i ..iiiro~t.111. Dios, un poqui~o(Ic (.sio, i i i i i i J I I M ' I I (11. :i(lii~.llii, :si11 ~ I I I I ' ; I I I ; I I ~ ~ I ' se le ocurra preguntar si los pri:ic:ipios tli: 1:i iiior;ilitl:itl Ii:iy rliii' buscarlos en el conocimiento de la naturalca;~Iirimana -que iio podemos obtener como no sea por la expericncia-; y cn el c:iso de que la respuesta viniere negativa, si esos principios nior;ilcs hubiese que encontrarlos por completo a priori, libres tlc toclo lo que sea empírico, absolutamente cn los couccpios ~)iii'os (11. I:i razón, y no en otra partc, tomar I:I dccisiOii tl(: 1)011i'r :1[1:111(' esa investigación, como filosofía pr;l<:iic:i IHII';I o xi 1.5 l ~ ( . i i i i emplear un nombre tan dii;iiii:i(lo - i~ii~i;il'lsii~.i 1 I I ~ . 1.1sU I : . ~ I I I I I - bres, llevarla por sí sola ;L sil tti;íuiiii;i ii,i i i ~ i ii'iii y i ~iiisol:ti.;il pi~blico,deseoso dc ~>oliiil;ii~i(l;iil. Ii:isi;i I;i i i ~ i i i i i i i : i ~ . i i i i i il(. ;icliic- lla empresa. Pcro csla mc!i;tl'ísi(.:i al<. I:ISi i i s i iiiiiIii~cs,toL:ilinc~itcaislada y sin inrzc1;i ;ilgiiri:~<I(. :iiii~o~~ologí;i, ni de teología, ni de física '' o liipcrlisic:;~,ni iiiciios :iiín de cualidades ocultas -que pudié- ramos 1I;iin:ir Iiipol'ísicn-, no es sólo un indispensable substrato de todo coiio<:iiiiientoteúrico y seguranicnte determinado de las dcbcrcs, siiio al niismo ticrnpo un desideratum de la mayor importancia para la verdadera realización de sus preceptos. Pues la representación pura del deber, y en general de la ley I 1 Así como se distingue la matemirica en pura y aplicada, y la lógica en pura y aplicada, puede distinguirse, si se quiere, la filosofía pura -metafísica- 1 de las costumbres y la filosofía aplicada --a la naturaleza humana-. Esta de- noniinación nos recuerda a1 punto que los piincipios morales no deben fundarse en las propiedades de la naturaleza humana, sino que han de subsisrir por si j mismos a piori; pero que de esos principios han de poderse derivar reglas prác- ticas para toda naturaleza racional y, pol tanto, tainbibn para la naturaleza hu- mana. DE LA FILOSOFÍA MORAL POPULAR A LA METAFÍSICA 4!f7 moral, sin niezcla alguna de ajcnns ndicioncs dc atractivos cm- piricos. tiene solm el corazón humano, por el solo camino de la razón -quc por inedio de ella se da cucnta por primera vez l de que puede ser por sí misma una raz6n tainl>i(.nprrictica-, 9 un influjo iaii siij~criora todos los demás resortes 1 que pudie- ran sacarse del c;impo cinpírico, que, consciente clc su dignidad, desprecia csios últinios y puede poco a poco transformarse en so dricñ;i; cn cainl>io, una teoría de la moralidad que csté niczclaila y coiiipuesla de resortes sacados de los sentimientos y de las iiicliiiacioiics, y al mismo tiempo de conceptos raciona- les, tic-iic qiic tlcjar c1 ;íiiir~ioosc.il;intc entre causas determinan- ': tcs <livcrs:is,iirctlii(:Lil)li~s :i iiii ~ii.iiicipioy que pueden conclu- ': cir al Iiiiw si'ilo 1)oi iiii~loc~oiiiiiigc~iiic y ;i veces cletcrniiiiar el nin1. I'oi Ioilo 10 tli(lio 51 v(. tl.ii.iiiic.iil<~: que todos los conceptos inoi,ilcs lii iicm s u .iw iiio y oi~ g ~ n , <on~plctainenLca 117iofi, en la r;iz6ii, y ello eii la razón Iiuinana más vulgar tanto como en la mis altamcntc especulativa; que no ueden ser abstraídos dc ningiin conocimiento empírico, 'cl ctíaf por tanto, seiía con- tingente; que-&-e~-~u?eza-de su origen reside su di n & d , la dignidad de serYiFnos FrincWS pricticos siiprekos; que sicinp~eque &fiadirnos algo empírico smtraemos otro tanto de su legítimo influjo y quitamos algo al valor iíimitado de las accicnci; que no ,610 1:i mayor iic<rsitl.id rxigc, cn sentido t&- ixo, 1m1 lo ~ I I Ca 1.1 i.1)c~ul:itihiiiiiiciis.~.ino quc dc mA- 1 iui;i imptii I A I I ( 1.1,(,II ( 1 ~c.ilii(loIII"I( iico. ii .i Iiii<.ii c w ~011- / Lcpios y 1cyt CS1l 1'1 i ~ l l ~ i l l J ) l l l l. ~ ~ ~ ~ o l l c l l o ~ ) l l l i hy ill mc/c1n, 1 e incluso cleleini11i.ir 1 . 1 c~lciivriii t i ? iotlo t s ~ . coiioi~iiiii:~iil<~ piáctico pulo, es decir, toda 1.1 i.ic iill.itl <I<. 1.1 i.i,tin ~ I I I .I ~ ) L . L ( - 1 Lir'i; mas no haciendo clepcnder los p:iiicipio dc 1.1 cl)~.ci;il naturaleza de la ra7ón huinana, como lo permite la lilowli,~ especiilaliva y hasta lo cxige a vctes, sino c!eiivAndolos dcl coii- cepto univeisal de un ser racional en gencial, puesto que 1'1s lejcs inoralcs deben valer para todo ser ra~ionalen general, de esta rnnncra, la moral toda, que neceC,itade la antropología para su aklicaci(ji~n 105 hoinl>rei,IiabrL dc exponerse por coin- pleto primrio iiitlcpcii<licnieniciite de ésta, como filosofía pura, ' Poseo un2 carta del difunto Sulzcr en la que este hombre excelente m< pregunta cu.51 pueda scr h causa de que las teorías de la virtud. aunque niuy convincentes para 1.1 r.azÚn. sean. sin ernhargo. t3n poco eficaces. Mi contestación hubo de retrasarse por c.tusa de los preparativos que estaba haciendo para darla completa. Pero no cs otra sino ésta$ que los te6cicos de la virtud no han drpu- rndo sus conceptos. y queriendo barerlo mejor, acopiando por doquiera causa* determinantes del bien moral. para hacer enérgica la tnedicina, 13 echan a pcr- der. Pues la más rulgar observación muestra que cuando se representa un acto d: honradez realizado con indepmdencia de toda intención de provecho en rstr o en otro mundo. llevado a cabo con 5nitno firme bajo las mayores tentaciones de la miseria o de atractivos varios, d e j ~ .muy por debsjo de sí a cualquier otro acro semejante que csté afectado en lo m i s niínimo por un motor extraño, eleva el alma y despierta el deseo de poder hacer otro tanto. Aun niños de mediana edq! sientzn esta impresión y no se les debiera prcsontar los deberes de otra ma11era.
  • 14. 498 F U ~ D ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ~ ó ~ DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES I t DE LA FILOSOFÍA MORAL POPULAR A LA METAFÍSICA 499 1 es decir, como metafísica -cosa que se puede hacer muy bien S en esta especie de conocimientos totalmente separados-, tenien- I do plena conciencia de que, sin estar en posesión de tal meta- I l fíbica, no ya sólo seria vano determinar exactamente lo moral del deber en todo lo que es conforme al deber, para el enjui- ciamiento especulativo, sino que ni siquiera sería posible, en el mero uso vulgar y práctico de la instrucción moral, asentar 1 las costumbies en sus verdaderos principios y fomentar así las disposiciones morales puras del ánimo e inculcarlas en los espí- 1 ritus, para el mayor bien del mundo. 1 Mas para que en esta investigación vayamos por sus pasos 4;) ' 1 naturales, no sólo del enjuiciamiento moral vulgar -que es aqui ' inuy digno de atención- al filosófico, como ya hemos hecho, sino de una filosofía popular, que no puede llegar más allá de adonde la lleve su trampear por entre ejemplos, a la meta- física -que no se deja detener por nada empírico y, teniendo que incdir el coniiinto total drl <onoriniicnlo r:icionnl (le chla ? clase, llcg:~cn to,lo c:io IIJI.I 1.1s i~lc,~,, IIoII(I~- lo C ~ V I I I ~ I O mismos no, ; I ~ M I N ~ O I I . I I I , II( IIIO I I I I { . ] M I V ~ , I I ¡ I y I . I N I I I ~I I J ramcnlc 1.1 l.icult.i<L 11i.iriic.i (11' 1.1 I.III'III. i l ( ~ I v .,II I~J;I.I i i i i i - versales (le ~ l c l c ~ j i ~ j ~ ~ . c ~ j < i ~ ~ , Ii.ii.i .illi <loiitl~. I I I ~ ; ( ' l C O ~ I I ' I ) ~ ~ del deber. Cadacosa, en la naturaleza. actíin segíin lcycs. S610 un cr racional posee la facultad de obrar por la representacz(in de 1.1s leyes, esto es, por principios; posee una voluntad. Como pam " 1 derivar las acciones de las leyes se exige razón, resulta quc la voluntad no es otra cosa que la razón práctica. Si la ra7ón dc- termina indefectiblemente la voluntad, cutonccs las nrcionci (Ic este ser, que son conocidas como ol>jcliv.ii~iciilrt i c ~ c ~ . i t i ~ i . soti también subjetivan~entenecesari.is, cs tl(~it, I J I I C 1'1 VOIIIIII~III ( ' S I t una facultad de no elegir nada iii.ía (111clo ( I I I I * 1.1 I.I/I'III, i1iali.- pendientemente de la inclinaci011, coiio<<~ <oiiio ~~i.í<li<.iiiiciiLc ' necesario, es decir, bueno. Pero si 1.1 i.i/<',ii I X K í o1.1 no (Ic~cr- , ) mina suficientemente la vo1iint;id; si la volii~ii.iilse halla somc- tida también a condiciones sul>jclivas (~ie~tos resortes) que no siempre coinciden con las objetivas; en una palabra, si la vo- I luntad no es en si plenamente conforme con la razón (como real- mente sucede en los hombres), entonces las acciones conocidas ol~jctivainentecomo necesarias son subjetivamente contingentes, y 1;i dcicrminación de tal voluntad, en conformidad con las leycs ol)ic~ivns, llcimase constriccidn; es decir, la relación de las ' leyes ol)jctiv.i a nna voluntad no enteramente buena es repre- j sentada LOIIIO 1:1 <Ictcrrninación de la voluntad de un ser ra- 1 - cional por ~ I I I I ( ~ ~ I I I I C ~ I ~ S de la voluntad, sí, pero por fundamentos a los cuales ~ 5 1 . 1 volii~it;itlno es por su iiaLuraleza necesaria- 1 mente obcdicnlc. I L; represeniaci0n tlr iin ~niii<il>io ol>jctivo,cii tanto que es ,,. constrictivo vara i i i i ; ~ vc~liitii:itl.Il:iii~;is<: in;intlalo (de la razón), A - ~ y la fórniula del rn:intl;~loIl;í~ii;isc:iv~f)ercilivo. 1 -- Todos los imperativos (:sl)i.6s;iiisepor iiicdio de un "Gel>e.ser" I y muestran así la relación de una ley objetiva de la razón a una vohu_ntacJ que, por su con%tituciónsubjctiva, no es determináda necesariamcntc por la1 ley (una conitricción). Dicen que fuera , bueno hacer u omitir algo; pero lo dicen a una voluntad que , no siempre hace algo por sólo que se le represente que es bueno 1 hacerlo. Es, ciiipcio, prácticamente bueno lo que determina la voluntacl l>or iiicdio de representaciones de la razón y, consi- guienleinciik, no por causas subjetivas, sino objetivas, esto es, por iiii~~l:ii~icritoi que son v2ilidos para todo ser racional como 14.l)iiíiigucc de lo agradable, siendo esto último lo que ejer- cc iiilliijo sobre la voluntatl por incdio solamente de la sensa- ticín, por <.inns rnc*r.imcnlcsol>jctivns,que valen sólo para éste o ;iqiti.I, i t i bcr un piincipio (le 1,11;1/6nv9lido para cualquiera l. l l i i ; ~ volniil.itl pcil(tl;iiiiciilc I>iiciia li.~llririase, pues, igual- incnte I>.ijo II*)(Y ol>icliv;is (del bien); pero no podría repre- scnt;iie coino coiiLiciiidd por ellas a las acciones conformes a la ley, poiqiie por sí misma, según su constitución subjetiva, podría ser determinada por la sola iepresentacibn del bien. De aqui que para la voluntad divina y, en general, para una voluntad santa, no valgan los imperativos: el "debe ser" no tiene aqui lugar adecuado, porque el querer ya de suyo co- incide necesariamente con la ley. Por eso son los imperativos solamente fórmulas para expresar la relación entre las leyes objetivas rlcl qncrrr en general y la imperfección subjetiva de la voliint:id de la1 o ciiol ser racional; v. g., de la voluntad humana. -- . Pues bien; todos los imperativos mandan, ya hipotética, ya categdricamente. Aquellos representan la necesidad práctica de una acción posible, como medio de conseguir otra com que se quiere (o que es posible que se quieca). El imperativo ca- tegórico sería el que representase una acción por sí m í s m a z n referencia a ningún otro fin, como objZtivaEente-necesaria. Toda ley práctica representa una acción posible coino bue- na y,, por tanto, como necesaria para un sujeto capaz de de- terminarse pdcticamente por la razón. Resulta, pues, qne tc- dos los imperativos son fórmulas de la determinación dc la 1 La dependencia m que la facultad de desear está de las sensaciones Ilámase incTnación. la cual demuestra. pues, siempre una .exígrncia. Cuando una voluntad determinada por contingencia depende de principios de la razón, Ilámase esto interés, El inrerés se halla. pues, sólo en una voluntad dependiente. que no ea por sí misma siempre conforme a la tazón: en la voliintad divina no cabe pcn- s x con intorér. Pero la voluntad humana puede también tomar interés en algo. sin por ello obrar por interés. Lo primero sienifica el interés práctico en la acción: lo aegundo. el interés patológico en el objeto de la acción. Lo primero demuestra que depende la voluntad de principios de la razón en sí misma: l o sceundo. de los principios de la razón respecto de la inclinación, pues. en efecto. la tazón no hace más que d ~ r 1. rep!a pr5ctica de có'mo podrd s~bvenirsea la exigencia de la inclinación. En el primer caso. me interesa la acción: en el se- wndo. 'el objeto de la acción (cn cuanto que me es agradable). Ya hemos visto co el primer capitulo que cuando una acción se cuniple por deber no hay que ~ n i w ral interés en el objeto. sino meramcnre en la acción misma y su principio r n la razón (la ley).
  • 15.
  • 16. 502 FUNDAMENTACI~N DE LA METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES l los terceros, morales (a la conducta libre en general, esto es, a las costumbres). Y aliora se plantea la cuestión: ¿cómo son posibles todos esos ! imperativos? Esta pregunta no desea saber cómo pueda pen- sarse el cumplimiento de la acción que el imperativo ordena, sino cómo puede pensarse la constricción de la joluntad que el imperativo expresa en el problema. No hace falta explicar en especial cómo sea posible un imperativo de habilidad. E1 que quiere el fin, quiere tambitn (en tanto que la razón tiene influjo decisivo sobre sus acciones) el medio indispensable- mente necesario para alcanzarlo, si está en su poder. l $ & pro- posición es, en lo que respecta al querer, analítica; pues en el querer un objeto como efecto mío está pensada ya mi causa- lid- como causa activa, es decir, el liso de los medios. y el imperativo saca ya el concepto de las acciones necesarias para tal fin del concepto de un querer ese fin (para determinar los medios niiimos condiicentes a un propósito hacen falta, sin duda, proposiciones sintbticns, pcro que tocan, no al fun- damento para Ii.i(t r 1c:i1 r1 :irlo clc la voliinta<l,sino al funda- mento pala li.i<(~ ir.11 cl ol)ic.io). (?uc p:ir.i tlividir i i r i . ~ línea en dos p;u tci igu.llcs, ~ I ' I I I 1111 I)I i i i c W ~ I I I O , tengo que trazar desde sui ctr(iiios dos :irco tlc cí~<iilo, es cosa que la matemática enselia, sin duda por proposi~ionessintbticas; pelo iina vez qiie sé que sólo mediante esa acción puede producirse el citado efecto, si quiero íntegro el efecto, quiero también la acción que es necesaria para él, y esto último si que es una proposición analítica, pues es lo mismo representarme algo como efecto posible de cierta manera por mí y representarme a mí mismo como obrando de esa manera con respecto al tal efecto. * Los imperativos de la sagacidad coincidirían, .enteramente con los de la habilidad y serían, como &tos, analiticos, si fuera igualmente fácil dar un concepto determinado de la felicidad. -Pues aquí como allí, diríase: el que quiere el fin, quiere tam- bién (de conformidad con la razón, necesariamente) los Únicos medios aue están wara ello en su noder. Pero es una desdicha que el c8ncepto de la felicidad seaLun concepto tan indetermi- nado que, aun cuando todo hombre desea alcanzarla, nunca pue- de decir por modo fijo y acorde consigo mismo lo que propia- mente quiere y desea. Y la causa de ello es que todos los ele- mentos que pertenecen al concepto de la felicidad son em$írid; es decir, tienen que derivarse de la experiencia, y que, sin em- bargo, para la idea de la felicidad se exige un todo absoluto, un máximum de bicnestar en nii estado actual y en todo estado futuro. Aliorn Ikn; r s impoii1)le que iin ente, cl m:is perspicaz posible y al niiwio tirnipo c1 m.ís podrioso, si cs finito, se haga un concepto detciiiiiii:itlo (lc lo qiic ~~opi;im<mic quiere en este punto. {Quiere ricluc~d~(:ii.íiiio> ciiiil,iiIoi,~ii.íiit:~ cnvidia, cuán- tas asechanzas no poi1r.l :iti:ictc con cl1:iI ¿í?iiicre conocimiento y saber? Pero quizái esto no ii:ig:i sino ci:irle iina visión más aguda, DE LA FILOSOFÍA MORAL POPULAR A LA METAFÍSICA 503 que le mostrará mris terribles aún los males que están ahora ocultos para él y que no puede evitar, o impondrá a sus deseos, que ya bastante le dan que hacer, nuevas y más ardientes nece- sidades. ¿Quiere una larga vida? ¿Quien le asegura que no ha de ser una larga miseria? ¿Quiere al menos tener salud? Pero, ¿no ha sucedido muchas veces que la flaqueza del cuerpo le ha , evitado caer en excesos que hubiera conietido de tener una salud perfecta? Etc., etc. En suma: nadie es capaz de determinar, por un principio, con plena certeza, qué sea lo que le haría verdade- ! ramentc feliz, porque para tal determinación fuera indispensable tencr omnisuencia. Así, pues, para ser feliz, no cabe obrar por principios determ'inados, sino sólo por consejos empíricos: por ejemplo, de dieta, de ahorro, de cortesía, de comedimiento, etc., la experiencia enseíía que estos consejoi son los que mejor fo- mentan por término medio, el Iiicnestar. De donde resulta que los imperativos (le I:i sagxcidad Ii:il>lnndoexactamente, no pueden mandar, esto ci, exponer objctivntiiente ciertas acciones como 5 - ccrarias prácticarncnte; hay que considerarlos más bien como con- sejos (consilia) que como mandatos (firacepta) de la razón. Así, el problema: "determinar con seguridad y universalidad qué ac- ción fomente la felicidad de un ser racional", es totalmente in- soluble. Por eso no es posible con rcspecto a ella un imperativo ' qiie mande en sentido estricto realizar lo que nos haga felices;' a porque la felicidad no es un icieal de la rayón, sino de la imagi- ' nación, que clesraiis:~en nicros fiiiidiimciitos empíricos, de los S cuales en v;ino se cspcrará qiic Ii:iy;in (le tlclcrinin:~riina ;icciOn por la cual se alcance 1.1 tol;di(l:itl (le iina xric, en rr:iliclail in- finita, de conseciiencias. E ~ t ciiiipc1,rtivo <Ir 1:1 s,ig:itid:~tlsería además -admitiendo qrie los mcdioi para 1lrg:ir n 1.1 felicidad pudieran indicarse con certeza- una proposición analíti<o-prácti- ca, pues sólo se distingue del imperativo de la lial~ili<lad en qiie en éste el fin es sólo posible y en aquél el fin está dado; pcro como ambos ordenan sólo los medios para aqueIIo que se supone ser querido como fin, resulta que el imperativo que manda que- rer los medios a quien quiere el fin es en ambos casos analítico. Así, pues, con respecto a la posibilidad de tal imperativo, no hay dificultad alguna. En cambio, el único problema que necesita solución es, sin duda alguna, el de cómo sea posible el imperativo de la mora- lj&cl, porque éste no es hipotético y, por tanto, la-necesidad re- prestada objetivamente no puede asentarse en ninguna supo- ,sición previa, como en los imperativos hipotéticos. S610 que no debe perderse de vista que no existe ejemplo alguno y, por tanto, manera alguna de decidir empíricamente si hay semejante iinpc- rativo; precisa recelar siempre que todos los que parecen cntc- góricos puedan ser ocultamente hipotéticos. Así, por ejeiriplo, cuando se dice: "no debes prometer falsamente", se admite qiic la necesidad de tal omisión no es un mero consejo encaininatlo a evitar un mal mayor, como sería si se dijese: "no delxs pronic.- ter falsamente, no vayas a perder tu crédito al ser dcscii1)ierto".
  • 17. sino que sc alirnla que una acción de esta especie tiene que considerarsc como mala en sí misma, entonces es categórico el impeiativo de la prohibición. Mas no se puede en ningún ejem- plo mostiar con seguridad que la voluntad aquí se determina -sin ningún otro motor y sólo por la ley, aunque así lo parezca; pucs siempre es posible que en secreto tenga influjo sobre la voluntad el temor de la vergüenza, o acaso también el recelo obscuro de otros peligros. ¿Quien puede demostrar la no exis- tencia de una causa, por la experiencia, ciiando ésta no nos enscfia nada más sino que no percibimos la tal causa? De esta j, manera, empero, el llamado imperativo moral, que aparece como tal imperativo categórico e incondicionado, no seria en realidad . / sino un precepto pragmhtico, que nos hace atender a nuestro provecho y nos cnsefia solamente a tenerlo en cuenta. Tendremos, pues, que inquirir enteramente a priori la posi- bilidad de un imperativo categórico; porque aquí no tenemos la ventaja de qiie la realidad del mismo nos sea dada en la cx- ¡ periencia y, por tanto, clc que la posildidad 1103 Fea iicccsriiia shlo para expli(;i~loy iio piia :i('~tI.iiIo.hí.iu ~~ioviioii,~liiirrite liemos dc conipieiitl~~i 11) igiiiciiic: <III<' ($1 i~iil)vi.~tivo (6~lcgO~i~o es el Úiiico que c CXIJI(~.L LII I I Y ~ > ~ ~ i < l i ~ . t , ) lo 11i11i.i jiiil)c~:i- tivos pueden llauic~ix firi?~~i/)io$, pcio no Icycs tlc la voluntad; porque lo qne es necesario haccr s610 corno medio para con- seguir un piopúiito cualquiera, puede considerarse en si como contingente, y en todo momento podemos quedar libres del prc- cepto con renunciar al propósito, mientras que el mandato in- condicionado no deja a la voluntad ningún arbitrio con respecto al objeto y, por tanto, lleva en sí aquella necesidad que exigimos siempre en la ley. En segundo lugar, en este imperativo catcgóiico, o lcy de la inoralidad, es muy grande también el iiint1:irncnto (le la rlificul- tad -de penetrar y conocer la poiil)ili(l;itl (1~1 iiiiiiio-. Es una proposición sintktico-práctica 1 n pimt, y l)ucio que e1 conoci- miento de la poqibilidad de (>t.i cl>ccie de propoiiciones fuC ya muy difícil cn Ia filobolia tccíii<:i,f.ici11nente se puede infe- rir que no 10 1ial)r:i (Ir ( r iiiciio~cii la práctica. En este piol~lcinacii.iy.iiciiioi primero a ver si el niero con- cepto de i i r i iin]m.itivo c~~iegí~iico no nos proporcionari acaso ' ' , también la 161inu1,i del iiiismo, qiie contenga la proposición que pucila sci. un iinpeiativo categórico; pues aun cuando ya sepamos c<iiiio dice., toclavia necesitaremos un esfuerzo espe- cial y dificil I).ir,L saber cómo sea posihle este manclato absoluto, y ello lo ilej;iictiio~Ima el iiltimo capitulo. - 1 Enlazo con 1.i valiiii~ad, sin conilicibn prcsupueíta de ninguna inclinación. el acto a priori y. por t.?nLo. nrccsariamcnte (ai~n<~ur sÚlo ob~ctiv~mente. csto es. bajo la idea de un2 razkn quc tciiiy plcno podcr sobre toilas las causas sub- jctivas de movimiento). Es &tr. piirs. iiii.i proposiciún pr5rtica. que no dcriva anaiíticamcilte el querer un.i .tcciÚii dc uii.i .intariormciitc prcsvplicsta (pues no rencmos voluntad tan pcrfccta). sino qiic lo enlaza con 1.1 conccpto de la vo- lutitad de un sor raciond inmcdiai.iiiiciitr. conio ~ l g o que no csti en ella contenido. n l DE LA FILOSOFÍA MORAL POPULAR A LA METAFÍSJCA 505 Cuando pienso cn general un imperativo IaipotLtico, no sé clc ' ' J ' ' antemano lo que contendr&;no lo u? l i a ~ i i qne la condición me 1 es dada. l'cio i pienso un imperativo categórico, ya sé al punto lo que conLicnc. Pues como el imperativo, aparte de la ley, no contiene niár que la necesidad de !a máxima 1 de conformarse con esa ley, y la ley, cmpero, no conticne ninguna condición a que este liniitada, no queda, pues, nada más que la universalidad de una ley en general, a la que ha clc conformarse la mixima de la accibn, y esa conformidad es lo único que el imperativo reprcseritai propiamente como necesario. - El iinperadvo categórico es, pucs, íinico, y es como siguc: , ( ;r't obra selo segdn una mcixitna tal que puedas querer al mismo tiempo que se tome ley urii.ucr.ia1. -. AIiora, si de cstc iiiiiro inipoi;~livopurtlen derivai-sc, como de su principio, fotlo:; los iiiil)crativos del delwr, poclreinos -aun (! cii;iiiclo tlcjciiios sin clccidir si eso que 1lam;inios deber no será acaso iin conccplo vacío- al mcnos mostrar lo que pensamos al pensarel deber y lo que cste concepto quiere decir. La universalidad de la ley por la cual suceden efectos cons- tituye lo que se llama naturaleza en su mAs amplio sentido (se- ,! gíin la forma); esto es, la existencia de las cosas, en cuanto que est6 determinada por leyes universales. Runlta de aquí q u e el imperativo universal del deber p u d e foiniiilarse: obra como : si la mtisima de tic acciOn rlcbion I~mrorsr,i~or iu volt~i~iad, lcy utaiuersal de la wilwcrl<:zn. Vamos aliora a c.iiiiii11:r;ir ;I~J:IIIII~:; (I(.l)r.i.c:;, scy'~ii1:i tlivisicín co- i,; rriente que se lracc (1. clln en (l~~l)t:~x~s 1);t1,;1 WII nosoin~swis- nios y para con los dcmás Iionil>rcs,dclxrcs pcrl'ictos e iiiipcr- fectos 2. I Q Uno que, por una serie de dcsgraciac 1inrl:iiitcs con la clcs- i esperación, siente despego de la vida, tiene ahn 1~ast;iuteraz611 para preguntarse si no sed contrario al deber consigo inisino el 1J quitarse la vida. Pruebe a ver si la m;i-cima de su acción puedc < - , ' tornarse ley universal de la naturaleza. Su mixiina, empero, es: Iihgorne por egoísmo un principio de ahreviar mi vida cuando ésta, en su largo plazo, me ofrezca más males que agrado. TrA- tase ahora de sabcr si tal principio del cgoisino puede ser una ley universal de la naturaleza. Pero pronto se ve que una na- turaleza cuya ley fuese destruir la vida misma, por la misma La mixima es el principio subjetivo de obrar, y dchc distin~uirscdel prin- cipio objctioo; esto CS.la Iry prictica. Aquél contiene la regla prictica que dctcr- mina la rezbn, de confosmidxi con las condiciones dcl sujeto (murhas vcccs la ignorancia o tambiCn las inclinaciones dcl misma) : es, p!ios. el prinripio scgún el cual obra cl sujeto. La ley. empero, es el principio objetivo, vMido para todo sor raciontl: es cl principio scgún el c i d debe o5rar. csto cs. un imperativo. a Hay que advcrtir rn cste punto one me rxervo 11 dinisián dc lo* <Icl*crrr P21.i una futura Metnfisica de lor rosturkhrcs: esta que sbora oso es s6lo iina ili- visión cualqnicra para ordenar mis ejemplos. Por l o dcmis, rriticndo ar111í imr #Ir bcr pcrfecto cl que no adniire crc~pci6nen favor de 1-s inclin~cio~ics cniriii<<.v trnro drhrres pcrfettos, no sólo c-;rorr!cr. si:o r?ln!-;Eri interno-. rnsx i l ~ i c i o n . trx!icc cl uso de las p ~ l a h n srn lis rsrricli~:nrw :.iui no i n r r n l o inrilir,it.lo. ,pcrq~~c es indifcrcnie para mi propósito que c!!o s i aiiaita o no.
  • 18. 506 F U N D A M R N T A C I ~ N DE L A METAFÍSICADE LAS COSTUMBliRS sensación cnya determinación es atizar el fomento de la vida, sería contrndictoria y no podría subsistir como naturaleza; por tanto, aqnc!la máxima no puede realizarse como ley natnr;il univcrsal y, por consiguiente, contradice por completo al priti- cipio supremo cle todo deber. 29 Otro se ve apremiado por la neccsidad a pedir dinero en prbstamo: Bien sabe quc no podrá pagar; pcro sabe tambibii 0. que nadie le prestar5 nada como no prometa formalmente dc- volvcrlo en determinado tiempo. Siente deseos de hacer tal pro- mesa; pero aun le qneda conciencia bastantc para preguntarse: 2110 está prohibido, no es contrario al deber salir de apuros de esta manera? Supongamos qiie decida, sin embargo, hacerlo. SLI máxima dc acción sería ésta: cuando me crea estar apurado de dinero, tomaré a préstamo y prometeré cl pago, aun cuando , , sb que no lo voy a verificar nunca. Este principio del egoísmo o de la propi:~utilidad es quizá muy compatible con todo mi fii- tnro 1)icncsi:ir. I'rro la..cucstih aliorn hta: ¿es cllo Iícilo? .. l i:insToriiit~. l)i~(.s. I:i riij;tmc.i;i tlvl r;;oisiiio rii I I I I : ~Ivy iinivc~i:;:il y (lispongo ;isl I ; i ~)I.~~:IIIII:I: ? ( [ I I ~ S I I < ~ I V ~ ~ ~ I ~ ~ : I si i i i i iii:uiiii:~si: torti:is(: iiiiivt~i~s:ili I':II ::~i:iiiil;iv i , o ~ I I I ( ' I I I I ~ I I . ; ~ ~ I I I I Y I ( < V;III,I. coiiio ]('y JI:I~III.;I~ i i i i i v t ~ i : ; ; i l . i i i toiiv(.i~ii. ~,iii::i~;i, i i i i : , i i i ; ~ . !:itio I I U I ' sicniprc li;~tic: srsr t.oiiir;iclic:loi.i;i. I1ii(.sI:i iiiii~c~i~~;:ilitl:i~l (11. I I I I ; ~ lcy q w diga que quicn crc:i csLar npu~irlol)uul<rproinr1cr lo que se le ocurra proponibndose no ciimplirlo, liaría imposil)lc la promesa misma y cl fin que con ella pueda obtenerse, pucs nadie creería que recibe una promesa y todos se reirían de tales manifcstacioncs como de un vano engaño. 39 Un tercero encnentra en si cierto talento que, con la ayn- da de alguna cultura, podría hacer de 61 un hombre iitil cn tli- - . fcrentcs aspectos. Pero se encuentra cn circiinstünci:is chniod;is y prefiere ir a la caza de los placeres quc esforzarse por :inipli:ir y mejorar sus felices disposicioiies nntnr;ilrs. l'<:ro sc prr!:nnta si su máxima de dejar sin cultivo sns dotcs n:itur;ilcs se coirip:i- dcce, no sólo con su tendencia a la pcreza, sino tainbi6n con eso que se llama el deber. Y entonccs ve que bien puede siibsistir nna natiiralcza que se rija por tal ley univcrsal, aunque el hom- bre -como hace el habitante del mar del Sur- deje que se en- niohcican sns talentos y entregue su vida a la ociosidad, al re- gocijo y la reproducción; cn una palabra, al goce; pero no pue- de quewr que ésta sca una ley natural univcrsal o que est6 imprcsa en nosotros como tal por el instinto natural. Pues como ser racional neccsariamente quiere que se desenvuelvan todas las facultadrs cn 61, porque ellas le son dadas y le sirven ~):II':I toda suerte <Ir posibles propósitos. //?.Una cuarL:i pcwonn. a quien le va bien, ve n otrns Iiicli:iiitlo contra grandcs dil'iciilindes. Z1 podría aynclarlcs; ~irroI)~<'ILS:I: ¿qué me importa? lQuc cada cual sea lo fcliz ( ~ I I C ' c.1 ciclo o i.1 mismo quiera Iiaccil(~:n:itl;t voy a quitarle, ni sicliiirrii le tendré envidia: no tengo ganas de contribuir a su 1)ic:iicsi:ir o a su ayu- da en la necesidad1 Ciertamente, si tal motlo de pensar fuese DE L A FILOSOFÍAMORAL POPULAR A L A METABÍSICA r)017 una ley univcrsal dc la natiiiiilua, podiia muy bien sul>si~ii la raza liiiinaii:~,y, bin duda, mejor aún que cliarlando todos tlc compasión y I~cncvolcncia,ponderindola y aun ejerciéndola rii ocasioncs; y en cainbio, cngaííando cuando pueden, traficando con el derrdio de los hombres, o lesionándolo en otras mane- ras varias. l'cro aun cuando es posible que aquella máxima se mantenga con10 ley natural universal, cs, sin embargo, imposi- ble quwl'c que tal principio valga sienipre y por doquiera como ley natural. Pues iina voluntad que así lo decidiera se contra- diría a si misma, pucs podrían suceder algunos casos en que nccesitase del amor y compasión ajenos, y entoncei, por la misma ley natural oriunda de su propia voluntad, veríase pri- vado dc toda esperanza de la ayuda que desca. ihtos son algunos de los inuclios debcrcs realei, o al menos considerados por nosotros como tales, ciiya derivación del prin- cipio único citado salta clnlanientc a la ~ista.I'lay que poder qucrer que i11i.i ináxiiiia de nuestra acción sea EYÜniEEd: tal es cl canon dcl jnicio moral de la nii~rria,-&-gGiefil.-~41- gimas acciones son de tal modo constitnídas, que su máxima no puede, sin contradicción, scr siquicra pensada como ley na- tural universal, y muclio menos qiie se pueda querer qne deba serlo. En otras no se encuenLra, es cierto, esa imposibilidad in- tcina; pero es imposible perer que su máxima se eleve a la ntiivcisaliilatl dc nn:i lry n.il iiinl, porqne tal voluntad scría c<)nt~~~ili(Io~i<~ <oni:o III~III.I. IIs f.í~il ri qiic las piimeras con- Lindi(cn al tlrlic~ciii(io - iiicludil)lt~-, y I,i ~ c ~ ~ ~ n ~ l : ~ s , a1 dcber ainplio - niciitoiio-. Y a¡, todos los tlt-l~cirj,cn lo qne toca al modo clc obligar -no al objeto de la acción-, qiicdan, por medio de estos ejeniplos, considerados integramentc en su ile- pendencia del principio único. Si ahora atendemos a nosotros mismos, en los casos en que contravenimos a un deber, liallaremos quc realmente no que- remos que nuestra mixiina deba ser una ley universal, pues ello es imposible; mis bien lo contrario cs lo que debe mantenerse como ley univcrsal. Pero nos tomamos la libertad de hacer tina exceptiú~~ para nosotros -o aun sólo para este caso-, cn pro- vecho de nuestra inclinación. Por consiguiente, si lo considera- mos todo desde uno y cl mismo punto de vista, a sabcr, el de la razón, hallaremos una contradirción en nuestra propia voluntad, ' a saber: que cierto piincipio es necesario objetivamente coino ley universal, y, sin embalgo, no vale snbjetivamente con uni- veysalidad, sino que ha de admitir excepciones. Pero noiotios consideramos una vez nuestra acción dcsde el punto de vista dc una voluntad conforme enteraniente con la razón; y la otra vez consideramos la misma acción dcsde el punto de vista de una voluntad afectada por la inclinación; de donde resulta qiie no hay aqui realmente contradicción alguna, sino una resisten- cia de la inclinación al precepto de la razón (antagonismo); por donde la universalidad del principio tórnase en mcra validez comiin (generalidad), por la cual el principio práctico de la
  • 19. 508 F U N I > A ~ ~ ~ ~ ~ N T A C I ~ N DE LA RSETAF~SJCA DE LAS COSTUMBRES rwón dilx coincidir con la mixima a mitad de camino. Aun cuando eslo no puede justificarse en nuestro propio juicio, iiii- parcialmcrite dispuesto, ello demuestra, sin embargo, que icco- noceinos realmente la validez dcl imperativo categórico y sólo no peiiuitiinos -con todo respeto- algunas excepciones que nos 1 ~ - rccen insigniiicantes y forzadas. 1 Así, pues, heinos llcgado, por lo menos, a este resultado: quc , / l si el deber es un conccpto que dcbc contener significación y le- gislación real sobre nuestras acciones, no pncde expresarse miis que en iinperativos categóricos y de ningún modo en imperati- vos hipotéticos. También tcnemos -y no es poco- expuesto cla- ra y determinadamente, para c:ialcluier uso, el contenido $ e J iinjerativo categórico que debiera enceirar el principio de todo deber--sí tal hubiere-. Pero no heiuos llegado aún al punto de podcr demostrar a priori que tal imperativo realmente exis- te, que hay una ley practica que manda por sí, absolutamente y sin ningiiii resorte inipiilsivo, y qne la obediencia a esa ley es deber. Tenicntlo VI 1>1op&ilot1c Iliy:.ir :i t.io. ( Y tlt. 1.1 iii.iyor irn- portancia cltai:~r~ut~t(l.i 1-1 .1(1vot1 II(I.I. 1111. ,1 I I , I ~ ~ I ( , 11. O ~ I I ~ I L I aeiivar la rc;ilitl,~ltlc VV. 1)iiiitil~io (1, /ir / ~ ~ o / ~ r t ~ / r i t l ~ ~ . ~ l m / i < u - lares de la ? ~ n l l ~ i c t l c zcc /111mar1(1. 1 1 I_~IcIKT IIJ q UIM n ~ c ~ ~ i ( h 1 pr8ctico-i1~~oiidicio1lddn (le la accicíii; lia de ,ilcr, pues, para todos los-scrcs racionales -que son los únicos a quienes un im- perativo puede referirse-, y sólo por eso ha de ser ley para to- das las voluntades humanas. En cambio, lo que se derive de la ebpecial disposición natural de la Humanidad, lo que se derive de cicrtos sentimientos g tendencias y aun, si fuere posible, de cierta especial dire~ciónque fucre propia de la razón humana y no hubiere de valer necesariamente para la voluntad cle toc!o scr racional, toclo eso podrá darno? una in8siina, pero no una ley; podrá darnos un principio hnl)jciivo, scgíin t.1 cual tcndre- lnos inclinación y tcndeiicia : i oi)i:ii, lmo no un piincipio obje- tivo que nos obligue a obi:ir, :iun cii:intlo nucstra tendencia, inclinación y disp~Gci6iiii:i(iii.iI hc.111 contiaiins. Y es más: t - ta-mayor ser9 1.1~il)liiiiitl.111, 1.1 tligiiitlnd iiitcrior del g a n d a o en un dcl~cr,cm1110 nlt 1io1c S C ~ las cxusas subjetivas cn pro y-mayor& I;is, cii coiiti,~, 411 por ello dcliilitar en miis iníni~ne la constrhccióii por la ley ni disminuir en algo su v~did~z. Vcmos aqui, cn realidad, a la filosofía en un punto de vista desgraciado, que debe ser firme, sin que, sin embargo, se apoye en nada ni penda de nada en el ciclo ni sobre la tierra. Aquí ha de demostrar su pureza coino guardadora de sus leyes, no como heraldo tlc las qiic le jniiníie algiui sentido impreso o no sé qué natilr:iieza tutora; 10s CLI;I~CS, aunque son mejores que na- da, no pueden iiiin~apropor~ioii.irl)rincipios, porque éstos los dicta la razón y han tlc tri1t.r su oiiarn ioi:iliricntc a j~rioriy con ello su aritorid;icl iiitp<~i,i~iv:t: iio cpcs.ir ri:itla de la incli- nación liunian;~,sino :igii.iitl.iilo toclo clc la suprema autoridad ck la ley y dcl respeto a la i n i s ~ ~ , o, en otio caso, conc1eiiTi al hombre a despreciarse a sí mismo y a eseciarse en sii interioi. Todo aqnello, pues, que sea empírico es una adición al prin- cipio de la ino~alidady, como t a L n a & l l - i n a f l i ~ i n o alta- mente+erjuúicial para la pureza de las costumbres mismas, en las cualcs cl valor piopio y superior a todo precio de una vo- luntad alisolutainente pura consiste justamente en que cl prin- cipio de la acción esté libre de todos los influjos de motivos con- tingentes, que sólo la experiencia pucde pioliorcionar. Contra esa negligencia y hasta bajeza del modo de pensar, que busca el principio en causas y leyes cnipíricas de movimiento, no seri nnnca demasiado frecuente e intcnsa la reconvención; porque la razón humana, cuando se cansa, va gustosa a reposar en esa pol- trona, y en los ensueíios de dulces ilusiones -que le hacen abra- zar una nnbe en 111pr (Ir Jiino- ~nlntituyea la moralidad un basLnitlo toiiipiic.to tlc iiiiciiilnin piocrdcntcs dc dirtintos ori- gciics y rlw ~ I I C L C a Lodo 10 ~ I I C sc quleia vcr cn él, sólo a la viitiicl no, pala quien la haya visto una vez en su veidadera figura 1. La cuestión es, pues, ésta: jes una ley necesaria $)ara todo los seres racionales juzga- siempre sns acciones s c g h miixiinss tales que puedan el!os qnerer que deban servir de leyes uni- 4 1 , versales? Siasí es, hab1:l clc estar -cnteiari~eng-E-priori- cnla- , 7ada ya con el concepto de la voloiitad clc un sci rncionX-& g n g ~ l . Mas p n a tlescubiir tal mlnce lince f~lta,aiinclii~se resida uno ;l t.110, tl.tr un l ~ i w in"Is y ciiLs,,r (-11la mcl.~iíka, 1, annquc m 1 iiii.i cs1~1.1 <Lc 1:1 n~c~:~fi~sc,~ (IUC c5 distinta de la de la filosoJí,i csj>rx u1.1iiv.1, y ( 5 a s.ilici: 1:~ mctaCí~ic:~ de_!- c g p ,$umbres. En una filosoii- l)l;íctic.~~ 12x1 (lonclc no se trata para nosotros de admitir-fiun~aii~eriloa de lo quc surcdc, sino leycs dc,) lo que debe suceder, aun cuando el!o 1 1 0 suceda iimca, ríto cG;, leyes objetivas prácticas; en una filosofía pr"ictica, diso, no nc- cesitainos instaurar investigaciones ncerca de lo? fiindanicntac de por qué unas cosas agradan o desagradan, de cómo el placer de la mera sensación se distingue del gusto, y &atede una satisfnc- ción general de la ra76n; no necesitamos investigar en qué des- canse el sentimiento dc placer y dolor, y cbmo de aqui se origi- nen deseos e inclinacioces y dc ellas m:ii:nas, por la inteivenciiin de la razón; pues todo eso pertencce a una psicologia eii~pírir;~, que constituiría la segunda p i t e cle la teoi!a de la naturalc~.~, cuando se la consideia coino jzlo30fia de la natv~uleza,en cnnn. to que esta fundada en leyes etizpiricas. Peio aquí se tiaia dv leyci objetivas practicas y, por tanto, de la r5la5i611 de un:t o Iiintad consigo misma, en cuanto que se detcrinifia &lo 1)oi 1.1 iazón, y todo lo quc tiene relaci61i con lo einpirico cac tlr I I ) O ; Contemplar la virtud en su verdadera f&ra no significt otra cos.1 ( 1 ~ 1 . 1 ~ 1 l l ' - stntar la moralidad despojadi de todo lo sensible y de todo adorno. i i . ' i > i ! i ~ ~ , ~ ~ i ~ . o egoísmo. Fácilmente puede cudquieia. por medio del mbsZíGiiio i.iiu.iyi> ilr & t i razón -con tal de que no esté iiicapxita<!a para roda abrrr.icciGi> ~ i ~ i i v i , i i i c . i . i c de cuánto obscurece la mo:alid~d todo lo que aparece a 12s i n < . l i t 1 8 i i w 1 ~ , i * * n t n t ~ cscitante.