Aquellos que antes tenían rasgos de carácter difíciles como ser incorregibles, inflexibles y tercos, una vez transformados por Dios, llegan a ser los mejores ministros para la obra de Dios. Aunque antes eran difíciles de corregir, una vez que su carácter es transformado por la levadura del Evangelio para conformarse a la voluntad de Dios, esos mismos rasgos que los hacían difíciles ahora los hacen ideales para llenar puestos de confianza en la obra del Señor.