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002. LA DECISIÓN DEL CONDE Y EL AMOR DE LA CONDESA.
En la fértil, rica y agradable isla de Inglaterra vivía un caballero muy valiente, de familia noble,
y con muchas virtudes que, por su gran sabiduría y gran ingenio, había servido mucho tiempo en el arte
de la caballería con grandísimo honor. Su fama era conocida y celebrada en todo el mundo y su nombre
es Guillermo de Varoich.
Este era un caballero muy fuerte que, en su viril juventud había experimentado mucho en su
noble persona el ejercicio de las armas haciendo guerras, tanto en mar como tierra, y había llevado
muchas batallas a buen fin. Él había estado en siete batallas campales, que son aquellos hechos de guerra
decisivos donde entran en combate todas las tropas disponibles, donde había rey o hijo de rey, y por
encima de los diez mil combatientes, también entró en cinco combates en el espacio cerrado para torneos,
y uno por uno, de todos obtuvo la honrosa victoria.
Cuando el virtuoso conde tenía la edad avanzada de cincuentaicinco años, movido por la divina
inspiración, se propuso retirarse de las armas y hacer peregrinación, yendo a la Casa Santa de Jerusalén,
donde todo cristiano debe de ir, si le es posible, para hacer penitencia y rectificación de sus faltas. Y este
virtuoso conde quiso ir, pues él tenía sufrimiento por el dolor que le producía el poder haber ofendido a
Dios, motivo por el cual estaba muy arrepentido de haber pecado ofendiéndolo, con las muchas muertes
que en su juventud había causado, siguiendo las guerras y batallas donde había estado.
Y hecha esta reflexión, por la noche le dijo a la condesa, su esposa, su inminente salida, la cual se
lo tomó con mucha impaciencia. Su propia condición femenina rápidamente reaccionó, y no pudo resistir
el demostrar lo muy enfadada que estaba por muy virtuosa y discreta que ella fuera, y por el mucho amor
que le tenía.
Por la mañana, el conde hizo venir delante de él a todos sus servidores, (personal a su servicio),así fueran
hombres como mujeres, y les dijo las siguientes palabras:
- Hijos míos y muy fieles servidores, a su majestad divina que es Dios, le gusta y quiere, que yo
me tenga que ir y no sé si podré volver, así le gusta a Jesucristo, este será un viaje muy peligroso,
por lo que ahora en este momento, quiero pagar, a cada uno de vosotros el buen servicio que me
habéis dado.
El conde sacó una gran caja con monedas, y a cada uno de sus servidores le dio mucho más de lo
que les debía, y todos quedaron muy contentos. Posteriormente hizo la donación a la condesa de todo el
condado, con todos sus derechos, si bien es cierto que el conde tenía un hijo, este tenía muy poca edad. Y
había mandado hacer un anillo de oro, con sus armas y las de la condesa. Este anillo estaba hecho de tal
manera, que se podía separar por el medio, quedando cada parte como un anillo entero, y la mitad de
cada uno tenía sus armas, y cuando se ajustaba, se mostraban todas las armas juntas.
Y cumpliendo con lo dicho antes, se giró a la virtuosa condesa y con cara muy amable, le dijo
estas parecidas palabras.
- La experiencia nos demuestra que tengo vuestro verdadero amor y amable condición, señora
esposa, esto me hace sentir mayor dolor del que pudiera sentir, y por vuestra mucha virtud yo os
amo. Un amor que está por encima de todo, muy fuerte y muy excesivo, motivo por el que mi
alma siente mucha gran pena y dolor, cuando piensa que no estaréis a mi lado, pero la gran
esperanza que tengo me consuela, teniendo noticias de vuestras virtuosas obras, y estoy seguro
de que con amor y paciencia os tomareis que salga de viaje. Y si Dios quiere, mi viaje, gracias a
vuestras justas oraciones y peticiones humildes a Dios, pronto habrá acabado y aumentará
vuestra alegría.
- Yo os dejo señora todo lo que tengo, y os suplico que tengáis como recomendados a el hijo, los
servidores, 7vasallos, (personas que dependen de un señor), y la casa, y aquí está una parte del anillo que yo
he hecho hacer, y os suplico muchas veces que lo tengáis en lugar de mi persona, y que lo guardéis
hasta que yo vuelva.
- ¡Ah triste de mí! –dijo la dolorida condesa–; ¿Y será verdad, señor, que os tenéis que ir sin mí?
Al menos, hacerme el favor de que os acompañe, para que os pueda servir, que yo prefiero la
muerte que vivir sin vuestra señoría, y si hacéis lo contrario, el momento en que acaben mis
últimos días no sentiré mayor dolor, del que ahora siento. Todo mi ser, y mi capacidad de
entender, desea que sintáis la extrema pena que mi cuerpo dolorido tiene, cuando siente que no
estaréis a mi lado. Decirme señor, ¿es este el placer y satisfacción que yo esperaba de vuestra
señoría? ¿Este es el consuelo de amor y fe conyugal que yo tenía de vos? ¡Ah mísera de mí!
¿Dónde está la grandísima esperanza que yo tenía que, para el resto de mi vida vuestra señoría
estaría junto a mí? ¿Mi dolorido tiempo de viudedad no había durado bastante? ¡Ah triste de mí,
que toda la esperanza veo perdida! ¡Qué venga la muerte a por mí, porque nada ya me puede
servir, vengan los truenos y los relámpagos y una gran tempestad, para que todo esto pare a mi
señor, y que no se pueda ir de mi lado!
- ¡Oh condesa y señora! Muy bien conozco que el extremo amor que me tenéis os hace pasar los
límites de vuestra gran discreción. –dijo el conde–. Vos debéis pensar analizando con atención
que, así como Nuestro Señor Dios, hace el favor al pecador de tener el conocimiento de sus pecados
y faltas morales, y el pecador quiere hacer penitencia de estos, que la mujer que tanto ama su
cuerpo, debe amar mucho más su alma y no debe oponerse, porque antes debe dar las gracias a
Nuestro Señor Dios cuando le ha querido iluminar, y yo que he sido un gran pecador que en el
tiempo de las guerras he hecho tantos males y daños a tanta gente, ¿no es ahora, el mejor momento
ya que me he apartado de las grandes guerras y batallas, qué dedique todo mi tiempo al servicio
de Dios y haga penitencia de mis pecados, más que vivir de los simples negocios?
- Buena cosa seria esa –dijo la condesa–, pero no veo por qué este cáliz de dolor se ha beber y es
además tan amargo para mí, que he estado tanto tiempo, que no se podría contar, huérfana de
padre y madre y viuda de marido y señor vivo. Yahora que pensaba que mi suerte había cambiado,
y que todos los males pasados tendrían remedio, yo veo mis tristes dolores aumentando, porque
podré decir que no me queda más que este miserable hijo en prenda de su padre, y la tristeza de
la madre que se tendrá que conformar con él.
Agarro a su hijo pequeño por los pelos y se los estiró y con la mano le dio en la cara diciéndole:
Hijo mío, llora que tu padre se va, y harás compañía a la triste de tu madre.
Y el niño pequeño, que no tenía más de tres meses, desde que había nacido, se puso a llorar.
El conde, al ver llorar a la madre y al hijo, tuvo mucha tristeza, y queriendo consolarla no pudo
retener las lágrimas al ver a sus amores, demostrando así el dolor y la compasión que tenía por la madre
y el hijo, y por un buen espacio de tiempo estuvo que no pudo hablar, sino que los tres lloraban. Cuando
las mujeres y doncellas de la condesa vieron a los tres llorar hasta tal extremo, movidas de gran
compasión se pusieron todas a llorar y a hacer lamentaciones, por el mucho amor que le tenían a la
condesa. Las mujeres de honor de la ciudad sabiendo que el conde tenía que irse, corrieron todas al castillo
para poder despedirlo. Cuando estuvieron dentro de la habitación, se encontraron que el conde estaba
consolando a la condesa.
Cuando la condesa vio entrar a las honradas mujeres, espero que se sentaran y después les dijo
estas parecidas palabras:
- Suavizando los esforzados asaltos que, en el coraje femenino, desesperadas elecciones y muy
grandes disgustos, procuran causar en mi ánimo un efecto moral, gran y fuerte es el dolor de mi
espíritu, y es la causa de mis injustos dolores físicos los cuales también os pueden pasar a
vosotras, mujeres de honor, conocidas y acompañantes en la demostración de este sentimiento.
Así a vosotras, mujeres casadas, dirijo mis llantos y os hago ver mis grandes pasiones, para que
mis males los hagáis vuestros, pasando el mismo dolor que yo, como si parecido caso al mío fuera
el vuestro. Y así pasando el dolor que podríais tener, vosotras tendréis compasión del mío, qué
me pasa ahora, y en las orejas de los que leen en mi dolor se oirá una señal tan fuerte, por los
males que me esperan, que me compadecerán, porque la permanencia de los hombres no se
encuentra. ¡Oh muerte cruel! ¿Por qué vienes a quien no te quiere y huyes de los que te desean?
Todas aquellas mujeres de honor se levantaron y suplicaron a la condesa, que hiciera el favor de
dar espacio a su dolor, y juntamente con el conde los consolaron de la mejor manera que podían, y ella
comenzó a decir:
- No es cosa nueva para mí la abundancia de lágrimas, porque esta era mi costumbre en los diversos
tiempos y años cuando mi señor estaba en las guerras de Francia. Yo nunca tuve un día sin
lágrimas, y según veo, lo que me queda de vida la tendré que pasar con nuevas lamentaciones. Lo
mejor para mí sería pasar durmiendo mi triste vida, porque no sentiría las crueles penas que me
atormentan y dañada de tal vivir sin la esperanza de ninguna consolación diré: los santos, que
tienen gran honor, y que sufrieron martirio por Jesucristo, yo como ellos quiero sufrir por vuestra
señoría que sois mi señor. Y de ahora en adelante hacer lo que queráis, porque mi destino, no me
da el consentimiento, por ser vos mi marido y señor. Por eso quiero que vuestra señoría sepa
tanto de mí, que sin vos estoy en el infierno y cerca de vos en el paraíso.
Acabando la condesa sus dolorosas lamentaciones, hablo el conde de la siguiente manera.
- Grande es la alegría que mi alma tiene de vos, condesa, por el sonido de las últimas palabras que
me habéis dicho ahora. Si la majestad divina quiere, mi vuelta será muy pronto para aumento de
vuestra alegría y la salud de mi alma. Y en cualquier sitio que yo este, mi alma estará con vos
continuamente.
- ¿Qué consuelo puedo tener yo de vuestra alma sin el cuerpo? – dijo la condesa –. Más bien estoy
segura de que por el amor de vuestro hijo os acordareis alguna vez de mí, que, el amor de lejos es
como el humo que el viento se lleva ¿Queréis que os diga más, señor?, más es mi dolor, que no es
vuestro amor, que si fuera así como vuestra señoría dice, creo que os quedaríais por el amor que
me tenéis. Además ¿De qué le sirve el 8crisma, (aceite usado en el bautismo), al árabe si no conoce su
error?, ¿Cuánto vale el amor de mi marido, si a mí no me vale nada?
- Condesa, señora – dijo el conde –, ¿Queréis que ponga fin a estas palabras?, para mi es una
obligación irme, y el irme o el quedarme está en vuestra mano.
- ¿Qué más puedo hacer? – dijo la condesa–, entraré en mi habitación para llorar mi triste
desgracia.
El conde sintiendo mucho la dolorosa despedida de ella, la beso muchas veces, lanzando de sus
ojos muchas lágrimas, y todas las otras damas le hicieron una gran despedida y con tanto dolor que, no
se puede explicar con palabras.
Cuando se fue solo se quiso llevar un solo escudero. Y saliendo de su ciudad de Varoich, se
embarcó en una nave, y navegó conpróspero viento. Durante el transcurso del viaje, él llegó a Alejandría,
sin haber caído en peligro.Salió a tierra, con buena compañía, e hizo el camino a Jerusalén, y cuando
llego a Jerusalén, él se confesó bien y de manera cuidadosa, de todos sus pecados y recibió con grandísima
devoción el precioso cuerpo de Jesucristo, y allí hizo mucha oración con mucho fervor, (sentimiento), y
muchas lágrimas, y con gran dolor de haber pecado ofendiendo a Dios, por lo que mereció obtener el
santo perdón.
Y habiendo visitado todos los otros santuarios que estaban en Jerusalén, volvió a Alejandría,
donde se embarcó en una nave y paso a Venecia, y al llegar a Venecia, dio todo el dinero que le quedaba
a su escudero, porque le había servido bien y le coloco en matrimonio, para que no se preocupara de volver
a Inglaterra. Entonces hizo correr la voz por el escudero que estaba muerto, y se las ingenió para que los
mercaderes que se escribían con Inglaterra dijeran que el conde Guillermo de Varoich había muerto al
volver de la Casa Santa de Jerusalén.
La virtuosa condesa, cuando supo la nueva noticia, tuvo una gran pena y le hizo el más grande
duelo de todos, también le hizo hacer un entierro propio de un caballero tan virtuoso como era merecedor.
Después de un tiempo, el conde se volvió a su propia tierra, solo, con el pelo largo y blanco hasta las
espaldas, y la barba hasta la cintura toda blanca, y vestido con el hábito de san Francisco, el que tiene
honra y está feliz con Dios en el cielo. El conde con su nuevo aspecto vivía solo de la caridad de los demás,
y secretamente se puso en una devota ermita de Nuestra Señora, señora nuestra, la cual estaba a muy
poca distancia de su ciudad de Varoich.
Esta ermita estaba en una montaña que es alta, en un entorno muy agradable, entre arboles de
gran espesura, y cerca de una fuente de agua muy clara que corría. Este virtuoso conde se había retirado
en esta desierta habitación haciendo vida solitaria para huir de hacer negocios, con el fin de que a sus
faltas morales les pudiera dar más mérito en su penitencia, e insistir en su virtuosa vida, viviendo de
limosnas. Una vez a la semana él iba a su ciudad de Varoich, para pedir caridad. Él era desconocido por
las gentes, al llevar tan gran barba y un pelo tan largo, pedía sus limosnas e iba a la condesa, su esposa,
para pedirle caridad, la cual, al verlo pedir con tan profunda humildad, le hacía dar mucha más caridad
que a todos los otros pobres. I así pasaba por algún tiempo su pobre y miserable vida.
7 Vasallo. En la época feudal, persona que dependía de un señor, y se ponía al servicio, el cual le daba protección y la jurisdicción sobre la tierra de su feudo,
a cambio de unos determinados servicios y estaba bajo su autoridad absoluta, no democrática.
8 Crisma. Mezcla de aceite y bálsamo que se usa para ungir, (aplicar), en el bautismo. El error del árabe es no saber que bautizarse y ser cristiano es lo
correcto, para ellos.

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LA DECISIÓN DEL CONDE Y EL AMOR DE LA CONDESA.

  • 1. 002. LA DECISIÓN DEL CONDE Y EL AMOR DE LA CONDESA. En la fértil, rica y agradable isla de Inglaterra vivía un caballero muy valiente, de familia noble, y con muchas virtudes que, por su gran sabiduría y gran ingenio, había servido mucho tiempo en el arte de la caballería con grandísimo honor. Su fama era conocida y celebrada en todo el mundo y su nombre es Guillermo de Varoich. Este era un caballero muy fuerte que, en su viril juventud había experimentado mucho en su noble persona el ejercicio de las armas haciendo guerras, tanto en mar como tierra, y había llevado muchas batallas a buen fin. Él había estado en siete batallas campales, que son aquellos hechos de guerra decisivos donde entran en combate todas las tropas disponibles, donde había rey o hijo de rey, y por encima de los diez mil combatientes, también entró en cinco combates en el espacio cerrado para torneos, y uno por uno, de todos obtuvo la honrosa victoria. Cuando el virtuoso conde tenía la edad avanzada de cincuentaicinco años, movido por la divina inspiración, se propuso retirarse de las armas y hacer peregrinación, yendo a la Casa Santa de Jerusalén, donde todo cristiano debe de ir, si le es posible, para hacer penitencia y rectificación de sus faltas. Y este virtuoso conde quiso ir, pues él tenía sufrimiento por el dolor que le producía el poder haber ofendido a Dios, motivo por el cual estaba muy arrepentido de haber pecado ofendiéndolo, con las muchas muertes que en su juventud había causado, siguiendo las guerras y batallas donde había estado. Y hecha esta reflexión, por la noche le dijo a la condesa, su esposa, su inminente salida, la cual se lo tomó con mucha impaciencia. Su propia condición femenina rápidamente reaccionó, y no pudo resistir el demostrar lo muy enfadada que estaba por muy virtuosa y discreta que ella fuera, y por el mucho amor que le tenía. Por la mañana, el conde hizo venir delante de él a todos sus servidores, (personal a su servicio),así fueran hombres como mujeres, y les dijo las siguientes palabras: - Hijos míos y muy fieles servidores, a su majestad divina que es Dios, le gusta y quiere, que yo me tenga que ir y no sé si podré volver, así le gusta a Jesucristo, este será un viaje muy peligroso, por lo que ahora en este momento, quiero pagar, a cada uno de vosotros el buen servicio que me habéis dado. El conde sacó una gran caja con monedas, y a cada uno de sus servidores le dio mucho más de lo que les debía, y todos quedaron muy contentos. Posteriormente hizo la donación a la condesa de todo el condado, con todos sus derechos, si bien es cierto que el conde tenía un hijo, este tenía muy poca edad. Y había mandado hacer un anillo de oro, con sus armas y las de la condesa. Este anillo estaba hecho de tal manera, que se podía separar por el medio, quedando cada parte como un anillo entero, y la mitad de cada uno tenía sus armas, y cuando se ajustaba, se mostraban todas las armas juntas. Y cumpliendo con lo dicho antes, se giró a la virtuosa condesa y con cara muy amable, le dijo estas parecidas palabras. - La experiencia nos demuestra que tengo vuestro verdadero amor y amable condición, señora esposa, esto me hace sentir mayor dolor del que pudiera sentir, y por vuestra mucha virtud yo os amo. Un amor que está por encima de todo, muy fuerte y muy excesivo, motivo por el que mi alma siente mucha gran pena y dolor, cuando piensa que no estaréis a mi lado, pero la gran esperanza que tengo me consuela, teniendo noticias de vuestras virtuosas obras, y estoy seguro de que con amor y paciencia os tomareis que salga de viaje. Y si Dios quiere, mi viaje, gracias a vuestras justas oraciones y peticiones humildes a Dios, pronto habrá acabado y aumentará vuestra alegría.
  • 2. - Yo os dejo señora todo lo que tengo, y os suplico que tengáis como recomendados a el hijo, los servidores, 7vasallos, (personas que dependen de un señor), y la casa, y aquí está una parte del anillo que yo he hecho hacer, y os suplico muchas veces que lo tengáis en lugar de mi persona, y que lo guardéis hasta que yo vuelva. - ¡Ah triste de mí! –dijo la dolorida condesa–; ¿Y será verdad, señor, que os tenéis que ir sin mí? Al menos, hacerme el favor de que os acompañe, para que os pueda servir, que yo prefiero la muerte que vivir sin vuestra señoría, y si hacéis lo contrario, el momento en que acaben mis últimos días no sentiré mayor dolor, del que ahora siento. Todo mi ser, y mi capacidad de entender, desea que sintáis la extrema pena que mi cuerpo dolorido tiene, cuando siente que no estaréis a mi lado. Decirme señor, ¿es este el placer y satisfacción que yo esperaba de vuestra señoría? ¿Este es el consuelo de amor y fe conyugal que yo tenía de vos? ¡Ah mísera de mí! ¿Dónde está la grandísima esperanza que yo tenía que, para el resto de mi vida vuestra señoría estaría junto a mí? ¿Mi dolorido tiempo de viudedad no había durado bastante? ¡Ah triste de mí, que toda la esperanza veo perdida! ¡Qué venga la muerte a por mí, porque nada ya me puede servir, vengan los truenos y los relámpagos y una gran tempestad, para que todo esto pare a mi señor, y que no se pueda ir de mi lado! - ¡Oh condesa y señora! Muy bien conozco que el extremo amor que me tenéis os hace pasar los límites de vuestra gran discreción. –dijo el conde–. Vos debéis pensar analizando con atención que, así como Nuestro Señor Dios, hace el favor al pecador de tener el conocimiento de sus pecados y faltas morales, y el pecador quiere hacer penitencia de estos, que la mujer que tanto ama su cuerpo, debe amar mucho más su alma y no debe oponerse, porque antes debe dar las gracias a Nuestro Señor Dios cuando le ha querido iluminar, y yo que he sido un gran pecador que en el tiempo de las guerras he hecho tantos males y daños a tanta gente, ¿no es ahora, el mejor momento ya que me he apartado de las grandes guerras y batallas, qué dedique todo mi tiempo al servicio de Dios y haga penitencia de mis pecados, más que vivir de los simples negocios? - Buena cosa seria esa –dijo la condesa–, pero no veo por qué este cáliz de dolor se ha beber y es además tan amargo para mí, que he estado tanto tiempo, que no se podría contar, huérfana de padre y madre y viuda de marido y señor vivo. Yahora que pensaba que mi suerte había cambiado, y que todos los males pasados tendrían remedio, yo veo mis tristes dolores aumentando, porque podré decir que no me queda más que este miserable hijo en prenda de su padre, y la tristeza de la madre que se tendrá que conformar con él. Agarro a su hijo pequeño por los pelos y se los estiró y con la mano le dio en la cara diciéndole: Hijo mío, llora que tu padre se va, y harás compañía a la triste de tu madre. Y el niño pequeño, que no tenía más de tres meses, desde que había nacido, se puso a llorar. El conde, al ver llorar a la madre y al hijo, tuvo mucha tristeza, y queriendo consolarla no pudo retener las lágrimas al ver a sus amores, demostrando así el dolor y la compasión que tenía por la madre y el hijo, y por un buen espacio de tiempo estuvo que no pudo hablar, sino que los tres lloraban. Cuando las mujeres y doncellas de la condesa vieron a los tres llorar hasta tal extremo, movidas de gran compasión se pusieron todas a llorar y a hacer lamentaciones, por el mucho amor que le tenían a la condesa. Las mujeres de honor de la ciudad sabiendo que el conde tenía que irse, corrieron todas al castillo para poder despedirlo. Cuando estuvieron dentro de la habitación, se encontraron que el conde estaba consolando a la condesa. Cuando la condesa vio entrar a las honradas mujeres, espero que se sentaran y después les dijo estas parecidas palabras:
  • 3. - Suavizando los esforzados asaltos que, en el coraje femenino, desesperadas elecciones y muy grandes disgustos, procuran causar en mi ánimo un efecto moral, gran y fuerte es el dolor de mi espíritu, y es la causa de mis injustos dolores físicos los cuales también os pueden pasar a vosotras, mujeres de honor, conocidas y acompañantes en la demostración de este sentimiento. Así a vosotras, mujeres casadas, dirijo mis llantos y os hago ver mis grandes pasiones, para que mis males los hagáis vuestros, pasando el mismo dolor que yo, como si parecido caso al mío fuera el vuestro. Y así pasando el dolor que podríais tener, vosotras tendréis compasión del mío, qué me pasa ahora, y en las orejas de los que leen en mi dolor se oirá una señal tan fuerte, por los males que me esperan, que me compadecerán, porque la permanencia de los hombres no se encuentra. ¡Oh muerte cruel! ¿Por qué vienes a quien no te quiere y huyes de los que te desean? Todas aquellas mujeres de honor se levantaron y suplicaron a la condesa, que hiciera el favor de dar espacio a su dolor, y juntamente con el conde los consolaron de la mejor manera que podían, y ella comenzó a decir: - No es cosa nueva para mí la abundancia de lágrimas, porque esta era mi costumbre en los diversos tiempos y años cuando mi señor estaba en las guerras de Francia. Yo nunca tuve un día sin lágrimas, y según veo, lo que me queda de vida la tendré que pasar con nuevas lamentaciones. Lo mejor para mí sería pasar durmiendo mi triste vida, porque no sentiría las crueles penas que me atormentan y dañada de tal vivir sin la esperanza de ninguna consolación diré: los santos, que tienen gran honor, y que sufrieron martirio por Jesucristo, yo como ellos quiero sufrir por vuestra señoría que sois mi señor. Y de ahora en adelante hacer lo que queráis, porque mi destino, no me da el consentimiento, por ser vos mi marido y señor. Por eso quiero que vuestra señoría sepa tanto de mí, que sin vos estoy en el infierno y cerca de vos en el paraíso. Acabando la condesa sus dolorosas lamentaciones, hablo el conde de la siguiente manera. - Grande es la alegría que mi alma tiene de vos, condesa, por el sonido de las últimas palabras que me habéis dicho ahora. Si la majestad divina quiere, mi vuelta será muy pronto para aumento de vuestra alegría y la salud de mi alma. Y en cualquier sitio que yo este, mi alma estará con vos continuamente. - ¿Qué consuelo puedo tener yo de vuestra alma sin el cuerpo? – dijo la condesa –. Más bien estoy segura de que por el amor de vuestro hijo os acordareis alguna vez de mí, que, el amor de lejos es como el humo que el viento se lleva ¿Queréis que os diga más, señor?, más es mi dolor, que no es vuestro amor, que si fuera así como vuestra señoría dice, creo que os quedaríais por el amor que me tenéis. Además ¿De qué le sirve el 8crisma, (aceite usado en el bautismo), al árabe si no conoce su error?, ¿Cuánto vale el amor de mi marido, si a mí no me vale nada? - Condesa, señora – dijo el conde –, ¿Queréis que ponga fin a estas palabras?, para mi es una obligación irme, y el irme o el quedarme está en vuestra mano. - ¿Qué más puedo hacer? – dijo la condesa–, entraré en mi habitación para llorar mi triste desgracia. El conde sintiendo mucho la dolorosa despedida de ella, la beso muchas veces, lanzando de sus ojos muchas lágrimas, y todas las otras damas le hicieron una gran despedida y con tanto dolor que, no se puede explicar con palabras. Cuando se fue solo se quiso llevar un solo escudero. Y saliendo de su ciudad de Varoich, se embarcó en una nave, y navegó conpróspero viento. Durante el transcurso del viaje, él llegó a Alejandría, sin haber caído en peligro.Salió a tierra, con buena compañía, e hizo el camino a Jerusalén, y cuando llego a Jerusalén, él se confesó bien y de manera cuidadosa, de todos sus pecados y recibió con grandísima devoción el precioso cuerpo de Jesucristo, y allí hizo mucha oración con mucho fervor, (sentimiento), y muchas lágrimas, y con gran dolor de haber pecado ofendiendo a Dios, por lo que mereció obtener el santo perdón.
  • 4. Y habiendo visitado todos los otros santuarios que estaban en Jerusalén, volvió a Alejandría, donde se embarcó en una nave y paso a Venecia, y al llegar a Venecia, dio todo el dinero que le quedaba a su escudero, porque le había servido bien y le coloco en matrimonio, para que no se preocupara de volver a Inglaterra. Entonces hizo correr la voz por el escudero que estaba muerto, y se las ingenió para que los mercaderes que se escribían con Inglaterra dijeran que el conde Guillermo de Varoich había muerto al volver de la Casa Santa de Jerusalén. La virtuosa condesa, cuando supo la nueva noticia, tuvo una gran pena y le hizo el más grande duelo de todos, también le hizo hacer un entierro propio de un caballero tan virtuoso como era merecedor. Después de un tiempo, el conde se volvió a su propia tierra, solo, con el pelo largo y blanco hasta las espaldas, y la barba hasta la cintura toda blanca, y vestido con el hábito de san Francisco, el que tiene honra y está feliz con Dios en el cielo. El conde con su nuevo aspecto vivía solo de la caridad de los demás, y secretamente se puso en una devota ermita de Nuestra Señora, señora nuestra, la cual estaba a muy poca distancia de su ciudad de Varoich. Esta ermita estaba en una montaña que es alta, en un entorno muy agradable, entre arboles de gran espesura, y cerca de una fuente de agua muy clara que corría. Este virtuoso conde se había retirado en esta desierta habitación haciendo vida solitaria para huir de hacer negocios, con el fin de que a sus faltas morales les pudiera dar más mérito en su penitencia, e insistir en su virtuosa vida, viviendo de limosnas. Una vez a la semana él iba a su ciudad de Varoich, para pedir caridad. Él era desconocido por las gentes, al llevar tan gran barba y un pelo tan largo, pedía sus limosnas e iba a la condesa, su esposa, para pedirle caridad, la cual, al verlo pedir con tan profunda humildad, le hacía dar mucha más caridad que a todos los otros pobres. I así pasaba por algún tiempo su pobre y miserable vida. 7 Vasallo. En la época feudal, persona que dependía de un señor, y se ponía al servicio, el cual le daba protección y la jurisdicción sobre la tierra de su feudo, a cambio de unos determinados servicios y estaba bajo su autoridad absoluta, no democrática. 8 Crisma. Mezcla de aceite y bálsamo que se usa para ungir, (aplicar), en el bautismo. El error del árabe es no saber que bautizarse y ser cristiano es lo correcto, para ellos.