Abraham llevó a su hijo al desierto y lo ató a un árbol para sacrificarlo en una hoguera, siguiendo la voluntad de Dios. Una voz desde lo alto le dijo a Abraham que ya había probado su fe lo suficiente y le ordenó soltar al niño. El niño escapó corriendo asustado, gritándole a su padre que solo se había salvado gracias a que podía hacer ventriloquia.