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La tolerancia.

 Podríamos definir la tolerancia como la aceptación de la
diversidad de opinión, social, étnica, cultural y religiosa.
Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás,
valorando las distintas formas de entender y
posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra
los derechos fundamentales de la persona...

La tolerancia si es entendida como respeto y
consideración hacia la diferencia, como una disposición a
admitir en los demás una manera de ser y de obrar
distinta a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es a todas luces una virtud
de enorme importancia.

El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a
la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de
practicar, y muy difícil de explicar.

Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos: La oposición de Gandhi al gobierno británico de la
India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá
incansablemente que, “dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenerse de toda
violencia”. Y que, “si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una
escuela de terrorismo”. ¿Les suena esto en la actualidad mundial?. Además, “si respondemos ojo por
ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos”.

¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de
ser peor el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que impedirlo
provocará un mal mayor o impedirá un bien superior. Ahí entra en juego nuestro discernimiento. Defender
una doctrina, una costumbre, un dogma, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. Con este
concepto entendemos claramente que la verdad siempre surge desde la individualidad y que las verdades
generalistas solo nos llevan a un camino de confusión.

                                                  De todas formas, hay dos evidencias claras: que hay que
                                                  ejercer la tolerancia, y que no todo puede tolerarse.
                                                  Compaginar ambas evidencias es un arduo problema.

                                                Todos los análisis realizados por filósofos y estudiosos de
                                                la materia al respecto a la tolerancia aprecian la dificultad
                                                de precisar su núcleo esencial: los límites entre lo
                                                tolerable y lo intolerable. De nuevo, y como en casi todos
                                                nuestros acontecimientos diarios, debemos beber en la
                                                fuente de la sencillez, ella será la encargada de
otorgarnos el discernimiento que nos de la inspiración para el obrar.
Hemos empezado hablando de la tolerancia como parte del “respeto a la diversidad”. Se trata de una
actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser
y de obrar distinta de la propia, de la aceptación del pluralismo. Ya no es permitir un mal sino aceptar
puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y
las violencias son la actualidad diaria, la tolerancia es un valor que es muy necesario y urgentemente hay
que promover.

Ese respeto a la diferencia tiene un matiz pasivo y otro activo. La tolerancia pasiva equivaldría al “vive y
deja vivir”, y también a cierta indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad,
una actitud positiva que se llamó desde antiguo benevolencia. Los hombres, dijo Séneca, deben estimarse
como hermanos y conciudadanos, porque “el hombre es cosa sagrada para el hombre”. Su propia
naturaleza pide el respeto mutuo, porque “ella nos ha constituido parientes al engendrarnos de los
mismos elementos y para un mismo fin”. Séneca no se conforma con la indiferencia: “¿No derramar
sangre humana? ¡Bien poco es no hacer daño a quien debemos favorecer!”. Por naturaleza, “las manos
han de estar dispuestas a ayudar”, pues sólo nos es posible vivir en sociedad: algo “muy semejante al
abovedado, que, debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se aguantan por este apoyo
mutuo”. La benevolencia nos enseña a no ser altaneros y ásperos, nos enseña que un hombre no debe
servirse abusivamente de otro hombre, y nos invita a ser afables y serviciales en palabras, hechos y
sentimientos.

La tolerancia es un regalo desde los primeros años de la vida.

La tolerancia (I)

      En un arrebato de optimismo, Confucio soñó con una época de tolerancia universal en la que los
ancianos vivirían tranquilos sus últimos días; los niños crecerían sanos; los viudos, las viudas, los
huérfanos, los desamparados, los débiles y los enfermos encontrarían amparo; los hombres tendrían
trabajo, y las mujeres hogar; no harían falta cerraduras, pues no habría bandidos ni ladrones, y se
dejarían abiertas las puertas exteriores. Esto se llamaría la gran comunidad.

       El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que
brilla a la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil
de practicar, y muy difícil de explicar. Aparece como una noción escurridiza que, ya de entrada, presenta
dos significados bien distintos: permitir el mal y respetar la diversidad. Su significado clásico ha
sido «permitir el mal sin aprobarlo». ¿Qué tipo de mal? El que supone no respetar las reglas de juego que
hacen posible la sociedad. Si algunos no respetan esas reglas comunes, la convivencia se deteriora y
todos salen perdiendo. Por ello, quien ejerce la autoridad -
el gobernante, el padre de familia, el profesor, el policía,
el árbitro- está obligado a defender el cumplimiento de la
norma común.

      Defender una ley, una norma o costumbre, implica
casi siempre no tolerar su incumplimiento. Pero hay
situaciones que hacen aconsejable permitir la posición de
fuera de juego y«hacer la vista gorda». Esas situaciones constituyen la justificación y el ámbito de la
tolerancia entendida como permisión del mal. Hacer la vista gorda es un giro insuperable, porque expresa
algo tan complejo como disimular sin disimular, darse y no darse por enterado. Esa es precisamente la
primera acepción de tolerancia, prerrogativa del que tiene la sartén por el mango, que libremente modera
el ejercido del poder.

       Los clásicos llamaron clemencia a la tolerancia política. Séneca escribió el tratado De clementia para
influir sobre un Nerón que empezaba a mostrar su cara intolerante. El filósofo estoico profundiza en la
naturaleza del poder y presenta un verdadero programa de gobierno: el príncipe, corno alma que informa
y vivifica el cuerpo del Estado, debe gobernar con una justicia atemperada por la clemencia, que es
moderación y condescendencia del poderoso. En El mercader de Venecia , Shakespeare hace un elogio
insuperable de la clemencia: bendice al que la concede y al que la recibe; es el semblante más hermoso
del poder, porque tiene su trono en los corazones de los reyes; sienta al monarca mejor que la corona, y
es un atributo del mismo Dios. De forma parecida,Cervantes hace decir a don Quijote que se debe frenar
el rigor de la ley, pues «no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo». Y da este sabio
consejo a Sancho, Gobernador de la ínsula Barataria: «Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con
el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia».

      Decidir cuándo y cómo conviene hacer la vista gorda es un arte difícil, que exige conocer a fondo la
situación, evaluar lo que está en juego, sopesar los pros y los contras, anticipar las consecuencias, pedir
consejo y tomar una decisión. Está en juego el propio prestigio de la autoridad, la posible interpretación
de la tolerancia como debilidad o indiferencia, la creación de precedentes peligrosos. Por ello, el ejercicio
de la tolerancia se ha considerado siempre como una manifestación muy difícil de prudencia en el arte de
gobernar. Marco Aurelio reconoce que recibió de su antecesor, el emperador Antonino Pío, la experiencia
para distinguir cuándo hay necesidad de apretar y cuándo de aflojar.

La tolerancia (II)

      Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos. La oposición de Gandhi al gobierno británico
de la India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá
incansable que, «dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenernos de toda
violencia». Y que, «si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una
escuela de terrorismo». Además, «si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país
de ciegos».

                                               ¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es:
                                          siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor el
                                          remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se
                                          piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien
                                          superior. La tolerancia se aplica a la luz de la jerarquía de
                                          bienes. Ya en la Edad Media se sabia que «es propio del sabio
                                          legislador permitir las transgresiones menores para evitar las
                                          mayores». Pero la aplicación de este criterio no es nada fácil.
                                          Hay dos evidencias claras: que hay que ejercer la tolerancia, y
que no todo puede tolerarse. Compaginar ambas evidencias es un arduo problema. ¿Deben tolerarse la
producción y el tráfico de drogas, la producción y el tráfico de armas, la producción y el tráfico de
productos radiactivos? ¿Es intolerante el Gobierno alemán cuando prohibe actos públicos de grupos
neozazis? ¿Y el Gobierno francés cuando clausura dos periódicos musulmanes ligados al terrorismo
argelino? ¿Son intolerantes las legislaciones que prohiben el aborto?

                                              Todos los análisis realizados con ocasión del Año
                                        Internacional de la Tolerancia aprecian ladificultad de precisar su
                                        núcleo esencial: los límites entre lo tolerable y lo intolerable. John
                                        Locke, en su Carta sobre la tolerancia, asegura que «el magistrado
                                        no debe tolerar ningún dogma adverso y contrario a la sociedad
                                        humana o a las buenas costumbres necesarias para conservar la
                                        sociedad civil».Un límite tan expreso como impreciso, pero quizá el
                                        único posible. Hoy lo traducimos por el respeto escrupuloso a
                                        losDerechos Humanos, pomposo nombre para un cajón de sastre
                                        donde también caben, si nos empeñamos, interpretaciones
                                        dispares.

      Ante una realidad con tantas lecturas y conflictos como individuos, no queda más remedio que
confiar a la ley el trazado de la frontera entre lo tolerable y lo intolerable. Y aceptar la interpretación del
juez. En todo lo que la ley permite, hay que ser tolerante. En lo que la ley no permite, el juez y el
gobernante pueden ejercer la tolerancia con prudencia. Pero hay leyes injustas que toleran la injusticia, y
jueces y gobernantes que juegan con las leyes justas. En ese caso, mientras se espera y se lucha por
tiempos mejores, conviene recordar que ya Platón consideraba la corrupción del gobernante como lo más
desesperanzador que puede lamentarse en una sociedad. La violación de la justicia por el máximo
responsable de protegerla no es una sorpresa para nadie, y sólo cabe evitarla si el gobernante es capaz
de encarnar el consejo de Caro Baroja: «mientras no haya una conducta moral individual estrictamente
limpia, todo lo demás son mandangas».

      La segunda acepción de tolerancia es «respeto a la diversidad». Se trata de una actitud de
consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar
distinta de la propia, de la aceptación del pluralismo. Ya no es permitir un mal sino aceptar puntos de
vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y las
violencias son la actualidad diaria, la tolerancia es un valor que necesaria y urgentemente hay que
promover.

      Ese respeto a la diferencia tiene un matiz pasivo y otro activo. La
tolerancia pasiva equivaldría al «vive y deja vivir», y también a cierta
indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad, una
actitud positiva que se llamó desde antiguo benevolencia. Los hombres,
dijo Séneca, deben estimarse como hermanos y conciudadanos, porque «el
hombre es cosa sagrada para el hombre». Su propia naturaleza pide el
respeto mutuo, porque «ella nos ha constituido parientes al engendrarnos de
los mismos elementos y para un mismo fin». Séneca no se conforma con la
indiferencia: «¿No derramar sangre humana? ¡Bien poco es no hacer daño a quien debemos favorecer!».
Por naturaleza, «las manos han de estar dispuestas a ayudar», pues sólo nos es posible vivir en sociedad:
algo «muy semejante al abovedado, que, debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se
aguanta por este apoyo mutuo». La benevolencia nos prohibe ser altaneros y ásperos, nos enseña que un
hombre no debe servirse abusivamente de otro hombre, y nos invita a ser afables y serviciales en
palabras, hechos y sentimientos. (Cartas a Lucilio)

La tolerancia (III) y final

      En sus Pensamientos, el emperador Marco Aurelio nos confía que «hemos nacido para una tarea
común, como los pies, como las manos, como los párpados, como las hileras de dientes superiores e
inferiores. De modo que obrar unos contra otros va contra la naturaleza». Igual que nuestros cuerpos
están formados por miembros diferentes, la sociedad está integrada por muchas personas diferentes,
pero todas llamadas a una misma colaboración. Por eso, «a los hombres con los que te ha tocado vivir,
estímalos, pero de verdad». Esta comprensión hacia todos debe llevarnos a pasar por alto lo molesto y
desagradable, no con desprecio, sino con intención positiva: «Si puedes, corrígele con tu enseñanza; si
no, recuerda que para ello se te ha dado la benevolencia. También los dioses son benevolentes con los
incorregibles». Con resonancias socráticas, Marco Aurelio también dirá que «se ultraja a sí mismo el
hombre que se irrita con otro, el que vuelve las espaldas o es hostil a alguien».

      Voltaire, al finalizar su Tratado sobre la tolerancia, eleva una oración en la que pide a Dios que nos
ayudemos unos a otros a soportar la carga de una existencia penosa y pasajera; que las pequeñas
diversidades entre los vestidos que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todas nuestras insuficientes
lenguas, entre todos nuestros ridículos usos, entre todas nuestras imperfectas leyes, entre todas
nuestras insensatas opiniones, no sean motivo de odio y de persecución.

      En la misma estela de los grandes clásicos, el
discurso final de Charles Chaplin en El Gran Dictador,
es un canto a la tolerancia donde parece que oímos la
vieja          melodía          de          Confucio:
-Me gustaría ayudar a todo el mundo si fuese posible:
a los judíos y a los gentiles, a los negros y a los
blancos ( ... ). La vida puede ser libre y bella, pero
necesitamos humanidad antes que máquinas, bondad y dulzura antes que inteligencia ( ... ). No tenemos
ganas de odiarnos y despreciarnos: en este mundo hay sitio para todos ( ... ). Luchemos por abolir las
barreras entre las naciones, por terminar con la rapacidad, el odio y la intolerancia ( ... ). Las nubes se
disipan, el sol asoma, surgimos de las tinieblas a la luz, penetramos en un mundo nuevo, un mundo mejor,
en el que los hombres vencerán su rapacidad, su odio y su brutalidad.

      Las profecías de Confucio y de Charles Chaplin no se han cumplido. Al contrario:Naciones Unidas ha
proclamado 1995 Año Internacional de la Tolerancia, después de medio siglo de Auschwitz e Hiroshima,
porque se ha roto el consenso del «nunca más». La condición de toda «educación tras Auschwitz»,
propuesta por Theodor Adorno, ha fracasado. ¿«Nunca más» campos de concentración en Alemania cuando
otros se han llenado en Bosnia? ¿«Nunca más» genocidios cuando el mundo sabe y tolera que mujeres,
ancianos y niños hayan sido de nuevo vejados, torturados, violados o deportados en vagones de ganado?

«se ultraja a sí mismo el hombre que se irrita con otro, el que vuelve las espaldas o es hostil a alguien»
En estos años de fervor tolerante apreciamos en la tolerancia tres patologías. Primera patología: el abuso
de la palabra. Dicen los pedagogos que el grado de eficacia de un consejo paterno está en relación inversa
al número de veces que se repite. La tolerancia también puede aburrir por saturación, devaluarse por
tanta repetición y manoseo. La sensibilidad humana crece salvaje si no se cultiva, pero también puede
estragarse por sobredosis. Además, en la tolerancia se cumple el refrán «del dicho al hecho hay un
trecho». Es decir, si sólo hay declaración de buenas intenciones, sólo habrá palabrería ineficaz.

      Segunda patología: la intolerancia enmascarada. Debajo de muchas exhibiciones de tolerancia se
esconde la paradoja del «dime de qué presumes y te diré de qué careces».Voltaire se pasó media vida
escribiendo sobre la tolerancia y avivando los odios contra judíos y cristianos. Se veía a sí mismo como
patriarca de la tolerancia, pero su amigo,Diderot lo retrató como el Anticristo, y media Europa le rechazó
por no ver en él más que el genio del odio. En una de sus perlas más conocidas asegura que
si «Jesucristo necesitó doce apóstoles para propagar el Cristianismo, yo voy a demostrar que basta uno
solo para destruirlo». Por último, en el deslizamiento de la tolerancia hacia el permisivismoencontramos la
tercera patología. Las consecuencias de este falseamiento son más graves en el ámbito de la educación
escolar. Cuando en una tragedia de Eurípides se dijo que en materia de virtud lo mejor era mirar todo
con indulgencia, Sócrates se puso en pie, interrumpió a los actores y dijo que le parecía ridículo
consentir que se corrompiera así la educación.

Misericordia

Del latín: Misericordia

Misericordia: La disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas. Se manifiesta en
amabilidad, asistencia al necesitado, especialmente de perdón y reconciliación. Es mas que un sentido de
simpatía, es una práctica.

La misericordia es el amor en práctica: Historia del Buen Samaritano, Lc 10, 27-37

La     misericordia       es      la      razón       de      la      Encarnación     de       Jesucristo.
La misericordia es un atributo de Dios. El es la fuente de la misericordia:

Su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Lucas 1:50

Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura. Lucas
1:78

Todos dependemos de la misericordia de Dios. Reconocerlo y responder con misericordia es el camino de
la salvación.
Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia. Romanos
11:32

La misericordia mueve a la entrega de alma y cuerpo según el amor divino.

Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una
víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Romanos 12:1

Jesús exige la misericordia como requisito para que el culto sea auténtico:

Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido
a llamar a justos, sino a pecadores.» Mateo 9:13

La práctica de la misericordia es necesaria para obtener misericordia de Dios.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Mateo 5:7

Ver también:
  Obras de Misericordia
  Amor
  Encíclica: Rico en Misericordia, Juan Pablo II. Excelente estudio sobre la misericordia de Dios.
  Devoción a La Divina Misericordia. Según las revelaciones a Santa Faustina.
  Misericordia Dei -Sobre la confesión, JPII.

Los Padres de la Iglesia sobre la Misericordia
  A todos alcanzó la misericordia divina -San Cirilo de Alejandría, S. V
  La misericordia divina y la misericordia humana -San Cesáreo de Arlés

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Misericordia tolerancia

  • 1. La tolerancia. Podríamos definir la tolerancia como la aceptación de la diversidad de opinión, social, étnica, cultural y religiosa. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona... La tolerancia si es entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es a todas luces una virtud de enorme importancia. El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar. Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos: La oposición de Gandhi al gobierno británico de la India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá incansablemente que, “dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenerse de toda violencia”. Y que, “si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo”. ¿Les suena esto en la actualidad mundial?. Además, “si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos”. ¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior. Ahí entra en juego nuestro discernimiento. Defender una doctrina, una costumbre, un dogma, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. Con este concepto entendemos claramente que la verdad siempre surge desde la individualidad y que las verdades generalistas solo nos llevan a un camino de confusión. De todas formas, hay dos evidencias claras: que hay que ejercer la tolerancia, y que no todo puede tolerarse. Compaginar ambas evidencias es un arduo problema. Todos los análisis realizados por filósofos y estudiosos de la materia al respecto a la tolerancia aprecian la dificultad de precisar su núcleo esencial: los límites entre lo tolerable y lo intolerable. De nuevo, y como en casi todos nuestros acontecimientos diarios, debemos beber en la fuente de la sencillez, ella será la encargada de otorgarnos el discernimiento que nos de la inspiración para el obrar.
  • 2. Hemos empezado hablando de la tolerancia como parte del “respeto a la diversidad”. Se trata de una actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia, de la aceptación del pluralismo. Ya no es permitir un mal sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y las violencias son la actualidad diaria, la tolerancia es un valor que es muy necesario y urgentemente hay que promover. Ese respeto a la diferencia tiene un matiz pasivo y otro activo. La tolerancia pasiva equivaldría al “vive y deja vivir”, y también a cierta indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad, una actitud positiva que se llamó desde antiguo benevolencia. Los hombres, dijo Séneca, deben estimarse como hermanos y conciudadanos, porque “el hombre es cosa sagrada para el hombre”. Su propia naturaleza pide el respeto mutuo, porque “ella nos ha constituido parientes al engendrarnos de los mismos elementos y para un mismo fin”. Séneca no se conforma con la indiferencia: “¿No derramar sangre humana? ¡Bien poco es no hacer daño a quien debemos favorecer!”. Por naturaleza, “las manos han de estar dispuestas a ayudar”, pues sólo nos es posible vivir en sociedad: algo “muy semejante al abovedado, que, debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se aguantan por este apoyo mutuo”. La benevolencia nos enseña a no ser altaneros y ásperos, nos enseña que un hombre no debe servirse abusivamente de otro hombre, y nos invita a ser afables y serviciales en palabras, hechos y sentimientos. La tolerancia es un regalo desde los primeros años de la vida. La tolerancia (I) En un arrebato de optimismo, Confucio soñó con una época de tolerancia universal en la que los ancianos vivirían tranquilos sus últimos días; los niños crecerían sanos; los viudos, las viudas, los huérfanos, los desamparados, los débiles y los enfermos encontrarían amparo; los hombres tendrían trabajo, y las mujeres hogar; no harían falta cerraduras, pues no habría bandidos ni ladrones, y se dejarían abiertas las puertas exteriores. Esto se llamaría la gran comunidad. El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar. Aparece como una noción escurridiza que, ya de entrada, presenta dos significados bien distintos: permitir el mal y respetar la diversidad. Su significado clásico ha sido «permitir el mal sin aprobarlo». ¿Qué tipo de mal? El que supone no respetar las reglas de juego que hacen posible la sociedad. Si algunos no respetan esas reglas comunes, la convivencia se deteriora y todos salen perdiendo. Por ello, quien ejerce la autoridad - el gobernante, el padre de familia, el profesor, el policía, el árbitro- está obligado a defender el cumplimiento de la norma común. Defender una ley, una norma o costumbre, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. Pero hay situaciones que hacen aconsejable permitir la posición de
  • 3. fuera de juego y«hacer la vista gorda». Esas situaciones constituyen la justificación y el ámbito de la tolerancia entendida como permisión del mal. Hacer la vista gorda es un giro insuperable, porque expresa algo tan complejo como disimular sin disimular, darse y no darse por enterado. Esa es precisamente la primera acepción de tolerancia, prerrogativa del que tiene la sartén por el mango, que libremente modera el ejercido del poder. Los clásicos llamaron clemencia a la tolerancia política. Séneca escribió el tratado De clementia para influir sobre un Nerón que empezaba a mostrar su cara intolerante. El filósofo estoico profundiza en la naturaleza del poder y presenta un verdadero programa de gobierno: el príncipe, corno alma que informa y vivifica el cuerpo del Estado, debe gobernar con una justicia atemperada por la clemencia, que es moderación y condescendencia del poderoso. En El mercader de Venecia , Shakespeare hace un elogio insuperable de la clemencia: bendice al que la concede y al que la recibe; es el semblante más hermoso del poder, porque tiene su trono en los corazones de los reyes; sienta al monarca mejor que la corona, y es un atributo del mismo Dios. De forma parecida,Cervantes hace decir a don Quijote que se debe frenar el rigor de la ley, pues «no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo». Y da este sabio consejo a Sancho, Gobernador de la ínsula Barataria: «Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia». Decidir cuándo y cómo conviene hacer la vista gorda es un arte difícil, que exige conocer a fondo la situación, evaluar lo que está en juego, sopesar los pros y los contras, anticipar las consecuencias, pedir consejo y tomar una decisión. Está en juego el propio prestigio de la autoridad, la posible interpretación de la tolerancia como debilidad o indiferencia, la creación de precedentes peligrosos. Por ello, el ejercicio de la tolerancia se ha considerado siempre como una manifestación muy difícil de prudencia en el arte de gobernar. Marco Aurelio reconoce que recibió de su antecesor, el emperador Antonino Pío, la experiencia para distinguir cuándo hay necesidad de apretar y cuándo de aflojar. La tolerancia (II) Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos. La oposición de Gandhi al gobierno británico de la India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá incansable que, «dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenernos de toda violencia». Y que, «si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo». Además, «si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos». ¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior. La tolerancia se aplica a la luz de la jerarquía de bienes. Ya en la Edad Media se sabia que «es propio del sabio legislador permitir las transgresiones menores para evitar las mayores». Pero la aplicación de este criterio no es nada fácil. Hay dos evidencias claras: que hay que ejercer la tolerancia, y
  • 4. que no todo puede tolerarse. Compaginar ambas evidencias es un arduo problema. ¿Deben tolerarse la producción y el tráfico de drogas, la producción y el tráfico de armas, la producción y el tráfico de productos radiactivos? ¿Es intolerante el Gobierno alemán cuando prohibe actos públicos de grupos neozazis? ¿Y el Gobierno francés cuando clausura dos periódicos musulmanes ligados al terrorismo argelino? ¿Son intolerantes las legislaciones que prohiben el aborto? Todos los análisis realizados con ocasión del Año Internacional de la Tolerancia aprecian ladificultad de precisar su núcleo esencial: los límites entre lo tolerable y lo intolerable. John Locke, en su Carta sobre la tolerancia, asegura que «el magistrado no debe tolerar ningún dogma adverso y contrario a la sociedad humana o a las buenas costumbres necesarias para conservar la sociedad civil».Un límite tan expreso como impreciso, pero quizá el único posible. Hoy lo traducimos por el respeto escrupuloso a losDerechos Humanos, pomposo nombre para un cajón de sastre donde también caben, si nos empeñamos, interpretaciones dispares. Ante una realidad con tantas lecturas y conflictos como individuos, no queda más remedio que confiar a la ley el trazado de la frontera entre lo tolerable y lo intolerable. Y aceptar la interpretación del juez. En todo lo que la ley permite, hay que ser tolerante. En lo que la ley no permite, el juez y el gobernante pueden ejercer la tolerancia con prudencia. Pero hay leyes injustas que toleran la injusticia, y jueces y gobernantes que juegan con las leyes justas. En ese caso, mientras se espera y se lucha por tiempos mejores, conviene recordar que ya Platón consideraba la corrupción del gobernante como lo más desesperanzador que puede lamentarse en una sociedad. La violación de la justicia por el máximo responsable de protegerla no es una sorpresa para nadie, y sólo cabe evitarla si el gobernante es capaz de encarnar el consejo de Caro Baroja: «mientras no haya una conducta moral individual estrictamente limpia, todo lo demás son mandangas». La segunda acepción de tolerancia es «respeto a la diversidad». Se trata de una actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia, de la aceptación del pluralismo. Ya no es permitir un mal sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y las violencias son la actualidad diaria, la tolerancia es un valor que necesaria y urgentemente hay que promover. Ese respeto a la diferencia tiene un matiz pasivo y otro activo. La tolerancia pasiva equivaldría al «vive y deja vivir», y también a cierta indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad, una actitud positiva que se llamó desde antiguo benevolencia. Los hombres, dijo Séneca, deben estimarse como hermanos y conciudadanos, porque «el hombre es cosa sagrada para el hombre». Su propia naturaleza pide el respeto mutuo, porque «ella nos ha constituido parientes al engendrarnos de los mismos elementos y para un mismo fin». Séneca no se conforma con la
  • 5. indiferencia: «¿No derramar sangre humana? ¡Bien poco es no hacer daño a quien debemos favorecer!». Por naturaleza, «las manos han de estar dispuestas a ayudar», pues sólo nos es posible vivir en sociedad: algo «muy semejante al abovedado, que, debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se aguanta por este apoyo mutuo». La benevolencia nos prohibe ser altaneros y ásperos, nos enseña que un hombre no debe servirse abusivamente de otro hombre, y nos invita a ser afables y serviciales en palabras, hechos y sentimientos. (Cartas a Lucilio) La tolerancia (III) y final En sus Pensamientos, el emperador Marco Aurelio nos confía que «hemos nacido para una tarea común, como los pies, como las manos, como los párpados, como las hileras de dientes superiores e inferiores. De modo que obrar unos contra otros va contra la naturaleza». Igual que nuestros cuerpos están formados por miembros diferentes, la sociedad está integrada por muchas personas diferentes, pero todas llamadas a una misma colaboración. Por eso, «a los hombres con los que te ha tocado vivir, estímalos, pero de verdad». Esta comprensión hacia todos debe llevarnos a pasar por alto lo molesto y desagradable, no con desprecio, sino con intención positiva: «Si puedes, corrígele con tu enseñanza; si no, recuerda que para ello se te ha dado la benevolencia. También los dioses son benevolentes con los incorregibles». Con resonancias socráticas, Marco Aurelio también dirá que «se ultraja a sí mismo el hombre que se irrita con otro, el que vuelve las espaldas o es hostil a alguien». Voltaire, al finalizar su Tratado sobre la tolerancia, eleva una oración en la que pide a Dios que nos ayudemos unos a otros a soportar la carga de una existencia penosa y pasajera; que las pequeñas diversidades entre los vestidos que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todas nuestras insuficientes lenguas, entre todos nuestros ridículos usos, entre todas nuestras imperfectas leyes, entre todas nuestras insensatas opiniones, no sean motivo de odio y de persecución. En la misma estela de los grandes clásicos, el discurso final de Charles Chaplin en El Gran Dictador, es un canto a la tolerancia donde parece que oímos la vieja melodía de Confucio: -Me gustaría ayudar a todo el mundo si fuese posible: a los judíos y a los gentiles, a los negros y a los blancos ( ... ). La vida puede ser libre y bella, pero necesitamos humanidad antes que máquinas, bondad y dulzura antes que inteligencia ( ... ). No tenemos ganas de odiarnos y despreciarnos: en este mundo hay sitio para todos ( ... ). Luchemos por abolir las barreras entre las naciones, por terminar con la rapacidad, el odio y la intolerancia ( ... ). Las nubes se disipan, el sol asoma, surgimos de las tinieblas a la luz, penetramos en un mundo nuevo, un mundo mejor, en el que los hombres vencerán su rapacidad, su odio y su brutalidad. Las profecías de Confucio y de Charles Chaplin no se han cumplido. Al contrario:Naciones Unidas ha proclamado 1995 Año Internacional de la Tolerancia, después de medio siglo de Auschwitz e Hiroshima, porque se ha roto el consenso del «nunca más». La condición de toda «educación tras Auschwitz», propuesta por Theodor Adorno, ha fracasado. ¿«Nunca más» campos de concentración en Alemania cuando
  • 6. otros se han llenado en Bosnia? ¿«Nunca más» genocidios cuando el mundo sabe y tolera que mujeres, ancianos y niños hayan sido de nuevo vejados, torturados, violados o deportados en vagones de ganado? «se ultraja a sí mismo el hombre que se irrita con otro, el que vuelve las espaldas o es hostil a alguien» En estos años de fervor tolerante apreciamos en la tolerancia tres patologías. Primera patología: el abuso de la palabra. Dicen los pedagogos que el grado de eficacia de un consejo paterno está en relación inversa al número de veces que se repite. La tolerancia también puede aburrir por saturación, devaluarse por tanta repetición y manoseo. La sensibilidad humana crece salvaje si no se cultiva, pero también puede estragarse por sobredosis. Además, en la tolerancia se cumple el refrán «del dicho al hecho hay un trecho». Es decir, si sólo hay declaración de buenas intenciones, sólo habrá palabrería ineficaz. Segunda patología: la intolerancia enmascarada. Debajo de muchas exhibiciones de tolerancia se esconde la paradoja del «dime de qué presumes y te diré de qué careces».Voltaire se pasó media vida escribiendo sobre la tolerancia y avivando los odios contra judíos y cristianos. Se veía a sí mismo como patriarca de la tolerancia, pero su amigo,Diderot lo retrató como el Anticristo, y media Europa le rechazó por no ver en él más que el genio del odio. En una de sus perlas más conocidas asegura que si «Jesucristo necesitó doce apóstoles para propagar el Cristianismo, yo voy a demostrar que basta uno solo para destruirlo». Por último, en el deslizamiento de la tolerancia hacia el permisivismoencontramos la tercera patología. Las consecuencias de este falseamiento son más graves en el ámbito de la educación escolar. Cuando en una tragedia de Eurípides se dijo que en materia de virtud lo mejor era mirar todo con indulgencia, Sócrates se puso en pie, interrumpió a los actores y dijo que le parecía ridículo consentir que se corrompiera así la educación. Misericordia Del latín: Misericordia Misericordia: La disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas. Se manifiesta en amabilidad, asistencia al necesitado, especialmente de perdón y reconciliación. Es mas que un sentido de simpatía, es una práctica. La misericordia es el amor en práctica: Historia del Buen Samaritano, Lc 10, 27-37 La misericordia es la razón de la Encarnación de Jesucristo. La misericordia es un atributo de Dios. El es la fuente de la misericordia: Su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Lucas 1:50 Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura. Lucas 1:78 Todos dependemos de la misericordia de Dios. Reconocerlo y responder con misericordia es el camino de la salvación.
  • 7. Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia. Romanos 11:32 La misericordia mueve a la entrega de alma y cuerpo según el amor divino. Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual. Romanos 12:1 Jesús exige la misericordia como requisito para que el culto sea auténtico: Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.» Mateo 9:13 La práctica de la misericordia es necesaria para obtener misericordia de Dios. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Mateo 5:7 Ver también: Obras de Misericordia Amor Encíclica: Rico en Misericordia, Juan Pablo II. Excelente estudio sobre la misericordia de Dios. Devoción a La Divina Misericordia. Según las revelaciones a Santa Faustina. Misericordia Dei -Sobre la confesión, JPII. Los Padres de la Iglesia sobre la Misericordia A todos alcanzó la misericordia divina -San Cirilo de Alejandría, S. V La misericordia divina y la misericordia humana -San Cesáreo de Arlés