Un gobernador insultó a un mozo que derramó vasos en una fiesta. Un empresario rico lo reprendió, señalando que el mozo merecía respeto como cualquier ser humano. Luego reveló que él mismo había sido pobre y servido mesas, demostrando que la riqueza no define el valor de una persona. El empresario enseñó que ante Dios todos somos iguales.