Por qué necesitamos radios comunitarias: espacios de expresión y encuentro
1. ¿Por qué necesitamos radios comunitarias?
Hace ya casi tres años esta pregunta se clavó en mí como ancla a la arena. Desde entonces he
dedicado gran parte de mis días (y mis noches) a explorar posibles respuestas. Ahora que el
calendario y los números en negativo de mi cuenta bancaria me obligan a dar por terminada
esta travesía, no puedo decir que he logrado hallar un rumbo único o incuestionable para
contestar esta pregunta. En cambio, he descubierto que las razones por las cuáles
necesitamos radios comunitarias son tan variadas y diversas como lo son las voces, las manos,
y los saberes que se reúnen para crearlas.
De esta forma he aprendido, por ejemplo, que los medios comunitarios más que medios son
espacios. Espacios que no están delimitados por el tamaño de una cabina porque los cimientos
en donde se asientan no están formados tan solo con cemento, sino también y sobre todo con
voluntades que laten al unísono y que como el barro se mezclan – y como ladrillos se alinean –
para sumar fuerzas y construir nuevos caminos. Así, he comprendido que un micrófono, una
palabra, una imagen o un sonido bastan para conectar el pasado con el presente, el “aquí” con
el “para siempre” y el “a ti” con el “conmigo”. Y es que he aprendido también que los medios
comunitarios más que espacios son refugios. Refugios en donde lo individual se funde con lo
colectivo para imaginar y forjar futuros mejores, más justos y distintos.
Futuros creados a pulso de quimeras que se amplían como el eco de pasos fuertes e
incansables, como el retumbar de los tambores. Quimeras que convergen en las radios
comunitarias que avanzan junto a voces antes silenciadas. Voces que tienen tanto por decir y
que han sido durante siglos opacadas por discursos grandes e imponentes que hablan sin
comunicar ni cambiar nada. Voces que, a pesar de haber sido censuradas, han encontrado
diversas vías para expresarse a través de los sentidos, de bailes, músicas y rituales en
espacios compartidos. Voces que, con el apoyo de las radios comunitarias, estallan ahora
como estrellas en una noche obscura a manera de palabras.
En este trayecto he entendido, además, que necesitamos radios comunitarias porque nos han
impuesto demasiados mapas con fronteras invisibles que fragmentan, aíslan, nos separan. Y,
en cambio, entretejiendo historias en nuestras propias lenguas, sabidurías que nacen en el día
a día, y experiencias en común, las radios comunitarias elevan puentes que nos reúnen, nos
congregan y abren sendas que acompañan, rompiendo así falsas promesas de objetividad y
2. distancia, remplazándolas con lazos atados por una comunicación empática, comprometida y
cercana a las resistencias constructivas que proponen alternativas antes no imaginadas.
En este viaje he aprendido – sobre todo – a cuestionar mi pasado y mis ideas, a enderezar mi
timón y mis velas. El tesoro más valioso que de él me llevo es el más profundo y sincero
agradecimiento por la oportunidad de coincidir en un espacio, un tiempo y muchos sueños con
gente que, como yo, siente un amor ardiente e indestructible por la palabra. Gente a la que
también se le desborda del cuerpo el deseo inherente que quema más que el fuego porque
nace en un rincón cercano al corazón, o incluso más adentro, por con letras trazar nuevas rutas
hacia la razón para este mundo un tanto a la deriva. Un mundo que naufraga.
Ha sido un enorme privilegio el haber encontrado tantas puertas de par en par abiertas que sin
preguntas me invitaron a entrar y a juntar energías con aquellas personas cuyo trabajo tanto
admiro. Personas que me han hecho el inmenso regalo de permitirme llamarles compañeros,
colegas, aliados y amigos. Por eso, con estas líneas como testigo, quiero ofrecer lo único
verdadero que tengo para dar. Quiero ofrecer mi entrega sin reservas, mi trabajo sin cansancio,
mi tiempo sin reloj, mis palabras con pasión y mi dedicación entera para que,
incondicionalmente y para siempre, cuenten conmigo.