1. Liceo Inmaculada Concepción
Departamento Historia y Geografía
Prof. Isabel Orellana
Cauquenes
CAYO SALUSTIO AGRIPA, La Guerra de Yugurta
Este mal de la existencia de un partido popular y de la facción del senado, así como la corrupción de las
costumbres políticas, había nacido en Roma pocos años antes, como resultado de la paz y de la abundancia de
esos bienes que los hombres estiman más que nada. En efecto, antes de la destrucción de Cartago, el pueblo y
el senado romanos gobernaban de acuerdo la República pacíficamente y con moderación, sin que hubiera
entre los ciudadanos competencias por la gloria o por el predominio: el miedo al enemigo mantenía a la
ciudad en el bueno camino. Pero cuando el aludido temor se alejó de los espíritus, hicieron su aparición la
indisciplina y el orgullo, vicios que son obligado cortejo de las prósperas situaciones. Y así el descanso que
habían anhelado en la adversidad se les convirtió, una vez conseguido, en un mal más pesado e intolerable
que los trabajos mismos.
Comenzó, efectivamente, la nobleza a abusar de su condición privilegiada y el pueblo de su libertad,
procurando cada cual para sí, usurpando, robando; de esta suerte todo se dividió en dos bandos y la
República, cogida en medio de los dos partidos, quedó destrozada. El poder de nobleza, en virtud de su
disciplina, era mayor; la fuerza, en cambio, de la plebe, desunida y dispersa por su gran número, pesaba
menos. Fuera y dentro de Roma, todo se gobernaba por el arbitrio de uno cuantos, en cuyas manos estaban el
erario, la administración de las provincias, las magistraturas, los honores y los triunfos: el pueblo gemía bajo el
peso del servicio militar y de la indigencia; los generales dilapidaban en compañía de unos pocos, el botín
guerrero, mientras los padres e hijitos de los soldados veíanse expulsados de sus tierras, a poco que tuvieran
un vecino poderoso. De este modo, una avaricia ilimitada y sin freno, junto con el poder, todo lo invadió,
profanó y asoló, sin respetar ni considerar sagrado nada hasta despeñarse por su propio peso en el abismo.
Pues así que hubo entre los nobles quienes antepusieran la verdadera gloria al poderío injusto, comenzó la
ciudad a agitarse y surgieron en ellas las discordias civiles, cual una convulsión terrestre.