The Epistle of Ignatius to Polycarp is an epistle attributed to Ignatius of Antioch, a second-century bishop of Antioch, and addressed to Polycarp, the bishop of Smyrna. It was written during Ignatius' transport from Antioch to his execution in Rome.
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1. La Epístola de Ignacio a
Policarpo
CAPÍTULO 1
1 Ignacio, también llamado Teóforo, a Policarpo, obispo de la
iglesia que está en Esmirna; su capataz, sino él mismo, pasado
por alto por Dios Padre y el Señor Jesucristo: toda felicidad.
2 Habiendo sabido que tu mente hacia Dios está fijada como
sobre una roca inamovible; Doy sobremanera gracias porque he
sido considerado digno de contemplar tu bendito rostro, en el cual
siempre me gozaré en Dios.
3 Por tanto, te ruego por la gracia de Dios con la que estás
revestido, que sigas adelante en tu proceder y exhortes a todos los
demás a que sean salvos.
4 Mantén tu lugar con todo cuidado, tanto de carne como de
espíritu: esfuérzate por preservar la unidad, que nada es mejor.
Soporta a todos los hombres, como el Señor contigo.
5 Sosten a todos con amor, como también lo haces tú. Ora sin
cesar: pide más entendimiento del que ya tienes. Estad vigilantes,
teniendo vuestro espíritu siempre despierto.
6 Habla a cada uno según Dios te permita. Soporta las
enfermedades de todos, como un perfecto combatiente; donde el
trabajo es grande, la ganancia es mayor.
7 Si amas a los buenos discípulos, ¿qué agradecimiento te dará?
Más bien sujeta a ti a los traviesos con mansedumbre.
8 No toda herida se cura con el mismo emplasto: si las agresiones
de la enfermedad son vehementes, modifícalas con remedios
suaves: sé en todo prudente como una serpiente, pero inofensivo
como una paloma.
9 Por esto estás compuesto de carne y espíritu; para que puedas
modificar aquellas cosas que aparecen ante tu rostro.
10 Y en cuanto a las que no se ven, ruega a Dios que te las revele,
para que nada te falte, sino que abundes en todo don.
11 Los tiempos te exigen, como los pilotos los vientos; y el que
es sacudido por la tempestad, el puerto donde estaría; para que
puedas alcanzar a Dios.
12 Sé sobrio como combatiente de Dios: la corona que te
proponemos es la inmortalidad y la vida eterna; de lo cual
también estás plenamente persuadido. Seré tu fianza en todas las
cosas, y mis ataduras que has amado.
13 No dejes que te turben los que parecen dignos de crédito, pero
enseñan otras doctrinas. Mantente firme e inamovible, como el
yunque cuando lo golpean.
14 Es propio de un valiente combatiente ser herido y, sin
embargo, vencido. Pero sobre todo debemos soportarlo todo por
amor de Dios, para que él nos soporte.
15 Sed cada día mejor que otro: considerad los tiempos; y
esperad a Aquel que está sobre todo tiempo, eterno, invisible,
aunque por nosotros se hace visible: impalpable e intransitable,
pero por nosotros sujeto a sufrimientos; perdurando toda clase de
caminos para nuestra salvación.
CAPITULO 2
1 No dejes que las viudas sean desatendidas: sé tú detrás de Dios,
su guardián.
2 No dejes que nada se haga sin tu conocimiento y
consentimiento; ni hagas nada que no sea la voluntad de Dios;
como también tú lo haces, con toda constancia.
3 Se llenen más vuestras asambleas: preguntad a todos por su
nombre.
4 No descuides a los hombres y a las sirvientas; ni se envanezcan,
sino más bien estén sujetos a la gloria de Dios, para que obtengan
de él una mejor libertad.
5 Que no deseen ser libres a costa del público, para que no sean
esclavos de sus propias concupiscencias.
6 Huye de las malas artes; o mejor dicho, no hagas ninguna
mención de ellos.
7 Di a mis hermanas que aman al Señor; y estar satisfechas con
sus propios maridos, tanto en carne como en espíritu.
8 De la misma manera, exhorto a mis hermanos, en el nombre de
Jesucristo, a que amen a sus esposas, así como el Señor a la
Iglesia.
9 Si alguno puede permanecer en estado virgen, para honra de la
carne de Cristo, que permanezca sin jactarse; pero si se jacta, está
perdido. Y si desea que se le tenga más en cuenta que el obispo,
está corrompido.
10 Pero conviene que todos los que están casados, sean hombres
o mujeres, se reúnan con el consentimiento del obispo, para que
su matrimonio sea conforme a la piedad y no según la
concupiscencia.
11 Hágase todo para la honra de Dios.
12 Escuchad al obispo, para que también Dios os escuche a
vosotros. Mi alma sea seguridad para los que se someten a su
obispo, con sus presbíteros y diáconos. Y que mi porción sea
junta con la de ellos en Dios.
13 Trabajen unos con otros; luchar juntos, correr juntos, sufrir
juntos; dormir juntos y levantarnos juntos; como mayordomos,
asesores y ministros de Dios.
14 Agradad a aquel bajo cuyo mando peleáis y de quien recibís
vuestro salario. Que ninguno de vosotros sea hallado desertor;
pero quede vuestro bautismo, como vuestros brazos; vuestra fe,
como vuestro yelmo; tu caridad, como tu lanza; tu paciencia,
como toda tu armadura.
15 Deja que tus obras sean tu cargo, para que así recibas una
recompensa adecuada. Sed, pues, pacientes unos con otros con
mansedumbre, como Dios lo es con vosotros.
16 Déjame gozarme de ti en todo.
CAPÍTULO 3
1 Ahora bien, por cuanto la iglesia de Antioquía en Siria, según
me han dicho, es gracias a vuestras oraciones; También yo he
sido más consolado y despreocupado en Dios; si es así que
mediante el sufrimiento alcanzaré a Dios; que a través de vuestras
oraciones pueda ser encontrado discípulo de Cristo.
2 Será muy apropiado, oh dignísimo Policarpo, convocar un
consejo selecto y elegir a alguien a quien améis particularmente y
que sea paciente en el trabajo; para que sea el mensajero de Dios;
y para que, yendo a Siria, glorifique vuestro incesante amor, para
alabanza de Cristo.
3 Un cristiano no tiene poder sobre sí mismo, pero debe estar
siempre libre para el servicio de Dios. Ahora bien, esta obra es
tanto de Dios como de vosotros: cuando la hayáis perfeccionado.
4 Porque confío por la gracia de Dios que estáis preparados para
toda buena obra que os conviene en el Señor.
5 Conociendo, pues, vuestro sincero afecto por la verdad, os he
exhortado mediante estas breves cartas.
6 Pero como no he podido escribir a todas las iglesias, porque de
repente tengo que navegar de Troas a Neápolis; porque así es el
mandato de aquellos a cuyo placer estoy sujeto; Escribid a las
iglesias que están cerca de vosotros, como siendo instruidos en la
voluntad de Dios, para que también ellos hagan lo mismo.
7 Los que puedan, envíen mensajeros; y que los demás envíen sus
cartas por aquellos que serán enviados por ti: para que seas
glorificado por toda la eternidad, de la cual eres digno.
8 Saludo a todos por su nombre, especialmente a la esposa de
Epítropo, con toda su casa y sus hijos. Saludo a Atalo, mi amado.
9 Saludo a aquel que sea considerado digno de ser enviado por
vosotros a Siria. Que la gracia esté siempre con él y con
Policarpo, que lo envía.
10 Os deseo toda felicidad en nuestro Dios, Jesucristo; en quien
continuamos, en la unidad y protección de Dios.
11 Saludo a Alce mi amado. Adiós en el Señor.